Alebrije 0094

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No. 94

Arte - Cultura - Literatura - Historia - Sociedad

Si no se da la batalla cultural, se puede perder la batalla política

Carlos Monsiváis

suplementoalebrije.blogspot.com C O L A B O R a n : TA N YA J I M É N E Z , M A R I E L G UZ M Á N , R I G O B E RT O L Ó P E Z , A R M A N D O CA L I X T O, O C TAV I O CA R R A N Z A y H U G O L Ó P E Z C O R O N E L


24 de Mayo de 2013•Pág II

Periódico Cómo?• Director Editorial: Carlos Gómez

Alebrije• Director: Gerardo Pérez Muñoz huauchi_perez@yahoo.com.mx

Mariel Guzmán ¡Oh! Este sol ha perdurado toda la estación con escasas lluvias, resulta extraño, en años anteriores a estas alturas ya había recibido mi dosis vital de humedad y ese airecillo fresco y burlón que llega de las cercanías, es el sutil rumor de lluvias en los alrededores, este aire que me lastima, hiere mis hojas secas, las rompe con la más breve brisa, juega cruelmente con ellas, antes de dejarlas reincorporarse a la tierra, polvo eres y en polvo te convertirás, pero no, aún no es tiempo, estoy lleno de frutos que saciaran la sed de los demás, hecho triste el que no pueda saciar la propia, cosa irónica que esté muriendo por falta de agua en la estación de lluvias. Las nubes pasan obscuras, coquetas sobre mis ramas llenas de frutos infructíferos que no llegarán a madurarse, ni a saciar la sed de alguien, así como no sacian la mía, pasan sonriendo las muy ingratas, en ocasiones hasta acompañadas de una orquesta de truenos, relámpagos y rayos que anuncian su proximidad, pasan con sus efectos especiales, unas indiferentes y otras benévolas, las indiferentes nos abandonan a nuestra suerte, las benévolas, intentan descargar ese néctar de vida que traen a cuestas para así también aligerar su carga, comienzan a caer las primeras gotas, “ploc-ploc-ploc” caen en el suelo agrietado, más bien se incrustan pues apenas se incorporan son absorbidas con vehemencia, “ploc-ploc-ploc”, caen en algunas de mis hojas y mis frutos polvosos comienzan a sentirse lavados. Entonces de la nada, aparece un viento socarrón, ¡envidioso, egoísta, traidor! sólo quiere jugar con las vaporosas nubes y comienza a empujarlas, mis benefactoras ansiosas de sobrevolar nuevos territorios olvidan su crucial tarea y se dejan llevar dócilmente ante el espectro de conocer nuevos territorios, mientras el viento las acaricia y les silba relatos de lugares lejanos, la naturaleza de las nubes las hace ser así, soñadoras, por eso no tienen una forma definida y bien pueden parecer caballitos, barcos piratas, dragones, unicornios, autos, Pancho Villa o mi madre, pero ese airecito cínico a quien no tolero a veces, va de aquí para allá, lleva y trae noticias de lluvias cercanas, ríos colosales, océanos lejanos, todo un banquete que extasía mis sentidos, todo un festín del cual puedo percibir signos pero no servirme de él, en ocasiones creo disfruta de torturarme el muy sádico, ese vientecito que se mofa de mi desgracia o peor aún, ni siquiera ha reparado

en ella, ese airecito incorregible que gusta de arrancar sombreros y levantar faldas no se toma nada enserio. Ayer intente dialogar con él y me negó la conversación, se dice muy ocupado pastoreando a las nubes de aquí para allá, tiene que humedecer el Desierto de los Leones y no dejar a las nubes detenerse sobre la Lacandona, ese airecito que es capaz de poner verde a Luvina y dejar café grisáceo a Misantla. Un día más y otro, una semana y otra más, ya ha pasado un ciclo lunar y por fin las hormigas comienzan sus días de labor infatigable, día y noche trabajan, para recolectar provisiones, pero... ¿qué veo? … Han empezado a desnudar a uno de mis vecinos y poco a poco le desgarran los vestidos, esta faena tortuosa dura varios días, sus pobres ramas desprovistas de hojas para protegerse del sol comienzan a ponerse amarillentas, no comprendo como la luz del sol ingrediente necesario para nuestra alimentación puede dañar a uno de sus hijos, puede dañarme, esa benevolente luz es como una caricia persistente, que está empezando a corroerme el cuerpo, como si quisiera despellejarme y que toda mi savia se derramara para ver si así logra cerrar las hendiduras del piso reseco, todos mis hermanos comienzan a preocuparse también, las hojas que antes apuntaban hacia nuestro luminoso padre, se repliegan hacia el suelo buscando resguardo, un suspiro húmedo, no tan abajo compañeros que esos camicaces rojos han terminado de asesinar a nuestro pequeño hermano y ahora andan de nuevo a la expectativa, cual tribunal de la santa inquisición deben estar deliberando quién será la próxima víctima, la sola idea de que pueda ser yo hace que me estremezca desde la rama más elevada hasta mis raíces en lo profundo, me siento vulnerable y patético, vulnerablemente patético, como un elefante que teme a un pequeño ratón, a miles de pequeñísimos ratones rojos asesinos. Me ha despertado un leve cosquilleo, esto debe ser una pesadilla, un sueño de esos donde me despierto dentro de otro sueño, por favor alguien despiérteme, vientecillo travieso ven a jugar con mis hojas, has un ruido atroz y ahuyenta a estos asesinos seriales, que han comenzado a mutilarme, ¡ayuda, alguien por piedad! hasta toleraría un plaguicida, ¡mis hojas, mis frutos! ¡ay de mí!, esto es una carnicería, finalmente cuando casi están por acabar conmigo y solo faltan las hojas bajas

