Cuentos241015

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CUENTOS Y POEMAS SIGLO.21

SÁB 24 10 15

uCuento Cuento

Edición uCuento

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En la tierra de Babel

Crónica de un naufragio: cuatro hombres contra el mar (extracto 2) Manolo García

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PERIODISTA

Francisco Nájera

¡Ha vuelto, ha vuelto…!, anunció a sus compañeros. Jorge ingresó sin problema en la pesquera. Ser conocido y haberse ganado la confianza de la custodia le permitieron revisar la embarcación. Tiene suficiente combustible para llegar a Jamaica, y alimentos y agua para tres días, dijo en forma resumida. Llegadas las siete de la noche, los cuatro aventureros bordearon el embarcadero de La Libertad, metidos entre los manglares, y cubiertos hasta el pescuezo por los pantanos del lugar. En el horizonte, lo único que se lograba ver con dificultad era la luz roja intermitente del faro. En el mayor silencio, comenzaron a nadar los cien metros que los separaba del Chiripazo, sin nada sobre sus hombros. Solo sus esperanzas. Precavido como siempre, Ernesto envolvió en un plástico una linterna, un paquete de fósforos y un pequeño libro de oraciones que la iglesia católica había distribuido en ocasión de la llegada del sumo pontífice a la isla. ¡Hey tú…! Búscate un trozo de esponja para que el escape no haga bulla, sugirió Ernesto a Julio, mientras Jorge y Francisco se aseguraban de que nadie los observara una vez en el barco.

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LA PRIMERA JORNADA

Francisco Nájera 2613812610101

E

n el atardecer de la gran catástrofe un hombre está sentado sobre los ladrillos ya inútiles, en medio de sus compañeros, ahora unos extraños para él. El silencio le resulta intolerable, al igual que los gritos ininteligibles con los que algunos de los que a su alrededor se encuentran quisieran romperlo. De pronto, ve venir hacia él al muchacho a quien en medio de su confusión, en medio de su dolor, él sigue amando, y se siente turbado. Su belleza no ha cambiado y hasta parece ser más intensa, más necesaria en este momento de desconocimiento e incomunicación. El hombre se levanta y bajo el cielo desnudo de nu-

bes, contempla los muros, incompletos ahora, para siempre. Ve también sus manos que tiemblan, ignorando si es de terror o de deseo, y ahogando un aullido, exclama: “Mi joven toro, ardor de mi entrepierna”. Y aunque la frase no le ofrece ningún sentido, el joven le sonríe. Y en su sonrisa, y en su silencio, el hombre comprende que su amor es correspondido, y olvidando que sus palabras ya no expresan lo que con ellas él quisiera decir, continúa gritando: “Entre las estrellas encuentre yo tu ternura, entre las estrellas descubras tú mi dolor”. Sin darse cuenta de que, de ahora en adelante, su grito ya no será más que un canto, su palabra no más que olvido, y que el muchacho, con su silencio y su ternura, ya no será sino la forma, fatal y perfecta de su delirio, de su pasión.

uPoesía

Vox pópuli El poeta pronunció entonces una frase que me pareció misteriosa, deslumbrante./ Dijo que en cierta forma el pueblo nunca se equivoca. Aunque nos parezca estúpido, el pueblo jamás se equivoca. Aunque lo despreciemos y lo explotemos, el pueblo no se equivoca. Esa es nuestra condena, dijo. Nuestra tabla de salvación.

Ernesto, Julio, Jorge y Francisco pensaron que en dos días llegarían a las costas jamaiquinas. Sin embargo, el destino les tenía preparada una jornada distinta. Veinticuatro horas después de haber zarpado, el motor del Chiripazo se fundió. A partir de entonces quedaron a merced del viento, am-

parados únicamente por la inmensidad del cielo que se conjugaba en el horizonte con el azul marino. Tres días más tarde se encomendaron a Dios y a su suerte. Casi deshidratados, vomitando a gotas y sin tener nada para comer, Ernesto decidió comunicarse a través de la radio instalada en la nave con la marina cubana, aun a sabiendas de que todos irían a la cárcel. Somos cuatro cubanos… nos escapamos a bordo del pesquero Chiripazo… a la deriva… cerca de Punta del Toro, repitió tres veces. Nada. De nuevo: Somos cuatro cubanos… nos escapamos a bordo del pesquero Chiripazo… a la deriva… cerca de Punta del Toro… Del otro lado se oyó un chasquido del transistor: ¡chic… chic…! Luego, una voz caribeña le dijo que comenzarían a buscarlos, pero nada de eso pasó. Horas más tarde volvieron a escuchar el chasquido. En la bocina chillona del aparado se escuchó: Nada… no hay nada... no hemos visto ni encontrado náufrago alguno… cambio y fuera… Se murió la esperanza de que fueran rescatados por la marina de su país. La barca continuó mar adentro y sin destino,

mientras la furia del viento persistía y las olas comenzaban a inundar la embarcación. Los cuatro náufragos decidieron lanzar al agua todo cuanto fuera posible. Redes, provisiones, herramientas… lo que había en el Chiripazo, para perder peso y evitar un inminente hundimiento. Así, pasaron 10 días. Para entonces, la única aflicción de Julio eran sus hijos: Inuel y Milderi, de la misma forma que Francisco pensaba en Franky. Ernesto y Jorge solo se aferraban al recuerdo de su familia. Eran solteros y lo único que ansiaban era la libertad.


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Cuentos241015 by Oscar Mota - Issuu