CORRIENDO CON LOS TARAHUMARAS (avance de lectura)

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Corriendo con los tarahumaras Vivencias de un médico en Chihuahua

Camerino Moreno Salinas

SILL VACÍA

editorial


Camerino Moreno Salinas

Corriendo con los tarahumaras Vivencias de un médico en Chihuahua Primera Edición: abril 2014 Editorial Silla vacía ISBN: Derechos reservados conforme a la ley, por la presente edición (textos y fotografías) © Camerino Moreno Salinas

SILL VACÍA editorial © Silla vacía (diseño y tipografía) Editor: Miguel Ángel García Fray Antonio de Margil 88, Centro Histórico, Morelia, Michoacán, México, 58000 sillavacia@gmail.com Digitalización y calibración de diapositivas: Instituto de Investigaciones Históricas (UMSNH) Agripina Alfaro Trujillo Fotografía de portada: Michelle Barrera Moreno Diseño de portada: Leodegario Mendoza Diseño editorial: Leodegario Mendoza Impreso en Morelia


Dedicatorias A Rebeca, mi Madre, que me enseñó a plantar y no cortar las rosas del jardín, y a amar y respetar al prójimo. A Camerino, mi Padre, que me enseñó a volar (soñar) en las montañas y pensar con libertad. A mi esposa Laura Enriqueta, que inunda el hogar de flores, canto de las aves y mucho amor. A mis Hijos: Camerino Enrique, Laura Rebeca, Adrián y Sabina Michelle, por los que anduve en las montañas y plantamos árboles y me han llenado de tanto amor. A mis nietos: Enrique, Juan José, Camerino y Frida… el refuerzo. A mis hermanos: Yola, Arturo, Carlos, Julio Jorge, Adrián y Rebeca, con los que crecimos juntos y tuvimos proyectos de vida. A mis amigos y hermanos de montaña, de senderos y recorridos urbanos: Mtro. Camilo Velázquez (q.e.p.d.), Martha Laura (French), Memo (Rot), Juan Carlos (Bull), Alejandro (Escocés), Héctor (Berna), Paco (Salchi), Salvador (Lobo), Sergio (Xolos), Noe (Sharp), Antonio (Dober), Agustín (P. Amarillo), Israel (Jefe), José Luis (Luigi), José Luis López, Andrés Glez., Sergio y Paco Rodríguez, Don Héctor, Romy, Víctor (Samo), Jorge (Bickila), Mario Ochoa, Isidro Barriga, Piña (q.e.p.d.), Mari Jose Ochoa, Raúl y Lucy, Nelly y Adán, Jesús (Afgano), Jesús E. Basilio del M. y al Maestro José Mercado.


A los rarámuris. A mis amigos de Catarinas. A las montañas y barrancas.


Dedicatoria muy especial a:

Dr. Fernando Martínez Cortés por haber cambiado el rumbo de este libro: en lugar de ser de Pediatría se generó Corriendo con los tarahumaras..., y guía en las utopías, como él dice. A Lourdes Viesca por sus consejos y sabias orientaciones en el libro. A Claudia Aguilar por la excelente revisión del manuscrito. A Miguel Ángel García en el recorrido del sendero editorial para materializar el libro. Al Dr. Armando Aguirre y la Dra. Tere Da Cunha, excelentes amigos y luchadores incansables por la comunidad y la academia: por su apoyo invaluable en los proyectos. A la Dra. Martha Laura Valdés por su excelente apoyo en el manuscrito y haber corrido juntos en tres ultramaratones en Chihuahua.

