Guasqueros Argentinos - Un arte vivo

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Guasqueros Argentinos un arte vivo

10 de noviembre al 30 de diciembre de 2016


FUNDACIÓN LAS LILAS

MUESTRA

CATÁLOGO

Presidente Octavio A. Caraballo

Recepción de las piezas Román Mazar Juan Pedro Santillán

Catalogación Armando V. Deferrari

Consejo Asesor Marcos F. Bledel Gonzalo F. Caraballo Juan M. Ochoa MUSEO LAS LILAS

Acondicionamiento de las piezas Juan Pedro Santillán

Dirección Ejecutiva Armando V. Deferrari

Montaje Armando V. Deferrari Román Mazar Juan Pedro Santillán

Dirección Administrativa Trixie Kleine

Iluminación y sonido Walter A. Rossi

Curaduría Marcos F. Bledel

Investigación y textos Segundo Deferrari Corrección Luciana Falibene Fotografía y diseño Segundo Deferrari Ayudante de fotografía Román Mazar Juan Pablo Poggi Walter A. Rossi Juan Pedro Santillán

Agradecemos a Alejandro Álvarez; José Amadori; Raúl Amadori; Eduardo Bailleres; Adela Bancalari; Jaime Benedit; Eugenio Bevillaqua; Pedro Bezmalinovic; Alfredo Bigatti; Rubén Blanco; Marcos Bledel; Oscar Bumade; Alex Calixto; Octavio Caraballo; Claudia Caraballo de Quentin; Juan Carballido; Mercedes Castilla; Celia E. Coppa; Emilio Cornejo; Sebastián Crespín; Carlos A. “Pampa” Cura; Amadeo Deferrari; Raúl Draghi; Luis Engemann; Marcela Farrell; Familia Flores; Luis A. Flores (h); César García; Mariano García Errecaborde; Mario Gardella; Guillermo Giacomantone; Cristián “Toto” Giménez; Martín Gómez; Néstor Gómez; Martín Guerrico; Justa Guevara; Gustavo, Enrique, Ignacio y Lauro Kagel; Ignacio Labala; Pablo Lozano; Jorge Marí; Agustín Martínez; Félix Meineri; Familia Melo; Oscar Melo; Jorge Morfú; Mariano Otamendi; Juan Palomino; Rosaura Pazzaglia; Eduardo Polimante; Patricio Reynoso; Diego Solís; Marcelo Sperati; Cruz Varela; Roberto Vega Andersen; Hernán Zaballa y Sra.; Francisco Zeta Y a las siguientes instituciones: Fondo Nacional de las Artes; Municipalidad de San Antonio de Areco; Parque Criollo y Museo Gauchesco “Ricardo Güiraldes” quienes con su desinteresada colaboración hicieron posible esta muestra Deferrari, Segundo Guasqueros Argentinos - Un arte vivo - 1a ed. Buenos Aires: Fundación Las Lilas, 2016. 200 p.; 21x21 cm. ISBN 978-987-26357-8-7 1. Arte Argentino. 2. Historia Argentina. 3. Costumbres Populares. I. Título. CDD 745.531

Copyright Fundación Las Lilas. Buenos Aires, Argentina. Prohibida la reproducción total o parcial. Queda hecho el depósito que previene la ley 11723. Impreso en Rosario, Argentina, 2016



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Presentación

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por Armando Deferrari

Estimado lector: Es nuestra intención que usted encuentre en el presente catálogo, realizado con un profundo respeto y la mayor seriedad, gran parte de la información disponible acerca de un tema tan caro a nuestras tradiciones como es el cuero crudo y sus hacedores: los guasqueros, sogueros o trenzadores. Parafraseando a Leopoldo Lugones, esta artesanía nace en América ante una necesidad, cuando al primer conquistador español se le rompe la primera rienda o estribera traídas del viejo continente, ante la abundancia de vacunos diseminados por el territorio debieron utilizarlo, acondicionándolo previamente por medios mecánicos. Ya los habitantes nativos de la región preparaban pieles y cueros por este medio que, posiblemente, fuera adoptado por los talabarteros venidos de la Península acompañando las expediciones. A partir de allí se desarrolla un tipo de artesanía que comienza siendo utilitaria y llega a alcanzar niveles suntuarios, manteniendo siempre la norma de usar el cuero sobado, diferenciándose así de otras disciplinas similares existentes en el resto del mundo. Tal fue el protagonismo del cuero crudo que signó un período conocido como la “Cultura del Cuero”, en el que este cumplió un rol protagónico tanto en las viviendas criollas como en el trabajo a campo abierto. El cuero de los yeguarizos que abundaban en nuestro territorio, remplazó al hilo de algodón de la industria talabarteril y fue utilizado en costuras, trenzas y adornos o decoraciones por tener propiedades que permitían su uso y se adaptaban a las necesidades del momento. He aquí la materia prima: el cuero vacuno y el “cuero de potro”, tal como se llamó al proveniente de cualquier yeguarizo. Enjaezar con lujos al montado es el común denominador de todos los jinetes del mundo, sea cual fuere la escuela e independientemente del poder adquisitivo. Para la confección de herramientas de trabajo usadas en las tareas vaqueras en las que, la mayoría de las veces, el jinete jugaba su vida o la de algún compañero de faenas, el material utilizado debía cumplir ciertos requisitos, tales como resistencia a la tracción, durabilidad, facilidad de mantenimiento, flexibilidad y facilidad de obtención; por todo esto, el cuero crudo o sobado fue el elegido. Correones, cinchas, encimeras, estriberas,


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maneas, maneadores, cinchones, atadores, rebenques, arreadores, látigos, boleadoras, riendas, cabrestos, lazos, bozales, cabezadas, tiros y cuartas eran confeccionados con cuero crudo sobado o, en algunos casos, redomoneado (a medio sobar). Mucho aportaron también los carreteros y carreros, encargados del transporte de mercancías y frutos del país hacia todos los destinos del territorio, como así también troperos y domadores. Durante décadas, en la estancia argentina, el soguero fue un personaje generalmente de avanzada edad quien, ya no apto para las tareas “de a caballo”, quedaba relegado a un espacio denominado “el cuarto de las sogas” donde reparaba y confeccionaba prendas para el patrón, el mayordomo y, en algunos casos, para capataces, puesteros y mensuales. Cuando alguno de ellos se destacaba, cobraba fama y muchas veces se mudaba al pueblo cercano para atender los pedidos de sus clientes. Luego llegó el lujo y, con él, la competencia por ver quién lucía mejores “pilchas”; momento en que comenzaron a descollar guasqueros o sogueros en muchas localidades rurales. Más tarde la industria haría un intento por producir esas piezas a gran escala, remplazando el cuero crudo por cuero curtido o salado (de color blanco), contratando muchas veces para sus talleres a “eximios trenzadores”, de cuyas manos salieron verdaderas obras de arte. En la década de 1970 don Luis Albero Flores, a quien dedicamos esta muestra, logró reunir y convocar a la flor y nata del cuero crudo para la exposición de otoño de Caballos Criollos en la Sociedad Rural Argentina; gracias a él, se abre una nueva etapa en esta disciplina. Durante varios años también estuvo al frente de los premios El Guasquero y El Cuarto de las Sogas, entregados en el marco de la muestra anual de Palermo. Allí pude conocer los trabajos de quienes, a mi entender, fueron los sogueros más distinguidos que dio esta disciplina: don Martín Gómez, don Ricardo González y don Rodolfo Sosa. Así siguió el derrotero de don Luis, formador de artesanos –más de seiscientos–, ejemplo de hombre de bien y amigo de sus amigos, recibiendo en vida varios homenajes que lo distinguían como Maestro. Vaya entonces a don Luis este trabajo.


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Retrato de Luis Flores realizado por Daniel SempĂŠ

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Índice Presentación 5 Breve historia del cuero crudo en Argentina

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Definiciones

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Apuntes sobre la preparación del cuero crudo

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Uso del cuero crudo a lo largo de la historia

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América precolombina

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Encuentro de dos mundos

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Tehuelches

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Desde la época colonial hasta nuestros días

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San Antonio de Areco

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Catálogo 54 Ecuestres

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Uso personal y utensilios

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Artesanos extranjeros invitados

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Fuentes 198

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A fuerza de lezna o punzรณn y con mucha paciencia; yo me dedico a la ciencia de revestir un botรณn. No es fรกcil esta cuestiรณn no se puede andar ligero, mas le aseguro, aparecero, si me ayuda la fortuna, yo le hago un botรณn pluma un esterilla, un barquero.


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Breve historia del cuero crudo en Argentina Definiciones El cuero ha sido utilizado por el hombre y sus antepasados desde la prehistoria hasta la actualidad; diversas culturas se han valido del cuero crudo en la vida cotidiana, en el trabajo y en la guerra. Desde entonces, el tratamiento del cuero no ha cambiado. La propuesta es realizar un breve recorrido desde los primeros indicios de su uso hasta el presente. Antes de comenzar, apuntaremos algunas definiciones y delimitaremos el objeto de estudio. Piel: órgano extendido sobre el cuerpo del animal, que sirve de protección externa. En los vertebrados, está formado por una capa externa o epidermis y otra interna o dermis. Una vez retirada del animal, la piel comienza el proceso de descomposción por acción de enzimas propias y microorganismos externos. Cuero: material estabilizado obtenido de la piel, cuyo proceso de descomposición es reducido o anulado por la acción del curtido. Curtido: proceso de conversión de la piel en un material resistente a la acción de microorganismos comúnmente denominado cuero. Cuero crudo: la piel recién obtenida contiene entre un 50 y 70 % de agua y es un medio propicio para la proliferación de microorganismos que suelen causar su deterioro. Por debajo del 30 % de humedad, la multiplicación de estos microorganismos cesa, y entre el 15 y 10 %, su actividad se detiene y la piel se vuelve imputrescible. Así, una desecación alrededor de esos valores será suficiente para conservar una piel seca. Asimismo, la acción antiséptica de diversos tratamientos a base de sal, humo, cal, cenizas, etc.,

contribuye al control de microorganismos que puedan dañar el cuero. Si la piel seca es untada con materia grasa, esta ocupa los espacios entre las fibras, fijándose y repeliendo el agua, manteniendo los valores de humedad de manera tal que también evita la proliferación de microorganismos. A su vez, la aplicación de grasa a una piel seca, conjuntamente con la fricción mecánica, torna a la misma maleable ya que la grasa se ubica entre las fibras y permite la separación entre ellas. Generalmente se denomina cuero crudo a varios estados del cuero entre los que se encuentran la piel seca sin ningún tratamiento, el cuero seco tratado con grasa y el cuero seco tratado con grasa y ablandado por medios mecánicos. Este último es también llamado cuero sobado. En resumen, consideramos cuero crudo al material obtenido de la piel estabilizada mediante el secado, a la que se le pueden aplicar tratamientos antisépticos y diversas sustancias orgánicas. Dentro de este análisis se incluirán también aquellos materiales orgánicos, tales como tendones, nervios, intestino, estómago, vejiga, etc., que suelen utilizarse solos o en conjunto con el cuero crudo.


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Apuntes sobre la preparación del cuero crudo Con el fin de conocer algunas de las técnicas utilizadas en la preparación del cuero crudo a lo largo de la historia, y no siendo este un manual técnico que pretende abarcar todos los pormenores del tema, brindamos un recorrido sintético, sin ahondar en detalles o particularidades regionales, por las formas más usuales de transformar la piel en cuero crudo. Según su preparación, el cuero presenta una variedad de estados que van desde rígido y duro hasta suave y maleable. Resistente al desgarro y al desgaste, puede contener o soportar la acción del agua y la humedad. Es aislante térmico, provee amortiguación a los golpes y puede ser moldeado. La tarea de convertir la piel en cuero comienza en el momento de desollar el animal. El proceso debe hacerse con sumo cuidado a fin de evitar daños. La forma de extracción depende del animal y de la finalidad del material. En animales pequeños, es posible sacar la piel entera realizando un corte en el cuello y, en caso de ser necesario, en extremidades y cola. El resultado es una bolsa de piel con cuatro o cinco orificios que puede ser utilizada para colocar objetos en su interior o para ser inflada con aire. Esta modalidad de extracción en nuestro territorio suele denominarse “sacado en bolsa”. También pueden obtenerse bolsas más chicas sacando el cuero de una extremidad. En animales más grandes, o cuando se buscan otros resultados, la piel puede ser sacada en una sola pieza realizando un corte a lo largo de la parte inferior y en los miembros, o cortando y retirándola en diferentes segmentos. A su vez, del cuero entero fresco pueden extraerse tiras más delgadas de diferentes maneras. Una de ellas es el corte en espiral, que permite obtener una tira larga de material. Esto puede hacerse con la totalidad del cuero o con una

parte del mismo. Según el animal, la piel presentará diferentes espesores en las distintas secciones. Estas variaciones suelen tenerse en cuenta en el momento de la segmentación, ya que los distintos espesores del producto final condicionan o direccionan el tipo de uso que se le dará. Una vez que la piel fue extraída, es necesario limpiarla y remover los restos de grasa y/o carne que pudieran quedar adheridos. La materia obtenida puede ser utilizada sin otra preparación, dejando que se seque de manera controlada, o ser sometida a diferentes formas de tratamiento que estarán determinadas por el uso y la finalidad; en el siguiente apartado citaremos algunos de ellos. En las distintas secuencias del tratamiento de la piel para su conversión en cuero intervienen elementos y sustancias que pueden ser utilizados solos o en combinación con otros. A continuación, nos detendremos en aquellos tratamientos que responden a la preparación de lo que suele denominarse cuero crudo. Posiblemente el tratamiento con grasa y/o humo haya sido una de las primeras técnicas utilizadas por los homínidos para evitar la putrefacción de las pieles. Uno de los principales tratamientos para la conservación del cuero es el secado. En los lugares secos y relativamente cálidos, la forma más común es el secado al aire, durante el cual se produce un intercambio de humedad con el ambiente que deshidrata el cuero hasta obtener un 15 % (o menos) de humedad. En caso de que la temperatura o la humedad del ambiente no lo permitan, este proceso puede ayudarse con la acción indirecta del fuego. Si el cuero es expuesto al humo, además del secado


