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La pregunta
La pregunta
–Todo hubiera sido diferente si se hubieran dado cuenta de todo mi potencial. Fui el primer lugar en mi generación: cuadro de honor en Medicina, no cualquiera lo logra, sólo los que estamos predestinados para ser grandes. Cuantas veces me lo proponga paso la mentada pruebita del Examen Nacional para Residencias Médicas. Ya van dos veces que lo aplico y las dos veces lo he aprobado. La primera vez entré a hacer Ginecología, pero creo que es muy poco para mí, estoy sobrado para esa especialidad, alguien de mi capacidad no se la puede pasar nomás sacando escuincles de la panza y escuchar a viejas quejumbrosas. Por eso decidí irme a hacer Cirugía en la segunda ocasión. Bien me decía mi profesor de técnicas quirúrgicas: es el trabajo que más se le parece a Dios, pues es capaz de modificar la naturaleza humana. El monólogo de Mauro fluía como agua en un río alegre y desbordante. –Pero la plaza de Cirugía que me asignaron fue en el Hospital de Zaragoza. Un hospital muy conflictivo que es un hervidero de pacientes. La carga de trabajo es sobrehumana, no hay quien la aguante, ni siquiera alguien de mis capacidades. Por principio de cuentas no me dieron el trato que merecía, con el respeto a mi historial académico y al tipo de persona que soy. Además, no puede uno hacer dos cosas al mismo tiempo: como tomar una muestra de sangre de un paciente y hacer una nota de otro paciente; hacer una curación y hacer una nota de ingreso que viene llegando a piso. No: yo hago mi trabajo excelente, pero de uno por uno. Además, para hacer las notas médicas usan todavía máquina de escribir y no en computadora como yo estoy acostumbrado. Yo no voy a estropear mis dedos ahí, que están destinados para el quirófano. Además, los médicos de base, los
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residentes y los internos se conocen, forman su grupito y a uno que viene de fuera ni lo pelan, y eso afecta, uno no puede hacer una especialidad así. Además, no puede ser que tenga uno que hacer guardias, es antipedagógico, no puede ser que sean las tres de la mañana y uno siga trabajando, haciendo ingresos, escribiendo a máquina, haciendo curaciones, estar de primer ayudante en quirófano… ¡y encima tener que preparar tema para el día siguiente! Es para volverse loco. Dudo que alguien resista eso. Por un momento Mauro mostró una mirada de nostalgia. –Por eso no les duré más de tres días. Y les dejé pendientes las notas de la guardia. “Ora sí, niñito, te vas a hacer hombre aquí”, me dijeron, y no estoy para tolerar esas faltas de respeto. Cuando me quejé con el adscrito me dijo: “Y esto es apenas el inicio, si no te adaptas, no sobrevives. Ni modo, chico fresa, te van a hacer mermelada”. No, no les aguanté y salí huyendo del hospital, llegué a mi departamento y le hablé a mi mamá y a mi papá y al día siguiente empacamos y nos regresamos al pueblo. No me arrepiento, fue una decisión muy sabia. Regresó su mirada a mi persona y agregó: –Sólo le pido que me elabore ese documento en donde diga que por una depresión abandoné la residencia y ver si me reservan mi lugar para el próximo año. Y si se puede, si no, no hay problema. A veces pienso que ser médico y estar al servicio de una institución es muy denigrante… yo no nací para que me manden, sino para ser líder. Es probable que este año sea sabático para mí y piense bien las cosas: a lo mejor me dedico a la invención. Creo que podría ser como Steve Jobs o Bill Gates. Ya para retirarse, Mauro se detuvo en el umbral de la puerta y dio media vuelta. –¿Cuántos años son para estudiar psiquiatría? –Eran tres, ahora son cuatro años. –Se me hace mucho tiempo para lo que hace un psiquiatra. Yo podría dedicarme a la psiquiatría y sé que me iría muy
bien. Hágame la pregunta que quiera y verá que se la contesto. –Está bien, Mauro –inquirí–. ¿Por qué en las consultas que acudiste conmigo siempre viniste acompañado de tu mamá y no la soltabas de su falda? Sonrió de una manera nerviosa, parpadeó rápidamente y trató de decir algo, pero se le ahogaron las palabras en la garganta. Salieron madre y paciente del consultorio, pagaron la consulta y se fueron tomados de la mano. Así fue como el niño genio, primer lugar en su generación, no me pudo contestar una simple pregunta de la vida.