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Lado B
extremas derechas son fuerzas del establishment en crisis. En lugar de ofrecer un proyecto para que estemos mejor, ofrecen a una ciudadanía desgarrada la promesa del privilegio, en la magnífica fórmula de Luciana Cadahia: la promesa de poder ser más que alguien, siendo ese alguien el otro en cuya exclusión se basa la ilusión del privilegio. El problema es que la articulación social construida con el pegamento afectivo de la exclusión del otro, del débil, es una coalición que necesita, para ser renovada, grados siempre más altos de violencia y exclusión. Los reaccionarios solo aspiran a cohesionar la sociedad rota por el neoliberalismo de forma muy precaria, haciéndola vivir en un estado de (simulacro de) guerra permanente.
Sin embargo iniciamos la segunda década del siglo, los años veinte del siglo xxi, con al menos tres grandes retos civilizatorios frente a los cuales la «coalición de los autosuficientes» y su promesa de libertad como derecho absoluto de quienes puedan pagarlo no tienen respuestas que puedan proveer seguridad y, en última instancia, libertad. La destrucción de empleos por el desarrollo de las nuevas tecnologías, el cambio climático y la pandemia que hoy sufrimos necesitan, para ser enfrentados, de potentes estructuras de solidaridad colectiva, de una masiva provisión de bienes públicos y de capacidades de previsión y planificación que perfectamente podríamos comparar con las movilizadas durante las grandes guerras del siglo xx. Nadie se salva solo, ni siquiera, en el largo plazo, los ricos en la secesión de sus países de origen. La reconstrucción a gran escala de nuestras sociedades pone ya sobre la mesa los problemas de los cuidados de cuerpos, de vidas y de un planeta que se han revelado frágiles. La nueva conciencia de nuestra fragilidad ciertamente puede producir huidas hacia delante cada vez más agresivas en la medida que impotentes. Pero ciertamente es una oportunidad para, frente al «o pisas o te pisan», articular una «coalición de los frágiles», que para hacerse libres tienen que serlo en común. Hay una batalla histórica por los valores en marcha y hoy es revolucionaria la afirmación de los límites propios, la confianza en el otro y la solidaridad, la responsabilidad, la capacidad de emocionarse e incluso de ser ingenuos frente al realismo del desierto y así abrir espacios para innovar y crear. Esos y otros son afectos radicalmente humanos, en torno a los cuales postular una mayoría de gente que está harta de fingir que no le pasa nada, que esta vida es normal, que puede con todo, que aguanta el ritmo o que no tiene miedo. Una nueva mayoría moral, intelectual y política que marque el rumbo de la década frenando el insostenible ritmo social, ecológica y psíquicamente depredador en el que estamos inmersos. Y que lo vaya sustituyendo por la democracia llevada a sus últimas consecuencias y a todos los rincones de la vida. •
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