Prólogo ..............................................................................7


INDICE Introducción ..................................................................13 PRIMERA PARTE El contacto inicial ..........................................................17 Antes de comenzar .........................................................19 Rarajípari .......................................................................27 Platicando con un rarámuri ..........................................39 Catarinas .........................................................................53 Indigesta ..........................................................................65 El hospital menonita ......................................................67 Don Zenón .....................................................................73 El hacendado del Rancho de Los Tepehuanes ..............77 El dictamen .....................................................................81 Una lección menonita ...................................................87 El encuentro ...................................................................91 Rita cayó del cielo ..........................................................93 Dos historias similares ..................................................99 Doña Esthercita ...........................................................105 Odisea en Batopilas .....................................................115


Juanón ..........................................................................125 El elefante rosa .............................................................131 Algo pasó ......................................................................135 SEGUNDA PARTE Correr en la Sierra .......................................................141 Hoy no corrimos .........................................................147 Los preparativos ..........................................................151 Un mal presagio ..........................................................157 La Carrera ...................................................................165 El final .........................................................................181 TERCERA PARTE Esclavos en Chihuahua ...............................................187 Los rarámuris ...............................................................199 REFERENCIAS RESCATANDO EL INSTANTE ............................225



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Prólogo

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n una muy reciente reunión de médicos escritores que tuvo lugar en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), inicié mi presentación señalando que el hecho de que el médico en pleno ejercicio de su profesión incursione como autor en los campos de la literatura, de la historia y de diversas vivencias personales, es una expresión de su sensibilidad, cualidad que por supuesto también aplica en su trabajo médico. Esta es la razón por la cual valoro y estimo a los colegas que nos dan a conocer su lado más humano, más sensible; con relatos, con experiencias como las que encierra este libro del médico pediatra Camerino Moreno Salinas. El autor nos lleva a conocer Sinforosa que es nada menos que la ¡Reina de las Barrancas de Guachochi! Si la observamos desde el Mirador llamado Cumbres de Sinforosa nuestra capacidad usual casi adivina el fondo que está a mil 400 metros. Ya más o menos acostumbrados a divisar estas profundidades nos vamos al Mirador Cumbres de Guérachi desde el cual la vista se pierde a los mil 800 metros. Este es el escenario donde los tarahumaras corren veloces, incansables; subiendo y bajando por los despeñaderos y pedregales en

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un ritual que los integra a la tierra donde han nacido, o más bien dicho, la hacen suya repitiendo un ritual colonial del altiplano relativo a la fundación de los pueblos indios. Se empezaba por medir el cuadrado de quinientas varas por lado y una vez hecho esto los indígenas lo recorrían en todas las direcciones posibles arrancando las yerbas y arrojando las piedras cuan lejos podían, simbolizando de este modo que eran dueños de esta tierra, incluyendo las piedras, las yerbas y los árboles. Nuestro amigo y autor de este libro se ha unido en alma a toda carrera llena de simbolismos, pero físicamente solamente lo ha hecho a pedacitos: mas lo primero es lo fundamental. Esto es lo que nos trasmite en este libro. Invito al lector a ponerse cómodo y acompañe al autor de este valioso libro en sus andanzas por la Sierra Tarahumara.

Fernando Martínez Cortés


Los rarámuris corren tanto… que hasta dejan correr el tiempo


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Introducción

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l etólogo Honrad Lorenz escribió que dos de las grandes pulsiones presentes en los vertebrados superiores son el miedo y la agresividad. En ambos casos, la primera necesidad es correr; correr, escapar del enemigo, huir del depredador, atacar a quien invade tu territorio, atrapar a la presa, al alimento. En ese sentido, correr grandes distancias no es nada nuevo pero, ¿para qué correr si no es por estos motivos? Quizá es el afán, el deseo de superar algún “límite”, una constante en la historia del ser humano. Correr es símbolo de la lucha del hombre, es una actividad natural que no tenemos al nacer sino que la adquirimos durante las últimas etapas del desarrollo en la deambulación (el niño empieza por moverse, luego voltea, rueda, se arrastra, se levanta, gatea, camina, corre y trepa, por último ¿vuela?). Correr es, pues, una manifestación de madurez física. Correr es símbolo de libertad; desde la antigüedad el hombre ha corrido por las llanuras y esta acción se convierte en vuelo del espíritu. Correr da la sensación de libertad, de posesión del cuerpo, de íntima relación con la tierra, de integración con la naturaleza. A veces transformamos esa naturaleza en asfalto ardiente, en edificios, en semáforos, al fin y al cabo esa es la naturaleza dominada por los motores rodantes, la tala impune de árboles y por la posibilidad de no tener un bello atardecer.

