Aullido

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AULLIDO La tarde era fría, nublada y melancólica, me quitó por completo las ganas de seguir trabajando, así que guardé todos los archivos y pasé los últimos minutos contemplando el cielo a través del ventanal; me entretuve viendo cómo las nubes eran mecidas por el viento y lentamente iban cubriendo los últimos rayos de sol, el aire de la ciudad es tan sucio que las copas de los edificios más altos parecían desaparecer y aparecer, en ocasiones todo se convertía en siluetas, un montón de sombras grisáceas que me recordaban la ciudad de los gigantes en el cuento de las habichuelas mágicas; me hizo sentir minúscula, insignificante, aún cuando me encontraba en la cima de todo lo que había construido con esfuerzo, de modo que miré hacia abajo, desde el décimo piso, las personas sobre la avenida se movían rápidamente, parecían un montón de hormigas que van en fila sin mirarse, porque tienen miedo, sí, miedo de la lluvia que puede arruinar sus costosos zapatos, su peinado elevado, o el teléfono que sacaron a plazos. La lluvia es diferente aquí, en mi pueblo disfrutaba del olor de la tierra húmeda y de la hierba recién nacida, los nubarrones tenían otro significado, auguraban una buena siega; pero aquí sólo realza el olor de las alcantarillas, un tufo a rata muerta, esto es la orquesta de aromas que proclama el triunfo del hombre moderno. I


Me puse de pie y miré el reloj de la oficina, anunciaba a tiempo la hora de partir, di un paso hacia delante y puse mi frente sobre el vidrio, mi aliento hizo que se empañara un poco, cerré mis ojos, deseaba que al abrirlos me encontrara en mi apartamento, que no tuviera que pelear con el tráfico, ni soportar estos horribles tacones un minuto más, deseaba que hubiera alguien esperándome, preparando la cena o poniendo el agua para el café... pero sabía que nada de eso iba a suceder, no había nada que pudiera evitarme la pena de caminar cuatro calles hacia arriba para mantener la mentira de que he dejado el carro aparcado un poco más lejos (tal vez era momento de decirle a todos que en realidad no tenía auto, pero temía tanto a sus comentarios estúpidos y a sus exhortaciones banales de niños ricos que prefería caminar todas las calles de la ciudad si era necesario). así que abrí los ojos; las primeras gotas de lluvia chocaban ya contra el ventanal, me apresuré a dejar mis cosas en orden, cogí mi abrigo y me adelanté a tomar el ascensor, no tuve que compartirlo con nadie, la mayoría de las personas esperarían a que la lluvia se detuviera, pero yo estaba harta de verles las caras y de sonreír comprometidamente, quería descorrerme en la cama, ver alguna película y olvidar por un momento que mañana tendría que hacer todo eso nuevamente. Decía entonces que el ascensor fue para mí sola, eso fue algo que agradecí, aunque la música de fondo me hacía sentir molesta, bajar nueve pisos con la misma tonada empalagosa algún día logrará que prefiriera bajar por las escaleras, tarareé el fragmento de una canción que había escuchado aquella mañana, no recordaba la letra en su totalidad así que mientras me enfrascaba en esa ardua labor mental el descenso pareció más rápido, se abrieron las puertas y salí al vestíbulo, con paso cansado me dirigí a la entrada, la lluvia ya comenzaba a tomar fuerza, de modo que abrí mi paraguas y salí caminando, intentando esquivar los charcos que empezaban a formarse; mientras me alejaba saqué II


mi celular de la bolsa y comencé a buscar la aplicación para pedir un automóvil que me llevara a casa, mi sorpresa fue secundada por la ira cuando de la nada se apagó el teléfono, no hubo manera de regresarlo a la vida, había estado tan ocupada que ni siquiera me percaté en qué momento la batería había muerto, no podía creerlo, ahora estaba en medio de la lluvia y bastante lejos de la oficina, me resguardé bajo el techo de una vieja construcción y me pegué a la pared, intentaba encontrar una solución práctica, mi apartamento se encontraba a casi quince minutos de ahí (en automóvil y sin lluvia), me froté la frente, ya resignada a caminar un largo tramo, a resfriarme y a mojar mi tacones estúpidamente caros e infinitamente incómodos. De pronto una luz amarillenta me iluminó el rostro, eran los faros de un taxi, yo no estaba acostumbrada a tomar un vehículo cualquiera sobre la calle porque la gente solía decir que eso era muy peligroso, que no debía de hacerlo y aún menos estando sola, pero estaba desesperada, exhausta, sólo pensaba en salir de aquella situación, así que estiré el brazo y le hice la parada. Desde el asiento del conductor me abrió la puerta un hombre ya entrado en años, su pelo era una mezcolanza de distintos tonos blancos; me apresuré a entrar, para ese momento yo temblaba un poco de frío, - ¡Gracias! -le dije, y cerré la puerta tras de mí, - ¡No hay de qué! - me respondió con gran amabilidad, y después de indicarle hacia dónde me dirigía comenzó a entablar conversación conmigo. El hombre me habló de su familia, de cómo la bebida y las mujeres lo habían llevado a perder todo lo que tenía, cómo poco a poco fue quedándose solo en este mar de gente que es la ciudad; debo decir que me recordaba un poco a mi abuelo, su voz grave me remontaba a aquellos días en los que solía contarme sobre las hazañas que había tenido su padre durante la revolución, la manera en la que III


