Los trabajos y los días. Reflexiones acerca de la Oftalmología y su praxis J. Belmonte Martínez
El zoco de la ciencia
L
a oferta de información sobrepasa con mucho la capacidad de ser asimilada por quien, aún dando prioridad a sus conocimientos profesionales, pretenda además mantenerse vinculado a las infinitas posibilidades de indagar en la comprensión del mundo real y sus inagotables propuestas culturales, deportivas y lúdicas. La absorción de conocimientos, extraordinaria en la niñez y juventud, decae de forma progresiva con la madurez y no resulta ocioso el frecuente paralelismo que se establece entre nuestra memoria y la del ordenador, en relación a la limitada capacidad de almacenamiento de su disco duro, en nuestro caso lamentablemente difícil de ser manipulado y ampliado. En años recientes, el entorno de la información biomédica ha experimentado un asombroso crecimiento exponencial, tanto a través de los medios escritos (periódicos, revistas, libros), como mediante las infinitas posibilidades de difusión informática e inclusive por la desmesurada multiplicación de acontecimientos científicos que bautizados de forma dispar, como cursos, reuniones, symposium, congresos, etc., colman las fechas de nuestro calendario. Estos peculiares cónclaves han proliferado de tal modo, que asistir a cada uno de ellos resulta difícilmente compatible con una actividad profesional eficaz reposada y rentable por lo que, inevitablemente, es preciso seleccionar aquellos que, por su potencial utilidad general o por su especial interés monográfico, se identifican más con nuestras particulares inclinaciones profesionales. Pero ¿son realmente necesarios tantos actos de este tipo? ¿aportan todos ellos suficientes novedades como para justificar su organización? ¿interesan a todo el colectivo médico o sólo a los que se hallan en los primeros años de formación? ¿sobrepasan la duración razonable? ¿pretenden algunos, en cierta medida, saciar la vanidad de sus promotores y participantes? ¿compensan realmente el inevitable paréntesis de nuestro trabajo cotidiano? ¿justifica su interés científico la fuerte inversión transferida a sus imprescindibles patrocinadores? ¿en qué medida subyace un interés puramente comercial en su planificación? Se trata, sin duda, de cuestiones delicadas, complejas de analizar objetivamente, para las que me reservo una respuesta personal pero que, no obstante, expongo y someto a la reflexión del lector.
Microcirugía Ocular 2000; 8(4): 129-131.
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J. Belmonte Martínez
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No deseo, sin embargo, eludir pronunciarme sobre un fenómeno relativamente reciente, de desorbitado y alarmante crecimiento, que concierne, en especial, a acontecimientos relevantes de nuestra especialidad como son los grandes Congresos de las diferentes Sociedades Oftalmológicas, tanto nacionales como internacionales. A diferencia de otros actos académicos de apretado programa, esporádicos y monográficos, los grandes Congresos constituyen reuniones periódicas, generalmente anuales, multidisciplinarias dentro de la propia especialidad, en las que los miembros de una asociación científica, de forma abierta y libre, tras cumplir determinados requisitos formales, exponen, comunican y discuten sus técnicas, proyectos, experiencias y resultados, sobre cuestiones y temas previamente fijados en un abultado Programa. En el caso particular de la Oftalmología, su estrecha vinculación a una sofisticada tecnología impone que, junto a los actos convencionales, puramente científicos, se incorpore además una vasta exposición comercial de aparatos, instrumental y productos farmacológicos que, ciertamente, constituye un incentivo fundamental del acontecimiento al permitir, a imitación de cualquier recinto ferial, constatar y visualizar, de manera directa, las incesantes innovaciones biotecnológicas e instrumentales y las novedades farmacéuticas más recientes. Su excepcional desarrollo y su constante renovación hacen de esta visita un elemento necesario y provechoso, difícilmente sustituible por la simple información escrita contenida en los folletos o las excelentes láminas y fotografías que ilustran los catálogos de los productos. No es extraño, por consiguiente, que gran parte del éxito de un Congreso oftalmológico