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La participación en carreras de largo recorrido, bien sea por ganar, mejorar tiempo, o simplemente por llegar –de acuerdo con la capacidad física y mental de cada quien– es también un reto que supone probarse a sí mismo. En las sociedades modernas avanzadas este tipo de carreras se ha convertido en un recurso para crear vínculos de identidad vía espacios de interacción que compensan la falta de encuentro y comunicación social existentes en la vida diaria. Por otro lado, ¿en qué están unidas con el pasado remoto del hombre esas competencias, plagadas de marcas comerciales, deportivas y no deportivas? ¿Qué relación tienen esos atletas especializados, asesorados por médicos, fisiólogos, nutriólogos y técnicos de alto nivel, con los corredores tarahumaras? Éstos corren impulsados por los gritos de su mujer y de su prole, ayudados por los conjuros del brujo-sacerdote de su comunidad. Tal relación es la esencia misma del evento. Hay una gran diferencia entre la carrera del tarahumara y el corredor de lides internacionales: el primero corre sin la necesidad de romper una marca, corre en la montaña cruzando ríos y arroyos, sorteando piedras y troncos; sus principales espectadores son los árboles, los pájaros que le indican el camino mientras las liebres le abren paso y el alma de sus ancestros lo guía hacia la libertad. En cambio, el corrredor olímpico o de campeonatos mundiales, que tiene sus méritos, corre por otros objetivos: fama, remuneración económica, marcas… corre con orgullo, coraje, determinación y disciplina, pero no más. Otra cosa hay que decir de las competencias que invaden las metrópolis del mundo como Tokio, Boston, la Ciudad de México, París o Nueva York, con todo el impulso comercial que despunta donde ocurren. Ahí van de por medio millones de pesos, dólares, euros, etc., para repartir entre los ganadores de una carrera que,


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en cierta forma, tiene un sentido de protesta contra la sociedad robotizada de vida sedentaria, de cuerpos atrofiados por la manía del consumo. Hemos creado una comodidad artificial y desechable, una sociedad de plástico.

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PRIMERA PARTE El contacto inicial


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Antes de comenzar…

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ada año se corre en las barrancas de Guachochi, Chihuahua, en la reina de las barrancas, La Sinforosa, el Ultramaratón de los Cañones; es una carrera de 42, 63 y 100 kilómetros donde participan corredores de varias partes del mundo, incluyendo a los rarámuris. Para darnos una idea del recorrido haremos un bosquejo del estado y de la región donde habitan quienes corren con el viento. Chihuahua se encuentra al sur de la frontera México-Estados Unidos, fue erigido como estado el 6 de julio de 1824 y es a la fecha una de las más grandes entidades federativas del país, con una superficie de poco más de 247 mil kilómetros cuadrados; es decir, 12.5 por ciento de la superficie nacional. Esta vasta extensión está formada en el oriente por bellos desiertos de aspecto singular; su territorio central tiene poblaciones y zonas cultivadas e industrializadas, actualmente en auge económico; la región montañosa y barranqueña se encuentra en el suroeste y es conocida como la Sierra Tarahumara, donde prevalece la injusticia en contra de los rarámuris, propietarios originales de la tierra, así como el deterioro ecológico, que comenzó desde la época de Porfirio Díaz con la primera “rapa” a los bosques, para exportar la madera al país vecino. La Sierra Tarahumara forma parte del enorme macizo montañoso que es la Sierra Madre Occidental; abarca aproximadamente 45 mil kilómetros cuadrados y es una de las regiones más intrincadas de América. Es una zona llena de cumbres, surcada por barrancas escarpadas, algunas de las cuales alcanzan poco más de mil 800 metros de profundidad. La carrera se lleva a cabo pre-

