El golpe que empezó en febrero

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FEBRERO CLAVE

El golpe que empezó en febrero Las Fuerzas Armadas decidieron dar a conocer que estaban capacitadas para gobernar, para lo cual difundieron, el 9 de febrero de 1973, dos comunicados con sus propuestas. Hubo tanques en la calle, desacatos, pactos que terminaron con un presidente de la República “de florero” mientras los militares dirigían en la práctica la vida del país. Todavía se discute si la pasividad –cuando no el aliento– de los partidos, los parlamentarios y la izquierda en general ante los primeros pronunciamientos militares favoreció el entronamiento de éstos o evitó algo peor. La distancia y el reclamo de comprensión de lo sucedido por parte de las nuevas generaciones justifica revivir el debate. Para intentarlo Brecha solicitó a diversos protagonistas de aquella época una reflexión que incluyera lo que se pensaba entonces y lo que se piensa ahora, transcurridos 30 años. Ivonne Trías y Diego Sempol Los triunfos en el control de la guerrilla se les subieron a la cabeza a las Fuerzas Armadas. En los últimos meses de 1972 y en los primeros del año siguiente su voluntad de actuar en todos los terrenos de la vida política era inocultable: como quien dice, se salían de la vaina. “(...)Durante el 72 valoramos muchas veces el papel de las Fuerzas Armadas en aquella coyuntura”, dice el entonces presidente del Frente Amplio, Liber Seregni.* “(...) Por eso, cuando surgieron los comunicados 4 y 7 alertamos: con el conocimiento que teníamos de los actores era impensable que se estuviera promoviendo una postura peruanista. En febrero se inició el golpe. ¿Qué cadena de mando se podía reconstruir después de eso?” Apenas iniciado el año 1973 el senador colorado Amílcar Vasconcellos (véase BRECHA, 4-II03) daba la voz de alerta: “Nadie, (...) salvo por cobardía, por comodidad o por ceguera histórica tiene el derecho de ignorar que hay en marcha en este nuestro Uruguay –más allá de las declaraciones que se hayan hecho y que se puedan hacer– un movimiento que busca desplazar a las instituciones legales para sustituirlas por la omnímoda voluntad de los que pasarían a ser integrantes de la ‘internacional de las espadas’. El pueblo tiene que saberlo porque él, y sólo él, es capaz de evitar que esta afrenta, vergonzosa y ultrajante, pueda ocurrir”. Y en aquel febrero advertía: “Estamos a tiempo: que se movilicen los partidos políticos, que se adopten medidas a nivel gubernamental”. Pero el presidente Juan María Bordaberry le respondió que no podía aceptar “bajo ningún concepto su afirmación en cuanto a la existencia de un movimiento que quisiera desplazar la legalidad y que contara para ello con la pasividad y complicidad de las Fuerzas Armadas o el presidente de la República”. Los propios militares dijeron que se trataba de una maniobra para desprestigiarlos. “Las Fuerzas Armadas no son ni serán el brazo armado de grupos económicos y/o políticos cuyos personeros (...) pretenden apartarlas del camino que ellas deben recorrer.” LA HORA DE LA ESPADA. El 8 de febrero de 1973 Bordaberry designa ministro de Defensa al general retirado Antonio Francese, pero los jefes del Ejército y de la Fuerza Aérea lo rechazan. Sospechaban que Francese pretendía desarticular los mandos y exigieron su relevo. Sólo la Armada lo respaldó. Bordaberry insistió –no mucho– en mantenerlo en el cargo y pidió a la ciudadanía que lo apoyara concurriendo a la plaza Independencia, donde él, Juan José Gari, Olga Clerici de Nardone (véanse páginas VI y VII) y algunos otros blancos y colorados recibieron a los escasos adherentes, que sólo testimoniaron el fracaso de la convocatoria presidencial. Escenas inéditas en el país: el 9 de febrero los fusileros navales bloquean la Ciudad Vieja en respaldo a las instituciones, y los tanques del Ejército responden con un desfile persuasivo. Pero no sólo desfilan: ocupan varias emisoras de radio y trasmiten el “Comunicado de los mandos conjuntos del Ejército y la Fuerza Aérea”, conocido luego como el comunicado 4, que


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