Hacia la senda del dragón (2º Parte ) Diego de Haro
Recordamos, que la última vez que escuchamos hablar de Bruno, éste había quedado sepultado bajo las rocas del pozo tras estallar la bomba. A partir de aquí, vamos a descubrir qué fue del sacerdote. El estudiante inglés, George Rossenfield, quien se había quedado conversando con el periodista, Adrian Dula, maldijo con éste la explosión que había tenido lugar. Rememorémoslo: -Paciencia amigo, volveremos algún día- dijo Adrian Dula alentador. A lo que George le respondió: -Está bien. Vámonos de momento,
Adrian, aunque estemos lejos, la policía puede venir. Durante el trayecto hacia la posada, charlaban sobre lo sucedido. George había iniciado la conversación: -Ese sacerdote de pacotilla ha recibido su merecido por meterse donde no le llaman. -Sí, aunque para él seguirá siendo un consuelo, porque ahora…está con Dios. Ambos comenzaron a reír exageradamente. Pero los habitantes, salieron a las calles pensando que se había producido un terremoto, porque la explosión de la bomba fue de tal magnitud, que su onda expansiva hizo temblar al pueblo y a los alrededores. Adrian y George disimulaban ante la muchedumbre. En el pozo del castillo, no se apreciaban más que pedazos de rocas. Por esta razón, la policía de Cluvuşcov demostró tal pasividad ante la situación. Una vez abandonada la escena, las rocas comenzaron a moverse. Bruno estaba abriendo un nuevo camino para poder salir de aquel lugar, donde había estado inconsciente más de media hora. -Señor, a ti te admiro más y más, a partir de este momento, que has librado a mi cuerpo y a mi alma, de sufrir una catástrofe. Bruno tenía la sotana manchada de tierra, y con algún agujero. En su cara se apreciaban pequeños rasguños también. -Aunque en este momento haya salido ileso, no he podido cumplir mi misión. Y éstas, son las dos preguntas que mantenía el sacerdote: -¿He acabado con Drácula? ¿Habrá sufrido María las consecuencias de la traición? Dada la gran cantidad de escombros, Bruno no pudo encontrar la puerta de acceso a la sala donde avistó últimamente a María, así que subió las escaleras hacia las afueras del castillo, para poder llegar a la posada. -No creo que esos traidores permanezcan ahí… Bruno desviaba la vista a su alrededor, inseguro, desconfiando del calmado paisaje. Al cabo de un rato, dejó atrás aquellas montañas, y se adentró en las calles del pueblo. Esta vez, estaban vacías de nuevo, ya que las pocas familias que salieron habían vuelto a sus hogares. La luz de la posada estaba encendida, pero no se dirigía hacia allí. El objetivo de llegada para Bruno, era el dispensario, donde pudo observar desde la calle, que los postigos de las ventanas estaban abiertos de nuevo, y dentro se apreciaba el contorno de una mujer, alzando los brazos constantemente. -¿Será María? Debo pasar y hablar con ella. Bruno agitó la cadena de la campana, avisando su deseo de entrar, y abrió la puerta. Efectivamente, María estaba dentro, colocando unas especias en los estantes de la cocina. Ésta se sorprendió cuando lo vio en el recibidor. -¡Bruno! No…no le esperaba por aquí. -María…ha sido todo tan extraño… -¿Cómo ha conseguido escapar? -La bomba que sostenía en mis manos, segundos antes de estallar, la lancé hacia una columna, con el fin de que ésta aplastara a Drácula tras su derrumbe. -Yo creía que usted…que usted fue aplastado por las rocas… -Yo también lo creí cuando el pozo comenzó a derrumbarse, pero por alguna razón, el señor me ha premiado con una segunda oportunidad. -Bueno…pase a la sala de curas, le trataré esos rasguños
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Suplemento literario de FUERA DE CONTEXTO II Entrega
María se acercó al botiquín y preparó el instrumental. Durante el proceso, Bruno se sentía muy confuso. -¿Cree que he acabado con Drácula? -No, Bruno…es imposible acabar con él. ¡Es un ser sobrenatural! -Pues no podemos permitir que alguien controle a la humanidad a su antojo. -No debimos iniciar esto, Bruno. Debe alejarse de mí…no… ¡No quiero que por mi culpa usted salga perjudicado! -¿Por qué, María? Usted me ha ayudado mucho, siga conmigo hasta el final, y si realmente no he acabado con él, podremos hacerlo juntos. María miraba hacia el suelo. Bruno se inquietó: -¿Se encuentra bien? Ella parecía no poder aguantarle la mirada. -Sí…sí. Es que me emociona ver que alguien confía así en mí. -Eso se debe a que usted me ha demostrado que es una persona de confianza. No se preocupe más, me iré a la posada, descansaré y por la mañana volveré. La invitaré a desayunar. -¿Usted quiere seguir siendo mi amigo, después de descubrir mi secreto? -María, no me importa a quién sirva. Sólo tengo en cuenta que durante este tiempo, usted se ha portado conmigo como una verdadera amiga. La vendré a buscar a las 9:00 am. El sacerdote salió del dispensario y se dirigió hacia la posada. Dentro estaba Boscaria, quien se sorprendió al ver su vestimenta. -¡Padre! -Cálmese, Boscaria. Estoy completamente bien. -¡Jesús, María y José! ¿Qué le ha pasado? -Sufrí una caída en las montañas del cementerio…parece ser que tropecé con un tronco. -¡Madre del amor hermoso! Ande…suba a su habitación, le arreglaré la sotana. -No, Boscaria…usted tiene ya mucho trabajo, no quisiera dificultarle sus tareas. Utilizaré la circunstancial. -¡No, padre, por favor! No es ninguna molestia. Mi madre era modista en su juventud, pero volvió a trabajar durante la guerra, haciendo trajes para soldados. Le lavaré la sotana, y después se la llevaré a ella para que la termine de arreglar. Bruno subió a su habitación y abrió la puerta del baño. Llenó la bañera con agua caliente y se introdujo en ella. Boscaria pasaba en ese momento por el salón, con la sotana en brazos. Allí se encontró a Adrian Dula, leyendo unos documentos. Éste la saludó: -Buenas noches, Boscaria. ¿Estará lista la cena pronto? -Ah, hola. Sí, en media hora abriré el comedor. Éste la miraba con detenimiento. -Me parece estupendo…pero… ¿Acaso lo que lleva usted en los brazos, bajo esa manta, es una fiera que ha cazado usted para nuestra cena? Desde luego, como esté yo en lo cierto… nos vamos a poner las botas. Boscaria rió suavemente. -No soy yo una gran aficionada a la caza, que digamos, pero no se preocupe que la cena le va a gustar igualmente. Esta manta, como usted la llama, es la sotana del padre Bruno, que al parecer ha caído por una montaña, y se le ha roto. Pero parece un milagro, porque él sólo presenta unos pequeños rasguños en la cara.
