LA GENERACIÓN DEL 14. UNA AVENTURA INTELECTUAL

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LA GENERACIÓN DEL 14 Una aventura intelectual

por

MANUEL MENÉNDEZ ALZAMORA

Fragmento de la obra completa


España México Argentina

Todos los derechos reservados. © De esta edición, noviembre de 2009 SIGLO XXI DE ESPAÑA EDITORES, S. A. Menéndez Pidal, 3 bis. 28036 Madrid www.sigloxxieditores.com/catalogo/la-generacion-del-14-1332.html © Manuel Menéndez Alzamora Diseño de la cubierta: Pedro Arjona Fotografía de cubierta: Redacción de España, 1915, Fundación Ortega y Gasset DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY

ISBN-DIGITAL: 978-84-323-1501-5 Fotocomposición: EFCA, S.A. Parque Industrial «Las Monjas» 28850 Torrejón de Ardoz (Madrid)


ÍNDICE

INTRODUCCIÓN. LOS INTELECTUALES DE LA EDAD DE PLATA DE LA CULTURA ESPAÑOLA...........................................................................

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PRIMERA PARTE

DEL 98 AL 14. NEXO Y DIÁLOGO ENTRE DOS GENERACIONES CULTURALES Y POLÍTICAS 1. EL REGENERACIONISMO DE JOAQUÍN COSTA...............

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EL INFLUJO DE GINER DE LOS RÍOS: EUROPEIZACIÓN Y MODERNIZACIÓN DE ESPAÑA ...................................................................

15

LAS SOMBRAS ILUSTRADAS. PESIMISMO Y ELITISMO ANTE LA CRISIS NACIONAL ...........................................................................

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2. UNAMUNO, PRECURSOR DESDE EL 98 DE UNA NUEVA MANERA DE CONTEMPLAR EL «PROBLEMA DE ESPAÑA» ................................................................................................ EL SOCIALISMO DE UNAMUNO ........................................................ ÁBRANSE LAS VENTANAS: UNAMUNO ANTE EUROPA ....................... EL REPLIEGUE INTERIOR: CASTICISMO Y ANTIEUROPEÍSMO ...........

33 33 41 44

EL ANTIMILITARISMO DE LOS INTELECTUALES: DE LA CRISIS COLONIAL A LA GRAN GUERRA ......................................................

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SEGUNDA PARTE

EL PROTAGONISTA. JOSÉ ORTEGA Y GASSET, VÉRTICE AGLUTINADOR DE UNA GENERACIÓN 3. EL JOVEN ORTEGA POLÍTICO. PEDAGOGÍA Y EUROPEÍSMO EN LOS CONTORNOS DEL IDEALISMO NEOKANTIANO.................................................................................. VII

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ÍNDICE COSTA, NIETZSCHE Y EL KRAUSISMO COMO PRIMERAS INFLUENCIAS EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO DEL JOVEN ORTEGA ........

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LA INFLUENCIA DEL NEOKANTISMO ALEMÁN: EL IDEALISMO Y LA EL «LIBERALISMO SOCIALISTA» DE ORTEGA ....................................

PEDAGOGÍA POLÍTICA ..............................................................

64 70

4. EL GIRO ORTEGUIANO DE LA RAZÓN IDEAL A LA RAZÓN VITAL Y SUS CONSECUENCIAS POLÍTICAS.............

77

EL GIRO FENOMENOLÓGICO: SUS CONSECUENCIAS EN LAS IDEAS DE POLÍTICA Y CULTURA ...........................................................

77

LA ESTÉTICA ESPAÑOLA COMO REFLEJO DE UNA IDENTIDAD CULTURAL: MEDITACIONES DEL QUIJOTE .........................................

80

LA CULTURA COMO INSTRUMENTO DE LA RENOVACIÓN POLÍTICA NACIONAL .................................................................................

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TERCERA PARTE

LOS INSTRUMENTOS DE INTERVENCIÓN PÚBLICA DE UNA GENERACIÓN 5. FARO (1908-1909): UNA NUEVA REVISTA PARA UNA «NUEVA JUVENTUD INTELECTUAL» .................................. NACIMIENTO Y FINANCIACIÓN DE LA PUBLICACIÓN ...................... LA POLÉMICA DE ORTEGA CON GABRIEL MAURA ............................ LA POLÉMICA ENTRE ORTEGA Y MAEZTU ........................................ LA CIRCUNSTANCIA POLÍTICA Y EL APOYO AL BLOQUE LIBERAL .... ANTINACIONALISMO Y ANTISOLIDARIDAD CATALANA................... UN PRIMER REGENERACIONISMO AMERICANISTA ........................... LA GENERACIÓN DEL 14 A LA LUZ DE FARO .....................................

99 99 103 109 118 122 126 129

6. HACIA LA PRIMERA IDENTIDAD GENERACIONAL: NEORREGENERACIONISMO Y CULTURA EN LA REVISTA EUROPA (1910) ...................................................................... UN NUEVO PROYECTO CULTURAL DE LA GENERACIÓN DEL 14........ LAS ÚLTIMAS FASES DEL IDEALISMO POLÍTICO ...............................

137 137 140

LA APROXIMACIÓN GENERACIONAL AL LERROUXISMO, FEBRERO DE 1910 ...................................................................................... EUROPA ANTE EL MOMENTO POLÍTICO...........................................

144 151

EL EUROPEÍSMO COMO IDEAL POLÍTICO Y CULTURAL DE LA GENERACIÓN DEL 14 ...................................................................... VIII

156


ÍNDICE

7. EL INTELECTUAL Y SUS VOCES: EL GRUPO JOVEN ESPAÑA (1910-1911) ........................................................................

161

LA FUNDACIÓN DE JOVEN ESPAÑA, EMPRESA DE AGITACIÓN PÚBLICA DEL «HOMBRE DEL 14» .................................................... JOVEN ESPAÑA DE GIRA. LA ILUSIÓN DE AUGUSTO BARCIA .............

161 172

LA FRUSTRACIÓN DE UN PROYECTO DE «JUVENTUD INTELECTUAL» ........................................................................................

179

LA JUNTA PARA AMPLIACIÓN DE ESTUDIOS Y LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES ............................................................................

8. LOS INTELECTUALES Y EL REPUBLICANISMO POSIBILISTA (1912-1913) ........................................................................ EL REPUBLICANISMO EN EL PRIMER DECENIO DEL SIGLO ...............

183

EL HOMENAJE A AZORÍN EN ARANJUEZ, 23 DE NOVIEMBRE DE 1913 .

189 189 200 207 218

9. «VIEJA Y NUEVA POLÍTICA» (1914)....................................... ORTEGA, 1914. LA CIRCUNSTANCIA .................................................. EL DIAGNÓSTICO: LA ESPAÑA MORIBUNDA..................................... LA SANACIÓN (I): LOS PROTAGONISTAS ........................................... LA SANACIÓN (II): LOS OBJETIVOS ................................................... «VIEJA Y NUEVA POLÍTICA» ANTE LA OPINIÓN PÚBLICA ................. LOS RESULTADOS: ORTEGA DESDE LA ACTUALIDAD ........................

231 231 233 237 247 253 260

10. LA IDENTIDAD ESCRITA DE LA GENERACIÓN DEL 14. EL SEMANARIO ESPAÑA BAJO LA DIRECCIÓN DE ORTEGA (1915) ................................................................................. EL GRAN PROYECTO EDITORIAL DEL 14 ..........................................

263 263

LA FUNDACIÓN DEL PARTIDO REFORMISTA Y LOS INTELECTUALES EL BANQUETE DEL HOTEL PALACE, 23 DE OCTUBRE DE 1913...............

LA GRAN GUERRA. ALIADÓFILOS Y GERMANÓFILOS EN LA CRISIS GENERACIONAL (1914-1915)........................................................

269

POLÉMICAS CON LA GERMANOFILIA: LOS CASOS DE ABC Y BENAVENTE .......................................................................................

281

LA ALIADOFILIA DE LA GENERACIÓN DEL 14 A TRAVÉS DE UNAMUNO Y ORTEGA ............................................................................ LUIS ARAQUISTAIN, PERIODISTA Y ALIADÓFILO ..............................

288 299

MANUEL AZAÑA ENTRA EN LA ESCENA GENERACIONAL: ESPAÑA Y EL ATENEO DE MADRID .............................................................

310

VIDA, EDUCACIÓN Y POLÍTICA COTIDIANA EN EL ESPEJO DE ESPAÑA.......................................................................................... IX

327


ÍNDICE UN BALANCE, ALGUNAS PERSPECTIVAS (A MODO DE EPÍLOGO) ............... NOTAS ...................................................................................................... CRONOLOGÍA (1905-1915) .......................................................................... BIBLIOGRAFÍA COMENTADA .................................................................... FUENTES DE LAS ILUSTRACIONES............................................................. ÍNDICE ONOMÁSTICO ..............................................................................

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343 351 421 481 496 497


INTRODUCCIÓN. LOS INTELECTUALES DE LA EDAD DE PLATA DE LA CULTURA ESPAÑOLA

Con los viejos maestros del 98 desaparece una forma de sentirse y habitar en el mundo que caracterizó al siglo XIX. El despuntar del nuevo siglo se acompaña de una descarga de corriente que sacude con fuerza la conciencia de los jóvenes cultos de Europa. El tiempo detenido del naturalismo, la novela como recreación del mundo, la melancolía y el espíritu decadente se transforman lentamente contaminados por una nueva ilusión histórica, por un optimismo de naturaleza deportiva, por una utopía nacida de la nueva sociedad de masas. Un panorama que no se puede desligar del final del siglo XIX, donde prevalecieron la bonanza económica y el asentamiento democrático de las principales naciones europeas. El nuevo clima cultural incuba las bases de los principales fenómenos de la modernidad que irrumpirán en las décadas siguientes. Así, el culto a la energía del movimiento y a su representación en la máquina desembocan en el futurismo como preámbulo de las vanguardias artísticas. La ciega confianza en la voluntad como motor del mundo se apaga en favor de una renovada apuesta por la razón, lo que explica el interés por el ensayo como manera de interpretar el mundo frente a la novela, un fenómeno unido a la brillante etapa de la prensa europea de principio de siglo, una etapa que en España se eleva hasta la categoría de Edad de Plata. La educación y la política —interpretada como escuela de ciudadanía— son las dos herramientas principales con las que empezar a cincelar el nuevo espíritu generacional. El nuevo espíritu recorre Europa. En Francia, dos jóvenes del mismo entorno cronológico de Ortega, Henri Massis y Alfred de Tarde, hijo del sociólogo Gabriel Tarde, sacuden la conciencia intelectual al publicar en 1913, bajo el seudónimo de Agathon, Les jeunes gens d’aujourd’hui. Sus críticas se dirigen contra la Universidad, a la 1


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que consideran empapada por un racionalismo extremo, de origen germánico, que ha dado la espalda a la auténtica vida de las cosas próximas, cotidianas. Crítico con el mundo académico, Maurice Barrès juega para la joven generación francesa un papel próximo al de Unamuno para los jóvenes españoles del 14. Barrès pertenece a la generación finisecular francesa, la de 1885, caracterizada, como la española, por el recurso al pesimismo, el relativismo y la melancolía estética. Barrès ejerce de puente entre la llamada «Generación sacrificada» por Agathon y los jóvenes emergentes, entre los que debe incluirse al aventurero y trotamundos Ernest Psichari, a Jacques Rivière, coeditor de la Nouvelle Revue Française, o al más mítico y misterioso de todos ellos: Charles Demange. El retrato literario del nuevo joven del siglo se perfila en el Jean-Christophe de Romain Rolland y en el Jean Barois de Roger Martin du Gard. El mismo espíritu surge en Italia de las manos de Giuseppe Prezzolini y Giovanni Papini, embarcados entre 1903 y 1907 en la publicación de Leonardo, la revista que incuba el nuevo empuje generacional proponiendo una revolución de naturaleza intelectual que agite a la Italia gobernada por Giolitti, tan pujante en lo económico como mortecina en lo cultural. La confianza en la juventud y la capacidad de acción cívica explican el nombre de Giovane Italia, periódico de agitación juvenil republicana tan unido, en nombre y espíritu, al de Joven España, el proyecto de la agitación política al que dedicamos un capítulo de este libro. El papel de mentor es ocupado en Italia por las figuras de Benedetto Croce y Gabriele D’Annunzio. El primero aporta su visión crítica del positivismo, mientras que el segundo irrumpe con su estética aristocratizante de la cultura 1. Ortega dicta en 1914 su conferencia «Vieja y nueva política» que se convierte en pórtico ideológico de una nueva generación en España. El contrapunto de lo nuevo frente a lo viejo, lo joven frente a lo establecido, metaforiza una nueva manera de ver las cosas que se viene gestando desde la segunda mitad del siglo XIX y que eclosiona con el nuevo siglo. Pero «Vieja y nueva política» no surge de la nada. Tanto Joven España como Europa y Faro son empresas periodísticas y de agitación pública sobre las que se construye una nueva generación que toma su nombre de ese momento germinal representado por 1914 2. 2


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Irrumpe con el nuevo siglo la intensa sensación de que se debía remover un pasado anclado en la melancolía y en los vaivenes de una indómita voluntad presentada en claroscuro. La juventud metaforiza el deseo de renovación y se acompaña de la educación como instrumento científico de la construcción pública y de la acción política. Los hombres del 98 exprimen el ideal nacional que se estableciera en Cádiz y que buscaba su sentido último tras la pérdida de las últimas colonias y el empuje de los nacionalismos periféricos en los confines del siglo XIX. Los escritores del 98 golpean cada una de las ramificaciones nerviosas de la empresa colectiva llamada España para comprobar la vitalidad o la morbidez del viejo ideal ilustrado de nación. Mientras que este frente parece agostado, la nueva generación que presenta armas al filo de la primera década del siglo irrumpe con una efímera publicación a la que denominan Europa. No era una premonición, sino la manifestación de un nuevo horizonte mental instalado en los intelectuales españoles, aquellos que destierran al Unamuno del «que inventen ellos» y se apoderan del Unamuno anterior que ordenaba abrir ventanas para orearnos con el viento europeo. Europa se convierte en el revulsivo emocional para superar el pesimismo de una generación, la finisecular, ensimismada llorando un origen nativista de España, apto para desenvolverse bien en el marco de las alegorías literarias, pero que mostraba serias dificultades a la hora de articularse como proyecto político. La propia idea de generación es un producto clásico de la mentalidad del siglo XIX, herencia de las primeras generaciones de sociólogos positivistas afanadas en interpretar con racionalidad biológica los cambios, los giros, las oleadas que el tiempo deslizaba en la manera de interpretar la realidad. La teoría de las generaciones ha estado siempre rodeada del puntillismo racionalista, del espíritu clarificador. Anticipemos que la tarea se presentaba como imposible: los ajustes geométricos emiten poca luz cuando se proyectan sobre organismos sociales de contornos tan evanescentes y poliédricos como los de una generación. La elaboración del concepto cristaliza progresivamente a lo largo del siglo XIX: de Stuart Mill a Dilthey, de Comte a Ranke o Lorenz. La idea de generación no la traemos aquí como refutación de la validez de las herramientas del análisis social, ni como expresión de la nostalgia por una forma perdida de nombrar las cosas. La resca3


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tamos como testimonio de un tiempo, como forma para interpretar con lejanía metafórica una experiencia de coincidencias colectivas. El presente mundo globalizado hace cada vez más factible el dominio del tiempo y las experiencias vividas en tiempo real se difuminan en los espacios temporales: las transiciones desaparecen y cada vez resulta más fácil ser de hoy y de mañana, o ambas cosas a la vez. La idea de generación, concebida como artefacto decimonónico para explicar el dominio racional sobre el tiempo, deviene hoy en arcaísmo necesario para explicar un mundo en donde las décadas marcaban las vidas, una época en la que el tiempo se ordenaba como las cajas o los libros sobre los anaqueles, en la trastienda de la historia. La idea de generación pertenece a un pasado donde la operación de contrastar años de nacimiento y defunción servía para trazar el mapa de las trayectorias vitales, cuando la experiencia colectiva todavía tenía la escala de lo humano. Traemos aquí el concepto de generación con ese sentido antiguo que surge de manera mágica, originaria e irrepetible para señalar un tiempo concreto. La idea de generación como empresa de coincidencias. El pedagogo Lorenzo Luzuriaga, en una reseña a la edición de las Obras completas de Ortega aparecida en la revista argentina Realidad, proponía en 1947 la denominación «Generación del 14» para este conjunto de jóvenes intelectuales. En 1914 unos jóvenes de parecida edad, extracción social, formación y coordenadas ideológicas coinciden en el manifiesto interés de renovar la vida pública española. El año de 1914 se constituye además como emblemático por tres razones. En este año Ortega pronuncia su conferencia «Vieja y nueva política» en el teatro de la Comedia de Madrid; en segundo lugar, se edita su libro Meditaciones del Quijote y, en tercer lugar, tristemente comienza a partir del atentado de Sarajevo la Gran Guerra que marcará las corrientes políticas e ideológicas tanto de partícipes como de neutrales. La Generación del 14 es la empresa pública de José Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Luis Araquistain, Enrique de Mesa, Enrique Díez Canedo, Manuel Azaña, Pablo Azcárate, Ramón de Basterra, Constancio Bernaldo de Quirós, Américo Castro, Manuel García Morente, Lorenzo Luzuriaga, Salvador de Madariaga, Federico de Onís, Gustavo Pittaluga, Cipriano Rivas Cherif, Fernando de los Ríos, el joven Pedro Salinas, Luis Jiménez de Asúa, Alberto Jiménez Fraud, 4


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Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez y Eugenio d’Ors, entre otros. La primera parte del libro rescata aquella porción del 98 que anticipa los nuevos ideales del europeísmo regenerador. Costa y Unamuno exploran algunos argumentos sobre los que pivotarán los hombres del 14, básicamente aquellos que fijan su atención en Europa y en la cultura como instrumentos de la regeneración. Joaquín Costa propone una interpretación sobre la realidad nacional de tintes cientifistas y aplica un diagnóstico estricto que se filtra a todos los aspectos de la vida nacional. Costa recoge la amplia tradición del primer regeneracionismo español de la segunda mitad del siglo XIX y su veredicto de «oligarquía y caciquismo» para designar a nuestros males nunca será olvidado a partir de este momento. La pauta de salvación costista incidirá en dos temas que se volverán recurrentes: «despensa y escuela». Costa hereda parte del ideario gineriano y de los métodos institucionistas para hablarnos de escuela, educación y cultura como frente de salvación de nuestros males. Pero Costa también anticipa el horizonte europeo. La figura del Unamuno europeísta y la de Costa presagian los derroteros intelectuales de los jóvenes escritores. Ortega escribe a su novia desde Marburgo en 1906: «Ayer recibí una carta larga de Unamuno; me caen bien estas cartas porque es el único hombre europeo que conozco en España y el único cuyo espíritu se aproxima al mío» 3. Las etapas intelectuales del joven Unamuno acrisolan en un solo escenario personal esa lucha bifronte que subyace a la diferente perspectiva desde la que se atiende al «problema de España» en el 98 y en el 14. El Unamuno de En torno al casticismo, el de 1895, es el Unamuno inmerso en el europeísmo regenerador, el que llama a los ventarrones del ambiente europeo para que ventilen España y alejen esa mortecina alma castellana, tan retratada por los del 98, que fue grande cuando se abrió y se derramó por el mundo pero que ha ahogado a España en la miseria mental cuando cerró sus valvas. Por contra, y paradójicamente, el Unamuno de 1905, el de Vida de Don Quijote y Sancho, retornará a las esencias del puro casticismo, del rechazo a Europa, del muera la ciencia y del ¡que inventen ellos!..., el Unamuno que se alejará definitivamente del espíritu en ciernes del 14, con el que sólo volverá a coincidir cuando manifieste una radical posi5


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ción aliadófila que llegará a hacernos olvidar su siempre ponderado sentido del antimilitarismo. Esa lucha en Unamuno entre europeísmo y casticismo escenifica el divergente modelo de salvación que se oferta desde el 98 y desde el 14. El Unamuno europeo, alejado del espíritu casticista de su tiempo, proporciona la verdadera herencia que recibirán nuestros protagonistas generacionales desde el 98. La segunda parte del libro se inicia en torno a la figura del primer Ortega. Ortega sale de España huyendo —utilizando sus propios términos— del achabacanamiento nacional y con objeto de completar su formación filosófica. En Alemania encontrará a esos maestros que España no le proporcionó, así como las fuentes con las que elaborar muchos de sus primeros pensamientos. La salida de España le pone en contacto con una sociedad de madurez cívica y con el neokantismo alemán, en boga en aquel momento, corriente que profesarán sus maestros de Marburgo, Cohen y Natorp, por la que se sumergirá en un pujante idealismo ético. La consecuencia inmediata es la ruptura con todo subjetivismo y la idea —presente en Kant y Fichte— de que la cultura es la negación de la naturaleza y la proclamación de los valores trascendentes, superiores. El destino y la libertad no son puro azar, pura espontaneidad, sino que implican reflexión, disciplina intelectual; en una palabra, educación. Cultura y educación son esas dos metas que el idealismo neokantiano instala en la mente del joven pensador como armas contra un destructivo subjetivismo que, a la altura de 1909, ha encontrado un acérrimo defensor en Unamuno. Un Unamuno que proclamará: «Odio a la ciencia y echo de menos a la sabiduría»; o que escribirá: «Hay que olvidar Europa [...]. A la ciencia la [sic] voy cobrando asco [...]. Me cago en el vapor, en la electricidad y en los sueros inyectados» 4; un Unamuno que lanzará su apuesta por la muerte y la obsesiva permanencia tras ella; un Unamuno que hará exclamar a Borges algunos años más tarde: «¿Unamuno? Yo no entiendo a Unamuno. Una persona que quiere ser inmortal me parece un loco» 5. El trasvase del idealismo ético orteguiano, absorbido en Alemania, al campo de la vida cotidiana se instrumentará a través de un modelo que parte de principios culturales para derivar hacia propuestas de tinte claramente político y social. La conferencia «La pedagogía social como programa político», dictada en la sociedad El Sitio de Bilbao, 6


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el 12 de marzo de 1910, es el texto clave en el que se articula la vinculación entre cultura y política. Si la política es el arte de transformar una sociedad, la educación, en tanto que implica transformar la realidad dada en el sentido de un ideal o convertir una cosa menos buena en una mejor, viene a significar lo mismo. Pedagogía y política se identifican en el fin que persiguen: transformar, cambiar, trocar el sino de España como nación. De esta equiparación hace renacer Ortega un nuevo concepto; lo que antes llamábamos política se ha hecho para nosotros pedagogía, pero si ésta debe estar al servicio de la renovación de la realidad que nos circunda, llegamos a la idea de pedagogía social. Aquí se sitúa uno de los pilares que sustentan el ánimo de toda una generación: el problema español empieza por no ser un problema político; es un problema pedagógico. La educación, el conocimiento, la cultura son la savia que alimenta de legitimidad un sistema político. Nace una generación que, inspirada por el propio Ortega, desconfiará del partido político y se refugiará en aquellos instrumentos de intervención que sean difusores de la cultura: se atisba en el horizonte el papel de la elite directora. En torno a 1910 asistimos a un cambio profundo en Ortega respecto a la manera de entender el papel de la cultura en la vida pública. Los principios fenomenológicos absorbidos en la estancia alemana de su maestro Natorp (discípulo a su vez de Husserl) hacen germinar una nueva perspectiva que modificará sus presupuestos políticos. Si hasta este momento nos movíamos en los territorios de la idealidad, donde la cultura es norma genérica, ahora —tras lo que denominamos el giro fenomenológico— Ortega desciende a la realidad y busca una adscripción, un compromiso con el que emparentar toda idea. Pero en una segunda etapa debíamos descubrir los efectos directos sobre la idea de cultura: la construcción del paradigma cultural desde las identidades concretas, contextualizadas, hará volcar su interés en la «estética española». Ortega encara el problema de España contando con ella, desde sus esencias, su historia, su «circunstancia», proceso que culminará en sus Meditaciones del Quijote (1914). En esta nueva clave se parte de una rápida constatación: nuestro pueblo —nuestra raza, como gusta decir— es diferente de la germana; mientras a ésta le pertenece la claridad conceptual de Leibniz, Kant, 7


INTRODUCCIÓN

Hegel, los mediterráneos sólo podemos competir en el terreno de la estética: «Los mediterráneos que no pensamos claro, vemos claro [...]. Para un mediterráneo no es lo más importante la esencia de una cosa, sino su presencia, su actualidad: a las cosas preferimos la sensación viva de las cosas» 6. Pero una cultura construida sobre impresiones queda diagnosticada como una cultura no progresiva, discontinua, insegura, creada a base de genialidades que han debido partir de cero en cada una de sus gestas. Repasamos el enconamiento de Ortega con los más sobresalientes hitos de la propia historia cultural de su país. Del autor del Quijote nos dirá que, confrontado con él, «parece Shakespeare un ideólogo» 7. El Mio Cid es un «balbuceo heroico [...], donde llega a expresarse un alma elemental, alma de gigante mozalbete entre gótica y celtíbera, exenta de reflexión, compuesta de ímpetus discontinuos y confusos» 8. Su análisis alcanza a los contemporáneos: Pío Baroja queda caracterizado como un «organismo tan peculiar, tan interesante que consiste en la desorganización misma. Baroja es éste y es lo otro, pero no es ni aquello ni esto. Su esencia es su dispersión, su carencia de unidad interna» 9; incluso llegará, con tintes freudianos, a considerar a don Pío, en razón de la abundancia de improperios en su literatura, como prototipo de lo que denomina «histerismo nacional», cuyas manifestaciones más características son, entre otras, la bravuconería, el retruécano y la exageración. La exageración como paradigma de la cultura española encuentra su representación máxima en el monasterio de El Escorial, paradigma de lo que Ortega denomina «sustancia española», en el que se resume todo el espíritu de un pueblo: ante la falta de ideas, de conocimiento, de orientación inteligente, nace el recurso a la grandeza por la grandeza; no queremos ser sabios, ni religiosos, ni justos, queremos ser simplemente grandes; «la mole adusta de San Lorenzo expresa acaso nuestra penuria de ideas, pero a la vez nuestra exuberancia de ímpetus» 10. Representa, en suma, lo que somos los españoles como colectivo histórico: «un estallido de voluntad ciega, difusa, brutal» 11. Ortega contempla con un poso amargo la historia de su pueblo: «Esta arquitectura —nos dice— es todo querer, ansia, ímpetu. Mejor que en parte alguna aprendemos aquí cuál es la substancia española, cuál es el manantial subterráneo de donde ha salido borboteando la historia del pueblo más anormal de Europa» 12. 8


INTRODUCCIÓN

Desde este negador y pesimista panorama, Ortega hace renacer todo un programa de salvación. Esta realidad no queda rechazada, es la materia prima que nos aporta lo más hondo de nuestro ser; éstas son nuestras virtudes específicas sobre las que hemos de ponernos a trabajar. Nuestras irrenunciables miserias deben convertirse al mismo tiempo en nuestras grandezas; «yo soy yo y mi circunstancia», establece la manida frase de la que se olvida su segunda parte: «... y si no la salvo a ella no me salvo yo» 13. Sobre esta nuestra específica personalidad histórica —que Ortega cataloga como la «vida espontánea e inmediata» y que se identifica con «el mundo de la vida» del que nos habla Husserl— ha de obrar la tarea salvadora de la cultura. Esta acción se desdobla en dos direcciones concurrentes. De un lado, la cultura es un instrumento de superación y elevación de la tradición cultural heredada; así, el artista ha de trascender su época; «la obra genial —afirma— se caracteriza porque nacida en unas circunstancias las anula, las rebosa» 14. En segundo lugar, aparece una dirección que nos hace ver que la génesis de una cultura española capaz de transformar la realidad nace de la integración con otras culturas. No pensemos que Ortega interpretaba la superioridad cultural germánica como un elemento de distanciamiento o diferenciación; al contrario, la creación de una cultura nacional operativa necesita de una suerte de cosmopolita engranaje; «¿por qué el español se obstina en vivir anacrónicamente consigo mismo?», se pregunta Ortega. La integración destierra la prepotencia o la aniquilación y se articula como empresa de colaboración. Por ello exclama rotundo: «No me obliguéis a ser sólo español, si español sólo significa para nosotros hombres de costa reverberante. No metáis en mis entrañas guerras civiles; no azucéis al ibero que va en mí con sus ásperas, hirsutas pasiones contra el blondo germano [...]. Yo aspiro a poner paz entre mis hombres interiores y los empujo hacia una colaboración» 15. En estos dos sentidos entrega Ortega su concepto de cultura como instrumento de salvación individual y también colectiva. La vida se convierte en innovación permanente, en un constante acto creativo; el hombre es el último hacedor de su destino personal. Esta tarea no es fácil, es casi una tarea de héroes, pero no todos pueden ser héroes. Se vislumbra al heroico individuo creador de su propia existencia frente al hombre genérico, el hombre masa. El germen de 9


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la teoría de ser aristocrático frente a la masa grisácea queda fecundado a la altura de 1915: «Los espíritus selectos tienen la clara intuición de que eternamente formarán una minoría —tolerada a veces, casi siempre aplastada por la muchedumbre inferior, jamás comprendida y nunca amada [...]. Siempre habrá dos maneras irreductibles de pensar sobre la vida y sobre las cosas: la de las pocas inteligentes y la de los obtusos innumerables» 16. La tercera parte del libro presenta las tres empresas en las que ciframos los primeros pasos de la andadura generacional: las publicaciones Faro y Europa y el proyecto de Joven España. Dos empresas de carácter periodístico y un heterodoxo proyecto de agitación intelectual son las primeras manifestaciones del nuevo espíritu generacional que hace del problema de España un problema de «pedagogía política»: la prensa, la conferencia, la instancia apartidista con vocación política se convierten en los instrumentos de la acción pública. Los hombres del 14 hacen de la prensa la principal arma de intervención pública para embarcarse en la agitación publicística con una devoción de intensidades irrepetibles y desconocidas en nuestra historia intelectual contemporánea. El periódico y el semanario se entienden como armas de educación y sanación política. No hay auténtica vida pública que pueda germinar sobre una sociedad inmersa en la apatía hacia lo colectivo y encerrada sobre sus intereses individuales. Esta idea con la que Tocqueville y Constant habían golpeado la utopía liberal, cabalga de nuevo para proclamar que, desde la ignorancia, la ciudadanía democrática deviene de cartón piedra. La experiencia de la democracia con forma pero sin fondo la vivieron los del 98 emborrachándose de nihilismo y nostalgia, con la voz irritada y final de Costa llamando a la terapia quirúrgica. Frente a esta España sin latido político que los del 98 habían respirado con amargura y cierta impotencia política, los del 14 pretenden —y proclaman con ambición— el camino de la pedagogía. España era una problema de educación. La cuarta y última parte se dedica a las empresas de consolidación y primera madurez generacionales. La conferencia «Vieja y nueva política» se convierte en el manifiesto ideológico generacional, mientras que la revista España y el Partido Reformista serán los instrumentos de intervención píblica de los que se dota la nueva generación. El libro traza este trayecto simbólico entre el nacimiento en 1908 de Faro y la 10


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salida de Ortega de la dirección del semanario España en 1915. No es el principio y el fin de la aventura generacional, pero sí el principio y el fin de su sentido unitario y de la fuerza luminosa, unívoca, potente y unidireccional del faro metafórico con el que los jóvenes presentan primeras armas. Las llagas de la Gran Guerra y el devenir político esparcirán la energía generacional en proyectos diferentes. Mientras que el eco generacional se volverá a manifestar de manera imposible en la Agrupación al Servicio de la República, la disgregación se escenifica comparando los derroteros que toman las trayectorias intelectuales y políticas de Azaña, Araquistain y Ortega 17.