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cisamente en una de estas barrancas, La Sinforosa, que es como decíamos, la reina de las barrancas por lo abrupto del terreno, por su vegetación y sus ríos. Es más profunda e impresionante que el Cañón del Colorado, en Estados Unidos, y su temperatura puede descender hasta menos de cuarenta grados centrígrados e incluso más, en las zonas altas. La Sinforosa tiene ciento veinte kilómetros de longitud y se encuentra a 16 kilómetros del poblado de Guachochi. Se llega ahí por un camino de terracería en buen estado cuyo tiempo de recorrido es de 20 minutos, aproximadamente. Esta barranca tuvo su origen hace unos 30 millones de años durante la Era Terciaria, cuando un intenso vulcanismo levantó a la Sierra Madre Occidental. Durante un lapso de casi 10 millones de años, miles de volcanes arrojaron grandes cantidades de lava y millones de toneladas de ceniza que al irse depositando conformaron las grandes mesetas de la Sierra. El mirador más espectacular de la barranca, Cumbres de Sinforosa, tiene mil 400 metros de profundidad; en su punto más profundo se encuentra el Mirador Cumbres de Guérachi, con unos mil 800 metros. Su constitución geológica se basa principalmente en rocas volcánicas de entre 20 y 30 millones de años de antigüedad. De todo el complejo, la más conocida de las barrancas es la del Cobre, al fondo de la cual fluye el Río Urique. La Sinforosa es también conocida como Barranca San Carlos o Cuchubéachi. De ella se ha hablado muy poco, quizá porque no ofreció los grandes beneficios de minerales que las barrancas de Urique o Batopilas. En 1676, José Tardá y Tomás de Guadalaxara, misioneros jesuitas que viajaban por la zona, la refirieron así: [...] pasamos por cerca de otro pueblo llamado Guérachi [seguramente se trata de lo que ahora se conoce como Cumbres de Hué-


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rachi]; y por no estar tan profundos como los pasados, nos dijo Nicolás [el guía] que nos detuviésemos para hablar con la gente. Ya comenzándose a una profundidad, comenzó a dar voces llamando a los que estaban abajo. Nosotros no veíamos más que árboles, ni alcanzábamos con la vista a ver lo de abajo; ni parecía casa ni otra señal de que hubiese gente. Pero de ahí a rato fueron saliendo de aquella profundidad muchos indios. (en González, 1987, 323).

Los españoles realizaron algunas incursiones en la barranca buscando a los indígenas que encabezaron las rebeliones de 16441652 y de 1690. El primer explorador que la menciona explícitamente es Carl Lumholtz, quien descendió para presenciar la pesca entre los rarámuris; su trabajo sigue siendo uno de los más importantes sobre el tema. Otra de las barrancas que en buena parte se menciona en este libro es la de Batopilas, la que también es muy bonita e impresionante. De ésta se extrajo plata por más de dos siglos sin que llegaran a agotarse los yacimientos; además, fue en su viejo pueblo minero donde la energía eléctrica se usó las primeras veces, por órdenes del presidente Porfirio Díaz. Obviamente, dicha infraestructura no buscó beneficiar a la comunidad sino a la transnacional que explotaba el mineral. Es un sitio muy hermoso donde parece que el tiempo se detuvo. Sobre la fauna de la zona, en ésta abundan los coyotes, pavos, ardillas, víboras y conejos; los pumas son escasos, como también los venados, pues las personas no indígenas han acabado con buena parte de éstos. Precisamente por estos lugares, en una ocasión cuando pardeaba la tarde vimos a lo lejos a un animal de uña color negro quien al escuchar el ruido del motor del auto corrió en forma impresionante, en zigzag,; se perdió a lo lejos con su figura esbelta, no supimos si era un puma o una pantera negra pero quedamos gratamente impresionados.

