Los maestros cantores
Viernes
8.2.19 19 : 30 h Auditorio de Tenerife
Wagner, Bruch y Bruckner Víctor Pablo Pérez, director Alexandra Soumm, violín
Abono 6
Los maestros cantores Víctor Pablo Pérez, director Alexandra Soumm, violín La Sinfónica y la solista: Alexandra Soumm es la primera vez que intervienen con la orquesta. Últimas interpretaciones (§). Richard Wagner Los maestros cantores, Preludio Acto III Mayo de 2014; Víctor Pablo Pérez, director. Max Bruch Concierto para violín nº 1 Junio de 2014; Charlie Siem, violín; Michal Nesterowicz, director. Anton Bruckner Sinfonía nº 6 Mayo de 2010; Lü Jia, director. (§) Desde la temporada 1986-1987 Audición nº 2513
01
Richard WAGNER (1813-1883)
02
Max BRUCH (1838-1920)
Los maestros cantores, Preludio Acto III
Concierto para violín nº 1 en Sol menor, op. 26
Preludio: Allegro moderato
Adagio
Finale: Allegro energico
II Parte
03
Anton BRUCKNER (1824-1896) Sinfonía nº 6 en La mayor, WAB 106 Maestoso
Adagio: Sehr feierlich
Scherzo: Ruhig bewegt
Finale: Bewegt, doch nicht zu schnell
Agradecimiento
PROGRAMA
I Parte
Víctor Pablo Pérez, director Víctor Pablo Pérez realiza sus estudios en el Real Conservatorio de Música de Madrid y en la Hochschule für Musik de Múnich. Entre 1980 y 1988 fue director artístico y titular de la Sinfónica de Asturias y entre 1986 y 2005 de la Sinfónica de Tenerife. En 1993 toma las riendas de la Sinfónica de Galicia, labor que lleva a cabo hasta 2013, año en el que se incorpora como director artístico y titular a la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Sus distinciones han sido numerosas: Premio Ojo Crítico de Radio Nacional de España (1990), Premio Ondas (1992 y 1996), Premio Nacional de Música (1995), Medalla de Oro a las Bellas Artes (1999), Director Honorario de la Sinfónica de Tenerife (2006), Director Honorario de la Sinfónica de Galicia (2013), Hijo Adoptivo de Tenerife y Medalla de Oro del Gobierno de Canarias. Además de dirigir la práctica totalidad de las orquestas españolas, Víctor Pablo Pérez es llamado como director invitado por formaciones internacionales como HR- Sinfonieorchester –Frankfurt, Berliner Symphoniker, Münchner Symphoniker, Dresdner Sinfoniker, Royal Philharmonic, London Philharmonic, Orchestra del Maggio Musicale Fiorentino, Orchestra Sinfonica RAI di Roma, Orchestra Sinfonica di Milano Giuseppe Verdi, Orchestre National de Lyon, Orchestre y Orquesta Sinfónica de Puerto Rico. También es invitado habitual de los grandes festivales internacionales. En enero de 2017 el maestro Víctor Pablo Pérez ha sido presentado como director artístico de la Joven Orquesta de Canarias, proyecto que integra a jóvenes músicos de todo el Archipiélago.
Alexandra Soumm, violín La violinista francesa Alexandra Soumm es una artista polifacética. Ha actuado con las principales orquestas de todo el mundo bajo la dirección de Herbert Blomstedt, Rafael Frühbeck de Burgos, Neeme Järvi, Lionel Bringuier, Edward Gardner, Alexander Shelley, Thomas Sondergard, Eva Ollikainen, Osmo Vänska, Juanjo Mena y Marin Alsop. Con la Filarmónica de Los Ángeles ha actuado en dos ocasiones con Slatkin y Gražinyte-Tyla. Disfruta de una relación especial con las más importantes orquestas de Francia e Inglaterra, con las que ha trabajado como parte del proyecto New Generation Artists y su galardón Music Masters de Londres. Ha ofrecido recitales de cámara en las salas de más prestigio y en los principales festivales internacionales del mundo. Tiene una relación estrecha con el compositor Christoph Ehrenfellener, quien le ha dedicado varias obras. En 2018 el sello Claves ha editado discos con los conciertos de Bruch y Paganini y también con las sonatas de Grieg. Nacida en Moscú, empezó a tocar el violín con su padre a la edad de 5 años. Más tarde se mudó a Viena para estudiar con Boris Kuschnir y ganó el Concurso Eurovisión en 2004. Ahora reside en París donde junto con dos amigos fundó Esperanz’Arts, que colabora con artistas para acercar el arte a escuelas, hospitales, cárceles y albergues. Apasionada de la enseñanza ofrece clases magistrales en numerosos países.