hacía que mi imaginación volara con sus historias; en eso estaba, cavilando sobre aquellos recuerdos sin prestar mucha atención a lo que decía el conductor, todo parecía normal aún estado tan ausente, pero noté de inmediato cuando se quedó en silencio, la interrupción fue tan abrupta que me hizo despegar la vista de la ventanilla, fue entonces cuando nuestras miradas se encontraron a través del retrovisor, así estuvimos un par de segundos hasta que por fin quebró el silencio incómodo, inhaló con fuerza y de él salió una voz profundamente perturbadora que dijo -”Tengo un don divino ¿Sabes?, un don que muchos podrían pensar que es una maldición, Dios me ha abierto los ojos y los oídos y me ha dado la palabra para liberar a las personas”-, después de eso clavó la vista hacia el frente, mutismo absoluto, no quise decir nada, sólo seguí observándolo por el retrovisor, intentando descifrar la intención de su comentario. Seguimos avanzando entre la oscuridad, él no dijo nada más. Nos quedamos atorados en el tráfico por un momento, lo único audible en aquel automóvil era nuestra respiración y eso me ponía muy nerviosa, deseaba desesperadamente que encendiese el radio y pudiéramos dejar atrás este horrible silencio; bajé la mirada para ver el estado en el que se encontraban mis tacones, estaban completamente empapados, saqué un pañuelo de mi bolso y me dispuse a secarlos; escuchar repentinamente su terrible voz me erizó los cabellos, me erguí de inmediato y aquél continuó -”Yo he visto y sentido muchas cosas, todos los días le pido a Dios que me ponga en el camino, por lo menos, una persona a la que pueda darle su mensaje y creo que es usted la persona indicada.”-. Para este momento yo sentía que mis manos sudaban profusamente y la incomodidad sin duda iba en aumento, de un instante a otro la atmósfera se hizo densa en muchos sentidos, el calor que se había encerrado comenzaba a ser molesto, asfixiante, el miedo iba IV


lentamente apoderándose de mí, pero estaba decidida a bajarme y seguir por mi cuenta, no importaba que llegara empapada a la casa o si me asaltaban en el camino, cualquier cosa era mejor que soportar esta extraña sensación; me dispuse a sacar mi cartera para pagarle y bajarme cuanto antes, pero súbitamente su voz volvió a escucharse, ésta vez no pude disimular ni un poco el escalofrío que me recorrió todo el cuerpo, -”¿Sabe?, Ahí donde está sentada usted, hubo un exorcismo, una niña de apenas catorce años, su madre, desesperada, buscaba ayuda en los psicólogos y los médicos; esto porque en ocasiones la niña sufría de terrores nocturnos, sueños horrendos que la hacían despertar de golpe, otras veces se quedaba dormida por un par de horas y despertaba sin saber quién era ni dónde estaba y por más estudios que le hicieron, por más análisis que le practicaron, todo fue en vano, ningún especialista lograba dar con el padecimiento, pero todos sabemos que hay cosas que la ciencia aún no puede explicar y es ahí cuando los padres se vuelven creyentes de lo que sea con tal de salvar a sus hijos.”-. Me paralicé, no supe qué hacer, tenía una horrible sensación que me indicaba que debía bajar en ese momento y correr lo más rápido que pudiese, sin mirar atrás; no obstante, en mi interior hubo algo que me hizo permanecer sentada, ¿Miedo? ¿Curiosidad?... tal vez, no sé explicarlo en realidad. Después de cinco largos segundos algo salió de mi garganta, una voz casi desconocida para mí, fue como si una fuerza indecible que me incitara a preguntar -”¿Qué pasó con esa niña?”, a lo que él me respondió -”Llevaba a la niña y a su madre al hospital, íbamos sobre una carretera poco transitada cuando la niña comenzó a convulsionarse, pero no era algo normal, no era nada para lo que estuviese preparado, su espalda se arqueo de tan manera que la hacía lucir como una araña, tuve que orillarme, en ese preciso instante las puertas del carro se abrieron todas al mismo tiempo; su madre intentaba contenerla pero era imposible, la muchacha V