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Por otra parte, Guachochi significa en rarámuri “Lugar de Garzas”, debido posiblemente a la cantidad de estas aves que existían ahí cuando el lugar era tan sólo una zona pantanosa. El municipio se encuentra a una altitud de 2 mil 400 metros sobre el nivel del mar y colinda al norte con los municipios de Bocoyna y Carichí; al sur con Guadalupe y Calvo y Morelos; al este con Balleza y Nonoava, y al oeste con Batopilas. Tiene 793 localidades, todas rurales. Cuenta con varios afluentes pero entre los más importantes está el Río Guachochi, que entra a Sinaloa con el nombre de Río Fuerte y se encuentra con los ríos Urique y Batopilas, que nacen en su jurisdicción y sirve de límite meridional con Guadalupe y Calvo. El clima de Guachochi es semihúmedo, extremoso, con una temperatura media anual de unos 13 grados centígrados, si bien desciende hasta menos 15 grados y, en ocasiones, hasta 40 grados bajo cero. El municipio tiene hermosos bosques de pino, ahilé, abeto, chamal, táscate, ciprés y diferentes encinos; así como madroños de color rojizo, los cuales se descarapelan dando la impresión de que la corteza fuera hojaldra; cuando cae la tarde, con los rayos del sol se forman figuras caprichosas generadas por las ramas retorcidas de estos árboles de no gran tamaño. Tales bosques no han escapado a la tala inmoderada y clandestina. Como municipio, Guachochi es joven, fue creado por decreto de la Legislatura estatal el 31 de diciembre de 1962, integrado por las secciones municipales de Guachochi, Rocheachi, Tónachi y Norogachi, que se segregaron de Batopilas y los pueblos de Basíhuare, Guaguachichi y Samachique de Urique, mismos que constituyeron otra sección municipal con el propósito de atender los problemas específicos de la población tarahumara de la región. Como población, fue fundado a mediados del siglo XVIII por


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los religiosos de la Compañía de Jesús, con carácter de pueblo de misión y bajo el nombre de Casas Quemadas. Tenía categoría de sección municipal desde 1825, cuando pertenecía a Balleza; en 1847 pasó a Guadalupe y Calvo, y el 22 de octubre de 1897 fue agregado al Distrito Andrés del Río. Hoy es la cabecera municipal y es también Cabecera del Distrito Judicial Andrés del Río. Durante la Guerra de Intervención, en 1868, llegaron a Guachochi fuerzas francesas procedentes de Parral. Miguel Aguirre Portillo, autoridad local, solicitó sin éxito ayuda a Guadalupe y Calvo, por lo que agrupó a los vecinos para la defensa derrotando a los soldados invasores, algunos de los cuales lograron escapar y esconderse en la región, dando origen a la población con características raciales francesas. En 1920 se estableció ahí la primera tienda local, cuyo propietario era don Alberto Aguirre López; también en esta década abrieron sus tiendas don Francisco Bustillos, en Lagunitas, y don Francisco Yáñez, en El Ojito. Más tarde, durante la gestión del gobernador Gustavo L. Talamantes, el poblado recibió una planta hidroeléctrica que funcionó entre 1946 y 1972. La represa que se construyó para su instalación sirve ahora de estación a muchas aves palmípedas emigrantes, entre ellas las zanconas garzas grises que dieron nombre a Guachochi y que todavía persisten en el municipio. El primer aparato telefónico de Teléfonos del Estado se instaló en Guachochi en 1948 y en 1952 fue edificado el edificio que alberga el Cuartel Federal; por estos años se estableció además, el primer hotel. Dos años después Aserraderos González Ugarte, S.A., inauguró el primer aserradero en las inmediaciones del poblado. En 1959 fue creada la Asociación Local de Pequeños Propietarios de Guachochi. Desde dicho año funciona en Agua Escondida, con gran éxito, una embotelladora de refrescos que

