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Cáscaras de papa

Cáscaras de papa

–Muchas gracias, doctor. No sabe lo amable que ha sido. No con cualquiera me siento en confianza para pedirle un favor así. Pero usted es tan buena gente. Y es que Rosita no tiene derecho al Seguro Social, su marido la dejó y, como le decía ayer, tiene cinco años haciéndome el aseo en casa. Mantiene a sus hijos con lo que yo le pago y con la despensa que cada fin de semana le compro. El problema es que Rosita ya tiene muchísimo tiempo con la gastritis y no la deja en paz el dolor de estómago. A pesar de varios tratamientos, ella ha seguido mal, pero… ¡pobre! Sufre tanto con su pobreza que no puede dejar de fumar sus Delicados sin filtro. Pero usted es tan bueno como Gastroenterólogo y como persona es mejor… En ese momento Lulú, la enfermera del servicio, se limpió una lágrima con la mano y se talló el ojo. –Gracias, doctor por la consulta, por haberla visto sin cita, por el estudio de endoscopía que tuvo que hacer con mi nombre y mi número de afiliación y por las recetas. Sólo espero que le pueda dar una próxima cita para que vea cómo sigue… espero nomás no sea tan retirada. Al mismo tiempo Rosita salía del vestidor con su ropa original y la bata que le habían prestado para el estudio en la mano; se la dio a Lulú y se mantuvo de pie frente al doctor, esperando las indicaciones. –Bueno, Rosita –dijo el doctor–, de la dieta ya hablamos y, sobre todo, de dejar el cigarro. De los medicamentos ya le expliqué a Lulú cómo se los va a tomar, ahí en las recetas viene de todos modos anotado cómo quiero que se tome las pastillas. Sin decir palabra alguna, Rosita tomó las recetas, se dio la media vuelta y se dirigió a la puerta, acompañada por Lulú.

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–Una última recomendación, Rosita: la cáscara de la papa cruda se ha visto que ayuda mucho a controlar la gastritis. La limpia lo mejor posible y, si está de acuerdo, se la come. Rosita quedó de pie, con la mirada fija hacia el galeno. –¿Alguna pregunta, Rosita? –Sí. Y las papas, ¿no me las va a dar? –preguntó. –¡¿Perdón?! –dijo el doctor. Lulú, un tanto apenada, la tomó del brazo y la condujo fuera del consultorio. Antes de salir, Rosita volteó y lanzó una mirada de reproche al doctor diciéndole entre dientes: –¡Uy!, pinche Seguro Social, no cabe duda que son unos muertos de hambre… no tienen ni para cáscaras de papa para darle a la gente…

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