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Solus Deus: Discriminación 'A la Mexicana'
Por Marcela Toledo
Faltaba un par de horas para que cerraran las casillas electorales cuando ya experimentaba en carne propia el odio racial en la línea para pagar en la caja registradora del supermercado. El desasosiego me había obligado a checar las noticias sobre las elecciones. Desde hace algún tiempo estoy en una detoxificación mediática intensiva, y uso los medios sociales sólo para quejarme de algún servicio. La ventaja de Trump era obvia. Así que fui a comprar una botella de vino, para el susto.
Me formé para pagar detrás de un hombre anglosajón, en sus treintas, alto y fornido, cabeza rapada y chamarra de cuero negra, acompañado de un muchachito rubio, de unos 10 años, quien ponía sus compras en la banda. De inmediato sentí su negatividad y me mantuve un par de pasos. Alguien amable me hubiera dejado pagar antes, pues sólo llevaba ese artículo. Pero no. El hombre buscaba hacerme pleito ranchero. Y no caminaba. Empujó su carrito de compras fuera del área de la banda eléctrica hasta que tuvo que sacar su cartera para pagar en la caja. Entonces di un pequeño paso, lo que aprovechó el energúmeno para espetar, con tremendo aire de superioridad, que me esperara – en inglés. Se dio la vuelta y caminó. Alcancé a decirle, también en inglés, “sólo buscas pelea”. No dijo nada.
Qué bueno porque hubiera llamado a la policía. Me refiero a que YO hubiera llamado a la policía. En el 2018, en el Aeropuerto O'Hare, hice que la policía de Chicago arrestara al afroamericano a quien, por no cederle mi turno para bajar del avión, me dijo que me iba a disparar. Pagué con gusto mi viaje sólo para testificar en su contra. Pensé que así aprendería a respetar a las latinas también.
Y es que la campaña de Trump contra los mexicanos durante su primer mandato exacerbó el odio racial contra nuestra raza de bronce.
Lo peor de todo es que en este su segundo término, ganó con el 45 porciento del voto latino, pues prometió deportaciones masivas entre los latinos. Ese mismo sentimiento antinmigrante entre latinos nacidos aquí y los que siguen llegando, afloró en los cincuentas, y hasta el mismo César Chávez se refirió a los indocumentadas como “espaldas mojadas” (porque en ese tiempo usualmente cruzaban el Río Bravo), señala un artículo de mi colega y amigo Russell Contreras.
Esa es una puñalada trapera que ni siquiera se me ocurrió cuando conversaba con mi tía de 93 años, que vive aquí cerca y quien nació, junto con sus nueve hermanos en Colorado. Tres de mis tíos fueron veteranos de guerra. Ella y mi mamá eran primas hermanas. Pero su mamá se casó y se fue pal Norte con su marido.
Cada vez que conversaba con ella me molestaba que hablara mal de “tanta gente que está entrando”. Hasta que le dije que no me gustaba hablar de ello porque yo también soy inmigrante, como todos. Y lo digo a voces. Pero mucha gente como ella no quiere recordar que sus padres fueron inmigrantes. O los padres de sus padres. O sus ancestros. Como los de Trump, que vinieron de más lejos. Nosotros ya estábamos aquí.
Me duele enormemente que mi tía, como mucha gente, aun siendo de descendencia mexicana, votaron para que deporten a las personas indocumentadas. Que en este caso, será una persecución de quienes se vean más mexicanos. Como yo. Y mis amados hermanos de Oaxaca y otros Estados. Me viene a la mente la idea de una especie de malinchismo. ¿Cómo estuviéramos si no hubiésemos emigrado?
Todos quienes llegamos aquí por primera vez, y los que siguen llegando, traemos ilusiones como las traían sus padres, los padres de sus padres, y hasta los ancestros de Trump. Ése 'cierren la puerta, al cabo yo ya pasé' es el que hace llorar mi corazón. Y mis ojos.
Nunca quise aceptarlo. Pero es verdad. Los mexicanos nacidos aquí se sienten superiores. Desdeñan a los mexicanos que no nacimos aquí. Y peor si tenemos más estudio o experiencia. ¡Auch! Incluso los que no nacieron aquí pero llegaron antes, defienden su señoría. Por eso nunca me quisieron mis excuñadas, quienes llegaron en los sesenta. Por eso me menospreciaban mis colegas de este lado.
Bloqueé a mi tía política – cuñada de la que menciono arriba – porque cuando conversábamos por teléfono, entre risas me llamaba “la tamalera”, las cuatro semanas que vendí tamales porque perdí mi fuente de ingresos. Nunca me dijo reportera, cuando trabajé como periodista. Al decirle que me tendría que llamar maestra, porque iba a trabajar como maestra substituta, me ignoró y cambió la conversación. Ambas tías estudiaron hasta cuarto año de primaria y trabajaron la mayor parte de sus vidas como campesinas. Conocieron a César Chávez. Y hasta lo saludaron de mano.
Mi vecina anglosajona, quien es maestra substituta, roja de coraje me dijo que se irá a Grecia por el odio antigay que “se desatará”. Yo ya empecé a buscar mis credenciales para enseñar inglés en el extranjero. Y sobre Trump todavía tengo mucho estrés postraumático originado en su primer mandato. Y no quiero cubrirme el rostro.
Marcela Toledo: Periodista bilingüe profesional que ha laborado en prensa escrita, radio, televisión e internet durante meas de 30 años, en México, California, Texas, Illinois y Michigan, Estados Unidos.Ha ejecutado investigaciones en diferentes ciudades de España, Irlanda e Inglaterra para publicaciones mexicanas. Estudió en Oriel College, Oxford, Inglaterra.
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