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surte a la región. El primer periódico semanal local salió a la luz pública en 1960, con el nombre de El Piyaca. Para 1962 comenzó el servicio de transporte público hacia Parral y en 1963 se establecieron la primera gasolinera y la primera farmacia. En 1965 iniciaron las funciones de un cine local. La Administración de Correos se estableció en 1972, sustituyendo a una agencia anterior. Ese año también comenzó a dar servicio la Comisión Federal de Electricidad. Hacia 1974 la Secretaría de Salud estableció el Hospital Rojo; así también, se inauguró la primera fase de la línea de drenaje, cuyos trabajos habían comenzado en 1964. Ese mismo año inició la introducción de agua potable en la Cabecera Municipal y un año después se estableció la primera sucursal bancaria. El 16 de marzo de 1976 fue inaugurada la línea telegráfica y de radio y en 1982 se constituyó el Club Rotario Guachochi, mismo que ha aportado grandes beneficios a la comunidad. El Cabildo Municipal, previa convocatoria pública, decretó el 30 de septiembre de 1983 la creación oficial del escudo municipal, resultando ganador el diseño de Francisco Guerra Peña. El 25 de enero de 1994 se erigió ahí la nueva Diócesis Católica, en sustitución del Vicariato de la Tarahumara que tenía su asiento en Sisoguichi. En la actualidad se está gestando un proyecto “ecoturístico” en las barrancas del municipio que incluirá un funicular que pretende atravesar la barranca de un lado al otro; según sus constructores se hará respetando el entorno y la ecología. Quisiera creerles pero mucho me temo que se va a acabar esa belleza natural y que dentro de poco la zona estará llena de hoteles ecológicos cinco estrellas y gran turismo, obviamente fuera del alcance de los bolsillos connacionales y en beneficio de las grandes empresas extranjeras.


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Eso sí, crearán –dicen– fuentes de empleo para los nativos del lugar pero con sueldos miserables, posiblemente. Ya hemos descrito lo impresionante de las formaciones rocosas en la Sierra Tarahumara; se encuentran por doquier, como en el Valle de los Frailes, en el de Las Ranas, Los Hongos y Los Relices, donde las piedras forman figuras caprichosas y hay árboles que nacen entre las piedras. Todo un entorno mágico y misterioso, como si lo hubieran creado ex profeso para esa formidable raza de los rarámuri. Antonin Artaud escribió un interesante análisis sobre ello: He visto repetirse veinte veces la misma roca proyectando en el suelo dos sombras; he visto la misma cabeza de animal devorando su propia figura. Y la roca tenía la forma de un pecho de mujer con dos senos perfectamente dibujados; he visto el mismo enorme signo fálico con tres piedras en la punta y cuatro agujeros sobre su cara externa y vi pasar, desde el principio, poco a poco, todas esas formas a la realidad. Esta sierra habitada que despide un pensamiento metafísico por su roca, los tarahumaras la han sembrado de signos, de signos perfectamente conscientes, inteligentes y concentrados. En cada recodo del camino se ven árboles en forma de cruz, quemados voluntariamente, o en forma de seres humanos con frecuencia dobles, uno enfrente del otro, como para manifestar la dualidad esencial de las cosas; otros árboles ostentan lanzas, tréboles y las mismas puertas de la casa tarahumara muestran el signo del mundo de los mayas: dos triángulos opuestos con los vértices ligados por una barra; esta barra es el “árbol de la vida”, que pasa por el centro de la “realidad” (1984, 275).

Pero no todo es belleza en la Sierra; en el presente se la está depredando con daños irreversibles no sólo por la tala de árboles

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sino también por la presencia de grandes empresas mineras que trabajan a flor de tierra con la consecuente contaminación de los ríos, arroyos y todo cuanto está a su alcance; se le ha llamado “la nueva fiebre de oro”, tal como lo menciona Miroslava Breach en su artículo del 23 de septiembre de 2011: Compañías transnacionales que operan proyectos de minería a cielo abierto afectan a miles de hectáreas de zonas boscosas, pobladas de pino y encino en la Sierra Tarahumara, donde se ubican manantiales y arroyos que alimentan los ríos y corrientes de agua subterráneas que bajan de las montañas a los valles de Chihuahua, Sonora y Sinaloa […] las compañías mineras extranjeras cuentan con más de 50 proyectos para nuevas minas a tajo abierto, debido al alto potencial de la región para la extracción de oro y plata.

Lo anterior me hizo recordar lo que el maestro Fernando Martínez Cortés escribio en La mina ahuyentó los pájaros: Huyeron los pájaros de árboles que ocultaban el cielo y detenían en sus copas el sol; de pinos quejosos al menor soplo del viento; de cedros con troncos esbeltos y de robles con hojas acucharadas, buenas para beber agua de manantiales a flor de tierra. Se acabó la música, el rumor y el silencio del monte. En cambio chirriaron carretas, rechinó el ferrocarril y tronaron los camiones Ford primitivos. Se oyeron palabras desconocidas –imprecaciones, maldiciones– y, a lo lejos, perenne golpear de hachas que día y noche talan el bosque.

