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La sirenita hechicera

\Como era su costumbre, Cano salió temprano en la mañana. Iba rumbo a Bahía de Jobos donde sabía que don Dieppa lo esperaba con unas ricas y nutritivas sardinas y eso lo motivaba a volar con más agilidad y ligereza. Entonaba una alegre canción cuando a lo lejos divisó (distinguió) una gran bandada (grupo) de aves que se dirigía en su dirección. Le llamó la atención que mientras volaban, las aves miraban hacia atrás, cosa no común en ellas. Según se fue acercando notó que se veían cansadas y, sumamente, asustadas.

Cuando las tuvo de frente, Galo, la gaviota líder del grupo, le gritó a Cano:

–Oye amiguito no te acerques a la Bahía de Jobos. Vuela lo más lejos posible de ese lugar –. Mientras decía esto se le notaba muy nervioso.

–¿Qué sucede Galo? ¿Por qué tú y tus amigos están tan asustados? –preguntó Cano un tanto preocupado–.

-No te has entrado. La sirenita hechicera está capturando con su magia tanto a los peces como a las aves. No se le escapa nadie. Los desaparece sin dejar rastros. Nosotros nos vamos para que no nos hechice.

Acto seguido, Galo y sus amigos desaparecieron dejando a Cano muy intranquilo. –¿Cuál es la verdad de todo esto? –se preguntaba el pelícano Cano–. Las sirenas no existen, él lo sabía muy bien. Así que en vez de huir decidió ir a la Bahía de Jobos a investigar.

Después de varias horas de vuelo, Cano llegó al Cayo Caribe y se encontró con su prima Lina, quien le dijo exactamente lo mismo que Galo. Cano no podía salir de su asombro y molesto le expresó a Lina lo siguiente:

-Escúchame atentamente querida primita. Tú sabes que las sirenas no existen y mucho menos hechizan aves y peces. Yo voy a investigar y tarde que temprano sabremos la verdad. Yo no le tengo miedo a esa sirena.

Esa tarde mientras Cano observaba desde lo alto del mangle rojo, se percató de que una rascana malhumorada merodeaba (rondaba) el área. Eso le estuvo muy sospechoso, así que comenzó a observarla con detenimiento.

Entonces escuchó cuando ella le dijo a un pato chorizo que la siguiera porque la sirenita hechicera estaba por allí y lo podía encantar con su magia. El pobre pato chorizo le creyó y la astuta rascana, con rápidos movimientos, se lo llevó a las praderas de hierbas marinas donde primero le ató las patas, para que no escapara, y, luego, lo inyectó con una de sus espinas venenosas. Cano no podía creer lo que estaba viendo. –¡Dios mío! –exclamó horrorizado Cano–. Pero su asombro fue mayor cuando vio cientos de aves amarradas e inconscientes. Justo cuando iba a enfrentarse a la rascana, ésta atrapó un pequeño pez mero que pasaba por el lugar. También, lo inyectó con su veneno y él se desmayó.

Esto parecía una pesadilla. Cano no salía de su asombro. Así que persiguió a la rascana que se dirigió rumbo al Cayo La Barca y se sumergió con rapidez en las azules aguas. Entonces, Cano hundió su cabeza en el agua y para su sorpresa en un galeón (embarcación) que se encontraba en el fondo vio a cientos de peces encarcelados.

–Tengo que hacer algo y pronto –dijo Cano–. Rápido se fue al Cayo Caribe donde se encontraba su prima Lina y le contó todo lo sucedido. Entonces llamaron a sus amigos los delfines para que rescataran a los peces, mientras ellos desataban a las aves. Cuando Cano y Lina se encontraban en las praderas de hierbas marinas ayudando a escapar a: las golondrinas, las bobas prietas, los pitirres, los pelícanos pardos y otras aves, llegó la rascana furiosa y dando gritos amenazó a Cano.

-Oye pelícano feo, deja a mis aves o te hechizo.

Cano, con voz firme y sin mostrar miedo, le llamó la atención.

-Escucha rascana, yo sé que no eres una sirena y sé que no hechizas a nadie. Así que deja a estas aves en paz.

En ese preciso momento llegaron todos los peces que estaban encarcelados en el galeón: pardos amarillos, meros sapos, pargos coloraos, chopas, meros y albacoras, cercaron (rodearon) a la rascana, quien asustada comenzó a llorar mientras explicaba:

–Cano, ellos se mofaban de mí. Me llamaban rascana fea y no querían jugar conmigo. Por eso, los rapté (encerré) haciéndome pasar por una sirena hechicera. Las aves, también, me molestaban y me picaban. Por favor, perdónenme. Prometo no volver a hacerlo.

Cano se dirigió a todos los animales allí reunidos y muy serio les preguntó:

–¿Es cierto lo que la rascana dice?

–Sí –contestaron todos a unísono (de acuerdo)–. Por favor, rascana perdónanos. No volveremos a llamarte fea y prometemos jugar contigo, pero no nos hinques con tus agujas.

Canito sintió un gran alivio al ver como todos se perdonaron. Entonces, se alejó del Cayo Caribe en busca de don Dieppa y de sus sabrosas sardinas.

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