AGRADECIMIENTOS

Editar un manuscrito es una tarea compleja en la que el autor puede naufragar si no recibe la ayuda de algunas personas a las que debo expresar un público reconocimiento. La parte gráfica de este trabajo no hubiera sido posible sin la colaboración generosa de la Fundación Ortega y Gasset, la Residencia de Estudiantes y la Casa Museo Azorín. Quisiera agradecerlo en las personas de Asen Uña, Alfredo Valverde y José Payá, respectivamente. También ha sido muy estimable la colaboración de Isabelo Herreros, Francisco Moltó, Julián Montesinos y Margarita Sáenz de la Calzada. Enrique Selva ha leído críticamente el manuscrito en diferentes fases de su elaboración y en el texto definitivo hay buena cosecha tanto de sus muchos saberes como de su gesto preciso con la palabra. Por último quiero agradecer la acogida intelectual que este proyecto ha recibido de Tim Chapman y Olga Abásolo. Sin su ilusión y su excelencia nada hubiera sido.

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8. LOS INTELECTUALES Y EL REPUBLICANISMO POSIBILISTA (1912-1913)

EL REPUBLICANISMO EN EL PRIMER DECENIO DEL SIGLO

Fracasado el proyecto de Joven España y el de las efímeras empresas de Faro y Europa, y olvidada la fugaz atracción por Lerroux, los jóvenes intelectuales del 14 cobran conciencia de que su proyecto ha de aterrizar sobre el horizonte político. El republicanismo, con el importante caudal ideológico acumulado desde décadas anteriores, cristaliza una formación en 1912 —los reformistas de Melquíades Álvarez— que hace suya la bandera generacional. Pero antes de profundizar en esa sinergia de intereses debemos preguntarnos por qué el republicanismo español de principios de siglo es capaz de ofrecer momentáneamente a la joven generación el apoyo, los instrumentos y la ilusión que sólo de lejos y periféricamente, el socialismo, en su vertiente fabiana y más ligada a los «socialistas de cátedra», alcanzó. El republicanismo español alcanza la primera década de nuestro siglo inmerso en una profunda crisis que nació con la propia quiebra de la República como modelo de Estado en la España del siglo XIX. En ese movimiento alternante de agotamiento y continua renovación surgen las ofertas del republicanismo radical de Lerroux y del reformista de Melquíades Álvarez; ambos jugarán un importante papel por su conexión ideológica con los hombres del 14. Si tenemos que sintetizar las diversas maneras en las que afloran las distintas opciones republicanas en los albores del siglo XX, sigue siendo de gran utilidad el esquema que proponía Álvaro de Albornoz en su clásico y pionero estudio El partido republicano. Cuatro corrientes básicas confluyen y engloban la oferta republicana. En primer término el republicanismo zorrillista. Ruiz Zorrilla crea en 1876 el Partido Republicano Reformista desde el exilio, junto a Sal189


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merón. A este partido le sucederá, en 1880, el Partido Democrático Progresista, avalado por un manifiesto que prometía, entre otras cosas, instrucción primaria gratuita y generalizada, sufragio universal y servicio militar obligatorio. En 1895 el partido se divide en un sector moderado y otro de carácter más radical que, encabezado por el doctor Esquerdo, será el germen del Partido Republicano Nacional que, andado el tiempo, pasará a integrarse en el reformismo melquiadista 1. Ruiz Zorrilla significa desde el exilio una vocación claramente conspiradora, cuyos mecanismos y financiación nos introducen en la faceta más rocambolesca y curiosa del republicanismo histórico: «Progresista se llamó su partido. Progresistas continuaron llamándose los que a su muerte siguieron al doctor Esquerdo, y progresistas se llaman todavía hoy algunos comités. Y progresistas son, sin llamárselo, cuantos no se avienen a tener por definitivamente cerrado el ciclo de los pronunciamientos y las conspiraciones. Aún hay republicanos que sueñan con caudillos militares que hagan la revolución. Todavía el pueblo grita ante las ametralladoras, prontas a dispararse: ¡viva el Ejército!» 2. El zorrillismo representa también una fuerte evidencia del papel desempeñado por la prensa como soporte del activismo político: El Manifiesto será el primer órgano del Partido Demócrata Progresista, al que seguirá El Porvenir, dirigido por Ginard de la Rosa. En 1881, El Progreso mantendrá fases de intenso, valga la redundancia, progresismo, y El País, bajo la dirección de A. Catena, servirá a los intereses del zorrillismo a partir de 1887 3. Ruiz Zorrilla muere a orillas del Mediterráneo en 1895; el Partido Progresista firmará su acta de defunción poco tiempo después. Como señala Álvarez Junco, la herencia del zorrillismo pesará sobre el conjunto de republicanismo, especialmente sobre Lerroux, en lo referente al papel destinado a la fuerza militar en la instauración de la República. Durante el periodo 1903-1906, Lerroux presionará sobre Salmerón para que intensifique los lazos con los militares; en 1906-1907 alguno de sus discípulos «soñarán con el espadón» y el dirigente radical se distinguirá durante la Primera Guerra Mundial por sus fervores belicistas 4. El federalismo representa la segunda gran tradición republicana que desemboca con fuerza en los comienzos de siglo. En 1882, se cele190


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bra en Madrid la primera asamblea del Partido Federal, en la que se designó un consejo directivo del que formaron parte Pi y Margall, Sorní, Benot, Ferrer y Mora, y Vallés y Ribot. En 1883 se reunió la segunda asamblea en Zaragoza, donde se discute un proyecto de Constitución federal, y en junio de 1894 quedó definitivamente formulado el programa del partido. Como señala Albornoz, su base ideológica se compone esencialmente de las elucubraciones de Pi aunque debidamente sancionadas por sus correligionarios en las asambleas. La fuerza ideológica de Pi proyecta sobre el partido las esencias de sus principios políticos expuestos en su obra Las nacionalidades (1877). Pi estableció dentro del federalismo una cuasi dictadura, de acuerdo con un estilo y con unos hábitos políticos que recuerdan los propios del pablismo en el ámbito del primer socialismo español 5. «La actuación de Pi —señala Albornoz—, que constituye un verdadero apostolado, es más bien social que política, y se extiende a todas las manifestaciones de la vida española. En la prensa trata de cuestiones religiosas y pedagógicas y combate supersticiones, errores y vicios, las costumbres groseras y los espectáculos incultos» 6. Pi puede ser acusado por ello de introducir un cierto tono de pedantería y cientifismo en el seno del discurso del Partido Federal 7. Salmerón y los centralistas forman la tercera corriente que se distingue en el caudal del republicanismo histórico. Salmerón llega a la política desde la cátedra imbuido de un krausismo sociopolítico que compartirá con uno de sus más fuertes apoyos, Gumersindo de Azcárate. Formado bajo los auspicios intelectuales de Sanz del Río, participará en la formación del Partido Republicano Reformista junto a Ruiz Zorrilla. Su renuncia a compartir los presupuestos revolucionarios del progresismo le hará constituir el Partido Republicano Centralista, en el que reunirá a Azcárate, González Serrano, Pedregal, Fernando González, Labra, Alfredo Calderón o Altamira. El manifiesto centralista apareció a finales de junio de 1891, desgranando un conjunto de presupuestos entre los que destacan los principios de soberanía nacional, sufragio universal, régimen representativo parlamentario y una plena afirmación de los derechos individuales. Salmerón conjuga a la perfección la doble condición de profesor y político: «Profesor por vocación irresistible de su espíritu; político, por el fuerte, intenso, sentimiento de la ciudadanía, por lo vivo de la 191


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emoción política» 8. Fruto de esa doble condición es su más recordada característica: la persuasiva oratoria. Dotado de una palabra «ardorosa, elocuentísima» 9, era ante todo un profundo pensador. Aunque paradójicamente sus mejores discursos —en opinión de Albornoz— no los pronunciara sobre cuestiones doctrinales, sino en improvisaciones surgidas en el fragor de algunos debates parlamentarios; quizás aquí se encuentre la confirmación de su portentosa oratoria. El centralismo representa a los sectores de la derecha republicana que se ampliarán en 1887 con la formación del Partido de Fusión Republicana, en el que entrará el ala derecha escindida del Partido Progresista. Por último, Castelar y los posibilistas conforman la cuarta alternativa republicana que debemos considerar. El Partido Demócrata Gubernamental, después Partido Republicano Histórico, es la plasmación de un sosegado y conciliador sentimiento republicano. Frente a las gesticulaciones revolucionarias de Ruiz Zorrilla, Castelar alzará una visión más conservadora sobre las vías de retorno a la República. «Yo —escribe Castelar— estoy resuelto a seguir mi política; nada de aventuras, nada de pronunciamientos, nada de aquellas antiguas algaradas que nos han perdido. Cuando el país nos necesite, que nos llame por un movimiento de opinión expresado en los términos más pacíficos. Y cuando estemos en el poder, nada de dictadura, nada de palo, nada de reformas diarias, que por su vaguedad y por su indeterminación nos pierden» 10. El Globo será el soporte periodístico de una aventura política que intentará crear en el país la sensación de que se puede instalar una República conservadora. La extraordinaria personalidad del líder imprime, como en los casos que ya hemos revisado, su indudable sello en el movimiento que acaudilla. Castelar destaca como tribuno y apabulla con una obra escrita de una torrencial abundancia. Conservador en sus planteamientos, creará un partido conocedor de la realidad europea, un partido de cuadros de cuya estructura y funcionamiento mucho tendrán que aprender los reformistas de Melquíades Álvarez. Albornoz hace girar todo el peso de la política española en los años finales del siglo en torno a dos políticos: Castelar y Cánovas. «Castelar es el optimismo liberal, es la fe en la Humanidad y en la patria. Cuando no gobierna y trabaja en su gabinete, piensa en los gran192


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des movimientos emancipadores y estudia las épocas que señalan una nueva fase de la conciencia humana [...]. Castelar es la fe en la virtualidad de las ideas». Frente a él, «Cánovas no tiene fe en su patria ni en su raza. Admira a los germanos. Los admira por su fuerza» 11. La gran dispersión que sufre el republicanismo conforme avanza en el tiempo el sistema impuesto por la Restauración convierte al ideal de la reunificación en la auténtica quimera. «Toda la historia del republicanismo español desde la Restauración acá es una serie de uniones, fusiones y coaliciones», nos dirá Albornoz en 1918. Cincuenta y ocho periódicos, entre los que se encuentran El País, La Justicia, La República y los dominicales Libre Pensamiento y El Motín a la cabeza, forman una coalición de periódicos republicanos en un intento de la prensa de conseguir aquello que los partidos, con sus líderes a la cabeza, se mostraban incapaces: una unión estable 12. En enero de 1893 ve la luz un documento que contiene un nuevo pacto republicano entre centralistas, progresistas y federales, gobernado por una Junta Directiva compuesta por nueve personas, tres por cada organización coaligada. Fusión Republicana nacerá en 1897, y Muro, Azcárate, Romero Gil Sanz y Ruiz Beneyan firman, tres años más tarde, un nuevo manifiesto en nombre de la Unión Nacional Republicana, organización suprapartidista que recogerá a los fusionistas junto a los progresistas de Esquerdo 13. Alejandro Lerroux, Rodrigo Soriano y Ricardo Fuente crearán en 1901 la Federación Revolucionaria. Según el primero, ésta debía cumplir tres fines: enlazar y coordinar en una constante acción común todos los organismos republicanos bajo la fórmula federativa; incorporar al proletariado a la democracia y constituir un núcleo dirigente del republicanismo en condiciones de iniciar, promover o secundar cualquier movimiento de fuerza con tendencia revolucionaria 14. Hasta este momento, el devenir de coaliciones, fusiones y alianzas no depara sino la evidencia de una profunda inconsistencia en el seno del republicanismo español. Tres causas estarían en el fondo de la cuestión: la división interna existente, el dogmatismo doctrinal y la debilidad con que eran abordados los problemas sociales en sus programas 15. El más consolidado de todos los intentos de aunar fuerzas en el territorio del republicanismo político se afianzará en 1903, momento en 193


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el que nace la Unión Republicana. Bajo el liderazgo de Salmerón, la agrupación constituye el más sólido ejemplo de convergencia republicana. Suárez Cortina diferencia tres grandes grupos en la unión que, sin anularse, mantenían aspiraciones políticas diferenciadas. En primer término, la Federación Revolucionaria, en la que destacaban lerrouxistas y blasquistas; el populismo era su baza a la hora de las propuestas. Junto a ellos, el núcleo gubernamental, liderado por Azcárate y Melquíades Álvarez, reunía a quienes provenían del posibilismo y del centralismo: era el sector conservador de la Unión. Por último, entraba a formar parte un grupo no homogéneo de personalidades históricas dentro del republicanismo, pero de imposible adscripción: Salmerón, Costa y Nakens serían sus máximos representantes, todos de edad avanzada y con un fuerte prestigio en el seno del republicanismo; todos ellos irán desapareciendo con el transcurso de los primeros años del siglo 16. La irrupción de fenómeno de la Solidaridad Catalana provoca algunas distorsiones en el mapa que hemos trazado. El 29 de noviembre de 1905, interviene Salmerón en las Cortes con el ambiente político enrarecido a consecuencia del conflicto surgido a raíz de la publicación de un chiste en el semanario ¡Cu-Cut!, en el que se trajinaba con el honor militar frente al catalanismo. En respuesta, trescientos oficiales asaltan y arrasan los locales de ¡Cu-Cut! y La Veu de Catalunya y crean un movimiento de solidaridad con los protagonistas de la acción ante la impotencia civil y en clara provocación a las autoridades y al Gobierno de Moret. Las palabras del líder de la Unión Republicana en la Carrera de San Jerónimo dan inicio a un nuevo movimiento de alianzas políticas: «¿Queréis que vayamos juntos del brazo catalanistas y republicanos [...], en el santo y amoroso regazo de la madre común España?». «Accepteu. Accepteu a ulls clucs, a l’instant [...]!», reaccionará Cambó, mientras que el portavoz regionalista, Albó, sostendrá: «Nuestra respuesta es afirmativa [...]. El regionalismo olvida los agravios ante el bien común y pacta una tregua para la paz social de Cataluña» 17. La alianza entre la Lliga y los republicanos encabezados por Salmerón tendrá efímera vigencia dado que, desde mediados de 1906, se abre una brecha que divide a los republicanos en solidarios y antisolidarios. Estos últimos, encabezados por Lerroux, irán ahondando sus 194


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diferencias en el seno de la Unión Republicana hasta alcanzar la plena confrontación. Lerroux será expulsado en 1907, aunque, como señala Álvarez Junco, su diagnóstico político estaba cargado de razón: la integración de Salmerón en Solidaridad Catalana había significado la muerte del Partido Republicano gestado en 1903 18. Solidaridad Catalana desaparecerá al mismo tiempo que el último ex presidente 19. El seis de enero de 1908 Lerroux convoca un mitin en Santander donde anunciará la creación de su propia formación política, el Partido Republicano Radical. El nuevo partido supone el primer fenómeno renovador del republicanismo en el nuevo siglo. Radicales y, posteriormente, los reformistas de Melquíades Álvarez representan una nueva visión de los anhelos republicanos acoplada a la realidad cambiante que vive una nueva generación de políticos: Lerroux y Melquíades Álvarez ya no pertenecen al mismo estrato político de sus inmediatos antecesores en el liderazgo del movimiento republicano. La opción tomada por el dirigente republicano Alejandro Lerroux de enfrentarse a la Solidaridad sellará definitivamente su destino político. Álvarez Junco ha estudiado las claves personales que convirtieron a Lerroux en un portento a la hora de atraerse a las capas más desfavorecidas de la sociedad barcelonesa de principios de siglo. Un discurso fundado en tres estrategias: espectacularidad, subjetivización y trascendentalización, provocará intensos efectos en un auditorio no necesitado de argumentos políticos y con muchos sentimientos postergados a flor de piel: «La oratoria demagógica, expresión extrema del discurso político, tiene en Lerroux un espécimen antológico. En sus artículos o intervenciones orales, los problemas sociales, económicos o políticos se esfuman. No se encuentran propuestas desarrolladas y explícitas de medidas gubernamentales, y sobran, en cambio, consideraciones sobre las virtudes del propio orador o referencias a términos tan repletos de carga valorativa y emocional como el honor, la virilidad, la dignidad del pueblo o el patriotismo [...]. La seducción por medio del discurso se apoyaba más en su emotividad y su estética que en su capacidad racionalizadora» 20. Aquí se encuentra, paradójicamente, uno de los pilares que fundamenta la atracción que el radicalismo lerrouxista ejerce sobre algunos de los máximos representantes de la elite intelectual española de 1910. Evidentemente existe un sustrato común y previo entre re195


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publicanismo político y regeneracionismo: «La elección del parlamento falseado —señala Álvarez Junco— como blanco preferido de las críticas parece apuntar hacia este resorte de la vida política como clave para la solución del resto de los problemas colectivos. De ahí la inicial sintonización entre los republicanos y los regeneracionistas, pese a que aquéllos querían una revolución y éstos pedían menos política» 21. Por encima de las coincidencias teóricas aparece el deslumbramiento ante lo que desde el estricto plano del intelectualismo político no se tenía la esperanza de alcanzar: la pulsión directa y efectiva en lo más recóndito del alma colectiva de las masas populares. Aquí es donde Lerroux se maneja como un maestro. Mientras que Ortega no logra alzar la voz más allá de los muros que sostienen el Ateneo madrileño, el político republicano logra llenar los aforos con una oratoria y una escenografía que atraerá a la Barcelona obrera de la primera década del siglo. Lerroux arrastra y Ortega, junto con otros de nuestros representantes de la Generación del 14, lo percibe con claridad. El impacto del político produce la adhesión de algunos de estos intelectuales. Ya hemos analizado la aproximación de la generación al radicalismo en el capítulo centrado en 1910, momento en el que aparece la revista Europa. El enfrentamiento de Lerroux a Solidaridad Catalana —como decíamos— supone un importante trance político en la vida del radicalismo. De defensor de las clases bajas pasó a ser, en torno a 19051906, el chivo expiatorio preciso que necesitaba el nacionalismo catalán. Lerroux será el xulo madrileny 22. Por debajo de su apabullante oratoria también corría un discurso político en el que la demagogia y el oportunismo no pueden hacernos eludir su contenido. Lerroux «predicó, en resumen, un ideario izquierdista y jacobino y encontró eco entre quienes, por tradición política o por condición social, seguían identificándose con tal postura» 23. El año 1909 nos depara un fenómeno de vital importancia para entender cuanto tenga que suceder a partir de este momento a la izquierda del Partido Liberal. Los sucesos de la Semana Trágica barcelonesa y la represión que los siguió provocan un instintivo reagrupamiento de fuerzas con el único objetivo de eliminar al Gobierno de Maura. La iniciativa proviene de la minoría republicana encabezada por Pérez Galdós, quien firma un manifiesto en el que se pide la susti196


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tución de Maura y «el cambio de régimen en España» por cualquier procedimiento 24. Razones a las que habría que añadir, en opinión de Suárez Cortina, las siguientes: la naturaleza y las características de la política desarrollada por Maura desde 1907; la evolución de la estrategia de los partidos socialistas europeos ante la vida parlamentaria y sus relaciones con los partidos políticos de la burguesía progresista y, en tercer lugar, las relaciones existentes entre los distintos partidos republicanos y los contactos de algunos de ellos con el Partido Liberal. Añádase que la alianza con los republicanos venía siendo demandada desde principios de siglo por parte de amplios núcleos del partido socialista 25. El 7 de noviembre de 1909 se celebra en el frontón Jai-Alai el mitin del que saldrá la Conjunción Republicano-Socialista. La nueva plataforma supone un fuerte impulso al republicanismo que reúne a los socialistas junto a la Unión Republicana, compuesta en esos momentos por una variedad de tendencias (progresistas, federales, posibilistas, centralistas, gubernamentales y radicales). Con desiguales resultados aborda la Conjunción el envite de los cercanos comicios. Se convocan elecciones municipales en diciembre de 1909, bajo el Gobierno de Moret. Los resultados para la Conjunción no proporcionaron un gran ascenso en relación con las anteriores municipales; particularmente los republicanos no experimentaron una clara mejoría. Pero las municipales de 1909 fueron un ensayo para los conjuncionistas de cara a aprobar la viabilidad de su proyecto de alianza. Las elecciones generales de mayo de 1910 suponen, por el contrario, la auténtica prueba de fuego para las fuerzas conjuncionistas. A pesar del fracaso en Valencia 26 a causa de la división republicana y el empuje de los sorianistas, al que se sumará el de Asturias, las elecciones significaron un éxito parcial del conjuncionismo, tanto por los resultados obtenidos —nada desdeñables en Madrid, en donde el republicanismo obtenía resultados inéditos desde hacía tiempo— como por la positiva respuesta a la inmersión en el complicado engranaje electoral de una alianza que, sin ir más lejos, depara importantes obstáculos a la hora de confeccionar las listas de candidatos. El panorama para el sector republicano de la Conjunción presentaba graves incertidumbres en 1910. Ciertamente la plataforma que aunaba a socialistas y republicanos había supuesto para estos últimos 197


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un evidente avance en cuanto a la tarea de concentrar fuerzas, pero a pesar de ello la Unión Republicana no era a principios de 1910 más que un mosaico de tendencias 27. Fueran conscientes de ello o no sus principales líderes, asistimos en ese momento a una evolución de capital alcance: «Un importante proceso de transformación en el interior del republicanismo histórico. Una gradual, aunque crítica y, en cierto modo, traumática, sustitución del republicanismo histórico por un republicanismo de nuevo tipo, cuya consolidación exigía una simplificación de tendencias, entre las que apuntaban como las más sólidas la radical y la reformista o gubernamental» 28. En definitiva, la transformación de fondo en el republicanismo supone el aniquilamiento natural de la compleja galaxia de tendencias del republicanismo histórico y su sustitución por dos partidos, radical y reformista, de tendencia bipolar —a la izquierda el primero y de carácter gubernamental el segundo—. Esa muerte tiene lugar dentro de la Conjunción y de ella rebrotarán las dos nuevas fuerzas con inusitada energía. La primera fase de este importante proceso aparecerá ligada a un oscuro conflicto en el Ayuntamiento de Barcelona. En diciembre de 1910, La Veu de Catalunya denuncia unas supuestas irregularidades en la concesión del proyecto de conducción de aguas a Barcelona y en la ordenación del monopolio del yeso, la cal y el cemento. Se genera una polémica que es presentada por los catalanistas en el Congreso. Iglesias, Azcárate y Melquíades Álvarez desautorizan en las Cortes a Lerroux y el Comité de la Conjunción apoya la conducta de éstos. Lerroux se ve abocado a abandonar la Conjunción 29. La segunda fase de este proceso está protagonizada por el ala gubernamental de la Conjunción, cuyos máximos representantes son Melquíades Álvarez, Pedregal, Labra y Azcárate, y desembocará en la formación del Partido Reformista en abril de 1912. En diciembre de 1909 se detectan los primeros síntomas que explican las reticencias de los gubernamentales a la hora de ingresar en la Conjunción. Aparece en la prensa el anuncio de la consolidación de este sector en un partido político, el Partido Republicano Gubernamental 30. El aviso no deja de serlo y tan sólo apuntamos un primer signo de alarma. Porque el 23 de noviembre de 1910, las sospechas se convierten en hechos. En el seno de la Universidad de Salamanca se 198


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crea una Agrupación Republicana Gubernamental desprendida de la Unión Republicana y formada en sus órganos rectores por catedráticos de la Universidad. La asamblea general de la agrupación acuerda, por aclamación, ofrecer la presidencia honoraria a Melquíades Álvarez y a Gumersindo de Azcárate 31. Algo más complicadas se presentan las cosas en la Asamblea Nacional de Unión Republicana, celebrada en Madrid en febrero de 1911. Las importantes ausencias denotan el frágil estado de las fuerzas republicanas en ese momento. Suárez Cortina ha profundizado en el desarrollo de la asamblea y concluye que sus resultados son una prueba evidente de la exclusión de facto de la Unión Republicana, tanto de Melquíades Álvarez y Azcárate como de los seguidores de Galdós, Soriano y los republicanos de la Unión Federal Nacionalista Republicana. A partir de este momento, y durante el resto de meses de 1911, asistimos a un creciente aumento de la conflictividad social que pone al Gobierno de Canalejas contra las cuerdas. El debate parlamentario sobre el juicio a Francisco Ferrer i Guardia, la política intervencionista en Marruecos y la generalización de los conflictos laborales en el norte de España provocan una fuerte agitación de los diversos sectores sociales y políticos. Particularmente importante será la extendida protesta obrera que, nacida en Bilbao y convertida en huelga general en septiembre de 1911, provoca la declaración del estado de guerra en Vizcaya. Las protestas también se generalizan en Asturias y por solidaridad en otras capitales de provincia. El 19 de septiembre se declara el estado de guerra en todo el país. Este conjunto de factores relativos al enrarecido panorama social que ambienta la segunda legislatura de Canalejas sirve para acelerar la creación del partido, cuyos síntomas de aparición venimos detectando desde 1909. Suárez Cortina explica por qué aparecen las circunstancias que hacen que los intereses del sector gubernamental se materialicen como partido republicano en torno a finales de 1911 y principios de 1912. En primer término, encontramos una serie de elementos directamente relacionados con la agitación social de 1911: la política de incomprensión practicada por Canalejas a la hora de enfrentarse a la ola huelguística que recorre el país, va en paralelo con la adquisición del pleno convencimiento de que los medios revolucionarios no eran de199


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seables, aunque se coincidiera en la necesidad transformadora a la que éstos estaban encaminados. En segundo término, la formación del Partido Republicano Gubernamental «culminaba un largo proceso de reactualización y adaptación del republicanismo histórico que venían demandando desde hacía años» 32. Desde la formación del Partido Republicano Radical en 1908, asistimos a una polarización de tendencias en el republicanismo histórico: de un lado, la corriente representada por el radicalismo; y, por otro, la ahora emergente gubernamentalista. En definitiva, las expectativas que crean el caldo de cultivo para el nacimiento de la nueva formación se corresponden con la nula esperanza de formar un partido único republicano.