En la Sierra Tarahumara están huyendo los pájaros, los venados, las zorras, conejos y reptiles… hasta los rarámuris, por esas minas que dejan como desecho final de la extracción del oro nada menos que cianuro y lo dejan a flor de tierra. Por si fuera poco, también existe otro azote en la Sierra Tarahumara: el narcotráfico, que ha involucrado a los indígenas y a su tierra de manera impresionante.


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Rarajipari

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s muy difícil saber y comprender cómo nace la carrera rarámuri o juego de la bola, rarajípari. Seguramente nació junto con el hombre tarahumara. Encontramos algunos relatos muy interesantes al respecto, como el de W. Merril en el capítulo “Conceptos de Alma” donde cita una historia mítica de cómo nació la carrera pedestre entre los tarahumaras: Un día Dios y su hermano mayor, el Diablo, estaban sentados juntos hablando y decidieron ver quién podía crear seres humanos. Dios tomó barro puro mientras que el Diablo mezcló su barro con cenizas blancas y empezaron a formar algunas figurillas. Cuando los muñecos estuvieron listos, los quemaron para que endurecieran. Las figuras de Dios eran más oscuras que las del Diablo. Eran los rarámuris, mientras que los del Diablo eran chabochis. Entonces decidieron ver quién podía dar vida a las figuras. Dios sopló su aliento en sus muñecos e inmediatamente tuvieron vida, pero el Diablo, a pesar de soplar, no tuvo éxito. Se volvió hacia Dios y le preguntó: “¿Cómo hiciste eso?”, de manera que Dios le enseñó al Diablo cómo darles almas a sus creaciones. Una vez que los rarámuris y los chabochis estaban vivos, Dios y el Diablo organizaron una carrera a pie entre ellos. Ambos lados colocaron sus apuestas, que incluían dinero al igual que mercancías, y las acumularon en la línea de partida, que también marcaba la meta. La distancia de la carrera se estableció –una corta distancia de aproximadamente diez kilómetros– y los dos equipos de corredores partieron. A pesar de que la carrera estuvo peleada, los corredores chabochis llegaron antes al lugar de las apuestas, de manera que tomaron las ganancias y se fueron. Dios estaba bastante enojado con los rarámuris

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porque perdieron. De ahí en adelante, les dijo, serían pobres mientras que los chabochis serían ricos y, mientras los chabochis podrían pagar a sus trabajadores, los rarámuris tendrían solamente tesgüino para darles a la gente que los ayudaran (Merril, 1992: 145-146).

Quizás a esto se deba que los tarahumaras fácilmente consuman alcohol, ya que es parte de su idiosincrasia y de esto se aprovechan los mestizos para pagarles sólo en especie y con bebidas alcohólicas. La idea persiste en la actualidad. En qué año empezó realmente la carrera rarámuri, sería difícil decirlo, pero C. Pennigton se basa en restos arqueológicos anteriores al siglo XVIII y hace alusión a que la carrera inició por esos tiempos. Hay una serie de leyendas que se mezclan con la historia, mencionaremos algunas de ellas: Un día se encontraron el lobo y la rana. El lobo, riéndose de la rana, la llamó panzona. Entonces la rana le dijo al lobo: “¡Vamos a correr una carrera, a ver quién gana!”. Llegó el día de la carrera, y todos los animales vinieron a ver. Llegaron muchos ratones, zopilotes, coyotes, conejos, garzas y muchos otros animales. Empezó la carrera y la rana con un solo brinco terminó el recorrido, mientras que el lobo se quedó hasta atrás. Todos los animales se rieron al ver que la rana había ganado tan rápido. Después tuvieron una fiesta. El coyote y el zorrillo comenzaron a bailar pascola. El conejo tocó el violín. El coyote y el zorrillo se emborracharon y el coyote empezó a aullar, como lo hace hoy en día. Entonces el conejo músico levantó un pedazo de ocote del fuego y tiznó al coyote y al zorrillo. Desde entonces el coyote y el zorrillo han apestado. (González y Burgess, 1985: 162).

