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Prologo José M.ª Barahona Hortelano «Toda la organización de nuestras vidas depende de los sentidos y como el de la vista es el más comprehensivo y noble, no cabe duda de que las invenciones que sirven para acrecentar su poder se cuentan entre las más útiles que pueden existir» René Dècart («Discurso del método»)

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n el imaginario frontispicio de este pequeño libro, «Los trabajos y los días», resultado de la compilación de una serie de editoriales y artículos publicados fundamentalmente en la revista «Microcirugía Ocular», de los que es autor José Belmonte Martínez, me gustaría situar una pintura que obviamente aquí ni aparece ni se reproduce. Debe ser la libre curiosidad del lector, y en su responsabilidad delego, quien tenga el placer de buscarla y encontrarla o, al menos, recordarla con la mirada introspectiva. En 1617, el holandés Jan Brueghel de Velours –Brueghel el viejo– pinta «El sentido de la vista» o «Alegoría de la vista», que de las dos formas se llama, obra que además de la fastuosidad barroca, posee elementos de gran contenido simbólico y que se conserva en el imprescindible y accesible Museo del Prado. En la serie de interpretaciones alegóricas de los sentidos, claramente se reconoce la preeminencia del sentido visual y se exalta la circunstancia de ser la mayor fuente de información que llega al cerebro humano. «Nihil est in intellecto quod non ante fuit in sens» (Locke). No hay nada en el cerebro que antes no haya estado en los sentidos. Este cuadro representa un extenso inventario de toda clase de objetos situados ante la expectante mirada en una suerte de «cámara prodigiosa» -wunderkamera- de los sentidos que capta imágenes lejanas, próximas, perspectivas, juego de espejos que proporcionan no solo una visión real, aunque virtual, de los objetos, sino casi metafísica en un teatro de sombras e ilusiones. Creo que traer a colación tal asunto es pertinente por la recreación que hace el Dr. Belmonte del mundo de la visión a través de los editoriales publicados en «Microcirugía Ocular», revista científica que fue órgano de expresión de la Sociedad Española de Cirugía Ocular Implanto Refractiva (SECOIR). Las páginas que siguen a esta introducci��������������������������� ón������������������������� son el fruto de una profunda y larga reflexión que, desde hace más de 25 años se ha expresado en los artículos recopilados en éste libro, y que ahora son ofrecidos con toda su espontaneidad. Analizan el efecto que el espectacular avance de 5


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la biotecnología produjo en la Oftalmología de entonces y que ha propiciado el hecho de que probablemente la actual se haya convertido en una de las especialidades médico-quirúrgicas más avanzadas y eficaces del momento. El Dr. Belmonte expresa en un alarde de honestidad sus juicios razonados, en definitiva sus íntimos pensamientos, la mayor parte acerca de un momento en el que se producen profundos cambios. Esta incursión en un momento histórico tan singular, en el que se consolidó el progreso de esta vieja especialidad que conmocionó muchos de sus esquemas tradicionales, en ningún caso supone un estribo para el lucimiento intelectual del autor sino que es la respuesta a un compromiso hondo y pertinaz con su profesión. Eugenio d´Ors afirmaba que cuando muchas palabras se escriben y se juntan, resulta inevitable que un espíritu se forme. Ese espíritu desparramado en una serie de artículos y ahora metido en un libro recopilatorio –como un barco en una botella– está en «Los trabajos y los días», aunque su contenido sólo sea un mínimo botón de muestra del Dr. Belmonte –de Pepe Belmonte– esa cumbre de plurales sabidurías. Porque Pepe, permítaseme que así le llame, es el gran oftalmólogo, el magnífico profesional, el buen docente y mejor cirujano, también lector, escritor y publicista, musicólogo, autor de las «notas al programa» de conciertos, diletante, al que el arte le conmueve y a quien falsamente se le podría de manera frívola encasillar como una personalidad poliédrica, conformada por una serie de parcelas estancas de erudición. ¡Pues no! Se trata de un «científico-intelectual» o viceversa, aunque parezca redundante, en el que se aúnan las dos culturas con un peculiar estilo de liberal ilustrado y que sólo es propio de un hombre rotundo, de un gran hombre. * * * Cuando de una forma apresurada se proyecta y se decide editar este libro, nada fácil de titular, y para solucionarlo andaba a la caza y captura de un nombre con el que bautizarle, se presentaron tal cantidad de posibilidades que dificultaron la elección. Analizando el contenido de los artículos se puede constatar cómo a propósito de cuestiones científicas, técnicas o profesionales en torno a la Oftalmología y su entorno, se exponen juicios críticos, consideraciones y razonamientos éticos y morales. Estas características –y sirvan estos argumentos para justificar el título– nos llevaron a dos autores de la antigüedad clásica, el romano�������������������������� Séneca y el griego Hesio������ do. Séneca en sus últimos años, y eso que los romanos no eran muy aficionados a la Ciencia, escribió una obra sobre los problemas que plantea el estudio de la Naturaleza y que constituye la mayor aportación científica de la literatura latina. La obra en cuestión, «Problemas o cuestiones natura6