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Adrian tenía dificultades de habla, y entre balbuceos consiguió finalmente pronunciar. -…El…pa-padre Bruno… ¿Está aquí? -Sí, acaba de subir hacia su habitación. ¿Desea que le diga algo? -¡No, no, no! No es necesario…gracias Boscaria, es usted muy amable. Adrian salió del salón, despavorido, con todos los documentos en sus manos. Subió a la planta de arriba y abrió la puerta de su habitación. Allí se encontraba George en un sillón, fumando sus famosos cigarrillos. Éste se extrañó al observar su comportamiento: -¡Parece que has visto un fantasma! -¡Así es! ¡Coge tus cosas y vamos corriendo a la estación! -Pero… ¿Qué te ha dado? -Stelean… ¡El sacerdote está vivo, y está aquí, en la posada! -¡¿Qué estás diciendo?! ¡Eso es imposible! -Que sí…que he visto a Boscaria con la sotana para arreglarla y me ha dicho que está en su habitación. -¡Ella siempre metiéndose donde no la llaman! Tenemos que comprobar que realmente está aquí. Adrian y George se quedaron esa noche en sus respectivas habitaciones preparando las maletas con el fin de abandonar cuanto antes la posada. A la mañana siguiente, George se asomó por la ventana de su alcoba y vio al sacerdote dirigirse rumbo al dispensario. -¡Ahora sí es verdad que estamos jodidos! Entonces, se dirigió a la habitación de Adrian para comentárselo. Horas más tarde, aprovechando que Bruno no estaba, entró en la cocina a través del atajo que había en la recepción. Boscaria se sobresaltó: -¡Señor George! Éste le mostró el equipaje a la posadera. -Me marcho por una temporada, Boscaria. Nos veremos dentro de algún tiempo, mis estudios me exigen volver a Inglaterra. Boscaria se extrañó: -Bueno…si es por eso, haga lo que tenga que hacer. Ya me contará cómo le va, cuando vuelva…o bien por correo. -Bien…pues sólo me queda decirle que lamento haber puesto esa bomba. Sabe que lo hice por su bien. Y por si le interesa, la fabricó un amigo químico que tengo en Pennsylvania. -Por mi bien pero… estuvo a punto de matar al padre Bruno… -¡Ya lo sé! Pero ahora que está aquí, como le dije antes, le vuelvo a recordar, que él mismo puede matarla a usted tarde o temprano. No se fíe nunca de un hombre así. Boscaria regresó a la cocina, tras el cierre de la puerta de la posada. Segundos más tarde, se escuchó el tintineo de la campana del mostrador, y acto seguido, una voz grave. -¡Boscaria! ¿No vas a atender a tus más esperados clientes? Ésta salió. -¡Nicolás! ¡Ariel! Era el marido de Boscaria, acompañado por el hijo de ambos. -¡Oh, señor, qué ilusión teneros aquí de nuevo! Nicolás, el marido de Boscaria, ordenó a su hijo saludar a su madre. -Anda, Ariel, saluda a mamá. -¡Ariel, cariño! ¿Cómo estás? A lo que éste le respondió:
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-Bien, madre. La doctora Banta me ha ayudado mucho. Quiero ir a verla después de comer. A la posadera se le cubrió el rostro con una triste sonrisa. -Verás hijo…la doctora Banta falleció hace unos meses…poco después de enviarte a la costa. Ariel se apenó: -¡Pobre doctora! La posadera y su marido consolaron al niño. Nicolás se justificaba: -Hijo…no te dijimos nada porque sabíamos que la querías mucho, pero ahora hay una nueva doctora que también es muy buena… -¿Y podremos visitarla? -¡Claro, Ariel! Verás como la nueva doctora también es muy simpática. Accedieron los tres al comedor, y justo cuando tomaban asiento, bajó Adrian Dula con el equipaje preparado. Boscaria, con una enorme señal de incredulidad, se levantó a atenderle. -¿Se marcha usted también, Adrian? -Sí…yo ya no pinto nada aquí. He investigado todo cuanto he podido, y la verdad es que no ha servido de mucho. -El señor Rossenfield también se marchó esta mañana. Adrian fingió sorpresa y exclamó: -¿De veras? ¡Parece que al final cada uno vuelve a su labor! -¿Quiere comer con nosotros antes de partir? Siéntese, me extrañó mucho que no bajara anoche a cenar. -No…muchas gracias. Ha sido un placer. ¡Que les aproveche! Finalmente, Boscaria, su marido y su hijo se sentaron. Bendijeron la mesa y se dispusieron a coger sus cubiertos. Durante la comida, contaban anécdotas, la más sorprendente de Nicolás. -Cuando llegamos a la costa, lo primero que nos preguntaron después de saber que éramos de aquí, fue si creíamos en vampiros. La posadera rió: -¡Jaja! ¡En vez de preguntaros los datos, os preguntan eso! Terminaron de comer y juntos recogieron la mesa. Al cabo de un rato, llegaban el sacerdote y María. -Buenas tardes a todos. Boscaria le miró alegre. -¡Hola, padre! Mire, le presento a mi marido, Nicolás, y a mi hijo Ariel. El sacerdote estrechó la mano a ambos, e iniciaron una conversación. Éste comentaba que había invitado a María, a desayunar. -He salido muy temprano con María a desayunar, hasta que al final nos hemos decidido por venir a comer. Me ha enseñado muchas calles de la ciudad. Nicolás se presentó a María: -Soy Nicolás Cladescu. La verdad es que este pueblo tiene muchas calles interesantes, pero yo que trabajo como profesor en la costa, recibía constantemente información durante la guerra, y al ver el aspecto de la ciudad casi que me alegro de haberme ido. María le miraba con extrañeza. -¿No echaba de menos a su mujer? -Sí, claro. Pero debía seguir trabajando aunque estuviéramos lejos. Sabíamos que este periodo derivaría en una época difícil.
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-Tuvo suerte de encontrar trabajo en la costa… -Sí, todo gracias a Banta. Ella se encargó de todo cuando Ariel enfermó. -Desde luego se hizo de querer esa mujer. -Todo Cluvuşcov la nombra cada día según dice mi esposa. Bruno intervino: -Estoy seguro de que lo agradecerá eternamente. Y dígame, ¿en qué rama del magisterio está usted especializado? -En historia antigua. Es mi pasión desde que era niño. -Siempre la he visto interesante. Yo también estudié magisterio cuando estaba en el seminario. Sólo ejercí durante dos años porque poco después, me necesitaban en el Vaticano. Me especialicé en ciencias físicas. -Buena elección, también. Me alegro de haberles conocido, pero debo ir a deshacer el equipaje y a tenderme un rato…el viaje ha sido muy largo. Con su permiso, Bruno. -Propio. Que descanse. Nicolás subió y tras la comida, Bruno acompañó a María al dispensario. Tras su regreso a la posada, echó un vistazo a los libros que contenían las estanterías del salón. Finalmente, se decidió por una novela cómica titulada “Cuando la luna sale”, en la cual unos granjeros españoles, de la misma estirpe, contaban diariamente sus fantasías, y su familia daba por hecho que tenían la cabeza llena de pájaros. El sacerdote leyó este pasaje: “Encontráronse el patriarca, Ginés del Valle, su hijo Ginés del Valle y Soto, su nieto mayor, Ginés Márquez del Valle, hijo de su hija, y su nieto menor (hijo de su descendiente varón más directo nombrado en segundo lugar), Ginés del Valle León. Como varones elegidos para trabajar en la granja, pasaban la mayor parte de su tiempo, juntos, hasta que un día les pareció que la cosecha les hablaba y se acercaba por lo tanto, el apocalipsis. Tras contárselo a las hembras de la familia, éstas, todas juntas los dotaron con un único y razonable apodo: -Los vamos a conocer a partir de ahora, como los cuatro Gineses del Apocalipsis.” Una vez enteradas…” Bruno comenzó a reír. -¡Qué toque cómico tan adecuado! El sacerdote colocó de nuevo el libro en la repisa, y subió a su habitación. Boscaria se le atravesó por el pasillo. -¡Padre, ha llegado esta carta para usted! Éste confundido le respondió: -¿A estas horas de la tarde? -Sí, el chico que las trae es nuevo, y por lo visto es también lento…pero al menos quiere terminar el trabajo encomendado, eso le da muchas posibilidades. -Tiene razón, eso caracteriza mucho a una persona. Gracias, Boscaria. Tras el diálogo, Bruno subió a su habitación, apartó a un lado una foto suya, con unos meses, en compañía de su madre, y desenvolvió la carta. Como remitente figuraba el cardenal, Lorenzo Bernardi, desde el Vaticano: Su eminencia el cardenal Lorenzo Bernardi Vaticano 56 Roma, Italia A la atención del padre Bruno Lombardi
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Bruno: Me veo en la obligación de transmitirle mi deseo de reunirme con usted cuanto antes. Visto su interés en la investigación, no podré mostrarme más agradecido si no es premiándole con unas vacaciones hasta que usted considere conveniente. Sepa usted, que gracias a nuestros compañeros he conseguido la dirección del lugar donde está hospedado, lo cual indica que recibirá una visita por mi parte, Dios mediante, este mismo mes. ¡Que la gracia del señor sobreabunde en su corazón! Lorenzo Bernardi -Es una carta del cardenal. Realmente demuestra estar interesado en la investigación cuando pretende llegar hasta aquí. Dos horas más tarde, se puso el sol. Bruno se dirigió hacia el dispensario, donde le esperaba María. -Hola, María. ¿Estaba usted ocupada? -Para usted no. Siéntese, le prepararé un café caliente. Mientras vertía el agua, María miraba por la ventana inquieta. El sacerdote se percató de ello. -¿Algún problema, María? -Bruno…he visto a George y a Adrian salir de la posada esta mañana… Éste se sobresaltó: -¡No me diga! Así que hasta esta mañana estaban en la posada… -Quizá creyeron que estaba usted muerto, hasta que apareció de nuevo. -Entonces no deben de andar muy lejos. María, debemos dar parte a la policía, la guerra ha causado muchos daños en este pueblo, pero… ¡ellos son capaces de todo por tal de llegar a su objetivo! María estaba cada vez aún más preocupada. Bruno la intentaba calmar. -María, usted puede ayudarme a acabar con todo esto. Drácula está buscando una sierva, y usted merece ser más que eso. -Él me premió con una apariencia y espíritu juveniles. -¡Pero como usted dijo, es un ser sobrenatural! María, este mundo merece el trabajo de todo ser, dentro de unas mismas posibilidades. ¡No podemos admitir que otro espécimen nos domine! -Bruno…es imposible acabar con Drácula... -No, María. En este mundo nada es imposible, y mucho menos si usted colabora conmigo. -No puedo hacerlo…él es mi señor… -Y yo soy su amigo. Un amigo dispuesto a sacarla de ahí. Finalizada la conversación, Bruno se dirigió de nuevo hacia la posada. Boscaria desde el salón, le avisó. -Padre, ha venido el Cardenal Lorenzo Bernardi, desde el Vaticano. Me ha preguntado por usted. -Gracias, Boscaria. Yo me encargo. El sacerdote pasó hacia el habitáculo donde encontró al cardenal con la cara sonriente y las manos sobre las rodillas. -Bruno…al final he llegado antes de tiempo. -¡Su eminencia! ¡Qué sorpresa tenerle aquí! Éstos se abrazaron y conversaron un rato sobre los datos obtenidos en la Investigación.