LA FUNDACIÓN DEL PARTIDO REFORMISTA Y LOS INTELECTUALES

El que puede considerarse como el primer acto creador del Partido Reformista fue el discurso anticanalejista de Melquíades Álvarez en el Congreso de los Diputados el 26 de enero de 1912. El político republicano echa en cara al jefe del ejecutivo antiguas aseveraciones que ahora se demuestran hueras: «O la Monarquía se democratiza o la Monarquía perece», había afirmado Canalejas 33. Acusaba Álvarez al gobernante de haber reprimido las huelgas con radical severidad, de haber amordazado a la prensa y de trastocar los planteamientos expuestos cuando se encontraba en la oposición: si entonces había prometido no enviar refuerzos a Marruecos, ahora envía tropas hasta constituir en el Protectorado un destacamento de 38.000 hombres 34. En abril de 1912 la prensa madrileña anuncia la convocatoria de un banquete en homenaje a Melquíades Álvarez. Se advierte a cuantos se asocien a dicho acto que «su presencia en el mismo se considerará, desde luego, como un voto favorable a la organización del llamado Partido Republicano Gubernamental o Reformista» 35. El banquete queda convocado para la mañana del 7 de abril en el palacio de Industrias del Retiro madrileño. Bajo un radiante sol que hace comentar a alguno de los asistentes la oportunidad de haber desarrollado el acto al aire libre, empiezan a congregarse los seguidores 200


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del líder republicano. A las doce y media, los seiscientos comensales se encuentran acomodados en cinco —según El Liberal; ocho, apunta El País— grandes mesas, perpendiculares a la tribuna; un centenar de ellos reunidos en representación de distintas agrupaciones asturianas. Buena parte de los asistentes pertenecen a las clases medias industriales e intelectuales. En ese momento entra en el recinto Melquíades Álvarez bajo una estruendosa salva de aplausos; rodeado y aclamado, inicia el corto recorrido hacia el estrado donde se sitúa la mesa presidencial. Como púgil en los previos al combate es saludado y palmeado: «Calor en las almas y calor en el ambiente», escribe el anónimo cronista de El Liberal 36. Alfonso fotografía a la presidencia del acto con una imagen que abre la primera plana de El Liberal. Junto a Melquíades Álvarez aparecen sus inseparables Azcárate, Zulueta y Pedregal. En esta mesa nos encontramos con algunos viejos conocidos de Joven España: Miguel Moya y Sánchez Ocaña, tesorero y secretario, respectivamente, de la agrupación, aparecen junto a algunos de los máximos propagandistas de la misma como Gómez Hidalgo o Santiago Arimón. La comida servida por el Ideal Room transcurre bajo un vocerío denso de confraternidad política; viejos conocidos se estrechan la mano con el ojo puesto en el tribuno central. A las dos menos cuarto en punto se hace silencio y Tomás Romero da cuenta de las adhesiones recibidas al acto, entre las que se encuentran la de Mariano Cuber, Joaquín Dicenta —otro veterano de Joven España— y, principalmente, la de Pérez Galdós, a la sazón presidente del Comité Central de la Conjunción Republicano-Socialista: «Llámese como se quiera la nueva agrupación, yo la tengo por inexcusable y necesaria, pues ella supone la transformación de las energías esporádicas que hoy actúan separadamente. Con el empuje de la doble falange republicana y la colaboración socialista, tendremos en la Conjunción el ariete formidable cuyo funcionamiento espera con ansia el país más desdichado que hoy existe en el mundo». Azcárate toma la palabra para dejar sentadas dos cuestiones: en primer lugar, el nuevo partido que nace no es una imposición artificial, sino la materialización de una fuerza política que existe y que actúa dentro de la Conjunción, pero que necesita de su organización en partido político; se trata básicamente de una estructuración de fuer201


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zas. En segundo lugar, la aparición del nuevo partido no conlleva necesariamente el debilitamiento de la Conjunción y mucho menos la renuncia a la unión con los socialistas. El discurso de Álvarez principia remarcando los puntos señalados por Azcárate: «No tratamos de crear un partido nuevo; tratamos, como decía el Sr. Azcárate, de organizar lo que existe: un partido con una tendencia perfectamente definida y clara, con un plantel numeroso de prosélitos desparramados por toda España, algo desorientados hasta la fecha por la incertidumbre caótica en que vivimos». A orientar a ese grupo llega el nuevo partido, pero sin ninguna intención de perturbar la tarea y designios conjuncionistas: «Tratamos, correligionarios, de organizar este partido, no para quebrantar la Conjunción, que sería un crimen de lesa patria sólo el pensamiento de intentarlo, sino precisamente para todo lo contrario, para afirmarla y para robustecerla». La argumentación de Melquíades Álvarez trata de demostrar que la Conjunción no puede avanzar si no está integrada por fuerzas organizadas. El líder republicano se detiene para reflexionar sobre la tan traída y manipulada unidad de los diferentes sectores republicanos. Su conclusión es taxativa: «Un partido único es una ilusión que sólo acarician los espíritus románticos o los demasiados hábiles». No se puede avanzar hacia la condensación de fuerzas cuando los radicales no quieren renunciar a su personalidad y los federales «no quieren plegar su bandera». El partido único no es un imposible pero, mientras tanto, no se debe paralizar el surgimiento y organización de nuevas fuerzas. Hasta que llegue ese momento, Melquíades Álvarez vislumbra el panorama hacia el que se encamina el republicanismo y que ya hemos esbozado: «Tengo esperanza [...] de que, respondiendo a la dirección del pensamiento colectivo, cristalicen todos los republicanos en dos tendencias diversas: una tendencia, muy radical, que mire más al porvenir que al presente, y enamorada de lo abstracto se pierda a veces en las idealidades del ensueño: otra tendencia, que es la nuestra, reformista, práctica, que no pierda de vista el ideal, pero que se vaya ciñendo a las circunstancias del momento, a la realidad posible de la política». Melquíades Álvarez se distancia así de los radicales y plantea un nuevo modelo regenerador de la política cargado de pragmatismo. 202


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La parte central de su discurso la dedica a revisar la situación del país en todos los frentes. El pesimista cuadro y las caóticas perspectivas que se auguran ponen su punto de mira en la monarquía: «Somos juguetes en la vida pública de unos cuantos oligarcas que detentan el poder soberano del país en consorcio con las Cortes y con el rey, secuestrando la voluntad nacional y atropellando los derechos de los ciudadanos». Combatir al régimen como única salida; régimen, por otro lado, al que se da por fracasado, hecho que debe ser puesto en evidencia ante la opinión pública. La segunda parte de la intervención se dedica a presentar el catálogo de alternativas que la nueva formación ofrece. Melquíades Álvarez afirma la necesidad de un programa que recoja las aspiraciones de la «democracia moderna», en el que intentará incluir ideológicamente a amplios sectores. El programa se plantea de manera que «podamos inspirar confianza a las clases conservadoras y podamos lograr que, asociados estos elementos a las clases populares, se fundan todos ellos en una especie de exaltación frenética de patriotismo y de amor a la libertad que concluya definitivamente con esta monarquía». El nuevo partido se sitúa en una posición de rechazo a cualquier extremismo y de reforma profunda de la monarquía. Melquíades Álvarez rememora a Ruiz Zorrilla: «La República tiene que ser conservadora ante la anarquía, radical ante la reacción». ¿Por qué Melquíades Álvarez ejerce un poderoso influjo en los sectores intelectuales que desde 1908 vienen configurándose como la emergente Generación del 14? El entusiasmo radical se encuentra apagado; Lerroux sólo fue un fugaz foco de atención ante el que quedaron fuertemente impactados el propio Ortega o Baroja. El relevo es tomado en este momento por el Partido Reformista. Buena parte de la explicación que demos a este fenómeno de engarce nos remite a algunos de los pasajes que más fervor producen en el Retiro madrileño. En efecto, Melquíades Álvarez declara rotundamente: «necesitamos afirmar la cultura como base y principio fundamental de nuestra obra política». El prestigio de la República se ha de fundar en la cultura con objeto de modificar la «estructura mental» del país y formar a una nueva juventud culta, educada y vigorosa que se lance a la salvación de España. Melquíades Álvarez retorna al mensaje europeizador de clara esencia regeneracionista: «Esto —afirma refiriéndose a la fal203


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ta de cultura— es lo que nos separa de Europa, esto es lo que nos convierte en un pueblo africano, frívolo, insustancial, indisciplinado, propenso al engaño, con flaquezas corruptoras de la voluntad, con todas las supersticiones infantiles metidas en el alma, a merced de cualquier malvado o de cualquier audaz que quiera explotar o su candor o su ignorancia». Estas palabras, que bien podrían ir rubricadas por el Unamuno de En torno al casticismo o el Ortega de 1910, tal como hemos considerado en capítulos anteriores, constituyen el marco genérico en el que el tribuno dibuja el papel de la cultura. Pero de inmediato desciende a medidas más concretas. El líder reformista prometerá, no sin cierta carga de populismo, que el Ministerio de Instrucción Pública será en los gobiernos republicanos el ministerio que encarne «una verdadera dictadura nacional». Melquíades Álvarez vuelve a prometer «muchas escuelas, mejores maestros, mejor material, escuelas técnicas en armonía con las aptitudes de las regiones y con la riqueza que en ellas se desarrolla, reformar la Universidad para que sean el alma mater de la enseñanza». Reclama, además, una política que será llevada a cabo sin necesidad de alcanzar la República y que favorecerá, a través de los pensionados de la Junta para Ampliación de Estudios, a muchos intelectuales del 14; esta política reclamada es la de «llevar al presupuesto muchos millones para que las gentes vayan de España a Europa y vuelvan de Europa a España, y en este flujo y reflujo de la civilización, podamos levantar para siempre nuestro nombre». Álvarez proclama, en definitiva, el papel central de la cultura como eje vertebrador de las sociedades, una vez desbancado el poder de la fuerza o de la monarquía: «En otro tiempo se pudo formar la unidad nacional, la unidad de los pueblos, por la influencia de la religión, por la influencia de la fuerza, por la influencia de la prestigiosa Monarquía. Ahora, yo diré lo que decía Cohen, ahora es simplemente el fundamento de la cultura el que labra el instrumento con que la sociedad ha de formar definitivamente la unidad de los pueblos». Incluso llega a identificarse con ese socialismo de tintes fabianos y de ascendencia liberal que tanto hemos visto proclamar a Ortega. Melquíades Álvarez se declara socialista pero niega la lucha de clases, el colectivismo, la dictadura de los proletarios o la destrucción de la propiedad privada. También rechaza declararse partidario de Marx o de la socialización de los elementos de producción: «Creemos que 204


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obreros y burgueses deben cooperar en la obra, común a todos, de solidaridad social, que representa una obra de progreso y es a la vez una obra de democracia» 37. En la prensa encontramos una primera valoración de la alternativa que nace en estos momentos. A Melquíades Álvarez, según El País, le preocupa el presente más que la adivinación del futuro: «El presente para él, como para todo espíritu de su tiempo, para todo español europeo [...], está en la difusión de la cultura, en el predominio de lo esencial sobre lo formal, en la libertad, en el ejercicio de la democracia». Las luchas que preocupan al líder republicano «son las que inspiraron sus formidables trinos al gran Costa, que también soñó un día en realizar todo eso dentro de la monarquía o del actual régimen, sin más que sustituir a los fracasados con intelectuales» 38. El Mundo señala que el nuevo partido «tendrá su basamento en el orden y la moralidad [...], porque centra lo principal de su obra en una inmersa labor de cultura, una renovación cultural en la sociedad española» 39. En noviembre de 1912 es asesinado José Canalejas en la madrileña Puerta del Sol. Romanones le sucederá en la presidencia del ejecutivo. La desaparición de Canalejas abre un periodo de incertidumbre en el seno de la dirección liberal dada la expectativa, más o menos clara, que el político había creado sobre la reforma progresiva del régimen. La sólida posición de Maura en el partido conservador se resquebraja y empieza a sentirse el latido de las diversas facciones en el hasta ahora compacto bloque maurista 40. En esta coyuntura tiene lugar un importante hecho que marcará el inicio de un nuevo rumbo en el reformismo: el 3 de enero de 1913, Azcárate, Cossío y Cajal visitan el Palacio Real a invitación de Alfonso XIII. Como subraya Suárez Cortina, la llamada a los reformistas tenía un doble sentido: Romanones y el monarca neutralizaban una posible toma de fuerza de la Conjunción contra el régimen. En segundo término, suponía una maniobra para atraer a los reformistas, con lo que el régimen monárquico se aseguraba la izquierda de un futuro bipartidismo, si los conservadores se hundían, o su añadidura al Partido Liberal y la consiguiente formación de una fuerte mayoría 41. Las relaciones monarquía/reformismo se iniciaron con la diplomática intermediación del duque de San Pedro de Galatino; el monarca desea atraerse al reformismo y lo conseguirá. El 3 de junio de 1913, 205


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Melquíades Álvarez declarará en el Congreso: «Queremos una monarquía que no usurpe el poder del pueblo, que abra cauces a todas las ideas, por radicales que sean, y entonces podríamos nosotros algún día ingresar en el régimen monárquico, pero sería evolucionando él hacia nosotros» 42. El pacto colaboracionista estaba sellado 43. Las reacciones surgirán de manera escalonada: José Giral, futuro ministro de la II República, y González de la Calle abandonan la agrupación salmantina. ¿Constituyó la entente una maniobra de Romanones y el rey para intimidar a Maura e intentar dinamitar la Conjunción? El hecho es que la Conjunción, sin los radicales, se enfrentaba a principios de junio de 1913 a la defección imparable del segundo de los movimientos renovadores del republicanismo histórico en la primera década del siglo. El Comité Nacional de la Conjunción se reúne en la noche del 11 de junio de 1913 y, tras largas conversaciones, acuerda negar la compatibilidad de la pertenencia a la Conjunción con el mantenimiento de una postura favorable a la accidentalidad de las formas de gobierno. Se produce la salida de los reformistas de la Conjunción y la crisis en el seno partido entre quienes se suman a la tan traída accidentalidad y quienes afirman el carácter esencial de la forma republicana como modelo de Estado. En opinión de Suárez Cortina, la proclamación de la accidentalidad de las formas de gobierno y la convivencia con la monarquía supone, doctrinalmente, la concreción política de las aspiraciones ginerianas que Azcárate venía plasmando en sus obras desde hacía veinticinco años 44. El modelo de self-government que Azcárate importaba de Inglaterra encuentra su proyección última en la propuesta de integración en el sistema monárquico. El partido empezaba a caminar solo en el seno del engranaje partidista de la monarquía restauracionista. El abandono de la Conjunción no sólo planteará problemas estructurales, agravados por conatos de división en el propio partido, sino también problemas doctrinales, de fondo. El Partido Reformista habrá de reconducir su propuesta y adaptarla funcionalmente en la nueva situación a la que se enfrenta. El resto del espectro republicano —excluidos radicalismo y reformismo— entrará en un progresivo movimiento de extinción.

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EL BANQUETE DEL HOTEL PALACE, 23 DE OCTUBRE DE 1913

El Partido Reformista convoca un banquete en el hotel Palace de Madrid el 23 de octubre de 1913. Hasta las once de la mañana podían recogerse las invitaciones en la secretaría del partido: Echegaray, 15. Antes de las doce comienzan a llegar algunos concurrentes. Llegan representaciones de todas las provincias; las menos numerosas las de Vizcaya y Sevilla; la más concurrida, la valenciana. Catalanes y asturianos, feudo melquiadista por autonomasia, van a la par: «Oíase hablar en todas las lenguas de España —catalán, valenciano, gallego—, y con los diversos y característicos cantos de las distintas regiones. Notábase que la mayoría de los comensales eran personas de fuera de Madrid» 45. Cuando se abren los salones que dan a la Carrera de San Jerónimo se produce una avalancha de personas que tratan de ocupar los mejores lugares del espacio. Mil novecientas diecinueve personas abarrotan las mesas dispuestas en los comedores. Aparece Galdós acompañado de su inseparable secretario Pablo Nougués. Gran ovación. Un poco después Melquíades Álvarez y Azcárate. Una gran salva de aplausos; «¡Viva nuestro ilustre jefe!», se escucha. La mesa presidencial está colocada sobre un estrado en el centro del salón y la forman Melquíades Álvarez, Gumersindo de Azcárate, Pérez Galdós, Emilio Junoy; junto con los diputados: José Zulueta, Cándido Lamana, Juan Caballé, José Manuel Pedregal, Luis Zulueta y Laureano Miró; así como los ex diputados Rafael Rodríguez Méndez y Tomás Romero, organizador material del acto. La comida no es ninguna delicia exótica, a lo que hay que añadir la insuficiencia de camareros ante tal multitud de personas; como señala el cronista de El País: «Se dispensó la deficiencia en gracia al objeto que allí llevaba a todos, y que no era precisamente la mayor o menor exquisitez de los manjares, sino lo que habrían de decir los oradores» 46. Después del almuerzo la atmósfera eleva su tensión, los murmullos aumentan de tono, algunos comensales cambian de sitio para escuchar los discursos mejor. El calor se hace poco a poco insoportable y algunos, a pesar de estar prohibido, empiezan a fumar. Melquíades Álvarez recrimina a algunos fotógrafos que pretenden «tirar magnesios» en un ambiente tan irrespirable. 207


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El objeto último de este acto residía en conceder la mayoría de edad a las transformaciones que en el seno del partido se han producido en los últimos meses; básicamente: la aceptación del territorio monárquico como factible para el desarrollo de una política transformadora. Un análisis más detallado de la concurrencia del Palace nos puede deparar algunas certezas. Cuando El País comenta, el día antes de la convocatoria, las reservas realizadas, nos anuncia que «catedráticos hay muchísimos de todas las Universidades e Institutos y es grande el número de médicos que asistirán al acto» 47. Pedro de Répide comentará al día siguiente: «Entre el concurso abundan nombres de prestigiosos intelectuales. La cátedra ha enviado a unas cuantas de sus mejores mucetas» 48. Junto con elementos de las clases medias industriales y comerciales el Partido Reformista había logrado reunir a la plana mayor de la intelectualidad española del momento o, lo que es lo mismo, a los más prestigiosos elementos de la Generación del 14. Un recorrido por la lista de principales asistentes incluye a Ortega y Gasset, Fernando de los Ríos, Manuel García Morente, Julio Milego, Enrique Díez Canedo, Enrique de Mesa, Manuel Azaña, Américo Castro, Adolfo González Posada, Hipólito Rodríguez Pinilla, Federico de Onís, Pedro de Répide, Luis de Tapia, Pablo Azcárate, Rafael María de Labra, Pedro Salinas, Gustavo Pittaluga, Luis de Hoyos Sainz... El Comité Nacional Ejecutivo de la antigua Joven España asiste en pleno: Augusto Barcia, Pablo Nougués, Rafael Sánchez Ocaña, Francisco Gómez Hidalgo, Miguel Moya Gastón y el destacado miembro Santiago Arimón. Junto a todos ellos, una pléyade de catedráticos y profesores: Adolfo Hinojar, Filiberto Villalobos, Juan Bartual, Manuel del Pino, Juan Antonio Bernabé Herrero, Luis Subirana, Manuel Villegas, José Mur, Antonio Tuñón de Lara, Rafael Molla, Manuel Pérez García, Eduardo Boscá Casesnoves... La interminable lista de elementos de la intelectualidad podría completarse con Agustín Viñuales, Matías Peñalba, Indalecio Corujedo, Rafael López de Haro, Jesús Coronas, Ricardo Orveta, Ángel Vegué, Teófilo Hernando, Francisco Rivera Pastor, Antonio Dubois, Alfredo Martínez, Ramón María Tenreiro, Joaquín Dualde, Darío Pérez, Víctor Ruiz Albéniz, Manuel García Aleas, Leopoldo Bejarano... 49. 208


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Como señala El Liberal: «En conciencia se puede afirmar que estaban allí la mentalidad, la riqueza, el comercio, la industria y la actividad de la Nación. Por veintenas se contaban los profesores de Universidad, Institutos y Escuelas, los abogados, los ingenieros, los médicos, los banqueros, los fabricantes, los publicistas [...], jamás partido alguno de los que turnan en el gobierno ha juntado tal codicia de fuerzas positivas y militantes» 50. Tras la lectura de adhesiones procede la de las cartas del ex ministro de la República José Fernández González y la de Pérez Galdós, que lee Tomás Romero, aunque el escritor se encuentra entre los asistentes. Acto seguido se dirige a los congregados, en breve alocución, Rodríguez Méndez, catedrático de la Universidad de Barcelona. Toma después la palabra Gumersindo de Azcárate, que centrará su discurso exclusivamente en reafirmar la postura accidentalista. Han desaparecido los «obstáculos tradicionales», lo cual significa, en sus palabras, que el rey «está dispuesto a atender todas las orientaciones del país, cualesquiera que ellas sean, con tal de que procedan realmente del país». El político trae a colación las palabras que le dirige el rey: «Es tal mi amor a España, que si mañana se proclamara aquí la República, yo ofrecería a la República mi espada» 51. Un rey que habla de la República como posibilidad y además se muestra dispuesto a servirla, debe llevar a los reformistas a encabezar una «revolución sin sangre» que transforme democráticamente a la monarquía. El discurso de Melquíades Álvarez trata de situar al reformismo en las nuevas coordenadas políticas propiciadas por el acercamiento tendido a la monarquía. La «política nueva» del reformismo consiste en aceptar la colaboración con el sistema para, desde dentro, autentificarlo. Melquíades Álvarez recuerda lo afirmado sobre la cuestión: «Yo decía que en una monarquía democrática, abierta a todas las ideas, servidora, ante todo, de la voluntad popular, que es la única soberana, no era lícito negarse a colaborar en el Gobierno» 52; la no esencialidad de las formas de gobierno significa, tomando las palabras de Zulueta, que «nosotros —los reformistas— vamos derecho y virilmente a servir la regeneración del país con la monarquía, si el Rey, como nosotros creemos, persigue el mismo objetivo, enamorado de la grandeza de la patria; contra la monarquía, si la corona, por un egoísmo mal entendi209


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do, se divorciase del interés nacional y pretendiera sobreponer a éste su propio, mezquino y transitorio interés». Desaparecidos los «obstáculos tradicionales» que ha impuesto la monarquía, queda fuera de lugar proclamarse revolucionario y llamar a la violencia; se abren los cauces de la legalidad a todas las ideas y, por tanto, cabe atenerse a la lucha dentro del sistema. Ahora bien, aceptado el marco de juego, los reformistas marcan su posición respecto al resto de fuerzas dinásticas. Hay «una fuerza conservadora, de resistencia, que mira a la tradición y cuyo principal empeño consiste en mantener el statu quo de los intereses creados, otra fuerza de progreso, de iniciativa, que mira al porvenir y persigue constantemente el triunfo del ideal, transformando la realidad en que actúa. De estas dos fuerzas, nosotros, que somos un partido de izquierda, representamos la fuerza del porvenir». Se reconocen afinidades con el Partido Liberal porque «el liberalismo no es una fórmula vacía ni un aglutinante; es una orientación, un ideal común»; pero también distancias. Los liberales deben permanecer en el gobierno aunque en ningún caso deben mezclarse las trayectorias de los dos partidos —«perderíamos este prestigio y a la vez no les daríamos ninguna fuerza»—. Respecto a Maura, el rechazo no tiene paliativos: «Lo que no puede venir sin grave daño para la paz pública es la política reaccionaria del Sr. Maura». Así se sitúan los reformistas en la galaxia política española de 1913. De inmediato el político asturiano desbroza, punto a punto, el programa reformista y recala en lo que considera el eje fundamentador de su política. Es ahí donde el ideario del partido político se funde con el programa ideológico de la Generación del 14. Es el momento en el que se proclama la necesidad de concebir todo proyecto político como empresa de cultura: la regeneración debe partir de la educación. Los reformistas alzan la voz de la juventud del 14 y proclaman la nueva vertebración ilustrada. En efecto, Melquíades Álvarez se dedica a revisar todo el programa reformista en una prolongada segunda parte. Empieza con la presencia española en Marruecos y se detiene en las reformas militares, en la economía nacional, muy extensamente en el panorama de la Hacienda Pública y de las alternativas posibles, en el estado de la maquinaria administrativa y sus remedios —«hay que proveer seriamente al 210


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reclutamiento de funcionarios capaces, hay que acabar de una vez para siempre con lo existente»—, la política internacional, el problema religioso, la reforma constitucional —reforma del Senado y establecimiento del principio de libertad de cultos—. Melquíades Álvarez se vuelve a declarar socialista cuando se enfrenta al análisis de la realidad social y laboral del país. Pero su socialismo es cumplidamente bernsteiniano: tan sólo implica al programa reformista en su más amplio contenido social. En todos los apartados en los que desglosa el renovado programa reformista hay un punto en el que se muestra especialmente incisivo. El dirigente republicano proclama con nitidez que el problema político fundamental es un problema de cultura y de ética. Y, por lo tanto, ambas, ética y cultura, se convierten en razones preferentes dentro del programa. Álvarez recuerda a Proudhon cuando establecía como principal deber de la democracia el de la educación, la educación del pueblo; más en un país en el que reinan los vicios del egoísmo, la incompetencia, el incumplimiento de los deberes, el pandillaje, la indisciplina social..., todos ellos consecuencia de la incultura. La ignorancia y la inmoralidad son los rasgos más sobresalientes de nuestra ciudadanía, por lo que los gobernantes han de proceder «como franciscanos» para extirparlas. Una democracia sin cultura es una democracia sin virtud, desenfrenada, donde todo se corrompe, desde la autoridad, presa del egoísmo, hasta la ley, que se olvida de la justicia. Una democracia sin cultura no puede ser nunca el ideal de un pueblo libre. Melquíades Álvarez trae de nuevo las palabras de su discurso en el acto fundacional del Retiro y reclama una dictadura ejercida por el Ministerio de Instrucción Pública. Añade ahora que para que esa dictadura sea eficaz hay que dotarla de un presupuesto saneado, planteado con prodigalidad, «porque en materia de enseñanza lo que se derrocha es como la semilla sembrada en campos fértiles, siempre resulta beneficioso y útil». Melquíades Álvarez promete «hacer todo lo que se pueda hacer» en materia de universidades e institutos, y para ello cuenta con lo que «os dirán oportunamente los técnicos de este partido, que son el alma de este partido», importante aseveración para valorar el auténtico papel de las elites educadoras en el reformismo. Dicho esto, el dirigente republicano revisa dos problemas relacionados con la cultura. El primero de ellos es el de «la creación de aquellos 211


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pequeños núcleos de enseñanza superior y de investigación científica de primera mano, de donde ha de salir necesariamente la aristocracia directora de esta democracia». Este problema está parcialmente solucionado, según el orador, por la creación y trabajo desarrollado por la Junta para la Ampliación de Estudios y la formación de centros intelectuales en los que trabajan los pensionados y que constituyen la línea más avanzada de reconstitución científica de España. A pesar de todo, su puesta en práctica conlleva el «luchar todavía en el Parlamento con las resistencias de los misoneístas y de algunos catedráticos reaccionarios, que por antífrasis se llaman intelectuales». Melquíades Álvarez recomienda el aumento del presupuesto para los pensionados y la intensificación de la relación científica y cultural con el extranjero para que, de esta manera, «podamos recibir algo de savia de fuera que vaya purificando y ennobleciendo el espíritu de España». El segundo problema no está solucionado ni se encuentra en vías de estarlo: se trata de la enseñanza primaria, auténtica columna vertebral de la regeneración cultural de un Estado. El objeto principal inalcanzado consiste en imponer a todos los españoles la obligación de recibir durante un determinado número de años una preparación mínima «que no desmerezca en modo alguno de la preparación que se proporciona en los países cultos de Europa». En materia de enseñanza primaria todo está por hacer. Tan sólo cabe destacar los parches que aquí y allí han colocando algunos gobiernos liberales. Estos pequeños avances han perecido en el «caos burocrático» y el carácter anacrónico de la legislación vigente. Como resultado de todo ello aparecen unas tasas de analfabetismo que en algunas edades superan el 50%. Ante este panorama, Melquíades Álvarez no duda en sugerir lo que él denomina «un remedio heroico»; expresa la necesidad de presupuestar más de sesenta millones cada año para «conseguir ponernos en esta materia al nivel de los pueblos cultos» 53. Junto a estas propuestas reclama la creación de escuelas rurales en adecuadas condiciones, el aumento de las inspecciones y el fomento de la educación de los maestros, de los que hay y de los futuros, a través de cursos especiales, misiones pedagógicas, viajes al extranjero o la entrega de libros gratuitamente a todos ellos. Resulta muy interesante comprobar a quién otorga la responsabilidad de esta inmensa tarea educadora: para ello distingue entre el Go212


