J. Belmonte Martínez
Los trabajos y los días. Reflexiones acerca de la Oftalmología y su praxis
La fiabilidad de la información científica
E
l imparable impacto de la informática, aplicada tanto en el campo de la información y la comunicación como en el conjunto de conocimientos propios de las actividades científicas e industriales, ha sacudido en las últimas décadas al mundo biomédico. No cabe duda de que asistimos a un fulgurante período de desarrollo tecnológico que al crecer con la velocidad de un impetuoso torbellino, nos impide comprender su significación y valorar su auténtica trascendencia, no sólo en el ámbito de nuestro mundo presente sino incluso en un próximo e imaginario devenir. Durante siglos la escritura impresa ha constituido el vehículo esencial de transmisión diferida de las ideas y los pensamientos, en tanto que el lenguaje oral ha servido esencialmente como soporte de la información inmediata, como vía de difusión de comportamientos y como medio de transferencia de hechos culturales o principios éticos. La aparición hace más de una centuria de la telefonía y la radio introdujo en las relaciones humanas un desconocido elemento revolucionario y transcendental. Pese que en el mundo biomédico contribuyó también a agilizar las comunicaciones interpersonales, su repercusión como medio de propagar los conocimientos fue, sin embargo, relativa. Durante el presente siglo, por lo tanto, el libro y la revista científica fueron el soporte básico de la comunicación científica. Aunque en sus comienzos los ordenadores limitaron esencialmente su papel al control informático de los centros tutores y expendedores de la información y la cultura, la posterior llegada del ordenador personal a la propia mesa de trabajo, introdujo un valioso y hasta entonces inédito utensilio, para hacerlo tan imprescindible en la actualidad, que su carencia limita seriamente nuestra actividad dejándonos en ocasiones casi inermes. El simultáneo imparable progreso de la reprografía, la impresión y los medios audiovisuales, han impulsado paralelamente las posibilidades de edición de la información escrita o visual, en cantidad, calidad y rapidez, y a ha tenido, como consecuencia inmediata, la incesante multiplicación, abrumadora e incontrolada, de la literatura científica, que de forma inclemente y contumaz inunda nuestro buzón y abarrota nuestras finitas estanterías. Médicos y profesores de antaño, prestigiosos y sagaces conocedores de su quehacer, culminaban su trayectoria profesional científica y académica, como mucho,
Microcirugía Ocular 1997; 5(4): 1.
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son unas pocas decenas de publicaciones, realizadas laboriosamente y, por lo general, muchas de ellas, fruto de una idea original, de la reflexión, profunda de un problema y de la revisión exhaustiva de sus antecedentes, fácilmente accesibles por la ilimitada bibliografía. En la actualidad, muchos jóvenes colegas han alcanzado y superado ese listón de trabajos publicados antes incluso de finalizar su propia formación como especialistas, por lo que no es de extrañar que, ante un hecho tan disparatado e ilógico, la calidad y singularidad de algunos de ellos sea ciertamente cuestionable, sin que la espiral en el ambicioso afán de publicar a toda costa parezca detenerse por el momento. La tecnificación de la Medicina en general y en especial en la Oftalmología, ha introducido un componente adicional importante en este confuso panorama de la Ciencia, al ofertar y permitir la intervención de otros intereses comerciales ajenos a aquella. Las revistas convencionales incapaces de asumir la demanda y de transmitir con suficiente inmediatez las nuevas y más recientes aportaciones del saber, se ven reemplazadas por otros procedimientos de soporte escrito, de difusión más fluida, como los folletos, los periódicos o los llamados «tabloides». El riesgo científico que entraña esta particular literatura médica es considerable pues, por su propia esencia, se trata de publicaciones no contrastadas, eximidas del control riguroso de su contenido y en las que resulta difícil garantizar la veracidad, exactitud y fiabilidad de los datos, certificar el riesgo/beneficio de los procedimientos o técnicas propuestos o legitimar en sus connotaciones deontológicas o éticas el material y métodos, por lo que en manos de personas con limitada formación científica, escasa capacidad crítica e incluso poco escrupulosas en su quehacer profesional, pueden constituir un conducto informativo opcional, por su superficialidad, potencialmente peligroso. Muy recientemente la incorporación de Internet al arsenal de los inagotables recursos informáticos que ofrecen los ordenadores