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Bruno no le comentó gran cosa, pero el cardenal lo consideraba un gran avance. -Veo que ha trabajado bastante. Sin duda es usted merecedor de unas vacaciones… El sacerdote se dirigió a la recepción con el fin de conseguir la habitación contigua a la de Bruno como alojamiento, para el cardenal. Dicha habitación es aquélla a la que se podía acceder también, desde la de éste, a través de la puerta tras el armario. Subieron a sus respectivas habitaciones, en compañía de Boscaria. Ésta se la mostraba al cardenal. A la derecha está el baño. Su cama está aquí, junto a la puerta, y un escritorio frente a ella. Por aquel portón se puede comunicar con el padre Bruno, sin necesidad de salir de aquí… -Muchas gracias señora, puede retirarse. El cardenal se acercó a la puerta que comunicaba las habitaciones, donde bromeó con Bruno. -Toc-toc… ¿Se puede? -Adelante, Su eminencia. Veo que ya le han mostrado que podemos comunicarnos. Podían ser aproximadamente las 23:00 horas, cuando Boscaria salió con su marido y su hijo de la posada. La noche era fría y llovía bastante. La calle estaba oscura y los lobos cercanos a las montañas aullaban sin descanso. El sacerdote dio las buenas noches al cardenal: -Buenas noches, Su eminencia. Mañana le avisaré a la hora del desayuno. Había transcurrido apenas media hora del acto, cuando se escuchó un desgarrador grito. Las luces de la casa de Boscaria fueron encendidas al instante, y Bruno fue hacia allí. -Ábranme, soy Bruno… Nicolás, el marido de la posadera le invitó a entrar. Estaban todos en el salón con la madre de ésta, que parecía muy nerviosa. -Madre, pero dime qué has visto, por favor. -Ay…hija…lo vi en la ventana… ¡Se iba a matar! -Pero madre eso es imposible, están muy altas…y además tapiadas. -Que no…que estoy segura de que un joven estaba en la ventana de la posada… donde guardaste las sillas que quitamos de aquí. -Pero madre… ¡Si esa habitación no se ha abierto desde que nació Ariel! Además pusimos delante de la ventana la estantería donde dejabas tu cesta cuando venías del mercado… -Hija, esa ventana no. La del baño no tiene nada por detrás. El sacerdote un poco confundido, intervino: -Discúlpeme señora. Como usted bien sabe, están tapiadas…aunque hubiera podido escalar, cosa que descarto, no habría logrado entrar. La madre de Boscaria, ansiosa, se inquietó más aún. -Pero esos barrotes pudo haberlos quitado Ariel incluso cuando tenía dos años… ¡Son muy finos! La posadera, preocupada por su madre, pidió a su marido y al sacerdote que comprobasen dicha sala. Minutos después, entraron de nuevo en la posada. El sacerdote conversaba con Nicolás. -Usted sabrá dónde está esa habitación… -Tenga cuidado al entrar…está llena de muebles viejos. -¿Es antigua esta posada? -Sí…la construyó un bisabuelo de mi mujer con sus propias manos.
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-Entonces imagino que su suegra debe de tener razón, en cuanto al estado de los barrotes. -Es posible. Pero no creo que haya entrado nadie. Este muro mide desde abajo, unos 6 metros. Nicolás introdujo una llave oxidada en la cerradura. Fue preciso golpear la puerta para aflojar el seguro. Finalmente, cedió. Dentro de la habitación, podían apreciarse recios muebles, cubiertos de polvo. Del techo pendía un cable, con una bombilla rota. Comprobaron que ante la primera ventana, se había colocado un armario, pero se dirigieron al baño, y pudieron ver, gracias al quinqué con el que alumbraban, lo que la lluvia les impidió desde la calle… Los barrotes de la siguiente ventana, habían sido doblados, y había pedazos del cristal esparcidos por el suelo. Además, la puerta estaba partida en dos segmentos. Nicolás observaba a Bruno, bastante preocupado: -Pues al final mi suegra va a tener razón… Mientras Bruno ayudaba a Nicolás en la búsqueda de cualquier pista, descubrió un cofre antiguo tras una pila de libros. Le picaba la curiosidad. -Este baúl debe de tener al menos doscientos años. Nicolás sonrió. -Es del año 1800. Lo compraron durante la construcción de la posada, así me lo contó mi mujer. -Supongo que lo usarían para meter los ladrillos… -¡Jajaja! No exactamente, padre. El bisabuelo de mi esposa adoraba el carnaval, de tal forma que tuvo que comprar el cofre para guardar sus trajes. -¿Y están dentro del cofre, todavía? -No. Todo lo que hay son papeles que soportan, y a la vez envuelven una botella de “Cardenal Mendoza”, que trajo de España un tatarabuelo de mi mujer. Dicen que tiene un valor incalculable, pero mi suegra tiene más en cuenta el valor sentimental… Bruno se sobresaltó al oír la palabra “Cardenal”. -¡Me había olvidado por completo de Su Eminencia! Se dirigió corriendo hacia la habitación de éste. Nicolás le acompañaba. -¡Espere, voy con usted! Bruno, prefirió acceder a la habitación del cardenal, por la puerta que unía a ambas, para así evitarle molestia alguna. La empujó suavemente, y encontró al cardenal en su cama, como si no se hubiera enterado de nada. Una vez aliviada la repentina preocupación, volvieron al lugar de los hechos. Bruno estaba cada vez más interesado en resolver aquel misterio. -Dígame, Nicolás, ¿Cuántas personas hay hospedadas aquí en este momento? -Dos, usted y su cardenal. -Entonces, ¿qué cree que pudo destruir la ventana? -Bueno…pudo ser un rayo… -Pero la incidencia de un rayo, habría quemado la madera, y en la puerta no hay señales de quemaduras… -Lo sé, padre. Mire, esto es muy confuso, la única realidad es que yo tengo la llave de la puerta de esta habitación. Como afortunadamente, la ventana rota es la del baño, pondremos ante ella, esa estantería. Ayúdeme. El mueble fue colocado, y ambos se marcharon a descansar. La hipótesis que mantenía firmemente Nicolás, hacía referencia a un acto vandálico, lo que le despreocupaba un poco.