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por calor y de recibir los efectos antisépticos de este, se produce una serie de transformaciones que alteran su composición. La velocidad del secado es importante, ya que si no se produce con suficiente rapidez, la descomposición puede alterar sus cualidades e inutilizarlo, y si es muy violento, puede secarse sólo la capa exterior dejando el interior húmedo, lo que favorece la acción degradante de los microorganismos. Si la temperatura es muy elevada, se da una drástica contracción del cuero –de hasta un tercio de la superficie original– siendo este proceso irreversible. El secado al aire de grandes segmentos de cuero se realiza sujetándolos en todo su perímetro con una sucesión de estacas en el suelo, o con clavos sobre una superficie plana o con sogas en un bastidor, de manera tal que toda la superficie quede expuesta a la acción del aire. En el caso de los cueros cortados en tiras, estas se extienden entre dos o más puntos, dejando que el aire pase libremente por las dos caras. Otra opción para el secado es la utilización de elementos astringentes que sequen progresivamente el cuero, tales como la sal o la ceniza. Esta técnica, habitual en climas excesivamente húmedos y templados que dificultan el secado natural, suele estar acompañada por diferentes efectos secundarios que alteran la composición del cuero, llegando incluso a inutilizarlo para determinadas funciones. Cuando la remoción del pelo es necesaria, es posible proceder con el cuero seco o con el cuero húmedo. En el primer caso, se busca que el cuero seco presente la menor cantidad posible de rugosidades, por lo cual en el proceso de secado deberá tensarse correctamente. El pelo se puede rasurar con un elemento cortante o mediante la combinación de un elemento romo y algún material abrasivo. En el segundo caso, el cuero húmedo puede ser rasurado con un elemento cortante, o bien proceder a la liberación del pelo por descomposición, hinchamiento de las fibras o a través del accionar químico de diferentes sustancias. Las herramientas utilizadas para el rasurado son variadas, aunque todas

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se caracterizan por presentar un filo largo, considerado el más apropiado para esta tarea. En el pasado se utilizaron sustancias cuyo funcionamiento técnico se desconocía. Posteriormente estas fueron estudiadas, aislados los procesos y reproducidos con productos artificiales; tal es el caso del uso primitivo de la ceniza o la orina en los procesos de pelado. Para el pelado en húmedo se coloca el cuero en un baño líquido con una o varias sustancias hasta que el pelo salga por acción mecánica. En el proceso de descomposición, se busca la liberación del pelo por la acción de enzimas provenientes del propio cuero o de preparados orgánicos agregados. Estos procedimientos pueden ocasionar que se pierda la epidermis –es decir, la primera capa del cuero– o provocar la disolución de las grasas a partir de la acción de los solventes. El cuero ya pelado se lava y estabiliza, quedando listo para las próximas etapas. Si se trata de cuero curtido, el proceso continúa mediante el uso de taninos y minerales, y si es cuero crudo, simplemente se deja secar. El cuero seco, pelado y desgrasado, sin ningún tratamiento, es quebradizo y translúcido. En este estado es usado para numerosos fines en los que la rigidez y resistencia son factores importantes. Para evitar que la humedad del cuero ascienda a valores que puedan reactivar la acción de los microorganismos, es posible tratarlo con grasas. Existen numerosas técnicas para volver maleable el cuero crudo; la mayoría se basa en la combinación de la acción mecánica –flexión, torsión, plegado, etc.– y la aplicación de humedad y/o grasas. Estas últimas penetran y se fijan entre las fibras, evitando que vuelvan a juntarse, dando por resultado un cuero relativamente seco, flexible e impermeable. En la transmisión controlada de humedad se utilizan varios métodos que tienen en común la gradualidad en el traspaso; por ejemplo, la exposición del cuero a la humedad de la mañana (rocío) o poniéndolo bajo tierra. A medida que avanza el proceso de


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ablandado, el cuero, inicialmente translúcido, se opaca progresivamente. Las grasas utilizadas suelen ser de origen animal y pueden estar emulsionadas. También es común el uso de órganos, como cerebro e hígado, y huevos de aves. Los tendones, usados para sujetar uniones o en la confección de hilo para costuras o elaboración de cuerdas, se extraen enteros del animal, se secan y se separan los paquetes de fibras hasta obtener las unidades del grosor deseado. Posteriormente se pueden hilar las fibras obtenidas o humedecer para utilizarlas como ataduras. Los intestinos, usados para tareas similares, son extraídos y limpiados y, una vez removidos los restos de grasa, pueden abrirse y secarse para la extracción de tiras.

Para llevar a cabo todas estas tareas se utiliza un número reducido de herramientas. Para extracción, recorte, rasurado y segmentación, se usan herramientas de corte de diferentes materiales y características. En aquellas culturas donde no se desarrolló la metalurgia, estas tareas solían realizarse con material lítico, hueso o madera. Lo mismo sucede con las herramientas para perforación y la realización de costuras. En las tareas de limpieza, remoción de restos de carne y/o grasa, procesos de ablandado y separación de fibras, se utilizan raspadores y martillos de piedra, madera o metal.


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Uso del cuero a lo largo de la historia Por ser el cuero un material orgánico delicado y susceptible a la degradación en ambientes de humedad elevada, son escasos los restos arqueológicos que pueden contribuir a la reconstrucción de su historia. A partir del estudio de vestigios indirectos, los especialistas han elaborado numerosas hipótesis acerca de los posibles usos del cuero en tiempos prehistóricos. A continuación haremos un breve recorrido desde los primeros indicios de su uso hasta el siglo XV, detallando algunas cuestiones técnicas y brindando ejemplos que ilustren las diversas facetas de su uso. Antes de la aparición del hombre moderno, los primeros homínidos que parecen haber utilizado las pieles de los animales habitaron en África hace más de dos millones de años y pertenecieron al género Australopithecus. Poseían una dieta que incluía carne y desarrollaron las primeras herramientas cortantes a partir de piedras que les permitieron la manipulación de las pieles. En la medida que los homínidos fueron desarrollando diversas habilidades y herramientas, las pieles fueron tratadas para adaptarse a una innumerable cantidad de funciones dentro de la vida cotidiana, tales como la elaboración de vestimenta, la construcción de refugios o viviendas móviles y la confección de bolsas para guardar o proteger objetos.

Entre los primeros usos de la piel de animales se encuentra el de brindar abrigo y protección. Existen registros arqueológicos de más de 40 000 años de antigüedad que confirman la existencia de agujas de coser, y pinturas rupestres de más de 20 000 años que muestran figuras humanas con diversos tipos de prendas. La reconstrucción de la vestimenta de un enterratorio del Paleolítico Superior, con una datación aproximada de 25 000 años, da cuenta de técnicas avanzadas de elaboración de prendas realizadas en cuero que incluyen un elaborado trabajo con cuentas cosidas. La confección de vestimenta de cuero estaba determinada por la disponibilidad de la materia prima y las condiciones particulares de cada región. Así, se podía usar tanto el cuero pelado, sin tratamiento (por ejemplo, para la confección de calzado) como capas de cuero con pelo, obtenido a partir de diferentes procesos para volverlo impermeable y maleable.

Antes de la aparición de los textiles, las pieles proveían a los homínidos de grandes segmentos de material de fácil manipulación. La gama de tamaños y espesores disponibles en los cueros era muy amplia: los mamíferos grandes, adultos, brindaban cueros grandes y pesados, mientras que los mamíferos jóvenes o de menor tamaño proporcionaban cueros pequeños y livianos. A su vez, el corte en espiral permitía la extracción de largas tiras. Aguja de coser de hueso - Francia - 17 000 a 10 000 a. n. e.


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La pieza de cuero crudo de mayor antigüedad, entera y en buen estado, fue hallada en un yacimiento arqueológico ubicado en una cueva de Armenia y se calcula que su edad es de entre 5.637 y 5.387 años. Se trata de un calzado realizado en una sola pieza de cuero de bovino o porcino, con ojales en la parte superior por donde eran ajustados al pie mediante un cordón.

tipos de pieles animales fueron utilizadas en la confección de sus prendas, armas y utensilios: en la capa, el taparrabos y las polainas se usaron cueros de cabra y oveja curtidos con grasa y humo, cosidos con hilo de fibras de tendón; el sombrero es de piel de oso marrón; los zapatos, de fragmentos de piel de oso y ciervo, y el cinturón, de cuero de ternera. Este último tiene, en una de las mitades, costuras realizadas con una tira de cuero, que envuelven los bordes y sirven en parte para fijar un segundo cuero superpuesto sobre la base, a modo de bolsillo. La otra mitad del cinturón posee dos filas de perforaciones por donde pasan sendas tiras de cuero conformando una serie de ojales ajustables. El hacha de bronce se encuentra sujeta al mango con una tira de cuero crudo. En el cuchillo, la hoja de sílex está unida con tendón y el mango presenta una tira de cuero con ojal que permite sujetarlo al cinturón. Posee un carcaj de cuero de corzo con un bolsillo realizado con tiras de cuero. Dentro del carcaj se encontraron, entre otras cosas, dos tendones enteros, probablemente conservados para un uso posterior. Entre sus pertenencias había además un objeto, cuyo uso se desconoce, conformado por varias tiras de cuero crudo torzadas y un disco de mármol perforado.

Zapato de cuero - Armenia - 3500 a. C.

Otro de los testimonios más antiguos es Ötzi, una momia de más de 5.000 años, hallada en la frontera entre Austria e Italia. El análisis de sus pertenencias, además de brindar información sobre la vida y las costumbres durante la Edad de Bronce, da cuenta de la importancia del cuero en dicho período. Distintos

Detalle del cinturón de Ötzi - Italia - 3300 a. C.


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Es posible que el tratamiento con grasa y/o humo fuera una de las primeras técnicas usadas por los homínidos para evitar la putrefacción de las pieles. Por entonces se utilizó también el curtido vegetal y la ceniza, aunque sin comprender su funcionamiento. En el Neolítico, con el advenimiento de la agricultura, aparece el curtido con cereales y, posteriormente, en diferentes culturas, el curtido con minerales y otras sustancias. Los procesos de curtido están documentados desde el Antiguo Egipto, hace más de 5.000 años.

o animales jóvenes, o cueros de las extremidades, también sacados en bolsa. En combinación con madera o fibras vegetales encontramos cestos o canastos.

Al ser el cuero crudo seco un material liviano y fácil de transportar, fue usado por los pueblos nómades o seminómades de la prehistoria para fines domésticos y cotidianos. Hay testimonios de más de 100 000 años de antigüedad de su uso para cobertura de viviendas, además de otros ejemplos que datan de la Edad de Piedra. Las tiras de cuero crudo eran usadas para unir partes de la estructura y los cueros entre sí. El cuero crudo, en combinación con madera, hueso y otros materiales, se usó en la confección de muebles tales como asientos, camas y baúles; estos últimos podían ser solo de cuero.

Uno de los usos más destacados del cuero fue la elaboración de ataduras o fijaciones. Podemos encontrar esta técnica aplicada a diversos elementos cortantes construidos con madera y sílex, tales como cuchillos, flechas y lanzas. Combinado con otros materiales –piedra, hueso o metales– se utilizó también en la fabricación de mazos, hachas, raspadores, elementos de labranza y herramientas.

El cuero crudo fue ampliamente utilizado en la fabricación de instrumentos de percusión, en especial, los membranófonos; ya sea para confeccionar o tensar el parche o membrana, para unir las partes o como adorno. En el caso de los cordófonos, las tiras de cuero o intestino eran usadas para fabricar las cuerdas.

Odre de cabra - África

Antes de la aparición de la alfarería, o en zonas donde esta no tuvo un desarrollo significativo, el cuero crudo, solo o en combinación con otros materiales, fue muy usado en la elaboración de utensilios domésticos. Para la fabricación de bolsas o contenedores, además de vejigas, estómagos, intestinos y ubres, se usaba el cuero completo, sacado “en bolsa”, de nonatos

Tejido para amarra de hacha - Egipto - 1353 a 1336 a. C.


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Las ataduras se realizaban sujetando los objetos con el material fresco (cuero crudo, tendón o intestino) y luego se las dejaba secar. Las formas y técnicas de atar variaban según el tipo de cuero y la cultura, siendo las más comunes aquellas realizadas mediante una sucesión de vueltas sobre los objetos. Entre las más complejas encontramos los amarres tramados, realizados en Egipto durante el período amarniense (1353 a 1336 a. C.). Entre las armas primitivas elaboradas con cuero crudo encontramos la honda para lanzar piedras, cuya manufactura puede presentar desde una simple tira de cuero crudo sin pelar, hasta elaboradas combinaciones de trenzas y cuero. Entre las armas arrojadizas podemos mencionar aquellas construidas con una piedra y una tira o trenza de cuero, utilizadas por numerosas civilizaciones a lo largo de la historia. En ocasiones, estas contaban con un palo o una segunda piedra que facilitaba la sujeción. Las cuerdas de los arcos podían ser elaboradas con cuero crudo, hilo de tendón o intestinos; en una tira, torcido o trenzado. Existió también una gran variedad de elementos de defensa elaborados con cuero crudo. Los escudos, de diferentes tamaños y formas, podían estar realizados totalmente de cuero o combinados con madera, y, generalmente, presentaban adornos o representaciones alusivas en el frente. Los modelos de armaduras o protectores más comunes contaban con uno o dos fragmentos de cuero que cubrían el pecho y la espalda; aquellos más elaborados estaban realizados con escamas de cuero crudo de diferentes tamaños, combinadas con tela o cuero más fino, que permitían mayor movilidad y resistencia.

Armadura de escamas de cuero crudo - Escita - 800 a 300 a. C.

