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A ierto Li ro
from Paz Vega
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Shakespeare and Company
No es ningún misterio que Succession es, parcialmente, un recuento moderno de Rey Lear ambientado en el paisaje actual de los medios de comunicación en Estados Unidos. Rey Lear, como Succession, habla de la monarquía en crisis y de las maquinaciones políticas de aquellos que están dispuestos a ganar el mundo a través del engaño, la codicia y el servilismo. El programa, obviamente, se toma libertades en la representación de la obra, e incluso mueve algunos de los elementos para crear un impacto diferente a lo largo de la serie. El más obvio de estos cambios llega hacia el final de la serie, donde el inicio del primer acto de la obra de Shakespeare, en la que Lear exige una muestra de amor de sus hijas, se transfigura en la escena en la que Kendall y Shiv, cuáles Goneril y Regan, ensalzan las virtudes del exmonarca para ganar su reino, a través de la adulación y el kabuki. Y Roman, por su parte, canaliza a Cordelia: no puede hacer de su amor un espectáculo y como resultado es expulsado de la corte. Incluso el inesperado giro de la trama en el último episodio de la serie podría tener su base en aquella tragedia del bardo, donde al final el reino es compartido por Albany y Edgar; este último, a lo largo de la obra, se disfraza de mendigo y se llama a sí mismo “Pobre Tom”...
Lear no es el único aspecto shakesperiano que podemos encontrar en Succession. Lo que hizo inmortal al genio inglés no fue solo su poesía en la tragedia, sino también su mirada incisiva e intransigente hacia la política, el poder y la niebla del corazón humano. Succession no es solo Rey Lear, sino también Ricardo III, Macbeth, Hamlet y Julio César. Es un estudio del poder grandioso, predemocrático, autoritario y testarudo de quienes lo buscan, de los sacrificios que hacen para obtenerlo. Es una historia de imperio de proporciones wellesianas, de Yago, de Lady Macbeth, de Claudio.
Pero hay algo que separa nuestro relato moderno para la televisión de aquellos escritos por el bardo. Aunque la arrogancia, la verguenza y la codicia marcan el ascenso y la caída de nuestros personajes, los tiempos seculares han brindado una versión aún más oscura de tales eventos. Para Shakespeare, siempre hubo una sensación de divinidad, de retribución celestial, de claridad a través de la epifanía, de juicio. Lear muere desamparado y loco y encuentra hacia el final la claridad, la gracia de Dios; Logan Roy no encuentra nada, solo poder, y su fallecimiento se concibe como tal, solo eso, casi accidental, sin una clausura emocional. Con la muerte de Dios solo se puede encontrar una cosa, el abismo, y este siempre mira de vuelta
Poesía obscena
Jesse Armstrong, el creador de Succession, viene de una carrera histórica como escritor en otros programas de televisión ingeniosos, mordaces y ácidos. Él es orgulloso alumno de la escuela que ha creado algunos de los insultos más absurdos e ingeniosos para la pantalla chica, en programas como The Thick of It y su contraparte estadounidense, Veep, donde los personajes se atacan con un deleite tan malévolo y delicioso que uno no puede evitar estremecerse y reírse al mismo tiempo ante la brutalidad de sus juegos de palabras.
El diálogo en Succession, con su riqueza y su cadencia particular, no tiene igual en la televisión moderna. Juguetón y mordaz, escatológico y efímero, verdadero y deshonesto, todo a la vez. Los personajes tienen características tan definidas en la forma en que se comunican entre sí, cada uno con una forma tan singularmente distinta, que las líneas artificiales de fórmulas de guion se derrumban en el proceso. Desde la jerga de negocios sin sentido e hiperinquieta de Kendall (“The Hundred is Substack meets Masterclass meets The Economist meets The New Yorker”), pasando por la fábrica de citas escatológicas cargadas de freudianismos de Roman (“He said to be nice. What I think he meant to say was that he wished Mom gave birth to a can opener because at least it would be useful”), hasta las obscenidades directas y estoicas de Logan (“Ahh, would you like to hear my favorite passage from Shakespeare? Take the fuckin’ money.”), todas son necesarias ráfagas de aire fresco dentro de la ubicua banalidad en la escritura de guiones en estos días. Pero donde Succession realmente brilla como algo ejemplar es en su acto de equilibrio. Al igual que los osados trapecistas chinos, la serie camina constantemente sobre una cuerda floja, buscando el balance entre lo sublime y lo absurdo. El peligro siempre acecha en cada escena de Succession. Es un acto temerario. Un mal paso y la muerte es segura: lo que intenta ser sublime puede volverse cursi y lo que intenta ser absurdo puede volverse ridículo. Pero es un acto que Succession logró con comodidad. Y con gracia. No muchos programas pueden pasar, en cuestión de minutos, del peso de una posible sentencia de cárcel a la levedad de las respuestas absurdas en una audiencia en el Congreso (“If it is to be said, so it be, so it is”). Es lo que hace a la serie de HBO realmente especial: ambos momentos de la dicotomía sublime/absurdo pueden ocurrir dentro de la misma interacción. El más notable de estos momentos llega en la tercera temporada, en un episodio donde Tom está preocupado por la idea de ir a la cárcel y le cuenta brevemente a Greg una historia del emperador romano Nerón: “I’d castrate you and marry you in a heartbeat”. Nuestra primera impresión de esta interacción es absurda; la idea de que Tom se vea a sí mismo como Nerón, y a Greg como su esclavo, es hilarante. La naturaleza extravagante de la historia nos sorprende, y la ingenuidad de Greg al escucharla con una pausa incómoda es el material del que están hechas las grandes comedias. Pero también habla de algo más oscuro, algo más triste en la interacción entre esta suerte de dúo dinámico y la lógica interna y los sentimientos de Tom; habla de una sensación de abandono que siente por su esposa, Shiv. Habla de la lealtad que encuentra en Greg. Habla de compañerismo, de sacrificio, de dolor. Incluso habla de la más esquiva y sublime de todas las emociones: el amor. Este es uno de los muchos casos en los que Succession florece, es un ejemplo perfecto de lo que hace que Succession sea brillante y humana, de un diálogo que, como dice Whitman, “contiene multitudes”
¿Y ahora qué?
No soy Melquiades, no tengo pergaminos arcanos ni poderes de premonición que puedan predecir el impacto o el legado de Succession Solo puedo hablar de lo poderosa y única que es en el momento actual. Succession tiene una voz tan singular y una narración tan texturizada, que resulta imposible ignorar su gravitas. Es grandilocuente y coloquial, es épica y cotidiana, sublime y absurda. Y ahora, después de su final, nos encontramos con una pregunta difícil. ¿Qué vamos a hacer? Frank Capra dijo una vez: “El cine es una enfermedad… Al igual que con la heroína, el antídoto contra el cine es más cine”. No puedo escapar de este síndrome de abstinencia, de este vacío. Quizá empiece a ver Mad Men de nuevo. Eso podría, tal vez, llenar el abismo.
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