10/5/1996 DESPUÉS DEL GOLPE
Culpa, responsabilidad y olvido Daniel Gil La cultura occidental, con la invalorable “ayuda” del cristianismo, ha sido una gran productora de culpabilidad. El psicoanálisis ha desentrañado la forma en que se “produce” culpa aun en los casos en que no haya actos que lo motiven. El siglo XX, sin embargo, nos ha mostrado un nuevo sujeto, aquel que siendo culpable, incluso de los crímenes más atroces, no tiene sentimientos de culpa. Esta historia nos atañe a nosotros y a nuestra sociedad no sólo por la experiencia de la dictadura y de los crímenes cometidos durante todos esos años, sino también por la forma en que la sociedad uruguaya a ido transitando y tramitando esas deudas, esas penas, que han quedado pendientes. Trataré de clarificar estos problemas esbozando algunas hipótesis en forma esquemática. El Principito retorna a su planeta porque se siente responsable de su rosa. El farolero repite eternamente una acción: prende y apaga los faroles y cuando le preguntan por qué lo hace responde que: “la consigna es la consigna”. Entre la responsabilidad y el cumplimiento de mandatos y consignas se despliega toda una enorme gama de conductas sociales y éticas. El mundo, luego de Auschwitz, -han dicho varios pensadores- no puede afirmar la existencia de Dios. Entonces, si yo no soy responsable del otro y Dios tampoco, ¿dónde queda la culpa? ¿Hay algún lugar para ella? Y creo que este es un problema que es propio de la segunda mitad del siglo XX. Esta historia de Occidente, que comenzó con la cultura griega, se desarrolló luego con el judaísmo y el cristianismo. La moral es subsidiaria de un repliegue del psiquismo que tiene como punto de partida el “conócete a ti mismo”. Claro que en los griegos, este “conócete a ti mismo” tenía como objetivo el desarrollo de un buen ciudadano de la polis. El cambio es sustantivo en el cristianismo: en él el “conócete a ti mismo” es para lograr, supuestamente, una superioridad moral que mereciera como recompensa el Reino de los Cielos. En realidad todo el mecanismo de la confesión y de la autovigilancia se ejercieron para descubrir los más mínimos índices del deseo, es decir, del pecado, y condujeron a un sistema de contralor que exacerbó el sentimiento de culpa y la necesidad de castigo a límites inconmensurables. Claro que esta búsqueda del castigo no mejora a la persona ni a la moral y es una especie de monstruo insaciable que, cuanto más se le obedece, más exige. Raskolnikov, para mencionar un solo personaje, es tal vez el ejemplo más paradigmático. Si bien por un lado se “construyó” un sujeto obsesionado por la culpa y sometido a la necesidad de castigo, con su profunda raíz inconsciente, por otro lado se creaba otro mecanismo que eximía de la culpa y de la responsabilidad, haciendo al otro culpable. De todas formas, en esta moral, subsidiaria del pecado, todo se movía entre el crimen y el castigo. Freud de una manera genial elaboró una teoría que explica la formación de la moral en el psiquismo humano y en la cultura. Describió una instancia psíquica que denominó superyó y que tiene tres aspectos: la conciencia moral, es decir, el código, la ley, que dice lo que debo hacer, compuesto por los valores éticos, religiosos, normas de conducta, etcétera, el ideal del yo que establece lo que debo ser; y por último, la auto observación, que vigila tanto la desviación de la ley, como la distancia que existe entre lo que somos y lo que debemos ser. Esta instancia es heredera de la función que cumplían los padres durante la infancia y puede adquirir formas severas y crueles. Ahora bien, ¿qué nos ha deparado el mundo de la tecnociencia? La aparición de un nuevo sujeto que mide sus acciones no con relación a un código moral, sino en relación con la eficiencia. Eichmann tenía como preocupación el traslado de millones de judíos de todos los rincones de Europa, a través de las líneas férreas, hasta los campos de concentración, sin que se produjeran embotellamientos y el flujo de llegada fuera continuo; Rudolf Höss tenía como función el exterminio en masa en el campo de Auschwitz, incluido el de los niños. Su problema