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bierno y el Estado. Al primero, con las Cortes, tan sólo le corresponde señalar la orientación, las líneas generales, y consignar las partidas presupuestarias. La labor de fondo tiene más altas miras y le corresponde al Estado, que a través de «una junta técnica, compuesta por las más ilustres capacidades de España en estas materias, ha de ir desenvolviendo autonómamente la parte técnica e interna del sistema. Éste es el propósito del Partido Reformista». El político asturiano confía la labor transformadora a una elite intelectual y conecta de esta manera con los presupuestos aristocratizantes que hemos apuntado en algunos jóvenes del 14, encabezados por Ortega. Dando un paso más, el discurso constituye una auténtica apelación a la juventud intelectual y representa el punto central de confraternización entre la joven generación y el reformismo melquiadista. El político confía en que el programa será perfilado en la propaganda posterior «por estos jóvenes ilustres, que representan lo más excelso de la intelectualidad española, y que nos han de prestar su insustituible y admirable concurso». En los últimos párrafos de su alocución se produce una llamada plena de intensidad: «Ayudadme todos, prestadme todos auxilio, los jóvenes sobre todo, los intelectuales preferentemente, para que los días feriados podamos recorrer España y levantar el espíritu decaído de nuestro país, brindándole una esperanza con las reformas contenidas en el programa de nuestro partido». En sus palabras brilla de nuevo el papel otorgado a la minoría intelectual que ha de interpretar y dar sentido a la voluntad popular, que ha de crear un estado de opinión: «Hay que preparar un movimiento de opinión sin fijarnos en los representantes del país, que yo recuerdo que decía Sièyes que aun en aquellos pueblos donde los órganos legislativos son representantes fieles de la soberanía popular, se necesita que haya en lo alto un gran elector que sepa interpretar y recoger sus latidos». El cambio en los planteamientos que se deduce de la atenta lectura del discurso del Palace hay que calificarlo como drástico. En el plano ideológico Melquíades Álvarez muestra su confianza en la monarquía y se responsabiliza junto a ella de la transformación del Estado. El político republicano se presenta como una alternativa «posible» dentro del sistema y amplía y remarca las fronteras de su colaboración: «Quiero vivir en paz con todos los elementos de la izquierda, desde los liberales monárquicos, que lo sean, hasta los socialistas, y no 213


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sólo deseo vehementemente vivir en paz, sino vivir en contacto con ellos, y hasta pido su concurso [...]. Yo no puedo apoyarme más que en esos elementos de la izquierda». Al mismo tiempo se distancia, sin concesión alguna, de Maura y la derecha monárquica: «Los de la derecha, ultramontanos y amantes de la tradición, son nuestros enemigos» 54. Como subraya Suárez Cortina, «el reformismo se presentaba ante la opinión pública como el virtual salvador de la política nacional [...], los reformistas pretendían aparecer ante la opinión y, muy especialmente, ante el monarca como los nuevos reformadores, a semejanza de los ilustrados españoles del siglo XVIII» 55. Paralelamente se desmarca del populismo político: «Desde el mismo momento en que aspira a gobernar con la Monarquía, el político asturiano, que nunca había manifestado su confianza en las masas, se marginó totalmente de la tradición política populista del republicanismo español» 56. Por debajo de esta lectura genérica del espíritu reformista hay que referir la importantísima consecuencia que se deriva de otorgar un preeminente papel a las elites intelectuales como principales sujetos activos de esa labor transformadora. Como muy acertadamente constata Suárez Cortina: «Esta tarea de renovación, de revolución desde arriba, habría de ser llevada a cabo por un reducido núcleo de expertos, buenos conocedores de su actividad, que daba al reformismo un estilo ciertamente elitista y cuya característica esencial tenía que ser la moralidad. La moralidad gineriana se convertía en el método fundamental de la acción reformista, matizada por significativos elementos: su expresa renuncia a las masas y, consecuencia en cierto modo de lo anterior, el alejamiento definitivo de toda aspiración revolucionaria, que alterase las bases sociales y económicas del sistema» 57. La prensa conservadora recibe con indignación el nuevo planteamiento reformista, al que considera una auténtica amenaza a la corona. Especialmente virulento se muestra La Época de entre toda la prensa situada a la derecha del sistema. En los periódicos liberales y republicanos reinará la diferencia de opiniones. El País se muestra tajante a la hora de desmarcarse del nuevo rumbo reformista. Con un significativo «¡Adiós, ex correligionarios!» titula su editorial del 24 de octubre de 1913; debajo del mismo una esperanzadora frase, «¿Para siempre? ¿Hasta luego?». En el artículo se 214


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aclara que «para nosotros, la monarquía es opuesta a la dignidad humana; cuando no es una monstruosidad» 58. El editorialista de El País se reafirma en un republicanismo que no ofrece concesiones —«republicanos fuimos, republicanos somos»—. Al día siguiente, el mismo diario recuerda a los reformistas que si bien es plausible hablar de ética y de cultura, ello conlleva la innegociable consulta ciudadana antes de cambiar de rumbo político: «Los diputados elegidos a título de republicanos y hoy dispuestos a gobernar con la monarquía de D. Alfonso XIII se han olvidado de cumplir el deber de ciudadanía de consultar a sus electores. Y cuando hablan de ética y de cultura, y con razón, como cualidades precisas de una democracia, ese deber no ha debido ser olvidado» 59. No obstante, el diario republicano no deja de reconocer el giro político que estrena el reformismo y la fuerza que le suministra el joven elemento intelectual que arrastra tras de sí: «Viejos republicanos y universitarios, ateneístas jóvenes, se han congregado en torno de Melquíades Álvarez. Ahí existe una fuerza, ahí hay algo más que ex ministros, que fantasmones, que políticos de oficio y gobernantes de industria: ahí palpita algo nuevo» 60 El Liberal destaca «el número y calidad de los asistentes, que innegablemente representan una fuerza tan poderosa como nueva», y constata que quien acudió al Palace es «lo más estimable y lo más prestigioso de una juventud trabajadora e inteligente» 61. El periódico acepta de buen grado el ajuste político del reformismo dentro del sistema y elabora una interesantísima interpretación de las razones que conducen a la juventud intelectual a adherirse al melquiadismo. En una magistral descripción, el editorialista recorre en un párrafo el iter político-intelectual que hemos tratado de desarrollar en este capítulo: «España desde 1898 viene ensayando un cambio, quiere intentar una honda renovación en todas las esferas de la vida. Fracasaron todas las modalidades que tomó esta ansia reformadora, que tuvo a Costa y a Paraíso por adalides, que quiso coagular después en la Unión Republicana, que, más tarde, se condensó en el bloque de las izquierdas, que, por último, buscó la fórmula de la Conjunción Republicano-Socialista. Todo esto y lo de ayer son efectos de una misma causa, frutos de una misma planta, latidos de un mismo sentimiento» 62. El editorial nos remite al «día en que un pensador profundo analice estos hechos de nuestra historia contemporánea» como el momen215


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to en el que se podrá explicar que una generación educada en estos ensayos políticos «fatalmente tenía que ser, como es, la que en masa llegara al campo reformista, indiferente a los problemas formales del Estado» 63. El propio periódico destaca días después el recurso a las elites culturalmente formadas como lo más positivo de cuanto acaeció en el Palace: «Probablemente, esto es lo más nuevo y lo más sano del reformismo: la llaneza con que su jefe reconoció en el discurso [...] la necesidad de incorporar a su partido la técnica y los técnicos» 64. En el mismo sentido se situaba el Daily News al afirmar: «El Partido Reformista significaría poco si no se hubiesen incorporado a él los hombres que en estos últimos ocho o diez años se han nutrido de las mejores substancias de la cultura europea» 65. Los jóvenes del 14 se identificaban con un partido moderno y saneado en su democracia interna —existía un censo en cada agrupación y se elegían democráticamente todos los cargos, aunque esta práctica irá decayendo con el tiempo—, que atraía igualmente a las clases medias o trabajadores, y muy excepcionalmente a la alta burguesía 66. Este liberalismo elitista, que se llama a sí mismo socialista, será la clave de esta confluencia que se demuestra fructífera en el periodo 1912-1914. Cuando Melquíades Álvarez llama a las elites culturales también está inculcando un mecanismo que destierra el sentido providencialista de buena parte de la tradición política española. El recurso al hombre que hemos analizado en el discurso costista y que se hereda desde el regeneracionismo finisecular queda desautorizado cuando se intenta —como ahora lo hace Melquíades Álvarez— construir un edificio ideológico sin concesiones oficiales a los personalismos, basado, por el contrario, en el sosegado y silencioso trabajo de quienes más capacidad han demostrado. La oferta política que ofrece el líder asturiano quiere hacerse sentir como lejana de los fatuos populismos; bien al contrario, el discurso político debe articularse desde el conocimiento, tanto por parte de quien lo elabora como —no lo olvidemos— de quien lo recibe. Andrés de Blas señala: «El carácter elitista del nuevo partido y la prioritaria preocupación por la enseñanza, tanto la básica como la universitaria, harán del reformismo un adecuado refugio para algunos de los más distinguidos intelectuales españoles integrantes de la llama216


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da Generación del 14, convencidos de haber encontrado en el Partido Reformista la fuerza política a la altura de los tiempos, capaz de traer a España la definitiva homologación democrática con los países europeos más avanzados, de ahí que el reformismo inicial sea la fuerza capaz de ajustarse a las demandas orteguianas, a los deseos de la Liga de Educación Política o a la sensibilidad política de Manuel Azaña» 67. Debemos sellar esa relación de confianza entre los jóvenes del 14 y el reformismo; así se desprende también de las palabras de Seco Serrano cuando valora la importancia del acto: «Repasar la lista de los asistentes a este famoso banquete del hotel Palace da idea del alcance que en aquellos momentos revestía, de cara al futuro, el nuevo posibilismo encabezado por Melquíades Álvarez. Lo más granado del mundo intelectual estaba con él: no sólo los antiguos afines —Azcárate, Galdós, Junoy, Zulueta, Pedregal...—, sino también, como una vigorosa savia nueva, Manuel García Morente, Filiberto Villalobos, Díez-Canedo, Fernando de los Ríos, Rafael López de Haro, Gustavo Pittaluga, Pedro de Répide... Pero hemos de subrayar especialmente dos presencias: la de José Ortega y Gasset, que pocos meses después formularía un programa de alto coturno intelectual en su conferencia “Vieja y nueva política”, y la de Manuel Azaña, futuro eje de la Segunda República. Ambos —Ortega y Azaña—, encarnación de una gran esperanza española y enmarcados, por lo pronto, en la corriente del reformismo melquiadista» 68. El idilio entre intelectualidad y reformismo no tardará mucho en desvanecerse: el 1 de mayo de 1915 Melquíades Álvarez ofrece un mitin en Granada en el que presta su disposición al entendimiento con el Partido Liberal. Ortega rechazará de pleno la propuesta en artículo publicado en España, como analizaremos en su momento. La ocasión se presenta propicia para mirar hacia atrás: «Nació el partido reformista a su vida actual como un afán de nuevos usos políticos. Rompía de un lado el conjuro republicano, que ha hecho ineficaces a tantos hombres puros de nuestra España; de otro lado, reunía en torno suyo gentes nuevas que habían hecho hasta entonces —con no poco trabajo algunas— de su no incorporación a los dos partidos gobernantes su formal actitud política. Para los que no somos aún viejos, significaba esencialmente el primer partido a cuyo nacimiento asistíamos, el primer partido “nue217


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vo”, el primer partido “otro”; es decir; otro que el liberal y el conservador» 69.

EL HOMENAJE A AZORÍN EN ARANJUEZ, 23 DE NOVIEMBRE DE 1913

Un mes exacto después del acto reformista en el hotel Palace, se celebra a pocos kilómetros de Madrid un acto que bien podemos considerar como la puesta de largo de una generación. «Atravesó el tren la mañana de noviembre, cruda sin ser fría, pintada a los dos lados de tiernos paisajes llanos, dudosos aún en la hora del entrado día, por cuyos finos verdores, cuajados de escarcha, innumerables granjas, en bajos bandos, ponían sus largas ginerillas negras [...]. Después, grupos de árboles cárdenos, grises y amarillos, montes suaves, aguas tranquilas. Luego, Aranjuez, rojo todo, enseñando, en un incendio de consumación, el alma» 70. Ramón Gómez de la Serna nos hablará de «la espesura de Aranjuez, bajo un triste cielo de la España otoñal, el día 23 de noviembre de 1913» 71. A diferencia de Laín Entralgo, para quien el homenaje a Azorín representa el acceso a la «plena vigencia social» de la nueva generación, Abellán opina que el acto «no es más que un pórtico a dicho acceso» 72. Lo cual no significa restarle ninguna trascendencia al acto, «que tuvo evidente importancia, pues representa simbólicamente un encuentro entre las dos generaciones más importantes de la España moderna y constituye, en ese aspecto, un antecedente insoslayable en el surgimiento de la generación de 1914» 73. La posición de Azorín ante la nueva juventud intelectual transcurre por un sinuoso camino. Iniciado el siglo, y desde las páginas de Alma Española, recibe el cambio generacional con melancolía y casi resignación: «Seamos sinceros: ya la decadencia se ha iniciado en los maestros casi viejos. Valle-Inclán no volverá a escribir Epitalamio, ni Maeztu sus artículos de Germinal, de El País y de Vida Nueva, ni Bueno sus Volanderas...» 74. Los del 98 parecen haber marcado una cota creativa que difícilmente será superada: «No queremos comparar nuestros escritores jóvenes con los artistas universales; pero los fenómenos del espíritu y de la Naturaleza se producen en lo pequeño del 218


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mismo modo que en lo grande. No se repetirán el Partenón, la Divina Comedia o las Meninas —formas definitivas e insuperables—; pero no se dará otra vez, en el curso de la vida, esta página que tú —refiriéndose a Baroja— [...] has escrito con el brío y la ingenuidad de la primera fresca visión de las cosas y de la vida» 75. En 1904, desde la misma Alma Española, se muestra mucho más receptivo ante la nueva juventud intelectual que irrumpe: «Todos estos jóvenes novísimos que vienen detrás de nuestra generación, que tal vez valen más que nosotros, que son, desde luego, indiscutiblemente, más desinteresados que nosotros, mueven en mi espíritu una viva y cordialísima simpatía. Y lo más admirable en ellos es el sosiego y la convicción con que marchan por su camino. Tienen fe en algo que no son los mundanos y deleznables intereses y granjerías del momento» 76. Es lo que Cacho Viu ha designado ajustadamente como unas «cautelosas confrontaciones con los recién llegados» 77. Una brecha profunda se abre en 1910. Azorín reaccionará intensamente contra las acusaciones que se vierten sobre su trayectoria política en Europa, según hemos visto. Frente a las palabras de Pérez de Ayala, Azorín afirma que el «ideal» de la nueva generación es el erotismo, la pornografía: «¿Qué pensar de esta generación que así se afirma en la vida y en el arte? [...], ¿son todos estos libros torpes y obscenos lo que a la nueva generación se le ocurre? ¿No hay en la vida para estos jóvenes —muchos de ellos de un positivo talento— más que estas escenas y lances del más chabacano erotismo? ¿Se habrá borrado de un golpe todo el avance que a la literatura patria hizo dar la generación de 1898?...» 78. Parecía haberse declarado la ruptura definitiva del escritor con sus sucesores intelectuales. Pronto asistiremos a la normalización: Ortega publica en El Imparcial, el 11 de junio de 1912, una crítica del libro Lecturas españolas, del que es autor el escritor levantino. Agudo y diplomático, Ortega no deja sin pasar por su afilado y metafórico discurso la trayectoria del novelista: «La realidad política es esencialmente discontinua; es una sucesión de cuestiones concretas ante las cuales hemos de tomar posición. En algunas de éstas extremadamente graves, Azorín tomó una postura torpe, incompatible con ciertas normas superiores» 79. A pesar de la reprimenda, el texto es profundamente elogioso del libro; sirva de ejemplo de su tono la frase con la que Ortega comienza su artículo: 219


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«Uno de los libros mejores que yo he leído en castellano es este que Azorín publica llamándole Lecturas españolas» 80. Posteriormente añadirá: «Ha iniciado Azorín un ensayo histórico de trascendencia. No se trata de una obra con muchas notas al pie ni con un imponente escuadrón de datos. Sin embargo, representa una jugosa contribución a la nueva manera de entender la historia de España» 81. Instalado en el «clima de distensión que se había generado en torno a sus Lecturas españolas» 82, Azorín percibe de manera positiva el paso hacia adelante dado por la nueva generación: «Otra generación se inicia en 1910. No necesitamos citar ningún nombre de estos jóvenes escritores. Representa este grupo literario un paso hacia adelante sobre el de 1898. Si en el de 1898 hay un espíritu de renovación y de independencia —un espíritu iconoclasta y creador al mismo tiempo—, en el de 1910 este espíritu se plasma y encierra en métodos más científicos, en normas más estudiadas, reflexivas y modernas. Lo que antes era libertad bravía, ahora es libertad sistemática y científica. Han estudiado más estos jóvenes de ahora; han disciplinado su espíritu; han estudiado en el extranjero; han practicado más idiomas y literaturas; se han formulado, en suma, el problema de España en términos más precisos, claros, lógicos, y eso es, en resumen, lo que caracteriza a la nueva generación: un mayor sentido de la lógica» 83. Hacia Aranjuez camina la representación más completa, el frontispicio, de la nueva juventud intelectual. Encabezados por José Ortega y Gasset, le acompañan Corpus Barga, Ramón de Basterra, Constancio Bernaldo de Quirós, Manuel B. Cossío, Enrique Díez Canedo, Luis Fernández Ardavín, Federico García Sanchiz, Alberto Jiménez Fraud, Ramón Gómez de la Serna, Francisco A. de Icaza, Juan Ramón Jiménez, Enrique de Mesa, Leopoldo Palacios, Gustavo Pittaluga, Pedro Salinas, Luis de Tapia y Luis de Zulueta. El político más importante: Alejandro Lerroux. Junto a ellos, Francisco Acebal, Feliciano Álvarez, Julio Antonio, Joaquín Argamasilla, Francisco Beltrán, Tomás Borrás, Álvaro Calvo, Juan Cobián, Fernando Gilis, José María González, D. W. T. Hilles, Ramón Jaén, Tomás Maestre, Leandro Oroz, el marqués de Palomares del Duero, Luis Pérez Bueno, Emiliano Pérez Juan, José Prieto del Río, Rodríguez de la Peña, Luis Ruiz Contreras, Víctor Said Armesto, Amós Salvador, Modesto Sánchez Ortiz, Ramón María Tenreiro, Miguel Vaello, Alberto Valero Martín, 220


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Gonzalo Valco Masem, Enrique de la Vega, Ángel Vegué y Rogelio Villar. Desligado de connotación política alguna, el acto podemos calificarlo de auténticamente intelectual. Se trata de un homenaje, de un reconocimiento, de un saludo generacional a la labor de los predecesores. Distinguiremos dos planos a la hora de indagar en los motivos de la convocatoria. En primer término, nos hallamos ante las causas inmediatas: son la excusa, la razón superficial que aparece sobre las cartulinas de las invitaciones. Azorín es rechazado en nuestra Academia. Ortega ha alzado la voz en este sentido: «No cabe hacer un motín contra la Academia, porque esta dama es inexpugnable. Bastaría que nuestro acto tomara un cariz ligero de imposición y viva protesta para que la Academia elevara a caso de conciencia la exclusión de Azorín» 84. Se tratará tan sólo de «marcar simplemente nuestro justificado deseo de que Azorín sea académico». Leemos las letras anteriores en la carta que el pensador madrileño le envía a Roberto Castrovido, director de El País, cuando se anuncia en su periódico el acto que él mismo se encuentra organizando. Ortega trata de quitar hierro con su misiva a un acto que tan sólo trata de manifestar un sentimiento de adhesión. No se trata de que los «sillones de inmortalidad sean ocupados según un régimen plebiscitario». Dejemos la democracia para el Parlamento y para las elecciones, «dejando que las Academias se gobiernen por vagos procedimientos aristocráticos». En un país en donde la desatención hacia la poesía, la literatura y el arte es general, es posible que se haga el vacío a un personaje como Azorín. Luego vendrá el tiempo para arrepentirse de los olvidos, cuando nada hay que hacer ya para remediarlos. En primer término «se trata de esto simplemente», afirma Ortega: «Corregir la desatención pública de que entra a participar la Academia, por lo visto». Es más, tampoco se trataría de rebelarse seriamente contra la Academia, sino más bien de alzar a Azorín e intentar, a través del arte de la evidencia, transformar la distracción y desinformación de la misma sobre el autor español «que con mayor eficacia fomenta hoy, entre la gente joven, la lectura de los libros castizos [...], el hecho de su eficacia es tan patente, que no podrá borrarlo ni encubrirlo esa modesta opinión particular». En última instancia, no nos preocupemos, que de nada conseguir, «nos cabría el placer de haber estado en 221


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Aranjuez con Azorín, escritor romántico, viendo cómo en un día de otoño, alanceados por el sol, se convierten los árboles de los jardines en altas llamaradas de oro» 85. En el mismo sentido, El País afirma que «a la Academia Española le debemos, contra su voluntad, naturalmente, esta manifestación artística, esta solidaridad en la belleza. Bien podemos personar o despreciar su nepotismo. Ya será académico Azorín» 86. El Liberal retomará el carácter plebiscitario que Ortega había rechazado en su carta a Roberto Castrovido: «Trataron los allí reunidos de hacer patente la justicia con que el admirable prosista, gloria de la literatura hispana, J. Martínez Ruiz, Azorín, merece ocupar un sillón en la Academia de la Lengua. Y para demostrarlo, acudieron en espontáneo plebiscito a otorgarle unos votos, que bien pueden ser tenidos en cuenta, ya que son los de toda la joven intelectualidad» 87. Adolfo Maralilach descreerá de tan buenas razones y denuncia un montaje interesado por parte de la intelectualidad madrileña: «Se trata de nombrar académico a Azorín y la conducta de nuestros genios y geniecillos cambia por completo —en referencia a la anterior posición de los mismos respecto a los premios Nobel y las candidaturas de Ramón y Cajal, Echegaray y Pérez Galdós—. A ellos no les va nada con que el gran prosista castellano entre o no a formar parte de una Corporación que limpia, fija y da esplendor a un idioma que desprecian. Pero con ser esto así han emprendido una intensa campaña en favor de Martínez Ruiz académico. Mal hará Azorín si cree en la sinceridad y en la honradez de esta campaña. Yo, que lo sé muy bien, puedo afirmar que es interesada» 88. Reunidos en fraternal encuentro, los más de cincuenta comensales almuerzan en lo que constituye la primera parte del acto. «La comida —nos recuerda Ramón Gómez de la Serna— transcurrió entonada, en el comedor de palacio de pueblo del hotel y al final de ella salimos del receptáculo agobiador del Real Patrimonio. Los brindis no fueron en el comedor. Después del ruidoso arrastre de sillas y malhumorado deje de servilletas, después de ese último momento en que se recuerda el último sorbo de café, salimos a los jardines de Aranjuez» 89. Al principio de la tarde, la pléyade de jóvenes intelectuales se dirige a la glorieta del Niño de la Espina, en donde se desarrollarán las alocuciones. Un parsimonioso trajín de sillas con la rémora que 222


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imponen los primeros momentos de la tarde invade el silencio de los jardines. Acompañado de «un lento sol casi blanco» y «el mirlo con su breve chorro de aguda música», Ortega, alma de la organización del evento, inaugura el acto con unas breves pero intensas palabras. El pensador madrileño explica el doble plano, el doble sentido, que fundamenta la fiesta. El más «sencillo y próximo», que no el de «menos importancia moral», es el que ya hemos referido: «Nos hemos juntado aquí —afirma— unas cuantas gentes dispuestas a otorgar con fruición el santo sacramento del aplauso» 90. El segundo plano, en el que luego indagaremos, el «más complejo y transcendente preferiríamos que usted mismo se encargara de interpretarlo». Ortega reivindica la «pura voluntad del aplauso» que no se encuentra en un país en donde tanto se aplaude al político —nos hallamos ante el aplauso como un «acto de postulación inferior» o un «gesto de odio»— y a las glorias nacionales, en donde nos aplaudimos a nosotros mismos. En el caso de Azorín, la juventud intelectual le rinde un «aplauso puro» que «proviene automáticamente de una de esas súbitas dilataciones del ánimo que ante una perfección, aparezca donde apareciere, experimenta todo hombre honrado y sensible». En la breve alocución del pensador madrileño, descubrimos un velado llamamiento al aristocratismo intelectual. Así, el reconocimiento de los méritos positivos, por encima de la envidia, la ligereza, el desdén, la desatención, tal y como ahora se hace con Azorín, constituye un «lujo espiritual, propio de las almas bien nacidas». Y allí en donde no se ejercite esta valoración, la vida pública pierde «toda perspectiva y jerarquía, triunfa la ineptitud y se pone a gobernar la astucia». El aplauso puro se otorga a «un artista exquisito», a «quien ha dirigido una mirada más afectuosa a esos años del siglo XIX, humildes por sus resultados, pero sembrados de fervor y sacudidos por un fuerte dinamismo». Tremendamente irónico, Ortega deja en el aire el segundo plano, el trasfondo último del acto: «Otros dirán ahora los sentidos más complicados de esta fiesta» 91. Sabiamente intercalada la prosa con el verso, la poesía resuena en Aranjuez en la voz de Juan Ramón Jiménez: «La mejor de las rosas de nuestras emociones/ se erige hacia la llama de tu alto pensamiento [...]. 223


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Así, virtud, idea y verbo acojan, plena/ gracia, este laurel vivo, para mayor decoro,/ regio, ardiente y divino por la magia serena/ del otoño, que enciende nuestras almas de oro» 92. Momento álgido que queda impregnado en la memoria y en la pluma de Ramón Gómez de la Serna: «Fue un banquete modelo en el que lucieron dos presencias importantes, la de don José Ortega y Gasset —capitán del futuro español— y Juan Ramón Jiménez, poeta mágico de los jardines de España» 93. Pío Baroja envía su texto desde París. De su lectura podemos deducir algo más del sentido último y final del acto. Pero antes de eso hagamos un breve recorrido por la alocución del novelista vasco. Baroja es, sin duda, la gran voz del 98 que acompaña a la de Azorín en Aranjuez. Ambos ejercen de puente intelectual entre dos generaciones. Una madura, plenamente formada, expele todo su ejemplo. La otra, naciente pero no titubeante. Baroja hace una semblanza de los recuerdos que Azorín le trae a la mente. Recuerdos, ante todo, de una colaboración: «Juntos hemos formado utopías políticas y literarias y hemos publicado periódicos» 94. Baroja recuerda el viaje literario compartido con Azorín en empresas como las de las revistas Arte Joven y Juventud. Recuerdos de la colaboración junto al levantino y a Maeztu en tareas más dogmáticas. Recuerdos de la coincidencia en la redacción de El Globo y reproche cuando Azorín «comenzó a adquirir el sarampión maurista, del que, afortunadamente, ya se va curando». Baroja elogia su prosa —«la más clara, la más lúcida, la más flexible»—, su capacidad psicológica —«ha pintado el alma atávica de los pueblos castellanos»— y su labor de crítico —«agudo y claro para los antiguos, benévolo con los modernos». Azorín es ante todo un escritor español que «tiene la gran importancia de haber sido el maestro de su generación». Desde este punto, Baroja nos traza una importante consideración: a diferencia de Clarín, que logra ensañarse con los principiantes, con las nuevas generaciones, Azorín «ha sido de los que han elogiado con entusiasmo los autores noveles». Azorín es un modelo para la nueva intelectualidad y así nos lo hace saber Baroja: «Merece Azorín como pocos el entusiasmo y el reconocimiento de la gente joven, de la gente que sueña con el resurgir del espíritu y de la intelectualidad de la Patria» 95. Aquí podemos leer algo más. Azorín, modelo de una nueva generación que intenta el renacimiento intelectual y espiritual de su patria. Ahora sí que 224


