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“Los sueños de la razón producen monstruos” Goya

Suplemento de Literatura y Cultura Popular

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Tatiana Méndez-Bernaldez

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Fritz Glockner

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ermán Genaro Cipriano Gómez Valdés Castillo, conocido irreverentemente como Tin Tan, transitó por la vida sin ningún tipo de límite, sabía que entre la realidad y la ficción la frontera puede ser un condicionamiento imaginario, y por ello, nunca tuvo empacho en vivir su vida como si se tratara de la actuación en una película más. El atuendo del pachuco ha sido la mayor de las caracterizaciones de Tin Tan, considerado incluso como el mejor representante de aquella expresión cultural que comienza a gestarse al sur de los Estados Unidos en la década de los años veinte del siglo pasado, como una forma de protesta por la situación social, política, económica y cultural padecida por aquellos mexicanos, quienes por diversos motivos tuvieron que emigrar de nuestro país hacia el norte, de ahí que se desarrollo un gran bagaje lingüístico, de indumentaria, de vida, y de expresiones que en su momento incomodaron a más de un intelectual del momento, como fue el caso de las críticas que emprendió José Vasconcelos en contra de las películas en las que Tin Tan representara al famoso pachuco, aún que por fortuna salieron en su defensa José Revueltas y Salvador Novo; obviamente más allá de la incomodidad por la manera de expresarse o vestirse, los pachuchos eran considerados como una propia vergüenza nacional. Para el actor cómico Germán Valdés, haber representado al pachuco le gano la simpatía de diversos sectores sociales, sobre todo los de menos ingresos, y luego con su transformación en un personaje popular de clásica vecindad, donde por igual destaca la importancia de la parranda, o no se achicopala ante la censura por el alcohol y más aún, se atreve a citar las posibles bondades de la marihuana en más de una actuación, manteniendo siempre una actitud irreverente ante el poder, ante los dueños del dinero, lo cual provoca que sea expulsado de las posibilidades históricas convertidas en piedra, o de los homenajes institucionales. Por fortuna la irreverencia de Tin Tan se mantiene activa, vigente, a través de los años sigue circulando la imagen aquella del hombre con bigote, su sombrero con una pluma, el saco largo y holgado, los pantalones bombachos y una larga cadena colgando, como ícono de rebeldía, de saber disfrutar de la vida, para las actuales generaciones tal vez y el pachuco no sea tan relevante, simplemente asocian aquella imagen con la conciencia de que ahí está representada la rebeldía en buena lid, el que no se deja manipular, el que no brinda consejos moralistas, el que sabe reír y contagiar. La actualidad de las películas de Tin Tan siguen manteniendo esa frescura como si continuáramos existiendo en la década de los años 40 o 50, con la diferencia de que ya cambiamos de siglo, pero eso es precisamente lo que hace a un hombre que se convierta en ídolo popular, mantener la vigencia con su obra a través del tiempo, seguir inspirando que no aconsejando, tal vez y por eso los jóvenes de hoy día lo recuerdan, lo cargan en camisetas, adquieren sus fotografías, como si se tratara de un actor de moda. La generosidad con la que actuó Germán Valdez durante toda su existencia se refleja en cada una de las cintas que compartió con su famoso carnal Marcelo, Vitola, sus hermanos Ramón y Manuel, así como Tun Tun o Wolf Rubinsky entre otros, ya que sabía que el trabajo en equipo dejaba más, siempre otorgó algún momento de protagonismo para cada uno con los que compartió el escenario, como es el caso de la escena entre él y Vitola en El Rey del Barrio, o cuando es Marcelo el que improvisa la escena y el diálogo en Soy Cha-