haya estado, casi siempre, ligado a la magnitud y variedad de su exposición comercial. Las diferentes firmas comerciales, insustituibles patrocinadoras financieras del evento, compiten legítimamente en la ubicación privilegiada, extensión y suntuosidad de sus stands, de acuerdo con su poderío económico y su eventual penetración en el cambiante mercado oftalmológico, tratando de atraer a sus clientes con cortesía y afabilidad, fruto de viejos contactos personales, ofreciendo, junto a la información científica y técnica, un exótico y heterogéneo surtido de presentes. De este modo, junto a objetos de incuestionable utilidad profesional como libros, monografías, folletos y publicaciones diversas, se reparten de forma generosa y masiva extravagantes y peculiares obsequios como bolígrafos, linternas, efímeras calculadoras, radios de bolsillo, máquinas fotográficas, despertadores, convertidores en euros, reglas, tablas, insólitos juegos de bolsillo, camisetas con el correspondiente logotipo mercantil, bolsas, pelotas, balones hinchables, singulares relojes de arena, impermeables, paraguas, juegos de manicura, macetas, vasos, caramelos, chocolatinas, etc., generando en el recinto un ávido hervidero de congresistas que, ajenos a las auténticas actividades científicas del Congreso, consumen su tiempo en la provisión de los gratuitos cachivaches. 51
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Al insaciable congresista no le importa inclusive concursar a un superfluo trofeo aún a costa de la paciente espera en una larga y animada cola, que suele culminar con la embarazosa búsqueda del imprescindible vale, pertinazmente emboscado en el interior de su flamante cartera congresual, entre una interminable hojarasca de certificados, invitaciones y folletos. Tras el incesante acopio de material, las voluminosas y colmadas bolsas, generosamente ofrecidas para la ocasión, deben ser regularmente «descargadas», en los más insospechados recovecos del recinto, so pena de constituirse, a lo largo del día, en una merecida penitencia por la desmesurada ambición de tan abundantes como inútiles adminículos. Al margen de este enloquecido jolgorio ferial, evocador de un dominical y bullicioso baratillo, el oftalmólogo novel o debutante, apropiadamente ataviado para el trance que, con lógica ilusión, presenta sus primeras comunicaciones, elaboradas y ensayadas con minuciosidad hasta el más mínimo detalle, contempla decepcionado la inexplicable vacuidad de una espaciosa sala de conferencias, mínimamente ocupada por residentes y escasos compañeros solidarios. La penosa y frustrante realidad le permite constatar, finalmente, su ingenuo terror escénico ante la utópica posibilidad de una sala abarrotada de curiosos y cáusticos oyentes o su injustificado recelo ante la supuesta y lógica presencia o la imprevisible intervención agresiva de quienes, por su trayectoria y biografía personal, debieran estar interesados en el tema y que, en algún caso, disfrutan de una merecida fama de implacables críticos. Entre tanto, sin embargo, los ausentes y desinteresados espectadores que, con su presencia en las salas, debieran dar sentido al Congreso, pululan sin rumbo por la exposición y sus aledaños, compadreando en alborozadas tertulias, entre efímeros saludos y triviales charlas de pasillo, saboreando sabrosos canapés en nutridos y gratuitos ambigús que, con largueza, se ofrecen en los espaciosos locales comerciales o porfiando, sin desmayo, en el acaparamiento de objetos superfluos, brindados por doquier. No cabe duda que los Congresos ofrecen la posibilidad de un valioso e inmediato intercambio de conocimientos en el mutante mundo científico, que su perioricidad permite actualizar nuestra fragmentada y siempre inconclusa formación profesional, que brindan la oportunidad de gratos y fértiles encuentros personales con antiguos y emergentes colegas y que deben admitir la programación de ciertas actividades lúdicas que los liberen de su agotadora y tediosa seriedad, en las que incluso tienen cabida determinados obsequios banales ofrecidos con largueza por las casas comerciales, pero no parece aceptable que, por un desbordado derroche, se alejen gradualmente de su principal quehacer científico, desfigurándose en un competitivo, lastimoso y anómalo zoco.
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