En el mundo antiguo el cuero se utilizó para proteger el exterior de las torres de asedio. Los laterales que enfrentaban al enemigo estaban construidos con pesadas maderas recubiertas con cuero crudo, generalmente mojados con agua o vinagre para evitar que fueran prendidos fuego. En Roma existían sistemas de protección para las tropas conformados por una estructura de madera en forma de galería, cuyos lados estaban recubiertos con cuero crudo. Durante el Neolítico se produce, en distintas zonas y de manera relativamente simultánea, la domesticación de plantas y animales. En este período muchas comunidades dejan de ser exclusivamente recolectoras


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y se vuelven productoras, lo que contribuye a una mayor disponibilidad de cueros. A fines del Neolítico comienzan a aparecer grupos de artesanos que se ocupan de tareas específicas. En las primeras etapas de la domesticación, los animales eran criados para la producción de alimentos y materias primas; posteriormente, se desarrolla el uso de la fuerza. Estos nuevos escenarios demandan nuevos útiles y herramientas, en especial, para la sujeción y el control de los animales. Los primeros elementos usados en la domesticación de los antepasados del caballo, destinados antes para el tiro que para la monta, fueron: sogas ahorcadoras, anillas nasales con cuerdas y bocados de cuero (3.000 a. C.). Al mismo tiempo, se desarrollaron mejoras significativas en los arneses para optimizar la fuerza de tracción de los animales. Aparece el yugo de madera que permite atar, mediante sogas de cuero, dos animales en yunta para tirar de un mismo carro. Posteriormente se desarrollan elementos de control más complejos, como la muserola y la cabezada (1600 a. C.). La silla de montar con armazón de madera se difunde entre los siglos IV y III a. C. Para su confección, los artesanos empleaban diversas clases de cueros, entre los que se destacan el cuero crudo y el semicurtido, por su resistencia y poder de sujeción.

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En el Antiguo Egipto, durante el período amarniense, el cuero crudo fue usado en la construcción de carruajes para unir diferentes partes de la estructura, atar los segmentos de la rueda o en la construcción del piso; contribuyendo a que estos sean más livianos y menos frágiles. También se usó en el proceso de fabricación de embarcaciones. Algunos de los modelos más comunes eran los construidos con una estructura de madera recubierta con el cuero entero, o los flotadores, realizados con las pieles enteras sacadas en bolsa, atadas y rellenas con aire. Estos generalmente iban unidos a una plataforma de madera. Existen testimonios que dan cuenta del uso del cuero como soporte para la escritura desde el siglo III a. C. El término pergamino, usado para designar el cuero preparado para tal fin, hace referencia a la ciudad de Pérgamo, un importante centro de producción de este material. Para su elaboración se usaron diferentes especies animales, en especial, cabras y ovejas. El proceso, en su versión más simple –que, por otro lado, no ha presentado variantes significativas con el paso del tiempo– consistía en la remoción de carne, grasa y pelos con la ayuda de baños de cal y diversas herramientas, secado en bastidores y lijado de ambas caras hasta obtener un espesor homogéneo y una superficie apta para la escritura. Posteriormente se podía aplicar yeso u otras preparaciones, según la finalidad a la que estuviera destinado. Con el paso del tiempo, principalmente en las zonas más pobladas y desarrolladas, la utilización del cuero crudo queda relegada a casos específicos, donde es insustituible, tales como ataduras y fustes de sillas. Hacia fines de la Edad Media, diversas culturas, principalmente de América, África y Asia, utilizan de manera asidua el cuero crudo en su vida cotidiana. Entre ellas, se destaca la cultura Tuareg, cuya influencia en las actividades ecuestres peninsulares es notoria.

Miniatura de un carro tirado por bueyes - Asia Menor - 2700 a 2000 a. C.


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América precolombina El uso del cuero por parte de los distintos pueblos americanos variaba significativamente según la disponibilidad de las materias primas, las condiciones ambientales y las necesidades de cada lugar. A lo largo de todo el continente surgieron culturas con una destacada industria en torno al cuero. La llegada de los europeos, a partir del siglo XV, implicó un cambio significativo en la vida de la mayoría de los pueblos originarios. El entorno y las costumbres se vieron modificadas, entre otras cosas, por la introducción de especies foráneas, de materiales y técnicas desconocidas y, fundamentalmente, por el establecimiento de nuevas relaciones comerciales y de poder. A continuación realizaremos un breve recorrido por algunos de esos pueblos, haciendo hincapié en los del extremo sur, tal como se hallaban entre los siglos XV y XVI, analizando su relación con el cuero crudo.

de mayor poder simbólico, se obtenían mediante trueques en regiones distantes; tal es el caso de la coraza de cuero de caimán y mono encontrada al norte de Chile, en el desierto de Atacama. Este tipo de prendas, en las que la función práctica se superponía a la simbólica, eran generalmente usadas por sacerdotes o chamanes en ceremonias y rituales, o en contextos de transmutación de los combatientes, quienes –mediante danzas, invocaciones, uso de alucinógenos, etc.– se “convertían” o tomaban los poderes de animales y divinidades antes de entrar en el combate.

En las tribus nómades y seminómades se implementó la división de tareas por género para el procesamiento del cuero. Por lo general, los hombres cazaban y desollaban los animales, mientras que las mujeres preparaban el material. La confección de los trabajos dependía en parte del uso de los mismos, siendo las armas y herramientas elaboradas por los hombres, y los útiles, vestimenta y vivienda, por las mujeres. A lo largo de toda América, los cueros de diferentes especies animales se usaron en la confección de vestimenta y protección de guerreros y sacerdotes. En algunos casos, las pieles de animales salvajes eran utilizadas con pelo y/o partes del animal (cabeza, garras y cola). Dependiendo de la geografía, se utilizaron cueros de felinos (tigre, puma, jaguar, gato montés), zorros, osos, serpientes, águilas y cocodrilos, entre otros. Algunos de estos cueros, en especial, los

Coraza de cuero de caimán decorada con recortes de piel de mono Lasana - 1000 a 1450 d. C. - Museo Chileno de Arte Precolombino


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En el extremo norte del continente habitaban distintos pueblos agrupados bajo la denominación común de esquimales. Estos utilizaron cuero, estómago, intestinos y tendón de foca, morsa y reno, entre otros. Entre los métodos de preparación se destaca el uso de la orina y, en menor medida, las sustancias orgánicas (cerebro e hígado). Encontramos su uso en la construcción de viviendas (tiendas) y vestimenta, así como también en utensilios (bolsas, líneas de pesca y redes) y medios de transporte (canoas y trineos). Resultan llamativos los impermeables realizados con intestinos de foca; las líneas de pesca, con cuero de foca o morsa obtenido con la técnica de sacado a vueltas; y las bolsas de cuero de foca, sacado entero.

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En el territorio actualmente conocido como Estados Unidos, las materias primas para la elaboración de productos de cuero se obtenían de distintas especies animales, principalmente de mamíferos, tales como búfalos, ciervos, alces y osos, aunque también se registró el uso de reptiles, aves y peces. Para la ornamentación de las piezas se usaban pigmentos o cuentas, y también, dientes, colmillos y caracoles, formando diseños geométricos o motivos antropo y fitomorfos. Cuando el cuero no era utilizado crudo, se lo trataba con sustancias orgánicas (cerebro, hígado, orina) o con aceites y sustancias vegetales. Estos procedimientos podían complementarse con el curado con humo. El cuero crudo se usó para fabricar objetos que exigían resistencia y durabilidad, tales como armaduras, escudos, zapatos, embarcaciones, viviendas, baúles y amarras para armas o herramientas.

Capa de intestino de foca - Alaska - 1908 - Pitt Rivers Museum

Par de parfleches (recipientes) - Sioux - 1880 - The Metropolitan Museum of Art


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En Centroamérica y parte del norte de Sudamérica, se utilizó el cuero de manatí o vaca marina para la confección de látigos, escudos y cuerdas. Estas últimas, obtenidas con la técnica de sacado a vueltas, eran utilizadas, entre otras cosas, como líneas para el arponeo. El cuero de lobo marino se usó a lo largo de toda la costa del Pacífico, en el extremo austral del continente y en la costa atlántica patagónica. Existen registros de balsas realizadas con este material durante el primer milenio después de Cristo; estas constaban de dos tubos de cuero impermeabilizados, atados y unidos a una plataforma, e inflados para mantener la balsa a flote. Este tipo de cuero también se usó en la fabricación de líneas de pesca o arponeo, utensilios y en la construcción de viviendas y, entre los yámanas, en la fabricación de capas y aljabas. Los cueros de foca y nutria fueron usados por varias culturas para realizar, entre otras cosas, utensilios y prendas de vestir.

hace unos 4.000 años; además de sus cueros, se usaban pelo, piel, carne, sangre, tendones, intestinos, huesos y estiércol. Uno de los primeros usos del cuero de camélido fue en la confección de prendas que iban desde simples capas de piel con pelo hasta mantos de cueros cosidos ricamente decorados, incluyendo delantales, sandalias, zapatos y botas.

Calzado de piel de guanaco - Ona - 1907

En aquellos pueblos que desarrollaron la industria textil, los tejidos fueron desplazando al cuero en la confección de vestimentas. Los cueros de camélidos, con o sin pelo, formaron parte de la vivienda, tanto en el mobiliario familiar como en la fabricación de lechos y puertas. En las estepas, además, sirvieron para fabricar toldos y resguardos. También se usaron en la confección de bolsas, sacos y cuerdas de uso cotidiano, y de armas e implementos de protección para la guerra; mientras que con los tendones e intestinos se fabricaban cuerdas hiladas o trenzadas.

Cuerda para arpón de lobo marino - Alakaluf - 1907

A lo largo de América del Sur habitaron diferentes familias de camélidos, que tuvieron un rol importante en el desarrollo de numerosas culturas sudamericanas. Se estima que las primeras domesticaciones ocurrieron

Cuerda para arco de tendón de guanaco - Yagán - 1907


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En el sur del continente los cueros, intestinos y tendones de mamíferos, medianos y pequeños, se usaron para múltiples fines, en especial, los de felinos (yaguareté, puma, gato montés), ciervos o venados, zorros, zorrinos, antas, nutrias, maras, y también, los de aves como el ñandú. Solos o en combinación con otros cueros, eran empleados en la fabricación de viviendas, vestimenta y utensilios. Los cueros de zorrino y nutria eran muy apreciados entre los tehuelches.

Capa de plumas de ñandú - Aoniken - Museo Chileno de Arte Precolombino

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Encuentro de dos mundos En el siglo XV, luego del llamado “descubrimiento de América”, se dio inicio a un profundo proceso de cambio y reestructuración en la gran mayoría de los pueblos originarios. Una gran parte de la población desapareció durante los primeros años de la conquista, mientras que la mayoría de los sobrevivientes fueron absorbidos por el sistema de encomiendas o confinados a los estratos más bajos de las sociedades coloniales. Las acciones bélicas, la escasez de los recursos hasta entonces disponibles, junto con el intercambio comercial y la introducción de nuevos materiales y especies, dieron lugar a transformaciones sociales y políticas que, entre otras cosas, alteraron la producción de las artesanías en cuero.

Cristóbal Colón (detalle) - Theodor de Bry - 1594 - Biblioteca Nacional de Francia


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Tehuelches Dada la importancia que tuvo el cuero crudo dentro la cultura tehuelche, nos detendremos a analizar su uso en las comunidades de la Pampa y Patagonia tras la llegada de los europeos. Parte de la zona sur de América del Sur se encontraba ocupada por el conocido complejo tehuelche que incluye a los tehuelches septentrionales (guenaken), los tehuelches meridionales (penken y aoniken) y los onas (selknam y haus). Este entramado de pueblos nómades vivía de la caza y la recolección. El guanaco y el ñandú eran su principal fuente de alimentos y les brindaban materia prima para vestimenta, vivienda, utensilios, armas y elementos de defensa. Los conquistadores y expedicionarios europeos introdujeron nuevas especies en el territorio americano. Los equinos y bovinos, dos de las especies que más rápidamente se diseminaron, provocaron grandes cambios en la vida de las poblaciones originarias. Sus cueros, al igual que los anteriormente citados, fueron ampliamente usados por los pueblos de las zonas pampeana y patagónica. A lo largo del siglo XVII los tehuelches septentrionales y meridionales, los guaikurúes (Chaco), los mbayá (Chaco Boreal) y los charrúas (Uruguay) adoptaron el caballo modificando en diversos aspectos su forma de vida; los grupos humanos se ampliaron, sus territorios se extendieron y su movilidad mejoró notablemente. En el marco del choque cultural con los conquistadores, las actividades económicas de los tehuelches septentrionales y de los guaikurúes se volvieron depredadoras, al mismo tiempo que sus aptitudes guerreras se potencian y mejoran, al igual que sus armas y elementos de defensa. El progresivo dominio del caballo, proveedor de materia prima y alimento, generó la demanda de nuevas herramientas, tales como monturas y elementos de control y dominación.

Entre los testimonios consultados, se destacan tres relatos que nos aportan un importante caudal de datos acerca de las técnicas utilizadas por estos pueblos para trabajar el cuero crudo. Sus autores son el francés Auguste M. Guinnard (1832-?), quien fuera cautivo durante tres años (1856-59); el marino inglés Charles Musters (1841-1879), quien realizó un viaje de más de un año, en 1869, con un grupo de tehuelches entre los que se encontraban los poderosos caciques Orkeke y Casimiro Biguá; y el fugitivo inglés James Radburne (1874-?), quien, desde su llegada en 1892, interactuó larga e intensamente con los tehuelches. El primero de ellos, Guinnard, da cuenta del gran desarrollo que alcanzó la artesanía en cuero entre los distintos grupos de tehuelches: Aparte de su crueldad, estos indios eran laboriosos e inteligentes. Los arneses de sus caballos, compuestos por una brida, silla de montar y estribos, son curiosos especímenes de su industria; estos están trenzados con tal perfección que es difícil creer que son obra de sus manos. Para comenzar, veremos algunos detalles de los implementos ecuestres utilizados por los tehuelches. El fuste de las monturas usadas por los hombres era de madera y constaba de dos tablas unidas por arzones, todo sujeto con tiras de cuero. El conjunto estaba retobado con cuero de guanaco (generalmente aplicado fresco) cosido con tendones. Sus medidas aproximadas son: 40 cm de largo, 30 cm de ancho y 26 cm de alto. Dos orificios en la parte superior del arzón anterior sirven para pasar las tiras de cuero que sujetan los estribos. Para el armado completo de la


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La montura de mujer, de diferente confección y finalidad que la del hombre, constaba de dos cilindros de cuero rellenos con lana o textiles viejos, de un largo aproximado de 60 cm y un diámetro en los extremos que oscilaba entre los 20 y 30 cm, disminuyendo en el centro a 10 o 15 cm. Los cilindros, colocados uno a cada lado, se separaban del animal y del jinete con diversos cueros y tejidos. El conjunto era sujetado por una cincha, generalmente de una sola pieza, de cuero con pelo, adornada.