Los maestros cantores Las últimas décadas del siglo XIX no fueron sencillas para Alemania. Tras el colapso del Gran Imperio Romano Germánico en 1806, llegó la revolución de marzo en los años 1848 y 1849. En 1871 llegaría el Imperio Alemán hasta 1918, que se instauraría la República de Weimar hasta la llegada de los nazis al poder. También había lío en el mundo musical. Alemania y Austria temían las opiniones del crítico Eduard Hanslick, el así considerado padre del formalismo musical. En el siglo XIX y fundamentalmente gracias a Beethoven, comenzó a adquirir un rol fundamental el compositor, el genio, el creador: la música expresaba directamente la complejidad del interior de esas figuras prodigiosas que eran capaces, como por ejemplo defendería Hegel, de aglutinar el espíritu de una época en su trabajo. Hanslick, por el contrario, optó por defender la forma, que “contrapuesta al sentimiento como supuesto contenido, es precisamente el verdadero contenido de la música”. Es decir, Hanslick trató de desvincular ese contenido “espiritual” y, sobre todo, sentimental de lo que la música era capaz. Dicho en breve, para Hanslick un sol sostenido no significa nada que no sea una función musical. Es imposible, a su juicio, saber que esa nota expresa, en realidad, el desamor o lo que sea que le pase al compositor. La tendencia al positivismo de Hanslick le llevó a intentar justificar lo que la música podía tener de bello tratando de emular en el análisis musical la exactitud del matemático. Wagner le parecía excesivo y sobredramatizado frente al comedido Brahms. La afinidad entre Wagner y Bruckner, que a oídos de Hanslick llevaba el drama wagneriano a la sinfonía, hizo que Hanslick condenase a ambos. Tales críticas convirtieron a Bruckner en un compositor lleno de inseguridades. Sin embargo, Wagner le devolvió todas sus críticas mofándose de él creando el personaje de Beckmesser en Los maestros cantores. Los maestros cantores, ópera en tres actos de 1868 de Richard Wagner (Leipzig, 22-V-1813-Venecia, 13-II-1883), es una de sus
01
obras más polémicas porque fue representada en el acto de fundación del Tercer Reich en marzo de 1933 en la Staatsoper de Berlín. Desde ese momento, la figura de Wagner quedó asociada al terror. En concreto, además, este preludio fue utilizado por Leni Riefenstahl, la documentalista oficial del Tercer Reich, en El triunfo de la voluntad, que marcó la grandilocuencia y la cuidada espectacularización del régimen nazi. No es casual. Aunque Wagner no era nazi, sí fue un declarado antisemita. Uno de los aprendizajes fundamentales de la teoría estética en el siglo XX es la de comprender que la obra no coincide inmediatamente con la intención del artista. Es decir, que el artista puede tener un propósito específico que puede ser más o menos comprendido por el público y más o menos contenido en la obra. Reducir la obra a lo que se supone que quería el autor es limitante ante todas sus posibilidades latentes. Así que el ejercicio de los últimos años –nada fácil en los tiempos que corren– ha sido desanclar la relación entre esta música y el fascismo. Volvamos, entonces, a nuestra pieza con tal fin. Los maestros cantores es de las pocas obras humorísticas de Wagner, aunque justamente en este preludio se encuentra la clave para encontrar toda su seriedad. En esta ópera se trasluce el lugar privilegiado que Schopenhauer da a la música y que Wagner abrazó plenamente. En palabras del filósofo: “El compositor revela la naturaleza más recóndita del mundo y expresa la sabiduría más profunda en un lenguaje que su facultad de razonamiento no comprende”. Un concurso de canto sirve como excusa, en la ópera, para una historia de amor y también para reflexionar sobre las virtudes del canto tradicional y las virtudes del arte alemán. En el preludio se adelanta el trabajo melódico de Wahn!, Wahn!, el aria donde uno de los protagonistas, Sachs, da cuenta de la desilusión de la vida: “¡Ilusión! ¡Ilusión! / ¡Por doquier la loca ilusión! / Adonde quiera que mire, / en la crónica del mundo y de la ciudad / me hago siempre la misma pregunta: / ¿por qué las gentes disputan y llegan / incluso a verter la sangre / con estúpido y absurdo encono?/ Nadie halla en ello provecho / o agra-
decimiento./ Perseguidos todos, / todos imaginan perseguir a los demás. / ¡Nadie presta atención / a sus propias heridas […]”. Por eso, en el preludio, no cabe ya la ligereza y el humor. De los mismos años es el Concierto para violín nº 1 en Sol menor, op. 26 del por entonces treintañero Max Bruch (Colonia, 6-I-1838- Berlín, 2-X-1920). Para un compositor que pensaba que “la melodía era el alma de la música” no es de extrañar que comience este concierto con una delicada melodía de violín se deja oír entre el compacto y misterioso sonido orquestal. La timidez inicial del solista se va tornando más segura y rotunda. De hecho, hasta casi la mitad del movimiento no aparecerá plenamente la orquesta, que irrumpe de forma categórica, con un sonido casi beethoveniano. Ese arranque energético se vuelve a diluir para volver a la atmósfera inicial. Una cadencia virtuosística del solista nos lleva a la última irrupción de la orquesta, cuyo desinflamiento nos lleva al segundo movimiento, sutilmente vinculado. De este modo, adquiere sentido el nombre que le da Bruch al primer movimiento: preludio [Vorspiel]. Radicalmente distinto es el último movimiento, que tiene un toque zíngaro. El núcleo rítmico del movimiento se presenta en la orquesta de forma fragmentada. Atendiendo al comienzo, encontraremos las claves melódico-rítmicas que lo sustentan. A veces, el éxito prematuro puede ser una pesada losa. Tal fue el caso de Bruch: su aplaudido concierto eclipsó a prácticamente el resto de sus obras, que son raramente programadas. Murió en la penuria, pues aceptó un pago único por la venta del manuscrito y se quedó sin los recientemente reconocidos derechos de autor. Llegó a decir a su editor que no quería escuchar el concierto nunca más e, incluso, en 1893, ¡pidió que se prohibiera! Su éxito traspasó el siglo XIX. Su duración permitía que encajase a la perfección las capacidades del LP, así que muchas veces lo encontraremos junto a Mendelssohn. Aparte de que tienen muchas cosas en común, había que ser ahorradores en la producción de CD y optimizar recursos.
