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EN MOVIMIENTO_Lady Di: Siempre ella
EN MOVIMIENTO.
ISSUE #11_2021
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LADY DI
SIEMPRE ELLA.
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EL ÉXITO DE LA ÚLTIMA TEMPORADA DE LA SERIE THE CROWN, LA RECIENTE INVESTIGACIÓN SOBRE LAS PRESIONES Y MANIPULACIÓN RECIBIDAS PARA REALIZAR LA ENTREVISTA QUE DESATÓ EL ESCÁNDALO, EL CONFLICTO ACTUAL ENTRE EL PALACIO DE BUCKINGHAM Y SU HIJO MENOR, EL PRÍNCIPE HARRY.
LADY DI PUEDE LLEVAR YA MÁS DE 20 AÑOS MUERTA, PERO SU IMAGEN ES AÚN UN DESAFÍO PARA LA MONARQUÍA BRITÁNICA Y UN SÍMBOLO DEL FEMINISMO MODERNO.
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Extremadamente tímida. Corren los primeros meses de 1980 y el mundo conoce a Diana Frances Spencer, una adolescente de 19 años a la que le cuesta levantar la mirada del piso y que se ríe nerviosamente mientras aprieta fuerte la mano del príncipe Carlos, el heredero al trono y el soltero más cotizado de Gran Bretaña. Un año después posa para los fotógrafos en el Palacio de Buckingham mostrando un impresionante anillo de compromiso de zafiros y diamantes. La prensa los adora. Son la viva imagen de la perfección británica. Los periodistas le preguntan si están enamorados. Ella responde “¡Por supuesto!”. El príncipe, en un patético intento de comentario humorístico, agrega: “Lo que sea que signifique ‘estar enamorado’”. La semilla del desastre ha sido plantada. Y el desenlace no será simplemente un
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escándalo del cual vivirán años y años los medios de comunicación, sino que terminará germinando en una personalidad rebelde ante la imposición de la estampa de la ‘mujer trofeo’. El 29 de julio de 1981, unas 750 millones de personas miran por televisión la fastuosa fiesta de matrimonio que se concreta religiosamente en St. Paul’s Cathedral. Diana deslumbra con un vestido reluciente de tafetán de seda color marfil, mangas de farol, perlas bordadas a mano y una voluminosa cola de casi ocho metros de largo. La ceremonia de cuento de hadas es clausurada con un paseo en carroza hasta Buckingham, seguido de un beso en el balcón televisado para todo el planeta, mientras miles de entusiastas enloquecen del otro lado de la reja. La pareja aparenta ser feliz. No lo es. Puertas adentro de palacio todo el mundo sabe que Carlos mantiene aún contacto con su antigua novia, Camilla Parker Bowles. Sin embargo, la personalidad de Diana comienza a sacudirse la vacilación para alimentar una confianza en sí misma que, sin grandes avisos previos, será insubordinadamente independiente. El 21 de junio de 1982 Carlos y Diana empiezan a construir lo que se espera de ellos: un linaje. En el St. Mary’s Hospital de Londres nace su primer hijo, William. Dos años después, el 15 de septiembre de 1984, llega Henry. Diana promete criar a sus hijos tan normalmente como sea posible. No le es sencillo. No obstante, su figura no se detiene un segundo en el incremento de su popularidad. Se transforma en una verdadera tendencia en la industria de la moda. Las mujeres inglesas primero, y luego las del resto del planeta, copian su peinado y se enloquecen por comprar prendas como las que ella usa. Su rostro en las portadas de las revistas y en los informes de televisión es sinónimo de éxito en ventas y rating. En noviembre de 1985 viaja a Washington D.C. y en una cena de gala en la Casa Blanca baila ante la mirada de todos con John Travolta. Reticente a quedarse en los salones de Buckingham, tomar el té y esbozar sonrisas de ocasión, su labor en causas sociales, trabajo con organizaciones benéficas y su campaña personal para desestigmatizar a las personas enfermas de SIDA le brindan un apodo que la acompañaría por siempre: “la Reina de Corazones”. La gente, el periodismo, las celebridades,
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todos son admiradores de Lady Di. Y eso significa que Carlos pasa decididamente a un segundo plano. Es hermosa, es princesa, es madre, es carismática, es comprometida. Piensa, habla, se expone. Es todo lo que la Corona no quiere de la mujer del heredero. Con la década del 80 ya avanzada, Carlos reanuda su relación con Camila, la mujer que verdaderamente ama. Y Diana comienza una aventura clandestina con su profesor de equitación, el oficial de caballería James Hewitt. Los tabloides publican todo tipo de fotos de la princesa; buenas, malas, posadas y robadas. A esta altura ya nadie desconoce la furia de la Reina Elizabeth II. El festín mediático se incrementa hasta volverse en una avidez constante e insoportable. En 1995 Diana brinda una de las entrevistas más importantes de la historia de la televisión británica. Revela que el príncipe Carlos le había sido infiel y que en su relación “éramos tres en este matrimonio, así que estaba un poco concurrido”. Aquella joven retraída