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revela en este poeta canadiense lenguaje posmoderna
sin agujerear la envoltura de plástico, sin reorganizar las piezas a la mitad, sin usar el recipiente de palomitas del microondas, te abrasará de inmediato la nariz.
En la poesía de Carson el lenguaje gira hacia resultados inesperados, tal como pasa en esta “traducción”: hay casi siempre lo que podríamos llamar una interferencia, o más bien, un conjunto de interferencias que al mismo tiempo celebran las posibilidades del discurso y muestran sus limitaciones. Es exactamente lo que le sucede a Casandra. La obra de Carson en español ha sido traducida casi toda ella por la también poeta Jeannette Clariond, que ha venido publicándola desde hace años en la editorial Vaso Roto. Una de las obras centrales traducidas por Clariond es Nox, publicada originalmente en 2010. Como es sabido, nox significa “noche” en latín. El libro es en sí mismo un objeto: una caja rectangular dentro de la cual hay un cuaderno que intercala recortes de periódico y de libros, fotos, postales, memorabilia de todo tipo acerca del hermano desaparecido de Carson. La edición de Vaso Roto (2018) reproduce al milímetro la original de New Directions: vista desde fuera tiene la forma de una estela funeraria griega, con la figura del difunto al frente, en el lugar que en el monumento ocuparía el bajorrelieve. Carson lo define como un “epitafio en forma de libro”. Para la mentalidad antigua es una estela funeraria, pero es obvio que para la contemporánea da la impresión de un ataúd o un cofre. Carson suele usar estos dobletes conceptuales, que le permiten su formación como profesora de Filología Griega. En la antigüedad griega y romana, el cuerpo del fallecido era cremado y se colocaba en una urna que se enterraba al pie de la estela funeraria, en la que solía haber un bajorrelieve alusivo (casi siempre una escena de despedida) y un epigrama de unos cuantos versos acerca del difunto. Si la persona en cuestión había muerto lejos de su casa, como ocurría a menudo con comerciantes o marineros, el cuerpo solía cremarse y enterrarse ahí donde sucedía, y en su lugar natal se elevaba un cenotafio, que era igual a cualquier otra tumba, pero estaba vacío. Esto es exactamente lo que le ocurrió al hermano de Carson: el libro es su cenotafio, una tumba vacía hecha de recortes y de recuerdos salvados por el azar, con los cuales se intenta elaborar un retrato.
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Al enfrentarse a la muerte de su hermano muy lejos de su país de origen, Carson cae en la cuenta de que a Cayo Valerio Catulo, poeta romano del siglo I a. C., le había pasado exactamente lo mismo que a ella. Catulo había escrito entonces uno de los poemas más bellos y justamente célebres de la literatura latina, que pongo aquí en la versión del poeta Juan Antonio González Iglesias: Muchos países he atravesado y muchos mares. Y aquí llego, hermano, ante esta infortunada tumba tuya, para darte los últimos honores, los propios de la muerte, y dirigirme inútilmente a tu ceniza muda, ya que el destino te apartó de mí, mi pobre hermano, ay, injustamente perdido. Pero ahora estas ofrendas han llegado hasta aquí, según la antigua costumbre que heredaron nuestros padres, con toda mi tristeza ante tu tumba. Acéptalas, que vienen empapadas por el llanto fraterno. Y para siempre, hermano mío, te despido. Adiós. Carson tiene, pues, ante sí un hecho personal terrible pero que se repite desde que el mundo existe, y que como tal ya ha sido cantado. ¿Cuál es su respuesta? Pegar en un cuaderno el poema de Catulo en latín y escribir un libro que tiene la forma de una enorme glosa, comentario o, incluso, diccionario: toma cada una de las 61 palabras que tiene el poema y a partir de ellas va haciendo su propio libro-monumento. Cada página de Nox es al mismo tiempo la interpretación de un texto dado por otro poeta hace más de dos mil años y la construcción de un texto nuevo, un reciclaje y, para usar un término favorito de Carson, una decreación. Decreación (2005) es precisamente el título de otro libro central de Carson, traducido también por Clariond (2014). El término, acuñado por Simone Weil para referirse a la disolución del yo, en Carson se extiende a la disolución de la forma y a la hibridación de los géneros: en la obra de Carson hay desde libretos de ópera (la propia Decreación) hasta tangos (La belleza del marido, 2000, traducción de Ana María Becciu, 2019), desde obras de teatro (Norma Jeane Baker de Troya, 2020, traducción de Jeannette Clariond, 2021) hasta cómics (Las mujeres troyanas, 2021, traducción de Jeannette Clariond, 2022), pasando por traducciones (Si no el invierno: poemas de Safo, 2002, edición trilingüe de Aurora Luque, 2019), ensayos (Eros el dulceamargo, 1986, traducción de
Mirta Rosenberg, 2015) y diarios (Tiposdeagua, 2000, traducción de Sara Cantú, 2018). A menudo todos los géneros confluyen en un solo libro, conformando esa lectura al mismo tiempo sobresaltada y fluida que es ya la firma personal de la autora. Y más allá de la mezcla de géneros y el reciclaje creativo de la literatura ya existente, Carson es una ávida exploradora de soportes: su libro más reciente, un cómic basado en las Troyanas de Eurípides, escrito junto a la dibujante Rosanna Bruno, logra ser tan devastador como la propia tragedia, uno de los más descarnados retratos de la guerra (visto desde el lado perdedor) que se hayan creado nunca.
