Las grandes batallas
–D
ebería de haber visto, doctor, ¡qué fin de semana pasamos mi hermana y yo en Tlalpujahua! La pasamos de lujo: es un pueblo chiquito pero muy turístico. Vale la pena visitarlo. Aprovechamos el puente y nos llevamos a mi niño. El sábado por la tarde nos subimos al Turibús que da una vuelta por el pueblo y un guía va dando explicaciones de los lugares que uno va visitando. Dora Luz se apreciaba ansiosa por dar a conocer el resto de su relato. –Lo mejor fue cuando nos subimos a la planta alta del Turibús. Mi hermana y yo nos íbamos a sentar en unos asientos, pero una monita que nos dice: “No, no se pueden sentar ahí, están apartados”. Y yo que le digo: “¿Que no se puede qué?”. Y que nos hacemos de palabras la monita esa y yo. Nomás porque iba yo cargando a mi niño, si no, capaz que no sé qué hubiera pasado. Discutimos y hasta vino el chofer del Turibús y trató de calmar la situación. Pero ya estaba bien encendida y que me le pongo al brinco, y a pesar de que iba con su esposo y sus hijos que me siento en mi macho y que empujo a mi hermana y que la siento en uno de los lugares, y que quito su bolsa del otro asiento y que me siento con mi niño. Debería de haber visto la cara que puso la monita esa. Hasta se espantó: “Y quítame si puedes”, le dije. Y pos claro que no nos pudo quitar. Mi niño hasta se espantó, pero le dije: “No te preocupes bebé, todo está bajo control por mamá”. Una sonrisa de éxito iluminó el rostro de Dora Luz, quien siguió con su relato. –La pobre monita toda escurrida que se va a la parte de abajo del Turibús, como perrito con la cola entre las patas. Hasta sentí feo por ella, pero que aprendan que con una mujer chin23