y decorosa era casi una percepción de otra vida. Diana habla sin tapujos del ambiente tóxico de la realeza y se refiere a temas que ni se mencionaban en las sociedades más progresistas de la época, que aún hoy son tabú y que, por supuesto, jamás antes había tratado una persona llamada a ser reina consorte de uno de los tronos más conservadores. Diana se refiere al hostigamiento psicológico al que era sometida y que la había llevado a padecer bulimia (“es como una enfermedad secreta”). También relata autolesiones, depresión postparto, adulterio y como nadie en su entorno supo comprenderla. Incluso, ante lo insistencia del periodista Martin Bashir, Diana exterioriza un pensamiento sumamente crítico, pero a la vez premonitorio: duda sobre si Carlos estará preparado para convertirse en rey de Inglaterra. Veinticinco años después aún no lo es, tanto por causas naturales como por la sombra sucesoria y mejor imagen pública de su hijo William. Literalmente, Diana no se calla nada. La entrevista es tal escandalosa y tiene tal repercusión que el divorcio es ineludible y toma forma legal en 1996. La monarquía británica aún hoy no se recupera de ese terremoto. Hace tan solo unos meses, comenzó una investigación para saber si Diana fue en realidad manipulada y presionada para dar esa exclusiva. Un documental de la BBC
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afirma que unos extractos bancarios probarían que se les pagaba a los empleados reales cercanos a la princesa por espiarla y transmitirle esa información a Bashir con el objeto de ganarse su confianza y poder persuadirla. Un año después de aquella aparición televisiva, Diana y su novio Dodi Fayed mueren a raíz de un accidente automovilístico en París el 31 de agosto de 1997. El duelo público dura semanas y al anunciar su fallecimiento Tony Blair, el primer ministro del Reino Unido, la califica como la “Princesa del pueblo”. Nace la leyenda. Su historia, sus escándalos, su perfil son material de libros, programas de televisión y documentales durante años, hasta que se transforma en un personaje de ficción igualmente atrapante. El año pasado Netflix sube a su plataforma la cuarta temporada de The Crown, ficción que recorre la vida de reina Elizabeth II. En esta nueva entrega, Lady Di hace su aparición en el trabajo de la actriz Emma Corrin y el efecto mundial es inmediato y multitudinario. Las millones de reproducciones vuelven a poner a Diana como tema principal de la prensa en todo el planeta. Las críticas de la corona británica hacia la serie sólo incrementan el interés. A tal punto que ya se encuentra en producción una nueva película sobre ella, con la interpretación de Kristen Stewart y que contará detalles de cómo Lady Di habría tomado la decisión de alejarse de la familia real. Hoy su legado está directamente relacionado con el enfrentamiento entre su hijo menor Harry, quien hubiese sido su nuera Meghan Markle y la corona británica. La renuncia de los duques de Sussex a sus responsabilidades dentro de la monarquía y su mudanza a Los Angeles desatan una disputa pública. Mientras que Harry y su esposa plantean acusaciones de racismo y maltrato, en Londres denuncian a la exactriz estadounidense por acoso laboral sobre el personal que trabajaba a su servicio. El nivel de hostilidad tiene ciertamente resabios de aquellos de los ‘90. De un lado del océano entrevistas mano a mano con Oprah Winfrey, del otro lado el diario The Times como vocero encubierto de la Casa de Windsor. La pareja replica fechas y frases textuales de Lady Di para relacionar intencionalmente sus infortunios con los de Diana. Pero esta vez la prensa proteccionista
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británica lo toma como un ataque estadounidense a sus valores patrios. Los lamentos de Henry y Meghan son presentados como caprichos de dos adolescentes malcriados, conflictivos y ansiosos por promoción y publicidad.
El derecho de la mujer a tomar sus propias decisiones. La lucha por algo tan básico para el sentido común no es una novedad ni una moda. Lo sufrieron y lo sufren millones en todo el mundo. En menor o mayor medida. Y cada vez que una de ellas levanta la voz, los sectores más conservadores buscan acallarla. Mucho más si es una mujer sola contra una monarquía con siglos tallados en piedra. Nadie esperaba que aquella cohibida chica de 19 años y rostro angelical se transformase en un símbolo de dignidad, libertad y feminismo y mucho menos que perdurase más de dos décadas después de su trágica desaparición. Diana Frances Spencer, Lady Di, la Reina de Corazones.
RETICENTE A QUEDARSE EN LOS SALONES DE BUCKINGHAM, TOMAR EL TÉ Y ESBOZAR SONRISAS DE OCASIÓN, SU LABOR EN CAUSAS SOCIALES, TRABAJO CON ORGANIZACIONES BENÉFICAS Y SU CAMPAÑA PERSONAL PARA DESESTIGMATIZAR A LAS PERSONAS ENFERMAS DE SIDA LE BRINDAN UN APODO QUE LA ACOMPAÑARÍA POR SIEMPRE: “LA REINA DE CORAZONES”.