aparece un hombre muy de mañana trayendo consigo un cubo y comienza a repartir de beber a mis hermanos, su pequeño vástago le cuestiona el motivo por el cual pasa de largo frente a mí y no se molesta en regarme, el hombre acerca al pequeño y le muestra a los asesinos silenciosos, el hombre sigue yendo y viniendo, mientras el pequeño contempla, me hace justicia y mata a una de miles, coge uno de mis frutos, lo lleva hacia sí, lo huele, lo observa, lo acerca a su pequeña boca curiosa, llega a sus papilas gustativas y entonces… aparece una mueca de repulsión ante el fruto inmaduro que acaba de probar, lo escupe desilusionado y se va a jugar por ahí, al menos mató unas cuantas, aunque llegó algo tarde, tarde para mí, al igual que su padre, al igual que todos los humanos, siempre están llegando tarde y pretenden así definir el mundo cuando no han asistido a su creación, quizá por eso lo destruyen para tener al menos el privilegio de ser testigo y parte del fin. Están desprendiendo el último fragmento verde de mí, mi tronco, mis ramas, todo Yo, estoy amarillento, el aire viene jubiloso, ya nos toca una regadita, me alegro por mi compañeros, por las hormigas que terminaron a tiempo, y ahora entran a su siniestra cueva llena de muerte, de muertos, de vida, de la parte viva de mi que ahora está muerta; entonces ellas llegan se detienen, se instalan, observan todo lo que han hecho falta, creo que eso les eleva el autoestima, para que después de anunciarse con truenos y relámpagos comiencen a descargarse, lloran lágrimas de vida, las primeras lágrimas son inmediatamente aprovechadas, “ploc-plocploc” y las hojas se levantan hacia el cielo, las ramas se extienden, mis hermanos se yerguen, son altos pero ahora se ven aún más altos, yo los admiro desde lo bajo, mi piel esta tan áspera que ya no logra absorber nada, no puedo sentir la humedad que penetra en el subsuelo y rodea mis raíces, mi raíces inertes, entonces: a) Pienso, que manera tan irónica de morir a pocos días de saciar mi sed, asesinado por insectos yo la obra más perfecta de la naturaleza que fabrica su propio alimento y crece hacia la luz, muerto por un insecto, miles de ellos, pero a fin de cuentas insectos, deja de reírte vientecito bufón. b) Antes de irme definitivamente miro al suelo y uno de mis frutos está allí, mitad podrido, mitad enterrado, no entiendo cómo, pero un pequeño tallo se deja entrever, quizá no fue tan infructífera

•Consejo Editorial• Juan A. Ariza, Joel Merino, Miguel Ángel Andrade, Araceli Toledo, Karen R. Kauffman, Judith Castañeda, Gina Lizeth, Oswaldo Camarillo y Corea Torres

• d i s e ñ o ed i t o r i a l • Martha García huauchi_perez@yahoo.com.mx


24 de Mayo de 2013•Pág III

Cena para Tres

A Davronel, por su incansable aspecto. Quizá ella fue; no, quizá él.