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A la mañana siguiente, Bruno y el cardenal bajaron para desayunar. Se enteró de lo sucedido y éste se sorprendió: -Lo que usted me cuenta es realmente sobrecogedor, pero déjeme decirle que a esa hora yo no escuché nada. Más tarde, Bruno le acompañó hasta el dispensario con el fin de presentarle a María. Ésta, mostraba gran admiración hacia Lorenzo Bernardi. -Es un placer conocerle, Bruno me ha hablado mucho de usted. -El gusto es mío. ¿De veras le ha hablado tanto de mí? No me extraña, trabajamos juntos durante todo el día. Conversaron alegremente, mientras paseaban los tres por la ciudad mostrándole al cardenal los lugares que los otros dos, ya conocían. Después, Bruno y Lorenzo Bernardi, agradecieron a María su atención, y regresaron a la posada, pues se acercaba la hora de la comida. Tras un largo rato de descanso, comenzaron a ojear los anuarios de la posada, con el fin de conocer más sobre la ciudad. Bruno optó por enseñar a su cardenal el famoso “Castillo del atardecer”. -Monseñor, ¿le apetecería que subiéramos por esa montaña para visitar el castillo del atardecer? -Sería un honor, además lo vamos a hacer justo en el momento que lo caracteriza, el atardecer. Caminaban a duras penas entre las ruinas de la entrada al Castillo, y cuando se iba escondiendo el sol, decidieron volver a la posada. Boscaria y su familia decidieron descansar allí, preocupados por el incidente ocurrido la noche anterior. Bien entrada la madrugada, escucharon otro desgarrador grito, pero esta vez no fue la madre de la posadera, como creyeron al principio. Bruno y el cardenal, acompañados por la posadera y su marido, bajaron corriendo las escaleras, y abrieron la puerta del recibidor. En la calle, observaban a una muchedumbre rodeando una parte de la plaza, de tal forma que decidieron acercarse. Allí presentes, encontraron a una joven muchacha, que había sido asesinada, acabando con la garganta desgarrada. El sacerdote y su cardenal, decidieron rezarle unas oraciones al cuerpo que yacía sin vida ante ellos. La idea principal de la posadera, que estuvo al borde del desmayo, fue ir en busca de María para que ésta, arreglase al cadáver antes de ser enterrado. En el dispensario sólo estaba el perro, y bastante furioso. La posadera estaba cada vez más confusa. El can ladraba en dirección a la habitación que había sobre la sala de paneles de luz, mostrando unas ganas enormes de abrir la puerta. Boscaria, por una parte, mostraba alivio. -Bueno, menos mal que la celosía separa la calle del jardín, que si no…este perro sería el principal sospechoso de asesinar a esa joven… Pero Bruno, que conocía bien el comportamiento de Fidel, el perro, estaba más confundido que Boscaria, y más aún cuando el animal estaba dentro de su casa. El sacerdote estaba preocupado por María, pues pensaba que Drácula podía haberla atacado, así que decidió preguntar a Nicolás sobre vampiros, tras el entierro de la joven. -¿¡No me diga que está usted interesado en vampiros!? Acompáñeme. Bruno y Nicolás se dirigieron a la casa donde éste vivía con su mujer, su hijo y su suegra. Ambos entraron en una habitación al final del pasillo de arriba, la cual tenía aspecto de un viejo estudio.
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Recias estanterías ocupadas por ejemplares de anatomía, ciencias físicas e historia, rodeaban la sala, y los primeros rayos de sol, penetraban por cristal del tragaluz. -Aquí es donde paso la mayoría de mi tiempo cuando vengo, y déjeme adivinar… ¿Me pregunta usted por vampiros porque ha visto el aspecto del cuello de aquella desdichada joven? -Así es, y precisamente en este país son famosos los avistamientos de vampiros, según dicen. Bruno pensaba que Nicolás sería un gran colaborador en su misión, y aunque al principio dudaba, le narró todo lo que había descubierto con respecto a Drácula. Poco le faltó a Nicolás para caer de espaldas. -… ¿Y dice usted que ha estado ante Drácula? -En efecto, y dos huéspedes que hasta hace poco estaban en la posada, intentaron asesinarme para evitar que llegara hasta él, y conseguir así ocupar mi lugar. Su esposa no sabe lo del pozo. -Mejor así, vamos a coger armas. -¿Qué pretende? -Esta noche, cuando estén todos durmiendo, usted y yo vamos a seguir la ruta que nos llevará hasta Drácula. -Si de esa forma podemos liberar a María, así lo haré. Llegó la hora de la cena y, el cardenal, hablaba con Bruno sobre la joven fallecida la noche anterior: -Qué curioso, Bruno, durante la guerra todos deseaban acabar con la violencia cuanto antes, y ahora nos encontramos con una víctima de ello… Bruno, tras extender la servilleta en su regazo, respondió: -Monseñor, cuando viajé a Budapest, con el fin de obtener datos sobre la existencia de los vampiros, fui testigo de la muerte de la historiadora que me atendió. En ese momento, Lorenzo Bernardi apartó la mirada de su recién servido bistec, ansiando conocer la experiencia de Bruno, en Hungría. -Cuénteme, Bruno. ¿Recibió el mismo final? -No exactamente, Su Eminencia. Verá, ella me pidió que bajara al jardín para cerrar la verja, y en ese intervalo de tiempo, alguien aprovechó para acabar con su vida. -¿Usted no vio nada? -No… -¿Tampoco encontró prueba alguna? -Absolutamente nada. Si le parece, vamos a comenzar ya, que se nos va a enfriar la comida… El cardenal, se encogió de hombros y agarró los cubiertos. Cuando ambos finalizaron, regresaron a sus respectivas habitaciones. A las cuatro en punto de la madrugada, Nicolás llamó a la puerta de Bruno. Éste estaba profundamente dormido, pero vista la hora que su reloj marcaba, enseguida se dio cuenta de que Nicolás y él tenían una misión. Bruno echó un vistazo por la ventana del dispensario, pero las luces estaban apagadas. No les pareció raro, al principio, ya que a esa hora la mayoría de los habitantes de Cluvuşcov dormían. El único detalle que les hacía sospechar, era que, como bien decía María siempre que hacían sonar la campana de la casa, la puerta estaba abierta. Una vez dentro, Bruno comenzó a llamarla, sin obtener respuesta alguna: -¿María?... María, ¿está usted aquí?
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No la encontraron en la sala de curas, ni en el laboratorio, de modo que, decidieron salir al jardín para llegar hasta la caseta donde se encontraba su dormitorio. Nicolás, titubeó un instante, pensando que Fidel podría atacarles, pero Bruno le tranquilizó. El perro, miraba a ambos, y corría hacia la sala de ataúdes, arañando la puerta. Nicolás miraba a Bruno, dudando: -¿Cree usted que ha entrado alguien ahí? El perro parece muy nervioso… -Puede que sólo nos esté indicando que María está en esa sala… -Ah, claro, porque es ahí donde está su dormitorio… ¿no? -No, se equivoca. Es en aquella caseta, la que hay junto al palomar. -Pues vamos hacia allá entonces… Por suerte, la puerta de dicha caseta no estaba del todo cerrada, así que, esperaban encontrarla allí. Pero sólo encontraron un montón de periódicos viejos sobre el lecho, y la puerta del baño abierta. María no estaba en esa sala, ni en el estudio fotográfico tampoco, porque la puerta que daba acceso, también se encontraba abierta. No tuvieron más remedio que dirigirse a la otra caseta, hacia la que el perro ladraba incansable. Bruno se dispuso a girar el pomo, pero se percató de que la puerta estaba totalmente cerrada. El sacerdote, sabía que tras ella había algo que a Fidel no le gustaba, así que ideó un plan. Bruno, gran conocedor de la física y de la química, se dirigió al laboratorio en compañía de Nicolás. El sacerdote recordó la experiencia en la cual, dentro de esa misma sala tuvo que desarmar la puerta con ácido sulfúrico, de modo que, éste, agarró el recipiente, y Nicolás un gotero. Bruno no se había percatado de que su compañero había cogido el cuentagotas, ya que éste iba con la única idea de deshacer las bisagras de la puerta, pero Nicolás, le frenó mostrándoselo. -Espere, Bruno. Utilice esto. -Ya, creo que sé por dónde va. Sosteniendo las armas, Nicolás observaba a Bruno. Cogeré el cuentagotas y verteré solamente dos gotas en el mismo ojo de la cerradura, así la uña se separará de la puerta. Dicha cerradura comenzó a expulsar humo y, efectivamente, tras girar el pomo, la uña cayó al suelo. Bruno abrió totalmente la puerta para dejar paso a Nicolás, pero el perro se le adelantó. El sacerdote, pensó que se dirigiría hacia los paneles de luz, pero no fue así. Fidel arañaba una maceta que había junto a la pared, antes de bajar. Nicolás pensaba que se había vuelto loco, pero Bruno le miraba expectante. Se acercó hacia él y encontró, una gran maceta, lo que le hizo pensar que realmente el can había enloquecido. Bruno se apoyó en ese lado de la pared, abatido, pero perdió el equilibrio y cayó al suelo, acabando de romper totalmente el tiesto de la maceta. -¡Qué torpe soy! Supongo que me he mareado. Nicolás miraba hacia la pared asombrado. -No, usted no se ha mareado, es que esta pared se ha movido. ¿No ve la trampilla? Tras la maceta se ocultaba una puerta que no superaba el metro de longitud. El perro cupo sin problema, pero para ellos fue preciso agacharse. Se adentraban, en una sala que ya no pertenecía al dispensario, pero el perro parecía conocerla bien. La confusión ocupó las mentes de Nicolás y Bruno, sin embargo, no tardaron en darse cuenta de que un haz de luz, penetraba un cristal. Entonces, se dirigieron cuidadosamente hacia esa luz, pudiendo comprobar que, estaban dentro de la casa cuyo muro izquierdo, lindaba con el jardín del dispensario. El perro estaba muy nervioso, y miraba
