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El arte de cocinar

Anya Taylor-Joy, conocida por Gambito de dama, sube a un exclusivo yate que va a llevarla, junto con otros comensales, al mejor restorán del mundo. Como tentempié, el chef, el señor Slowik, ofrece caviar de limón servido sobre una ostra cruda con salsa mignonette. Los protagonistas de la película El menú (disponible en Star+) prueban el manjar y nosotros nos embarcamos con ellos en esta sátira extraordinaria que, aunque no pareciera, termina por producir en los espectadores una profunda reflexión en torno a lo que es el arte. Lo primero que hay que notar es que este caviar y todos los platos que se ofrecen en la película fueron diseñados por la chef Dominique Crenn, quien en cierto sentido es todo lo contrario a René Redzepi, el cocinero danés en quien parece inspirado El menú. Poco después del estreno de esta película, Redzepi anunció que su restorán, el Noma, en Copenhague, cerraría en 2024. Este que es considerado “el mejor restorán del mundo” cerrará porque la obsesión del chef lo estaba enfermando a él y a su ejército de colaboradores. Entre los antiguos, cocinar nunca hubiese sido considerado un arte. Para los griegos, por ejemplo, solo era arte aquello que invocase el espíritu y de ningún modo los sentidos materiales, esto es, el gusto, el tacto y el olfato. Creían que el arte debe emplazar solo a la imaginación y nunca a la vida real. Lo que había en el fondo de este modo de definir lo que significa “hacer arte” es que, si estamos dispuestos a conceder que cocinar es un arte, deberemos aceptar también que copular debe ser un arte. Es aquí donde resulta notorio que esta película haya sido diseñada para enfrentar a un chef con una prostituta. ¿Alguna vez disfrutó su oficio?, pregunta él. Antes sí, responde ella, pero ya no. El chef, encarnado por el magnífico actor Ralph Fiennes, contesta con ojos llorosos: a mí me sucede igual, hace mucho que no siento ya el placer de cocinar. Este diálogo resulta tan importante como aquel otro en que ella dice: usted ha eliminado la alegría de comer, cada plato que nos ha entregado hoy fue solo un ejercicio intelectual y no una comida con la que uno pueda sentarse simplemente y disfrutar. Y esto es lo que hace de Elmenú una película importante. Porque esto podría decirse del arte moderno, la alegría de disfrutar de la música, del baile, de la comida o, incluso, del amor: se ha banalizado en un ejercicio intelectual. Es en el enfrentamiento entre un chef y una prostituta que el director Mark Mylod y los guionistas Seth Reiss y Will Tracy han conseguido hacernos pensar en lo que significa disfrutar el arte. De la música, claro, pero también del cine, de una obra como esta, llena de diversión, del gozo de una hamburguesa que sabe a niñez. El arte, en efecto, está en la experiencia que alimenta a la imaginación, no el ego. Con ironía, El menú trasciende películas muy profundas en torno al significado del arte en oficios como la alta moda. Si en su maravillosa Prêt-à-Porter de 1994 Robert Altman nos sorprendía con un vestido inexistente, El menú se burla de esas maromas mentales e invita a reír con un plato de pan sin pan. ¿Qué es la experiencia estética en una cultura en que unas pelotas ponchadas se llaman arte? La película El menú no ofrece respuestas. Ofrece, sin embargo, un llamado a la imaginación y a la alegría. Entretiene y permite pensar que tal vez el oficio de este chef y el de esta prostituta no sea un arte. Tal vez sean algo mucho mejor. _

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