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tenemos el trasfondo, el segundo argumento de la celebración: la consolidación como grupo generacional de unos jóvenes que purifican y engrandecen la misión a la que se enfrentan con la mirada detenida en el gran ejemplo, en el gran modelo que representa el maestro levantino. Antonio Machado lleva a Aranjuez su «elogio» al libro Castilla del maestro homenajeado. El País señala a este libro cuando anuncia la convocatoria juvenil: «Castilla, una joya, una preciosidad, un primor de artífice del Renacimiento; Lecturas españolas y Clásicos y modernos, son ya tres libros clásicos. Azorín ahonda en ellos en el alma y en el paisaje de España; Azorín estudia, como nadie hasta él, la personalidad y las doctrinas de Costa, y nos da a conocer a sus precursores» 96. «Desde mi rincón en Baeza», el poeta interpreta muy bien el nexo generacional que supone el homenaje de la juventud al levantino: «¡Oh tú, Azorín, escucha: España quiere/ surgir, brotar; toda una España empieza!/ ¿Y ha de helarse en la España que se muere?/ ¿Y ha de ahogarse en la España que bosteza?/ Para salvar la nueva epifanía,/ hay que acudir, ya es hora,/ con el hacha y el fuego al nuevo día» 97. A media tarde se acerca el momento cenital... «Íbamos en el día otoñal como a presenciar el ajusticiamiento de los oradores, algo así como a dar tormento a Azorín. Queríamos empalmar los dos momentos, el de la comida y el de los discursos sin que resultase que habíamos puesto paseo en medio. Los árboles tomaron un aspecto intelectual de algo así como árboles de vidriera y se cernió en el aire una humedad luminosa de haber estado llorando el paisaje y de dejar de llorar de repente. Buscamos un banco de jardín sobre el que Azorín pudiera encaramarse, pero al no encontrar ninguno nos agrupamos alrededor del maestro emocionado, y con esa nota poderosa de “par” extraño que tiene Azorín en los solemnes momentos. Entonces hizo Azorín uno de los más bellos y rebeldes discursos de su vida» 98. Desentraña desde la primera línea el enigma que sobrevuela la celebración de Aranjuez: el afianzamiento de la identidad de una generación: «Una consideración capital se ha impuesto a mi espíritu cuando surgió la idea de este acto: la consideración —que estaba en el ambiente— de que se trataba, más que de celebrar una persona, de reiterar y afirmar una tendencia. Afirmar, reiterar, corroborar, renovar una tendencia, haciendo una pública manifestación de solidaridad, de 225


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hermandad espiritual, de fraternal compañerismo» 99. Transmisión del relevo generacional: los del 98 y los de 14 se encuentran y se miran a la cara. Por encima de fechas y edades aquí les une una idea, un sentimiento, un anhelo: «De viejos y de jóvenes no se puede hablar mirando a la edad; maestro de algunos de los que nos encontramos aquí fue D. Francisco Pi y Margall, y Pi y Margall, que murió en la senectud, acabó su vida en una esplendorosa lozanía de corazón y de intelecto. Jóvenes hay que son decrépitos; viejos hay que pueden dar lecciones de entusiasmo y de optimismo a los jóvenes» 100. Así lo parece ver también el comentarista de El País cuando nos habla de que «la generación de 1898, con algunos viejos y con muchos jóvenes, hacen bien en significar que con Navarrorreverter [sic], con Bethancourt, con Saralegui y con el obispo de Jaén, no se creen representados en la Academia» 101. ¿Qué nos une a los del 98 y a los jóvenes ateneístas del 14?, parece preguntarse Azorín. Si bien podemos hablar de ideas, éstas no provienen del mundo de la estética literaria. Las ideas en las que se cifra el nexo generacional no pertenecen en su totalidad al mundo de los valores artísticos —«la estética no es más que una parte del gran problema social» 102—; existe un interés supremo por encima de la estética: «Esas esperanzas y esos anhelos se hallan englobados y difusos en otros ideales más apremiantes y más altos» 103. Estas palabras son las que hacen pensar a Abellán que «la fiesta de Aranjuez en honor de Azorín fue la antorcha que transmitió la generación del 98 a la de 14, y en esa antorcha va prendido el amor y la inquietud por el problema de España...» 104. Para configurar esa idea, ese ideal, Azorín se sirve de Larra, quien viajando por Castilla y Extremadura, lóbregas y desnutridas, se interroga: ¿dónde está España? Para Azorín la pregunta no ha sido contestada todavía. No lo ha sido por los hombres del 98 y ahora transmite el hondo interrogante a la joven generación. Por ello invita Azorín a los intelectuales que le homenajean a que salgan de su entorno: «Dejad atrás vuestros libros, los teatros, la charla amena de la tertulia [...]. Olvidaos de las eternas y alucinadoras discusiones del Salón de Conferencias» 105. Recomienda a los jóvenes un paseo por el campo español donde aparecen esos pobres labriegos, la contemplación de la miseria del campo, donde «no hay lumbre ni pan; los hijos de estos hombres 226


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no tienen escuelas donde aprender los rudimentos de la instrucción [...], estos labriegos, con sus mujeres, con sus niños, pálidos, extenuados, cubiertos de andrajos...» 106. Todo esto produce indignación, desesperanza, abatimiento... De aquí debe nacer, en palabras de Azorín, un «impetuoso deseo de aniquilamiento y renovación». Gómez de la Serna señala la directa impresión de las palabras del levantino: «El tono personal de aquel discurso, el aire de clarividencia triste del paisaje, el algo de comuneros pobres y sin esperanzas que teníamos todos, sería difícil de pintar» 107. El novelista se acusa de no haber articulado un discurso capaz de dar respuestas a esa realidad de España. La vuelta a Madrid supone el retorno a los «discursos grandilocuentes, conferencias, entrevistas, idas y venidas, conciertos y desconciertos, manifestaciones, declaraciones, programas...» 108. Pero todo esto ¿qué tiene que ver con la triste verdad cotidiana? «No acertamos —perplejos, desorientados— a casar —concluye Azorín— la realidad angustiosa y brutal que acabamos de ver con la siniestra frivolidad que desfila frente a nosotros». Azorín afirma que nuestra fortaleza, como la de cualquier país avanzado, no provendrá de los ejércitos y de los acorazados, «la fortaleza es una resultante del bienestar y de la justicia sociales». La Generación del 14 nace, como nació y murió su antecesora, con un grave problema social ante sus ojos: «Una disparidad profunda existe entre la política y la realidad. Con el sentimiento desgarrador de esa disparidad ha nacido a la vida del arte una generación española». Azorín destaca el doble sentido que debe regir a toda la acción generacional: renovación en lo estético y profunda transformación en lo social. Ambos derroteros han de ir indisolublemente unidos so pena de amputar toda perspectiva de progreso: «La agresividad con que ha combatido el artificio político, la ha llevado a combatir, lógicamente, los falsos valores estéticos. Todo se encadena y enlaza. No seríamos consecuentes si, combatiendo la falsedad en la literatura, la aceptáramos o toleráramos en la política [...]. A la comprensión del paisaje queremos unir la comprensión de la raza y de la historia». El escritor levantino cerrará sus palabras a la joven generación con el recuerdo del premonitorio análisis en las memorias de dos ilustrados que viajaron a una España que tan poco dista de la de 1913. 227


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El duque de Saint-Simon visitó Aranjuez en 1721; venía de la Francia formada bajo Descartes, Racine y Le Notre. En sus Memorias deja evidencias del misérrimo espectáculo que, comparativamente, le ha producido España. A fines del siglo XVIII, estuvo en Aranjuez Casanova, caballero de Seingalt. También en sus Memorias, escribirá: «¿Quién duda de que España necesita de una regeneración [...]. Si España recobra alguna vez su puesto en la gran familia europea, mucho tememos por ella que no sea sino a costa de una terrible conmoción. Sólo el rayo puede despertar esos espíritus de bronce». «La significación de aquel acto —rememora Gómez de la Serna— pareció que iban a dárnosla en aquel paraje de conspiradores caballerescos, que escogen el bosque por sitio de su tenida, verdaderos templarios desposeídos. El secreto de la España de entonces se nos debía por labios del adivinador, y Azorín, como tantas veces, sin tener en cuenta sus concomitancias con poderes y representaciones, dijo la verdad de España» 109. Luis Fernández Ardavín glosa las palabras de Azorín en El Liberal. En un tono de exaltación clama por el advenimiento de la auténtica transformación de España, el olvido del eterno casticismo que nos atrapa y la superación renovadora: «España: por ti pasó el Cid, pero —¡ay, tierra querida!— el Cid ya no sirve para tus cantos... ¡Le han comido los gusanos del tiempo!... En ti se extasió Teresa; pero —¡ay, tierra querida!— tus muchos éxtasis trajéronte a tu mucha pobreza... El dinamismo es vida... ¡Renovación! ¡Renovación y dinamismo!» 110. El españolismo legendario que representa el Cid y el españolismo místico de santa Teresa han de ser definitivamente enterrados por un transformado españolismo de cultura y bienestar de tonos europeizantes: «Entonces seremos fuertes, con otros timbres que ostentar, no por la fuerza misma, sino por la incansable labor del pensamiento y el imperio de la justicia [...]. ¡Renovación! ¡Renovación! Ésta es la palabra. Esto es lo que Azorín desea para España, para que no muera. España es aún mística, ignorante y misérrima; florida de sensualismo [...], pero sombría de espíritu». Azorín descubre a la nueva juventud intelectual la misión no concluida, el esfuerzo regenerador que se perpetúa y se impone a quien, tras contemplar el yermo nacional, se interroga con Larra: ¿dónde está España? 228


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Los del 98 han tomado la tensión espiritual a una España que se agota por momentos; «él —Azorín— se siente orgullosamente español; pero su orgullo es triste, es melancólico y amarillento». Azorín quiere expresar en el relevo generacional la conmoción de lo inacabado. Los del 14 lo homenajean y reciben del levantino la pesada responsabilización regeneradora. Tanto en los días previos como en los posteriores a la celebración del acto de Aranjuez, Azorín y los organizadores del mismo —Juan Ramón Jiménez sobre todo— reciben multitud de cartas y telegramas de personas que bien se adhieren al acto o bien excusan la imposible asistencia. Políticos, escritores, periodistas..., engrandecen con sus misivas el sentido del acto. Antonio Maura, Emilio Junoy, Juan de la Cierva y Ángel Ossorio, entre los primeros, excusan la ausencia —«un mucho de abogacía y un algo de política» me impiden sumarme, declara el último de ellos—. Pero la lista se completa con lo más relumbrante de la intelectualidad del momento. Gabriel Alomar —que se encuentra en Figueras—, Jacinto Benavente, Manuel Bueno, Américo Castro, Manuel Machado, Gregorio Martínez Sierra, José Moreno Villa —«trataré de santificar la fiesta leyendo el entrañable devocionario Castilla»—, Federico de Onís, Eugenio d’Ors —que ante la imposibilidad de asistir envía a Xenius, «mi libre demonio»—, Benito Pérez Galdós, Pedro de Répide, José María Salaverría o Valle-Inclán —«yo, en mi retiro, apenas sé cosa del mundo, y supe tarde de esa fiesta de peripatéticos en los Jardines de Aranjuez. Mi sentimiento ha sido grande al verme ausente ese día, en el número de los que le admiran y le quieren». Por distintos conductos y medios, manifestarán su adhesión, entre otros, Manuel Bueno, Roberto Castrovido, sus compañeros de redacción del Abc, Pedro Corominas, Luis Nicolau d’Olwer, Prudenci Bertrana, Gabriel Miró, José Carner, Andrés González Blanco, Pedro Mourlane Michelena, Pompeyo Gener, Eduardo Gómez de Baquero (Andrenio), Luis Bagaría, Ricardo Baroja, Eduardo Marquina y José Castillejo.

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10. LA IDENTIDAD ESCRITA DE LA GENERACIÓN DEL 14. EL SEMANARIO ESPAÑA BAJO LA DIRECCIÓN DE ORTEGA (1915)

EL GRAN PROYECTO EDITORIAL DEL 14

El acto del teatro de la Comedia, el 23 de marzo de 1914, es el acto cenital de todo el proyecto de la Liga de Educación Política. El nuevo ente intelectual casi muere con el propio acto de alumbramiento. La explosión de energía en la Comedia refleja las ansias de intervención de toda una generación, pero, como tantos otros proyectos acosados por el ímpetu, su alcance no llega más allá de los primeros pasos. El precedente de Joven España ronda a esta muerte súbita. Más allá de la duración y los efectos que tuvo el movimiento inicial de la Liga de Educación Política, hay que señalar que su puesta en marcha agrupa la dirección espiritual de un nutrido grupo de intelectuales cuya presencia e interés no habían quedado agotados del todo. Aunque la revista España no es el órgano de expresión de la Liga, porque ésta no ha rebrotado en 1914, sí que es el proyecto que hereda toda la carga espiritual y renovadora con la que los hombres del 14 habían concebido la Liga de Educación Política. Desde el 23 de marzo de 1914, se planea la publicación de una revista que responda a la llamada renovadora y educativa que Ortega lanza en su conferencia «Vieja y nueva política». Así se lo recuerda Unamuno a Federico de Onís en una carta fechada el 6 de mayo de 1914 1. Salvador de Madariaga confirma la misma impresión: «De aquel discurso salió la Liga de Educación Política, en la redacción de cuyo manifiesto me cupo colaborar; de toda aquella fermentación, cuyo spiritus rector era Ortega, salió la idea de publicar una revista nacional» 2. Ernesto Giménez Caballero comentará en 1933: «La revista España fue fundada en 1915 [...], los auténticos lanzadores de aquella 263


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revista fueron los hombres de la generación posterior a la del 98. La generación “reformista, neokantiana y europeizante”. La de Ortega y Gasset y Eugenio d’Ors» 3. Es precisamente un oyente de la afamada conferencia de Ortega, Luis García Bilbao, quien pone a disposición de Ortega y su círculo las 50.000 pesetas que había recibido por la herencia procedente de un establecimiento de comercio madrileño. Ruiz Castillo aportará las prensas de la editorial Renacimiento y el asesoramiento como editor. La correspondencia entre Ortega y Ruiz Castillo permite desvelar algunos pormenores del nacimiento de la revista: en carta de 18 de julio de 1914 se comprueba que los encargados de los preparativos en Madrid eran Ruiz Castillo y García Bilbao; tenían preparados los estatutos, la propaganda, el programa y los carteles publicitarios; como ilustrador se baraja la idea de que lo sea Luis Bagaría 4. Luis García Bilbao había escuchado a Ortega explicar en la Escuela Superior de Magisterio de la calle Montalbán —fundada por la Junta para Ampliación de Estudios— un curso sobre Descartes. Corría el año 1910 y Ramón Carande, testigo de aquellos momentos, lo recordaría así: «Las lecciones dadas en la escuela las escucharon, entre otros, con afán, como oyentes, Luis García Bilbao, Regino y un malagueño pequeñito, muy listo; Joaquín Álvarez Pastor, o cosa así, se llamaba un condiscípulo de Ortega en el Palo. Terminada la lección escuchaban un apéndice, caminando en compañía del maestro, Joaquín y Regino, para dejarle en su casa, creo que en la calle Goya, número 6. Luis, humilde, enemigo de hacer actos de presencia desaparecía presuroso para eludir aquel trance. Antes del día de la conferencia de la Comedia no había cruzado la palabra con Ortega; tampoco en dicha fecha, ni en las más inmediatas» 5. El acto del teatro de la Comedia se sitúa en el origen de fundación de la revista, dado que la profunda impresión que ésta produce en García Bilbao es la que le anima a poner el dinero para el proyecto: «Aquel acto memorable para muchos causaría una auténtica conmoción en el ánimo de Luis García Bilbao. Atravesaba una crisis de desesperanza; era un profundo emotivo, propenso a la melancolía; estaba descontento de sí mismo; se creía cargado de culpas, todas de omisión. Sin perder su inocencia, ni aquel buen humor juvenil, que le evadía de sus remordimientos, sufría largas horas de264


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presivas. Creía haber perdido el norte y, de pronto... vuelve a descubrirlo...» 6. Dos elementos se añaden a los reseñados para explicar la fundamental aportación patrimonial de García Bilbao. Por un lado, su desapego al enriquecimiento personal: «El gesto de Bilbao, que no era hombre opulento, no sorprendería a sus íntimos cuando, pasado el tiempo, lo conocieron por tercera persona. Sabíamos que, además de no estimar el dinero, nunca lo consideró cosa suya; su desprendimiento rayaba en la prodigalidad; lo ponía en manos extrañas —las suyas estaban horadadas— apenas notar que lo apetecía o lo necesitaba alguien que lo emplearía bien. Lejos de envanecerle el fomento de aquella o de cualquiera empresa, le avergonzaba, le enojaba, que la gente le atribuyese dádivas y que alguien las festejara» 7. Esta humildad alcanzará hasta el hecho de no aparecer su nombre en ninguno de los primeros ejemplares de la revista hasta que en 1917, en el número 112, publica una poesía —«Bilbao (una impresión de la villa)». En segundo lugar, parece ocultarse en la compleja personalidad de García Bilbao una tendencia hacia lo político que se incentiva al escuchar las palabras de Ortega: «Ya dije que, en tiempos anteriores, sus amigos percibimos el primer brote de una inquietud política que no imaginábamos muy honda. Aquella conferencia sería el chispazo que encendería anhelos en su sensibilidad exquisita» 8. El 29 de enero de 1915 aparece el primer número del órgano periodístico más importante de la Generación del 14: su nombre, España. «Claro que se llamaría ESPAÑA —escribirá Madariaga—. Porque España era lo que nos dolía a todos, y la generación del 98 había intentado ya publicar un diario con nombre tan evidente, sólo que las leyes económicas de la viabilidad de un diario resultaron inexorables para tal empresa. En el fondo, se trataba de lanzar un periódico (o una revista) a contrapelo del país, en la que las cosas pesaran más que las personas; pero en un país en donde, en cuanto se comenzaba a hablar de cosas y no ya de personas, la gente perdía interés» 9. A la hora de idear un título se piensa —según recuerda Eugenio d’Ors— en «España-1914», apelativo con el cual ya se identificaba a la generación de Ortega 10. La portada del primer número viene encabezada por la palabra ESPAÑA, debajo aparece el año 1915 y, como subcabecera de la revista, «Semanario de la vida nacional». La revista 265


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tenía su redacción en la madrileña calle del Prado, 11, y se imprimía en el establecimiento editorial Renacimiento de la calle San Marcos, 42. Un simple análisis del cuadro de redactores y colaboradores nos sirve para completar una espléndida lista de personajes centrales y episódicos de lo que hemos llamado Generación del 14. Como redactores de la revista aparecen José Ortega y Gasset, Pío Baroja, Ramiro de Maeztu, Ramón Pérez de Ayala, Luis de Zulueta, Eugenio d’Ors, Gregorio Martínez Sierra y Juan Guixé; Díez-Canedo es el secretario de redacción. En opinión de Tuñón de Lara, «la heterogeneidad de su equipo, la profesión específica de la mayoría, que no es la de periodista, su dispersión geográfica, son otras tantas razones para suponer que se trata, más que de otra cosa, de lo que hoy suele llamarse un consejo de redacción, que orienta, pero que no hace prácticamente la publicación. Y aún así, no creemos que haya sido confirmada la praxis consultiva de esa especie de areópago creado en torno a Ortega» 11. Los colaboradores desde Madrid forman una exquisita pléyade de representantes de la Generación del 14: Francisco Acebal, Francisco Alcántara, Melchor Almagro, José López Pinillos, Luis de Tapia, Luis Araquistain, Manuel Azaña, Luis Bello, Manuel Bartolomé Cossío, Domingo Barnés, Jacinto Benavente, Enrique Díez Canedo, Fernández Ardavín, Federico García Sanchiz, Manuel García Morente, Luis de Hoyos, Enrique de Mesa, José Moreno Villa, Federico de Onís, Leopoldo Palacios, Gustavo Pittaluga, Adolfo Posada, José María Salaverría, Ramón María Tenreiro y Ramón del Valle-Inclán. Las colaboraciones artísticas correrán a cargo de Romero de Torres, Bagaría, Penagos, Ricardo Baroja y Julio Antonio, entre otros 12. Aunque muchas de estas personalidades habían presenciado la conferencia de la Comedia y se habían identificado con el proyecto de Ortega, la revista aparece, como hemos dicho, desligada orgánicamente de la Liga de Educación Política. En el mismo sentido, reconocemos en esta nómina de colaboradores a muchos de los asistentes al acto fundacional del Partido Reformista en el Retiro y del acto del Melquíades Álvarez en el hotel Palace, aunque anotemos en el grupo de redactores algunas memorables ausencias respecto a la intelectualidad reformista, caso de las de Azaña, Barcia y Villalobos 13. Ello tampoco implica relación de la empresa con el partido melquiadista. Tuñón de Lara así lo concibe: «Se ha dicho y escrito que ESPAÑA nació 266


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como publicación (y hasta como órgano se ha llegado a escribir) de la Liga de Educación Política; y otros que como del Partido Reformista. Esas afirmaciones simplifican las cosas más acá de la realidad [...]. Era algo más complejo, ni siquiera una correa de transmisión, cosa imposible con semejante elenco intelectual» 14. Raúl Morodo nos acota con precisión el sentido último de la publicación: «La revista España sale como órgano genérico de expresión del ateneísmo político y del neorregeneracionista [...]. Lo que sí se constituye la revista es en órgano doctrinal y lugar de encuentro de la inteligencia crítica y reformista, y fuente hoy inexcusable para ahondar en nuestra historia cultural contemporánea» 15. Como decíamos, nada más comenzar 1915, el 29 de enero, aparece el primer número de la revista. En su primera plana aparece el editorial —«España saluda al lector y dice»—, que nadie duda en atribuir a la pluma de su director, José Ortega. Su contenido es la más equilibrada muestra de lo que con la revista se trata de conseguir. El discurrir de las ideas nos recuerda las palabras de su director en la Comedia. El texto se inicia con el desmoralizado diagnóstico que, desde el 98 hasta la fecha, se repite. «Durante esos diez y siete años de experiencia nacional, raro fue el día en que la realidad pública nos trajo otra cosa que realidades ingratas. Cuanto más patriotas éramos, mayor enojo sentíamos» 16. Es éste un sentimiento que se extiende desde el intelectual al comerciante; existe una «vasta comunidad de gentes gravemente enojadas». Para el editorialista, a pesar de todo, nos encontramos en una buena época. Éstas, las épocas favorables, pueden ser de dos clases: las rodeadas de plenitud y de gloria, las de personajes brillantes y epopeyas fastuosas y, por otro lado, otras etapas mucho más grisáceas, pero en las que un pueblo se reencuentra consigo mismo. España ha entrado en una de estas edades «exentas de gloria pero transidas de sinceridad». Desde el norte hasta el sur, sin hacer distinción de clases o condiciones, el editorial pregunta al lector: «¿No es cierto que del Parlamento a la Universidad, pasando por las Academias, del Ministerio de la Guerra a los Cuerpos judiciales, pasando por la oficinas de Hacienda, nada despierta en ti fe? [...]. El desprestigio radical de todos los aparatos de la vida pública es el hecho soberano, el hecho máximo que envuelve nuestra existencia cotidiana». 267


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Hasta este momento sólo tenemos una negación, pero de una negación no se levanta un Estado. «Es preciso reorganizar la esperanza española [...]. Aprovechemos con religiosa solicitud esta época de sinceridad para organizar de nuevo la confianza», exclama Ortega en la primera página de la revista. Se trata de comenzar una tarea de autoafirmación, de volver a intentar cumplir los deseos, de reclamar la voluntad y el orgullo de ser cada uno por sí mismo: hay que comenzar la «restauración de nuestra raza». Con tonos regeneracionistas, el editorial se encarama hasta pedir, como tarea patriótica, la lucha contra una sociedad ahogada en el caciquismo y en la injusticia: «Es urgente faena de patriotismo dar un empujón definitivo a todos esos valores desprestigiados que corrompen nuestra vida colectiva». Dos puntos importantes no pasan desapercibidos en este primer contacto con el lector. El primero de ellos hace referencia al concreto posicionamiento de la publicación en las coordenadas políticas del momento. El editorial inaugural hace dos puntualizaciones. Una destacable manifestación de rechazo a todo cuanto signifique implicación partidista, elemento que conecta muy bien con el manifiesto interés de alejamiento de las estructuras de partidos como vértices salvadores de la política nacional. La cuestión queda muy clara, tal como hemos visto en las palabras de Ortega en la Comedia, pero ahora se trae de nuevo a colación. «¿Partido? No somos de ningún partido actual porque las diferencias que separan unos de otros responden, cuando más, a palabras y no a diferencias reales de opinión. Hay que confundir los partidos de hoy para que sean posibles mañana nuevos partidos vigorosos». Queda aquí renovado el manifiesto interés de alejamiento de todo cuanto represente un partido político tal y como se concibe en la España de 1915, es decir, estructuras con un lastre de inmovilismo que las incapacita para asumir el nuevo reto de regeneración nacional. Por ello Ortega se identifica con el proyecto de Joven España; por ello, creará la Liga de Educación Política; por ello, aleja a España de toda tensión partidista; y, por ello, creará en el futuro la Agrupación al Servicio de la República. El segundo tema importante es de máxima actualidad en el momento; se trata del conflicto mundial que se ha desatado en el seno de Europa: «El momento es de una inminencia aterradora. La línea toda del horizonte europeo arde en un incendio fabuloso. De la guerra saldrá otra Europa. Y es forzoso intentar que salga también otra España». 268


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De forma interesante, España lanza su mensaje hacia la periferia nacional. La revista nace con una voluntad de no constreñirse al ambiente intelectual madrileño. La tarea de denuncia y reconstrucción es nacional, y nacionales han de ser, por tanto, quienes pongan sus fuerzas al servicio de la tarea. La revista y el grupo generacional que la sostiene encabezan una empresa enmarcada en la idea de estado nacional, sin concesiones: «No es para nosotros Madrid el centro moral del país. Por cada pueblo, por cada campiña pasa, a cierta hora del año, el eje nacional. Solicitamos, pues —sin ella nada haríamos—, la colaboración de cuantos aspiran a una España mejor y creen que a ella se llega mediante una rebeldía constructora» 17. El semanario retoma esa voluntad descentralizadora que ya había manifestado Joven España.