personales, ha incrementado de forma impresionante los canales de comunicación ya existentes lo que, sin duda, revolucionará irreversiblemente dichos sistemas. No obstante, a mi entender, este formidable instrumento debe ser considerado, en el momento actual, en su justo alcance a nivel científico, es decir, estrictamente como un ultramoderno sistema de comunicación y recopilación bibliográfica que viene a complementar y mejorar otros que antaño cubrieron con gran eficacia su misión transmisora, como el correo, el teléfono o más recientemente el fax, aunque exista un elemento diferenciador importante frente a aquellos como es su accesibilidad, inmensa capacidad de acumular información y facilidad de difusión. En efecto, el correo convencional no ha logrado superar sus limitaciones de coste y rapidez, a través del teléfono cualquiera pude comunicarse con rapidez y libertad, aunque exclusivamente ante otro interlocutor y, finalmente, el fax puede ser sólo enviado a un número limitado de abonados. El correo informático e Internet han superado pues los obstáculos de transmisión de información de antaño respecto a su volumen de almacenamiento y universalidad, aunque no tanto en la inmediatez. Como contrapartida, es evidente que su propia vastedad le faculta a transmitir todo, tanto infor18
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mación fiable como auténticas falacias, cuando no imágenes o documentaciones marginales, que inclusive rozan los límites cuando no trasgreden nítidamente las leyes. No existe pues un control de Internet, en su interior cabe todo y en este sentido, pudiera considerársele como la versión universalizada y ultramoderna del ágora griega o en su más vulgar interpretación anglosajona, del Speaker’s Corner del Hyde Park londinense, donde cada cual pude decir lo que desee, aunque en este caso su autorregulación deriva de la limitada audiencia de unas pocas docenas de personas dispuestas o no a escuchar a un espontáneo y, por lo general, pintoresco orador. Pero si el intento de controlar una potente y virtualmente peligrosa herramienta como Internet capaz, por el contrario, de acceder a una audiencia potencial de millones de personas, en un flamante y polémico objeto de debate, al pugnar abiertamente con el concepto de libertad imperante en las actuales sociedades democráticas, a nivel científico no cabe duda que ese negligente control puede resultar particularmente arriesgado, pues aun no siendo aceptable en términos legales, por el momento, impedir o limitar la difusión de cualquier documento de naturaleza científica, si cabe presumir una desigual credibilidad a la información que propaga, siendo por ello preciso advertir de los riesgos de la aceptación sin más de sus afirmaciones, en tanto no se arbitren otros mecanismos que permitan establecer la validez de los mensajes. Como antaño hicieran los sufridos radioaficionados que, incomprendidos por el resto de los mortales y tras largas horas de pertinaces intentonas, inasequibles al desaliento, gozaban de escuchar débilmente la voz de un desconocido interlocutor en Sidney o las Montañas Rocosas, jóvenes y más maduros entusiastas «internautas», en progresiva fase de adicción, disfrutan hoy lícitamente de una variopinta oferta de información biomédica, cual enciclopedia de inagotables páginas que discurre a través de la pantalla de los cada vez más poderosos ordenadores personales, agrupándose incluso en clubs de incondicionales consumidores que polemizan entre sí sobre temas en ocasiones de discutible interés científico. Mientras tanto el libro, convencional pero entrañable compañero, fruto de la reflexión sosegada de un autor experimentado, pero sobre todo la revista médica especializada de reconocida solvencia, custodiadora de trabajos de investigación selectos, contrastados y evaluados por revisores expertos, independientes y anónimos, continúan siendo la referencia básica para el conocimiento serio y profundo de una disciplina científica, como en nuestro caso la Oftalmología, cuya presurosa mutación en sus contenidos y febril transformación tecnológica, escapa a las posibilidades críticas que permite la lectura superficial del artículo insertado en un «tabloide» u otras publicaciones afines, que a modo de mundanas y populares gacetillas, pueden esconder falsedades e incluso oscuros intereses comerciales o la contemplación de una página de Internet, bellamente ilustrada a todo color, donde junto a la información rigurosa y veraz convive otra más frívola, fruto de la iniciativa espontánea y casi gratuita de un colega, irrumpiendo sobre la pantalla de nuestro ordenador personal, sin que nada ni nadie garantice la fiabilidad y veracidad de su mensaje. 19