NOCTAMBULO Habían pasado una tarde agradable, así que el hombre intentó convencerla de quedarse para un poco de diversión nocturna; sin embargo, aquella dama de facciones felinas y actitudes sibaritas, con una mueca divertida negó con la cabeza, deslizó la mano por el rostro de su anfitrión y se despidió en el umbral de la puerta, que no se cerró por completo hasta que el vehículo había doblado en la esquina. El crepúsculo se tornaba purpureo y el mundo entero parecía estar absorto de la sombra que esperaba el momento justo para apoderarse de la atmósfera. En la casa, que estaba tan llena de cuartos vacíos, el silencio iba convirtiéndose lentamente en murmullos, aquellos siseos inteligibles parecían provenir del individuo que se encontraba de espaldas a la entrada, con la cabeza gacha y la mirada clavada en él suelo; por un momento se quedó estático, casi sin respirar, parecía una estatua más en aquél recibidor, al escuchar el primer trueno furibundo sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo; en el exterior la tormenta auguraba una noche tempestuosa, las primeras gotas de lluvia apresuraban el aterrizaje suicida contra los grandes ventanales del piso superior, no obstante dentro de la casa todo se apreciaba con una quietud excesiva, casi extraña. El sujeto, que había vuelto del trance por el sonido de los truenos, decidió que era hora de subir al dormitorio, de intentar conciliar I
el sueño. Apagó las luces de la estancia y se dirigió a las escaleras, hoy más que nunca tenían un aspecto arenoso, desértico, debido al insoportable color camel de la alfombra que las cubría, en ella había, bordadas a los laterales, un par de serpientes amarillas con penetrantes ojos rojos que descendían de manera ondulatoria hasta la sala de estar. Siempre había tenido cautela de no pisarlas, en su infancia aquellos animales le habían despertado pensamientos de muerte, ahora se preguntaba por qué nunca había cambiado aquel tapete tan espantoso; quizá tenía que ver con el hecho de que su madre lo estimaba en demasía, le había adquirido en un viaje por medio oriente, en Arabia para ser precisos; siempre se había enorgullecido de contar la historia de cómo se sintió atraída por una fuerza indescriptible, ella alegaba que fue como si una especie de magia la condujera por una calle abarrotada de locales, haciéndola esquivar a un sinnúmero de personas que se arremolinaban a los lados de aquellos establecimiento para apreciar con claridad la calidad los tejidos que se exhibían en las fachadas; llegó hasta un local poco concurrido y entro buscando algo sin saber a ciencia cierta qué era, casi de inmediato, colgado a sus espaldas, vio al susodicho y sin pensarlo dos veces lo compró, cuando llegaron con su nueva adquisición no hacía más que hablar sobre las serpientes y las connotaciones simbólicas que éstas podrían tener. Al paso de los años, después de la horrible muerte de sus padres, no había tenido el valor suficiente para deshacerse de aquel artículo de mal gusto; -Ella querría conservarlo- se repetía a sí mismo; tal vez la suavidad del urdimbre removía aquellos recuerdos de las dulces manos de su madre, la delicadeza con la que siempre se hallaba jugueteando con su largo y rubio cabello; sin embargo en este momento ya no concebía la posibilidad de seguir viviendo por más tiempo en aquella casa, aunque ésta estuviese ligada a las evocaciones de su amada madre. Durante II
la última semana había hecho un esfuerzo sobrehumano por lidiar con el miedo que le infundían aquellos animales bordados finamente sobre la alfombra; mientras subía vinieron a su mente algunas imágenes borrosas de lo que había acontecido la noche anterior, cuando le pareció notar que una de esas serpientes paseaba por el suelo de su habitación, había saltado de un tapiz a otro hasta llegar a su cuarto y esperaba sosegada a que un pie desnudo resbalara de su reconfortante lecho; pero al llegar la madrugada aquel infecto gusarapo se hallaba en su lugar, en su eterno fluir cabeza abajo. Su paranoia era tal que tenía precaución de mirar detrás de si cada dos o tres escalones, al llegar al cuarto todo estaba en penumbra, la tormenta arreciaba con cada segundo que pasaba, silbaban las copas de los árboles, crujían las maderas del ático, todo en conjunto iba componiendo una sinfonía siniestra del holocausto natural. Por un instante la luz de un relámpago dibujo su sombra sobre la superficie fría de la puerta del dormitorio, y a su vez, por el rabillo del ojo, una sombra casi imperceptible se desdibujo en el aire receloso. - ¿Me he vuelto loco? - dijo en voz tenue y pusilánime Parecía que el temor le había endurecido los labios, con las manos temblorosas abrió lentamente y se internó en la obscuridad, sabía a la perfección que, aun con las luces encendidas, la sombra encontraría la manera de anublar la atmosfera, consiguiendo así la fuerza suficiente para atraparlo de una vez por todas. Se acercó a su lecho, ahora le parecían tan lejanos los días en los que hizo suya a más de una fémina tras el dosel de aquella cama, la enorme satisfacción que le producía la mirada que le dedicaba su madre desde uno de los cuadros que estaba colgado sobre la pared principal de la estancia. Ya recostado sobre el III