rro de Levita, entregando como se dice comúnmente al actor cómico una probada de su propia sopa, ya que es popular el conocimiento de que Tin Tan pocas ocasiones se disciplinaba a los textos del guión, acostumbrando improvisar en las filmaciones sin avisar al director de turno o a sus propios compañeros actores. Es curioso que un actor de cine de las décadas de los años 40, 50 y 60 se mantenga vivo, que su imagen aún se venere, ya que a diferencia de otros o más bien, de los actuales actores, Tin Tan no sólo desdeño al medio televisivo, sino que además lo critico, hizo sátira de todos aquellos que se vieron subordinados al arranque de la empresa televisiva en nuestro país a fines de la década de los años 50, como lo deja ver en su filme Variedades de Medianoche, en la que se burla de los nuevos empresarios que se adjudican el rol de dioses. La espontaneidad, la irreverencia, la gracia, la astucia, esa manera de presentarse ante la pantalla y en la vida real, son algunos de los ingredientes que han permitido que Tin Tan se mantenga en el imaginario colectivo de México, ya que de alguna manera contribuyó desde su trinchera cinematográfica a la construcción del estado nacional, otorgó historias con las cuales el pueblo se ha venido identificando, sin caer nunca en la reproducción absurda de los discursos del poder político, como lo hicieran otros cómicos mexicanos, sus películas nunca incluyeron una dosis absurda de moralejas, para Germán Valdés no era prioritario que se comieran frutas y verduras, si acaso, le hubiera gustado recomendar otro tipo de hierbas, pero incluso se abstuvo de eso, ya que sabía que su vida valía la pena para hacer reír, y que en su propia existencia tenía que dejar bien en claro que no existía frontera entre la realidad y la ficción, por eso su eco aún nos llega, y sigue manteniéndose en los primeros lugares de aceptación dentro de la gama generacional de México, a pesar de que no fuera reconocido por la oficialidad.

Desde el balcón, José Luis Ibarra Mazari Gloria A. Tirado Villegas Conocí a José Luis hace muchos años, desde los primeros intercambios de palabras me quedé muy bien impresionada: agradable, sencillo, elocuente y dicharachero. Lo conocía “de oídas”, como se dice, escuchaba su columna “El gato y el cascabel”, su voz grave, acento claro y palabras dichas con agudeza, despertaron mi curiosidad. Le escuchaba aseveraciones que sólo logra quien observa profunda y detenidamente. Era filoso, podría temérsele a esa espada que cortaba cabezas simbólicamente. Siempre disfruté leer sus Balcones, años después La bocina, su ironía acerca de los poblanos, sus dichos, sus críticas a lo que hacían y deshacían los políticos en la ciudad. Fui una más de las tantas personas seducida con su inevitable

y natural manera de conducir ante el micrófono. José Luis se ganó al público poblano, fue querido, admirado. Un cronista que amó a Puebla y la describió con su estilo, habló de los baches, de los toros, del Paseo Bravo, de las pulquerías, de los restaurantes, de varios personajes, del mercado La Victoria, como de su tío Meme. Relató hasta los objetos, de la silla, por ejemplo. Al escucharle sus balcones revive uno aquellos pasajes que son actuales, y leerlo nos permite saborear su lenguaje jocoso y en momentos costumbrista de Puebla. José Luis Ibarra Mazari nació en Puebla el 20 de noviembre de 1931. Fue el último hijo de Jesús Ibarra Vargas y María Teresa


graciosos, hablaban muy bien, con profesión, vocación en el arte como lo fue Ignacio en el Teatro, escritor fecundo, integrante del grupo Cause. Pero José Luis desde pequeño sobresalió por su chispa. Los balconcitos, de acuerdo a su edad, ya los traía en mente y los improvisaba en reuniones familiares haciendo reír a sus escuchas (la familia). Como él mismo se describe en Cien Balcones. Crónicas en la ciudad de Puebla “Trabajaba en donde se podía cuando, por “cambiar de aires” se hizo locutor de radio, sin imaginar lo que al cabo de los años iba a resultar eso”. José Luis amó a Puebla, y salvo algunos años en que trabajó en la capital, podemos resumir sin duda: Puebla fue su origen, destino y fin. Fue cronista de sociales, escribió en periódicos distintos, pero en la radio convirtió su crónica viva, creativa, señalando con ojo crítico, audaz, el frijol en el arroz, y lo hizo con tal

gracia que los radioescuchas no pudieron más que convertirse en sus fans. Lo seguimos de balcón en balcón. Todo desde el primer día en la radio. No puedo dejar de prescindir de su propias palabras: “Hizo programas de noticias y de divulgación de música clásica (consiguiendo discos prestados, pues ni la difusora ni él los tenían); y al mismo tiempo probó como actor en el Teatro Universitario de Puebla, fundado poco antes por su hermano Ignacio Ibarra Mazari”, dice José Luis. Después comenzó a escribir crónica de sociales decorosamente, en la prensa. Al cabo de veinticinco años como locutor “de cabina” en Puebla y muy poco tiempo en el Distrito Federal, volvió a su ciudad y creó un noticiario, de nombre “Testigo”, donde estrenó la columna “Balcón”. Corría 1976, y la columna seguía en la radio y la prensa locales, Ibarra Mazari apareció

