MITO Y RELIGIÓN NEPAL

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MITO Y RELIGIÓN

NEPAL




EXPOSICIÓN

CATÁLOGO

Comisariado Mª Isabel Moreno Montoro

Textos Manuel Parras Rosa Martín Gómez-Ullate Carlos Tajuelo José Luis Anta Félez Sakar Bhattarai

Coordinación Técnica Manuel Correa Vilches Juan Carlos Cárdenas López Vicenta Garrido Carrasco Transporte y montaje Equipo de Mantenimiento de la Universidad de Jaén J.fils Seguros Mapfre

Fotografía Carlos Tajuelo Ayudante de fotografía Mercedes Pérez Torres Impresión Gráficas La Paz de Torredonjimeno, S.L. Diseño y maquetación Carlos Tajuelo ISBN: 978-84-8439-636-9 Depósito Legal: J - 711 - 2012


CarlosTajuelo MITO Y RELIGIĂ“N

NEPAL SalaCentro 3demayo a 29dejunio 2mil12



Comprendo que la tecnología, la nueva tecnología, ha contribuido a la democratización del uso de la fotografía como medio de expresión. Muchos de nosotros, hoy día, utilizamos nuestras cámaras digitales y ordenadores para hacer álbumes de nuestros reportajes fotográficos de eventos y viajes. El arte y su democratización también se ven beneficiados por aquí, y esto me gusta; especialmente porque conseguimos poner en clave de los mortales algo que nos resultaba divino. La pintura y otros medios artísticos que requieren el desarrollo de capacidades profesionales con un largo entrenamiento era algo que nos quedaba muy lejos a quienes no nos dedicamos a ello. La aparición de la fotografía resolvió estos problemas, mirar y pulsar era todo lo que había que aprender a hacer. Y esto a mí me parece bueno, porque con facilidad conseguimos crear nuestras obras muchos de nosotros; imágenes que de otra manera no obtendríamos. Y me parece que es bueno porque nos introduce en ese mundo que nos estaba vetado de no ser profesionales, de modo que si nos acercamos a la fotografía nos acercamos al arte, y poco a poco el círculo se va ampliando.


Ahora bien, vivir con el arte y disfrutar de él, utilizarlo para nuestro desarrollo personal y social no nos convierte en los referentes que son aquellos profesionales, que más allá de servirse de medios tecnológicos para uso personal, dedican su vida a aprender un arte. Y comprender esto también es lo que me hace compartir aquello de que todos somos artistas pero solo algunos se dedican profesionalmente a ello. Todos podemos conseguir fotografías maravillosas y vivir la experiencia estética no solo de contemplarlas sino de crearlas, pero solo unos pocos alcanzan la categoría profesional que nos permite llamarles artistas. Es este el caso de Carlos Tajuelo. Él, que confiesa haber empezado de ese modo en el que me confieso como la mayoría de mis coetáneos, viajando y recogiendo momentos inolvidables, acabó convirtiéndose en el artista profesional. A través del objetivo de la cámara y de las infinitas posibilidades que nos ofrece la tecnología hoy, se introdujo en las profundidades intelectuales que el arte ofrece para convertirse en vehículo de cultura y crítica. Su proyecto más reciente, “Nepal. Mito y Religión”, es el que vamos a mostrar en la Sala Centro de la Universidad de Jaén y en el mismo he visto, como persona interesada en estos temas, más allá del viajero curioso, al fotógrafo que premedita sus pasos, y al artista que procesa sus imágenes para conducir el producto bruto que nos da la cámara hasta convertirlo en el objeto sublime. Como Rector de la Universidad de Jaén, veo también las amplias posibilidades que el arte, y en especial el de la fotografía nos ofrece para favorecer el intercambio cultural, no ya porque sirve de medio que nos trae a la puerta de casa la forma en que personas lejanas viven, sino porque nos abre ventanas al contacto y el trabajo en colaboración con otras personas que a través de un proyecto artístico entran en nuestra vida de forma activa.


Y aunque no alcancemos todos a ser ese artista, esperemos que este proyecto nos anime a todos a seguir por el camino del arte en nuestros viajes y nuestra vida para conocernos mejor y saber de nuestros coetĂĄneos.

Manuel Parras Rosa Rector de la Universidad de JaĂŠn



TRAS LA MIRADA DEL OTRO Martín Gómez-Ullate (Doctor en Antropología Social, Universidad Complutense) El turista, el viajero, el misionero, el agente colonial, el antropólogo, todos tienden distintas miradas hacia el Otro y penetran de distinta manera y con distinta profundidad su realidad. Una realidad plural y polimorfa pero, al fin y al cabo, lo suficientemente definida para que haya un nosotros, un ellos y unas fronteras. Definiciones deformadas y fronteras borrosas, referentes comunes pero también extrañeza, a veces, exagerada por el exotismo, otras acorralada por el “nada nuevo bajo el sol” y por un etnocentrismo peculiar que asocia demasiado rápido una imagen nueva a una conocida, seleccionando los detalles similares pero cegándose a las diferencias, a los matices. Siempre se ha asociado desde la antropología cultural el grado de penetración a esa otra realidad con el tiempo, pero el tiempo no ha sido óbice para lograr en todos los casos esa comprensión despojada o consciente al menos de los sesgos de la mirada. Un famoso debate en la historia de la disciplina nos lo recuerda. Margaret Mead y Derek Freeman protagonizaron una polémica controversia sobre algunos aspectos de la cultura de los habitantes de Samoa. Ya fallecida, la famosa antropóloga, Freeman publicó en 1983 “Margaret Mead y Samoa: la construcción y destrucción de un mito antropológico” (1983), rechazando los argumentos de Mead sobre la extensión de la virginidad institucionalizada sólo en las jóvenes de alto rango social y la liberalidad de las adolescentes samoanas. La Academia se pronunció a favor de Margaret Mead. Llamaron la atención sobre el hecho de que las informantes originales de Mead, a las que Freeman había entrevistado años más tarde, logrando versiones contradictorias, eran, ahora, mujeres viejas que se habían convertido al cristianismo. Hicieron otras observaciones importantes sobre el cambio social sufrido por la cultura samoana entre una y otra entrevista, el sesgo de la ecuación personal del investigador –una mujer joven o un hombre mayor-, la confusión entre discurso público y acción. El tiempo, claro está, debería corregir impresiones. Nada más lejos de lo que pasa en las traducciones culturales que el adagio “fíate de las primeras impresiones”. Una vez me dijo un viejo en un pueblo de Albacete donde andaba en una de mis primeras etnografías estudiando los últimos exponentes de los viejos casinos de la España rural, “el tiempo todo lo amasa y