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constantemente por la ventana, hasta que Bruno encontró un ataúd sobre el sofá de esa casa en ruinas. Fidel se acercaba a él impaciente, y el sacerdote terminó por abrirlo. En su interior encontró una manta, que parecía cubrir un cuerpo. Bruno, al observar que sobresalía una mata de pelo rubio, se temió lo peor. -María… ¡Oh! ¿¡Qué te han hecho!? Se dispuso a destapar el cuerpo, pero encontró a una mujer que no era María, y parecía llevar pocas semanas ahí dentro. Bruno sintió un gran alivio. Rezó al cuerpo sin vida que yacía ante sus ojos, y a la vez maldijo a George y a Adrian, porque imaginaba que habían sido los responsables. Cogieron una de las cajas de madera de pino que había en aquella sala, pues Nicolás afirmaba que sería más cómodo portar ahí las armas. Llegaron a la cueva por donde Bruno consiguió entrar a los sótanos del castillo. Nicolás sacó una escopeta, y lanzó una flecha a la pared, con el fin de espantar a las ratas. Bruno inició una conversación: -Al estar debajo del riachuelo, en esta cueva abunda la humedad, es por esta razón que hay tantísimas ratas. Siguieron caminando, pero pararon en seco, porque en la caja, fue clavada una flecha, tras escuchar un fuerte golpe. -¡Ay! Gritó. Bruno se preocupó: -¡Nicolás! ¿Se encuentra bien? -Sí… ¡Qué ironía! Alguien hay por aquí que también lleva una escopeta. Nicolás observaba la flecha durante segundos: -Bulema 18-K06… ¡Esta flecha es mía! Se quedó patidifuso: -Pero… ¿Cómo? Bruno, tras mucho cavilar, pareció encontrar una respuesta: -Creo que tengo la contestación, acompáñeme al final del pasillo. Siguieron hasta el lugar donde Nicolás había disparado la flecha. El sacerdote señalaba al muro, que presentaba un agujero, y caños de agua filtrándose. -¿Lo ve? La flecha no está. -Sí, eso ya lo sabía yo… -Bien, pues esto ha sido una falta de prudencia por ambas partes. Usted se precipitó al disparar la flecha, pero también es cierto, que yo tendría que haber hecho hincapié, en que estamos debajo del riachuelo… ¿Lo entiende ahora? La fuerza del agua ha golpeado a la pared, haciendo salir a la flecha disparada, pero como ha visto, de otra forma. -¿Y cómo explica el sonido similar al de un disparo? Bruno posó la mano ante las grietas de la pared. -Si se fija bien, la pared se ha agrietado. La misma fuerza del agua, ha roto este trozo de pared tras el golpe, habiendo provocado un sonido parecido al disparo de una escopeta. -Entiendo. Bruno, todo eso está muy bien, pero… el agua se está filtrando. -Lo sé, por eso tenemos que llegar lo antes posible hacia nuestro objetivo. Corramos. Continuaron por el camino que Bruno indicaba. Parecieron avistar la tumba que daba acceso al sótano del castillo, de modo que, se acercaron hasta ella. Bruno, quien dudaba en ese momento, se decidió finalmente a abrirla. -Bien, Nicolás. Agarre bien las armas porque vamos a tener que saltar. -¿Por dónde? -Bajo esta losa, hay un agujero que da acceso al sótano, nuestro destino.
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-¿Hay mucha distancia al suelo? -No mucha. Pero el ataúd se puede romper, así que, si le parece salto yo primero, que ya he estado antes aquí, y usted me va dando cuidadosamente las armas. Si quiere, después me da el féretro y las volvemos a guardar ahí. -Buena idea, Bruno. El sacerdote deslizó la tapa, y se dejó caer. Nicolás siguió las instrucciones que había recibido, y saltó posteriormente. Bruno pudo apreciar, que todavía seguían en el lugar, las rocas, pero la puerta ya no estaba bloqueada. De modo que, allí se encontraban, ante el grandísimo portón del que se supone, debía salir Drácula. Nicolás, dudando preguntó: -¿Tras esta puerta, está Drácula? Bruno respondió: -La última vez que lo vi, salió de aquí, pero antes tuve que hablar con María. A Nicolás le surgió otra duda. -Bruno, eso está muy bien, yo diría que nos encontramos a un paso de Drácula, pero… ¿Cómo se abre la puerta? El sacerdote, recordó que la vez anterior tuvo que destruir una tumba, que resultó ser una ilusión. -Pues ahí está el problema ahora. Éste no tardó mucho en hallar la respuesta. Dada su aguda observación, comprobó que durante varios minutos, el suelo presentaba, el aspecto de tablero de ajedrez. Las losas negras, tenían centrada la pequeña imagen de un león. Bruno creyó que, para abrir la puerta, debía avanzar por los cuadrados negros, hasta el eje central de ésta. Así lo hizo, precisó de dos intentos durante cinco minutos, ya que cada tres minutos desaparecía la imagen. Bruno zigzagueó y pudo llegar hasta dicho eje. La puerta se estaba moviendo, y éste, retrocedió unos pasos. María salió del oscuro pasillo, y Bruno corrió a abrazarla. -¡María! ¿Cómo te encuentras? -Estoy bien, Bruno. Pero debo pediros que os marchéis. -No, María. Te prometí que volvería a salvarte. -Bruno, por favor, márchate… no es el mejor momento… Una alocada risa se oyó al fondo del pasillo. Se aproximaba Drácula en compañía de George y Adrian. Bruno esperaba con la mirada fija, y María, viró la suya hacia el suelo, muy preocupada. Drácula dio comienzo a la conversación: -Volvemos a vernos, sacerdote. Bruno le sostenía la mirada. -Así es, parece que tenemos que arreglar algo que dejamos pendiente. -¿De veras, sacerdote? -Sí, además sé que fuiste tú quien causó aquellos daños en la posada. Nicolás miró a Bruno extrañado, a lo que éste le respondió: -Sí, Nicolás, una cosa así sólo pudo hacerla él. Drácula continuó: -Sólo fue un aviso para recordarte que teníamos algo que terminar. -¿Me seguiste? -Bueno… Me di cuenta de que habías escapado de todas esas rocas, así que, imaginé que estarías en esa fonda. Aquí, estos dos muchachos, ahora mis siervos, me han ayudado
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a encontrarte. Bruno se acercó a Drácula quedando a muy poca distancia de su cara. -Pues ya me tienes aquí, ahora podemos acabar lo que empezamos. Adrian Dula se acercó a Drácula, mientras se palmeaba su pecho. -Mi…mi señor, soy su siervo y estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por usted. Drácula miró fijamente a Adrian, y esbozó una malvada sonrisa. -¿Qué has hecho tú para llegar hasta mí? Sólo has seguido a Stelean… ¡Él sí ha cumplido todas las pruebas! Drácula desvió la mirada hacia Nicolás. -¿Qué llevas en esa caja? Él, apoyado sobre el féretro, le respondió: -No tienes derecho… Drácula se enfureció tanto que, desolló vivo al periodista, dejándolo en el suelo, desangrándose. Nicolás aprovechó para lanzar una escopeta a Bruno. -¡Cójala, Bruno! El sacerdote agarró la escopeta. Drácula se le acercó como un veloz halcón y Bruno no tuvo más remedio que disparar. Se precisaron más de cinco descargas para debilitar al vampiro, pero no pudo acabar con él. El monstruo chilló de dolor y comenzó a desvanecerse, jadeando. George, corrió hacia él. -¡Amo! El rostro de George se llenó de rabia y comenzó a disparar como loco a Bruno en el pecho. De repente, un gran golpe se escuchó en el sótano. Provenía del piso superior, y Nicolás recordó la rotura de la pared. Una gran ola recorrió toda la planta superior, entrando hacia el sótano por la falsa lápida. María corrió hacia el portón seguida de Nicolás, quien soportaba en ese momento a Bruno en sus brazos. A Drácula y a George también les dio tiempo a entrar en aquella sala, refugiándose de la inundación. María abrió el ataúd donde Nicolás guardaba las armas, tomó un arcabuz y comenzó a disparar hacia George. Ellos se perdieron, mientras Drácula daba instrucciones a George: -¡Tráemelo! ¡Lo quiero vivo o muerto! María abrió una pequeña puerta, que les dio paso a un largo túnel, con frescos de un dragón. Recorría todo Cluvuscov, y tenía nada más que una salida, la cual sólo María utilizaba. La nueva puerta les condujo hacia una sala de la casa contigua al dispensario. Por esta razón María tenía una puerta dentro de la caseta del jardín, para llegar hasta Drácula sin levantar sospechas. Además, los ataúdes que Bruno y Nicolás encontraron en la otra casa, estaban ocupados por todas aquellas personas que anteriormente se le intentaron enfrentar. María llevó a Bruno a la sala de curas y le extrajo las balas. Había perdido mucha sangre. Nicolás corrió hacia el laboratorio y entregó a María el bote con la sangre de Bruno, y otros botes con el mismo grupo sanguíneo. Bruno comenzaba a dar síntomas de mejoría. En ese momento, el perro comenzó a ladrar, además, la casa se quedó a oscuras. Bruno imaginaba que alguien había quitado los plomos.