muchas veces en público leyendo con éxito poesía, o presentando sus balcones, sus casetes, sus discos. Ofreciendo charlas sobre comunicación, que no le gustaba llamar conferencias. Hablando de Puebla, sin aceptar que impartía cátedra, sino “comparte curiosidad”. Fue cantor de tangos, boleros y huapangos, incontrolable platicón, y alguna vez quiso ser torero. Y por esa trayectoria del poblano distinguido por esa capacidad creativa, gracia y chispa que lo caracterizó, lo balconeamos el 9 de julio de 2008. A su homenaje llegaron muchos amigos de él, radioescuchas, y fans, fue un hombre muy apreciado, sin ser “monedita de oro”. Vivió con la templanza de sus tiempos, le gustó tomar, cantar, y así gozó su barroquísima vida. De sus cien balcones tomo uno al azar: “Retorno” y robo sus palabras para mostrar su crítica simpática:

“¿Perro muerto, pipicha y pápalo podridos, basura de silos, ostiones regurgitados…? Quien llega a la ciudad de Puebla y arriba eso que llamamos la CAPU, no tiene tiempo de investigar qué olor es y de dónde llega: estará más bien preocupado por saber cómo caminar sobre el lodo, en el estrecho espacio que le dejan perros vivos y hambrientos, ambulantes que simulan hambre y pobreza y que hacen todo menos ambular; fritangas, toldos de sucio plástico, vividores y vagos de toda laya, y en general todo lo estorboso y mugriento que se pueda imaginar, acompañado de la corrupción ya tan familiar que representan los “agentes” de Tránsito”. José Luis solía despedirse diciendo “ya mis burros van muy lejos, voy y vengo…”. Fue el héroe anónimo que se atrevió a decir lo que muchos pensaban de Puebla y de los poblanos.

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Joel Merino

Mazari Ibarra. Nació mucho después de Jesús, María de las Mercedes, Javier, Guadalupe, Constanza, José Ignacio, Jorge María y Martha Celia. Don Jesús Ibarra Vargas era originario de Izúcar de Matamoros y como ahí decidió ejercer su profesión de médico, sus hijos nacieron y crecieron en Izúcar, salvo José Luis, así lo relata Chela, su hermana. Hermosa infancia en ese lugar. En tanto José Luis creció en esa vecindad de la 2 Sur 907, la que alguna vez relató describiéndola con tal claridad ante las cámaras de SICOM, la distribución física como a cada uno de los vecinos. Es ahí donde se soñaba torero y hacía sus primeras “verónicas”. Olé. Estudió la primaria en el Instituto Colón y un año de secundaria en la Escuela Venustiano Carranza. No quiso más, porque algo se traía entre manos. Todos los Ibarra Mazari eran