Montura tehuelche - Museo Etnológico de Berlín

montura se utilizaba una serie de telas y cueros, tanto arriba como debajo de la silla, con la finalidad de proteger al caballo y al jinete. Estos cueros podían ser de guanaco (según Musters, “de dos años de edad”), puma, ñandú u oveja. El conjunto se sujetaba con una cincha, que podía estar realizada con una tira de cuero de ancho variable o varias tiras –entre 10 y 20– torzadas.

Montura tehuelche de mujer- 1890 - Museo del Muelle Branly - Jacques Chirac

Los bozales, usados en las tareas de doma, estaban hechos con tiras de cuero simple, torzados o trenzados. Las riendas, fabricadas con tiras de cuero, podían ser de dos tapas planas, de dos o tres elementos torzados, o de seis, ocho o más elementos trenzados. Para su confección se utilizaban tiras de cuero bovino, equino y de guanaco (cogote o lomo). Para obtener tiras más largas, el cuero se cortaba “a vueltas”, en resorte o en espiral. El cuero de toro era muy estimado para la confección de maneas y otros elementos del apero.

Jinete tehuelche (detalle) - ca. 1885 - Patagonia


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Entre los elementos usados por los jinetes están los rebenques o chicotes, confeccionados con un mango de cuero o de madera cubierto con cuero –generalmente, cola de vaca– que en un extremo poseía dos trenzas usadas para azotar o producir ruido, y en el otro, una manija que podía articularse con una argolla; y las espuelas que, cuando no eran todas de plata, estaban construidas con varillas de madera con una punta aguzada y un cuero en el otro extremo. Diferentes sogas o elementos de sujeción fueron elaborados en cuero. Los más sencillos eran tiras de cuero simple; los más largos estaban cortados en espiral del cuero entero o de un segmento del mismo. Para obtener mayor resistencia y rigidez, se confeccionaban cuerdas de varios elementos torzados –de uno a tres– o trenzados –de cuatro, seis y ocho–. Estos últimos son los conocidos lazos, cuyo largo era de 18 metros o más. El tipo de cuero variaba según la finalidad y la región. Las sogas sencillas podían ser de bovinos grandes; para las trenzadas se utilizaba el cogote de guanaco sacado entero y cortado a vueltas. Radburne nos ofrece un interesante relato sobre la elaboración de los lazos:

Lazo de cuero de guanaco (?) - Patagonia - ca. 1890 Museo del Muelle Branly - Jacques Chirac

Casi todos los lazos se hacían del pescuezo del guanaco hembra, y es que el del macho es mucho más grueso y también disparejo [sic] y lleno de cicatrices de las peleas ya que se muerden muchos unos a otros. Para hacer un lazo uno necesita ocho pescuezos. Por lo general se trenza todo de seis hebras, excepto la parte a una brazada de la argolla, que es de ocho hebras. Esta se hace más fuerte de manera que el lazo sea más pesado en ese extremo y pueda lanzarse mejor al lacear. También esa parte del lazo tiene mayor uso con la argolla corriendo en ella, por lo que necesita ser algo más fuerte. Para el extremo donde va la argolla y en el otro que se usa para abotonarlo a la cincha, se necesitan dos pescuezo y los otros seis dan ocho. Da mucho trabajo hacer estos lazos. Primero hay que matar los ocho guanacos y sacarles el pescuezo. Después se deben pelar y sobarlos a mano, lo que lleva bastante tiempo. Después se cortan las tiras o tientos, lo que es también un largo trabajo y uno debe tener mucho cuidado en que el cuchillo no resbale, si no se puede echar a perder un pescuezo. Este se saca como una manga y uno corta en espiral de manera de obtener una larga tira de cada uno. Después de cortar la tira, cada una debe ser emparejada y los bordes exteriores, suavizados. Cuando se ha hecho todo esto ellos comienzan a trenzar. Son muy cuidadosos en esto, de manera que los tientos calcen bien en su lugar. Usan hígado de avestruz o de yegua, que primero asan, después lo golpean y lo mezclan con agua. Usan esto a medida que trenzan. Si no terminan de trenzar en un día, pone la pasta sobre todo esto. Por lo general les toma tres o cuatro días. Son muy cuidadosos en envolver bien el lazo para que no se seque cuando lo guardan, ya que el trenzado resultará desparejo.


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Dentro de las armas de los tehuelches, las boleadoras, usadas como armas arrojadizas tanto para la caza como para la guerra, podían ser de un solo elemento (bola perdida) o de dos o tres elementos de tamaño variable. La bola perdida –es decir, que luego no se recuperaba– se fabricaba con una piedra, preferentemente de punta aguda, forrada o sujeta con cuero. Todo el conjunto se ataba a una soga de cuero, de no más de un metro, con un botón o nudo en el otro extremo, a fin de sujetarla al momento de darle impulso. Las boleadoras de dos elementos, pequeños o grandes, se usaban generalmente para la caza de aves menores o de ñandúes, mientras que las de tres elementos estaban destinadas a animales más grandes, como el guanaco y el puma. Con la aparición de los equinos y la necesidad de capturarlos vivos y sin dañarlos, se confeccionaron boleadoras de tres elementos más livianos. Las sogas de las boleadoras, trenzadas o torzadas, podían realizarse con tendón de guanaco o ñandú, o con tiras de cuero de guanaco generalmente cortado a vueltas. El retobo de las boleadoras se realizaba con distintos cueros, siendo de mucha utilidad el garrón. Los materiales constitutivos de las boleadoras podían ser piedra, madera o metales. El metal solía usarse en fragmentos dentro de una bolsita de cuero que, posteriormente, era retobada.

Durante la batalla era común el uso de capas protectoras confeccionadas con cueros de guanaco, caballo, lobo marino o vaca. Las más simples, a modo de capa suelta, eran fabricadas con un cuero; las más complejas y resistentes tenían varias capas (seis o siete, aunque hay referencias de hasta diez o doce) cortadas, superpuestas y cosidas. En algunos casos la última capa era pintada y decorada. Actualmente existen numerosos ejemplares de estas últimas en museos de América y Europa.

Boleadoras - Patagonia - ca. 1890 Museo del Muelle Branly - Jacques Chirac

Representación del cacique Chocorí con su capa (1833) Museo de La Plata


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El testimonio del misionero jesuita Joseph Sánchez Labrador (1717-1798) nos brinda algunas pistas sobre su fabricación y uso: La forma del coleto es como una túnica con cuello bien ajustado, y les cubre hasta la rodilla. Estos coletos en las mangas y cuello no tienen sino solo dos dobleces, o duplicado el cuero; pero en el cuerpo son los dobleces ordinariamente cuatro, que hacen como cuatro hojas, sirviendo la una de defensa y de refuerzo a la otra, y todas de una cota casi impenetrable. En la confección de vestimentas se utilizaron diferentes tipos de cueros. En el caso del calzado, antes de la aparición del caballo, hombres y mujeres usaban una especie de botas elaboradas a partir de un segmento completo de cuero extraído de las extremidades traseras del guanaco. Posteriormente, usando la misma técnica, se fabrican con cuero de equino, aunque también encontramos varias menciones que hacen referencia al uso de cuero de vaca. Para el uso cotidiano y los meses de invierno, se realizaban sandalias y mocasines, estos últimos cubrían todo el pie y tenían el pelo hacia dentro.

Botas de cuero de potro con espuelas - Patagonia Museo del Muelle Branly - Jacques Chirac

Las capas o mantos para abrigo eran generalmente cuadradas, de 1,5 m de lado, y estaban fabricadas con uno o varios cueros recortados. El manto más rústico, usado para trabajar, se confeccionaba con una sola piel de guanaco adulto, con el pelo hacia afuera y sin decoración. En el caso de las capas confeccionadas con varios cueros, estos eran parcialmente sobados y luego cosidos. Según la finalidad de la capa, los cueros podían ser de equino o de guanaco adulto, para las más sencillas, y para las más elaboradas, de guanaco nonato o neonato (entre diez y veinte), de zorrino o de nutria (aproximadamente cincuenta). Una vez obtenido el manto completo, este era sobado hasta alcanzar la maleabilidad deseada. Las capas más elaboradas se utilizaban con el pelo hacia dentro y se pintaban con diseños que respondían a pautas establecidas de composición, de gran carga

Tehuelches frente a su toldo - Patagonia - 1880 Museo del Muelle Branly - Jacques Chirac


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simbólica. Esta tarea que, en el caso de los mantos más complejos podía llevar varios meses, era realizada por una sola mujer o por un grupo de mujeres dirigido por una capera. Cada capa llevaba, en sus detalles y en su diseño, la marca de la capera que la realizaba. Para sujetar las prendas, tanto de hombres como de mujeres, se utilizaban cinturones de diversos tamaños fabricados en cuero, adornados con tachas de metal, bordados o con hebillas. Las viviendas tehuelches, adaptadas a la vida nómade, invariables durante milenios, eran fabricadas con palos de madera y cueros. Para cubrir el toldo se usaban capas realizadas con varios cueros cosidos –entre treinta y cincuenta– de guanaco adulto o potro, cuyos pelos solían conservarse. Para el armado de

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esta capa, se recortaban los cueros hasta formar un rectángulo y se los cosía con los bordes superpuestos, ordenados en sentido horizontal (anca - cuello), paralelos al sentido longitudinal de la manta. Para dividir la vivienda y para cubrirse durante el reposo, se utilizaron cueros de equinos, los cuales eran sobados hasta volverlos completamente maleables. Entre los elementos utilizados por los tehuelches para el esparcimiento, encontramos numerosos testimonios que dan cuenta de su afición al juego de naipes. Estos eran elaborados con cuero crudo de potro pelado, sobre el cual dibujaban figuras similares a las de los naipes españoles u otras con características propias.

Tienda de campaña temporal argentina, llamada Toldo, que consiste en pieles de guanaco sobre un soporte de madera - Fines de siglo XIX - Carlos Bruch - Smithsonian


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Muchos de los enseres usados en la vida doméstica se confeccionaban con cuero crudo. Los sacos para contener agua, sal, grasa, azúcar, yerba, tabaco, pinturas o colorantes y objetos pequeños se realizaban con cuero, ubre o vejiga de guanaco, ñandú o caballo. Los cueros podían ser doblados y cosidos o sacados “en bolsa” de animales pequeños o de extremidades de animales grandes. En el relato de Guinnard encontramos algunas referencias a la elaboración de sacos con cueros de ñandú u oveja: Para transportar los licores suelen emplear los cueros de carneros, que saben desollar con mucha maña por el pescuezo, para hacer con ellos odres de donde no puede salir una sola gota. También se sirven de los pellejos de las piernas de avestruz, pero prefieren los de los carneros, tanto porque contienen mucho más cuanto porque resisten mejor el galope del caballo, sobre el cual los afianzan con cinchas sólidamente preparadas.

Bolsa de cuero de puma - Patagonia - ca. 1890 Museo del Muelle Branly - Jacques Chirac

Antes de concluir esta sección, describiremos brevemente los procedimientos seguidos por los tehuelches para la preparación y el tratamiento del cuero. El cuero crudo, sin ningún tipo de tratamiento, era utilizado en pocas oportunidades. Una vez muerto y desollado el animal –tarea que recaía exclusivamente en los hombres–, los cueros podían ser cortados en diferentes formas y tamaños. Para el proceso de secado, las pieles enteras o en segmentos grandes se estaqueaban en el piso con maderas o espinas, o se tensaban en un bastidor de tres palos. Este proceso se realizaba a la sombra, protegido de la inclemencias del tiempo (agua, helada, etc.). Durante el secado, se extraían los restos de carne y grasa, y se raspaba la superficie con un fragmento de piedra o vidrio a fin de obtener un espesor parejo. Según el uso al que estuvieran destinados, los cueros podían ser curtidos con grasas, sesos o hígado. Este último podía aplicarse crudo, cocido o mascado, solo o mezclado con grasa o con sal. Para darles ductilidad, podían ser sobados con las manos o con piedras. Eventualmente también se usaron arbustos, como el mastuerzo, para el curtido vegetal de los cueros. Durante el proceso de trenzado se solía utilizar seso o hígado cocido para mantener la humedad y la maleabilidad. En cuanto a la ornamentación, algunas vestimentas eran pintadas con una amalgama de arcilla, sangre, grasa, carbón y diversas tierras o pigmentos. Una vez finalizado todo el proceso, las piezas podían ser untadas nuevamente con grasa y/o hígado a fin de mejorar su resistencia a la humedad.

Lonja de cuero de guanaco - Patagonia - 1907 Museo Americano de Historia Natural, División de Antropología


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Los tendones e intestinos de guanaco, ñandú o caballo, entre otros, se usaban en la confección de hilos para costuras, sujeciones o ataduras y cuerdas. Luego de ser secados, los tendones eran separados en fibras; procedimiento que generalmente se realizaba masticando los mismos (se estima que las enzimas de la saliva colaboran en la tarea). Posteriormente, se hilaban las fibras hasta obtener un hilo del tamaño deseado. Existen numerosas referencias al uso de plumas de ñandú –más precisamente, del canuto de estas– para adornar trenzas y retejidos. Una de ellas la encontramos en Hacia allá y para acá. Una estadía entre los indios mocovíes, 1748-1767, memorias del misionero jesuita Florián Paucke (1719-1780) en las que se narra el encuentro con una población de indios en las cercanías de la ciudad de Córdoba: El cacique Antonius que compareció completamente vestido y en un capote se me acercó y contempló el arreo y el equipaje de mi caballo; se admiró del material de montura; sin decir una palabra más se despidió de mí. Al poco tiempo hizo su segunda visita y me regaló una cincha de cuero bellamente trenzada y una rienda trenzada con dieciséis correas, entrelazadas a ciertas distancias con caños de avestruz teñidos diversamente. Entre las pocas herramientas usadas por entonces para el trabajo en cuero, podemos mencionar los perforadores o aleznas de espinas, huesos y metal usados para coser. Las piedras duras eran utilizadas para sobar y raspar los cueros y aplanar las costuras, y las piedras arenosas o abrasivas, para rebajar y pulir el cuero y emprolijar las costuras. Como herramientas de corte, originalmente se usaron lascas de sílex; más tarde, con la llegada de los europeos y a partir del intercambio comercial sostenido con estos, se difunde el uso de cuchillos de metal.