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les» incluye informaciones útiles tales como la diferenciación de las aguas salobres de las potables, junto a breves admoniciones morales en las que el autor enfrenta su yo racional con la realidad externa. En un alarde de oportunismo, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y según Pérez de Ayala, hablando de aguas describe la forma de comer ciertos pescados como es el caso del salmonete, que era servido a la mesa en una pecera porque nunca será fresco si no muere a manos del comensal, y añade Séneca «Permitidme que con esta costumbre castigue la sensualidad y gula que supone un salmonete expirante fuera del agua». Por otro lado, Hesiodo (700, aC), en «Los trabajos y los días» reúne una serie de preceptos y máximas morales en torno a la exaltación del trabajo agrícola y de la justicia y se convierte en educador y mentor moral de los campesinos griegos. Incluye consejos sobre las labores del campo de acuerdo con las estaciones del año mediante una especie de calendario del agricultor al que añade un conjunto de verdades de carácter moral y práctico y desarrolla una filosofía en la que se exalta el bien y la justicia. Finalmente, entre los dos optamos por el título más antiguo, «Los trabajos y los días». * * * El contenido de «Los trabajos y los días» surge como consecuencia de la aparición en la escena oftalmológica española de la SECOIR en Noviembre de 1981 y en los diversos avatares que acompañaron los comienzos de la neonata Sociedad hasta que alcanzó la actual madurez por su mayoría de edad. Como ya hice público en mi intervención con ocasión de la conmemoración del 25 aniversario de la SECOIR*, las circunstancias históricas que motivaron la aparición de tan innovador entramado en el panorama oftalmológico español, independientemente de la eclosión producida por la aparición y utilización generalizada de los implantes intraoculares como procedimiento eficazmente rehabilitador en la cirugía de catarata en todo el mundo desarrollado, fueron otras. Si bien todos los países occidentales, cada uno y por su orden, incorporaron las nuevas técnicas y fundaron la correspondiente Sociedad para su difusión y desarrollo, en nuestro caso tuvo además otros matices, connotaciones y razones. La renovación de un modelo autárquico agotado, «la recherche du temps perdu», la búsqueda de una nueva ilusión, la satisfacción de una curiosidad necesaria y la imprescindible actualización para estar a la altura de las circunstancias. En definitiva, se trató de la pertinente e indispensable revitalización de la Oftalmología española de los años ochenta, del inevitable «aggiornamento», que más allá de la importación de unas técnicas quirúrgicas, introdujo una restablecida mentalidad y un nuevo estilo. Fue la renovación frente a la estéril autocomplacencia de los usos rutinarios y hábitos 7