02
03
Tres años, entre 18979 y 1881, tardó en componer Anton Bruckner (Ansfelden, 4-IX-1824 - Viena, 11-X-1896) su Sinfonía nº 6 en La mayor. Su comienzo está marcado por el nervio y lo épico, con un motor rítmico en los violines y el anuncio del tema en el clarinete que culmina en un fortissimo orquestal rotundísimo. El segundo tema es más bien pastoral, con una melodía más amable, que interactúa entre el clarinete, el oboe y la flauta, aunque el nervio no se pierde: la sensación de inquietud viene dada por el pizzicato (es decir, tocar pulsando las cuerdas y no con el arco) de los bajos. Así se marcan esos dos caracteres que acompañaran a todo el movimiento: lo eglógico y lo heroico. La contraposición de caracteres era habitual en el momento: solo hay que pensar en la capacidad de aglutinar luz y oscuridad en Mahler. El segundo movimiento tiene algo de lamento, con breves pasajes que recuerdan a una marcha fúnebre, de nuevo gracias al pizzicato en los bajos. Algunos momentos de optimismo liberan peso por momentos a lo augurado por el oboe al comienzo del movimiento. El Scherzo irrumpe con una intrigante melodía (¡con tres capas rítmicas!) que culmina en una fanfarria que marca todo el carácter del movimiento. El Trío central es un gracioso Länder, una danza típicamente vienesa, que deja el sabor de la nostalgia. La sinfonía acaba con un movimiento basado en el conflicto: el despliegue melódico de la cuerda se ve interrumpido constantemente por el metal. Atentos a la voz del oboe: parece que la pregunta, un tanto cómica, que deja abierta antes de la coda final, podría representar lo que Bruckner lleva toda la sinfonía intentando contar: que no hay forma de hacer que confluyan fuerzas contrapuestas. Solo cabe pensar desde las grietas que dejan. Marina Hervás Doctora en Filosofía y musicóloga
Próximo programa Abono 7 Integral de Brahms I
Viernes 15 de febrero de 2019 • 19:30 h Auditorio de Tenerife Adán Martín Antonio Méndez, director Obras de J. Brahms La Asociación Tinerfeña de Amigos de la Música [ATADEM] organiza una charla sobre las obras que se podrán escuchar en este concierto impartida por Margarita Fernández de Sevilla el viernes 15 de febrero de 2019 de 18:30 a 19:15 horas en la Sala de Prensa del Auditorio de Tenerife.
Integral de Brahms Antonio Méndez, director La Sinfónica de Tenerife recorre un camino jamás transitado: todas las sinfonías de Brahms en dos semanas consecutivas. Un viaje por un mundo radicalmente diferente a escucharlas por separado. Una ocasión única hasta ahora en Tenerife para entender al genio de Hamburgo de una manera trascendente.
Viernes 15.2.19 Sinfonías nº 3 y 1 Viernes 22.2.19 Sinfonías nº 2 y 4 Auditorio de Tenerife, 19:30 h
Patronato Insular de Música: 922 849 080 | info@sinfonicadetenerife.es www.sinfonicadetenerife.es Auditorio de Tenerife: 902 317 327 | info@auditoriodetenerife.com www.auditoriodetenerife.com Edita: Cabildo de Tenerife, Patronato Insular de Música. La temporada de la Sinfónica de Tenerife incluye, además, conciertos didácticos y en familia, ópera, conciertos extraordinarios y ciclos de cámara. La Orquesta Sinfónica de Tenerife es miembro de la Asociación Española de Orquestas Sinfónicas (www.aeos.es) y de la Red de Organizadores de Conciertos Educativos y Sociales (ROCE).
#YoSoySinfónica