Mercado indio (detalle) - Emeric Essex Vidal - 1820 Ilustraciones pintorescas de Buenos Aires y Montevideo

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Desde la época colonial hasta nuestros días Durante el siglo XVI varias corrientes de exploradores recorrieron América “descubriendo” y conquistando nuevos territorios con el fin de incorporarlos a las potencias europeas. Numerosos relatos sobre las hambrunas sufridas por los conquistadores dan cuenta de que el cuero crudo, usado para la confección de vestimenta, calzado o equipaje, sirvió también para mitigar la carencia de alimentos. Muchas veces esos conquistadores llegaban al “nuevo” continente con la idea de enriquecerse rápidamente y volver a Europa. Esto dio lugar a dinámicas muy diferentes en la construcción y el crecimiento de los asentamientos europeos, donde, en numerosos casos, prevalecían las medidas precarias o transitorias. En este marco, el cuero crudo resultó un material muy útil a la hora de improvisar soluciones a los problemas surgidos ante la falta o rotura de elementos de uso cotidiano. Muchas veces esas soluciones estaban acompañadas –cuando no eran llevadas a cabo en su totalidad– por los nativos que, en mayor o menor medida, tenían experiencia en el manejo del material. La proliferación del ganado salvaje bovino y equino dio lugar a una gran abundancia y disponibilidad de cueros. Este fenómeno perduró hasta fines del siglo XVIII, momento en que comienza a declinar, hasta interrumpirse por completo a mediados del siglo XIX. En 1760, Antoine-Joseph Pernety, integrante de la expedición a las Islas Malvinas de Louis Antoine de Bougainville, deja la siguiente relación de lo visto en la ciudad de Buenos Aires: La carne no les cuesta más que el trabajo de matar un toro, sacarle el cuero y cortarlo en trozos para después preparar la carne. El cuero de toros y vacas sirve para hacer bolsos de todo tipo y para cubrir parte de sus casas. Estos

cueros son tan comunes que, en las calles poco transitadas, en las plazas y en los muros de los jardines se encuentran pedazos dispersos. El cuero crudo también fue usado para suplir la falta de hierro y otros materiales para la construcción. En la edificación de las viviendas siempre estaba presente, ya sea como tiras para amarrar las maderas de las estructuras o para improvisar puertas y ventanas o separadores. Paucke, quien llega a la Misión de San Javier en 1752, así describe la situación de las construcciones de la reducción: Mi vivienda y la del Padre Burges como la iglesia no tenían paredes sino que estaban rodeadas por cueros frescos de buey pero el techo de la iglesia era de paja y el techo de mi vivienda era también de cuero crudo. En el relato acerca de cómo construyó un nuevo altar para la iglesia, da cuenta de las posibilidades de uso de este material: Me tomé el trabajo de levantar un nuevo altar. Ya que la iglesia estaba erigida por puros cueros hice también un altar de cueros del modo siguiente: tomé algunos cueros vacunos frescos, los estiré fuertemente sobre un marco hecho al propósito por palos gruesos para que secaran al sol. Después raspé con una pala afilada los pelos de un lado y la sangre y las venas del otro lado; el cuero se tornó entonces bien blanco por ambos lados tras lo cual yo separé el cuero cortándolo en derredor del marco e hice sobre el cuero el dibujo que corté con mi formón y debajo del cual coloqué papel de diverso color pero el cuero perforado lo tapé


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con fuerte agua de cola que para esto había cocido de pedazos cortados de un cuero. Yo había traído conmigo a la vez desde Córdoba una buena cantidad de vidrio luciente que ellos llaman Talco; una vez quemado éste lo hice pisonear y moler, polvoreé [con él] las figuras bañadas en agua de cola y erigí así el altar que tenía alrededor de tres varas de altura. En el Lazarillo de ciegos caminantes (1773), encontramos ejemplos de otros usos del cuero crudo durante la época colonial: Todas las chozas se techan y guarnecen de cueros, y lo mismo los grandes corrales para encerrar el ganado. La porción de petacas en que se extraen las mercaderías y se conducen los equipajes son de cuero labrado y bruto. [...] También hay muchos sembrados de trigo y maíz, por lo que de día se pastorean los ganados y de noche se encierran en corrales, que se hacen de estacas altas que clavan a la distancia del ancho del cuero de un toro, con que guarnecen la estacada, siendo estos corrales comunes en toda la jurisdicción de Buenos Aires, por la escasez de madera y

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ninguna piedra. [...] Los cubos con que se saca el agua son de cuero crudo, que causa fastidio verlos, pero el agua es más fría y cristalina que la del río. El cuero crudo también formaba parte de la fabricación de asientos, camas y diferentes implementos para las industrias agrícolas y vitivinícolas. Félix de Azara (1742?-1821), en Apuntamientos para la Historia Natural de los quadrúpedos del Paragüay y Rio de la Plata (1802), da cuenta de que a principios del siglo XIX, en la vida cotidiana de la llanura pampeana, el cuero seguía ocupando un importante papel: El ganado suple aquí casi todas las necesidades. [...] Del cuero fabrican todas las cuerdas y sogas, la mayor parte de los utensilios, como canastas y arcas, llamándolas tipas y petacas; y haciendo con un cuero una candileja de cuatro picos, á que llaman pelota, pasan en ella los ríos aunque sean de media milla o más de travesía. Sobre el cuero duermen, con él hacen puertas y ventanas, y muchas veces las casas.

Rancho de un Maestro de Postas (detalle) - Anónimo - Fines del siglo XVIII - Un viajero virreinal


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Durante el siglo XVII las distintas regiones del Virreinato, una vez estabilizadas y cubiertas sus necesidades, comenzaron a especializarse a fin de satisfacer las demandas del mercado andino y otras regiones menores. Paraguay y el norte de la Mesopotamia se afianzan como zona productora de yerba mate. Luego de su elaboración, esta era colocada en sacos de cuero crudo y distribuida por todo el territorio virreinal. En el Diario del Capitán de Fragata de la Real Armada, en el que su autor, Francisco de Aguirre (1772-1811), retrata el paisaje político, social e ideológico del Río de la Plata y del Paraguay en el siglo XVIII, encontramos una completa descripción de la elaboración de los tercios: De un cuero de res de cuenta bien estaqueado, salen dos tercios o una carga; por el espinazo se le da una vara y una pulgada y por un costado la vara justa. Los otros dos lados deben ser paralelos e iguales. Se pone en remojo y estando húmedo se hace el tercio. Primero, se cojen estos dos lados con guascas y después, por una oreja, pasan otros, y con ellas le atan a dos palos y quedan en el aire con la boca arriba. Dos palitos la abren y van echando yerba; la atan hasta medio tercio para no romper el cuero y sobarlo. Entonces aflojan los cabrestos hasta que sienta el tercio en el suelo por parejo y el resto lo siguen atacando por la punta. Después por las orejas le pasan las manijas con que se acaba. Hecho el tercio de dicha medida, sale de siete arrobas y libras bruta de carga de trece arrobas. Para el transporte personal de yerba se utilizaron distintos tipos de bolsas o recipientes de cuero. En el Catálogo de los objetos enviados de la República Argentina a la Exposición Universal de Filadelfia de 1875, encontramos que Fray Juan Alegre, de la provincia de Corrientes, envía “un saco de cuero sobado conteniendo yerba mate, arreglado al uso

de los viajeros de la campaña”; y Matilde Vera, “dos palomitas (?) rellenas de yerba mate, hechas de cuero nonato por la expositora”.

Peon Conduciendo un Tercio de Ierba mate (detalle) Anónimo - Fines del siglo XVIII - Un viajero virreinal

La carretería generó un conjunto de actividades complementarias de gran relevancia para el interior. Las carretas, que podían llevar cargas de hasta dos toneladas, eran construidas solamente con maderas y cuero crudo. Este último se usaba para unir las maderas que conforman la estructura, en las ruedas para aumentar su resistencia y amortiguar los desperfectos del camino, y para la conformación de la cubierta y otros espacios para guardar objetos. La gobernación de Tucumán, beneficiada por la abundancia de madera local y la disponibilidad de ganado, fue uno de los principales centros de fabricación de carretas. Si bien la producción de cuero curtido en las colonias españolas estaba restringida, la insuficiente oferta de los canales legales de abastecimiento determinaron que en varios puntos del virreinato se instalaran curtiembres con el fin de satisfacer la demanda interna. Existen registros


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de esa actividad desde fines del siglo XVI, siendo las zonas de Ayacucho, en el Alto Perú, y Tucumán y Salta, en nuestro territorio, dos de los centros más importantes de producción. La gobernación de Tucumán se especializó además en la elaboración artesanal de arreos para las carretas, mulas y caballos; gran parte de ellos, elaborados con cuero crudo. Los trabajadores eran generalmente nativos, mestizos o negros, y contaban con una importante experiencia en los trabajos artesanales.

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los aprendices que llegan de España ponen tiendas públicas sin ser antes examinados vendiendo las cosas mal hechas y de poca duración”. Un año más tarde, la Casa de Contratación otorga licencia al sillero Sebastián de Acosta para pasar al Perú con la obligación de ejercer su oficio, y en 1555, se le otorga permiso a Agustín de Carrión, guarnicionero.

Carros de transporte de mercancías y pasajeros a través de las Pampas - Peter Schmidtmeyer - 1824

A partir del segundo viaje de Colón llegan a América artesanos de diferentes disciplinas acompañando a los conquistadores. Entre los oficios relacionados con el trabajo en cuero, encontramos los de sillero (encargado de la fabricación de monturas), zapatero y guarnicionero. En 1553, en el Virreinato del Perú, por pedido del sillero Bartolomé de Labanda, se expide una Real Cédula a la Audiencia de Lima para que se nombre a “dos personas hábiles y suficientes” que oficien de examinadores e impidan los fraudes en el oficio, ya que el solicitante había denunciado que “hay muchas personas que usan del oficio de sillero y guarnicionero y que no son hábiles para el oficio,

Para dar un panorama de los materiales usados en la confección de monturas y aperos entre los siglos XVII y XVIII, describiremos algunos de los ítems mencionados en diversos inventarios de ese período, provenientes de la ciudad de Santa Fe. El listado de los bienes dejados por la muerte de Francisco Gómez Ranaval, en 1699, incluye, entre otras cosas, “una silla brida con su cavezilla de plata, caparazón de baqueta de moscobia con cojinillo de terciopelo verde, con bossalexo y pretal, [...] todo de baqueta de moscovia dicha y bordado con seda verde y amarilla”. En el inventario de Francisco Xavier Echagüe y Andía, de 1743, se mencionan “Tres frenos; los dos de ellos con


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cabezadas de vaqueta y hebillaje de plata”. La primera mención de un trabajo de “tiento” –presumiblemente un trenzado–, la encontramos dentro de los bienes inventariados de Juan Francisco de Barragán: “[Un] recado de montar a caballo que se compone de lomillos, carona de suela y jerga, estribos con cantoneras de plata, mandil azul, cincha con argollas, y pellón azul, un freno con copas y cabezadas de tiento”. Es probable que, muchas veces, las piezas de cuero no hayan sido mencionadas en los testamentos en virtud de su escaso valor. Como referencia, sabemos que por aquellos años una mula costaba tres pesos de ocho reales, y un lazo trenzado, solo tres reales. A fines del siglo XVII, las provincias de Córdoba, Santa Fe y la campaña de Buenos Aires, zonas donde abundaban las pasturas naturales pero escaseaba la mano de obra, comenzaron una progresiva orientación ganadera a fin de satisfacer las demandas del mercado interno y del Alto Perú. A su vez, la ciudad de Buenos Aires, puerto semi legal que vinculaba la zona minera con el Atlántico, remitía a Europa algunas partidas de cueros obtenidos en las vaquerías. Esta actividad, centrada en la caza de ganado cimarrón a campo abierto para la obtención de cueros y sebo, se practicó entre los siglos XVI y XVIII en las regiones lindantes con la llanura pampeana, desde Mendoza a Córdoba y Buenos Aires, y fue llevada a cabo por diestros jinetes

–criollos, mestizos e indios– que montaban utilizando un método de equitación propio. Las principales rutas del centro y sur del Virreinato de Perú que se extendían entre Potosí, el puerto de Buenos Aires, Asunción y Chile, eran transitadas por caravanas de carretas acompañadas por tropas de mulas y caballos que transportaban todo tipo de mercaderías. Los arrieros, carreros y troperos debían ir preparados para largos y penosos viajes atravesando la soledad de territorios apenas poblados. Estas circunstancias dieron lugar a nuevas formas de equitación, adaptadas a los largos caminos y a las faenas rurales, cuyos aperos de montar y aditamentos incluían una gran cantidad de elementos fabricados en cuero crudo. Las monturas no poseían borrenes ni arzones altos y rígidos, como las de la gineta, brida o estradiota; antes bien, eran una variante de la albarda usada en mulas y animales de carga a la que se denominaba lomillo. Este tipo de recado, cuyo uso se registra desde fines del siglo XVII, se extendió por la parte sur del Virreinato del Perú. Las piezas que componían el lomillo debían estar preparadas para resistir la rudeza de los trabajos, ya que de su resistencia dependía, muchas veces, la vida del trabajador.