todo lo viene a su ser”. Por la forma lacónica de desgranar la frase, su entonación, mi soledad del momento, y la fuerza de las propias palabras, la máxima se me quedó grabada como las buenas fotografías, para toda la vida. Esto sí es más fiel a lo que pasa en el proceso de comprender la alteridad. Pero que el tiempo, a la hora de conocer y comprender al Otro, sea indispensable, no quita para que unos días, unos minutos o incluso un instante congelado de la complejidad humana de una escena o de la peculiaridad de una mirada o un gesto, nos arrojen inevitablemente al asombro y disparen el interrogante, a veces tan bañado de repulsa, de asco, que anula toda posibilidad de ser propiamente contestado. Cuando el etnocentrismo, las tentaciones homogeneizadoras, el asco y la repulsa se logran, si no poner a un lado, al menos relativizar, estamos preparados para conocer verdaderamente al Otro y observar, por ejemplo, que si la renuncia y el retiro del Shadu tienen parangón entre los monjes de Occidente, las etapas prescritas hacen el proceso de conversión y el camino espiritual, experiencias muy diferentes. Estudiante, padre de familia, peregrino y finalmente renunciante, una renuncia, podemos imaginar, bastante diferente de aquella que acomete el que no ha pasado por la segunda etapa. También el dolor, la abstinencia, que aparece en analogía en ambas culturas, corresponden a lógicas y sistemas de valores que hacen obligatorias lecturas diferentes de los mismos, un vehículo para llegar a lo sagrado para el místico cristiano, una demostración de que se ha transcendido lo mundano para el Shadu. Siguiendo con las diferencias, no será distinta la vida del niño que ha llevado una taza de agua de un río tan sagrado como contaminado al cadáver de su abuelo que de aquellos a los que se les impide entrar en el tanatorio para evitarles la impresión de ver al cadáver. ¿No sería nuestra vida diferente si hubiéramos apretado el botón del incinerador de nuestros abuelos o nuestros padres?, ¿Es bueno alejar tanto a l@s niñ@s de la muerte? En el otro extremo de familiaridad con la muerte, resuena la imagen dantesca de La Balada de Narayama, la anciana que habiendo llegado a la edad prescrita por la costumbre, es llevada por su hijo primogénito a cuestas en su último viaje a morir sepultada por la nieve en la montaña sagrada. Ese viaje silencioso y dramático es una variante de gerontocidio, una costumbre más extendida de lo que en principio estamos dispuestos a pensar.


El interrogante se impregna, inevitablemente de moralidad, porque lo positivo y lo normativo están en realidad imbricados y no constituyen, en ningún caso, esferas estancas. Los valores son la retina de la mirada, por eso hay tantas diferentes lecturas de los textos culturales (películas, fotografías, mensajes, entrevistas, observación in situ,…). La polisemia de las obras de arte es, de hecho, un indicador de su calidad. La simplicidad moral de los villanos o los héroes de las telenovelas, rara vez encuentra parangón en la realidad. Otro indicador de calidad de una obra de arte es su poder de conmoción. Frente al entertainment de evasión o de encefalograma plano, se alza el poder de conmoción, cualidad que el arte y el rito comparten. Tiempo, imagen y palabra, valor y mirada, extrañeza y similitud componen las piezas del engranaje de estas reflexiones y del resultado comunicativo de un discurso etnográfico, sea este una monografía o una serie fotográfica. Ya interpelados por y abiertos a lo distinto, tenemos que desconfiar de lecturas definitivas, porque detrás de bambalinas siempre hay más bambalinas y después de un antropólogo siempre viene otro a desmentirlo. Bien pudieran fotos de las mismas personas que las que vemos en este libro, tomadas desde otros ángulos, en otros momentos y en otros contextos matizarnos nuestras primeras interpretaciones de las mismas. Bien podrían otras palabras distintas de las que aparecen en este texto, dar un cierre semántico diferente a las fotografías. La palabra acota, sin lugar a dudas, el sentido de las imágenes, pero no lo encierra herméticamente. A veces ocurre que mediante nuestras nuevas lecturas de las imágenes ponemos en cuestión las palabras del autor que quieren ilustrar. Más allá del valor de la espectacularidad, valor reinante que indudablemente permea tanto la mirada del fotógrafo como la pose del yogui y por supuesto, la mirada del espectador, encontraremos en la convergencia sinérgica de las palabras y las imágenes, esa provocación hacia la reflexión que logra la buena etnografía, será la imagen el vehículo del interrogante que la palabra sola no debe colmar. Complejidad, ambigüedad y poder de conmoción son los rasgos de las buenas fotografías y de las buenas etnografías que han de llevarnos al choque, al interrogante y la reflexión, a una comprensión parcial, abierta a nuevas interpretaciones en el titánico esfuerzo racional y emocional de comprender al Otro.




































































































































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