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J. Belmonte Martínez

Los trabajos y los días. Reflexiones acerca de la Oftalmología y su praxis

La cirugía virtual

A

bordar un órgano tan pequeño y delicado como el ojo y tratar de repararlo es sin duda una de las retos más fascinantes y admirados de la cirugía y posiblemente uno de los más vigorosos estímulos vocacionales que conduce al futuro oftalmólogo a decidirse por la especialidad. El aprendizaje de una cirugía tan precisa requiere, además del imprescindible conocimiento de la anatomía ocular y del análisis de todas las etapas de las técnicas, de las maniobras y la instrumentación adecuada, el disponer de determinadas cualidades, muchas de ellas comunes con la mayoría de las restantes especialidades quirúrgicas, pero otras más específicamente implicadas con la oftalmología: notable dosis de habilidad manual, ingenio y dotes de observación, capacidad de improvisación, entereza para afrontar los momentos difíciles, espíritu crítico para analizar los propios errores y por supuesto paciencia y humildad para culminar una procedente e inexcusable temporada de aprendizaje, hasta adquirir una aceptable experiencia. Aunque, de algún modo, al buen cirujano lo adornan cualidades innatas, no puede desdeñarse el significativo papel que desempeña ese forzoso período formativo. A riesgo de transgredir el sentido del tópico cabría afirmar, por lo tanto, que el cirujano nace pero también se hace. No basta tampoco la destreza si se minusvaloran otros atributos fundamentales como la meticulosidad, el perfeccionismo, el rigor, el respeto y la consideración al paciente, la sensatez, la prudencia y también una cierta dosis de audacia cualidades que, aunque integrantes y privativas de la personalidad, son a su vez susceptibles de ser inculcadas a lo largo del período de formación profesional donde conocimientos, habilidades y actitudes deben madurar equilibradamente. Por otro lado, si bien la repetición de las maniobras contribuye decisivamente a acrecentar la experiencia, ésta resultará insuficiente si la metodología de trabajo no es correcta. El aprendizaje de la cirugía no es cuestión de cantidad sino de calidad. En este aspecto, la «escuela» donde cada cual se ha educado quirúrgicamente configura un sólido pilar formativo y

Microcirugía Ocular 2005; 13(1): 1-2.

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la observación atenta de los gestos de un buen maestro, que permitirán su posterior emulación, constituye una de las primeras y esenciales etapas en el adiestramiento del aprendiz para su futuro buen hacer. A lo largo de la historia la asistencia a sesiones quirúrgicas de un cirujano experimentado y mucho mejor la implicación como ayudante contemplando con ávida curiosidad, como privativo espectador cada una de las maniobras que su destreza simplifica en apariencia, pero ciertamente complicadas, ha constituido, y sigue siendo vigente, un paso esencial en la formación quirúrgica del oftalmólogo. Esta oportunidad, sin duda la más enriquecedora desde un punto de vista educativo no está, sin embargo, al alcance de todos y resulta difícil de alcanzar, por lo que es preciso procurar otros recursos alternativos de aprendizaje. En este sentido, los medios audiovisuales han contribuido decisivamente a facilitar la divulgación y la enseñanza de técnicas quirúrgicas, de otro modo inobservables para la mayoría, permitiendo acceder al quehacer de excelentes cirujanos sin necesidad de estar físicamente presentes durante su labor. Por su particular estructura el ojo es susceptible de ser observado a través de un microscopio cuya capacidad de magnificación facilita acceder a los más mínimos detalles de sus diversos componentes. Su incorporación a la cirugía ocular ha supuesto pues no sólo un gigantesco progreso en las maniobras, otrora imposibles con el ojo desnudo, sino la posibilidad de captar fotográficamente ese mismo escenario operatorio permitiendo contemplar, a los privilegiados espectadores pasivos, los pormenores de su curso, los detalles de las maniobras, la comprobación de sus eventuales incidencias, su resolución y su feliz o desafortunado desenlace final. Tanto los asistentes a un quirófano oftalmológico como también aquellos cómodamente instalados en una sala de conferencias, pueden comprobar, a través de los monitores, de forma inmediata, simultáneamente con el cirujano y su ayudante, enfrascados en los oculares de su microscopio quirúrgico, los más ínfimos detalles de la operación, sin alterar el funcionamiento de la sala de operaciones. Estas vastas posibilidades de los medios audiovisuales han permitido incorporar en las reuniones científicas sesiones de cirugía en directo que discurren entre la morbosa atracción que suscita a los ávidos asistentes la posibilidad de contemplar las habilidades de un acreditado cirujano y sus inesperados aprietos que le rebajen de su pedestal conduciéndole al implacable mundo real que todos padecen y la lícita pero irresistible vanidad de los indiscutibles protagonistas que, cual valerosos gladiadores, aceptan el reto de demostrar sus cualidades, aún a riesgo de verse sometidos a público escarnio y someter sus coronarias a un peligroso embate. Más allá de la legítima crítica que puede suscitar el espectáculo y de lograrse su culminación sin incidentes, razonable objetivo de todos los presentes, la cirugía en directo tiene siempre la virtud de confirmar el buen hacer y la entereza de un cirujano o poner en evidencia sus carencias con 104


