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Las grandes batallas

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La pregunta

La pregunta

Las grandes batallas

–Debería de haber visto, doctor, ¡qué fin de semana pasamos mi hermana y yo en Tlalpujahua! La pasamos de lujo: es un pueblo chiquito pero muy turístico. Vale la pena visitarlo. Aprovechamos el puente y nos llevamos a mi niño. El sábado por la tarde nos subimos al Turibús que da una vuelta por el pueblo y un guía va dando explicaciones de los lugares que uno va visitando. Dora Luz se apreciaba ansiosa por dar a conocer el resto de su relato. –Lo mejor fue cuando nos subimos a la planta alta del Turibús. Mi hermana y yo nos íbamos a sentar en unos asientos, pero una monita que nos dice: “No, no se pueden sentar ahí, están apartados”. Y yo que le digo: “¿Que no se puede qué?”. Y que nos hacemos de palabras la monita esa y yo. Nomás porque iba yo cargando a mi niño, si no, capaz que no sé qué hubiera pasado. Discutimos y hasta vino el chofer del Turibús y trató de calmar la situación. Pero ya estaba bien encendida y que me le pongo al brinco, y a pesar de que iba con su esposo y sus hijos que me siento en mi macho y que empujo a mi hermana y que la siento en uno de los lugares, y que quito su bolsa del otro asiento y que me siento con mi niño. Debería de haber visto la cara que puso la monita esa. Hasta se espantó: “Y quítame si puedes”, le dije. Y pos claro que no nos pudo quitar. Mi niño hasta se espantó, pero le dije: “No te preocupes bebé, todo está bajo control por mamá”. Una sonrisa de éxito iluminó el rostro de Dora Luz, quien siguió con su relato. –La pobre monita toda escurrida que se va a la parte de abajo del Turibús, como perrito con la cola entre las patas. Hasta sentí feo por ella, pero que aprendan que con una mujer chin-

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gona, como yo, nadie se mete. Creo que es bueno que una se sepa defender y no dejarse, es bueno que una se sienta, de vez en cuando, orgullosa de una misma… yo sé librar las grandes batallas de mi vida. –Muy bien, Dora Luz –dije–. Y a todo esto, ¿vienes por tu receta? Préstame tu carnet de citas… Este no es el tuyo, es el de tu hijo… oye, por cierto, ¿tienen los mismos apellidos? –Sí, doctor, lo registré como si fuera hijo natural. –No recuerdo, ¿y su papá? –No se quiso hacer cargo de él. En cuanto supo del embarazo se fue para Estados Unidos y apenas regresó el mes pasado, todo jodido y derrotado. No le fue bien allá y el poco dinero que ganó se lo quitó su mujer. Y resulta que ahora sí viene a verme y hasta dice que quiere saber del niño. –¿Te apoyará con los gastos del niño? –¡No, hombre! ¡Ya parece! Si no le digo que llegó todo jodido. Incluso, me vino a pedir dinero prestado para un negocio que quiere poner aquí. Yo soy cabrona, soy autosuficiente y que le callo la boca. Yo sola sacando a mi hijo adelante y hasta le he prestado dinero a mi hermana que su marido no trabaja. Modestia aparte, soy muy noble, eso me lo enseñó mi mamá. Ya olvidé las veces que me golpeó el papá de mi hijo y hasta estoy viendo si me hacen un préstamo en la Caja de Ahorro de la empresa donde trabajo para ayudarle con su dizque negocio. No cabe duda: es un pobre güey, él no ha sabido ganar las batallas de su vida, en cambio, yo soy luchona, soy chingona y, además, creo soy un ejemplo para mi hijo para que aprenda a no dejarse de nadie. Al terminar la consulta, Dora Luz se levantó y, ya en la puerta, se detuvo, volteó y preguntó: –¿Cree usted que habrá algún empleo en el Seguro para mí? Necesito más dinero para las deudas que me estoy echando encima. Esta guerrera necesita armas para sus grandes batallas.

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