mullido colchón comenzó a pensar en ella, poco a poco su mano bajó hasta la entrepierna y ahí encontró la calidez necesaria para dejar atrás las pesadillas que le angustiaban, mientras su mano sostenía el músculo palpitante con firmeza, todo iba desvaneciéndose, mientras sus dedos recorrían todo lo ancho del miembro pensó que pronto le vencería el sueño, sin duda esa era la mejor forma de aliviar su ansiedad; no obstante, cuando se acercaba al clímax, a su oído llegó, como un eco perdido en el tiempo, el sonido de esa voz metálica e inhumana que noches atrás había pronunciado su nombre. Se detuvo en seco; Ya era casi un mes desde que todo había comenzado, ocurrieron tantos sucesos extraños que se preguntaba cómo no había huido de aquella morada infernal; ruidos misteriosos, sombras espeluznantes y objetos moviéndose inexplicablemente, eran sólo algunas de las cosas que se habían vuelto habituales en el transcurso de los días. ¿Por qué había dejado marchar a la hermosa chica de ojos gatunos?, ¿Pasarían todas estas cosas si ella estuviese aquí?, tal vez si ella las viera, él mismo se aseguraría de que no estaba loco, que los años de aislamiento no había hecho estragos en su endeble cordura. En su pecho retumbaba cada vez más fuerte el corazón… BOOM, BOOM, ¡BOOM! Se oyó un golpe sordo en la puerta y sus dientes castañearon; un estruendo inundó el cuarto al abrirse de golpe; y la silueta deforme, de aquello que ni en sus más siniestras pesadillas había visto, reptó sin dificultad alguna por la alfombra, un esperpento huesudo y arácnido se acercó rápidamente a los pies de la cama, su respiración era agitada, prácticamente eran bufidos parecidos a los de un animal, el pelo le cubría casi todo el rostro pero podía ver a través de las negras hebras las fauces colmilludas de esa horrible criatura, la forma en la que parecía sonreír IV
burlonamente; el hombre, casi muerto del susto, se encontró cara a cara con su destino. - Marcus… -Se escuchó quedamente aquella voz de ultratumba -¡MARCUS! -Gritó aquel espectro, seguido de una risa infrahumana Y aquél , tiritando de miedo, cerró los ojos con fuerza, esa fracción de segundo pareció durar una eternidad, sentía que las sienes le estallarían en cualquier momento, el espectro se percató de que su víctima estaba al borde del llanto, la desesperación le consumía el espíritu… todo eso en un efímero instante, sin embargo desde sus adentros surgió lo último que quedaba en su cuerpo del instinto de supervivencia, y así, con los ojos cerrados, apartó el leve cortinaje que cubría el lecho y dio un salto hacia la puerta sin mirar a su agresor, pero antes de que pudiera reaccionar, las sabandijas amarillas, las malditas serpientes del oriente, ya estaban enroscadas en sus tobillos haciéndolo caer de bruces; forcejeo histérico para zafarse, pero fue inútil, pronto sintió un golpe tan fuerte, que lo movió varios metros por el pasillo, casi llegando al borde de la escalera, sin duda algo se había quebrado porque no logró ponerse en pie, era como si cientos de cuchillos se clavaran en su costado, como si cada nervio que recorría de su espalda a las piernas estuviese gritando; así que se arrastró lo más que pudo, pero no iban a darle tregua alguna, las serpientes le subían por el cuerpo apresuradamente, apretaban sus costillas, lo asfixiaban, estaba seguro de que pronto alguna de sus costillas perforaría sus pulmones. En aquel momento, el monstruo se irguió y caminó con lentitud hacia su presa, aquello parecía un juego en el que la V
leona se entretiene con un antílope moribundo, sabe que no puede escapar pero alenta el proceso de caza lo más que puede, alargando aquella sensación de placer al ver el terror a través de los ojos de su almuerzo; Marcus intentó huir, pero la enorme silueta dejó caer todo su peso sobre la parte inferior de su cuerpo maltrecho, aquella figura deforme se recostó sobe su espalda, las serpientes abandonaron el cuerpo de aquél infeliz, satisfechas de haber conseguido su objetivo y el espectro buscó la calidez del cuello de Marcus, se entreabrieron sus labios dejando escapar un asqueroso aroma de putrefacción, una lengua viscosa se alargó hasta encontrar su oído: - ¿Querías diversión nocturna? – susurró con picardía En ese instante los ojos de Marcus se abrieron a tal punto que parecían salirse de sus órbitas, tras ese sonido mecánico, pudo notar la dulce voz que había escuchado durante toda la tarde, aquella que pertenecía a la bella mujer que conoció en el Café de Alelíes, a su mente vinieron imágenes entrecortadas y recordó la intensidad con la que se sintió atraído al verla a través de la ventana, sus enormes ojos le habían hechizado, había sido tan… El impacto de su cráneo ensangrentado sobre la duela de la sala le dejó casi inconsciente, apenas pudo entre abrir los ojos, pero antes de perder el conocimiento, pudo ver, casi angelado, aquel rostro demoniaco, lleno de pústulas famélicas, que ahora se preparaba para pasar un rato de diversión vaciando sus entrañas.
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