Alejandra Santamaría Llerandi ale.santamaria@hotmail.com

... Se cumplen 25 años de la muerte de uno de los ídolos más grandes e importantes de nuestro país: El Santo, cuyo nombre real era Rodolfo Guzmán Huerta y cuya carrera en la lucha libre se extendió por casi cuatro décadas. Los mexicanos lo recordamos como uno de nuestros máximos ídolos y exponentes de este deporte. Nació en Tulancingo, Hidalgo, el 23 de septiembre de 1917. En 1920 llegó, con toda su familia, a uno de los barrios más afamados de la Ciudad de México: Tepito, de donde han salido grandes ídolos del pancracio y que también para Rodolfo Guzmán Huerta fue determinante en su carrera como luchador. Fue el quinto de siete hijos. Siempre interesado en el deporte, practicó béisbol, futbol americano, jiujitsu, lucha grecorromana y, finalmente, lucha libre. Antes de convertirse en El Santo, debutó con diversos nombres: Rudy Guzmán, El Hombre Rojo, El Enmascarado, El Demonio Negro, El Murciélago II. El 26 de julio de 1942, Rodolfo Guzmán luchó por primera vez con el nombre que lo haría célebre, en la Arena México. Para conocimiento de muchos, inició en el bando rudo. Incluso se dice perdió la máscara en más de una ocasión, pero jamás lo reconoció. Su verdadera gloria como luchador llegó hasta 1950, cuando —ya consolidado, con estilo y técnica propios— se integró a la primera generación de la escuela de luchadores libres profesionales de El Diablo Velasco. La década de los cincuenta fue el periodo que lo llevó a la gloria en su carrera como luchador y a su consolidación como ídolo. Su cosecha de éxitos comenzó con la publicación de una historieta titulada El Santo, primer cómic basado en los practicantes de la lucha libre y que se volvió lectura obligada para los jóvenes y niños de esa época. Incluso, llegaban a rentarse a los lectores. Esta publicación le dio al personaje su proyección a nivel nacional. A finales de la década, la figura de El Santo no sólo consiguió consolidarse como uno de los luchadores más importantes del país, sino también como un ídolo nacional gracias a las historietas y a su incursión en el cine. Esto último lo convirtió tam-

bién en un referente de lo mexicano, un elemento de identidad, tanto dentro del país como a nivel internacional. Sin duda, ello se debió al proceso de urbanización del país durante la década de los cincuenta. La llegada formal de la industrial y el consecuente crecimiento de las ciudades, generó en los nuevos mexicanos urbanitas la necesidad de ídolos nacionales, hombres de carne y hueso que defendieran una causa, que triunfaran contra el mal, que fueran ficticios pero a la vez reales. Así llegó El Santo, y lo demuestra en sus dos primeras películas, presentadas ambas en

1958: Santo contra el Cerebro del Mal y Santo contra los Hombres Infernales, las dos grabadas en Cuba y dirigidas por Joselito Rodríguez. Estas dos películas tuvieron gran aprobación por parte del pueblo mexicano, convirtiéndose en éxitos taquilleros, que le abrieron las puertas a este personaje a nivel mundial, y en las primeras de una serie de aproximadamente 60 cintas. Dentro de éstas, la que podría ser considerada como el filme más importante de su carrera fue Santo vs. las Mujeres Vampiro (1962), que incluso tuvo una segunda parte que, con el tiempo, se volvió casi mítica y fue considerada una cinta del tipo

porno-soft: Santo en la venganza de las mujeres vampiro (1970). No debe olvidarse que la primera película de lucha libre fue rodada el 14 de enero de 1952: La bestia magnífica, melodrama del director Chano Urueta, protagonizado por Wolf Ruvinskis y Miroslava. El Santo se retiró de los encordados a principios de los ochenta, muy poco antes de morir. Por esos años, se presentó en el programa de Jacobo Zabludovsky, Contrapunto, donde por primera vez se despojó parcialmente de la máscara para mostrar un fragmento de su rostro. El 5 de febrero de 1984 El San-

to, uno de los más grandes iconos mexicanos, murió de un infarto al miocardio, dejando así un hueco profundo en el cine de luchadores y en la lucha libre, pero creando una leyenda que nos marcará a los mexicanos. Mucho se ha dicho respecto a esta gran leyenda —que si era buen o mal luchador, que si ya había perdido la máscara…—, pero lo cierto es que El Santo ha sido el único ídolo del pancracio nacional que logró romper con las barreras del lenguaje, las creencias, y llevó el nombre de México a todo el mundo con sus películas. Por eso —porque nació del pueblo, en el pueblo, por el pueblo y para el pueblo—, El Santo es nuestro ídolo. Un hombre de carne y hueso, que entregó su vida a un personaje que lo llevó a la fama y con el cual fue enterrado. El pueblo no le dio un adiós a Rodolfo Guzmán, sino un hasta siempre en nuestro corazón y en nuestro imaginario a El Santo…