Modo de Carnear en el Campo un solo Peon - Anónimo - Fines del siglo XVIII - Un viajero virreinal


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Junto con la difusión del lomillo, aparecen los comercios dedicados a su elaboración y venta y se hacen más visibles los artesanos que las elaboran. En 1776, estando ya sentadas las bases para la creación del Virreinato del Río de la Plata, el gobernador Juan José de Vértiz y Salcedo mandó realizar un padrón de los oficios de las artes mecánicas con el fin de cobrar derecho de alcabala en las ventas y cambios privados. En él aparecen registrados veinticinco plateros, siete lomilleros, cuatro talabarteros y un estribero, junto con la información correspondiente a la casa y la calle en que estaban radicados los “quartos” donde trabajaban. Entre las cartas de los hermanos Parish Robertson, publicadas bajo el título La Argentina en los primeros años de la revolución (1802), hay una interesante descripción del lomillo usado por aquel entonces:

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Más adelante, John Parish Robertson agrega: “Mi sirviente, gaucho completo y antiguo correo, estaba equipado menos primorosamente pero de la misma manera que yo, con la sola diferencia del sombrero”, demostrando que, independientemente del poder adquisitivo, los aperos eran muy similares. A la descripción anterior le suma el dato, no menos interesante, de que “el freno usado es el común español, con riendas y cabezadas trenzadas por los indios pampas en un estilo combinado de ligereza y fuerza que sorprendería a algunos de nuestros mejores fabricantes de látigos”; dando cuenta de una interesante combinación en el origen de estas prendas.

El apero del caballo era tan adaptado al país como mi traje. La silla de caza estaba substituida por el lomillo, especie de albarda, puesto encima de una gran carona de suela que cubre todo el lomo y las ancas, y hecha con el objeto de impedir que el sudor llegue a la matra o parte superior del recado. Sobre el lomillo se colocó una jerga en varios dobleces para blandura del asiento y, encima de todo, para procurar fresco, un sobrepuesto, pieza de cuero fuerte pero finamente trabajado. El lomillo estaba asegurado al caballo con fortísima cincha de argollas, estirada por correones y que aguanta cualquier fuerza cuando se requiere ajustar los múltiples accesorios. La matra iba asegurada con una sobrecincha de vistoso tejido.

Idilio criollo (detalle) - Pallière, Jean Léon


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Desde los primeros contactos entre europeos y nativos existen registros de trueques e intercambios de productos. El comercio con el amplio grupo de tribus reunidas bajo el nombre de “tehuelches” fue uno de los más activos, y los productos elaborados de cuero fueron el parte del intercambio. Hábiles artesanos, sus trabajos eran comprados por los españoles para uso o reventa. Paucke, en Hacia allá y para acá..., da cuenta de ello: En esto [la elaboración de productos en cuero] los indios son muy peritos maestros, hacen una labor tan excelente que el español más noble se empeña en obtener una rienda india para caballo y de buen grado hace por ella un dispendio de un par de pesos duros. [...] También usan la parte lisa de los cañones de las plumas [del avestruz], la que mondan y tiñen diversamente, luego la entretejen muy hábilmente entre las bridas de los caballos, las que usan los españoles más principales cuando hacen cabalgatas públicas.

El texto que acompaña la obra de Essex Vidal (1791-1861) titulada Mercado indio, reproducida en Ilustraciones pintorescas de Buenos Aires y Montevideo (1820), amplía la información brindada por Lastarria:

Era frecuente que pequeñas partidas de tehuelches atravesaran la zona fronteriza llevando cueros, pieles y excedentes de su producción artesanal para intercambiar en las poblaciones o pulperías. Así lo cuenta Miguel Lastarria, secretario en Buenos Aires del Virrey Gabriel Avilés de Fierro, en un escrito de 1804: Se nos hicieron amigos [los indios de la frontera sur] practicando también su comercio activo de caballos, plumas, peletería, cabestros, riendas, y chicotes trenzados de muchos ramales de cañones delgados de plumas, de nervios, y de cuero, y algunos tejidos bastos de lana. Arriban hasta la misma Capital de Buenos Ayres; se alojan en una casa del primer barrio de la ciudad; donde expenden aquellos efectos, prefiriendo al cambio la venta por moneda; compran en nuestras tiendas y almacenes y se van.

Entre los productos en venta en las pulperías de principios del siglo XIX encontramos varias referencias a piezas de manufactura indígena, muchas de ellas adornadas con canuto de pluma de ñandú. En el testamento del pulpero porteño Antonio Cuello, de 1806, encontramos “unas riendas emplumadas”. Entre los ítems de la pulpería de Juan Conde, de la ciudad de Buenos Aires, testados en 1811, se mencionan: “Seis lazos pampas, 46 torzales pampa, 20 pares de botas pampa, 3 docenas de riendas pampa y 3 pares de estribos emplumados”.

Los dos indios del grabado adjunto se hallan en la puerta de una tienda en el “mercado indio”, como se le llama, y que se halla al extremo sudoeste de la calle de las Torres (Rivadavia), que es la calle central de Buenos Aires, en la cual existe una plaza rodeada de negocios, donde se le compran al por mayor sus productos y se venden después al por menor a los habitantes de la ciudad. [...] Toda clase de trabajos de cuero, canastos, cestos, látigos, lazos, bolas, riendas y cinchas. Exceptuando los dos primeros artículos, estos son hechos con considerable ingeniosidad y prolijidad, especialmente los látigos y riendas, que son de tiras de cuero trabajadas con plumas de avestruz, teñidas de varios brillantes colores.


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Debemos considerar que, entre los pobladores de la campaña, no era extraño encontrar a quienes elaboraran sus propios aperos o, mucho más frecuente aún, a quienes los repararan. Thomas Woodbine Hinchliff (1825-1882) apunta en su libro Viaje al Plata (1863): Sin embargo, cualquiera sea la opinión que se tenga sobre las ventajas de las sillas de montar, pienso que, sin duda, las riendas criollas y las cabezadas de cuero trenzado, son infinitamente mejor que nuestras riendas de suela. La fuerza del cuero crudo que usan es enorme y el trenzar los tientos finos es un arte en el que los gauchos sobresalen particularmente y en el que muestran verdadero buen gusto. Si bien este testimonio no aclara completamente la relación entre la elaboración de las piezas de cuero crudo y los gauchos, resulta evidente que los trabajos son identificados con sus poseedores. Luis A. Flores (1921-2009), en el transcurso de sus trabajos de investigación sobre la artesanía en cuero en nuestro país, iniciados en 1940, conoció a sogueros nacidos en el siglo XIX que, al mismo tiempo, se desempeñaron como trabajadores rurales. Tal es el caso de Zenón Flores, guasquero entrerriano nacido en 1884, quien se desempeñó como tropero y puestero hasta que, siendo mayor para las faenas del campo, comenzó a dedicarse por completo al trabajo en cuero. Al igual que Baldomero Magdaleno, otro guasquero nacido en 1885, quien fuera carrero en su juventud, destacado por elaborar sus propios aperos. Otro reconocido soguero fue Manuel Gutiérrez, cuya vida y obra el mismo Flores investigara en 1969. Los datos más interesantes los obtuvo de su hijo Manuel Gutiérrez (h), nacido en 1884. Gutiérrez, “un soguero sobresaliente”, según Flores, nació en 1856 en la ciudad de Chivilcoy. Trabajó en diversos campos de la zona como encargado, capataz, o por cuenta propia, hasta que, entre 1915 y 1916, se incorporó al personal de la estancia Salalé.

Rebenque y bastón (detalle) realizados por Manuel Gutiérrez - Luis Alberto Flores

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Dice Manuel (h): Mi padre era un hombre de campo, que siempre ocupó puestos de responsabilidad en grandes y medianos establecimientos. Trabajó en sogas, sí, pero solo lo hizo por afición, no para ganarse la vida de ese modo: poseía fino gusto y gran imaginación para crear. ¿Qué cómo había aprendido? En aquella época todo hombre de campo sabía, por lo menos, hacer las guascas más usuales, y si tenía vocación y habilidad, además, no era difícil sobresalir. Mi padre aprendió muchas labores deshaciendo prendas antiguas; era diestro tanto en trabajos finos como en la ejecución de lazos y trenzas gruesas y fuertes. A mediados del siglo XIX el uso del lomillo comienza a declinar dando lugar a una notable diversificación en las sillas y arreos de montar, acompañada de la aparición de regionalismos de estéticas diferentes. A partir de allí se consolidan las principales monturas de la equitación argentina del siglo XX, enumeradas por Justo P. Sáenz (h) (1892-1970) en Equitación gaucha (1940): “Basto o ‘recado porteño’; sirigote o ‘recado entrerriano’; malabrigo o ‘montura chaqueña’; recado cordobés; apero salteño; recado mendocino; y montura malvinera o cangalla chilena”. En la mayoría de estos aperos se utilizan piezas elaboradas con cuero crudo. El basto, una variante del lomillo que no presenta arzones, cuyo uso se extendió en gran parte de la llanura pampeana, fue usado tanto para el trabajo como para paseo o exhibición. A partir de modificaciones posteriores, desaparecen las acioneras para los estribos, y estos se colocan en la encimera, que se ensancha en relación con la usada para el lomillo.

En el resto del país, en concordancia con las distintas geografías, se afianza el uso de sillas rígidas con arzones de diferente altura. A pesar de las variaciones, los componentes básicos del recado, en su conjunto, siguen siendo similares a los del lomillo. El cuero crudo continúa estando presente, en mayor o menor medida, en la elaboración de las distintas variantes. Las encimeras, de diferentes anchos, utilizadas en la gran mayoría de los recados, son de cuero crudo, al igual que los correones, el pegual y algunas cinchas. Ciertos tipos de sillas, como el recado cordobés o el salteño, la montura mendocina, patagónica y sanjuanina, son retobadas, parcial o totalmente, en cuero crudo. A partir del ocaso del uso del lomillo, las lomillerías comienzan a convivir y a mezclarse con las talabarterías hasta prácticamente desaparecer a fines del siglo XIX. Las talabarterías se ocupaban de la confección y venta de sillas de montar y sus arreos, además de los arneses y guarniciones para animales de pecho. Lentamente absorben a los artesanos de distintos gremios dentro de sus talleres. Testimonio de esto son las interesantes palabras vertidas en Diccionario de Buenos Aires, ó sea guía de forasteros (1864): Los trenzadores desempeñan un género de industria esencialmente americana, que consiste en trenzar y tejer tirillas de cuero de vaca ó de potro, con aplicación especialmente á las riendas, bozales, maneas y otras piezas de las que constituyen la montura del país. No insertamos a continuación la nómina de estos industriales, porque sus tejidos se venden en las talabarterías, y no tienen tiendas ni talleres públicos. El crecimiento de las talabarterías puede observarse en las cifras que reflejan los distintos registros. Recordemos, por ejemplo, los siete lomilleros y cuatro talabarteros citados en el padrón de los oficios de las artes mecánicas de 1776. En el Almanaque de comercio


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de la ciudad de Buenos Aires (1830) se mencionan once silleros y talabarteros y cuatro lomillerías. En el Diccionario de Buenos Aires… (1864) las talabarterías llegan a cuarenta y nueve. Es importante destacar que en los primeros registros se anotan los artesanos, y en los siguientes, comienzan a registrarse los locales de venta que agrupan a más de uno. Los datos vertidos por el primer censo nacional, que incluye las profesiones de los censados, nos dan una idea más completa de la cantidad de personas dedicadas al trabajo en cuero durante la segunda mitad del siglo XIX. Dentro de la categoría “Talabarteros, lomilleros, trenzadores, etc.” se encuentran censadas 3501 personas, distribuidas en las siguientes provincias: Provincia Buenos Aires Tucumán Santiago del Estero Córdoba Catamarca Salta San Luis Mendoza San Juan Entre Ríos La Rioja Jujuy Corrientes Santa Fe

Total Capital 664 438 364 344 344 308 300 196 129 126 92 84 57 55

473 214 20 94 14 94 135 31 22 70 5 36 9 4

Interior 191 224 344 250 330 214 165 165 107 56 87 48 48 51

Estas cifras brindan un panorama de la distribución de los artesanos relacionados con el trabajo en cuero en todo el país. En la provincia de Buenos Aires se registran 664 censados, de los cuales más de dos tercios se encuentran en la ciudad de Buenos Aires. En la provincia de Tucumán, la segunda en cantidad de artesanos, advertimos una distribución muy equitativa entre el interior y la capital. Similar es la situación en San Luis y Entre Ríos. En el resto, en cambio, la mayoría de los artesanos están radicados en el interior.

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Para tener una idea de la relevancia de la artesanía en cuero durante la segunda mitad del siglo XIX, y también, conocer las piezas más destacadas y las especializaciones de cada provincia, transcribimos algunas de las descripciones de los objetos enviados por Argentina a la Exposición Internacional de Filadelfia de 1875, incluidas en el catálogo. De la provincia de Buenos Aires, Victorino Balvidares envía “un rebenque trenzado con cerda”; Honorio Valdéz, “un lazo trenzado” y “un par de boleadoras de avestruz”. Eugenio Mattaldi, propietario de Casa Mattaldi, envía “riendas y cabezada con bozalejo y cabresto de cuero, lonja punteada con tientos de cuero de potrillo” y un “rebenque, cosido y trenzado del mismo modo, al uso del país”. De la provincia de Tucumán, la Comisión Provincial envía “dos pares de riendas de anta”, “dos pares de riendas trenzadas cosidas”, “dos pares de riendas blancas”, “dos rebenques”, “un lazo trenzado de cuatro tientos”, “un lazo trenzado de seis tientos”, “una cincha ramal” y “cuatro cabezadas”. De la provincia de Córdoba, la Comisión Provincial envía “un par riendas y cabezadas trenzadas”, “un bozal trenzado”, “cuatro pares de riendas y cabezadas”, “un fiador trenzado”, “tres rebenques trenzados”, “dos rebenques de lonja”, “dos maneas de cuero blanco”, “un látigo trenzado” y “una cincha trenzada”. Entre las talabarterías de la ciudad de Buenos Aires que proveían sus productos a un variado abanico de consumidores, se encontraban grandes tiendas como La Nacional, de Casimiro Gómez, López Berdeal, Casa Arias, Casa Mattaldi y Pasqués Hnos. Algunas ofrecían su mercadería en el interior del país, ya sea adaptándose a los regionalismos o imponiendo las modas de la capital a través de catálogos ilustrados o anuncios publicados en las revistas del país. Las más grandes contaban con talleres propios y también eran provistas por talleres menores o artesanos independientes. Dentro de los talleres era común la división y especialización de las tareas –trenzadores, tejedores, cosedores, etc.– y la organización del trabajo


