Colaboradores
www.kymagazine.com.mx Susana
Citlali
Angel
Alejandra
Kespo
Alfredo
Alejandra Leyva Estudiante del segundo semestre de la Licenciatura en Periodismo. Apodos miles: Ale Leyva, greñuda, cosa, etc. Voleibolista frustada, cree que los gustos musicales describen a las personas:Franz Ferdinand/ Stereophonics/Scissor Sisters/The Smiths/The Mars Volta/Yeah Yeah Yeahs/Regina Spektor/Fiona Apple/ Bob Dylan/Lilly Allen/IMS/Kate Nash y muchos más. Tapatía de nacimiento pero chilanga de corazón, no cree en las reencarnaciones, no cree en los fantasmas, no cree en el mal de ojo pero siempre consulta el horóscopo. Le encanta leer todo todo lo que tenga que ver con Mario Benedetti y Gabriel García Márquez (no le gustó ni “ La Tregua”, ni “Memorias de mis putas tristes”). Ni de derecha, Ni de izquierda; le encanta comprar fotografías antiguas, cree que muestran esa esencia de la vida que ya no se encuentra en las digitales impresas. Susana Rodríguez
Paulina
MarieJo
Susana Rodríguez parece buscar constantemente, desde el comienzo de su trayectoria, la comprobación del caos, de la descomposición, como lo más conveniente. Las minificciones de Rodríguez se desatan en un instante con una síntesis quirúrgica y agobiante: la presencia del espacio negativo en contraposición de los fragmentos con los que trabaja -ya en tres o en dos dimensiones- denotan un perverso interés por llevarlo todo al desastre, retrato crudo del mecanismo político, social y cultural de nuestro tiempo. Egresada de Artes Visuales de la Universidad de Guadalajara, ha presentado su trabajo de manera individual como colectivamente en distintos foros. Fue miembro fundador del Colectivo de Acción y Creación Artística, con quien organizó distintos proyectos y exposiciones. Recibió el apoyo para Jóvenes Creadores del
Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (2006-2007). Ahora va, con la Galería Curro y Poncho a Zona Maco y regresará a exponer en mayo, en la misma galería. Vive y Trabaja en Guadalajara. Kespo Kespo, así: Kespo. Es diseñador gráfico, le gusta la tipografia y la ilustración. Kespo dice ser ese tipo de persona con la cual se disfrutan los momentos de tranquilidad. Y vaya que hacen falta esos momento, sobre todo cuando se diseña. ¡Zas, mi Kespo!. Ángel Mjolkie Nació en la Ciudad de México, en 1981. Es un artista visual multidisciplinario que ha trabajado en las áreas de la animación y el diseño editorial, además de crear piezas utilizando diversas técnicas como la fotografía, animación, video, el collage e incluso el performance. No suele exponer su trabajo, a menos que se trate de un proyecto que le interese particularmente (foto de Ángel tomada por Dorian López). Citlali Félix Una perspectiva completamente alejada de la realidad es lo que sus ilustraciones logran plasmar, su trabajo más notable es el mural realizado para la tienda Su Kaleidoscopio. Precusora del movimiento en bici iniciado por Popular. Ahora forma parte del equipo de Dear Deer con Bosque Bosquejo, donde realiza ropa y muebles e ilustración. Paulina Magos Mantiene sus manos ocupadas en muchas cosas; su trabajo oscila entre ilustraciones personales, diseño de portadas de discos, diseño web, fotografía de conciertos, lomografía, etc. Es una de las cabezas de la marca
de ropa Gallo Rosa!, y de el espacio interdisciplinario Dear Deer. Su más notable reconocimiento se le dio por ser parte del proyecto Absolut Lomo en el 2006. Alfredo Sánchez Comparte su tiempo entre la música, la locución y el periodismo radiofónico y escrito. Ha tocado muchos tipos de música y trabajado en diferentes estaciones de radio. Actualmente toca en el grupo Forseps y en la ópera rock Dr. Frankenstein. Conduce en las mañanas la revista Señales de Humo, en Radio UdeG y escibe la columna “Pelos y Señales” en el diario Público. Está próximo a aparecer un libro de crónicas de su autoría sobre aspectos de la cultura en Guadalajara en los setenta y ochenta. Como se aprecia, es disperso (“ecléctico” dirán los más benévolos). MarieJo Delgadillo Fiel a las tres C’s: chocolate, conciertos y chai. Apenas terminó la prepa y aunque no está muy segura de qué hacer con el resto de su vida percibe que el camino correcto se da por ahí del periodismo. Despistada a morir, seria (aunque el destino se oponga), ama bailar y estar sobre un escenario casi tanto como ama caminar por ahí de noche o estar pegada a su libreta de los millones. Cuando sea grande quiere ser escritora, o en el peor de los casos reportera de sociales. Le gusta coleccionar viajes, sombreros y libros autografiados que algún día valdrán millones y peluches de murciélagos y arañitas. También le gusta cantar, aunque por el bien de la humanidad se le ha pedido no hacerlo. Tiene un blog que mantiene a duras penas debido a su inclinación zodiacal a la poca constancia y se puede visitar llegándole a: www.mariejodelgadillo. wordpress.com; blog que es provisional, en lo que se vuelve rica y famosa para pagar su propia página.
Primera KY
Mes chiquito, nuevo horario y harto calor en la KY Siempre la Semana Santa nos viene a “achicar” un mes. En este caso fue abril (por cierto: ¿se dieron cuenta que, al menos en la primera semana de vacaciones, la ciudad no se quedó sola del todo, como en otros años?). Así que, sin sentirlo, abril nos sabrá a muy poco. ¿A poco no? Otra cosa digna de comentarse en una revista que se ocupa (sí, sí, se o-cu-pa, somos una revista tapatía, qué le vamos a hacer) de las cosas que suceden en la calle, es el repentino calor que se nos ha venido, literalmente encima y sin avisar. Todavía estábamos medio gripientos por el frescor (sí, sí, fres-cor, ya dijimos que somos tapatíos, saaaabe) de las mañanas y noches de marzo, cuando sin darnos cuenta comenzamos a sudar, mientras caminábamos por las calles, tomando las fotos para esta KY. Ahora sí que se antoja salir a caminar o de plano a andar en bici por las noches frescas, para cansarse, llegar a bañarse y azotar en la cama como angelito.
Y ya para acabarla de amolar (¡ah!, esta frase hecha cómo nos gusta), -o como diría un viejo sabio: “ya éramos muchos y la abuela parió”- que llega el famoso horario de verano, que, para empezar, llega cuando no es verano todavía, sino primavera (que sepamos, pues; y corríjanos si no), y viene a robarnos una hora que no nos será devuelta sino hasta octubre, fecha en la que seguramente ya nos habremos acostumbrado al horario de verano y entonces nos vuelven a mover el reloj. Habían de dejarnos ya uno u otro horario, pero esa movedera, verdad santa que si nos viene a afectar, al menos varias semanas. Y, así, con vacaciones en la ciudad con mucha gente, con calor prematuro, abril más chiquito y nuevo horario, tenemos esta KY de abril, llena de colaboradores entusiastas y creativos, con mucho material para que el mes se les haga aún más chiquito, se vaya pronto y llegue mayo con una nueva KY para disfrutar. (¡Ah! Y con este número llegamos a la edad de las ilusiones: 15. Y que suene el vals: ¡chambelanes!)
www.kymagazine.com.mx Director Editorial David Izazaga Márquez dizazaga@kymagazine.com.mx
Portada: Alvar Ramos Colaboradores: José Israel Carranza, Alfonso Cadena, Nacho Cadena, Federico Barón, Jonathan Lomelí, Cristian Mejía Ramírez, Ana Cinthya Uribe, Hugo Hernández, Paco Castro, Miriam Ramos, Ricardo Luévanos, Ilsem Yaremy González de Alba, Erandini Aparicio, Sergio Saucedo, Sergio Rodea, Mariño González, Adrián de Galo, Quetzal Cárdenas, Diana Martín, Jonás Acosta, Magaly Ruiz, Victor Sprint Nova, Azzem, René Córdova, Mario Ruiz, Ulises Rodríguez, Gabriel Anguiano, Alfredo Rodríguez, Karen Puente, Damián Trejo, Eva Cabrera, Carlos Alberto Salgado Chablé, Ulises Arreola, Elizabeth Martínez, Jerónimo Escudero, Marcos Gallegos, Carlos López de Alba, Dolores Díaz, Verónica Nieva, Manuel Ramos, César Chávez, Gloria Pérez, Shantal Contreras, Alejandro Fournier, Ricardo Ruiz, Carlos Aroche, Franky Álvarez Maxemin, Bruno de Loera, Juan Carlos Jiménez “Knito”, José Soto, Gaby Becerra, Tonatiuh Figueroa, Iván Vázquez, Jorge Báez, Tania Ochoa, Héctor Nápoles, Israel Martínez, , Daniel Arelis Fuentes “Le Percep”, y Cabeza de Caset, Susana Rodríguez, Alfredo Sánchez, Gloria Montanaro, MarieJo Delgadillo, Francisco Mederos, Alejandra Leyva, Quentin Chamard-Bois, Ángel Gómez, Citlali Félix, Paulina Magos,. KY magazine, revista mensual de distribución gratuita. Año 2, número 15, abril de 2010. Editor responsable: David Izazaga (dizazaga@kymagazine.com.mx). KY magazine es una publicación independiente. Impresa en Zafiro Editores, S.A de C.V: calle Cartero 86, Guadalajara, Jalisco, México. C.P. 44190. Número de certificado de reserva otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor: en trámite. Número de certificado de Licitud de Título: en trámite. Número de certificado de Licitud de Contenido: en trámite. El contenido de los artículos es reponsabilidad de quienes los escriben, no necesariamente reflejan el punto de vista de la publicación. Los derechos de reproducción de los textos e imágenes, así como el nombre aquí publicados, están reservados por KY magazine. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido, imágenes y fotografías, por cualquier medio físico o electrónico sin previa autorización por escrito del editor. Todos los derechos reservados. Que Don Cucufato, luego de lavar el coche, se va a venir a ayudarte con un diseño.