Aquí nos dan una lección de que hay que ser humildes con el rival y jamás despreciarlo por débil que se vea… hay sorpresas y circunstancias.


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En las carreras de larga distancia existen múltiples factores para ganar, como son la estrategia tanto física como psicológica. González y Burgess comentan otra leyenda interesante: El coyote le dijo a la tortuga: tú no caminas muy de prisa. Caminas muy despacito, por donde quiera que vayas. Me están entrando ganas de comerte, compadre; quisiera comerte ahorita mismo. Entonces vamos a correr una carrera –dijo la tortuga–, y si tú ganas, me puedes comer. Vamos a correr de bajada. Hicieron la carrera. Empezaron iguales, pero ganó la tortuga. Se puso a rodar hacia abajo, ¡y allá se fue bien rápido! Luego, luego dejó atrás al coyote (1985: 111).

Los mismos autores mencionan la leyenda de una raíz llamada bacánahua, planta medicinal, probablemente un tubérculo, que se utiliza para curar heridas y hace más “bravas” a las personas y alude a las carreras: “Dicen que ese camote se encuentra en un lugar del otro lado de la barranca, los que ahí viven ganan muchas carreras porque tienen esa raíz” (1985: 107). El noruego Karl Lumholtz describe otra leyenda con características mágicas y algunos aspectos que persisten en la actualidad, como los de las apuestas: Voló el cuervo hacia la montaña, donde el venado y el sapo estaban haciendo una apuesta. “Vamos a ver”, decían, “quién mira primero al sol mañana”. La apuesta consistió en veinticinco tábanos, y le rogaron al cuervo que sirviera de testigo. En la mañana todos estaban listos en espera del sol. El sapo miraba al poniente desde la montaña más alta, pero el venado estaba viendo hacia el oriente. Y dijo el sapo: “Mira acá, hermano cuervo, ya he visto salir el sol”, y dijo el cuervo al venado: “Hermano venado, has perdido. El sapo, que ya estaba sentado sobre ella, le dijo: “Hermano venado, perdiste”. Y el venado se fue. Entonces el sapo dijo a los tábanos:

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“Vayan a picarle mucho al venado para que corra más de prisa. Si le dan muchos piquetes, nunca me comeré a ustedes”. Los tábanos fueron de muy buena gana a perseguir al venado, porque los había ofrecido de apuesta, y desde entonces, han continuado picándole (Lumholtz, 1972: 296-297).

La tradición rarámuri refiere que la carrera es practicada por esta etnia desde que fueron creados por Dios y puestos sobre la Tierra, como lo hemos explicado al inicio; además, que siempre ha estado muy ligada a la cacería del venado. Referencias bibliográficas y del dominio común nos dicen que el rarámuri caza al venado persiguiéndolo hasta que éste cae desfallecido por el agotamiento físico. También existe la historia de la carrera del conocimiento, donde el rarámuri sabe cómo corre el venado; éste lo hace en círculos y casi siempre sin salirse de su territorio, de tal forma que la carrera y resistencia del tarahumara sigue siendo el factor principal para alcanzar y terminar con la vida del venado. Los autores Fructuoso Irigoyen Rascón y Jesús Manuel Palma, éste último tarahumara puro y estudioso de su lengua y costumbres, escriben en el libro Rarajípari que “existen evidencias históricas y arqueológicas que parecen demostrar que la presencia de la carrera dentro del patrimonio cultural tarahumara no es tan antigua” (1995: 17), y que según investigaciones históricas del doctor Campbell Pennington, la más antigua referencia sobre la carrera de la bola es la del padre Steffel en el siglo XVIII, ya que las anteriores relaciones de Neuman y Ratkay no la mencionan. No obstante, Bennet y Zingg sí consideran la carrera como un rasgo de la antigua cultura tarahumara, si bien destacan que la carrea de la bola era ampliamente practicada en todo el noroeste de México, pero no en el área Cora-Huichol.


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