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independencia de sus resultados. Cualquier oftalmólogo con experiencia detecta de inmediato, en estas circunstancias y al margen de que surjan o no complicaciones intraoperatorias, el buen hacer de otro colega con observar tan solo algunos detalles de su escenografía quirúrgica, del «tempo», precisión y minuciosidad de sus maniobras y de su comportamiento ante situaciones inesperadas. Bastan igualmente unos minutos de observación para constatar que otro, pese a salvar con éxito los obstáculos, no posee esos atributos, una inoportuna pestaña en el campo operatorio, un movimiento intempestivo basta para delatarlo. En cirugía ningún gesto es gratuito ni casual. El diseño de todos los instrumentos y su eventual aparición en el campo operatorio está siempre justificado para una determinada función. La simple postura de las manos para lograr su utilización adecuada es un detalle a veces imperceptible para el profano pero de trascendental significado y difícil de ocultar al experto. Aún constituyendo una poderosa arma educativa los medios audiovisuales adolecen de una importante virtud que, contrariamente, ofrece la cirugía en directo: la ausencia de manipulación de la realidad. La capacidad de alterar las imágenes y el sonido, de trastocar su secuencia, herramienta fundamental del montaje cinematográfico desde sus comienzos, es un recurso cada vez más ampliamente aplicado en diversas actividades del mundo de la información, del espectáculo, de la publicidad, del cine y del sonido fundiendo en un todo imperceptible la realidad y la ficción. Sus incontrolables límites permiten los más descarados fraudes. A veces, una vez desenmascarados, son ampliamente criticados, en especial si se traducen en fotomontajes institucionales engañosos, escandalosos retoques cosméticos o actuaciones en apariencia prodigiosas pero, sobre todo, plantean serios problemas cuando se aplican con idéntico descaro en el mundo científico y singularmente en la cirugía, en los que la verdad debe prevalecer siempre por encima de lo aparentemente deslumbrante y correcto. En los certámenes científicos y en los medios de información pública la proyección de filmaciones quirúrgicas aportan un singular atractivo. Sin descartar su valor docente para mostrar los pasos de una técnica quirúrgica dirigida al especialista o de divulgación para informar a los ciudadanos de los cauces por donde discurre el progreso de la ciencia, es evidente, sin embargo, que las razonables limitaciones de tiempo que impone su presentación (rara vez sobrepasan los 10 minutos de duración) difícilmente garantizan que las imágenes reflejen la realidad de lo acontecido en una mesa de operaciones. La capacidad de maquillaje es inagotable con lo que el observador, profano o incluso profesional, asiste al desarrollo de una intervención supuestamente impecable con una combinación de sentimientos que vacilan entre la injustificada admiración, el resignado complejo de torpeza y la reprimida envidia ante la perfección de las maniobras y su exquisita ejecución, con la frustrante evidencia de que jamás logrará personalmente realizar lo que espectacularmente se ofrece a sus ojos y confiadamente contempla como realidad. 105


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La videocirugía posee sin duda un enorme valor didáctico y suple, en gran medida, la imposibilidad de asistir personalmente al escenario operatorio de los buenos cirujanos, pero hay que contrastarla con la propia experiencia y, contemplada en su justa medida, suplir con la imaginación los tiempos clandestinos y las más que posibles incidencias y complicaciones que un hábil montaje ha podido escamotear de modo subrepticio, induciendo de otro modo a imitarla ingenua e imprudentemente y tener presente que la realidad de la labor quirúrgica con la que nos enfrentamos cotidianamente por desgracia se aparta bastante de la que con hermosas imágenes nos ofrece la cirugía virtual.

Experiencia de Scheiner.

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