Director Creativo Alvar Ramos Martínez alvar@kymagazine.com.mx Editor Juan Levid Lázaro levid@kymagazine.com.mx Redacción Federico Barón Corrección Gloria J. Martínez Güitrón Fotografía Natalia Fregoso natalia@kymagazine.com.mx Abraham Pérez abraham@kymagazine.com.mx Director Comercial Carolina Lerma Martínez direccion.comercial@kymagazine.com.mx Consejo Editorial Martín Mora, José Luis Coronado, Javier Audirac, Jorge González Arce, Mariño González, Sergio Rodea, Mak Gutiérrez, Gloria Pérez.
Placeres
Una italiana frente a la puerta El local de la nevería La Italiana está en Juan Zubarán y José Ignacio Solórzano, en Jardines Alcalde, esquina que me hizo recordar a Marty Mc Fly y su Deloran. Por aquello de los viajes en el tiempo. La fachada respira un aire setentero por donde se la mire. Somos los últimos de la fila, es viernes santo y el calor se siente como una penitencia que hay que paliar enseguida. Comenzamos a transpirar, parece que nunca llegaremos al mostrador. La gente pasa frente a nosotros sorbiendo sus helados con sendos popotes. Su consistencia no es como la de las nieves comunes. Iba con la idea de saborear el típico postre en forma de bolita y resulta que la variante que aquí se estila es una suerte de tentador batido cremoso. Me sorprendo gratamente, para mí será la primera vez que las pruebe. Miro a mi acompañante, para él, en cambio, estas nieves forman parte de sus recuerdos. Llegamos a la caja. A la chica del mostrador la respaldan varios refrigeradores, de sus puertas se filtran pequeñas gotas que incrementan mi ansiedad por probar lo que sus palabras trataron de explicarme durante nuestra espera, veo los vasos llenos de helados multicolores. La oferta ha ido
txt: Diana Martín/Héctor Nápoles img: Abraham Pérez
creciendo desde que abrieran sus puertas en 1975, bajo el mando de Don Roberto Delgadillo Íñiguez y su esposa María, quien según sus propias palabras iniciaron el negocio por necesidad; hoy con más de 35 sabores continúan recibiendo a la procesión de miles de acalorados transeúntes. Recibí mí helado con enorme emoción, sumerjo un par de veces el popote para confirmar su consistencia, lo llevo a mi boca y compruebo que efectivamente me encuentro ante un sabor y textura nuevas hasta este momento. El napolitano, nos comenta la señora María, sigue siendo el sabor más solicitado; entre toda la variedad, es la especialidad. Guarda un lugar particular entre todos, por ser con el que todo empezó. Ahora me queda claro que si transitamos por los rumbos del Estadio Jalisco y el calor nos ataca de sorpresa, como suele suceder en estas épocas del año, a un par de cuadras de Avenida Circunvalación encontraré un lugar donde calmar mis desazones. Además que si contamos con un poco más de tiempo podemos recorrer un par de cuadras más para llegar a la Gran Puerta (parque Amarillo para algunos) y sentarnos a disfrutar nuestra Italiana frente a ella.
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Las cosas que le cambiaron la cara a la ciudad Instantánea Triste, solo… pero ahí Excipiente: N de M Pullman Veinte atardeceres en un desierto frente al mar La Leche: Cocina de autor ¡No manches, voy a conocer a Ely Guerra! Disco Roboto: En la noche más oscura, un superhéroe muy verde Gordo y suculento amor Curioso, fosforescente, divertido: Paco Castro, recuento y exploración Alternativo, musical, ¡y aquí! De un autor mexicano y contemporáneo, el nuevo montaje de La Nada Teatro Dos años de pedalear por la ciudad, todos los jueves por la noche Portafolio Moda Post Cómics Última KY
img: Alvar Ramos
Las cosas que le cambiaron la cara a la ciudad
El lugar en el que todo ocurría en los noventas
txt: Federico Barón img: Abraham Pérez
Camino sobre Hidalgo y al llegar a Mezquitán, no quiero, nunca quiero, pero involuntariamente mi cabeza gira hacia a donde mi vista encuentra el nombre: Roxy. Ya estoy parado frente al lugar: sin darme cuenta del todo mis pies caminan, de nuevo, hasta la sucia, abandonada, entelarañada reja. En las paredes del edificio todo mundo se afana en pegar anuncios para todo tipo de conciertos, como si estuvieran seguros que ojos como los míos los verán. Me cruzo a la acera de enfrente y observo el lugar, con la mínima perspectiva que puede obtenerse de alejarse no más de veinte pasos. Mezquitán 80. Fue primero un cine, en los años treinta. La mayoría de los cines de entonces imitan la arquitectura que, en el caso del Roxy, efectivamente deja ver un art noveau arrancherado. La influencia de la arquitectura de la época, llevada a la interpretación tapatía. Y hasta eso salió algo bonito: como el producto de matrimonios entre franceses y alteños, que tanto se dio en nuestro estado.
Luego, como le pasó a muchos otros cines en la ciudad, cerró sus puertas para reabrirlas un 18 de mayo de 1990, convertido en centro cultural, de la mano de Rogelio Flores. Cierro los ojos y me vienen los recuerdos, como en estampida: Radiohead (cuando casi nadie los conocía), Mano Negra, La Maldita Vecindad (una ocasión que el slam hizo caer pedazos del lugar), Los Ramones, Cuca, Santa Sabina, Jaguares, Caifanes, Café Tacvba, Los Garigoles, Miguel Mateos (cuando nadie lo conocía) y El Personal (“El Personal”, el de Julio Haro). Toda una década inolvidable. Y mil cosas más que sucedieron, aparte de grandes conciertos; hasta que lo cerraron. Porque lo cerraron. Y, mientras le doy la espalda y vuelvo a mi camino, recordando cómo ahí se mezclaban en tan poco espacio personas tan diversas disfrutando de lo mismo, no me pregunten por qué, pero tengo la certeza de que el lugar sólo está en una pausa, en un descanso que algún día terminará.
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Triste, solo… pero ahí txt: Héctor Nápoles imgs: Abraham Pérez Si vas de la Catedral a la Minerva por Avenida Juárez está a mano derecha, al llegar a 8 de Julio. Es un edificio abandonado que muestra sus vigas intactas por el tiempo. Es una mole de ladrillos extrañamente rojos aún, parece estar quieta en el tiempo. La primera vez que lo vi iba rumbo a mi colegio, que se encontraba a un par de calles de ahí. Creo fue en el año 82 u 83; mi papá me llevaba a mi primer día de clases: miré el edificio desde que salí de la estación del trolebús. Su aspecto me pareció mágico, era la primer obra negra que veía con ojos críticos, según recuerdo. Me impactó ver las entrañas de un edificio, nunca había imaginado -hasta ese momentocómo luciría un edificio antes de ser retocado y haberle dado los terminados para poder ser habitado.
Al pasar bajo su marquesina noté algo fuera de lugar: la parte baja de aquel, aún no terminado edificio, estaba ocupado por una zapatería. Inmediatamente me brincó a la cabeza -como a cualquier infante le hubiera brincado- la duda; sin chistar le pregunté a mi papá el por qué de esa peculiar condición. No recuerdo sus palabras con precisión, pero estoy seguro que la duda duró algún tiempo más en mi cabeza. Los nueve años siguientes recorrí su entorno de la manera más natural, por su cercanía a mi colegio. Los misterios que envolvían aquel edificio alimentaron la imaginación de quienes asistimos a la misma escuela y aunque no era la única propiedad abandonada, siempre fue
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fruto de peculiares leyendas. Decían que su dueño era un afamado delincuente y al verse descubierto huyó dejando inconclusa la obra. Otros afirmaban que al momento de hacer la cimentación, encontraron restos de un panteón particular de una familia acomodada, y que por tal motivo, el edificio resultaba inhabitable. La que más veces escuché, y en esa época me pareció más convincente, fue la de que el dueño simple y llanamente se quedó sin dinero, ya que los negocios no le funcionaron… Años después, ahora, la creí poco probable: hubiera resultado fácil venderla y que el nuevo dueño la terminara.
Las casas abandonadas fueron remozadas, habitadas y convertidas unas en casas de asistencia, otras en escuelas de computación. El parque José Rolón se habitó de cultura los sábados, cultura que emigró después a otro lado; el trolebús se fue y llegó el tren ligero, el Callejón de la Coronilla, que durante años nos sirvió de coliseo para la riñas escolares, se regeneró y fue convertido en un andador cultural… pero él, el edificio de Juárez y 8 de Julio permaneció igual, firme, fuerte, intacto… abandonado.
Con el paso de los años las cuadras aledañas se trasformaron: negocios llegaron, las calles se reasfaltaron, la lonchería La Playita, de Morelos y Enrique González Martínez se convirtió en una papelería; la farmacia Esperanza también.
Las cosas no han cambiado mucho en su aspecto, sigue mostrando el ladrillo rojo y las oscurecidas -pero increíblemente sin óxido- vigas de acero. Las cincuenta y tantas primaveras escasamente se ven reflejadas en sus
Triste, solo… pero ahí.
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firmes bóvedas desnudas. Me deja pasmado el ver cómo las mangueras naranjas que se usan para la instalación eléctrica, aún expuestas, no sufrieron desgaste alguno. Las escaleras reflejan una firmeza envidiable de cualquier construcción moderna, se mantienen limpias de cualquier brote de hierba, de esa que a los primeros atisbos de soledad aparecen entre los muros o entres las lozas de concreto. Es una construcción singular, como todos saben, en el primer cuadro de la ciudad existen una cantidad considerable de casas y edificios deshabitados, pero todo tiene una historia guardada de la gente que los habitó. Entre sus muros están los secretos y las mentiras que detrás de las puertas, en la privacidad, se generan. Pero él no, a él se le negó contener secretos, se le negó la compañía, de tajo se le cortó la historia sin haberla comenzado. Las historias surgieron en él de afuera hacia dentro.