En varias de estas obras Casandra aparece arrastrando su sino de profeta a la que nadie cree hasta que es demasiado tarde. Profeta en su cultura de origen, pero traductora y poeta en un mundo desacralizado y, lo más importante, mujer en las dos. Una mujer, prisionera de guerra aunque sea hija de un rey, que vale lo mismo que una vaca o una oveja, pero mucho menos que un buen corcel de guerra. Mujer que pierde a sus hermanos y a su patria por la guerra, como les ocurre a todas las prisioneras troyanas, y que pierde, sobre todo, la sacralidad de su don. Carson le restituye una y otra vez su voz, a ella y a otras mujeres que la han perdido o cuando menos la han visto disminuida (Safo, Margarita Porete, Simone Weil o Virginia Woolf). Weil es precisamente quien canta el Aria de la decreación (en traducción de Clariond), que podría ser la suma de todas esas mujeres:
Soy exceso.
Carne.
Cerebro.
Aliento.
Criatura que rompe el silencio del cielo, obstruye la vista de Dios de su amada creación y como un tercero no bienvenido entre dos amantes se atraviesa en el medio.
Es la creación lo que Dios ama y mar y los años horizonte azul de todo cuidado. El mundo como es cuando no estoy ahí.
¡Deshagan esta criatura!
Exceso.
Cerebro.
Aliento.
Criatura.
Deshagan esta criatura.
*Luis Arturo Guichard es filólogo, traductor y ensayista. Licenciado en Letras Clásicas por la UNAM y doctor en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca, donde es profesor desde 2003. En 2018 obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer por El jardín de la señora D l planeta Venus se parece a nuestra idea del deseo. Es un cuerpo abrasador y volcánico, el más caliente del Sistema Solar. Allí cada día dura ocho meses: entre el atardecer y el amanecer transcurre una ardiente noche interminable. A causa de una tempestuosa colisión, es un planeta volteado patas arriba, que rota al revés sobre su eje. Llevando la contraria al resto, el sol sale por Occidente. Aunque no conocían sus excentricidades astronómicas, algo intuyeron los antiguos al darle el nombre de su diosa de las pasiones. Desde que Venus es Venus, el deseo se contempla como la fuerza que trastorna el orden. Por eso, ya las sociedades paganas fijaron con normas estrictas quién y cómo podía gozar del sexo. La esfera del placer no era el hogar, pues el matrimonio atendía al patrimonio, no a la atracción. Concertado por las familias, tenía su razón de ser en la herencia y las alianzas. Se prohibía casarse a los esclavos: era un asunto de ricos. En ese esquema, marido y mujer podían convertirse con suerte en amigos, pero no estaba bien visto acariciarse demasiado. Séneca desaconsejaba tratar a la esposa como a una vulgar amante. Bajo esas coordenadas históricas represivas nace el imaginario erótico. La intensidad y la emoción solo se dan en las relaciones imposibles. Se anhela siempre lo inalcanzable. La poesía clásica y provenzal gira sobre esa paradoja: deja de ser amor lo que se convierte en realidad. “Todo era una carencia sin fin”, escribe Annie Ernaux en Pura pasión. Nuestra sed no se puede saciar, los amantes felices y duraderos son cosa de otro planeta.
“Señores, ¿les gustaría oír un bello cuento de amor y muerte?” Así comienza la historia medieval del