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,-¡Se ha ido la luz! María corrió a por su perro y cerró con llave la puerta del jardín. George salió de la caseta que conducía a la otra casa. Abandonaron el dispensario, no obstante, desde el jardín, George acertó al cuello de Bruno con su rifle. Entraron corriendo en la posada. George aprovechó para destrozar la sala de curas y todos los objetos del dispensario, para conseguir así ocupar el lugar de María, como consejero de Drácula. Recargó la pistola que llevaba y decidió así entrar en la posada, pero el ambiente allí era de lo más extraño. Los espejos, estaban cubiertos por crespones negros, como seña de que alguien había muerto. Pasó al salón, donde sólo encontró el ataúd con el cuerpo de Bruno dentro, y nueve cirios a su alrededor. La intención de George en ese momento no era, ni más ni menos, que robar el cuerpo, pero se demoró unos minutos antes de proceder, ya que imaginaba estar saboreando la victoria. Se acercó al cuerpo del sacerdote. -¡Jajaja! Ya decíamos que tú aquí no te saldrías con la tuya… ¿Qué dices? ¡No estés triste, ahora estás con Dios, jajaja! George saboreó uno de sus cigarrillos, y exhaló una bocanada de humo, mientras observaba felizmente el cuerpo. -Yo obtendré la vida eterna, y también, me llevaré a María…y tú… no podrás hacer ya nada para impedirlo… ¡Jajaja! Se encontraba expeliendo el mismo cigarro, para soltar esta vez el humo sobre la cara de Bruno, burlándose de él. Pero George, no había sacado todavía el cigarrillo de su boca, cuando el sacerdote abrió los ojos, y con furia, pronunció una frase, ante la extrañeza del impostor. -No, George. No lo harás mientras yo viva… Y soltó un puñetazo a la cara de George, mientras salía del ataúd donde guardaron las armas, al mismo tiempo que salían de sus escondites, Nicolás, María, y Boscaria, quien no entendía absolutamente nada. Mientras tanto, George, que casi se queda inconsciente, se levantó rápidamente, corriendo a abrir la puerta pero Nicolás salió tras él. Durante el forcejeo, el cardenal, totalmente al margen de lo sucedido, bajó de su alcoba, molesto por el ruido. Bruno se le acercó: -Monseñor, todo esto tiene una explicación. Lorenzo Bernardi se aproximó a los dos hombres intentando separarles. Nicolás se golpeó la cabeza contra el mostrador, y Boscaria comenzó a gritar como una energúmena. -¡Mi marido se ha muerto! ¡Maldito seas George Rossenfield, los demonios te llevarán con ellos al infierno... de donde nunca tendrías que haber salido! Nicolás abrió los ojos en ese momento, y Boscaria se alegró tanto que gritaba más que cuando lo creyó muerto. Segundos más tarde, Nicolás, atrapó a George. El loro de María, que sobrevolaba la ciudad, crascitaba muy nervioso, y se posó sobre el hombro de ésta. María se emocionó al advertirlo. -¡Dios mío! ¿Dónde has estado todos estos días? El loro respondió: -¡Por allí! Este ave rapaz, que sembraba la ambigüedad al no mostrar si realmente entendía lo que se le decía, miraba hacia el bosque. María no sabía si quería responder a su pregunta,
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porque veía cómo por ese mismo lugar, una gran corriente de agua estaba inundando Cluvuşcov. Cerraron la puerta de la posada, y segundos más tarde las paredes comenzaron a hendirse. A la gente le aterraba salir a las calles, desde lo sucedido con aquella joven, pero la guerra había jugado un papel importante. La madre de Boscaria, con un rostro muy lánguido, se dirigía a los allí presentes: -Este pueblo ya no es lo que era… las gentes no salen a no ser que sea estrictamente necesario… El cardenal había caído al suelo tras el golpe. Después, fue socorrido por María y Nicolás, quienes lo acompañaron al comedor. Bruno los siguió hasta el comedor, pero durante el trayecto se percató de que un pequeño objeto, cayó de la sotana de Lorenzo Bernardi. A simple vista, Bruno creyó haber visto una carta, pero no fue así. El elemento que el sacerdote había tomado, resultó ser una fotografía antigua, en la cual aparecían, un joven Lorenzo Bernardi, y una chica de pelo largo, abrazados durante un paseo en góndola. Bruno la intentó devolver al cardenal, pero al sacerdote se le produjo una situación muy confusa. -La mujer de esta fotografía me resulta familiar… Bruno accedió al comedor, en un nuevo intento de entregarle la imagen, pero la curiosidad le cubrió la mente. Se acercó hasta el cardenal. -Monseñor, ¿se siente ya mejor? -Sí, parece ser que me he mareado… -¿Desea que le acompañe hasta su aposento? -No, no es necesario, me quedaré aquí un rato, y usted debería hacer lo mismo. Algunos espacios de la pared se han agrietado. -De momento subiré a mi habitación para arreglar unas cosas, pero no se preocupe, que enseguida estaré abajo. Bruno subió corriendo las escaleras y se tumbó en el catre. Le daba vueltas a la cabeza. -¿Tuvo pareja Lorenzo Bernardi antes de llegar al Vaticano? ¿Qué le hizo a Su Eminencia entrar al seminario, y dejar a su pareja, en ese caso? ¿Sería sólo una amiga? Bruno se levantó y posó sus brazos en el alféizar de la ventana, observando las secuelas de la inundación. Minutos más tarde, se sentó en la silla frente al escritorio, apoyando su cabeza sobre la mano derecha. -Debería devolverle la fotografía, al fin y al cabo es suya…puede que sea el único recuerdo bonito que tiene con esa mujer… Bruno suspiró. -Ay… en fin, a mí tampoco me gustaría perder esta fotografía de mi madre, es el único recuerdo que conservo de ella. Se mantuvo unos segundos observando la imagen de su madre, cuando de repente, se sobresaltó. -Pero… ¿¡Cómo!? Posó la fotografía del cardenal junto a la suya, y llegó a una conclusión. -Es… ¡Es mi madre! Pero… ¿Qué hace aquí con Lorenzo Bernardi? Bruno no lograba entender nada. Merodeaba por el pasillo de arriba tratando comprender la situación, pero no conseguía concentrarse. -Le devolveré la foto al cardenal, pero, sintiéndolo mucho, tendrá que responder primero a mi pregunta.