Después de haber terminado los estudios de secundaría y emigrar a otros rumbos, pasé de nuevo al lado de él, bajo un calor típico de primavera, y de nueva cuenta noté algo peculiar: donde antes estaba la zapatería ya estaba tapiado de maderas con grafiti. La basura acumulada a su alrededor me hizo imaginar que era el comienzo de su fin. Porque a pesar de estar mostrando su esqueleto, aquel edificio había logrado desafiar el paso del tiempo estoicamente. Ahora quizá el abandono absoluto le irá devorando más rápidamente… dejando en mi mente los recuerdos de tantas veces que pasé bajo su marquesina mirando mi reflejo en los paradores de la zapatería extinta. En unos años puede que termine su vida como una mole invisible, y el recuerdo se transforme en mí como el del edificio triste, solo… pero que siempre estaba ahí.
Excipiente
N de M Un viaje está terminando ya en el momento en que comienza. En aquel pasadizo subterráneo, quizás, una prolongada rampa cuyo suave declive conducía por debajo de las vías hasta las escaleras, a izquierda y derecha, que llevaban hasta los andenes —había rótulos que indicaban por cuál de las dos se llegaba más directamente al carro correcto («carro», decía en el boleto), pero siempre era inútil, pues una vez en la superficie resultaba sumamente complicado identificar la numeración, disparatada y apenas distinguible en las ventanillas próximas a las plataformas de acceso de cada vagón: ¿gabinete, alcoba, camerín? O puede que el viaje en realidad estuviera empezando antes (y terminándose), en la espera de que indicaran el momento de recorrer la rampa y pasar a los andenes, cuando había mucho tiempo para presenciar los misteriosos rituales de preparación que llevaban a cabo los
Nada más quieto que una partida María Negroni
funcionarios: un solo hombre multiplicado en una docena por el severo azul marino del uniforme, la gorra con visera de charol, la hierática diligencia de su desempeño —en alguna taquilla que quedara abierta había uno más, que despachaba los boletos cortándolos de una fantástica colección de serpentinas de colores—, o las evoluciones de los cargadores, uniformados también, pero en caqui. Una agitación creciente, pero sobre todo el entendimiento de que quienes nos encontrábamos ahí lo hacíamos por una voluntad tácita de desaparecer, y asistíamos a ese calmo frenesí —bultos, abrazos, comprobaciones de último momento, quizás apurar un sándwich o un café con leche en la cafetería, el taxi, las maletas, leer una y otra vez las inscripciones en los boletos— sólo porque así conseguiríamos omitirnos de eso que ahí sólo cabía concebir como la vida real —yo habría tenido
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que ir la mañana siguiente al colegio, mi papá había bajado la cortina del consultorio, pero que nada tuviera explicación aceptable dotaba al acontecimiento de un sentido absoluto, inapelable—: yo tendría siete u ocho años, y el comienzo del viaje (el comienzo de su fin) era un modo dichoso de sustraerse, cosa suficiente para la más absoluta fascinación. Hora de salida: nueve de la noche. Tal vez el viaje empezaba (y empezaba a terminarse) a la hora de ir al carro-comedor: las piezas pesadísimas de la vajilla, el equilibrio funambulesco del camarero, la famosa realidad que apenas alcanzaba a suponerse por las luces veloces que corrían del otro lado de la ventanilla. O en el carro-fumador, enseguida: en su semipenumbra que —todavía estaba desierto, siempre éramos de los primeros en cenar y regresar a nuestro compartimento— presidía un
barman atareado en secar los vasos e inventariar el surtido de botellas. O en la plataforma de nuestro vagón, donde nos golpeaba el aire y veíamos ir de un lado a otro a los revisores y a los porters (los primeros todos de azul, los segundos de filipina) hasta que armaban las camas y daba inicio el sueño que se disolvería con la campanilla para el desayuno. Luego, la precipitación del arribo, el ajetreo, las locomotoras (¡por fin!), la maqueta gigantesca donde corrían trenes en miniatura en el vestíbulo gigantesco de Buenavista. Apenas comenzaba el viaje, pero ya estaba terminando: el trayecto de regreso, siempre acelerado por el desencanto que es volver, nos depositaba en una estación que, por la luz de la mañana, era la prueba incontestable que la otra, la de la noche de la salida, no existía. http://azotecarranza.blogspot.com
txt: José Israel Carranza imgs: Abraham Pérez
Pullman No sé exactamente cuántas veces viajé en ferrocarril entre la ciudad de México y Guadalajara durante la década de los setenta y en la primera mitad de los ochenta, pero abundaron. Primero por viajes vacacionales, más adelante por cuestiones de trabajo, pero fueron muchas y por lo general disfrutables. Lo que sí recuerdo es que me mudé definitivamente a la capital de Jalisco en 1970 y el viaje fue en el famoso Pullman que salía alrededor de las 8 y media de la noche –la puntualidad nunca fue su principal característicade la estación de Buenavista. Llegaba, si todo salía bien, lo cual con frecuencia no era así, doce horas después a la central de Guadalajara, allá en la avenida Washington. Para un adolescente como yo la travesía siempre era excitante gracias al tren mismo: nada qué ver con los autobuses Tres Estrellas de Oro u Ómnibus de México en los que también se podía hacer el traslado. Lo que en camión se anticipaba como un suplicio, en tren tenía visos de aventura. Creo que lo principal al respecto era que los vagones tenían dormitorios, ¡uno podía dormir –es un decir-, acostado y cubierto por cobijas! (unas color café, delgaditas).
movimiento era, con frecuencia, demasiado larga. Muchas veces tenía uno tiempo de despedirse de los amigos y familiares varias veces, hasta que el porter daba la orden de “todos a bordo” y, entonces sí, el viaje comenzaba.
Desde llegar a la estación, caminar por el andén , sentir el peculiar olor y escuchar los sonidos únicos producidos por esos poderosos animales que parecían adormilados, todo encerraba una especie de magia antigua muy seductora. Ya se sabe aquella historia de que las redes ferroviarias eran –y siguen siendo- las mismas que construyó don Porfirio en el siglo 19; la verdad es que todo en el ferrocarril era como del pasado. Lo recibía a uno en el vagón correspondiente un señor vestido de blanco –el porter, le llamaban- quien cargaba las maletas y nos guiaba por el estrechísimo pasillo hasta el cuarto que nos tocaba, habitualmente un camarín con un par de sillones que un rato después de que el tren entraba en movimiento desaparecían para dejar su lugar a dos camas, una abajo y otra arriba. Había otros con una sola cama y hasta unos que, al abrir una puerta intermedia, se volvían dobles. La espera para que el tren se pusiera en
En el comedor había, por supuesto, mesas y sillones dispuestos en pares. Si ibas solo o con otra persona, te tocaba compartir la mesa con desconocidos que a veces eran silenciosos y otras parlanchines. El menú no era muy amplio pero recuerdo que la comida me gustaba. Solía cenar una sopa –minestrone, creo- y carne asada y en el desayuno me fascinaban los hot cakes. Lo que era una auténtica proeza era mantener el equilibrio al comer. Yo, que con frecuencia vacilaba al tratar de introducir el tenedor en la boca o al intentar servir agua en el vaso, me admiraba al ver caminar a los meseros charola en mano con aquella autoridad, sin un solo tropiezo a pesar de los brincos y brusquedades.
El movimiento de los vagones era intenso. Uno tenía la opción de permanecer sentadito en su compartimiento o vagar por ahí, entre un vagón y otro haciendo equilibrios, chocando todo el tiempo con los muros laterales y efectuando complicadas maniobras cada que encontraba a alguien que venía en sentido contrario; no cabían dos personas en los pasillos. Uno veía puertas cerradas y se imaginaba historias que podrían estar ocurriendo adentro, pero algunas estaban abiertas y exponían a gente como cualquiera. Señores solos, de corbata, familias con varios chiquillos alborotados que enloquecían cuando el porter transformaba los sillones en camas y peleaban respecto de quién dormiría arriba, parejas de gente mayor o más joven que esperaban la hora de dirigirse al carro comedor a disfrutar la cena. Porque el boleto incluía la cena y el desayuno.