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bajo la estructura de maestros, oficiales y aprendices. En el estudio sobre los resultados del censo a las industrias, publicado en el Censo Municipal de Buenos Aires (1887), se hace referencia a las transformaciones sufridas por la industria del cuero en aquellos años: La fabricación de artefactos de cuero es una vieja industria en el país; pero las especies de esos artefactos, los procedimientos para fabricarlos, las calidades, el costo de producción, la calidad y clase de las materias primas, el precio, en una palabra, todo lo que les atañe, ha sido transformado por completo. Antes se llamaban lomillerías, y los artículos que de esos talleres salían, correspondían a necesidades y usos peculiares al país; hoy se llaman talabarterías, y los artículos que en ellas se fabrican, son en un todo iguales a sus similares europeos. Esta industria es importantísima, y entre las noventa y siete casas que consignan los boletines de este censo hay fábricas perfectamente organizadas, y con una completa maquinaria moderna y un numeroso y bien remunerado personal. Casi toda la materia prima que se consume en esta industria es nacional, siendo esta también una de las industrias en las cuales la mayoría de los operarios son argentinos. En la misma publicación se informa que en la ciudad fueron censados 1.122 talabarteros, de los cuales más de la mitad figuran como extranjeros, cuyo salario mensual estimado era de 60 pesos. Algunos datos sobre La Nacional, empresa del español Casimiro Gómez (1854-1940) y una de las más sobresalientes en su rubro, nos permiten conocer las dimensiones de las industrias donde gran parte de estos talabarteros trabajaban. La historia de Casimiro Gómez en Argentina comienza hacia fines de la década de 1860, cuando llega a Buenos Aires y se emplea en la talabartería del catalán Agustín Palmés, con cuya

hija se casa, convirtiéndose en 1875 en propietario de la misma. En 1878 crea La Nacional, una “industria progresista”, según una nota que le dedican en Caras y Caretas, y establece una importante curtiembre para abastecer a sus talleres. La curtiembre llegó a ocupar dieciocho mil metros cubiertos y proveía de materiales a innumerables talleres del país y el exterior. Los talleres donde se elaboraban parte de los productos a la venta, ubicados en pleno centro porteño, llegaron a contar con más de doscientos operarios calificados (maestros o aprendices). Además de las ventas en la casa central y por catálogo, surtía de productos al ejército nacional y a la policía argentina. Su importancia como empresario fue tal que llegó a ser presidente de la Unión Industrial Argentina, entre 1901 y 1903.

Anuncio de La Nacional de Casimiro Gómez (detalle) - 1919


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Los catálogos y publicidades de las talabarterías de principios del siglo XX muestran una gran diversidad de productos de cuero crudo y curtido, además de un amplio abanico de precios. La publicidad de la Talabartería y Lomillería de Liborio Pérez, “única casa especial en artículos de cuero crudo, especialidad en trenzados fino”, aparecida en Caras y Caretas en 1901, resulta un buen ejemplo de ello: “La gran fábrica de artículos de viaje y con el objeto de dar la mayor facilidad posible a mi numerosa clientela para los pedidos que tan a menudo recibo de la campaña publica un listado de productos con un rango de precios comprometiéndose a remitir lo que mi favorecedor me pida como asimismo a cambiarlo si no fueran del agrado del interesado”. A continuación mencionaremos algunos de sus precios, teniendo como referencia que el precio de tapa de la revista Caras y Caretas en ese momento era de 20 centavos. Los juegos completos de cuero crudo –presumiblemente compuestos por bozal, cabresto, cabezada y riendas– presentan un rango de precios que va de 5 a 80 pesos, y los trenzados, de 7 a 120 pesos. Las riendas sueltas cuestan desde 80 centavos a 18 pesos. Uno de los rangos más amplios y, por consiguiente, de mayor diferencia entre el trabajo más sencillo y el más complejo, es el del conjunto de cincha y encimera, que parte de 3,5 pesos y llega hasta 120 pesos. Un dato interesante es el que brinda la aclaración al pie de página, donde se indica que los mismos productos elaborados con cuero curtido tienen un 20 % de descuento en relación a los de cuero crudo. Estimamos que esa diferencia de precio está relacionada tanto con el costo del material como con el esfuerzo que demanda el trabajo en cuero crudo. En 1921 se publica El trenzador sudamericano - Método práctico para la enseñanza del arte del trenzado en general, del uruguayo Augusto Diego León Berruti (1868-1937), primer libro donde se detallan los pasos para la elaboración de diversas piezas en cuero y varias

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Portada de El trenzador sudamericano - 1921

técnicas para la confección de retejidos, botones, costuras y trenzas. En el capítulo Cómo obtuve mi poca práctica, Berruti revela datos interesantes sobre el interior del gran negocio de las talabarterías de fines del siglo XIX. La historia de su aprendizaje comienza a los trece años, en 1883, en Montevideo, donde comienza a trabajar para el argentino Juan Iribarne, quien “aunque buena persona en su vida”, dice, “tenía mucho de egoísmo personal, lo que él sabía no lo enseñaba a nadie”. Con él trabaja tres años, los primeros seis meses “por la sola comida y algo escasa; seis meses más por dos pesos mensuales y la comida, luego un año más por tres pesos y medio al mes con comida”. El último año le pide poder comer en su casa y logra ganar ocho pesos al mes. A pesar de la actitud de su patrón, Berruti cuenta que “miraba el trabajo que él hacía y cuando había conseguido aprender lo que él


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estaba haciendo se lo presentaba para que me dijera si estaba bien. [...] Cuando presentaba un trabajo para que me dijera si estaba bien y no le desagradaba, no lo hacía más él sino yo”. Con mucho esfuerzo, estudiando durante tres años, logró adquirir gran parte de sus conocimientos: “Fuera de la hora del trabajo estudiaba algún tejido o, si había oficial, le pedía explicaciones aunque le pagara las lecciones”. En 1886, tras los eventos revolucionarios, fue “suspendido por no haber trabajo” y, luego de algunas experiencias cortas, se trasladó a Buenos Aires. Allí comienza a trabajar en los talleres de Casimiro Gómez. El testimonio de Berruti permite tener una idea de la forma de trabajo en los grandes talleres: “Como no había comodidad en el taller, trabajaba arriba de una barrica llena de yuguillos al lado del escritorio”. Se pagaba a destajo, es decir, cobraba por los trabajos entregados y, seguramente, por su calidad de joven aprendiz, el pago no era mucho. Por ejemplo, en su última entrega para Casimiro Gómez, recibe 40 centavos por cada par de los seis estribos trenzados. Luego de algunos meses Berruti es suspendido nuevamente “por no haber trabajo” y decide continuar por cuenta propia en su taller vendiendo a talabarterías “del menudeo” y “algunas por mayor”. Para ello invierte su último pago en la compra de “una barriga de cuero, un par de aros de asta, dos docenas de argollas de composición [...] y un pergamino”. Durante ocho años trabaja haciendo riendas, cabezadas, bozales, maneas, rebenques y trenzas para látigo. En el capítulo “La fuerza del trenzador”, Berruti realiza interesantes reflexiones y una dura crítica al gremio de los talabarteros. Los acusa de “envidiosos unos con los otros” y denuncia que, dentro del gremio, hay algunos “escasos por lo general de inteligencia, amantes de los vicios [...], amantes de la libertad individual”; razón por la cual “el trenzador a veces es despreciado y poco respetado”. Pero las acusaciones no solo están dirigidas a los operarios, también acusa seriamente a los patrones: “[En] años anteriores [...] se explotaba

Talleres de La Nacional - Almanaque Gallego - 1898

a humildes niños [...] pagándoles una miseria, mal comidos, dándoles algún lonjazo si no se apuraba o tratándolos con palabras groseras”. Y continúa: “En esta forma algunos de corazón duro y cegados por el capital oro, han conseguido levantar capitales abusando de los pobres niños de muchos hogares”. Esto también era frecuente en pequeños talleres que “explotan algunos niños [y] después tiraban su trabajo por competir a otro colega”, y en los operarios que tenían a su mando varios aprendices quienes, ante la exigencia del patrón, se veían forzados a convertirse en “pequeño[s] tirano[s] para sacar un buen día, maltratando a pobres niños o quizás golpearlos si no se apuraban”. Finalmente, cuenta que “hoy [1920], por esa misma causa, no se obtiene un aprendiz [...] antes prefieren vender diarios o lustrar botines porque en otro trabajo les pagan más”. Un breve pero interesante panorama de la producción en serie de elementos ecuestres a fines del siglo XIX, es el que nos brinda la vida de Cirilo Sosa (18571920), soguero especializado en rebenques, radicado en Capilla del Señor. Según la información recogida por Luis Flores, diseminada en varias de sus notas, Cirilo trabajaba “en rueda junto a sus diecinueve hijos, tanto varones como mujeres”. Esta forma de trabajo, muy utilizada en talleres de producción seriada, se


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basa en la división de tareas y en la especialización de cada operario, y permitía producir una docena de rebenques por día. Las ventas se realizaban por la zona y, eventualmente, salían a ofrecer la mercadería en un charret. Según cuenta su hijo Cornelio Sosa, “los rebenques finos se vendían a $ 24 la docena, los medianos a $ 34 y los gruesos a $ 48. Se hacía además un modelo económico que valía $ 1 cada uno”. Los rebenques llevaban estampada, mediante un cuño de acero, la leyenda C. SOSA, nombre que se impuso como referente de calidad. Además de este ejemplo, existen numerosos registros que dan cuenta de la especialización de artesanos en diversos rubros o tipos de trabajos, aunque es el de los trenzadores de lazos el rubro donde esto era más frecuente. La confección de lazos es una tarea particular que demanda destreza y oficio; muchos de los trenzadores se dedican exclusivamente a esta ella, dejando de lado otras facetas del trabajo en cuero, a tal punto que se tiende a decir que no son sogueros. Como contrapartida, un reducido número de sogueros es capaz de dominar la tarea de trenzado de lazos. Entre los sogueros de principios del siglo XX que se dedicaron a trenzar lazos, los trabajos de Pedro Velázquez (1892-1953) –cuyo verdadero apellido era Velasco– alcanzaron tal fama que su nombre trascendió las fronteras del partido de Pila (provincia de Buenos Aires) donde residió la mayor parte de su vida. Velasco llegó en 1919 a la estancia El Carancho, en Pila, con el trabajo de trenzar un lazo; una vez concluido el encargo, se quedó en ella hasta poco antes de su muerte. Sus trabajos, especialmente los lazos, “perfectamente equilibrados, ligeros y de buen tiro”, según Flores, fueron muy solicitados y atesorados por jinetes y trabajadores rurales. Un sobrino suyo, Ricardo González (1931-1987), excelente soguero, también se especializó en la confección de lazos trenzados, adoptando algunas de sus características distintivas, como por ejemplo, la forma de confección de la yapa.

Pedro Velasco - 1917

Hacia fines de la década de 1920 el panorama de las talabarterías había cambiado nuevamente. En 1929 Caras y Caretas publica una entrevista a Antonio Daneri, propietario de “una de las últimas talabarterías que otrora abundaron en los alrededores de la plaza Constitución”. Daneri llevaba por entonces más de treinta años “entre cabezadas, recados, silletas, cinchas, rebenques, tientos y trenzados”. En la nota, asegura que quedan pocos talabarteros en la ciudad de Buenos Aires, “tan pocos que me parece que ya se cuentan con los dedos de las manos”. Por entonces los vehículos motorizados desplazaban a los de tracción a sangre; la consiguiente disminución


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en la demanda de aperos para monturas o carros genera un cambio profundo en las actividades de las talabarterías. Aquellas que resisten, es gracias “al trabajo que proporcionan los lecheros y panaderos, ya que todavía quedan algunos carritos de reparto desafiando la ofensiva, cada vez más intensa, de los camiones”. En 1934 Mario López Osornio (1898-1950) publica Trenzas gauchas, un libro donde se vierten diversas técnicas e instrucciones para la confección de piezas realizadas en cuero, en el marco de un relato ficticio entre el nuevo “patroncito” de veinte años y un viejo peón de la estancia. La narración, ficcional aunque verosímil, descubre algunas cuestiones interesantes sobre la época. El viejo, que había entrado como “cebador de mates pa’l patrón” y llega a ser “capataz de la estancia”, se encontraba “relegado al término de trenzador”: ¡Trenzador! ¡Vaya un trabajo!, exclamó el viejo, francamente le diré que yo hago al revés de los paisanos, pues con sólo trabajar los domingos tengo de sobra para mantener mi obligación cumplida. En mi tiempo, y con la estancia que usted tiene, trabajando todos los días del año, no daría a basto para tener en orden el cuarto de las sogas. La idea del joven propietario era “hacer conocer los trenzaditos” que eran “la envidia” de sus amigos. Estaba seguro que la publicación iba a ser de interés para la “gente de estudio” puesto que en ese momento corría “como una ola de gauchismo”; apreciación acertada, ya que desde principios del siglo XX el gaucho, su figura y sus costumbres eran objeto de numerosas publicaciones, estudios y discusiones enmarcadas en la construcción de una identidad nacional. Para finalizar su argumentación, destaca que no hay “ningún libro que trate todo eso”. La realidad es que, si bien El trenzador sudamericano se había

publicado unos años antes, su difusión fue muy escasa y su venta se redujo a unos pocos ejemplares. La obra es continuada por El cuarto de las sogas (1935) y Al tranco (1938), reeditadas juntas en 1943 bajo el título de la primera. López Osornio no era, como Berruti, un trenzador, pero su interés por la temática y su afán por divulgarla lo llevaron a conformar la primera serie de obras nacionales que estudia sistemáticamente el trabajo en cuero y lo difunde fuera del ámbito de los talleres. Fue el Trenzas gauchas, regalo de su madre cuando cumpliera 14 años en 1935, el libro que sirvió de base a Luis Alberto Flores para desarrollar su pasión por los trabajos en cuero. Nacido “accidentalmente” en Suiza, de padres argentinos, Luis fue uno de los investigadores y difusores más trascendentes de todo lo referente a la artesanía en cuero crudo y a los usos y costumbres rurales de nuestro país. Desde joven, primero en los campos familiares en la provincia de Corrientes, y luego, allí donde una referencia o un comentario lo llevara, se contactó con los criollos del lugar para intercambiar técnicas y conocimientos. En 1960, con el auspicio del Fondo Nacional de las Artes y el incentivo de su director Augusto Raúl Cortazar, publica El guasquero. Trenzados criollos, breve compendio de sus investigaciones en el que, partiendo de la base del libro de López Osornio, explica nuevas y variadas técnicas. El segundo libro editado por Flores es El lazo, la manea y otras prendas criollas (1983), basado en siete notas publicadas en la revista Anales de la Sociedad Rural Argentina en años anteriores. En él presenta numerosos datos y técnicas en torno al lazo, la manea y el maneador, la cincha y la encimera y el rebenque e implementos similares. Pero la mayor difusión de sus investigaciones se debe a las notas publicadas en diversas revistas desde la década de 1960. Las más trascendentes son las publicadas en El Caballo (1961-1979) y en El Chasque Surero (19952009). En la sección “Sogas y lonjas” de El Caballo, destinada a divulgar técnicas y conocimientos


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relacionados con la artesanía del cuero crudo, publicó un total de 121 notas. En esta, además de compartir con generosidad sus conocimientos técnicos, presentaba artesanos que conocía a lo largo del país. Para la misma revista, bajo el seudónimo de Luis F. Clusellas, escribe 88 notas en la sección “Rinconada tradicionalista”. Similar contenido al publicado en El Caballo es el de las notas escritas para la sección “El Rincón de las Sogas” de El Chasque Surero.