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quirúrgicos envejecidos������������������������������������������������� . Este cambio en modo alguno fue casual ni superfluo como expresan las palabras de Mourlaine Michelena, «cavilosos que atan la hoja a la rama para dar quehacer al viento». La implantación/consolidación de el/la CECOIR/SECOIR, se produce por una intensa actividad docente, divulgando técnicas quirúrgicas por España y a través de las publicaciones. Primero fue un tabloide «CECOIR» y después, coincidiendo con la nueva etapa y para transmitir mayor rigor formal, «Microcirugía Ocular» con el objetivo de fomentar y reunir la producción científica que monográficamente se produjera en nuestro país y con la pretensión de ampliar su ámbito a los países latinoamericanos. También se trató de extender sus contenidos temáticos a toda la microcirugía ocular como su propio nombre indicaba. Este es el momento en el que se hace cargo como Director el Dr. Belmonte quien va desgranando mediante el género editorial, la filosofía que durante aquellos años conformó la SECOIR. En la más pura ortodoxia, un editorial es un artículo de fondo sin firma, y ésta es la única y mínima transgresión –pecado venial– del Director, que se publica en lugar fijo y que expresa la opinión institucional de la publicación periódica. En este caso «Microcirugía Ocular». Aún tratándose de una publicación científica la línea editorial no fue ajena a la actualidad y reflejó cuestiones del momento. Durante aquellos años diversas circunstancias motivaron que el tradicional afán por publicar se desvaneciera de manera notable. Una cierta indiferencia científica y académica, posiblemente por su escasa consideración en procesos de selección, se tradujeron en un cambio pendular por el que se pasó súbitamente del «publicar o perecer» a una «agrafia científica contumaz». Esta escasez crónica de materia prima dio lugar a que la nueva revista «Microcirugía Ocular» tuviera una infancia sumamente delicada. Ya se sabe, y aquí es perfectamente aplicable, que todo «recién nacido» sin leche que le alimente o nodriza que le amamante es en potencia y puede pasar a ser en cualquier momento «un recién muerto». El Dr. Belmonte consigue de forma casi milagrosa la supervivencia de la revista, sacando de debajo de las piedras o encargando oportunamente artículos y trabajos y además publicando en todos los números –cuatro al año con el fondo musical de Vivaldi- su correspondiente editorial siempre rebosante de ingenio y fino humor crítico. Son artículos a los que podría aplicarse sin ningún género de duda una paráfrasis del eslogan de la añorada revista humorística «La Codorniz», «el artículo más sagaz para el lector más inteligente». En el conjunto de artículos que aquí reunimos, a mi juicio se establece un perfecto equilibrio entre la nueva y trepidante Oftalmología, con sus técnicas quirúrgicas y diagnósticas más actuales resultantes de asombrosos avances biotecnológicos, y la clásica, la científica, la académica y reposada disciplina ya consolidada firmemente en la vieja Europa de París, Berlín y Viena del XIX. 8


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Probablemente ésta como otras manifestaciones de la personalidad de Pepe Belmonte responden a una «open mind» a una apertura mental no habitual y desde luego desconocida para mentes encogidas y personalidades circunscritas a microcosmos imposibles. El desarrollo de una actividad profesional implica una huida de rutinas y un alejamiento de prácticas menestrales junto con una búsqueda del rigor científico y de la altura intelectual. * * * El unamuniano «piensa el sentimiento, siente el pensamiento» podría sustentar el ideograma chino escrito sobre una teja de cerámica, «la verdad del poema sólo puede buscarse en el corazón». Y aquí,������������������� sí���������������� me gustaría encontrar «las pocas palabras verdaderas» de las que hablaba Antonio Machado, para transmitir los sentimientos que se desbordan en esta reflexión compartida. Desisto de hacerlo pero sí quiero, fruto de la sinceridad, plasmar negro sobre blanco la palabra que expresa los sentimientos más gratos que el hombre pueda sentir. Gracias Pepe, gracias Maestro, gracias amigo.

René Dècart. La vía óptica.

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