Luego de la cena uno iba al “carro fumador”, que era más amplio y donde solamente había sillones en los lados. Ahí uno podía ir, obviamente, a fumar pero también a tomar
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txt: Alfredo Sánchez img: César Chávez
un trago o varios o muchos. Una nube densa anunciaba el ingreso al vagón donde algunos permanecían hasta altas horas de la noche. Después, el regreso al dormitorio era aún más tortuoso pero el alcohol ingerido aseguraba un sueño profundo arrullado por el ruido de las ruedas sobre los rieles y el ocasional silbato de la locomotora que sonaba a lo lejos. Antes, claro, había que ir al baño y eso era una odisea mayor para los hombres que para las damas: el vaivén dificultaba la puntería. Además del movimiento lo que más fascinaba del tren era su sonido. Fierros que chocaban entre sí, el rítmico y constante batallar de las ruedas metálicas avanzando, el larguísimo sonido del silbato previniendo sobre la cercanía del monstruo. Ruidos que solamente cesaban cuando la máquina se detenía en algún poblado. Se habituaba uno tanto al ruido que era inevitable despertar cuando éste callaba. Se producía una especie de inquietud. “el tren se detuvo…¿se habrá descompuesto? ¿dónde estaremos? ¿cuánto tiempo permaneceremos aquí?”. También sorprendía la variación sónica cuando uno pasaba de un vagón a otro: había que accionar un raro sistema de manijas y en cuanto se abría la puerta sonaba el estruendo sobre las vías. Era también seductora la idea de permanecer ahí algunos minutos, entre los vagones, mirando el paisaje moverse con rapidez, sintiendo el fresco –a veces frío intenso- de la mañana o la noche antes de entrar al siguiente vagón. En la mañana, muy temprano –calculo que alrededor de las seis o seis y media -, sonaba sin falta una impertinente marimbita acompañada de la voz que repetía varias veces cada vez más lejanas: “llamada para desayunar”. El porter indicaba que el comedor estaba abierto de nuevo y lo mejor era levantarse pronto para asegurar lugar y comida. En realidad lo que los empleados del ferrocarril deseaban era que todo mundo saliera cuanto antes de los dormitorios para
poder quitar las sábanas y volver a transformarlos en salitas con sillones. Si alguien se quedaba dormido el trabajo se retrasaba, así que después de la marimbita seguían los toquidos en la puerta y los avisos verbales: “ya casi llegamos a Guadalajara” o a México, según el caso. Aunque la verdad era que aún faltaban varias horas para el arribo. Uno al levantarse nunca sabía con precisión cuánto tiempo había estado parado el tren en tal o cual estación o si se había producido una descompostura durante la noche, así que lo mejor era confiar ingenuamente en el señor de blanco y creer que ya mero llegábamos. Cuando pasaban las horas y no había señales de la estación preguntábamos: “oiga ¿faltará mucho? ¿vamos retrasados?” Cuando era inevitable el porter reconocía que el tren iba tarde y que aún faltaba un rato cada vez más aburrido. Recuerdo que un par de veces, en lugar de llegar a las 8 de la mañana, el tren lo hizo a las 8 ¡de la noche! Y a pesar de cualquier contratiempo uno deseaba, en lo posible, viajar en tren, en el famoso pullman. El avión, que tardaba apenas 50 minutos en llegar, era demasiado caro. Los autobuses, aunque más económicos, demasiado incómodos. Pero el ferrocarril se detuvo; acaso dejó de ser rentable, quizás nunca se renovó, tal vez los otros medios de transporte fueron ganando popularidad u ofreciendo mejores condiciones, a lo mejor se desgastó el sentimentalismo medio bucólico con el que uno se trepaba en él y triunfaron otras opciones pragmáticas. Quién sabe. El caso es que el entrañable pullman un día desapareció y aquellos viajes ya son nostalgia. Si subirse al tren era de alguna manera emprender un viaje al pasado al entrar en una especie de cápsula del tiempo, ahora pensar en el ferrocarril es remitirse, irremediablemente, a un pasado que hace rato se nos fue. Y me temo que para no volver.
txt & imgs: Gloria Montanaro
Veinte atardeceres en un desierto frente al mar txt & imgs: Gloria Montanaro
Volar de Río de Janeiro a Lima es como pasar de la televisión de color a la de blanco y negro. Por esa razón, cuando el avión aterrizó en el aeropuerto Jorge Chávez un brasileiro me preguntó azorado: “¿Qué vas a hacer tantos días en esta ciudad?”. No supe qué responder. Recién ahora tengo la respuesta: “Mirar el atardecer, señor”. Sentarse al borde de los acantilados de 100 metros del malecón de Lima es suspenderse entre dos mundos que sobreviven en permanente contradicción, el punto invisible donde converge la quietud del mar y el bullicio de una típica capital latinoamericana, una zona cero donde no se notaría el transcurrir del tiempo si no fuera por la caída del sol. La cordillera de los Andes se desvanece precipitadamente en ese centenar de metros de roca. Los parques de un verde prolijo -sostenidos artificialmente a través de los impuestos que pagan sus ciudadanos- colaboran estéticamente a
transitar, de una geografía árida en el valle desértico del Rímac al oleaje impúdico del Océano Pacífico. El sonido narcótico del mar llega hasta estas alturas como si fuera una radio mal sintonizada, mientras que el griterío para cautivar pasajeros de los empleados de las combis limeñas queda atrapado detrás de los modernos edificios que circundan el ondular del malecón. Sobre el horizonte las gaviotas revolotean y me recuerdan ese poema de Vicente Huidobro acerca de Altazor y su viaje en paracaídas. El atardecer atrae a los cuerpos cansados de la rutina hacia esa franja de tierra anterior al abismo para sumergirlos en un estado catatónico que favorece la conciencia del Ser. Ermitaños, enamorados, melancólicos, profetas, heladeros, niños distraídos y paseadores de perros, se escapan ahí de la palidez de la segunda ciudad más extensa en el mundo sobre un desierto.
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Pasar veinte días en Lima mirando el atardecer no implica menospreciar su variada movida cultural, las colecciones de piezas arqueológicas en los museos, las huacas sagradas, los desfiles por las fiestas patronales y los balcones coloniales. Es más bien reconocer que mi impresión sobre la ciudad está cruzada transversalmente por esas horas en que el sol es fagocitado por el piélago. Si Lima es un desierto que mira al mar, su gastronomía no puede hacer otra cosa que acompañar esa mirada, y el Pacífico le retribuye tal veneración brindándole en abundancia la materia prima para sus exquisitos platos. Probé no sólo los reconocidos ceviches peruanos, sino también el ají de gallina, el lomo saltado, el pollo a la brasas, las yucas a la huancaína, los tacu tacu hechos de frijoles, las causas de papa amarilla y camote. Recorrí el Barrio Chino con sus múltiples chifas pero me fui sin encontrar una sola galleta de la fortuna.
Disfruté de los helados de lúcuma, de las cremoladas de lúcuma, de las raspadillas de lúcuma. Pero en tres atardeceres comprobé que ese fruto -con sabor a vainilla a veces, a café otras- sabía mejor si se comía frente al mar. Una vez fue en el malecón Cisneros de Miraflores, rodeada por las parejas que se acercan al Parque del Amor a competir en pasión con la escultura “El beso” de Víctor Delfín, un artista peruano cuyo nombre parece el de un caballero medieval que luchó por un amor cortés. Otra vez fue sobre un auto detenido frente al Morro de Chorrillos, mientras observaba a un fraile saltar desde la escollera al abismo, evocando una leyenda de amores prohibidos y familias nobles de la antigua Lima. Por último, en un pequeño mirador que hay detrás de la Ermita de Barranco, el barrio bohemio de la ciudad.
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Hay más horas crepusculares en el haber pero ya con menos lúcuma y más suero fisiológico. Me refiero a que beber un solo ejemplar del padre de los cócteles peruanos, el pisco sour, fue suficiente para que tuviera que pasar mi cuarto atardecer dentro de la sala de urgencias de un hospital público. Recuerdo la tarde en que una tela de araña blanca, espesa y baja cubría el cielo y yo estaba sentada sobre el suelo rocoso de la Playa Makaja junto a El Tata, un amigo nuevo -réplica del cantante Iggy Pop pero venezolano y surfer- que me enseñó a correr olas. Ese día tenía unos ojos glaciales que no congeniaban con su rostro tropical. Me confesó que temía que esa noche la tierra fuera a temblar. “Lo dice la gente de acá, chamita, y ellos saben leer las señales de la naturaleza. El clima está bien raro”. Esa noche no tembló, pero a la semana siguiente un terremoto intenso sacudió Chile. Pensé que la predicción no había sido precisa, aunque ciertamente el mar les había adelantado algo. En esa playa viví atardeceres que mi memoria evocará cada vez que mi cuerpo comience a resecarse. Fueron cinco. Todos ellos muy parecidos. Con mi torso relajado sobre la tabla, mis pies absorbiendo la humedad del mar y mis brazos frescos apoyados sobre mi cintura. Esperaba las olas sin preocuparme porque lleguen, adorando la posibilidad de
contemplar a la distancia el escenario donde transcurren, según el último censo, 8 millones y medio de vidas que ignoro y siempre ignoraré. Preguntándome sobre ellas y su empeño diario por sobrevivir a esa rutina a la que volvería en pocos días transportada por la ola de la responsabilidad. Mientras tanto disfruté como Artistóteles manda y me justifiqué con sus palabras: “Del mismo modo que se hace la guerra para tener paz, la razón por la que se trabaja es para obtener ocio”. Los domingos, día de ocio por antonomasia, viajábamos con Diego a una playa llamada Punta Rocas que se encuentra a 40 kilómetros al sur de la ciudad. Fueron dos las ocasiones que alcanzamos a ir. Pero más que la ida, fue la vuelta la que quedó impresa en mi memoria. Transcurría precisamente cuando la luz ocre doraba las chozas de totora al costado de la camino. Las miraba intrigada. “Si la gente usa esos materiales para construir imagínate lo poco que llueve aquí”. Además, la carretera era siempre un arenal en el que gladiadores con cuatro ruedas no respetaban órdenes con tal de evadir un oponente y salvarse de un estancamiento de 10 minutos en su vida. Era divertido –en su sentido más frívolo- verlos intentar maniobras dignas de un capítulo del programa “Busted” de MTV. Más cerca de Lima, los asentamientos a la vista dejaban de ser puestos aislados
y rústicos y se convertían en conglomerados de cemento llamados pueblos jóvenes. Ya en el área metropolitana, abundaban las casas habitadas solo por ratas y polvo.
Miraflores, pero me sentí más cómoda viendo como otros los hacían mientras yo disfrutaba una chocoteja y un café en la terraza del shopping Larcomar.
Si hubiese tenido un poco de coraje habría pasado algún atardecer sobrevolando en parapente por el barrio
Hubo más tardes, como la caminata por el muelle del Club Regatas en que tuve visión acromatópsica a causa de la
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neblina, o los recorridos por el Malecón Mario Vargas Llosa en que fotografiaba a quienes dialogaban con el horizonte para refugiarse de la soledad. En este presente me comprometo a olvidarlos a todos, porque la nostalgia ya fue consumida en aquél preciso
momento en que entendí que los crepúsculos inolvidables no son los que están hechos de trazos rosas y cursis, sino aquellos grises y discretos como una cortina de baño embebida en vapor.
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txt: Nacho Cadena y Alfonso Cadena (*) img: Kespo * Propietarios del restaurante “LA LECHE ® ALMACÉN GOURMET de Puerto Vallarta.