deseaba salir del carro y perderse en la noche, gritaba y pataleaba, no dejaba de reírse maliciosamente, lanzando frases soeces y lo que parecían maldiciones en un idioma incomprensible para mí; yo estaba paralizado del miedo, me aferraba con fuerza al volante por temor a desvanecerme de la impresión, sentí que poco a poco iba abandonándome la cordura, parecía que en cualquier momento me entregaría al pánico, pero apreté mis ojos y traté de controlar el castañeo de mis dientes; de pronto fue como si una luz me iluminara el pensamiento, agaché la cabeza y vi la biblia que solía cargar debajo del asiento del copiloto, había intentado leerla en distintas ocasiones pero jamás lo conseguí; sin embargo, esa noche, la tomé por impulso y fue como si algo en mi interior supiera qué hacer exactamente, no recuerdo a ciencia cierta cuáles fueron mis palabras, pero una especie de vigor imperó sobre mí, y sintiéndome poderoso toqué la frente de la niña y ésta chilló como si el sonido de cientos de murciélagos heridos salieran de su garganta, no sé cuánto tiempo pasó , pero después de un rato de hablarle sobre la palabra de Dios y de poner mi mano sobre ella, comenzó a ceder; una sombra salió de entre sus labios y huyó como alma que se lleva el diablo, pude verla en la lejanía, se detuvo un momento entre los árboles, tenía forma de un enorme perro negro que antes de desaparecer por completo volteó la cabeza, sus ojos ambarinos penetraron en lo más profundo de mi alma, como retándome, como si estuviese prometiendo que no sería esta la última vez que nos viéramos. La niña se estabilizó y la llevamos al hospital, la madre se acababa en agradecimientos y bendiciones, pero no me sentía merecedor de sus palabras, dejé a ambas en aquel sitio y me retiré, estaba en shock, no entendía bien lo que había ocurrido aquella noche, trataba de darle una solución lógica, pero entre más pensaba en ello más difícil era creer que había sucedido realmente. Al llegar a casa me fui directamente a la cama, esperando que el sueño surtiera un efecto conciliador en mí; pero algo aún más inquietante sucedió durante mis sueños, VI


tuve una visión de Cristo en la que me hablaba, extendía sus manos para que yo tocase sus heridas, aún abiertas, y viera y sintiera que esto era real, que él era real.”-. El carro se detuvo en seco, miré hacia afuera y reconocí el negro portón de la entrada del edificio, me sentí un poco más aliviada, había llegado a casa sana y salva, así que tomé el efectivo de mi cartera y se lo extendí. El hombre hizo un ademán que me hizo pensar que tomaría el dinero, pero en lugar de eso apretó mi mano con fuerza entre la suya, solté las monedas y algunas de ellas se perdieron en las comisuras del asiento, instintivamente quise retirar el brazo pero me sometió sin ningún problema, estaba a punto de gritar cuando me dijo, mirándome fijamente a los ojos y con la cara deformada en una mueca entre suplicante y amenazadora -”Acepta a Cristo, él tiene el poder de apartar las tinieblas, él reinará por sobre aquellos que reinan aquí en la tierra, premiará a los fieles y castigará a los blasfemos, acéptalo y él te perdonará, te abrirá los ojos como lo hizo conmigo y escucharás su voz cuando duermas.”-. Con mi otra mano pude soltarme de él, bajé sin mirar atrás, llena de un profundo terror, mientras abría el portón pude sentir su mirada en mi espalda, al entrar en el edificio escuché el motor del carro alejándose, pero aún mi corazón estaba a punto de estallar así que me quede recargada en la puerta mientras conseguía calmarme, cuando recobré el aliento me dispuse a subir al apartamento; ya estando en la habitación me senté en el sofá que tenía bajo la ventana, pensaba en toda esa experiencia aterradora, el día había sido tan agotador que, aún con todo, el sueño comenzó a vencerme, estaba a punto de quedarme dormida cuando noté dos brillos amarillentos entre los autos estacionados en la acera de enfrene, me levanté de inmediato a mirar mejor de qué se trataba, pero en cuanto me puse de pie éstos desaparecieron y un aullido VII



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