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Estaban todos en la calle, examinando las aberturas en la pared, pero Nicolás realizaba dos acciones a la vez, ya que tenía retenido a George. Bruno se dirigió al cardenal. -Su Eminencia, me enorgullece verle tan lozano, de nuevo. Éste sonrió: -Aunque no lo parezca, Bruno, soy joven todavía. -No se lo niego. ¿Podemos hablar un momento, a solas? -Faltaría más. Pasaron al comedor de la posada, el cual estaba vacío, y se sentaron en el sofá. Lorenzo Bernardi, con las manos sobre sus rodillas, muy común en su persona, miraba a Bruno expectante. -Usted dirá… -Verá. Cuando María y Nicolás le ayudaron a entrar aquí, tras su percance… Bruno se detuvo un instante para sacar la efigie, y mostrársela al cardenal. -…se le cayó de la sotana esta fotografía. Al cardenal le cambió el color facial. -Ah… pues no me había dado cuenta. Muchas gracias Bruno. El cardenal había hecho ademán de coger la foto, pero Bruno movió su brazo. -Disculpe, Su Eminencia, ¿puede decirme quién es esta bella joven? El cardenal sonrió. -Pues una bella joven, amiga mía… en un canal de Venecia. -¿Fue usted su pareja? -Bueno… antes de ingresar en el seminario, fuimos pareja…sí. ¿Me la da? -Sí, claro. Pero, ¿puede antes decirme si le suena de algo esta fotografía que porto yo? Bruno le mostró la imagen, y el cardenal desvió la mirada. -¿De dónde la ha sacado? -Es el único recuerdo que conservo de mi madre. He observado, que tienen un parecido muy semejante. -Ha de ser una casualidad, dicen que todos tenemos un doble… -¿Se encuentra bien? Le noto nervioso, no quería yo importunarle… -No, nada de eso. Bueno, si le parece deme la foto y ya la guardo… -De acuerdo. Pero explíqueme de qué conocía usted a mi madre. El cardenal se levantó de un salto. -Yo…yo no conocí a su madre… -Monseñor, creí que en usted podía confiar. -Pero, es así… yo no sé quién fue su madre, sólo sé quién es la mía, y que vive en Siena… -No hace falta que me dé datos adicionales. Monseñor, aunque esta lámina sea sólo una imagen de mi madre, la conocería si la tuviera delante, aunque hayan pasado estos treinta y un años que tengo de vida. Lorenzo Bernardi se quitó las gafas y colocó su frente sobre el puño. -Está bien, Bruno. Yo la conocí. A Bruno parecían salírsele los ojos de sus órbitas. Tragó saliva. -Y… ¿Qué fue de ella? -Ella y yo tuvimos una relación hace muchos años, pero lo dejamos y, después, decidí ingresar en el seminario. -¿Terminaron su relación?
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-Sí…tuvimos que dejarlo, al final. Pertenecíamos a mundos muy distintos. -Y ¿Cómo acabó la relación? -Pues…nos dimos cuenta de que no teníamos futuro. Luego, ella se fue lejos. Bruno miraba al cardenal con extrañeza. -¿Fue usted la única persona en la que mi madre confiaba? El cardenal sonrió. -Sí. La única. Bruno asentía lentamente. -Ya… ¿Por eso me recogió usted cuando ella me abandonó? Lorenzo Bernardi tenía dificultades de habla. -Sí, claro. Ella me contó que esperaba un hijo, y que no se podría encargar de él. Sus padres no volverían a considerarla hija suya, si se enteraban de que se preñó sin haber contraído matrimonio. Cuando iba a dar a luz, vino al Vaticano, corriendo, y todos la ayudamos. -Pero… ¿Quién la dejó embarazada? El cardenal estaba muy pálido. -Bruno…pero… ¡Maldita sea! -¿Qué le sucede, Monseñor? -Ha llegado el momento de la verdad… Bruno se estaba poniendo muy nervioso. -¿La verdad? ¡¿Qué verdad?! -Escuche, Bruno, si no hubiera usted encontrado la fotografía, créame cuando le digo que no le habría contado nada, más que nada por el bien de ambos. Pero ya…es muy tarde. Bruno no le apartaba la mirada. -Quiero que empiece a contarme ya esa verdad, por favor. -Está bien. Comencemos por la foto que usted encontró, ¿sabe cuántos años tiene la fotografía? Tiene treinta y dos años, es más, fíjese en la casa que hay detrás de nosotros, sobre la puerta están sacando brillo a cuatro números de bronce, 1888. Esa casa la construyeron ese mismo año. Ahora bien, su madre aún no estaba embarazada. Éramos jóvenes, no teníamos muchas preocupaciones en la cabeza, y… mantuvimos relaciones sexuales ese día. Como consecuencia, ella quedó embarazada, es decir, Bruno, yo soy tu padre. Boscaria estaba escuchando tras una cortina. -¡De lo que se entera una! Bruno estaba al borde del vahído. -No…no, no. Monseñor, usted sabe que yo le quiero como a un padre, pero…no es cierto…no, usted no es mi padre, no es cierto. -Sí, Bruno. Te llamas así por el gondolero que nos paseó aquel maravilloso día. Ella me pidió que te bautizara con ese nombre. Tu madre me entregó esta carta, confiaba en que algún día tú la leyeras. La he guardado todos estos años junto con la foto, y creo que, ahora es el momento de que la leas. Tú serás el primero en abrirla, después de escribirse hace treinta y dos años. El sacerdote no podía creer lo que acababa de escuchar. Se acercaba lentamente a Lorenzo Bernardi, para coger la carta que su madre le había dejado, cuando de repente, los demás integrantes de la posada comenzaron a gritar, intentando atrancar la puerta principal.
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Bruno y el cardenal corrieron hacia el recibidor, donde María les miraba angustiada. -¡Es él, Bruno! ¡No se detendrá hasta acabar con nosotros! El cardenal miraba a ambos, desconcertado. -¿Quién es “él”? María se le acercó corriendo, y le agarró las manos. -¡Es Drácula! Su Eminencia, Bruno intentó acabar con él así que se sintió traicionado. George y Adrian han sido hasta ahora sus siervos, al igual que yo, pero… ¡Como no quiero continuar con esta vida me dejé influenciar por el carisma de Bruno, prometiéndome que acabaría con él! -Los avistamientos…los avistamientos de vampiros en este lugar, eran ciertos… entonces, esa doctora, y la chica de anteanoche… ¡pudieron haber sido asesinadas por él! -Cardenal… ¡yo soy la doctora Banta Vlagurtavul! Soy súbdita de Drácula porque él me prometió la belleza eterna, a cambio de mis servicios durante media vida… Boscaria escuchó la confesión de María y se lanzó a abrazarla. -¡Banta! ¿Realmente eres tú? Te debo la vida… ¡te debo la vida! La posadera fue un gran apoyo para la puerta, dada su notable masa corporal, por eso, cuando se apartó de ella, a Drácula le resultó más fácil abrirla. En las moradas cercanas a la posada, se escuchaban gritos de pánico, mientras sus residentes intentaban obstruir toda posible entrada hacia ellas. La madre de la posadera, recordaba la influencia que la leyenda de Drácula había tenido en su infancia. -Mi abuela siempre me contaba sobre vampiros. Decía que una amiga suya fue víctima de ellos. El monstruo se acercó a María y la agarró fuertemente del pelo. Bruno se lanzó hacia él y le apartó las manos. -¡Ni se te ocurra volver a tocarla! Drácula miró a Bruno con recelo y, se enfureció tanto que provocó la aparición de lenguas de fuego en las montañas. Boscaria no se había asustado nunca antes tanto. Al monstruo se le apreciaba la furia en el rostro, y soltó un chillido que fue capaz de reventar los cristales de la primera planta. Después, se acercó hasta Bruno, y con sus gélidas manos lo agarró por el cuello. Bruno, quien estuvo al borde de morir por asfixia, no tenía fuerzas para atacar a Drácula. Agonizando, se le llenó la cabeza de imágenes que le recordaban toda su vida. Podía recordar el momento en el cual fue recogido por Lorenzo Bernardi, nada más nacer, su infancia y juventud, el día de su graduación, su llegada a Cluvuşcov, y finalmente, el momento en que conoció a María. Lorenzo Bernardi, muy apurado, alzaba su crucifijo, Boscaria tomaba uno de la pared, y comenzó a rezar una oración, en el antiguo lenguaje oficial de Cluvuşcov, intentando salvar a Bruno, y liberar al pueblo de aquella situación. -Sàntum piţiru, dei forte kdâema Para ÿ prontae liberatiŌn dei vûlks ŌdseemA kè vou aprekmesimeêéu An grâte demøstration dei piti Llancünê dle incendial kè disprosæcan! Ăuriossi alvuriuk kdâemidëa Tuguthuşs péorrm oáadfa destrum! Instantes después, una gran tromba de agua comenzó a caer desde el cielo. Esto provocó la extinción del incendio en las montañas, ante el asombro de todos. Drácula miraba furioso a Bruno:
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-Acabaré contigo. ¡Traidor! Drácula lo levantó en peso. -¿¡Cómo te has atrevido!? Drácula encumbró la mano dispuesto a desollarlo vivo. En ese momento, entre las nubes, un gran rayo de luz incidía, siendo a la vez un inconveniente para el monstruo, que perdió mucha fuerza y soltó a Bruno. Nicolás aprovechó el momento y, en compañía de su mujer, lanzó un llamamiento: -¡Agrupaos, cluvoccenses! ¡El pueblo nos necesita! Tímidamente, los vecinos abrieron las puertas de sus viviendas y se acercaban a la posada. Nicolás les volvió a hablar: -¡Él es el causante de todo el mal del pueblo! ¡Él asesinó a la joven, y esclavizó a la población, él fue el tema de conversación en este pueblo durante generaciones, él nos empobreció! ¡Hagámosle pagar ahora que el viento sopla a nuestro favor! María, cogió una de las vigas de madera que habían caído después de la inundación. Le pidió prestado el mechero a George. Salió hacia el dispensario. -George, préstame tu mechero, por favor. Éste la miraba con odio. -Mete tú misma las manos y búscalo. María agarró el mechero y salió hacia el dispensario. Minutos más tarde, María volvía con el instrumental médico y algunas pertenencias. La vivienda estaba incendiada, pero el fuego no se llegó a propagar. Bruno, jadeando todavía, esperaba respuestas por su parte. -¡María! ¿Por qué haces eso? Es tu casa… -Bruno… el dispensario fue antaño la antigua sede de la fundación Teovirce. En esos muros se respira corrupción y maldad. Los miembros de la institución habían descubierto a Drácula, un ser sobrenatural del que decidieron sacar partido. -¿Sacar partido? -Sí. Pensaron que el hecho de haberlo descubierto hace siglos, atraería el turismo. Drácula perdonó la vida a quienes osaron a publicar sobre su existencia, si conseguían crear de él una imagen, que todos temieran, al igual que temían sus descubridores. Drácula agonizaba tendido en el suelo, pero de repente se levantó y se acercó a Bruno con el fin de acabar con él. Nicolás le prestó su escopeta, mientras se santiguaba. -¡Bruno, piense rápido! Bruno se quedó paralizado, e intentó protegerse con el rifle. Lo puso apuntando hacia Drácula, pero no se atrevió a disparar. Finalmente, se escuchó el grito más grande que la población cluvoccense jamás había escuchado. Pero, por suerte no había sido Bruno quien gritó, sino Drácula. Bruno había clavado la escopeta justo en el corazón del monstruo. La luz entraba en la posada, y Drácula ya no tenía fuerzas. Incurable, fue tomado en brazos por los vecinos y lanzado al dispensario, donde ardió como si de una vela se tratara. El alba estaba próxima. Bruno, en compañía de Lorenzo Bernardi, rezó varias oraciones ante los escombros de lo que antes se había hecho llamar, dispensario. Los habitantes de Cluvuşcov ya no tenían miedo, se sentían con ganas de limpiar sus calles, y de mejorar las condiciones de vida de su pueblo. Celebraron su unión. Pensaron además que, aunque se trataba de un hecho sobrenatural, marcaría un antes y un después en la historia de su poblado. María, había perdido la vida eterna, y además su belleza. Su cara se le volvió a
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cubrir con las quemaduras que antes había tenido. Ésta, muy disgustada tras haber contemplado su rostro en el espejo del recibidor, en la posada, agarró un tubo de ensayo con aguarrás, corrió hacia la hoguera que había provocado, y se lanzó. Bruno intentó detenerla: -¡No, María! ¡No lo hagas! Pero ya era demasiado tarde. Bruno salió corriendo hacia la pira, pero se produjo una explosión, donde María terminó calcinada. Todos los cluvoccenses, rezaron ante brozas. George, fue encarcelado esa misma mañana. Ariel, el hijo de Boscaria, jugaba en la calle con algunos niños, y con las mascotas de María. Tras el rezo, Lorenzo Bernardi y Bruno paseaban por las calles, manteniendo un diálogo más cercano. Lorenzo Bernardi inició la conversación. -Siento lo que le ha pasado a María, Bruno. Pero bueno, la vida sigue, y ahora que ya sabes la verdad, me gustaría mucho que tuviéramos un trato más cercano. Ya me entiendes, de padre a hijo. Bruno sonreía. -La verdad es, que me gustaría mucho, pero voy a verlo muy raro. Llevo toda mi vida actuando así. -Yo quiero que te dirijas a mí, como tu padre que soy. Que recuperemos el tiempo perdido. Ya sé, que siempre hemos estado juntos en el Vaticano, y que lo único que te ha faltado ha sido una madre, que, sin duda, tuvo razones más que suficientes para irse. -Yo recuerdo la hagiografía de Moisés, quizá ella consideraba a alguien de su familia, un faraón que no me habría aceptado. -Pues aquí está la carta que antes debí entregarte. Tu madre la escribió hace treinta y dos años, y quería, que fueras el segundo en leerla, después de mí. -¿Quiere acompañarme mientras la leo? -Será un honor, hijo, pero trátame con más confianza… -Es que… ah… ¡Qué ironía que sea yo ahora quien te llame “padre”! -Puedes llamarme padre, o papá, como prefieras. En el vaticano lo saben, pero mi trato contigo ha sido tan discreto y caritativo, que nunca supuso ningún problema. Además, no se me pudo impedir tu cuidado, por falta de quórum, todos querían tenerte cerca, te consideraban un regalo de la vida. Venga, abre la carta, así conocerás todos sus motivos. Bruno se dispuso a desenvolver el sobre. Inspiró y comenzó a leer, en compañía de Lorenzo Bernardi, ahora su padre.
Querido hijo mío, Bruno Si estás leyendo esta carta, es que tu padre ha creído conveniente contarte toda la verdad. Pues bien, espero que hayas comprendido las razones por las que te tuve que abandonar. Solos, contigo, no podíamos ofrecerte nada, aún éramos jóvenes, y nuestras familias no habrían dado el visto bueno a lo que hicimos, sin haber contraído matrimonio. Terminamos nuestra relación, por el bien de ambos, pero yo ya estaba encinta. Pensé que sería demasiado tarde, pero, en compañía de tu padre, supe que estarías a salvo. Estoy segura de que, a su lado, no te faltará nunca de nada. Confío en llegues a ser un buen hombre, aunque no lo tendrás difícil si tu padre te inculca sus valores. Al igual que has considerado oportuno leer mi confesión, si algún día deseas reencontrarte
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conmigo, estaré dispuesta a remover cielo y tierra para hacerlo. Quiero que sepas también, que tu padre y tú, sois los únicos hombres de mi vida, aunque hayan pasado tantos años. Recuerdo esto, hijo: No estoy lejos de ti, y piensa que, algún día volveremos a vernos. Tu madre, que te recuerda cada día de su vida. Eva Lombardi. Bruno no pudo evitar emocionarse, y acercó la carta hasta su pecho. Su padre le posó la mano en el hombro. -Te has dado cuenta de dos cosas, Bruno. -Lo sé, tú eres mi padre, y mi madre me quería. Lorenzo Bernardi asintió pensativo. -Bueno, llevas razón. En realidad serían tres, esas dos y… que nunca se debe abandonar lo que más se quiere. Bruno dio la razón a su padre, mientras éste miraba a su alrededor. Bruno lo miraba algo suspicaz. -¿Qué quieres decir? Su padre reía. -Digo, que sé lo que sentías por María. Si te sientes mejor en compañía de una mujer, inténtalo. Es cierto que te hemos necesitado en el Vaticano, Bruno, pero es tu vida, y al fin y al cabo, lo más importante es la familia. Bruno asentía. Lorenzo Bernardi vio conveniente regresar al Vaticano, esa mañana, pero con la cabeza puesta en un viaje de vuelta a Cluvuşcov. Bruno, pensaba lo mismo. -Bruno, creo que por ahora debemos regresar, pero, justo dentro de nueve meses, que habré cumplido ya los sesenta años, podré pedir un permiso, que utilizaremos para regresar. Me he dado cuenta, de que este pueblo nos necesita, y ahora más que nunca, para volver a ser el pueblo que todos desean. -Tienes razón, padre. Horas después, se despidieron, para regresar posteriormente. Bruno terminó charlando con Nicolás: -¿Será difícil para usted quedarse como galeno una pequeña temporada? -No crea. Por mis libros de anatomía, sé lo suficiente, hasta que venga uno nuevo, puedo. -Confío en usted. No lo olviden, estaremos de vuelta muy pronto, y cuando lo hagamos, volveremos con las manos cargadas de ayuda para el pueblo.
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Diciembre MMXI 2