Cocina de autor Alguna vez escuché una conferencia de un gran poeta y decía, entre muchas otras cosas, que los poetas de todos los tiempos han escrito sobre lo mismo, o dicho diferente, la fuente de inspiración viene siempre a caer en los mismos temas; qué más puede inspirar a un poeta que el amor, el desamor, la mujer, la luna, el mar… En la culinaria, en la cocina sucede algo parecido, casi todos los productos de origen animal terrestre, productos del mar, vegetales, frutos, productos lácteos, alimentos silvestres a través de los años se han conocido, se han probado, se han experimentado y se han encontrado nuevos usos o aplicaciones de esos insumos de la cocina. Entonces, qué es eso ahora tan llevado y traído, entre los cocineros modernos, a veces utilizado para ensalzar el nombre de uno de ellos, otras veces para identificar el nombre de algún restaurante, ¿qué es a lo que se le llama “Cocina de autor”?; ¿Hay verdaderamente cocineros que con razón pueden éticamente autonombrarse autores? Técnicamente creo que es correcto, aunque es puntual decir que no hay ningún cocinero que no se haya influenciado por otro, como tampoco no hay tendencia gastronómica que no parta de la idea de otro movimiento anterior; esto de la
misma manera que Beethoven se influenció por Mozart, en la música; Vincent Van Gogh no puede negar su fijación por Pizarro en sus comienzos; Picasso fundamentó sus inicios con una mirada fija a los impresionistas. La literatura y todas las bellas artes se comparten de la misma manera. En la cocina Los llamados “autores” basan su teoría en formas diferentes. Una es tomar un platillo tradicional y lo pones en otro contexto, en otra dimensión, en una interpretación diferente en fondo y forma. Por ejemplo, una tradicional tostada de pierna de puerco: la tomas, la estudias, respetas alguno de sus elementos, pero cambias sus ingredientes, pato en lugar de puerco, la forma de la tostada en lugar de venir de una tradicional tortilla puedes usar una hoja de won ton, y en lugar de lechuga bola picada, puedes usar una mezcla de lechugas orgánicas y un poco de arúgula, berros y endivias y al final en lugar de salsa usar un coulis y por crema regular bañas tu tostada de autor con un jocoque enhierbado. La otra forma de hacer cocina de autor es tomar platillos tradicionales; por ejemplo: de las cocinas regionales de México y con ellas inspirarte a crear, con los mismos
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ingredientes de la región nuevos platillos. A veces en esta búsqueda de autorías se cae en verdaderas aberraciones, en otras, creo en las más, se crean platillos verdaderamente distinguidos y sabrosos. La cocina de la abuela Es en las recetas de las abuelas y en las formas e interpretaciones de las nanas donde hay una fuente enorme de inspiración. Qué manera más rica de cocinar, con cuánto amor y dulzura, una cocina no para impresionar, esa es una cocina para consentir y halagar. Es en esas cocinas donde los hoy llamados chefs han encontrado, algunas con mucho éxito, nuevas recetas, nuevas formas, nuevas presentaciones de las cuales ellos y todos le llamamos cocina de autor. Nuestra visión En nuestro caso, basamos nuestro tipo de cocina en dos premisas: consumir al máximo insumos de producción local. Los pescados de Bahía de Banderas, los vegetales y legumbres de los viveros de El Tuito, los quesos, panela, mantequilla, jocoque de la región de la sierra.
Buscamos una sinergia entre productores y nosotros consumidores, esto admirablemente provoca un gran cuidado en la producción en el campo y una expansión en la gama de productos regionales. Nosotros, más que autores, nos consideramos “evolucionadores”. Tomamos las mejores recetas tradicionales de la cocinas regionales de México y de Francia, cuidamos el método de preparación y en el camino buscamos una transformación, una actualización, una modernización buscando siempre ante todo grandes sabores, equilibrio y armonía, aromas distinguidos e identificables, generosa mezcla de colores, presentaciones francas y honestas, eso sí, muy diferentes y muy particulares. Estas transformaciones son atrevidas pero siempre respetuosas, cuidando el producto original con admiración a la memoria de las tradiciones y con gusto en la utilización de especias nuevas y variadas, muchas hierbas, cuidadosos en las mezclas. Al final lo único que cuenta no es el ego del autor sino la satisfacción total del comensal. Eso sí que es divertido, por eso es maravilloso ser cocinero, más que ser un chef o un autor.
¡No manches, voy a conocer a Ely Guerra! txt & img: María José Delgadillo
Estaba amenazada. Se me ha dicho hasta el cansancio que escribir bajo los influjos de la adrenalina provoca malos resultados. Pero no he podido evitarlo. La que escribe acaba de llegar a su casa y se ha sentado frente al monitor de la computadora con la página en blanco para iniciar. Ya después revisaré si exageré o no. Y es que, con un concierto así, ¿a quién le importa realmente? Mi historia de amor con Ely es una historia que comenzó triste, pero como no estamos para cosas tristes mejor paso al momento en el cual, hace aproximadamente año y medio, me fue imposible asistir a su concierto. Y cómo hace un mes y medio me enteré de que vendría otra vez a promocionar su nuevo e independiente disco Hombre Invisible. Si bien no corrí a comprar mi boleto en el instante mismo en el cual me enteré de que vendría fue simplemente porque me enteré algo así como un domingo a las once de la noche. Pero tampoco lo compré al día siguiente, ni al siguiente, ni al siguiente; y puedo hablar de dos culpables: una enfermedad extraña en la piel que no me permitía caminar mucho bajo el sol sin que me doliera justo el punto de la espalda donde uno no se puede sobar, y la negligencia de mi padre a llevarme en el carro. Hasta que a ambos les di un ultimátum, a mi espalda la curé con spray de caléndula y a mi papá le recordé, día y noche, que me debía el dinero para mi boleto, hasta que se hartó y me llevó. Estaba completamente emocionada. “Es que ya le traías ganas”, me dijeron. Y claro que sí. ¡Oh maravilloso pedazo de papel morado que entre mis manos se sentía como oro molido! Mi asistencia al concierto estaba confirmada por ese maravilloso trozo de papel. Un
mes sin soñar otra cosa que poder conocer a la grandiosa y mismísima Ely Guerra. Pero... ¿cómo?, ¿cómo lograr esquivar la seguridad de los gorilas del Teatro Diana? Eso me mantuvo pensando día tras día (de noche no, en mis sueños eso ya estaba resuelto: sólo soñaba el instante previo a conocerla y luego ella…) hasta que recordé que cuando presentó su disco Ely hizo un chat y... bueno, esa historia concierne para otra cosa, el punto aquí es que por azares del destino tenía en mi poder el mail de una chica que hasta este momento no tengo bien claro quién es en el staff, pero tengo la gran sospecha de que es la asistente de Ely. Pero, ¿qué hacer? ¿Se acordaría ella de mí, de aquel correo mandado hacía muchos meses? A pesar de la pena enorme que me daba escribirle de nuevo, por eso de que luego me dicen enfadosa, aferrada, y quién sabe qué más, me senté y escribí unas cuantas líneas que tuvieron respuesta un par de días después. La respuesta a mis plegarias venía en mail y era afirmativa, iba a conocer a Ely Guerra, y lo que es más: iba a poder entregarle en persona algo que yo sé y tú no, pero que era importante para mí entregarle. La espera para el día indicado en el pedazo de papel morado que llaman boleto me parecía cada vez más larga, pero los mails de un lado, el mío, y las respuestas del otro, el de la asistente Ely que para efectos llamaremos P., me hacían sentir que una espera con un premio así al final, tener a la Ely Guerra completita a mi lado, bien valía la pena. Y además en mis sueños estaban las mil y un posibilidades del encuentro, y en el día no hacía más que recordarlos o contarle a alguien: “No manches, voy a conocer a Ely Guerra”.