En pleno terremoto de Puebla en 1999, se cumplió de alguna manera parte de aquella profecía bíblica de San Juan Apocalipsis: “...Y caerán los falsos ídolos”, y es que no sólo en el zócalo de Atlixco se cayó la horrorosa y hepatítica estatua de Juárez, el Benemérito, que es de un amarillo oropel bastante intenso; la estatua apenas se sostuvo con el bastón de concreto y varilla del puño de don Benito. Eso no fue lo peor, lo peor estuvo en casa que además del susto de 6 grados escala Ritcher, donde la escalera se nos hacía de chicle, se cayó de la pared de mi recámara la bella y original fotografía en blanco y negro tamaño carta y muy bien enmarcada de mi ídolo Pedro Infante. El vidrio del marco quedó hecho añicos con

semejante movimiento telúrico; y que, curiosamente, el único ídolo que se estremeció prendido de su clavo pero no cayó a la lona, fue la imagen de El Santo, quizás por tener ese nombre, apenas si quedó con el marco chueco en la pared de ladrillos, eso sí, con los brazos abiertos en pie de lucha. Después del susto y de enterarme de que en la ciudad de Puebla se dañaron muchos templos y palacios municipales, rápido vino a mi mente ese pedazo de profecía: “...Y caerán los falsos ídolos”. Con los pedazos de vidrio y la imagen de Pedro Infante en la mano, de pronto me sentí inmerso en la informática de mi espiral ADN y ahí estaba yo en el pasado, vuelto un bárbaro soldado español con arcabuz, casco, cañón y todo, grita que

grita: “¡Santiago”!, como disco rayado o cada vez que derribaba con mis botas y fierro puntiagudo alguna masa pétrea de ídolos falsos que otrora se veneraban y llamaban Huichilobos, Tláloc, Tezcatlipoca, o reflejarme en el espejo azteca y contradecir y maldecir a los fementidos cristianos: “¡No son ídolos, son dioses de piedras solares!”. Grandísimos zopencos. Y es que los ídolos son tan populares como los dioses o son tan divinos como ellos. Un ídolo es un espécimen divino, no puede ser cualquier tipo nacido nomás en cualquier fecha y sin pagar en vida los tributos y sacrificios correspondientes a su idolatría. Conllevan una estrella de luces de polvo y gas celestes, nacidos bajo alguna circunstancia indescifrable del zoodiaco, se vuelven mitos e inmortales a pesar de que en vida sangraron y padecieron sed. Si no pregúntenselo (por la ouija) a Rodolfo Valentino, a Gardel, a Pavarotti, Elvis, a Lucha Reyes, Pedro Infante o incluso Javier Solís en un enlistado interminable de esas pasiones humanas. El gran mito de México, por encima de Cantinflas, María Félix o Jorge Negrete es Pedro Infante, y es que supo morirse primero y a tiempo como los dioses griegos que morían en la plenitud de su juventud o en el ápice de sus facultades. Pedro, mejor actor que cantante, supo encarnar en un ciclo bastante rápido a los personajes tipo, arquetipo, estereotipo y prototipo del mexicano; antes de que Samuel Ramos u Octavio Paz nos dieran los perfiles y los laberintos de su idiosincrasia: Fuerte como los escasos hombres (como su nombre): mujeriego con alma de niño (como su apellido), cínico, ingenuo, alma caritativa, valiente, pobre pero digno, indigno en la opulencia y con una voz para haberle cantado al mundo desde el Odeon de París. Fue profeta de su propia muerte “Me gustaría morir en el aire como los pájaros”. Después de su muerte su mito creció entre el populus como el de Zapata. Dicen que no se murió (Pedro), “que lo querían matar los narcos”, “que su avioneta traía un pedido de la Golden”, que se le vio en los años setenta cantando (ya anciano) en la ciudad de Puebla. Ah, porque él lo comprobaba no sólo con su voz sino con la placa de plata que llevaba incrustada en el cráneo, merced a su primer accidente aéreo. Apenas, el gran Zapata dije, se compara con ese mito. “Ese cadáver no es de Miliano”. “A Miliano se lo llevó un amigo rico a Marruecos”. “Miliano vive”. La idolatría no es precisamente la exposición de las falsas deidades que se adoran, como lo supone la iglesia vaticana en el sentido estrictamente religioso. No obstante se ha hecho religión pura de Pedro Infante, James Dean o de futbolistas o mujeres de la pantalla a partir de Greta Garbo o Marilyn Monroe. El culto a la Muerte y el rechazo vaticano ante esa adoración, es un parámetro de lo que en el pueblo significa una imagen estrictamente pagana para volverla devoción y culto religioso. La veron icon (o Verónica), o la Verdadera imagen, fue el paño que limpió el verdadero rostro de Cristo; en un inicio la iglesia tajantemente lo rechazó para después aceptarlo ante la presión del devoto pueblo. Los sismos sociales son el verdadero parámetro de los acontecimientos que engendran dioses e ídolos, a los que incluso, les prenden veladoras. Todo este cuento vino al caso porque una vez que cambié el cristal a la imagen de Pedro para volver a colocarla en los muros de mi recámara, pensé como un pagano: Pedro en el medievo, hubiera sido un santo, los templarios a caballo, hubieran dicho ante la aparición de su imagen: “Ahí viene San Pedro Infante, que cante!”