HUGO LÓPEZ CORONEL

Ella, con sonrisa fingida y unos ojos mentirosos abandona la postura que mantuviera desde hace rato; coloca su bolso sobre la mesa y confiesa su desnudez con la mirada.Antes de decir nada, se pone en pie y vociferando todo un torrente de sangre se enfila hacia la puerta sin ni siquiera voltear. Sólo ha dejado dos palabras en aquella atmósfera tenue: chao cariño. Desperté en medio de mis sueños despedazados en la almohada, con la frente perlada de desasosiego… otra vez. Algo dentro de mí crece y me carcome como un cáncer. Llueve. Las nubes en el fondo oscuro danzan en un tono rosáceo que me transporta más allá de las paredes. A mi lado duerme… otra vez. La comida en casa de los Fuentes ha sido el principio de nuestra desesperanza. Durante la cena, ella confesó después de seis copas de vino blanco la comezón que en el alma siente.Yo, escéptico, no daba crédito a aquella escena, mis labios se fruncieron

hasta casi reventar cuando mi boca intentó callarla. Ella ríe a carcajada abierta con un claro tinte de nostalgia, de deseo prohibido, de amargo desdén encasillado muy a adentro. El señor Fuentes me ha dicho salud. Yo correspondo con una suave sonrisa. Ahora sé que esa angustia no es por mí, que no soy yo el que consuela sus noches frías, no soy la marea que sube hasta su pecho para acariciarla con la blanca arena y la brisa temprana en días de verano. Las mujeres se apartaron y ahora las escucho hablar sin que sepan. Ella les cuenta sin pudores del otro, el que camina mis pasos de vuelta a casa una vez que me he ido. Ríe. Las demás la miran admiradas. Yo, desde mi rincón, río también; en el fondo tengo ganas de incrustarme en la tapicería y esperar a que el fuego de sus ojos incendie la casa. Pero no, sigo mi camino, el señor Fulano me espera para seguir brindando. Puede que haya aumentado la maleza en estos días, mi corazón, mis pulmones y mis arterias

lo presienten sin prisa. La cara buena del mundo me mira de soslayo al choque de las copas. Su tintinear me escuece la espalda. Si fuera café, voltearía mi taza para leer los posos como cuando era niño y Matilde no me observaba ensuciar su vajilla predilecta. La invitación llegó temprano, ella la puso sobre el tocador y ahí permaneció por días, hasta que nuestros gritos permitieron encender mi cigarrillo, descosí los botones de mi camisa para que sus manos navegaran libremente. Han sido tan sólo seis años de dulce compañía, el único detalle fue su adiós desde que lo colgó al sol para secar las enormes lágrimas envueltas en caramelos de cristal. Conciliamos asistir a la cena desde que mañana no nos vemos, ya nunca. El papel está enjugando la tinta de limón. Basta una llamarada para que vuelvas, hasta que quieras; porque ahora finges no darte cuenta, en estos instantes en que tu risa ha estrellado el cristal con el que brindo.

Octavio Carranza Ella era un ser mítico, una leyenda perdida. Se dice que es una quimera alquímica imposible, capaz de transmutar su cuerpo, de vivir múltiples vidas al mismo tiempo. Sus lavios eran de rubí incandescente, sus senos de marfil. Poseía un sexo magnético que hechizab a con energía apocalíptica; era imposible separarse de él hasta que ella lo permitía. Con una danza erótica invocaba orgasmos tántricos. La luna era su signo, y la madrugada su hora favorita. He decidido buscarla, perderme en sus noches míticas y abrazarme a su cuerpo, ser esclavo de sus encantamientos y beber de su misterio. foto : TANYA JIMÉNEZ JUÁREZ

todos los

El Vuelo del Colibrí

viernes DE 5 A 7 de la tarde

se transmite por movimiento.tv

VOCES DE LA DIVERSIDAD Un espacio para la reflexión, el debate, las letras, la música, las culturas y las artes


24 de Mayo de 2013•Pág IV

Armando Calixto Hazme un favor…

Hazme un favor… Como hermano, te lo pido, como hermano de sangre que somos, porque compartimos el mismo genoma pero eso no impide que un día ciego de poder o iracundo… sin más, te mate; porque soy Caín o Abel y a veces no lo sé. Como el detractor que históricamente soy, como el depredador de su propia estirpe, porque soy la encarnación de tu terror, el ángel de la muerte que cabalga suelto, la forma iracunda de Dios, no del verdadero, sino… del que nos inventamos tu y yo. Porque un día perdimos la inocencia y nos sentimos tan libres para todo, y todo fue coctel de atrocidades, y necesitamos inyectarnos miedo en la sangre para moralizar nuestros actos y temer al fuego eterno. Porque hay algo a lo tememos sin temer …y es… al fin. Hazme un favor…

dibujo : contra la minería autor : armando calixto


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