LA GRAN GUERRA. ALIADÓFILOS Y GERMANÓFILOS EN LA CRISIS GENERACIONAL (1914-1915)

El 28 de junio de 1914 marca un momento clave en el devenir de la historia europea del siglo XX. Francisco Fernando, heredero del trono de Austria-Hungría, es asesinado en Sarajevo a manos de terroristas serbios. Los días siguientes marcan un inusitado movimiento en todas las cancillerías europeas; un mes más tarde, el 28 de julio de 1914, Austria-Hungría declara la guerra a Serbia. A partir de este momento se desencadena una compleja serie de implicaciones que ponen en pie de guerra a media Europa. El día 3 de agosto, Alemania declara la guerra a Rusia y de inmediato a Francia; el 4 de agosto por la mañana, violando la neutralidad de Bélgica, las tropas alemanas atraviesan la frontera y cruzan el Mosa al norte de Lieja. La guerra ha comenzado. España se mantiene en estos momentos totalmente ajena a los complicados hechos que desencadenan el conflicto: «En julio de 1914 —escribe Luis Bello— vive España un periodo de calma, preparatorio de la siesta canicular. La Corte en el Cantábrico, el Congreso discutiendo, aplazando, mejor dicho, el proyecto de segunda escuadra y sustituyéndolo por un barquito explorador. Tiros en Marruecos. El conde de Romanones va a Tánger y desde allí recuerda a los españoles que tenemos compromisos internacionales en África y no debemos re269


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nunciar a nuestra parte de soberanía [...]. Madrid en los periódicos y Barcelona en las calles, volvían a discutir el proceso Ferrer» 18. El rey se encuentra en Santander en el momento de desencadenarse el conflicto. Dato, presidente del Consejo, maniobra con rapidez y el día 30 de julio aparece en la Gaceta un real decreto que establece: «Existente, por desgracia, el estado de guerra entre Austria-Hungría y Serbia, según comunicó por telégrafo el embajador de España en Viena, el Gobierno de Su Majestad se cree en el deber de ordenar la más estricta neutralidad a los súbditos españoles con arreglo a las leyes vigentes y a los principios del Derecho público internacional. En su consecuencia, hace saber que los españoles residentes en España o en el extranjero que ejercieren cualquier acto hostil que pueda considerarse contrario a la más perfecta neutralidad, perderán el derecho a la protección del Gobierno de su Majestad» 19. Dos hechos vienen a perturbar este ambiente de neutralismo oficial. El primero de ellos corre a cargo del conde de Romanones, que en un artículo publicado en el Diario Universal, el 19 de agosto de 1914, se expresa tajante contra la posición gubernamental ante el conflicto 20. El artículo provoca la inmediata reunión del Consejo el día 20 de agosto y la primera crisis de la neutralidad. Un segundo ataque contra la neutralidad proviene, en estas fechas inmediatas a la declaración de la contienda, de Melquíades Álvarez. El político asturiano, que se encuentra veraneando en Villaviciosa, no duda en ir más allá de la aparente posición de neutralismo de los sectores de la izquierda y del republicanismo, para reclamar en agosto de 1914 la neutralidad benévola con las naciones aliadas. Un tercer frente contra la neutralidad oficial vendrá de manos de Lerroux, quien, el 2 de agosto de 1914, protesta por la neutralidad en una entrevista publicada en El Mundo. Días después, el 10 de agosto de 1914, será mucho más claro desde las páginas de El Radical: «Para mis futuros destinos, cualesquiera que ellos sean, yo he renunciado anticipadamente a todo ensueño imperialista. A lo que no he renunciado es a ese instinto de conservación, colectivo, nacional, que se llama patriotismo. Ante conflicto como el actual, ninguna nación europea tiene derecho a la neutralidad. La neutralidad en este caso es una inhibición cobarde» 21. Su posición iba mucho más allá del resto de la prensa republicana que se mostraba proaliada pero rehuyendo cual270


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quier llamada al recurso de la intervención. A principios de septiembre 1914, Lerroux declara a Le Journal de París su condición de aliadófilo y opina que tanto el rey como la mayoría de los españoles participan de tal condición 22. Algunos días más tarde, a su vuelta a España, es objeto de un intento de apedreamiento por una multitud encolerizada que, a las puertas del hotel Palace de Irún, le increpa y le grita: «¡Muera Lerroux! ¡Mueran los traidores y los cobardes! ¡Viva España! ¡Viva la neutralidad!» 23. Incidentes parecidos se repetirán en Cádiz, Sevilla, Granada y Córdoba 24. Como ha puesto de manifiesto Álvarez Junco, Lerroux «respondía así a la tradición nacional-belicista del progresismo, a su deseo de afirmar la presencia española como potencia en el concierto internacional y al alineamiento, natural en una formación política de izquierdas, en favor de las democracias liberales frente a los imperios autocráticos. Pero también se vieron en ello obscuros intereses personales, debido a los tratos políticos y negocios de exportación que el propio Lerroux tenía con la república francesa» 25. Lo que sí parece claro es que su posición le granjea ciertas muestras de afecto por parte de algunos sectores de la intelectualidad. Unamuno, distante y crítico con el político republicano los últimos tiempos, le felicita por su posición: «También yo —escribe el pensador vasco—, padre de hijos reclutas, soy intervencionista» 26. Ruiz Manjón comenta cómo la postura proaliada de Lerroux provoca la simpatía en los círculos intelectuales madrileños. Así, Enrique de Mesa y Pérez de Ayala hablarán de él como un patriota y como la figura más destacada de entre los líderes del republicanismo 27. Por su parte, Azaña expresará sarcásticamente: «Indudablemente Lerroux es un gran estadista, conoce las armas que hay que emplear en este mundillo político español: la corrupción y la amenaza» 28. Analizadas estas primeras quiebras que produce la declaración del conflicto, revisemos cuál es la situación que se crea en cada uno de los sectores sociales y políticos más significativos en la España de 1914. Si empezamos por las reacciones en el seno de las grandes corrientes políticas, diremos que los conservadores se agruparon —como señala Bello— detrás del neutralismo de Dato 29: «Salvando la excepción del señor Sánchez de Toca y de algún otro político de tradición anglófila y cultura latina que no han faltado nunca en los partidos moderados españoles, la masa de las fuerzas conservadoras fue neutralista por 271


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impotencia» 30. En el seno de los liberales convivían posturas radicalmente diversas, desde la explicada del conde de Romanones hasta quienes, identificados con los imperios centrales, sintieron verdadera alarma con la postura anterior. Las derechas extremas mostraron una clara inclinación hacia los imperios centrales. En el fondo, como señala Bello, se encontraba «la Kultur del imperialismo alemán frente a la civilización política parlamentaria y democrática de Francia e Inglaterra. De estas dos atracciones materializadas en el campo de batalla, las derechas españolas eligieron la más próxima a su concepción del estado y del orden social» 31. Los republicanos y las izquierdas se colocaron en una difícil situación; deseaban el triunfo de las ideas de libertad y democracia que representan Francia e Inglaterra y la derrota del Imperio germano, pero sin que ello implique que España abandone la neutralidad 32. Los socialistas no lograron articular una posición frente al conflicto 33. Fabra Ribas escribe desde París en octubre de 1915 a propósito de sus compromisos como socialistas y como españoles ante el conflicto europeo: «Como españoles debemos ser fervientes partidarios de la no intervención armada en el conflicto europeo; porque además de estar preparados únicamente para ir a estorbar, necesitamos vivir en paz para recuperar el tiempo y la riqueza derrochadas en las guerras que durante tantos años sostuvimos en el exterior y en las antiguas colonias. Ahora bien; la no intervención armada y la neutralidad oficial, no puede ni debe impedir que contribuyamos moral y materialmente, en la medida de lo que podamos, a la derrota del kaiserismo, ya que el triunfo de este poderoso aliado de los reaccionarios de nuestro país podría conducirnos —y nos conduciría seguramente— a una terrible guerra civil y a un conflicto con Portugal. En fin, como socialistas y como españoles, nos toca estar ojo avizor y actuar con todas nuestras fuerzas en el panorama nacional con objeto: [...] de recordar continuamente a la opinión y a los gobiernos, que somos vecinos de Francia e Inglaterra por los cuatro costados, y que si bien no hemos de humillarnos ante estas naciones ni ante nadie, hemos de evitar que, por torpeza o por ignorancia, encontremos mañana frialdad y hasta despego en estos pueblos que si no son nuestros aliados, conviene que sean nuestros amigos» 34. En Cataluña, Cambó adoptó una postura absolutamente pragmática; más que interesarse por la victoria de uno u otro bando, su preo272


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cupación se centraba en la posición de España después del conflicto: «A fuer de franco, declaro que no me preocupa gran cosa el que lleven la mejor parte Alemania y Austria o el que alcance la victoria el grupo de potencias que con ellas están en lucha [...]. El Congreso internacional que fije después de esta guerra la situación de todos los Estados de Europa puede constituir —no digo yo que así sea— un momento precioso para que nuestra diplomacia supla la falta de ideal colectivo del pueblo español y prepare un periodo ascensional para la vida de España» 35. Fuera del terreno estrictamente político, dos fuerzas van a jugar un importante papel frente al fenómeno de la neutralidad. En primer término, el ejército. Carolyn P. Boyd ha estudiado la política militar española durante el reinado de Alfonso XIII y afirma que «pese a propugnar la neutralidad, la oficialidad era abrumadoramente germanófila. La admiración por los ejércitos prusianos era una tradición entre los oficiales españoles desde las victorias prusianas de cincuenta años antes. Aparte de sus logros técnicos, se admiraba sobre todo la disciplina y el autoritarismo del ejército [...]. Pero el entusiasmo del ejército por la victoria de los alemanes nacía también de la antipatía frente a los aliados, en especial hacia Inglaterra y Francia, enemigos tradicionales de España». Por un lado, frente a Gran Bretaña, deseaban la victoria alemana que obligara a devolver el Peñón de Gibraltar. Frente a Francia, la actuación francesa respecto a Marruecos no había dejado de producir resquemor tras la firma del tratado de 1912. Las aseveraciones de los aliadófilos, que presentaban la guerra como una pugna entre la civilización occidental y el barbarismo germánico, eran tajantemente rechazadas por la prensa militar 36. Luis Bello resume en cuatro los factores que determinan el germanismo de nuestros militares. En primer lugar, «la sugestión del triunfo alemán rápido y aplastante y la superstición de la técnica, perfeccionada en cuarenta años, durante los cuales la casta militar constituyó en el Imperio una aristocracia laboriosa y brillante. 2.º La enseñanza recibida en las Academias militares, basada en gran parte sobre la ciencia de la guerra alemana. 3.º Los roces, en ocasiones demasiado bruscos, entre nuestro ejército y el francés en la zona marroquí [...]. 4.º La reacción hacia la derecha de una gran parte de este ejército que fue en el siglo XIX instrumento de la libertad y de la revolución» 37. 273


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No hay discusión a la hora de afirmar que los sectores católicos españoles optaron generalmente por la germanofilia. Edmundo González Blanco, en su detallado análisis España ante el conflicto europeo, comenta este hecho: «En lo social, conservadores no católicos y católicos muy liberales patrocinan la causa germánica». González Blanco alcanza más allá y realiza un pormenorizado estudio sobre las causas de la germanofilia de los católicos españoles. Apunta, en primer lugar, el hecho de que Francia no es católica: «Francia es anticatólica en sus instituciones, son anticatólicos su Gobierno, sus leyes, su prensa, la inmensa mayoría de sus producciones literarias, su enseñanza oficial...». Del catolicismo inglés no se puede predicar nada mejor: «Se exterioriza únicamente en obras ordinarias de piedad, que no trasponen los muros de los templos [...]. La situación del catolicismo en Inglaterra es la del que respira desmayado en la planicie después de subir penosa montaña. De ahí su debilidad, mejor dicho, su impotencia para contener o desvirtuar movimientos de reivindicación anglicana». Por contra, el «catolicismo alemán hierve en vida y energías [...]. La esencia del espíritu alemán es la esencia misma del protestantismo o cristianismo reformado, y esta clase de cristianismo constituye, en materias religiosas, el acto de independencia de la razón humana» 38. No obstante, la Iglesia se encontró desde el primer momento con el importante dilema de «atender a las apelaciones desesperadas de los católicos belgas y del cardenal Mercier o a los intereses de orden moral y material que unen al Pontificado con el Imperio austro-húngaro» 39. En el mundo de la intelectualidad el conflicto bélico produce una importante quiebra. José María Salaverría, germanófilo de pro, dibuja la situación desde el plano cultural: «Con una unanimidad que asusta, los intelectuales latinos se han puesto al servicio de los aliados. Pero en España ha sido más evidente la unanimidad, más digna de preocupación. Ello importa una cualidad gregaria, zurda, irresponsable, de nuestro mundo intelectual [...]. Mediante una santa simplicidad, característica de los medios literarios, poco trabajados, se ha resuelto el conflicto todavía más expeditamente: todo germanófilo, así, está incluido en las huestes reaccionarias. Unos cuantos señores, por parte milagrosa, nos hemos visto transformados en carlistas sin apelación, sin excusa, ni remedio». Salaverría denuncia la simplicidad y el esquematismo con el que es tratado un problema tan complejo; le sucede 274


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algo parecido a lo que ocurre con Baroja; se halla frente al difícil camino de situarse junto a Alemania y no cargar con todas las connotaciones negativas que tal decisión implica. «¿Pero es —se pregunta Salaverría— admisible, en un país positivamente neutral, la existencia de una tiranía de literatos que niegan a otros tan literatos como ellos el derecho a discrepar? [...] Lo singular de esta guerra, en el sentido intelectual, es que los adeptos de los aliados se ufanan como defensores de la libertad y se portan, en efecto, precisamente como despóticos, en el sentido más triste de la intolerancia» 40. La revista España aparece en medio de este torbellino en el que aliadófilos y germanófilos luchan por atraerse la mayor cuota posible de la opinión pública española. España significa un importante hito en el seno de la propaganda aliadófila a la que se adscriben sin renuencias los componentes del grupo generacional. Si los hombres del 14 son aliadófilos, España significa el instrumento básico para proyectar ese sentimiento en la sociedad española. Si analizamos el contenido de la revista durante 1915, año de la dirección de Ortega, podemos diferenciar todos los matices de esta aliadofilia militante que vertebra a la publicación. Pero vayamos por partes. Al lector contemporáneo de la revista le sorprende el tratamiento de algunos temas relacionados con el conflicto desde sus primeras entregas. Así, en el segundo número se da inicio a una encuesta titulada «Después de la guerra». El tono intelectual de la propuesta es indudable se trata de pedir la opinión a una serie de destacadas personalidades, ajenas básicamente al mundo ejerciente de la política, sobre la siguiente cuestión: ¿qué corrientes políticas, sentimentales e ideológicas dominarán en Europa después de la paz? Ortega envía la cuestión a Unamuno, Ramón y Cajal, José Rodríguez Carracido, Juan Madinaveitia, Armando Palacio Valdés, Joaquín Sánchez de Toca, el arzobispo de Tarragona, Ramón Turró y Luis Calpena. De la lectura de las contestaciones se desprende un indudable deseo por la restauración de una paz sustentada en la victoria de los aliados. Unamuno califica el conflicto bélico como una «lucha de la democracia popular contra el imperialismo de Estado». Europa se ha visto arrastrada por una ola germanizante cargada de dogma y ortodoxia, «Francia [...] dejó que invadiese su Universidad la técnica inespiritual del mandarinato tudesco». Unamuno predice un retorno al ro275


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manticismo, a la intuición, a la fe en el libre albedrío, a la genialidad... «Irá obscureciéndose aquella ramplonísima filosofía sedicente científica, aquella nueva y no menos bárbara escolástica, y la filosofía volverá a ser, ante todo, creación, poesía [...]. Yo por mi parte me preparo a resurgir romántico y herético» 41. En carta a Ortega comentará y enmendará esta parte final del artículo: «Acabo de ver, mi querido amigo, el segundo número de España y en él mis líneas y en éstas al final una errata que altera totalmente el sentido. Yo escribí: “Yo por mi parte me preparo a un resurgir romántico y herético”. Y la suprensión del un cambia del todo el sentido. No soy yo, es el mundo del espíritu el que espero que resurja así» 42. Tanto Ramón y Cajal como Rodríguez Carracido insisten, con tintes cientifistas, en la guerra como producto de la degradación humana 43. El segundo, mucho más metafórico, afirma que «los pueblos se precipitan unos sobre otros con la misma inevitable fatalidad que estallan las tempestades en la atmósfera y se despeña el agua en los valles» 44. Es interesante comprobar cómo surge una visión de los comportamientos humanos que nos remite a diferentes valoraciones de los pueblos y las culturas. La idea de que, en el fondo, lo que nos separa por encima del concepto territorial de Estado son diferencias genéticas y raciales no aparece superada todavía. Palacio Valdés, desmoralizado, plantea el conflicto como una lucha entre el ideal germano y el latino. Mientras que el primero ha elaborado un concepto de Estado según el cual los buenos son los fuertes y los malos los débiles, «nosotros, los latinos, cuyo instinto vital ha disminuido, somos decadentes, impotentes y debemos dejar el sitio libre a la raza germana cuya vida se halla en progreso y representa lo más alto y espléndido de la humanidad». La revista España será terreno apropiado en el que se proyecte una de las manifestaciones más destacadas del conflicto en la opinión pública española. Si la guerra produce un profundo cisma en la sociedad, éste lo es más intenso en el ámbito intelectual. Por ello, el conflicto bélico depara entre los círculos periodísticos, académicos y culturales una suerte de enconada batalla instrumentalizada a través del genuino medio de expresión en estos cualificados estratos sociales: el manifiesto. 276


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Se ha llegado a calificar al conflicto mundial en relación a España como de guerra de manifiestos. En efecto, a lo largo de sus primeros años ven la luz algunos manifiestos que apoyan a alguno de los dos bandos contendientes. En el segundo número de España se publica el «Manifiesto de los “Amigos de la Unidad Moral de Europa”» 45. El artífice espiritual del nacimiento de este manifiesto es Eugenio d’Ors. El escritor catalán manifiesta sus inquietudes derivadas del conflicto en las cartas que titulará Tina i la Guerra Gran; allí encontramos un proyecto europeísta por encima de las banderías que guerrean en Europa: «¿Qué me importa, en la presente lucha, vuestro anhelo, camaradas? ¿Votáis por Francia? ¿Votáis por Alemania...? ¡Mi voto es por Europa! ¡Mi anhelo es por la reconstitución mística del Imperio de Carlomagno; desde Colonia al Ebro!» 46. D’Ors proclama un europeísmo cultural de difícil encaje con las disputas nacionales en las que se halla enzarzado el continente. La frase clave del manifiesto es esta: «El principio de que partimos es que la terrible guerra que hoy desgarra al cuerpo de nuestra Europa constituye, por definición, una Guerra Civil». En efecto, si partimos, como lo hace el manifiesto, de la «creencia irreductible en la unidad moral de Europa», el conflicto europeo supone una lucha de aniquilación entre dos partes de un mismo ente colectivo: «No le ha de ser lícito, pues, a ninguna de las partes en pugna trabajar por la destrucción completa del adversario». Ante la amenaza de naufragio europeo debe imponerse esa creencia en unos valores eternos, supranacionales, que hacen posible que hablemos de Europa como unidad moral; ésta es la tarea que se trata de abordar desde el grupo catalán: «Para primer paso de la obra, nos esforzaremos en dar la mayor publicidad posible entre nosotros a la noticia de cuantos hechos, declaraciones y manifestaciones se produzcan, bien en los países belígeros, bien en los neutrales, y en que se revele la restauración de un sentido de síntesis superior y de altruidad generosa». El manifiesto llama a la colaboración: «No pedimos otra cosa a nuestros amigos, a nuestra Prensa, a nuestros conciudadanos, que un poco de atención a estas palpitaciones de la realidad, un poco de respeto a los intereses de humanidad superior, un poco de amor a las grandes tradiciones y a las ricas posibilidades de la Europa una» 47. Al manifiesto se adhieren la revista España y la sociedad El Sitio, de Bilbao. A favor del mismo se significan, allende nuestras fronteras, 277


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Romain Rolland, Arturo Farinelli, Benedetto Croce y Bertrand Russell. Diversos movimientos como Au Dessuis de la Melé, en Francia; la Union of Democratic Control, en Londres; la Ligue des Pays Neutres, en Suiza, y el Nederlandische Anti-oorlog Raad, en Holanda, se solidarizan con D’Ors y su manifiesto. El mayor de los apoyos es el de Romain Rolland, que había dado a la luz en el Journal de Genève, el 9 de enero de 1915, un artículo titulado «Pour l’Europe. Un manifeste des écrivains et des penseurs de Catalogne» 48. En el número siguiente al de la publicación del manifiesto leemos en España una columna de adhesión: «ESPAÑA, desde Madrid, se adhiere al manifiesto escrito en la ciudad hermana». El anónimo columnista afirma: «Podíamos resumir en estas palabras su contenido: ¡Paz en la guerra!». Se recalca desde luego el carácter civil, fratricida de la contienda, y se reclama la salvación de Europa, por encima de sus naciones, apoyada en un consecuente neutralismo: «Pensar que Europa pueda prescindir de Alemania o de Francia o de Inglaterra es una mentecatez sólo explicable por la simplicidad o la demencia del que lo piense. No es esto decir que no nos coloquemos con el deseo en favor de uno u otro de los grupos contendientes» 49. El manifiesto orsiano representa, en el estado más puro que cabe, la identidad del más equidistante de los neutralismos. Reconozcamos los derechos y virtudes de Europa por encima de los patriotismos que la componen. Pero D’Ors y su grupo serán de inmediato atacados y despreciados como germanófilos 50. D’Ors se lanza, en esta espiral de europeísmo ascendente, a la crítica de posiciones aliadófilas como la de Unamuno: «Yo sé por qué es adversario de Alemania don Miguel de Unamuno. Yo sé que es adversario de Alemania porque es también, en lo íntimo de su corazón, adversario de Francia. Porque es con plena conciencia y en explícita definición, adversario de Europa» 51. Lo paradójico de la cuestión es que, dada la presión crítica ejercida sobre el grupo orsiano por parte de los aliadófilos, los primeros se verán compelidos a situarse en posiciones germanófilas. Sostendrán, incluso, que llegaban a la germanofilia porque sus detractores les forzaban 52. El caso más evidente viene protagonizado por Manuel de Montoliu, quien, fiel a la proclama de Eugenio d’Ors —«mientras duren las luctuosas circunstancias presentes jamás cesará mi voz de predicar junto a él la indestructible unidad de Europa, la imprescindible 278


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cooperación que en nuestra definitiva educación nacional, han de tener Francia, Inglaterra y Alemania, esas tres gloriosas Europas hoy en lucha por el querer de un destino diabólico» 53—, fiel al llamamiento de Eugenio d’Ors, decíamos, tenderá forzosamente al germanismo inducido por el acorralamiento aliadófilo: «De aquí viene que nosotros, que lo único que somos en el fondo [es] perfectamente neutrales, y nos hallamos en el equilibrio perfecto de las simpatías hacia las tres culturas maestras, hayamos de hacer acto continuamente de germanofilia ante los apasionados ataques de que es objeto, por parte de muchos compañeros, esa porción selecta de la moderna cultura humana que se llama Alemania» 54. Un segundo manifiesto proveniente de Cataluña se publica en España. «Pintores, hombres de ciencia, autores dramáticos, músicos, políticos, poetas, industriales, escultores, comerciantes, críticos, dibujantes y periodistas de Cataluña han firmado y publicado un Manifiesto en que hacen votos por el triunfo de los aliados» 55. El texto es rotundamente aliadófilo y ejerce de respuesta a las acusaciones de germanofilia en las que se ve envuelto el grupo de D’Ors: «Nuestra convicción es que en la guerra actual los supremos intereses de la justicia y de la humanidad piden la victoria de los Estados de la Triple Inteligencia»; el amor que se proclama por Bélgica, por Serbia o por Inglaterra se intensifica cuando se trata de Francia, «vecina de Cataluña por la tierra y por el alma, en donde, Pirineos allá, tenemos hermanos nuestros, gente de nuestra raza, de nuestra sangre, de nuestra lengua». El manifiesto recalca los crueles procedimientos militares germánicos que han «hecho retroceder los sistemas de lucha a los siglos pasados y han degradado la fuerza, haciéndola instrumento de venganza y de temor» 56. La prensa aliadófila en Cataluña tiene su máximo exponente en la revista Iberia, que contará con un elenco de colaboradores entre los que destacan: Miguel de Unamuno, Ramón Pérez de Ayala, Luis Araquistain, Salvador de Madariaga y, entre los catalanes, a Antonio Rovira y Virgili, Jaume Brossa, Gabriel Alomar, Josep Carner, Josep Maria López-Picó, Lluís Nicolau d’Olwer, Prudenci Bertrana y Joaquim Montaner. El semanario será un cálido receptáculo de cualquier manifestación aliadófila y aparece dotado de una excepcional presentación gráfica con abundancia de fotografías y caricaturas. 279


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En el número 24 de la revista España se publica el más importante manifiesto aliadófilo. Se trata del «Manifiesto de Adhesión a las naciones aliadas». Había visto la luz el 5 de julio en Francia, y apenas cuatro días después aparece en España. Quienes suscriben el manifiesto en nuestro país representan el bloque central de la intelectualidad aliadófila en la que se mezcla lo más florido de los «hombres del 14», junto con destacadas presencias de maestros finiseculares 57. Este conjunto de intelectuales firman un manifiesto «como españoles y como hombres» cuya frase central establece: «Estamos ciertos de cumplir un deber de españoles y de hombres declarando que participamos, con plenitud de corazón y de juicio, en el conflicto que trastorna al mundo. Nos hacemos solidarios de la causa de los aliados, en cuanto representa los ideales de la justicia, coincidiendo con los más hondos e ineludibles intereses políticos de la nación». El manifiesto contextualiza su respuesta ante una «coyuntura máxima de la historia del mundo» de la que España no puede quedar apeada «a modo de roca estéril, insensible a las inquietudes del porvenir y a los dictados de la razón y de la ética». El manifiesto razona la necesaria opinión ante el conflicto al establecer que «no sería [sic] bien en estos momentos de gravedad profunda, de intensa religiosidad, cuando la especie humana sufre sin cuento engendrando una más apretada y fraterna solidaridad, [que] España, por el apocamiento de los políticos responsables, apareciera como una nación sin eco en las entrañas del mundo» 58. El propio semanario se hace eco de los comentarios que ha suscitado el manifiesto en la prensa madrileña. Tan sólo El País y El Liberal comentan el evento. El primero saca a relucir algunas ausencias entre los firmantes, así las de Gómez de Baquero, Pío Baroja, Ramón y Cajal, Mateo Inurria o la del pintor Villegas. La más profunda carga crítica se dirige contra los diarios desafectos a la causa aliadófila que tildan al manifiesto de no contener «ninguna idea clara». Frente a esta postura España establece: «Primero: que la opinión pública española no puede estar contenida en los denuestos de plumas y gacetas mercenarias. Segundo: que la neutralidad del Gobierno no puede entenderse como la neutralidad de la nación. Valdría tanto como suponer que España había dejado de existir. Tercero: que hay un grupo de españoles que participan, por sentimiento y 280


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raciocinio, en el conflicto europeo, echándose del lado de los aliados. Cuarto: que la idea de Patria está subordinada a la idea de humanidad [...]. Y quinto: que siendo la cultura un fenómeno universal, los pueblos débiles pueden cumplir igualmente su misión histórica y tienen el mismo derecho a la vida que los fuertes» 59. El anónimo comentarista destaca un hecho importante y que constituye uno de los datos más interesantes que se derivan del estudio de los aliadófilos españoles: la mayoría de los intelectuales de esta orientación conocen en profundidad —incluso se han educado allí— el mundo germánico. La revista acoge una tercera manifestación colectiva. En este caso, un manifiesto dirigido por católicos españoles al rector de la Universidad de Lovaina con motivo del aniversario de su destrucción: «El incendio de la Universidad de Lovaina ha merecido y merecerá eternamente la execración de todos los hombres que no se avienen a admitir la primacía de la fuerza sobre el derecho; antes al contrario, entienden que la fuerza ha de ser siempre la esclava y el brazo inconsciente que necesita el espíritu para realizar la misión que Dios le ha marcado en el mundo» 60. Firman el documento un nutrido número de abogados, profesores de derecho, diputados y periodistas, entre los que destacamos a Pedro Sangro y Ros de Olano, Juan de Hinojosa, Antonio de Valbuena, Álvaro Alcalá Galiano, Luis Jordana de Pozas y el marqués de Pidal.