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A principios de la década de 1960, Flores recibe una beca del Fondo Nacional de las Artes para investigar el estado de las artesanías en el interior del país. En 1964 publica un artículo sobre el cuero en Arte popular y artesanías tradicionales de la Argentina en el que resume las experiencias de esos años: Una reciente y extensa gira de estudio por la provincia de Buenos Aires, y viajes al interior del país, me permiten asegurar que la artesanía del cuero, si bien no ha desaparecido, ha disminuido mucho en cuanto a la calidad del trabajo, no porque el que se hace ahora sea ordinario, sino porque es más sencillo, más rápido; en una palabra, más efectivo desde el punto de vista económico. El hombre de campo se orienta hacia otras actividades mejor remuneradas; solo en las provincias ganaderas y en aquellas donde el nivel de vida rural se mantiene con cierto primitivismo, descuellan hábiles trenzadores. Así sucede en Salta, en Corrientes, en Santiago del Estero y en las provincias cordilleranas. En la de Buenos Aires, cuna otrora de verdaderos artífices, prevalecen las sogas cosidas, si bien prolijas, correctamente terminadas y adornadas con botones y bombas. Talleres establecidos en la ciudad capital y en sus alrededores surten a las talabarterías y soguerías del interior, imponen modas y, en general, producen artículos de batalla, aunque algunos, bien pocos, ejecutan artículos de máxima calidad, tanto por el material como por el trabajo.

Luis Alberto Flores - 1968


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A pesar de estas palabras, en la nota ¿Se están acabando los sogueros?, publicada en la sección “Sogas y lonjas” en 1965, afirma: Se me vuelve a formular la pregunta ¿se están acabando los sogueros? No, la nómina de artesanos “por conocer” (de los que poseo nombre y dirección) es extensa, los ya conocidos y que continúan en plena producción son también numerosos ¡y cuántos habrá diseminados por los distintos ámbitos del país! Y de éstos ¡cuántos tendrán condiciones sobresalientes pero permanecen en el anonimato por falta de interés de parte de sus compatriotas! Ese afán por conocer sogueros, que lo acompañó durante toda su vida, sumado a un monumental esfuerzo por rescatarlos del olvido, lo llevó a armar un fichero en el que se registran más de 1.770 artesanos, con sus nombres y datos. Entre los sogueros que conoció y con los que trabó amistad se encuentran algunos de los más sobresalientes artesanos de la segunda mitad del siglo XX. Entre ellos podemos nombrar a Martín Gómez e Hilario Faudone, quienes, junto con Tomás Arrascaeta, Alfredo Guraya y Juan Baltasar Ortelli fueron seleccionados por Luis en 1968 para participar en la Exposición Representativa de las Artesanías Argentinas, presentada en el Régimen para Estímulo de las Artesanías y Ayuda a los Artesanos del Fondo Nacional de las Artes. Su amistad con Martín Gómez se remonta a 1962 cuando, a raíz del interés suscitado por un trabajo de este exhibido en la vidriera de un negocio de Buenos Aires, con el cual queda sorprendido y admirado, y no sin mediar algunas peripecias, Luis viaja hasta el rancho de Gómez en la ciudad de Ranchos. “La plática fue larga y cordial; la simpatía recíproca. Había dado, realmente, con un hombre excepcional, [...] uno de los más extraordinarios sogueros de la actualidad”, expresó Flores luego del encuentro. A partir de ese

año mantuvieron un intenso intercambio epistolar compartiendo técnicas y conocimientos. Pero sus intercambios no se limitaron a la Argentina ya que conoció sogueros y trabajos en cuero de Uruguay y Brasil. Uno de los contactos más significativos fue el que tuvo en 1966, a partir de una nota publicada en “Sogas y lonjas”, con Bruce Grant (1893-1977), un destacado investigador de la artesanía en cuero con quien traba un intenso diálogo epistolar intercambiando información y técnicas. Grant viaja en 1967 y 1969 a nuestro país y es acompañado por Luis a visitar artesanos, coleccionistas y figuras del ámbito tradicionalista.

Bruce Grant y Martín Gómez - 1967

Por iniciativa de Flores, con el subsidio del Fondo Nacional de las Artes y organizada por la Asociación Criadores de Caballos Criollos en el marco de la quinta Exposición de Otoño de dicha entidad en el predio de Palermo de la Sociedad Rural Argentina, en 1969 se lleva adelante la primera Exposición - Feria de Trabajos Artesanales en Cuero Crudo. En ella participan doce coleccionistas y veinte sogueros, provenientes de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba, que exhiben una gran cantidad y variedad de piezas de cuero crudo de manufactura reciente y


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Participantes de la primera Exposición - Feria de trabajos en cuero crudo - Exposición de Caballos Criollos – 1969

pasada. Los trabajos fueron expuestos en los boxes donde “los sogueros daban explicaciones sobre las tareas que habitualmente realizan y atendían cuanta consulta se les formuló”. El evento incluía la entrega de premios de dinero en efectivo –obtenido gracias a la contribución de la Asociación Criadores de Caballos Criollos–, los cuales fueron distribuidos, según el jurado, con la idea de “no premiar al artesano por un trabajo en particular, sino por la habilidad, tradicionalidad, funcionalidad y buen gusto puestos de manifiesto en la totalidad de la obra”. El primer premio correspondió a Martín Gómez, quien presentó un bozal “constituido, en su mayor parte, por dos trenzas patrias paralelas unidas entre sí por otra trenza pluma”. Esta Exposición - Feria, llamada informalmente “Expo-Sogas”, se repitió durante nueve años en los cuales los primeros lugares fueron ocupados por Martín Gómez, Ricardo Gónzalez, Luis Martínez, Hilario Faudone, Francisco Meeks, entre otros. En la exposición de 1977 no se presentaron ni Gómez ni González, quedando los dos primeros premios en manos de Santiago Biondi y Rodolfo Sosa. Otros artesanos destacados que participaron en las

exposiciones son: Tomás Arrascaeta, Alberto Gardella, Alfredo Guraya y Hugo D´Atri. En 1979, durante la novena y última exposición, los miembros del jurado designan, en virtud de la calidad artesanal demostrada a lo largo de sus presentaciones, Maestros Sogueros a Martín Gómez y a Ricardo González. Este meritorio título implicaba que los mismos ya no podían competir, pero sí participar en futuras muestras. Luis Flores reflexiona sobre el resultado de las exposiciones con las siguientes palabras: Esta fue la última de la serie de nueve ExpoSogas, hecho que tantas satisfacciones me produjo y por el que tantos artesanos sogueros desfilaron, de los cuales más de uno, apenas conocido en su lugar de residencia pasó a constituirse en un referente y a ganar fama y clientes. [...] Para mí constituyeron estas muestras un motivo que me llenó de alegrías y que me proporcionó numerosos nuevos amigos, que respeto y que me respetan.


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Durante aquella primera exposición de 1969, motivado por la consulta de un asistente, Luis decide comenzar a enseñar a trabajar en soga. A los cursos, dictados ininterrumpidamente hasta el 2009, asisten más de 650 personas. Para Luis, este era un espacio de intercambio: “Mucho es lo que he transmitido y también mucho es lo que he aprendido de mis alumnos”, dice. Con toda seguridad, podemos afirmar que ese número es poco significativo en comparación con la gran cantidad de personas que directa o indirectamente, ya sea a través de notas, artículos, explicaciones y charlas, o a través de los mismos alumnos, recibieron los conocimientos de Luis. Desde 1992 y hasta el 2006, en el marco de la Exposición Nacional de Ganadería, Agricultura e Industria de la Sociedad Rural Argentina, se disputó el premio denominado “El Guasquero”, certamen que convocó a diferentes sogueros del país, en el cual se entregaron numerosos premios en diferentes categorías. Las principales y constantes a lo largo de las presentaciones, fueron: El Guasquero, premio a la mejor pieza de la exposición, y El Cuarto de las Sogas, premio a la mejor “soga” de trabajo. Además de ser uno de los organizadores y de participar como jurado durante las catorce presentaciones, Flores se ocupaba del montaje de la muestra y de la recepción, venta y posterior devolución de las piezas no vendidas, con total dedicación y desinterés. También convocaba a los artesanos, enviándoles, junto con la invitación, la reglamentación para el concurso y los lineamientos fundamentales con el fin de conservar los métodos tradicionales del trabajo en cuero crudo. Este concurso fue el incentivo que llevó a gran cantidad de artesanos a mejorar año tras año con el fin de conquistar alguno de los premios. También les brindó la posibilidad de vender y contactar a clientes, además de promover la fraternidad y el intercambio de conocimientos y técnicas; montando incluso talleres donde algunos de ellos trabajaban a la vista del público. El evento llegó a contar con la participación de cincuenta artesanos y un gran caudal de trabajos de todo tipo y calidad. Entre

los premiados se destacan Néstor y Amílcar Gómez (hijos de Martín Gómez), Pablo Lozano, Santiago Biondi, Alejandro C. Álvarez, Pedro Bezmalinovic, Norma Jaime, Luis Alberto Engemann, Francisco Seta, Loreto Jaime, Rubén Blanco, Raúl Draghi, Francisco Meeks, Máximo Coll, Juan Luzuriaga, César Herrera, Marcos Quetgles, Eduardo Bailleres. Entre las ciudades de la provincia de Buenos Aires donde surgieron artesanos especializados en cuero, se destacan Chascomús, Ranchos, Pergamino, San Antonio de Areco y Tandil. Esta última localidad contó con artífices destacados como Modesto Andraca, Pastor Silva y Pérez Nandín. Con la llegada de Máximo Coll en la década del 70, una nueva generación de artesanos se forma y se dedica a difundir esta artesanía. Entre ellos encontramos a Pablo Lozano, Armando Deferrari, César García; estos últimos, profesores del primer Centro de Formación Artesanal de dicha ciudad. En la actualidad se destacan Ignacio Labala y Martín Teils, aprendiz y colaborador de Pablo Lozano.


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San Antonio de Areco San Antonio de Areco, localidad fuertemente ligada a la tradición y las costumbres gauchescas, cuenta, entre sus habitantes históricos, con sobresalientes guasqueros. Uno de los más antiguos y destacados es Antonio “Lápiz” Larrosa, quien nació en Uruguay y vivió muchos años en Lima, Zárate, frecuentando la ciudad de Areco hasta que finalmente se radicó en ella. Su apodo se debe a que, dado que era mudo, usaba un lápiz para comunicarse. Si bien se desconocen datos precisos sobre su nacimiento, sabemos que desarrolló su actividad durante la primera mitad del siglo XX. Todos sus trabajos se destacan por su fineza y calidad. Contemporáneo a Larrosa fue Aniceto Melo, apodado “Aniceto Viejo”, uno de los primeros de una extensa familia que por más de cien años se destacó en el trabajo en cuero. Su hijo Silvestre Aniceto Melo, apodado “Aniceto Chico”, fue seleccionado en la década del 40 por el entonces Ministro de Educación del General Perón, Oscar Ivanissevich, para el dictado de un curso en el barrio de Mataderos. Parte de esta familia también son Vieytes y Osmar Melo, hermanos de Silvestre Aniceto, y Orlando Oscar “Cachito” Melo, nieto de Osmar, que actualmente se encuentra en actividad. Silvestre Aniceto Melo, conocido como Aniceto “Chico”

Detalle de la fusta que Aniceto Melo hiciera para Juan D. Perón. Esta quedó inconclusa por la muerte del artesano en 1953- Fotografía: Juan del Castello

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Otros artesanos destacados fueron Alfonso Martínez, fallecido en 1917, y su hijo, Alfonso Martínez (h), ambos renombrados por la calidad de sus rebenques. Este último siguió trabajando luego de haber quedado ciego, sin disminuir la calidad de sus trabajos, por lo que la gente decía que “podía ver con los dedos”.

Nacido en Gualeguaychú y radicado en la ciudad en 1967, Luis Gabriel Martínez se destacó entre los artesanos participantes de las exposiciones y concursos organizados en la Sociedad Rural, en los que obtuvo numerosos premios y reconocimientos. En 1997 fue galardonado por la UNESCO. Sus últimos años los dedicó a transmitir sus conocimientos. También podemos mencionar al soguero y estribero Blas Burgos, oriundo de la estancia “La Esmeralda”, propiedad de la familia Duggan en la provincia de Córdoba, nacido a principios del siglo XX. Burgos fue quien introdujo en el oficio a Homero Gabino Tapia, famoso estribero de Areco. Otros guasqueros de la zona fueron: Carlos Alberto Torriya, Mario Simón Díaz, Bonifacio Esmoris, Armando Lebo, Oscar Massignani, Julio Garatabidea y Regino Sosa. En la actualidad se destacan: Pedro Mateo Bezmalinovic, Raúl Draghi, Alejandro Cruz Álvarez, Pedro Etchevest, Ramón Morglio y Martín Direnzo.

Alfonso Martínez - Principios del siglo XX



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