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Cuentos & Poemas SÁBADO 07 DE NOVIEMBRE 2015 • SIGLO21

¡Qué me importa!…. ¡Te quiero!

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CUENTOS Y POEMAS SIGLO.21

Edición uCuento

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La niña (Extracto) Jeny Gularte jennygularte@yahoo.com

Hacienda La Esmeralda tenía una amplia casa con cuatro corredores anchos, y rodeada de palmeras altas y almendros frondosos. Uno de los corredores, bajando unas graditas, daba a un extenso huerto; y otro, frente a un cercano y amplio montículo sobresaliente, que en algunas de sus partes bajas (topográficamente), dejaba ver las aguas de un impetuoso río.

Lo llamaban El Lagartito, porque una vez encontraron en sus orillas un cocodrilo chiquito, que seguramente, desobedeciendo a su mamá, se había alejado del lugar donde vivía, en los pantanos, bajo la sombra de los ficus. Este río venía de montañas arriba, dando vida a muchos caseríos, donde los labriegos construyen sus modestas viviendas de horcones y techos de palma. Río arriba se desprendía un ramal, al que se le unían algunos pequeños afluentes que lo hacían crecer. Este río tenía el

nombre de El Brazo y pasaba bastante abajo de la casa patronal. Del río El Lagartito, se abastecían de agua, por medio de una toma que la dejaba en la propia casa, de donde, una parte pasaba por unos grandes filtros para purificarla, y la demás servía para riego del huerto y caballeriza.

En una parte muy alta del huerto, crecían dos hermosos árboles, que exhibían sus corpulentos, verdes y bombáceos troncos (abombados y bombachos) y sus caídas ramas con rosadas y grandes flores, que era la admiración de quienes llegaban. Esa peculiar y llamativa forma de troncos y ramas hace que tengan el nombre de árboles borrachos. Estos dos árboles crecían a sus anchas en lo alto del huerto, y estaban al cuidado de la naturaleza y el amor de Dios. Nadie sabía cómo habían llegado a dicho sitio, ya que su lugar de origen es Argentina, donde crece silvestremente.

uPoesía

Madrugada 201 Alejandro Sagastume Es cierto…

Las verdades más duras, surgen en las noches intratables de insomnio/ y vienen de la mano de la madrugada./ Eran las 3:04 a.m. cuando me di cuenta, que, en efecto, ella nunca estuvo enamorada.

Sentía la necesidad de decírselo a alguien,/ contarlo, gritarlo…

Quería que supieran que había abierto los ojos./ ¡Vaya hora a la que me vengo a dar cuenta!/ Meses de llorarla, de pensarla, buscarla con vagas esperanzas

de encontrarla,/ de amarla y extrañarla. ¿Para qué? Si nunca me amó.

Quise más a la que no me quiso./ Probablemente seguirá siendo así,/ porque de no ser así, yo tampoco la habría amado, solo habría tenido la ilusión de amarla/ y eso, para mí nunca ha sido suficiente./ Tantas preguntas que surgían con el tiempo,/ cuando la única respuesta era esa:/ Ella no se enamoró de mí, solamente yo de ella..

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uCuento

¡Qué me importa!…. ¡Te quiero!

René Putzeys* En la música intensa de un poema de amor,/ en la gloria inefable de un profundo suspiro,/ en la noble tristeza que encierra el dolor…/ ahí es donde te busco, ahí es donde te miro./ Con el alma encayada en un banco de luna/ y mis cantos bañados por los oros del sol,/ haciendo en tus pasiones de mi verso, la cuna,/ vibraría mi lira con todo su arrebol./ Y aún en la borrasca de la mar tempestuosa/ en las alas doradas de la quietud sombría,/ mi alma de adorarte, ¡se siente venturosa!/ y aún después de muerto, mi alma te amaría./ ¡Qué importa si estás lejos! ¡Qué importa si te fuiste!/ yo tengo por destino amarte eternamente./ cuando quiero olvidarte mi destino persiste/ y ya que debo amarte te amaré … ¡ciegamente!/ Qué me importa saber que mi sentir es vano,/ que naufraga mi alma en un mar de fracasos,/ que tachan los hombres mi cerebro de insano/ y que dicen que tengo la moral en pedazos,/

que si fue mi destino que en el amor perdiera/ y que nunca pudiera florecer mi ilusión/

¡Qué me importa que el frío impasible me hiera!/ También para sufrir yo tengo corazón.

*“Les envío este poema que René Putzeys, quien falleció el 22 de octubre de 2015, compuso en su juventud, aquellos años de guitarra, cantos y vida bohemia. Él se lo dio a mi primo, Jorge Escobar Feltrin, quien, a su vez, me lo proporcionó a mí, sabiendo lo mucho que admiraba y quería a René. Ojalá a ustedes les guste tanto como a nosotros, sus amigos.

