Los trabajos y los días. Reflexiones acerca de la Oftalmología y su praxis J. Belmonte Martínez
Epónimos
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e entre las ocasiones que brinda la imaginación humana para el progreso de la Ciencia, la civilización y la cultura, no siempre sus desenlaces más brillantes derivan de hipótesis complejas o profundamente elaboradas sino que, en ocasiones, son el fruto de una intuición o de una observación accidental, certera y genial, aunque engañosamente trivial. El estado de bienestar y la sociedad de consumo, de la que disfrutan países desarrollados, está llena de ejemplos, en especial en el mundo empresarial, donde no es infrecuente comprobar como personajes, aparentemente carentes de una sólida formación académica, triunfan de manera arrolladora con ideas tan simples como adosar un palito a una bola de caramelo, lograr una firmísima unión entre dos cintas que disponen de una superficie rugosa dispar, substituir la pluma de un instrumento de escritura por una pequeña bola metálica, por mencionar algunos de los más destacados, omitiendo otros millares de inventos, no por menos universales, de una también importante repercusión comercial. Tradicionalmente, la sociedad ha recompensado a estos sujetos con un impresionante y rápido incremento de su fortuna que, con lícito orgullo, muestran ostentosamente ante el resto de sus admirados conciudadanos, celosos observadores de su insólita y vertiginosa ascensión social y económica, por el mero hecho de haber sido acometidos, cual caprichosa lotería, ajena a sus virtudes y méritos, por la ventura de una idea inopinada y singular. Pero el mundo empresarial tiene sus reglas de mercado y tratar de censurar los felices avatares del destino de tales personajes, posiblemente justificados por su trascendencia comercial, aunque en claro agravio comparativo con el trabajo, eficaz, prolongado y reflexivo, de otros individuos dedicados de por vida a la investigación y a la experimentación científica, constituye un ejercicio tan inútil e infructuoso como castizamente se rebate el vano empeño de quien pretende instalar puertas en el campo. A su modo, también en el mundo de la Medicina se reiteran estas pautas y, en el vasto espacio de la investigación y el desarrollo médico-quirúrgico y biotecnológico, pueden distinguirse varios grupos de descubridores. Por un lado aquéllos dedicados a las ciencias básicas o clínicas, que ocupan su tiempo en el análisis, lento, callado y riguroso, de los fenómenos biológicos
Microcirugía Ocular 2000; 8(1): 1-2.
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y que raramente se ven recompensados, no ya económicamente, sino con el reconocimiento social o la fama, ordinariamente circunscritos al entorno y los linderos de otros colegas dedicados a quehaceres afines. Por otro lado, los que con impúdica audacia, arrebatan furtivamente a otros colegas sus proyectos, exponiendo sus pensamientos como propios, amparados en su situación privilegiada, su poder o su influencia e incluso obteniendo un inmerecido tributo de honores y fortuna. Otros, los menos, compaginan la intuición de una teoría impar con la profundización reflexiva y laboriosa de su pensamiento singular e innovador, sosteniendo sus hipótesis con tesón durante ininterrumpidos largos años de arduo trabajo, inasequibles a las críticas y a las ideas antagónicas imperantes aunque, con el aval de la indiscutible certeza de su empeño, irremisiblemente, antes o después, son conducidos al limitado reducto de las figuras inigualables de la Historia. Finalmente, en el otro extremo están los que, por el contrario, contribuyen al progreso científico con tan sólo una idea, en apariencia, sencilla y peculiar pero que, pese a su simpleza, puede provocar un giro radical y destacado en el modelo de pensamiento imperante hasta el momento. Si bien en su mayoría suelen verse justamente recompensados con una rápida sublimación profesional, debido a la inevitable y fulgurante repercusión mediática que provoca su descubrimiento, otros por el contrario, menos agraciados por las circunstancias, permanecen en un injusto anominato. Si nos ceñimos a este último grupo, la historia de la Oftalmología está plagada de nombres de personajes que, con ideas aparentemente sencillas, han proporcionado giros trascendentales a la cirugía ocular. Nadie podría negar la relevancia de la iridectomía simple de Von Graefe en el tratamiento de glaucoma de ángulo cerrado, o las valiosas aportaciones a la cirugía del glaucoma crónico simple de las esclerectomías de Lagrange o Preziosi, la iridencleísis de Holt, la ciclodiálisis de Heine, la trepanación de Elliot, la esclero-iridectomía de Scheie, la goniotomía de Barkan, la trabeculotomía de Harms, la sinusotomía de Krasnov, la trabeculectomía de Cairns, la viscocanalostomía de Stegman. En el ámbito instrumental y tecnológico cómo no destacar los avances que supusieron la pinza de Arruga, la ventosa de Barraquer o el criodo de Krwawicz, en la extracción intracapsular de la catarata, la extraordinaria contribución del facoemulsificador de Kelman a la cirugía extracapsular, la genial intuición de la lente de Ridley, la frenética profusión inicial de lentes intraoculares con nombre propio (Strampelli, Barraquer, Choyce, Boborg-Ans, Dannheim, Epstein, Binkhorst, Worst, Kelman, Azar, Shepard, Copeland, Pannu, Dubroff, Hessburg, Shearing, Pearce, Simcoe, Sinskey, Arnott, Kratz, Anis, Kraff, Knolle, Galand, etc.), que reflejan el afán insaciable de diseñar un implante ideal. Tampoco podría discutirse que la queratotomía de Sato, aunque fallida iniciadora, la queratomileusis de Barraquer, sofisticada, compleja y casi inasequible, la queratotomía radial de Fyodorov, la queratotomía trapezoidal de Ruiz, son los cimientos indiscutidos de la moderna cirugía refractiva. Acciones tan eficaces como la zonulolisis enzimática de Barraquer, llevaron a su cenit a la extracción intracapsular de la catarata. 41
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Maniobras tan inspiradas y aparentemente obvias, como la capsulotomía horizontal de Baikoff y sobre todo la capsulorrexis de Neuhann y Gimbel, han revolucionado la más actual cirugía del cristalino. Instrumentos elementales como el «chopper» de Nagahara, reducen notablemente el uso de ultrasonidos y facilitan las manipulaciones intraoperatorias durante la facoemulsificación. Desgraciadamente, creadores de algunas ideas geniales, sospechosamente cercanos, padecen un injusto olvido. Raramente se cita a Morón Salas como el descubridor de la fotocoagulación o a la «pneumocausis» de Domínguez, como pionera de la moderna cirugía del desprendimiento de retina, impunemente plagiada, con el beneplácito del «establishment» editorial anglosajón. No cabe duda que el inevitable y sólido progreso de la cirugía ocular, ya sea a partir de investigaciones anónimas, rigurosas y prudentes, como fruto de observaciones lúcidas o del trabajo y la experiencia quirúrgica cotidiana de muchos oftalmólogos, está jalonado por infinidad de apellidos, que parece inexcusable homenajear con el recuerdo, ya que asaltados providencialmente por una idea sencilla y genial, han configurado con su talento un cambio trascendental a la cirugía oftálmica y su aportación, aun no siendo tan generosamente recompensada como en el dislocado mundo de las patentes industriales, justifica plenamente que su nombre figure en las páginas de nuestra historia, como el inevitable epónimo de su invención.
Al-haythem, via óptica.
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