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Por fin llegó el día. Tuve que hacer cosas mucho más simples que las que me hubiera gustado, pero entre ellas compré el primer disco de mi vida de Ely Guerra. Debo admitirlo: soy totalmente pirata. Eso que yo sé y tú no, pero que era importante para mí entregarle, tendría que haber estado listo desde antes, pero mi lado más mío salió a flote dejándolo todo para el final, y literalmente final, el darle los últimos toques me había llevado a llegar tarde a mí casa y además todavía tenía que bañarme, no tenía que pensar en qué ponerme porque, gracias a Dios, eso lo había resuelto unos días antes. Por supuesto que salí veinticinco minutos antes de las nueve de bañarme y el evento era a las nueve, por supuesto que el vestido tenía que romperse y por supuesto que la cámara no iba a tener pilas. Esas son las cosas comunes que le pasan a una siempre que hay algo importante. Sin embargo el nudo en el estómago no disminuía, porque cada vez estaba más cerca del momento que había esperado. Mis papás (por supuesto) se fueron a cenar después de dejarme en la explanada del teatro con un “te portas bien”, que me sonaba más a amenaza que a recomendación. Igual no era el primer concierto al que iba sola, pero claro que era el primer concierto de una cantante que me gusta desmesuradamente y claro que iba sola. Ni modo, me formé para que los señores de la entrada le hicieran “tirurí” a mí boleto y me dejaran pasar; esta vez ni les pregunté para qué lado porque siempre me dicen el lado que no es y además ya había checado yo en un evento anterior. Decididamente me dirigí a la izquierda y pasé airosa, encontré mi lugar sin
ayuda de nadie, más porque no había nadie que me ayudara que como símbolo de independencia, y me senté a esperar a que comenzara el concierto. Estaba contenta porque el poli al que le tocó cuidar donde estaba yo ya se va volviendo compita, me cae bien, nos hemos visto tres veces en dos meses, así que ya nos reconocemos mutuamente. Luego me di cuenta que el concierto ya había empezado, al menos una parte de él. Cualquiera puede traer a una banda telonera, Ely en cambio, tenía una DJ telonera. Muy bien, que siga haciendo sus DJ-zadas, pensé, yo seguiré sentada. Miré alrededor mío para encontrarme un teatro semi-vacío, no me sorprendió, pues Ely no es la artista más conocida de México, aunque debiera serlo, digo yo. Cuando la DJ dejó de hacer sus DJ-zadas vino la luz y más espera. Pensé que quizá vería a alguien conocido, pero nada. Miré alrededor del teatro esperando que los azules asientos se llenaran de las personas que siempre terminan llegando tarde, pero para cuando las luces se apagaron y los asientos seguían vacíos, no pensé que realmente fuera a llegar una horda enfurecida de bárbaros a ocuparlos, así que me enfoqué en lo que sí sabía, y muy bien: los gritos y el baile. Stranger, primer sencillo de Hombre Invisible fue la encargada de abrirnos los oídos. Ely Guerra, al centro del escenario con un vestido negro, corto y lleno de holanes y el cabello negro y corto también, aunque no lleno de holanes. A decir verdad el playlist estuvo agradable, pero, y los asistentes no me dejarán mentir, lo mejor de la noche fue la canción Vale que tengas, interpretada a capella, pero a capella capella, porque en el segundo verso comenzó a
alejarse del micrófono, el silencio del respetable reinaba en la sala del teatro, y ella, con su 1.65 de estatura, con tacones, proyectaba hacia el punto más lejano su voz sin fallas ni micrófonos. Una lagrimita de fanática enloquecida se escapó de mi ojito derecho, quizá más ojitos derechos le hicieron compañía, y bien que lo valía, ha sido el momento más conmovedor de cualquier concierto a los que haya ido. Aunque a mí se me hizo un ratitito chiquitito, resulta que fueron veintitrés canciones. La primera despedida fue con Ojos claros, labios rosas, para después al grito de “oooootraoooootra” regresar con un vestido rojo, lleno de holanes en la parte de atrás, y bailarnos, para deleite total, Júrame de María Griever. La segunda despedida, la de a deveras, fue después de decirnos que no se podía ir sin decirnos que nos quería mucho, y entraron los acordes suavecitos de Quiéreme mucho. Al término y después de otro agradecimiento se cerró el telón y se prendieron luces. Mi estómago se acordó que estaba nerviosa y regresó a ser el nudo que era antes de entrar al concierto. Una llamada rápida me indicó que debía quedarme dentro del teatro, pero un señor poli (otro señor, no mi amigo), me mandó muy amablemente a “abandonar el recinto”. Por suerte en ése mismo momento vi a la chica de los mails (bendito Facebook), y le grité. Ella me vio y (bendito Facebook), me reconoció de inmediato, aunque andaba corriendo porque había gran parte de la familia de Ely esperando para saludarla, me mandó a esperarla fuera del teatro. Y que me voy fuera del teatro por la entrada de Mexicaltzingo. No estoy segura, pero no debieron de ser más de quince minutos cuando ella fue por mí a la puerta, el señor poli de la la puerta, que tampoco es mi amigo pero conoce a mi papá, jugando le decía que no me iba a permitir la entrada, creo que aunque le respondí también jugando, mi cara de preocupación lo convenció lo suficiente para dejarme entrar. P. me esperaba para darme una tirita de
papel blanco. “Ponte esto”, dijo. Y que me lo pongo. Ahora tenía pulserita de gente importante. Subí un par de pisos no sin antes darle un gran abrazo a P. por ayudarme, y a esperar de nuevo porque los que íbamos a poder pasar, a pesar de nuestra pulserita de gente grande e importante, teníamos que pasar de cuatro en cuatro. Adentro me topé con mi amiga A. que sí es gente importante y había visto todo el concierto desde el tan famoso backstage, o bambalinas pues. A. y yo nos pusimos a platicar hasta que fue mi turno, aunque tampoco fue una espera demasiado larga. Avanzamos hacia un camerino lleno de gente, y al fondo estaba ella, pequeñita, delicada, tal como la había soñado tantas y tantas veces. Me había amenazado a mí misma: “compórtate seria María José, como gente seria”, pero no me fue posible. En cuanto vi la figurita de Ely ahí, cerca de mí, toda mi seriedad se derrumbó. Empecé a temblar. La chica antes de mí le entregó un disco de electromariachi y me pidió que le tomara una foto, mis manos, que también se ponen nerviosas, no podían parar de temblar y temí por la calidad de la foto de la chica electromariachera. Mi amiga A. me dio un golpe en la mano “¡Ya ponte en paz!”. Y qué más hubiera querido, pero la figura sonriente, pequeña y de vestido negro frente a mí me imponía. Y bastante. Por fin la chica electromariachera la dejó en paz, y creo que sus fotos salieron bien porque no me pidió que le tomara otra. Y fue mi turno. A pesar de haberlo soñado tantas veces, nada podía haberme preparado para el momento en el cual la tuve frente a mí, para mí solita. “¡Hola!”, me dijo animadamente, y yo no podía responder más que con la misma palabra, las manos en la boca y los ojos llorosos. Ely Guerra, la mísmisma Guerra me abrazaba. No sé si pensó que a lo mejor así me acordaría de las palabras que
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había ensayado, pero no, sólo podía aferrarla fuerte. Unos segundos después del tercer hola y del tercer abrazo me preparé, no estaba para perder el tiempo con tonterías. Me recompuse y le entregué aquello que yo sé y tú no pero que para mí era importante entregarle, y le expliqué de qué se trataba. P. le había hablado de mí, y eso me emocionó de nuevo, Ely se acordaba de mí por esas pláticas; tenía ganas de besarle las manos a P. Quería mi foto con Ely, pero mi cámara se había descompuesto, por supuesto que se tenía que descomponer, es clásico ¿no? Por poquito me quedo sin foto que atestiguara que ese momento había sido real y no otro sueño. Saqué mi celular, al cual le quedaba una rayita de pila. Pues ya ni modo, pensé, y me acomodé con ella para que P. tomara la foto. Quedó. Cuando la vi me arrepentí de haberme deshecho a gritos en el concierto: mi cabello estaba enmarañado, mi cara sudada desvelaba una emoción de fanática tenebrosa, y mi cabeza, en comparación con la de Ely, parece un globo demasiado inflado. Pero a decir verdad no me importó. Ni ahora me importa. Le agradecí mil veces a Ely y di paso al siguiente: un señor de gorra que había esperado pacientemente a que mis conexiones neuronales funcionaran para poder hablar con ella. Me paré a un lado, abrí la mochila que había cargado para guardar el celular y me di cuenta que ahí estaba mi disco, nuevecito y listo para el autógrafo. Había agotado mi tiempo en tonterías y se me había olvidado que ese mismo día había comprado el disco con el propósito de que me lo firmara. Tonta, tonta, me reclamé una y otra vez. De nuevo acudí a P. “¿Me lo podrá firmar?” La respuesta fue afirmativa, por lo que ahora fui yo la que tuvo que esperar al señor de gorra. Cuando el señor de la gorra la desocupó, me acerqué de
nuevo con cara de arrepentimiento y pedí que me lo firmara. La voz cálida y grave me respondió con un “¡claro!”, abrió mi disco y mientras lo firmaba aproveché para decirle que mi historia de amor con ella era una historia triste, pero que no estábamos para cosas tristes y que quizá algún día pudiera contársela. Ella sonrío y dijo que sí, que lo esperaba. Me entregó mi disco y entonces voltee alrededor del camerino, la DJ se reía de mí, los músicos comían (había pizza), el papá de Ely estaba atrás de ella y me sonreía amablemente mientras que la mamá buscaba a P. para pedirle 16 discos. Salí del camerino feliz y atontada y le llamé a mi papá para que pasara por mí. Hacía ya casi cuatro horas que me habían dejado en el teatro. Quince minutos después mi papá apareció por la calle y me subí al carro, estaba sumamente emocionada y en el camino le conté todo (o casi todo) lo que había pasado. Llegué a mi casa y subí corriendo las escaleras para contarle a mi madre, pero ella estaba casi dormida. “¿Cómo te fue?”, me preguntó con su voz ronca de, -estoy dormida-, “¿De verdad quieres que te conteste ahorita?” le respondí. “Sólo dime bien, muy bien o excelente.”, dijo. No le respondí nada, me acerqué y le mostré la foto en mi celular. “Excelente, entonces”, me dijo, y se volteó para seguir durmiendo. Sí, excelente, murmuré lentamente mientras caminaba rumbo a mi recámara. Prendí la luz, prendí la computadora, y a pesar de que estaba amenazada y se me había dicho hasta el cansancio que escribir bajo los influjos de la adrenalina produce malos resultados, no pude evitarlo y me senté frente al monitor con la página en blanco lista para iniciar. Ya después revisaré si exageré o no. Y es que, con un concierto así, ¿a quién le importa realmente?
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Disco Roboto
En la noche más oscura, un superhéroe muy verde txt: Mariño González img: Alvar Ramos
Dibujar héroes debe ser uno de los mejores oficios posibles. La paga es buena, y si uno la pega con un poco de destreza y estilo propio, puede que incluso acceda, después de muchos años de trabajo y constancia, a ciertos privilegios épicos, como dar vida a una batalla entre Wolverine y Hulk, ilustrar la carnicería resultante de una confrontación entre Conan el bárbaro y una horda de hombres lagarto o reinterpretar, tantas veces como sea posible, la mítica portada del número 15 de Amazing Fantasy, obra de Jack Kirby: SpiderMan columpiándose tranquilamente por las calles de Nueva York con un villano bajo el brazo (porque, ya se sabe, Jack Kirby es Dios). Pero si un poco de pulso o talento fluyeran por mi mano derecha (o por la izquierda), mi consagración imaginaria como hombre de lápices no sería otra que dibujar a las Green Lantern Corps. ¿Qué placer más gozoso que mostrar, en una o dos páginas, a cientos, quizá miles, de guerreros armados con anillos cuyos fulgores esmeraldas protegen cada rincón del Universo? La escena ha sido representada en no pocas ocasiones, pero actualmente el privilegio corresponde a Ivan Reis, quien en compañía del escritor Geoff Johns, ha insuflado nueva vida a los viejos Linternas Verdes. Y este par, hasta ahora, ha hecho grandes cosas con la tribu verde.