POLÉMICAS CON LA GERMANOFILIA: LOS CASOS DE ABC Y BENAVENTE

La Gran Guerra enrarece el ambiente político y cultural. Los jóvenes intelectuales del 14 muestran su aliadofilia salvando la grandeza cultural alemana; en el polo opuesto se encuentran con los sectores más conservadores del espectro ideológico y sus órganos de prensa. La polémica bélica, lejos de mantenerse en los estrictos límites de la rebatiña sobre la neutralidad o la intervención, desata odios acumulados y hace aflorar un enfrentamiento que se encontraba soterrado. Los intelectuales del 14 rompen el envoltorio que los había preservado y reciben fuego cruzado desde ciertos sectores de la prensa madrileña. Or281


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tega y sus correligionarios se enzarzan en debate con Abc en una muestra de inusitada dureza verbal. Las polémicas con la germanofilia devienen en polémicas de una generación que mostraba sus armas políticas de manera progresivamente eficaz. El fondo ideológico que habían aportado al reformismo, los guiños a Canalejas y el eco en progresión exponencial que iban adquiriendo sus órganos de prensa ponen en guardia a los círculos conservadores madrileños. En el fragor dialéctico que se genera en torno a la división de la opinión pública española en aliadófilos y germanófilos, España protagonizará alguno de los más sobresalientes ejemplos de esta enconada lucha de verbo e ideas. La polémica —género intelectual por antonomasia— se convierte en especie que se prodiga en el primer año de existencia del semanario. Así ocurrirá con el diario Abc. La polémica entre los dos medios se inicia, por parte de España, en la sección de Ramón Pérez de Ayala, «Apostillas». El novelista asturiano viene a criticar la costumbre del periódico madrileño de apostillar sus predicciones confirmadas sobre el conflicto con la frase: «Los hechos han venido a darnos la razón», y dedica toda su corrosiva crítica a la sección «Gráfico de la guerra» del periódico madrileño, especializada, a su entender, en el falso augurio. Respecto al conflicto bélico se sustancia una valoración progermana: «Abc es víctima de la superstición teutónica, está seguro de la superioridad alemana y del triunfo de Alemania. Pero esto no quiere decir que Abc sea germanófilo. Abc rechaza igualmente este remoquete [...]. Nunca se había mostrado Abc tan compuesto y amigo de las buenas formas como con ocasión de la guerra» 61. Con motivo del cumplimiento de los diez años de existencia del diario Abc, éste publica una serie de opiniones de destacadas personalidades sobre el periódico. España critica la afinidad al medio de todos los encuestados y la ausencia de grandes personalidades como Unamuno, Galdós, Baroja, Azcárate y otros. A renglón seguido España manifiesta su opinión sobre el «diario alfabético». Tras elogiar el aspecto técnico y tipográfico del periódico, España pasa cuenta de sus contenidos: «Debemos confesar que ideológicamente es el Abc el periódico más funesto de España». Le acusa España de ser un periódico que ha apoyado causas retrógradas y combatido las más liberales, al tiempo de ser propagador de las «doctrinas y tendencias más perniciosas para el 282


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progreso político de España». El semanario ataca con dureza: «La fuerza de Abc proviene de sus grabados y de su aceptable información, pero especialmente de que su nivel mental medio corresponde a la mediocridad pensante de las clases conservadoras acomodadas». Para España el diario madrileño se asemejaría al Daily Mail y a Le Matin por estar dirigido a un público que no participa de grandes ideales, sino que más bien compra un periódico para que otros piensen por él. «Felicitamos —concluye irónicamente España— al Abc como empresa industrial, le leemos a diario, como Juan Belmonte, y le tenemos en el índice de los que son los mayores enemigos de una España más liberal y más rica en substancias espirituales» 62. Abc contesta el domingo 6 de junio de 1915 con una columna sin firma. ¿Qué es España para Abc? «España es el órgano personal de la sabiduría del catedrático D. José Ortega y Gasset; es la tribuna donde este joven metafísico y otros jóvenes escritores trascendentales, entristecidos por la decadencia nacional, vocean su melancolía y pregonan su desacuerdo con todo lo que les rodea. España es en la Prensa una tentativa que tiene muchos precedentes. De tiempo en tiempo aparece un grupo de jóvenes heroicos dispuestos a demoler lo que puedan; cuando se cansan de predicar a la nación, desatenta y distraída, y de ver que España sigue tercamente su mal camino, llegan otros jóvenes renovadores con su correspondiente semanario y con las mismas formidables empresas políticas [...]. Claro está que en el curso de las generaciones, la tentativa se hace vieja [...]. Pero el que sea cada vez menos eficaz y más candorosa, por consiguiente, es lo que hace más simpática la aparición de estos semanarios paradójicos, que representan la tradición de los anti-tradicionalistas y forman una parte curiosa y amena, la parte divertida de la Historia». Abc repara en los ataques que le dirige «el semanario metafísico». Contra la descalificación de sus doctrinas e ideología no hay pesimismo alguno porque se «reconoce que son reflejo del pensamiento nacional. Este sufragio es para nosotros el requisito de conciencia que nos tranquiliza contra los censores» 63. España acoge positivamente el hecho de encontrar eco en Abc, aunque no acaba de comprenderlo. «Si España es un “periódico paradójico” escrito por un grupo de jóvenes utópicos y desconocido de casi todos los lectores de Abc, cuesta comprender que el diario alfabé283


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tico le dedicara nada menos que media página. Suponemos que no será simple generosidad, tratándose de un periódico como Abc donde España está acostumbrada a pagar 2,50 pesetas por línea por su anuncio semanal» 64. España, en sus columnas sin firma, no comprende con cierta ironía que Abc, periódico que olvida la crítica de libros mientras que siente auténtica devoción por la crítica de toros, «haya regalado media plana a España, no siendo ni siquiera un periódico taurino». El semanario que dirige Ortega recuerda las palabras de elogio con que fue recibido desde las páginas de Abc: «Gente ni del todo moza ni del todo vieja, lo suficientemente reflexivos para que sus enardecimientos no degeneren nunca en ciega acometividad y lo bastante independientes para no acatar prejuicios que momifican ideas, prestarán a las páginas del nuevo semanario las galas de un fecundo ingenio y la autoridad de una sólida cultura». ¿Por qué este cambio de postura?, se plantea España. España descalifica duramente al periódico madrileño, al que acusa de «paladín de toda política férreamente autoritaria [...], de toda tendencia militarista; en suma, de todos los enemigos del pueblo español. Abc es el viejo y eterno odio a la libertad, modernizado, envuelto en galas ajenas, las de la técnica tipográfica, y no las del espíritu propio». Si Abc había incidido contra Ortega, España lo hará contra Luca de Tena, a quien se da por fracasado en otros intentos periodísticos —Gente Menuda, Ecos, Actualidades, Gedeón o Blanco y Negro— y que ha levantado Abc sobre cuatro pilares: la carga gráfica del diario, los concursos, la «actitud defensiva de los intereses de las clases acomodadas» y, por último, «una hábil manipulación industrial del concepto de patriotismo». Por ello no duda el columnista en calificar al periódico como «una síntesis de exposición gráfica, de rifa popular, de Compañía de seguros y de industria del patriotismo» 65. Con tono sarcástico replica el Abc el día 13 de junio de 1915 y se dirige hacia los periodistas de España como «los pedagogos» o «los doctores de España». Rechaza la omisión de la crítica de libros («la que algunos autores nos envían de sus obras —con la sinceridad que es de suponer—, ésa es la que no publicamos» 66); proclama el prestigio de alguno de los colaboradores del semanario y justifica que el «bombo» dado a España se dirigió exclusivamente a reconocer los contenidos del programa editorial del primer número. 284


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España se reafirma en sus críticas: «Era necesario decir que Abc es uno de los periódicos españoles más vulgares, aunque vista levita la mayor parte del vulgo que acepta su criterio como artículo de fe [...]. Abc es, simplemente, un periódico vulgar, órgano de la incultura bien trajeada» 67. España trata de zanjar la polémica y así se lo comunica a sus lectores. Pero Abc replica; desmiente la acusación de cobrar por las críticas de libros —«al insistir en esta afirmación, el citado semanario comete a sabiendas una falsedad» 68—, y desafía a España para que justifique cualquier fuente de ingresos diferente a la publicidad 69. España volverá a la carga: «Lo que dijimos y seguiremos diciendo es que Abc no publica nada que comercialmente no rinda sus beneficios, sin que por esto se entienda que cobre directamente a las personas de las cuales se ocupa». Lo que sí afirma España es que Abc renuncia a la crítica de libros porque «el aumento de venta que producen esas críticas no compensa ni mucho menos el espacio que ocupan»; se trata de renunciar a «esta forma educativa de su público» por razones económicas. «A nosotros —continúa España— nos parece inmoral según el criterio que tenemos de la función educativa que debe desempeñar la Prensa. Creemos que un periódico no debe de ser una empresa puramente industrial, esto es, una empresa donde todo se supedita a la ganancia, volviendo por completo las espaldas a cuanto signifique educación desinteresada de la comunidad» 70. En el mismo número 22, España publica una encuesta: «¿Qué opina usted de Abc?», con el objeto de corroborar que Abc no es un periódico popular. Contestan: Valle-Inclán, M. García Cortés —concejal del Ayuntamiento de Madrid—, Gonzalo R. Lafora, Andrés Ovejero, Rodrigo Soriano, Faustino Prieto, Ramón María Tenreiro, Eduardo Barriobero, Francisco Bernís, Enrique de Mesa, Miguel de Unamuno y Antonio Machado. Valle y Unamuno escapan del compromiso justificando que no leen el periódico madrileño. Antonio Machado, muy escueto: «Mi opinión es, sobre poco más o menos, la de ese periódico», refiriéndose a la de España. Enrique de Mesa y Ramón María Tenreiro, por poner dos ejemplos, son más beligerantes. El primero afirma que «Abc es el Sansón Carrasco de la prensa española»; Tenreiro diferencia: «En grabados, número de páginas, precio... verdadera honra de la Prensa de España. En cuanto al espíritu, ni una sola vez, en los diez años de su 285


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existencia, riñó Abc batallas por ninguna cuestión central de los verdaderos problemas españoles» 71. A través de este enmarañado cúmulo de réplicas se desvela una diferente posición de dos medios frente al papel de la prensa en la sociedad. En el trasfondo de toda esta lucha cabe afirmar que la germanofilia de Abc desempeña un importante papel. El semanario rechaza la idea de un bloque periodístico para defender la neutralidad 72. El ataque contra el germanismo de Abc se encarnará en la persona de José María Salaverría, a quien, a pesar de tener «en este periódico algunos amigos», España no perdona su corresponsalía desde París para el diario madrileño: «Por eso nos duele tanto más que esté desempeñando sin repugnancia en Abc, desde París, la macabra misión de un payaso en un entierro. No nos explicamos su devoción teutónica, sabiendo que Alemania le es tan desconocida como Sirio» 73. Una segunda polémica se entabla con otro de los representantes de la intelectualidad germanófila. La colaboración de Benavente en el El Imparcial es foco permanente de conflicto con el semanario. Luis Araquistain inicia la polémica con una crítica a las palabras del dramaturgo que culpan a Inglaterra —frente a las disculpas de sus intelectuales— de la guerra y acentúa su carácter de opinión injustificada enmarcándola en una posición de hispanofilia a la que se llega por «esa otra forma de dogmatismo»: la pereza o la cobardía intelectual; «el prestigio del Sr. Benavente como dramaturgo no puede servirnos para sus juicios históricos» 74. Tras la respuesta de Benavente en el El Imparcial del 7 de marzo de 1915, Araquistain vuelve a recalcar la insolidez de las argumentaciones del dramaturgo: «Lo que él juzga traición de Inglaterra no es más que un producto de su intuición artística». En lo que desea incidir ahora Araquistain es en el apoyo indirecto que recibe de El Imparcial. Para ello articula un discurso que deriva en entusiasta apología de la fuerza regeneradora que puede inyectar la capacidad pedagógica de un periódico: «Un gran periódico, una gran fuerza educadora y orientadora, como es la Prensa, no tiene derecho a crear comedias, a afirmar sin presentarse con las pruebas en la mano [...]. En el mejor de los casos, un periódico debe ser como una Universidad popular donde se le eduque al pueblo a moverse por motivos de justicia eterna y universal [...]. Un periódico que hubiera querido educar a su público 286


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en el sentimiento de la justicia debió comenzar, apenas estallado el conflicto, por exponerle sus orígenes, los antecedentes y los hechos iniciales. Después, si era más realista que idealista, debió examinar serenamente la conveniencia para España de que triunfaran unos u otros». Araquistain desecha incluso su particular sentimiento aliadófilo para poner por encima los razonamientos plenamente justificados, fuera de la esfera de apreciación subjetiva: «No nos importa que El Imparcial sea germanófilo, con tal de que lo fundamente en razones ideales o prácticas [...]. Pero un periódico como El Imparcial no puede sacrificar los intereses nacionales a un vaivén del sentimiento individual» 75. Ramón Pérez de Ayala toma el relevo en el combate dialéctico con Benavente. Con ocasión de la crítica de la obra El collar de estrellas se descarga de nuevo contra el dramaturgo: «No recordamos de ninguna agudeza del Sr. Benavente que no fuese una alusión al sexo o un menosprecio a la persona». Pérez de Ayala critica el tono ideológico de su columna en Los Lunes de El Imparcial. Benavente vuelve a la ofensiva al traer a colación una carta de Francisco Giner de los Ríos en la que se declaraba partidario de Alemania y los redactores de España saltan de inmediato en defensa del padre del institucionismo: «Admitir la posibilidad de que D. Francisco Giner prefiriera, en lo esencial, Alemania a Inglaterra, es desconocer por completo su pensamiento, su obra y su vida» 76. Otra «Sobremesa» volverá a desencadenar las iras de los redactores de España. Benavente se defiende de las acusaciones de germanofilia por parte de algunos republicanos y lanza los nombres de Emilio Castelar y José Carvajal como precedentes y como justificación: «Con estupor y rubor leímos la última “Sobremesa” del Sr. Benavente en El Imparcial del lunes. Nos produce este señor el efecto de un hombre que se ha caído en un cenagal y que más se hunde cuando más esfuerzos hace por salir» 77. De nuevo, las críticas indirectas las recibe El Imparcial: «Lo más extraño es que un periódico tan mojigato como El Imparcial se atreva a publicar artículos de esta índole. ¿No teme que muchos padres se borren como suscriptores para evitar enojosas explicaciones a sus hijos adolescentes? [...]. A este paso, va a haber que leer la prensa española, empezando por el grave Imparcial, con un aparato parecido a esos que los soldados emplean en Francia contra los gases asfixiantes» 78. 287


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LA ALIADOFILIA DE LA GENERACIÓN DEL 14 A TRAVÉS DE UNAMUNO Y ORTEGA

La aliadofilia de la Generación del 14 se presenta como emblema con una gran carga aglutinadora. Será incluso motivo para tender trincheras comunes con algunos maestros de la generación anterior; el caso más significativo es el de Unamuno. Pero esta aliadofilia no se ofrece con contornos uniformes. Unamuno y Ortega constituyen dos muestras muy significativas del sentimiento antigermano. El pensador vasco concibe la guerra como síntoma de un conflicto de culturas en el que la germana representa la ortodoxia religiosa e ideológica, el imperialismo inquisitorial del tecnicismo, el racionalismo y el cientifismo, mientras que en lo político Alemania es una democracia corrupta y organizada militarmente. Frente a ello Unamuno proclama un cristianismo heterodoxo, con derecho a la herejía, y una idea de libertad que alimente nuestras polémicas tanto internas como externas. Para ello no duda en justificar el conflicto y rechazar la neutralidad española. Ya hemos comentado el papel que cumple Unamuno como líder espiritual de los hombres del 14. El catedrático nos desafía con una firme posición junto a la postura aliada. En opinión de don Miguel, la guerra europea va más allá del simple enfrentamiento armado entre naciones. El conflicto pone en evidencia un choque entre dos maneras de concebir el mundo y la cultura que se muestran antagónicas: «Hay por lo menos dos culturas, o si se quiere, dos tipos diversos de cultura, frente a frente. Y una de las maneras de que lleguen a armonizarse es la guerra» 79. Alemania representa lo que Unamuno denomina la Kultur, concepto al que apuntará todas sus críticas. La Kultur, peyorativamente, engloba todo lo que de negativo tiene una visión de la vida y del mundo estructurada bajo unas coordenadas cuasi metafísicas: «Decíame José Ortega y Gasset en una de nuestras conversaciones últimas que lo característico de la cultura alemana, de esa Kultur a que he hecho tantas veces objeto de mis chanzas, no es precisamente el especialismo ni la técnica, sino la filosofía. Que cualquier especialista alemán, el más especificado, el más técnico y más tecnicista, lleva implícita una concepción total filosófica [...]. Y creo que tiene razón. Y que ésa es la verdadera fuerza de la Kultur» 80. 288


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Esta Kultur, que encarna la faz del mundo germánico, se contrapone a la idea —básicamente inglesa y francesa, latina y anglosajona— de civilización: «En cambio, la voz Zivilisation nunca ha logrado gran favor entre ellos. El énfasis de este término: civilisation ha sido más francés e inglés. Y junto a él tenemos la civiltà, la civilidad italiana, que adquiere otro matiz» 81. Alemania trata de imponer su concepto de cultura, su Kultur, que se identifica con una suerte de nueva religión, de nueva ortodoxia militante que vendrá a imponerse con el triunfo germánico, una ortodoxia racionalista heredera del luteranismo, «y hay que convertir al mundo a ella a cañonazos. ¡Como se ve, Inquisición pura!» 82. En carta a Ramón Turró podemos contemplar de manera diáfana los nuevos temores que acechan al filósofo: «Ahora que la guerra nos ha trastornado todo [...]. Me aterra el exclusivismo de la Kultur, del puro tecnicismo, del mecanicismo, de la impersonalidad. Todo eso hace falta pero no basta. La ortodoxia cientifista, racionalista, es tan terrible como otra cualquiera» 83. El pensador vasco se aterra ante el modelo de pensamiento alemán que, al contaminar a la táctica militar, puede convertir a Alemania en una nación imbatible: «Veo [...] el triunfo del mecanicismo, del tecnicismo, de la impersonalidad y de la pedantería. No son brutos, naturalmente, son pedantes de brutalidad, brutos. Más que soldados... catedráticos! No maestros en el arte de la guerra, sino catedráticos de la ciencia de la milicia» 84. La cultura alemana y su hipotética imposición al resto de Europa tienen dos graves implicaciones. La primera estaría relacionada con la puesta en peligro del sentido cristiano de los pueblos meridionales; la segunda traería como consecuencia la imposición de un modelo político absolutamente inmovilista y jerarquizado. De la lectura de los artículos y cartas de Unamuno en el periodo incial de la conflagración europea surge la impresión de que la amenaza del germanismo es también una amenaza al sentimiento de lo religioso en los países aliados. «La guerra me absorbe una gran atención [...], en esta ocasión creo que Francia lucha con Inglaterra y Rusia por el porvenir de la civilización cristiana contra la Kultur pagana germánica» 85. La invasión alemana implica, sin duda, la crisis del modelo espiritual en Francia, Italia y España. Unamuno juega en sus artículos con las ideas de religión y de cultura: «Cuando leo a los apóstoles y profetas 289


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del nuevo paganismo Made in Germany, paganismo de fábrica, industrializado [...], cuando leo todo eso, de un bárbaro materialismo que no reconoce la materia, me entristezco pensando cuál puede ser nuestro porvenir espiritual» 86. Para comprender la posición de Unamuno debemos recordar su trayectoria espiritual, marcada por la constante tensión entre fe y razón. Como ha señalado Mainer: «La búsqueda angustiosa de la inmortalidad personal y el apasionado reencuentro de la fe imposible con la agonía cotidiana son las consecuencias finales de aquel conocido debate entre la pasión y la razón, iniciado al calor de su crisis religiosa» 87. Unamuno vive ahora el momento de la búsqueda interior de un camino a la inmortalidad y el abandono de la razón. «Por cualquier lado que la cosa se mire —leemos en Del sentimiento trágico de la vida—, siempre resulta que la razón se pone enfrente de ese nuestro anhelo de inmortalidad personal, y nos lo contradice. Y es que, en vigor, la razón es enemiga de la vida» 88. Afirmada la amenaza del germanismo sobre la civilización cristiana, el problema es el siguiente: ¿por qué los cristianos españoles son mayoritariamente germanófilos? Su cristianismo, el de Unamuno, no está al servicio de una posición autoritaria en lo político; al contrario 89. El germanismo cultural, con su carga de autoritarismo y orden jerarquizado, nos lleva, en el plano religioso, a la ortodoxia, «las ortodoxias todas —católica, luterana, calvinista, anglicana, nacionalista, imperialista— se entienden entre sí» 90. Si además lo es religiosa, muere el auténtico sentido que quiere dar a su sentimiento espiritual. Nueve días antes de escribir estas ideas en La Nación, le escribe a Ramón Turró: «Las ortodoxias se atraen. Por eso nuestros católicos inquisitoriales hacen votos por el triunfo de esa otra ortodoxia, de ese otro dogmatismo» 91. La misma idea surge de las palabras a Jacques Chevalier: «Aquí, en España, los defensores de los aliados, los anglófilos y francófilos no somos mayoría. El elemento católico, los conservadores, los jaimistas, los de la derecha, están de parte de Alemania. Dicen que Alemania es el orden, la disciplina, la autoridad! [sic] Es que en el fondo las ortodoxias se atraen y nuestros inquisidores católicos (??) [sic] se sienten solidarios de los inquisidores nacionalistas de la Kultur» 92. Unamuno contempla la amenaza del poder germánico en el ámbito de 290


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la espiritualidad 93. Incluso en determinados momentos llega a esbozar una religión alemana de tintes anticristianos: «Porque lo curioso es que en esa tierra del antisemitismo la religión ha tomado un cariz completamente judaico antiguo y nada cristiano. Ellos son el pueblo escogido de Dios, del viejo Dios alemán [...]. En el fondo, paganismo puro» 94. Junto al ámbito religioso, Unamuno manifiesta su rechazo al mundo germánico en el ámbito político. «Porque —escribe a finales de 1914— el régimen imperialista alemán ha sido políticamente no tiránico, sino corruptor [...]. La táctica de los cancilleres alemanes, desde el maquiavélico Bismarck, ha sido dividir, corromper y desorganizar a los partidos y fabricarse mayorías dóciles» 95. Además, la opinión pública se halla completamente anulada: «El pueblo ha delegado su verdadera soberanía en manos de una administración escrupulosa y hasta meticulosa, y cabe decir que allí no hay opinión pública» 96. En las mismas fechas, le escribe a Jacques Chevalier: «El actual Imperio Germánico, anti-democrático y corruptor, es algo tan terrible como el Imperio napoleónico francés de 1870» 97. Y no dudará en calificar el modelo político alemán como «democracia social imperialista organizada a modo militar» 98. Frente a todo lo que representa el germanismo como cultura —es decir, ortodoxia y uniformidad en lo político y en lo religioso— Unamuno contrapone los valores últimos que en definitiva representan las naciones aliadas. Esta guerra es, ante todo, un conflicto entre dos ideas de cultura que se encontraban enfrentadas en sentido latente desde hace tiempo pero que ahora exteriorizan violentamente su imposible convivencia. Ante la uniformidad germánica, Unamuno se identifica con «nuestra cultura»: «He proclamado siempre frente a esa kultur ortodoxa e inquisitorial, nuestra cultura, algo anárquica tal vez, henchida de contradicciones —¡gracias a Dios!— y donde caben las herejías todas» 99. Lo que precisamente nos otorga autonomía y personalidad propia es la posibilidad de dar cabida a la diferencia, sin la cual es imposible la auténtica libertad 100. Si hay algo que pueden aportar las naciones es la capacidad de admitir en su seno el diálogo, la confrontación de ideas; la libertad, en definitiva: «Si dentro mío, en el pueblo que soy yo, no riñeran de continuo el liberal y el reaccionario, el ortodoxo y el hereje, el dogmático y 291


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el escéptico, no sé cómo podría vivir vida interior» 101. Esta búsqueda de la libertad individual se proclama más allá incluso de los límites del propio conflicto: «Pasará la guerra y continuará en pie nuestra gran batalla, la de siempre, la de conquistar la libertad y la dignidad del alma individual [...], la de no permitir que una sociedad de hombres descienda a ser una colmena o un hormiguero, por muy prósperos y bien mantenidos que sean. Y los que queremos creer en la inmortalidad del alma humana, los que la deseamos, tendremos que seguir combatiendo contra la desenfrenada admiración a la eficacia técnica» 102. La guerra es execrable como manifestación genuina del odio y el desprecio humano; así lo manifiesta cuando exclama: «¿Francófilos? ¡No! Es triste el tenerlo que decir. Apenas se encuentran ni francófilos, ni anglófilos, ni germanófilos, ni menos rusófilos; no hay nada de filos, no haya nada o casi nada de amor, casi todo es odio —misos—, casi todo es horror —fobía— [...]. Es odio; odio ciego, odio ignorante» 103. A pesar de interpretar la guerra como manifestación profunda de violencia y rencor, Unamuno se declara antipacifista 104: «Yo no soy lo que se llama corrientemente un pacifista [...]. Mi sentimiento polémico del pensamiento no se aliaría bien con eso que se llama pacifismo» 105. Su antigermanismo le conduce a justificar la guerra en diversas direcciones, alguna irónica: «Morirá mucha gente en esta guerra, gente, por lo demás, que de todos modos habría acabado por morirse» 106. Luego se atreve a desafiar al pacifismo desde posiciones religiosas: «El pacifismo es indispensable [...]. Pero no se olvide que el Cristo mismo, el que decía a sus discípulos: “mi paz os traigo”, dijo que vino al mundo a traer la guerra. Y es que no se afirma la verdadera paz sino con la guerra». Incluso, incoherentemente, luce argumentos de corte positivista, ámbito que había defenestrado: «Las doctrinas de Lombroso y Garofalo se aplican a los pueblos lo mismo que a los individuos» 107. El elogio del conflicto viene de la mano del rechazo de la paz como inmovilismo, como estado uniformador que enerva toda propuesta de debate: «Si la paz —afirma Unamuno— amenaza llevarnos a una concordia soñolienta, a la concordia de una sociedad mercantilizada para la que no hay otra concurrencia que la económica, entonces la paz es mala, muy mala» 108. Proclamada y justificada la necesidad de la contienda, Unamuno no duda en luchar contra la neutralidad porque vendría a ser la confir292


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mación de un pacifismo claudicante: «Los que nos predican neutralidad [...] son los que quieren que seamos neutrales en nuestras discordias y disensiones interiores de principios, son los que quieren que no luchen las dos Españas —o acaso más de dos—. Y eso no puede ser ni debe ser [...]. La guerra europea ha despertado la siempre latente guerra civil española, y ha sido por ello una bendición para nosotros» 109. En su faz más extrema, el neutralismo puede ser síntoma de la aniquilación de la soberanía moral con la que nos autogobernamos como personas: «Si nos empeñamos en mantener una neutralidad moral —que es lo más monstruoso que cabe— a su respecto no tendremos tampoco conciencia moral para nuestros propios actos» 110. Unamuno será el primero en contestar, en España, a la serie «Después de la paz. ¿Qué corrientes políticas, sentimentales e ideológicas dominarán en Europa después de la paz?». Y lo hará expresando el temor absoluto a que la victoria alemana suponga un triunfo del paganismo y una destrucción de la civilización católica: «Me aterra el que se nos tradujese eso que llaman disciplina, y orden, y organización, y que no es sino la muerte de la libre conciencia personal cristiana y humana» 111. Unamuno se resuelve en España por el abandono de un neutralismo ficticio y la conversión nacional a la militancia aliadófila: «En esto de la guerra [...], hay que pronunciarse en un sentido o en otro [...]. España puede y debe convertirse en proveedora de los aliados. Puede y debe incluso suministrarle armas. Y abiertamente, como lo hacen los Estados Unidos, no de tapadillo y a contrabando» 112. Hay algo, no obstante, que la militancia aliadófila de Unamuno no presenta con matices claros y es el modelo de democracia que debe surgir del conflicto. La aliadofilia de Ortega es diferente a la de Unamuno. Exenta de cualquier sustrato religioso, tiene un sentido netamente político. La producción periodística de Ortega durante el año 1915 se cifra —salvo dos colaboraciones en La Lectura y Summa— en el conjunto de artículos publicados en la revista España. Dos son los temas que centran la preocupación del pensador madrileño: los concretos aspectos del devenir de la política cotidiana del país y el conflicto bélico que sacude a Europa. A lo largo de este año, 1915, Ortega pasa de la diplomática neutralidad activa a un rotundo posicionamiento aliadófilo, no sin antes sufrir el escozor sentimental de tener que cuestionar, en lo políti293


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co que no en lo cultural, el mundo germánico, mundo en el que había tensado su armazón ideológico de juventud. El diagnóstico de la situación de la España de principios de 1915 no se distancia del de esa España moribunda que Ortega perfiló en la conferencia de la Comedia. España se encuentra aletargada, dominada y aplastada por el peso inerte de unas instituciones que conforman un Estado completamente vacío, frente al que alza la idea de nación española, cuya fuerza motriz es el pueblo en el que reside el auténtico poder vital: «Proclamad la supremacía del poder vital —trabajar, saber y gozar— sobre todo otro poder» 113. Ésta es la misión de España: «La organización de los españoles frente al Estado español» 114. Alejados del Parlamento y del gobierno hallaremos las auténticas esencias de la regeneración nacional. Ortega insta a la sociedad civil, a la que conceptúa como nación, frente al Estado. En esta situación de declive de la voluntad nacional la guerra ha servido de revulsivo: «El primer efecto de la guerra fue aquí, como en todas partes, un despertamiento del instinto nacional (cosa muy diferente al nacionalismo)» 115. Como en Unamuno, el conflicto es interpretado en clave vitalizadora. Pero tan sólo como primer efecto, porque no hemos dado un paso más allá. Así se manifiesta cuando con ocasión de la entrada en el protagonismo bélico de Italia, en enero de 1915, expresa su oposición al aletargamiento nacional cuyo primer efecto es la actitud de neutralidad: «La cómoda, grata, dulce neutralidad ¿seguirá pareciéndonos la mejor de las políticas? ¿Nos parecerá siquiera una política?» 116. Ahora solamente hay una única razón para la neutralidad: revertir en «nuestra interna restauración» la capacidad de esfuerzo que España, al igual que los contendientes, podría sacar a relucir. Ortega dibuja el panorama de compromiso y responsabilidad del mapa europeo en donde todos los países se involucran en el conflicto y muestran «la medida de su capacidad de perdurar, de su volumen de vivir» 117, y mientras esto sucede en Europa, donde los países se esfuerzan en comprometer un futuro mejor, «nada particular nos acontece en los españoles» 118. Si se considera que España no tiene recursos bélicos para dar apoyo hacia una de las partes beligerantes, se alcanza fácilmente a entender el concepto propugnado por Ortega bajo el marbete de «política 294


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defensiva», que deviene en la idea de «neutralidad activa». En efecto: «Entre la neutralidad tal y como la piensa el señor Dato y la política de aliarse a uno de los bandos beligerantes hay una situación intermedia, que es la única seria y digna [...]. Pero de antemano estaba previsto que habría de ir engrosando día por día una tercera voz en la discordia: la voz, la política de los neutrales. Cada día tenía que ir significando esta política de los neutrales menos pasividad y más actividad. Dicho en otras palabras: la política defensiva» 119. No se trata tanto de intervenir o no intervenir, sino de manifestar, en el seno de la neutralidad, «una tercera voz en la discordia». Es el único instrumento de acción si atendemos al potencial bélico nacional 120. Esa «tercera voz» no quiere identificarla todavía con un sentimiento aliadófilo, y más concretamente anglófilo. A la altura de 1915 se conforma con reclamar una posición de neutralidad activa que proyecte la energía vital de un pueblo sobre su futuro: «Si España no manifiesta de alguna manera su energía vital ¿cómo podrá entrar por su pie en el tiempo nuevo?» 121. La idea de neutralidad como ejemplo y manifestación de una nación muerta se alcanza con rotundidad en el valioso planteamiento que Ortega ofrece en el artículo «Ideas políticas», publicado en España el 2 de julio de 1915. Allí se denuncia la idea de opinión pública como opinión enmascarada y falseada que nos proporciona dos imágenes de la neutralidad. De un lado, la neutralidad de aquellos que en el fondo se sienten germanófilos: «El círculo de los germanófilos que tan bravamente pugna por la no intervención, a nadie logra engañar. En su idioma espiritual neutralidad significa no alianza con los anglofranceses». Por otra parte —y aquí es donde sitúa un amplio círculo de opinión que se corresponde con los jefes políticos más importantes—, un ámbito de neutralidad que abarcaría a «la mayor parte de las clases nacionales que se creen cultivadas y reflexivas, las que dominan en el Parlamento y en el periódico». En este círculo sobre el que Ortega trata de operar, se produce, a la hora de enfrentarse con el problema bélico, un acto de cinismo. De nuevo, para Ortega «el esfuerzo de dinero y de sangre exigido por la contienda bélica está aún más exigido por la reconstitución interior». Pero como los dirigentes políticos carecen de voluntad para afrontar esa tarea de regeneración nacional se parapetan en el neutralismo a modo de fácil excusa para continuar 295