"José Alfredo Jiménez: el Rey que cada uno de nosotros lleva dentro. Apuntes sobre educación sentimental " por Roberto Martínez Garcilazo.

Roberto Martínez Garcilazo

La lírica de José Alfredo Jiménez es el sustrato profundo de nuestra identidad. Es el conjunto simbólico de emociones, articulaciones de lo sentimental y lo real, expresiones coloquiales consagradas por el uso y la fortuna, pero sobre todo, de valores útiles para enfrentar, ora triunfante, ora derrotado por la fatalidad, por la adversidad que impide la feliz vida amorosa en pareja, que por cierto siempre esta plagada por oscuras intrigas y por amenazas inicuas. Y son malignas porque el hombre, en la lírica de José Alfredo

Jiménez, es esencialmente bueno y nunca deja de serlo pese a los sufrimientos que le impone la mujer, y su poderosa alegoría que es la fortuna, en este camino de ascetismo y sabiduría que es la ebriedad, sea esta de tequila o de amor. Esto es en la lírica, que es el ámbito íntimo de la emoción, aunque esta se socialice necesariamente en la cantina que es el espacio iniciático por excelencia, en la lírica, decía yo, porque en la

épica de José Alfredo Jiménez que esta integrada por el conjunto de sus corridos, el hombre del mal existe y siempre relacionado con el dinero y con la política, aunque su existencia siempre es neutralizada por el heroísmo, por la superioridad ética del alter ego del poeta, que es también el alter ego de todos los hombres que cantamos sus versos en la cantina. La épica de José Alfredo Jiménez, cuando se ejerce, es una va-

riedad de la salmodia trágica griega, de esta manera al cantar los hechos del héroe que fatalmente –otras vez el destino- lucha en contra de lo adverso, purificamos mediante el terror y la compasión –transitoriamente, provisoriamentenuestras vidas. Ahora bien, regresando a la lírica, podemos decir que para el poeta popular José Alfredo Jiménez la finalidad de la vida es la obtención de la sabiduría a través de las experiencia


amorosa y del ejercicio soberano –caprichoso, a veces, ¿por qué no?- de la libertad individual guiada por el hedonismo y la ebriedad.

LA MEDIA VUELTA

Te vas por que yo quiero que te vayas. A la hora que yo quiera te detengo. Yo se que mi cariño te hace falta: por que quieras o no yo soy tu dueño. Yo quiero que te vayas por el mundo; y quiero que conozcas mucha gente; yo quiero que te besen otros labios para que me compares hoy como siempre. Si encuentras un amor que te comprenda y sientes que te quiere mas que a nadie, entonces yo daré la media vuelta y me iré con el sol cuando muera la tarde.

Y la poesía de José Alfredo Jiménez, como toda gran poesía, como toda gran filosofía, tiene propiedades que curan y consuelan el alma del hombre que, agobiado y sufriente, acude a ella de manera correcta. Porque es experiencia extrema la contemplación estética de la lírica de José Alfredo (así le decimos, como si fuéramos hermanos o, mejor que eso, amigos, porque la amistad es hermandad elegida). Experiencia estética extrema que deviene oracular, si la invocación del que todo lo mira y sabe se ha hecho de manera conveniente: con los amigos, en la cantina, con los alcoholes y durante los días líricamente correctos. No valen aquí, como

en toda lírica oracular que se respete, innovaciones a la liturgia consagrada por generaciones de mexicanos: se toma y cantan los versos del poeta José Alfredo Jiménez sólo de manera canónica. Y a esta lírica llegamos todos los hombres tarde o temprano. No valen aquí las diferencias circunstanciales que impone el azar. Todos respondemos –llegado el momento propicio- al llamado de la lírica de la fortuna adversa de nuestro hermano José Alfredo. Porque su poesía esta construida, en artística combinación, con las palabras y las emociones esenciales del hombre en amoroso combate con la vida. Pero también son las palabras esenciales de una nación de hombres entusiasmados por el trágico espíritu del tequila que cantan en coro las palabras del oráculo, contestando las estrofas del Vate. Salud, hermanos:

EL REY

Yo se bien que estoy afuera pero el día en yo me muera se que me vas a llorar. Coro Llorar y llorar, llorar y llorar Dirás que no me quisiste pero vas estar muy triste y así te vas a quedar Coro Con dinero y sin dinero hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley. No tengo trono ni reina ni nadie que me comprenda pero sigo siendo el rey. Una piedra del camino me ensenó que mi destino era rodar y rodar. Coro Rodar y rodar, rodar y rodar Después me dijo un arriero que no hay que llegar primero pero hay que saber llegar.

Estrecha el pasado, el presente y el futuro Para que quepa el universo en tu cabeza Proverbio huave-binizá

Víctor Toledo

Hermano soy de los dragones y amigo de las lechuzas Job, 30-29

Soy universo de reinos diminutos llaga de guerras y mundos represivos universo sensual y dormido dentro de otro brillante universo. Como el sueño de Bitunalli (El Absoluto, El Perfecto) al despertarme en otro sueño entro desgarro a un mundo y empiezo a hilar un sueño, en otro sueño, en otro sueño… Soy el infinito y por mí pregunto sueño muerto y vivo me veo y no me veo, para no verme y verme, a través del espejo cobrizo del cielo. O me dejo devorar por este pez. El catastrófico soy. ¿Cuántas de mis atroces angustias han destruido infinitas galaxias que giraban cantando dentro de mí? ¿Cuándo una gota de mi sangre y la estrella azul se besan brillan juntas se dan la mano en el iris preso de mis ojos y se ocultan en una oscura cueva del cerebro para tejer un sueño más esbelto y más sutil que el otro? Yo paso junto al río porque yo soy el río y mis pensamientos estancados en el movimiento rápido de la corriente llegan a hacer brillar el ojo de Gubaroo el verano, en la constelación del este.

Intensamente intensamente para ella que en sus manos recibe una luz: una lechuza tibia que en su pico la rama del amor es la palabra la palabra de un tímido Dios.

Poemas del didzhazá, 1985.


Fascinación y resbalones: la difícil relación entre el autor y el ídolo popular plio interés y reconocimiento en Los rituales del caos (1995) en el año 2000 escribirá:

Fascinación y resbalones: la difícil relación entre el autor y el ídolo popular. En 1978 Ricardo Garibay escribía Las glorias del Gran Púas, una crónica en la cual quedaba patente tanto la condición de icono popular del boxeador Rubén Olivares, como su pertenencia a esos mismos estratos sociales en los que residía su fuerza. En un momento cumbre de su crónica narra Garibay: […], pero dime Garibay, ¿te gustó La Canica? Es de amigos La Canica. La Canica esta por la Villa; es una pulquería de pepenadores, barrenderos, mecapaleros, albañiles, mendigos; paredes pintadas de verde y rosa mexicano; mil hombres adentro, imposible moverse o sentarse o estar de pie; inmediatamente se armó el júbilo y le mostraron a Rubén un retrato al óleo: “el campeón de todas las coronas” ¡oh sí! Y el campeón conmovido pidió un pincel, para firmar el cuadro, y lo firmó rodeado por una oscura y Barbosa corte de varones pendulares que se apoyaban unos en otros y decían más o menos lo siguiente: “que a todddam…dre… inchrruu…bén”.1 El acercamiento de escritores y otros artistas a los ídolos populares no implica solamente una especie de apoteosis del mismo, hasta apenas ayer patrimonio del montón, sino también una crítica a la sociedad que los sostiene, utiliza e igualmente desecha. Esto vale tanto para la crónica de 1978 como para la obra fílmica de Diego Luna JC Chavez (2007). Si el renombrado director del documental promueve su trabajo aduciendo que “Julio Cesar Chávez, era lo único que reunía al país, lo único que hacia que la izquierda, la derecha, el centro, ricos, pobres, gritaran al mismo