En la noche más oscura Antes de Geoff Johns, los Linternas Verdes no gozaban de muy buena reputación entre el reducido gremio de los superhéroes enmascarados. Hal Jordan, piloto de pruebas y orgulloso miembro de las Green Lantern Corps desde que el alienígena Abin Sur le entregó el anillo esmeralda, tuvo que asumir durante décadas ya no el papel de segundón, siempre honroso, sino de quinto o sexto en ese Olimpo de papel al que algunos conocen como Salón de la Justicia. Por debajo del triunvirato Batman-Superman-Wonder Woman, Linterna Verde tenía, además, una debilidad que de tan boba echaba por tierra todos los esfuerzos de su corporación. Peor que los ridículos efectos neumáticos de la kryptonita en Superman y menos terrorífico que los fantasmas sicóticos anidados en la cabeza de Batman, el amarillo fue, durante mucho tiempo, una tormentosa debilidad superheroica para Hal Jordan. La energía de su anillo, verde, eterna y poderosa, era prácticamente imbatible siempre y cuando no apareciera en escena el temido color de los pollos. Pero esos fueron otros tiempos y, como bien lo saben Leonard, Sheldon, Howard y Rajesh, los fantásticos geeks de The Big Bang Theory, antes hubo un primer Linterna Verde, llamado
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Alan Scott y sin relación con los subsecuentes, cuyo poder podía ser desactivado nada más y nada menos que con simple y pura madera. En el día más brillante Linterna Verde fue creado en 1959 por John Broome y Gil Kane. En México, la historieta llegó a ser publicada por Novaro y posteriormente, en formato ultrarreducido, por Editorial Vid. Luego, el título desapareció de los puestos nacionales de revistas hasta hace un par de años, cuando Vid recuperó la serie ya con una mejor calidad de impresión y en su tamaño original. Luego de la muerte de Superman, en 1992, Linterna Verde (es decir: Hal Jordan) no la pasó muy bien que digamos entre las páginas de las historietas y su popularidad comenzó a decaer. Y entonces apareció en escena Geoff Johns. DC Comics, editorial que publica Linterna Verde, encargó a Geoff Johns una misión como pocas: recuperar el esplendor perdido de Green Lantern y compañía. Para ello, el escritor se ha apoyado en el trabajo de dibujantes como Carlos Pacheco y, sobre todo, el brasileño Ivan Reis. Con arcos como Secret origin, Rebirth y No fear (todos publicadas en castellano por Vid), entre otros, Johns, también guionista de Sociedad de la Justicia de América, 52 y Crisis Infinitas, logra su cometido y muestra a un Hal Jordan dueño de sí mismo y dispuesto a enfrentar cualquier reto con tal de mantener el Universo en su sitio.
La luz de los Linternas Verdes En el prólogo a Rebirth, la serie con la que DC Comics se dio a la tarea de recuperar a Linterna Verde, el escritor Brad Meltzer indica: “Había múltiples caminos para traer a Hal Jordan de regreso. Nosotros encontramos el mejor de todos: el camino de Geoff Johns”. Y junto con Johns, el dibujante brasileño Ivan Reis ha aportado lo propio para recuperar la grandeza del superhéroe: su estilo, realista y colorido, ha delimitado los contornos del Linterna Verde del nuevo siglo y ver su trabajo representando a las Green Lantern Corps es una delicia de esquina a esquina de la página. Por estos días, precisamente, comenzará a publicarse en México la saga Blackest Night, de la mano de Editorial Vid, que en Estados Unidos ha sobrepasado las expectativas de la crítica y el público y que, por supuesto, está a cargo de la mancuerna Johns-Reis. Por el lado autoral, la diversión está dada. Sólo resta que Vid garantice la continuidad de la serie y que no nos tome el pelo como con la anterior serie de Johns, Sociedad de la Justicia de América, cuya aparición en los puestos de revistas es dictada, al parecer, por un misterioso y mágico calendario que nada tiene que ver con los días que corren a lo largo y ancho del sector espacial 2,814.
marigno@gmail.com composta.net/discoroboto
Gordo y suculento amor Diana Martín tiene lista ya su próxima exposición y comparte algo de lo que mostrará en la Alianza Francesa, a fines de mes, pero, además, nos regala algunos renglones con respecto a este trabajo, que nos deja ver no sólo la confirmación de su gran talento, sino un poco del proceso de creación de los Retratos de dos Gourmets. Provecho. Pues sí. En mi próxima serie retrato a una vieja y obesa pareja que padece de un hambre terrible y crónica. Para quienes no lo sepan, la autora de este texto y de los dibujos que acompañan estas páginas, no sólo dibuja, sino que expone y, por supuesto, vende sus monos. Una pareja de gordos, ejecutados en su mayoría en grafito sobre tela, comen, aman, se limpian los dientes, se van de picnic y escandalizan a su nietecita a lo largo de 12 piezas que ya verán, si se animan, en la Alianza Francesa. ¿Cuándo? este mes de abril, durante la última semana.
van desvelando en tanto transcurre el proceso. Lo cierto es que uno siempre se está autorretratando, incluso cuando se recurre al fusil (no mientan, queridos ilustradores y/o pintor@s). Pero rara vez de una manera frontal. Los reflejos que constituyen el trabajo son como los de esos laberintos de espejos que hasta hace poco encontrabas en las ferias de pueblo. Por ejemplo: a la señora que protagoniza -¿o antagoniza?- la serie le puse un lunar en la frente. Hace un mes más o menos, recordé que yo tengo un lunar en el mismo lugar. La coincidencia me sorprendió.
No sé porqué empecé a dibujar a este par de personajes. No necesitas tener todo claro cuando empiezas un dibujo. Las cosas se despejan solas conforme avanzas, y las razones por las que escoges plasmar una forma en vez de otra se
La obesidad ha sido retratada por los artistas en innumerables maneras a lo largo de la historia. Desde las figuras neolíticas como la Venus de Willendorf -una efigie femenina que representa la fertilidad- pasando por las sensuales -y
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txt & imgs: Diana Martín
absolutamente reales- mujeres de Rubens, los perennes gordos de Botero o la celebérrima supervisora de la seguridad social de Lucien Freud. Las formas rebosantes y orondas tienen un simbolismo tan personal como cada artista que ha elegido representarla. Las excusas que puedo dar a la obesidad y la vejez de mis nuevos personajes obedecen a aspectos de mi vida. No he retratado sus redondeces para denotar su sensualidad, su ingenuidad o su belleza. Son gordos porque están llenos de cosas y cargas viejas que deben soltar. Tal vez su gordura los hizo viejos. Por la misma fuerza de su edad ya no son fértiles en el sentido convencional del término. A lo mejor la vejez les hizo engordar a ese extremo. Lo cierto es que lo grotesco entró en mi trabajo. En una época en la que no podía ser de otra manera.
Cierro con un beso de mis viejitos, invitándol@s a que no se pierdan los Retratos de dos Gourmets. Y no olviden sacar de paseo a su oscuridad. ------------
Retratos de dos Gourmets Dibujos de Diana Martín Alianza Francesa Guadalajara López Cotilla No.1199 Col. Americana Guadalajara, Jalisco Tel : 3825 2140 / 3825 5595 Última semana de abril
Curioso, fosforescente, divertido: Paco Castro, recuento y exploración txt: Francisco Mederos H. imgs: Paco Castro
Francisco Castro Miranda presenta, durante el mes de abril, su exposición de obra que lleva el nombre de Flurioux, fruto de un proceso de experimentación individual que ha dado pie a la creación de objetos aparentemente disímiles pero que comparten un mismo leitmotiv: la exploración visual como medio de creación de imágenes capaces de evocar lugares poco comunes, honestamente frescos y actuales.
de muy diversos estilos musicales, el ecléctico trabajo realizado por Curious Flux ha traído al mundo paisajes, personajes, tipografías, ilustraciones, instalaciones, objetos de uso cotidiano hechos de papel y otros materiales, patrones, fotografías lomográficas y carteles que dan cuenta de su libertad inventiva y que pueden apreciarse en diversos sitios de internet, medio clave para la difusión de su trabajo.
A pesar de haberse formado como diseñador gráfico y de trabajar en el riguroso mundo del diseño publicitario, Francisco ha incursionado incesantemente en el mundo del arte digital y análogo con el fín de dar cauce a su inquieta naturaleza creativa. Así fue como hace cuatro años, fundó su estudio Curious Flux (Flujo Curioso), convirtiéndolo en su bandera y pretexto para crear a través de la libre experimentación.
Flurioux, un juego de palabras derivado de Curious Flux, es una excusa para que el espectador se interne en el lúdico mundo de la experimentación visual de Francisco, un campo fértil para la libre asociación por medio de las piezas que conformarán esta exhibición.
Inspirado por otros artistas visuales como Craig Robinson, Sergio Aragonés y Siggi Eggertsson así como por los ritmos
Date una vuelta a la expo, la muestra no te decepcionará, muy al contrario, estamos frente a uno de los creativos más arriesgados y propositivos de la escena local, que trata al diseño no con la formalidad con la que la mayoría de los diseñadores la ven, sino con el desparpajo del genio.
