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Irene Vallejo: guerras, inmigraciones, exilios

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Rilke: muy lejos

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En El Banquillo

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Alo largo de las últimas semanas he fotografiado algunas de tus pertenencias. La garrafa opaca en la que vaciabas el vino tinto, tu copa roja, el viejo sacacorchos de tu papá. La pila de medicamentos en el comedor junto al aparato para medir la presión. Tus suéteres —dos grises, uno negro— encimados en el respaldo de la mecedora en tu estudio. El laptop en tu escritorio, el fólder con el manuscrito de tu novela inconclusa, el termómetro, el oxímetro predilecto, la taza con el dibujo de los Beatles, llena de plumas y lápices, tu celular, el pequeño atril blanco, un pisapapeles, un sacapuntas, tres cuadernos, un cenicero de cristal cortado, una maceta con un bonsái y una diminuta rana de vidrio que parece estar mirando las hojas del árbol encogido. Tu bata en el baño, tus cuatro cepillos de dientes, los tubos de cremas para la piel radiada de tu torso, las gasas, el jabón que llamábamos “prehispánico” en una orilla del lavabo. La lámpara en tu mesa de noche, tus lentes, tu reloj, una paloma de porcelana; justo encima, en la pared, una calcografía del “Filósofo meditando” de Rembrandt y una litografía de un gato sepia con un poema de Baudelaire: “en mi corazón amoroso… un aire sutil, un aroma peligroso”. Imagino vitrinas rectangulares, ovaladas, cuadradas y, dentro de cada una, la selección de tus pertenencias y una foto correspondiente.

Ya estoy escribiendo las fichas o leyendas que acompañarían las piezas de mi museo efímero.

1) Gotas de vino en el tapete. No encuentro mi lupa. De ningún modo deben borrarse las manchas ni debo olvidar el disco roto de esa tarde. 2) La sombra de los medicamentos es más oscura que la madera. Quiero que brille. Faltan las palabras de nuestro convenio. 3) Decidí no ponerte el suéter negro porque supuse que a tu cuerpo le daría mucho calor. No tomé en cuenta su tránsito por el fuego. 4) En la habitación 108 del hospital me describiste la estructura de tu novela. Un personaje –una mujer– termina por inventarlo todo, incluso tu historia y la mía. Aún no resuelvo el misterio de las numerosas iniciales. 5) La bata conserva el olor de tu cuello. La acerco a mi nariz. Inhalo y cierro los ojos. 6) Cuando anochece enciendo tu lámpara no para ver, sino para fingir que vas a llegar. Se desacomodan los lentes. Digo Da Vinci en vez de Rembrandt y alguien se ríe. En el Canto XXVII un amigo me pregunta por mi Comedia apócrifa: “¿qué es?” Le aclaro que se trata de una serie de elegías; el efecto monotemático quizá provenga de la duración misma de la muerte: no se interrumpe mientras no se distraiga con la vida. “Ya van casi once meses”. Le pido paciencia. RunsoftlytillIendmysong

En tu libro del Renacimiento leo que en los siglos XIV y XV quemaban los mármoles de las ruinas de Roma: “ricos y no pocas veces adornados con inscripciones, tallas y bajorrelieves, para convertirlos en cal”. Las vitrinas existen solo en mi cabeza. Tú existes en mi cabeza: una luz por otra a contraluz. Como si fuéramos espejos. _

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