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sin hacer nada: «neutralidad quiere decir deseo de que la nación siga muerta» 122. La neutralidad se convierte así en un signo más que evidencia el estado moribundo del alma nacional. El 9 de abril de 1915, Joaquín Sánchez de Toca interviene en la Academia de Jurisprudencia con un discurso en el que pasa revista a la posición española frente al conflicto que abate a Europa. Ortega lo comenta en tonos de halago y se identifica plenamente con sus directrices 123. Con más detalle, Ortega entresaca aquellos párrafos que ponen de manifiesto la insensibilidad como signo de la «atrofia nacional» y la actitud especulativa ante un problema de la gravedad de un conflicto europeo. La guerra se ha convertido en nuestro país en un asunto tratado con absoluta superficialidad, «un vil apasionamiento de mesa de café», un asunto intrascendente: «No pocas veces he sostenido que la enfermedad mortal de los españoles actuales, mirada por uno de sus haces, se llama frivolidad [...]; frivolidad es simplemente una perversión de la sensibilidad, y consiste en haber perdido la perspectiva de la emoción» 124. Ortega, sobre el esquema de los planteamientos de Sánchez de Toca, responsabiliza tanto al Gobierno como al Parlamento del «fomento de la muerte del alma nacional», de esa inercia que a ninguna parte lleva, del estorbo en el camino hacia la primacía del interés general 125. La neutralidad se convierte así en una manifestación más de la muerte del espíritu nacional. Frente a la misma, Ortega irrumpe con la idea de «neutralidad activa» que tímidamente se decanta hacia el sector aliado. Será a finales de 1915 —cuando publica en España un largo artículo, «Una manera de pensar»— cuando condense y clarifique de manera radical su posición. El hecho de recibir noticias de Alemania en las que se confirma que algunos periódicos presentan a Ortega como «jefe del movimiento germanófobo» sirve de revulsivo para que declare plenamente su aliadofilia, de la que nos había ido dando perfiles desde marzo de ese mismo año. Justificada de entrada su cautela —«cuando las armas resuenan deben callar las plumas [...]. El silencio era la actitud ideal» 126— Ortega se distancia de manera tajante del infructuoso parcelamiento que conlleva el dividir a la sociedad española en dos bandos, y reconoce que sólo ha escrito sobre la guerra para, entre otras cosas, «protestar de la disensión entre “germanófilos” y “francófilos”, que me ha parecido y 296


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sigue pareciendo repugnante» 127. A pesar de todo lo cual, «los periódicos de la derecha se complacen desde hace meses en censurar mi “germanofobia”»; precisamente cuando desde esa misma orientación se le han dirigido permanentemente acusaciones de complacencia con el mundo germánico 128. Su posición frente a Alemania, frente al mundo germánico, queda estructurada en dos niveles absolutamente diferenciados y estancos. En primer término, hay que considerar el sustrato cultural germánico: «Son los maestros de Alemania a quienes debo casi todos mis pensamientos». Ortega se atreve a augurar que «cuando llegue la paz y cualquier accidente político borre de las derechas españolas ese germanismo hipócrita y oral, muchas, muchas docenas de nuevos españoles laboriosos e inteligentes seguirán estudiando con devoción, con intimidad, con gratitud, con fervor entusiasta la vida germánica, el pensamiento germánico, la técnica germánica, el arte germánico» 129. Ortega propone en este plano una clara superioridad germánica en el contexto de las culturas europeas: «Después del Renacimiento, la cultura consiste en la comunicación y colaboración espiritual de estos tres pueblos: Francia, Inglaterra y Alemania [...], creo que nunca ha superado tanto uno de esos pueblos a los demás, como en los últimos cien años ha superado en ciencia Alemania a los otros dos pueblos» 130. Dicho esto, nos plantea que el conflicto bélico nada tiene ver con el sustrato cultural: «La guerra actual no es una guerra entre dos culturas como lo fueron las nuestras de la Reconquista [...], no es una divergencia cultural el motivo ni el tema del conflicto». En la raíz del conflicto bélico se sitúan motivos de índole económico junto con otros más difusos que combinan lo anterior con lo étnico. Así comenta: «Nace esta guerra de idénticos intereses económicos que se presentan con el carácter defensivo en Inglaterra y Francia, y con el carácter ofensivo en Alemania [...]. El origen de la beligerancia alemana no es soberbia ni es ambición necia. Es una trágica necesidad de expansión». Y continúa: «Aparte de esto es una guerra étnica entre germanos y eslavos» 131. Más allá de este neutralismo, hay razones de fondo político que hacen aflorar la clara posición aliadófila de Ortega. A la altura de 1915, la idea de democracia queda preservada y cuestionada, que no desplazada, por otros modelos de circulación del poder que nos aproximan 297


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a la idea de gobierno aristocrático; en este sentido afirma: «La democracia es una de las soluciones al problema de quien debe mandar. Acaso sea la mejor, mas, en tanto que se resuelve esa cuestión, en uno u otro sentido, yo necesito, desde luego, sin distingos, equívocos ni reservas, mantener mi personalidad intacta, saber que, mande quien mande —el Príncipe o el pueblo— nadie podrá mandar sobre lo que hay en mí de inalienable» 132. La idea de libertad se antepone a la de igualdad representada en la democracia: «¡Libertad, divino tesoro!... Todo lo demás es problemático: la democracia misma ofrece dudas [...]. Liberalismo, democracia, son, pues, no sólo dos cosas distintas, sino mucho más importante la una que la otra» 133. Tratándose la democracia de una solución, no sabemos si categóricamente la mejor, el modelo de la alemana, a la que califica de «estatista», siempre será peor —«Como a mí me parece el estatismo una perversión de la idea política, claro es que me parece la democracia alemana la peor de las democracias imaginables» 134— que el modelo de la inglesa, adjetivada como «individualista». La aliadofilia orteguiana surge al anteponer las ideas de libertad e individualidad frente a las de igualdad, democracia y estatismo. Vistas así las cosas queda rota la aparente neutralidad: «El síntoma más grave de la situación española es que no haya podido ni querido intervenir en esta guerra [...]. Una cosa así podría yo decir en resumen: toma el saber de Alemania y el mandar de Inglaterra. Esta manera de pensar es la misma que he usado siempre» 135. El conflicto europeo marca, por otra parte, de manera definitiva su alejamiento del socialismo: la guerra opera como catalizador de una postura que ha aparecido de manera sesgada en innumerables ocasiones: «la guerra obra en la historia como el agua regia en la Química: disuelve y aniquila todas las composiciones artificiales, purifica los elementos y no deja en pie más que las energías plenamente eficaces. Así acontece con el socialismo: cuanto en él había de utópico, de abstracto, de convencional, de ineficaz, se había evaporado» 136. La guerra «significa el fracaso de los partidos socialistas e internacionalistas, un fracaso verdaderamente ejemplar»; aunque, a renglón seguido, deja la puerta abierta a la vigencia de los contenidos ideológicos: «en modo alguno significa el fracaso del socialismo e internacionalismo que, por el contrario, sólo al través de esta guerra podrán llegar al triunfo eficaz» 137. 298


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LUIS ARAQUISTAIN, PERIODISTA Y ALIADÓFILO

No podemos concluir el análisis de la aliadofilia de España sin recabar en la personalidad de Luis Araquistain. Si España es el emblema periodístico del nacimiento de una generación no es justo dejar fuera del análisis, aunque sea breve, a uno de los tres directores de la revista, y el que sucederá en el cargo a Ortega. En el fondo, lo que queremos dejar apuntado es que la posición intelectual de este primer Araquistain coincide con los presupuestos generacionales. Nace nuestro protagonista en Bárcena de Pie de Concha, en Santander, el 18 de junio de 1886, aunque él siempre se reclamará como vasco: «Soy medio vasco. Biológicamente, quizás más vasco que castellano. Toda mi raza paterna es vasca y he vivido muchos años en el país vasco. Durante una parte de mi niñez, sólo hablé vascuence. Mis raíces son vascas, pero mi cabeza es española. Antes que vasco soy español, y antes que español, soy hombre» 138. En polémica con Sánchez Albornoz afirmará: «¿Pero no vendrá usted de esa aldea Albornoz, de su provincia de Ávila, de origen bereber, que encuentro en la página 30 del tomo II de su libro? Yo no se de dónde vengo, quizás por línea materna de los pintores rupestres de Altamira de mi provincia natal, y por línea paterna de los vascos de la edad de piedra. Pero no importa de dónde venimos sino adónde vamos» 139. De su aspecto físico diremos que «era bajo de estatura, de complexión robusta, cabeza roquera y ojos azules, siempre ocultos tras los gruesos aros de sus lentes: fumador empedernido, su cachimba en los gruesos labios era en él lo característico» 140. De familia perteneciente a la pequeña burguesía, su primera vocación fue el sacerdocio, a la que renunció —según confiesa— por su incompatibilidad con el celibato. En Bilbao siguió estudios de marino; «mi primera peseta la gané como mozo de cubierta en un barco mercante de Bilbao [...], entre duros trabajos de barco y angustiosos mareos de estómago» 141. Indalecio Prieto rememoró con ocasión de su muerte aquellos tiempos en la capital vasca: «Cuando Araquistain terminó sus estudios naúticos, enrolóse en la tripulación de un buque mercante a fin de hacer el número de singladuras exigido para conseguir el título de piloto. En uno de aquellos viajes se quedó en Buenos Aires, iniciando allí sus tareas de escritor» 142; Araquistain parece des299


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mentir esta versión de su marcha a tierras americanas: «Cuando hube terminado las prácticas, dejé esa profesión y emigré a América, y luego de allí a varios países de Europa» 143. En Argentina ejercerá todo tipo de oficios —dependiente de comercio, delineante...— para subsistir. Es en tierras australes donde inicia su carrera periodística en un órgano anarquista. Sin ocultar su primera atracción marinera, Araquistain siempre antepondrá su vocación de hombre de letras: «Yo había nacido para escritor, y si no fuera prueba suficiente de herencia, la ejecutoria de mis dos apellidos maternos: Quevedo y Calderón, oriundos de mi cuna nativa, la Montaña, mi nodriza fue Vasconia, solar paterno, lo demostraría el irrefutable hecho de que ya a los doce años se insinuaba mi predisposición lírica en epitafios y fábulas y a los quince, en encendidas anacreónticas. En esta temprana edad, pedí licencia a mi familia para trasladarme a Madrid a lograr provecho y honra. Pero como el proyecto pareciera disparatado a mis guardianes, comprendí por primera vez que, socialmente, la línea curva es la más corta, y así determiné hacerme marino mercante» 144. De vuelta a España, en 1908 retoma su carrera publicista. Vida Galante acoge sus primeras colaboraciones: algunas poesías cuyos títulos denotan su aire modernista: «Despertar», «Canto a la vida», «La verdadera musa», «Orgiástica», «Idílica»... 145. El Noticiero Bilbaíno y Las Noticias de Barcelona son testigos también de esas primeras colaboraciones. En el último periódico escribe unos artículos sobre asuntos de navegación que le pagaban «al precio, a mi juicio exorbitante entonces, de un duro por cada uno. Como Afrodita, mis primeras pesetas, las manuales y las intelectuales, son hijas del mar: de ahí mi profundo amor a esta felina y hermosa mitad del planeta, y espero que no sean las últimas, porque si mis amigos políticos —ya no sé quiénes son— se empeñan en hacerme ministro algún día, como me hicieron a la fuerza concejal, el ministerio que por competencia y tradición me corresponde es el de Marina. ¡Yo por lo menos he visto reflejadas las estrellas en alta mar y entiendo la rosa de los vientos!» 146. Las colaboraciones adquieren mayor continuidad cuando su firma aparece en El Mundo, periódico madrileño financiado por Benigno Chávarri, personaje de las esferas monárquicas de Bilbao, y al que llega Araquistain recomendado por el intendente del frontón Euskalduna de Bilbao, un ex pelotari de su mismo nombre y apellido. 300


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Surge en Madrid, diciembre de 1909, un periódico cuya existencia se apaga a finales de marzo de 1910. Su nombre: La Mañana. En este órgano dirigido por Manuel Bueno se reúne un elenco de interesantes periodistas y políticos: Luis Bello, Luis Morote, Gregorio Martínez Sierra, Ramón Pérez de Ayala... Araquistain firma una columna, «La voz del exterior», desde la que, casi a diario, ejerce la crónica internacional. Sus artículos destilan una admiración por el funcionamiento de la democracia anglosajona, muy en consonancia con las ideas que expresa Pérez de Ayala en cuanto tiene oportunidad de profundizar en la política británica, tal y como hemos revisado en anteriores capítulos 147. En este punto hemos de anotar un elemento clave a la hora de integrar ideológicamente al primer Araquistain en la empresa generacional. En los artículos de La Mañana, nuestro periodista presenta un panorama del socialismo enmarcado en unas coordenadas liberalizantes, desposeído de todo matiz revolucionario y con una función social muy determinada: la educación política; exactamente igual al dibujo que trazábamos del primer Ortega político 148. Tras el paso por La Mañana y El Mundo, la figura del primer Araquistain periodista se afianza en El Liberal. En este periódico se hará cargo de la corresponsalía en la capital británica. Su columna «Desde Londres» constituye uno de los grandes alicientes del periódico. En la capital inglesa coincide con Pérez de Ayala y con Ramiro de Maeztu. De Londres pasará a Alemania, desde donde firmará una nueva sección en El Liberal, «Desde Berlín». En estas fechas, 1911, se sitúa —según Justo Martínez Amutio y según también la propia declaración de Araquistain, que, en 1921, al dejar el Partido Socialista, afirma haberse vinculado al mismo por diez años 149— el ingreso del Araquistáin en el Partido Socialista. El 20 de agosto de 1911, Vida Socialista, la revista semanal del partido, publica un artículo de Generoso Plaza en el que se incluye al joven periodista como miembro de una «pléyade de jóvenes que hasta llegan a llamarse socialistas pero sin militar en nuestro campo». Plaza refutaba la defensa de Araquistain de la posibilidad de ingreso en un gobierno liberal del líder socialista belga 150. Araquistain colabora asiduamente en el primer año de España. El epicentro de todas sus colaboraciones se encuentra en propagar su 301


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opinión sobre el papel de España en el conflicto europeo. Desde el número cuatro se muestra con contundencia su aliadofilia: «España no es indiferente a lo que ocurre en Europa; pero ¿por qué no ha gritado por encima de sus fronteras? Está bien que oficialmente seamos neutrales los españoles; pero como ciudadanos, no sólo de España, sino de Europa, tenemos el deber, más que el derecho de no serlo. Todos, más o menos hemos expresado individual y domésticamente nuestra actitud. ¿Por qué no hacerlo colectivamente?» 151. Su aliadofilia cobra en algunos momentos tintes enfervorecidos; el ejemplo más claro a lo largo de su intervención en España remite al acendrado militarismo que transpira su justificación de lo que denomina actos de «barbarie específica». Con motivo del hundimiento por parte de los alemanes del Lusitania afirma: «Admitida la guerra, la barbarie genérica, si un acto de barbarie específica contribuye al triunfo deseado, ha de reconocerse, aunque hiera cruelmente nuestro sentimiento, que es un acto racional, considerando la victoria como la postrera razón» 152. A la hora de propagar un fundamento aliadófilo desde las páginas de España aparece como recurso fundamental el concepto de «amodorramiento». Somos un pueblo impasible ante el desangramiento europeo que se comete impunemente frente a nuestra presencia, y esa impasibilidad no es otra que la radicada en la pasividad mental que parece caracterizarnos. «¿Debe intervenir España? Si España fuese un pueblo sumamente justo, no podría permanecer neutral, como no puede permanecer impasible ningún hombre justo ante el crimen que se está cometiendo ante sus ojos. En pura justicia no debiera haber neutrales [...]. España está amodorrada y no ha bastado una guerra que está ensangrentando a varias partes del mundo para suscitar en ella inquietudes ideales ni materiales» 153. La misma idea aparece con posterioridad cuando denuncia: «Somos un pueblo de amodorrados. Dijérase que la raza no tiene nervios, o que los tiene tan deshechos, que ya no vibran sino para las minucias cotidianas, y son incapaces de recoger las grandes palpitaciones del mundo. Lo estamos viendo con la guerra» 154. Presentada esta aliadofilia en cierto modo radical, Araquistain tratará de conectar su necesidad con la realidad interna española. La guerra implica necesariamente un fuerte aumento de flujo migratorio hacia los países en conflicto que no pueden nutrirse de la población de aquellos con los que se encuentran enfrentados. Consumada la 302


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emigración española, no sólo de obreros sino también de profesionales, el retorno es más que improbable —«la pobreza económica, política y moral de España, es para ellos un recuerdo demasiado punzante, una muralla que rara vez se puede franquear de retorno» 155—, constituyendo un gravísimo problema económico; el «desangramiento», lo titula Araquistain. Pues bien, para afrontar este y otros problemas semejantes derivados de la conflagración, Araquistain propone desde las páginas de España un gobierno de concentración nacional. «Desde el principio de la guerra debió constituirse un gobierno nacional para poner cierto orden en el desequilibrio económico. Un gobierno formado por todos los partidos gubernamentales y también —¿por qué no?— por los republicanos y socialistas» 156. Para Araquistain, lo que en el fondo aflora a través de este conflicto europeo es la lucha permanente y continua en el tiempo entre dos maneras de concebir la vida política y que, de manera genérica, las identifica con las ideas liberal y conservadora. Hecha la distinción, apostilla: «Liberalismo significa hoy en tierra española simpatía por los aliados». Y aunque España no entre en la lucha, el conflicto entre estos dos ideales sí que se reproduce en el país; de tal manera que Araquistain alienta a los lectores de España: «A ver si de esta suerte, mientras Europa se esfuerza en eliminar de su seno el tumor del despotismo prusiano, España, convertida en miniatura de la operación quirúrgica europea, elimina también del suyo el quiste de estas hordas de alma teutónica» 157. Lo que más nos sorprende es su concesión a la fuerza en esta espiral de activismo militar: «Si es necesario, hay que ir hasta la lucha armada en los campos y en las ciudades» 158. Para profundizar en el Araquistain radicalmente aliadófilo debemos revisar sus dos libros recopilatorios de artículos sobre el conflicto. Sin retoque alguno, y con la espontaneidad de la columna practicada habitualmente, tanto Polémica de la guerra (1915) como Dos ideales políticos (1916) contienen la aguda crítica de nuestro autor hilvanada en torno a hechos puntuales de la guerra. Pero la dispersión de estos artículos puede obstaculizar, y quizá también vulgarizar, cuál era en el fondo la posición de Araquistain frente al conflicto. Mucho más compacta me parece la conferencia que imparte en el Instituto Francés, que se suma a las que en el mismo lugar protagonizaron otros destacados miembros de la aliadofilia militante: Augusto Barcia, Gustavo Pit303


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taluga, Andrés Ovejero... Nuestro protagonista centra su discurso en la manera de entender la política que se puede imponer en toda Europa con el triunfo germano. La manera de conducir la vida pública deviene, en manos del espíritu alemán, en una suerte de cientifismo hipermetódico capaz de anular la personalidad de un pueblo y sus valores más fundamentales, especialmente la libertad. La victoria alemana puede suponer un retroceso desde la situación en la que se encuentran las democracias europeas y que Araquistain llega a dramatizar al identificarlo, en sus últimas consecuencias, con la realidad política de las viejas sociedades egipcia, babilónica o china. El ideal alemán representa el «ideal de un Estado organizado científicamente, como una gigantesca factoría o como una ganadería; el ideal de una autocracia efectiva, absoluta, sin representaciones populares ni luchas por la libertad; el ideal de un monstruo abstracto que no se nutre, como los viejos dioses, de sangre humana, sino de lo que revela un refinamiento más cruel e inhumano: de este supremo bien que se llama personalidad» 159. El ideal político alemán es «el ideal de la ilimitación, de un dominio sin fin en el espacio, en el tiempo y sobre los espíritus». En el plano de la filosofía identifica esta visión con Hegel, «aquel genial charlatán que restauró en filosofía y en política el principio de la ilimitación con sus conceptos absolutos», Treitschke, Schopenhauer, «que trajo esa idea de la voluntad absoluta», y Nietzsche, «el pobre loco símbolo de la debilidad humana, que trajo ese mito antropológico del superhombre, o sea, del hombre absoluto» 160. Frente a ellos, la auténtica cultura filosófica alemana viene representada por Kant, Goethe y Fichte. La radical aliadofilia de Araquistain se sitúa en la base de giro que España va a sufrir cumplido su primer año de vida bajo la dirección de Ortega. Como nos ha descubierto Enrique Montero, Araquistain propone a ingleses y franceses —que centralizan su propaganda en el Instituto Francés de Madrid— e italianos la creación de una revista de propaganda aliada que fundará su existencia en la divulgación de un latinismo, en el que se incluye a América, frente al nacionalismo reinante en la Europa en conflicto 161. Araquistain cuenta con la colaboración del doctor Simarro y de Octavio Picón y confía, ante todo, en la ayuda británica. En los archivos del Foreign Office se encuentra el de304


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tallado proyecto de Araquistain sobre una revista que debería llamarse Unión Latina, Alianza Latina o Política Latina; ésta se convertiría en el núcleo centralizador de la propaganda aliada que serviría de puente para difundir en otros periódicos, casinos, casas del pueblo..., cualquier tipo de información o documentos a favor de los aliados; el objetivo no era otro que el de movilizar una «corriente de opinión». Araquistain solicita 6.000 pesetas. El Foreing Office califica el proyecto de «vago». Pero nuestro protagonista no se desanima: a finales de 1915 acude ante el embajador británico en Madrid acompañado, entre otros periodistas, de Manuel Bueno. El objeto de la visita: una operación de venta a los ingleses de 10.000 mulas para su ejército; las ganancias se destinarían a crear un periódico aliado 162. Desechadas todas estas posibilidades, se vislumbra una solución. Araquistain informa a los ingleses de las dificultades económicas de España y de la ventaja que puede suponer el que compren entre 8.000 a 10.000 ejemplares más de los que se imprimen. Ortega parece estar cansado del peso de la dirección del semanario aunque muestra claramente su interés por el «control intelectual» de la publicación. Los ingleses parecen respirar de manera positiva ante las propuestas: se sienten impresionados por las caricaturas de Bagaría y desechan la idea de crear un órgano de prensa iberista que, por otro lado, ya tenían: las revistas América Latina, dirigida por Marmol, e Hispania, dirigida por Pérez Triana, ambas publicadas en Londres 163. A finales de diciembre Araquistain presiona: propone la subvención directa frente a la compra de ejemplares y amplía los contactos a franceses e italianos, que también responden positivamente. El objetivo es reunir 3.000 pesetas al mes entre todos los aliados para relanzar la revista. En el seno de España choca con Ortega. Primero, el filósofo es contrario a embarcarse en una postura aliadófila radical que le hace perder de hecho el control intelectual sobre la misma; segundo, Araquistain propone un modelo de publicación propagandística que, por su naturaleza, no puede producir beneficios. Nuestro protagonista expone el conflicto a los ingleses como una lucha entre el «homo económicus» (sic), Ortega, y los «idealistas», él mismo junto a García Bilbao y Ruiz Castillo. Los ingleses dan el visto bueno a una subvención de 1.000 pesetas por número: Ortega deberá abandonar la dirección. «La última colaboración de Ortega aparece en el número del 13 de enero y 305


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la subvención se otorga el 14. Ortega no tuvo otra opción ante la desesperada situación económica que dejar el campo libre para que García Bilbao y Ruiz Castillo llevaran al final las negociaciones. En el número del 20 de enero se anunció ya la edición de la revista unipersonal de Ortega, El Espectador, que marca la separación efectiva de España» 164. Las relaciones con Ortega indudablemente se enturbian con el cambio de dirección en España. Entre ambos se produce un vacío que jamás desaparecerá en aras de una aproximación. Las diferencias alcanzan su grado máximo en 1934. Araquistain le dedica unas páginas en Leviatán —la revista de un socialismo muy radicalizado, por él dirigida— de tremenda dureza. Tras analizar algunos aspectos de su obra centrados en la dicotomía masa-hombre selecto y tachar de frívola su actividad académica 165, enjuicia con severidad su trayectoria como pensador: «Filosófica y políticamente su pensamiento es anacrónico, extraño al Zeitgeist, al espíritu de la época. Es el pensamiento de un pequeño burgués con un complejo de inferioridad social que se compensa y manifiesta en esa división simplista de la historia en masas y minorías selectas. Y cuando anuncia el fracaso de las masas, en realidad sólo quiere vengar en ellas su propio fracaso» 166. Cuando Ortega se exilia a París al inicio de la Guerra Civil no se acerca por la embajada española que desempeña Araquistain 167. Éste suavizará su postura en un texto más tardío, El pensamiento español contemporáneo, al hacer un balance más benigno: «Un fuerte temperamento estético que hace filosofía, y, para hacerla, la busca antes en otros y la encuentra, sobre todo, en Nietzsche y Dilthey, dos pensadores también típicos del siglo XIX, y, en resumen, un brillante escritor barroco que quedará en la literatura española, no por sus ideas, sino por su forma y por su emoción estética, más que humana, por su poesía» 168. La última etapa de este reencuentro es el artículo dedicado al pensador madrileño en el número-homenaje de la revista Sur —verano de 1956— a raíz de la muerte de Ortega 169. Si la posición de Araquistain hacia Ortega se transforma con el paso de los años, algo parecido sucede con su fervorosa pasión proaliada. El tiempo moldeará su visión idealizada de Inglaterra y Francia. En 1928 viaja a Gijón a dar una conferencia y en la cena posterior tiene ocasión de conocer a un ingeniero asturiano que le relata su experiencia en la Gran Guerra: detenido en París, donde trabajaba para la 306


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industria de aviación francesa, es acusado de espionaje progermano: las causas remiten a la neurosis bélica, la prevención hacia los españoles por su germanofilia y algunas fatales coincidencias entre las que se encuentra la existencia de algunas amistades alemanas; cayó en «esa tupida red de prevenciones, desconfianzas, soplonerías y abusos policiacos» 170. Injustamente condenado a muerte, la pena le es conmutada, siete meses después, por la de prisión perpetua. Tras penosa estancia como prisionero en la Guayana francesa, logra escapar. Araquistain escribe el prólogo al diario de este desafortunado español, seguido de una carta-envío a Henry Barbusse. Trata de dar publicidad al «régimen penitenciario de Francia, la tierra clásica de los Derechos del Hombre. Ese régimen envilecería al país más bárbaro de Asia o África. Ese régimen es un baldón de ignominia para Europa». Solicita una revisión del proceso, «dar una reparación moral —puesto que no se puede dar otra— a los inocentes castigados que duermen ya el sueño irreparable. Y dar también a muchos escépticos una prueba de que en Francia la justicia se puede eclipsar pasajeramente; pero no desaparecer en definitiva, encogerse de hombros, con desdén nacionalista, cuando quien la reclama es un extranjero» 171. En el mismo sentido le escribe a Henry Barbusse: «A usted, querido Barbusse [...], que supo lo que fue la guerra y no ha olvidado un momento lo que debe ser la justicia [...], a usted van estas líneas mías y este libro de un hombre a quien Francia juzgó y sentenció a muerte en secreto, y a quien Francia está obligada a rehabilitar públicamente, revisando su proceso [...], por la Francia en la cual los hombres libres y justicieros de todos los países hemos visto siempre una de nuestras queridas patrias ideales» 172. Nuestro periodista no ejerce como crítico de la política nacional. No obstante, deja caer algunas críticas sobre el sistema y sobre alguno de sus más influyentes personajes. Maura, al que reconoce «un gran vigor físico, una abundante riqueza nerviosa, una recia voluntad» 173, vendrá caracterizado por su «simplicidad mental», raíz profunda de su «mesianismo», que «ha dividido a la nación española en anarquistas y mauristas»; la fuerza estéril del político conservador deviene de su incapacidad para encauzar una fuerza de la que está sobredotado: «Con una energía compleja, lo que quiere decir inteligente, el Sr. Maura pudo haber revolucionado a la nación española desde dentro. Por cul307


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