No hay nada más triste que un talento ignorado”, Dialma Smith.

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uPoesía

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Sus Sueños Lucy Santay DPI 2051 53224 0108

Eran plata y eran oro su más grande ilusión y lograr un gran tesoro su más grande ambición su deseo más profundo, carros, viajes y un amor.

Lo mejor de este mundo tendría a su alrededor.

Mi princesa sueña siempre eso decía su papá,

mira al cielo y no lo pienses/ tu padre te ayudará, tus sueñitos son posibles solo es algo material un amigo invisible un poquito celestial no lo dudes, siempre, siempre/ a tu lado estará.

Nunca digas nunca

uPoesía

Allá tú; aquí, yo

Silvia de Arteaga DPI 1963-80766-0101

La chica que ha subido al tren se ha sentado justo frente a mí. Ha cerrado los ojos y soltado un suspiro desde lo más profundo, o así me ha parecido. Luego ha colocado su mochila en el asiento de al lado.

Retomo la lectura de mi libro, donde, curiosamente, se desarrolla una escena como la que acabo de vivir, pero en este caso, la mujer era mayor.

Qué coincidencia.

Ignacio Jerez DPI 1735 84594 0101

Y dime, ¿cómo te encontró la noche? ¿por dónde se te coló el sereno? ¿cómo viviste el día en el que te libraste de una carga del pasado, solo para descubrir, que esta recién nacida esperanza es tanto más pesada? ¿aún vagan libremente tus ilusiones?

De reojo veo cómo un hombre que viste una chaqueta marrón toma la mochila de la chica y se sienta al fondo del vagón. Me encuentro en un dilema: ¿alerto a la joven sobre lo que acabo de ver o sigo leyendo y no me meto en asuntos que pueden acarrearme problemas?

No te engañes, yo soy como tú. Ahora las noches se me hacen eternas y los días incontables; no me queda más que mentirme y repetirme que las fantasías no habitan en esta realidad: que las lágrimas son dulces y los suspiros liberadores; que el tiempo no se acerca ni se aleja; que mi sombra se ha detenido, escondiéndose bajo mis suelas.

ILUSTR ACION E

S: ALEJA

NDRO

AZURD IA

Ahora no hago más que ver bailar a las salvajes hojas que invaden mi vista, lo único dinámico que atrapa mi atención; todo lo demás se ha detenido: el sol, la respiración, el parpadeo. No hay más que viento, ásperas corrientes heladas que hacen tiritar toda vida a su paso. Como un espectro me descubro en el reflejo del cristal que nos divide. Allá tú, libre, alla intemperie; aquí yo, solo, envuelto en mí mismo, sofocado en mi vacuidad.

Mi parada, ¿qué hago? Camino hacia la salida y trato de no pensar en el asunto. El tren se detiene y el jalón despierta a la chica. Se abre la puerta y bajo sin volver la vista. Antes de que la puerta se cierre oigo el gritillo de sorpresa, angustia o cólera. Sigo caminando, ¿qué más puedo hacer? La estación está llena de hombres y mujeres, presurosos e indiferentes.

Pero algo me corroe: la seguridad que ha mostrado el individuo en cometer su fechoría.

Las tripas me recuerdan que no he tomado aún el desayuno y me encamino a un café cercano. Ya sentada y presta a devorar mi cruasán, veo que

el listillo se encuentra sentado en un asiento adosado a la pared, a escasos metros de donde está mi mesa, con la mochila a su lado. Su cabeza está recostada sobre el respaldo alto de su silla y tiene los ojos cerrados, como si se relajara de la aventura que acaba de tener. No me lo pienso mucho, pues la adrenalina se ha activado. Me levanto muy despacio con el temor de que mi respiración acelerada me delate. Camino hacia su mesa y, sin verlo, paso de largo tomando la mochila de la chica.

No vuelvo la vista, porque siento que en cualquier momento sentiré la mano del tipo en mi hombro. Salgo del café y camino más rápido, ¿y ahora hacia dónde?

Las tripas han quedado en suspenso. Veo la ventanilla de objetos perdidos y me encamino hacia ella. Coloco la mochila sobre el mostrador y le digo al empleado que la he encontrado tirada.

El joven ve que tiene identificación y, luego de darme las gracias, me dice que esperará que la propietaria se presente a reclamarla.

Me vuelvo y veo que el hombre del saco marrón me observa entre sorprendido e iracundo. Impulsada por ese arranque de valor, levanto las palmas de la mano y encojo los hombros. Él me mira y asiente con la cabeza. ¿Acaso le veo un dejo de admiración por mi osadía?