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FLURIOUX Recuentos y exploraciones Obras de Francisco Castro Todo el mes de abril Casa Museo L贸pez Portillo Calle Liceo # 177, esquina San Felipe En el Centro de la ciudad
Alternativo, musical, ¡y aquí!
txt: Federico Barón img: Noise Lab
Abril será un mes clave en la agenda de la música en la ciudad: Franz Ferdinand, Fischerspooner, Arctic Monkeys, Camera Obscura y Yann Tiersen nos harán cantar, gritar y bailar. ¿Alguien recuerda un mes de abril tan intenso en el ámbito de la música alternativa? Bueno, lo de alternativa es un decir. El caso es que ya esta primera semana de abril le tocó el turno a dos grupazos: primero el dueto Fischerspooner, originario de Chicago e integrado por Warren Fischer y Casey Spooner, que estuvieron en el Teatro Estudio Cavaret, el miércoles 7 de abril. Su visita a Guadalajata coincidió con la celebración de sus primeros diez años de actividad artística. Y luego, nada más para secundar, Franz Ferdinand se presentó en el Foro Alterno, el día 9. Quienes estuvimos, hace ya varios años, la primera vez que pisaron Gudalajara, en el Teatro Diana, quizá fuimos testigos de uno de los
mejores conciertos de ese año. Por eso las ganas de volver a ver a este grupazo de indie pop escocés, liderado por Alex Kapranos. Y todavía falta más: Para el día 14 de abril, la alternativa quedará en manos de Camera Obscura, banda de indie pop, también escocesa y activa en los escenarios desde 1996. Camera Obscura es un grupo indie pop de Glasgow, Escocia, formado originalmente en 1996 por Tracy Campbell y Gavin Dunbar. Han sufrido una serie de cambios en la agrupación a través de los años, lo que hace que actualmente sean 5 los miembros de la banda: Tracyanne Campbell (guitarra y voz), Carey Lander (órgano, voz), Kenny McKeeve (guitarra,
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mandolina, armónica y voz), Gavin Dunbar (bajo) y Lee Thomson (batería). Desde sus inicios, el grupo ha lanzado ya varios sencillos, los cuales fueron recopilados en un único EP japonés llamado “Rare UK Bird”, y hasta antes del 2005 contaban con 2 producciones de estudio de larga duración. Después de una serie de giras intermitentes por el Reino Unido y Europa, en 2004 pisaron por primera vez suelos norteamericanos, donde tuvieron gran aceptación gracias al ritmo confiado y melancólico de coros apasionados tan distintivo de Camera Obscura. Los últimos 2 álbumes han sido realizados bajo el mando del talentoso productor sueco Jari Haapalainen (The Concretes), los cuales denotan un distintivo entusiasmo entre todos los miembros de la banda creando una armonía fuerte y digna de disfrutar.
Otro de los conciertos esperados es el de los Arctic Monkeys, otra gloria del indie rock cuyo sello inglés ha cautivado a millones a escala mundial. Activos desde el año 2002, se han convertido en bandera de la actual generación. Se presentarán el próximo 22 de abril, en el Foro Alterno. Pero ahí no terminan las sorpresas: el músico Yann Tiersen, a quien muchos recuerdan por haberse encargado de la banda sonora de películas como Amelie, sorprenderá a seguidores y curiosos en el teatro Diana en una visita programada para el 23 de abril. Los boletos para cada uno de los conciertos están a la venta en las taquillas de los foros correspondientes P.D. De muy buena fuente nos hemos enterado que para el mes de junio estarán tocando aquí The Chemical Brothers el dúo inglés, formado por Tom Rowlands y Ed Simons, en el Foro Alterno. Esas sí que son excelentes noticias.
De un autor mexicano y contemporáneo, el nuevo montaje de La Nada Teatro De insomnios y medianoche (Cuento para espantar gatas), de Edgar Chías, bajo la dirección de Miguel Lugo y con actuaciones de Carlos Hugo Hoeflich y Mariel Rodríguez, a partir de mayo, en La Casa Suspendida Una mujer joven y un hombre maduro, dos personajes sin nombre, en la oscuridad de la medianoche, sucumben a la atracción aparentemente inexplicable, a ese impulso humano que los lleva a convertirse en animales deseosos… El deseo construido por la palabra, el sentido del verbo. De insomnio y medianoche es una historia de humor y suspenso, que nos hace pensar en la atracción irracional del hombre por los abismos, el vértigo que se sitúa en el interior del ser humano, a pesar de su aparente calma. Con este montaje, La Nada Teatro inicia una etapa de exploración alrededor de la nueva dramaturgia mexicana, hacia la rica y compleja propuesta de temas, situaciones y sensibilidades que los nuevos autores ofrecen a la escena contemporánea, propuestas que redundan en la creación de una nueva estética y forma del teatro nacional. Carlos Hugo Hoeflich y Mariel Rodríguez, bajo la dirección de Miguel Lugo, protagonizan esta historia en la que una joven mujer y un hombre maduro dialogan entre la soledad de una habitación, en torno al miedo a la muerte, la perversidad, el inicio de la sexualidad, el deseo… y un posible crimen. Los personajes nacen así a partir de la palabra, y visualmente encontramos en De insomnio y medianoche claroscuros que más allá de cegar la mirada del espectador se convierten en estímulos para su imaginación. Los sonidos,
las voces, las texturas apenas iluminadas dan vida a esta historia donde el espectador llega a convertirse en voyeur, para mirar inteligentemente a la intimidad de estos dos sin nombre, a mirar para hacerlos existir. De insomnio y medianoche (cuento para espantar gatas), es original del dramaturgo Édgar Chías, reconocido actor y autor, egresado del Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (donde ahora es docente). Ha publicado ensayo, crítica y teatro. Cuenta con importantes escenificaciones de su producción dramática -nacional e internacionalmente-. Se ha desempeñado también como pedagogo en el país y en el extranjero (Francia, Brasil y Argentina). Se ha hecho acreedor a varios estímulos a la creación artística, becas y reconocimientos. Dirigida por Miguel Lugo, De insomnio y medianoche (cuento para espantar gatas) estrena el próximo jueves 6 de mayo en La Casa Suspendida (Avenida Alcalde 830, entre Jesús García y Gabriela Mistral), a las 20:30 horas, y continuará en temporada jueves y viernes hasta el 25 de junio, excepto el 10 y 11 de junio. Como parte de la temporada La Nada Teatro organiza un taller de dramaturgia con Edgar Chías así como la presentación del libro, esto en el marco del estreno. Más información: www.lanadateatro.wordpress.com
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Dos años de pedalear por la ciudad, todos los jueves por la noche
txt & img: GDL en bici
Hace dos años, la convocatoria del paseo nocturno sumó menos de 500, hoy con la convocatoria mensual, se han sumado hasta más de 4 mil ciclistas. El Paseo de Tod@s de abril, se vistió de gala con tacuche y tacón para festejar que somos cada vez más ciclistas urbanos que disfrutamos pedalear por la ciudad. Alrededor de 2 mil 500 personas recorrimos 11 kilómetros entre avenidas principales como Enrique Díaz de León, Federalismo y La Calzada, hasta callecitas irreconocibles para algunos participantes como Río Escondido o la misma Glorieta del Cartero. La ciudad de Guadalajara aún se pregunta qué tan “correcto” es no dividir el contingente de bicicletas al momento de encontrar un semáforo en rojo. Para abrir el debate, compartimos que en muchas partes del mundo, aceptan como parte de la ciudad a la masa ciclista que critican al moverse en contingente, por los pocos espacios que existen aún para su seguridad al transportarse. San Francisco, Amsterdam, Portland, España son territorios acostumbrados -o aprendiendo a hacerlo- de compartir sus calles y semáforos con masas criticas de ciclistas que no sólo pedalean por diversión, sino también por una manera de saberse existentes y exigir su espacio en las calles. Ya somos muchos y cada vez somos más. Gracias a todos los asistentes, también a quien supo y no pudo ir, y a los que buscaron bicicletas para sumarse a la fiesta de conciencias. Gracias principalmente a aquel que se siente parte del Paseo más allá de ser convocado; a los que encontraron algún curioso y le informaron e invitaron a este paseo ciudadano que pretende motivar a más tapatíos en usar la bici; también gracias a l@s mantis y libélulas ciclistas que informaron y cuidaron a que ningún auto avanzara con su gran caja de metal al contingente ciclista y amenazara su paso; un agradecimiento especial a los voluntarios de
Bici 10, gracias a las instituciones y empresas que nos han apoyado con los premios, también gracias a todos los automovilistas que gustosos hasta apagaron sus motores al momento de ver el desfile de las cientos de mariposas en dos ruedas frente a su máquina motorizada. Recordar, invitar, incitar y convocar a esta unión de bicis, como el pretexto perfecto para festejar que cada día somos más ciclistas en las calles; es una responsabilidad que como ciudadanos aceptamos. Por ello este Paseo de tod@s sigue buscando a más mentes y corazones que quieran unir su pasión de vida a la pasión ciclista. Nos vemos en el próximo paseo. -------Estos son los temas de los próximos Paseos de Tod@s, ¡prepara tu atuendo! * Paseo 25 Mes de Mayo Cada Vez Marx en Bici Ven con tu atuendo de los diversos oficios que realizan nuestros hermanos: Obreros, Albañiles, Jardineros, Soldadores, Electricistas, Zapateros, Payasos, etc. * Paseo 26 Mes de Junio Playero, bicicletero Aprovechando que el calor está de visita en la ciudad, ven con nosotros a esta Manifestación Bicicultural y saca tus prendas del clóset, short, bermudas, tangas, traje de baño, sombrillas, lentes, sombreros y demás artículos playeros y saca tu cuerpo a pasear en esta playa de concreto.
Portafolio
Alejandra Leyva
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Fotografía: Quentin Chamard-Bois Ropa: Maxtli Accesorios: Sixter y Félix Tienda Estilismo: Sandra Flores Modelo: Natalia Atilano Maquillaje: Angélica A lvarez Asistente de fotografía: Ulises Capda
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Cテウmo ser bestia (de la A a la Z) テ]gel Gテウmez
C贸mo ser bestia (de la A a la Z) Citlali F茅lix
C贸mo ser bestia (de la A a la Z) Miriam Ramos
C贸mo ser bestia (de la A a la Z) Paulina Magos
Bruno de Loera Comiqueando Digital
Eva Cabrera Capricorn Digital
Última KY
img: Abraham Pérez