tiempo y celebrar al mismo tiempo el triunfo de alguien, yo creo que ese valor, nadie se lo ha dado y es bien importante”2, la crítica identificará en su obra, precisamente como el gran acierto y la gran debilidad del documental, aquellos pasajes que abrían la posibilidad de un manejo crítico, aquello a lo que se referirán como el lado oscuro del personaje y la época retratada: A la pregunta de por qué esta faceta de Chávez –la que siente como propio cada golpe asestado a su hijo durante una pelea, la que roza con la manía y la obsesión, la que es consciente de su decadencia– ocupa tan poco tiempo en pantalla, Luna ha dicho que no quiso explotar el “lado oscuro” de su personaje. Pero ese lado oscuro es la naturaleza de Chávez en plena ebullición3. En ambos casos queda patente esa tensión que marca cualquier aproximación del escritor o artista perteneciente por necesidad a una elite cultural a los ídolos populares. El verdadero ídolo es auténtico, no se desbarata su tragedia ante el examen crítico. Lo que se desbarata es la sociedad que lo ha erigido en ídolo, esa coalición de factores que lo acompañan del humilde origen a la necesaria defenestración y se benefician de él. Si el autor cede ante el impacto de su personalidad o su leyenda, corre el riesgo de perderse en la fascinación y el error. Así, no es sólo el novel director Luna el que tiene que pagar un precio por la fascinación del ídolo. Carlos Monsiváis, uno de los más avezados cronistas de la cultura popular en México, debió asumir los costos del entusiasmo desbordado por Gloria Trevi cuando la cantante se hallaba en el cenit. Tras mostrarle un am-

El Columnista Director Mario Alberto Mejía Alebrije Director Gerardo Pérez Muñoz Consejo Editorial Gregorio Cervantes, Carlos Ríos Joel Merino, Roberto Martínez Garcilazo Diseño Tatiana Méndez-Bernaldez Alebrije se publica el último viernes de cada mes

Vi sólo una parte del show. Describí un espectáculo festivo y no advertí lo que nadie advirtió entonces: lo profundamente antifeminista de la conducta de la Trevi, su rendición al patriarcado más deplorable. Pero eso se mostró después, en 1998 y 1999, entre denuncias y demandas. Mientras Trevi persuadía con su entusiasmo, tal vez el lado más engañoso de su personalidad. Ante las evidencias, quedan pocas dudas: no hay tal entusiasmo, ni podría haberloen alguien que a tal punto ha cedido su autonomía4.

Quizá estas dificultades, justifiquen el desplazamiento del autor a la crónica de ídolos ya probados, en particular el más indestructible de todos: Pedro Infante. De todos los íconos populares mexicanos, Pedro Infante resulta ser el más sólido en cuanto el no pudo vivir un proceso de degradación. Al igual que Zapata o Kurt Cobain en otros ámbitos, él pasa de la vida problematizada de la cúspide a la desaparición física. De esta manera, ya no es posible aproximarse al hombre tras el mito: este abarca y redefine toda la existencia. Si cabría alguna reflexión sobre estas variopintas aproximaciones o, más bien, apropiaciones del ídolo popular por parte de las

¹Garibay, Ricardo, “Las Glorias del Gran Púas” en Crónica I, Océano/Conaculta, 2001, p. 246. ²Gómez, Nancy Lorena, El Porvenir, nota del 15 de mayo de 2007. ³Solorzano, Fernanda, “Luna, JC Chávez y el culto a la personalidad” en Letras Libres, junio de 2007. Monsiváis, Carlos en Proceso 1211, enero de 2000.

4

“personalidades” que generan las manifestaciones culturales más propiamente elitistas, cabría resaltar el poder simbólico de estas figuras, convertidos en complejos artificios cognoscitivos e ideológicos a través de los cuales se busca explicar o justificar una realidad mucho más compleja y huidiza. En tanto, para la población que los erigió en ídolos, ellos, músicos o figuras deportivas están más allá, son una vivencia y un rasgo de identidad antes que un símbolo. Quizá nuevamente el mejor ejemplo de esta ambigua relación sea la que se desarrolló entre Ricardo Garibay y Rubén Olivares: terminada y publicada la crónica, se ensañaron uno y otro en una serie de pleitos por los regalías.


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