humor
más vale
que cabo rojeño Por Isabel Martínez
Que si en Cabo Rojeño está la salsa de la dura, que si ahí todo es más fresco, que si el ambiente es el ideal para pasarla bien. No soy quién para decir lo contrario, pero entrar al Cabo Rojeño es como meter la cabeza en un mundo otro, donde el que está al lado, en la mesa conjunta, aplica para personaje de uno de los cuentos de Huilo Ruales. Y no es que se trate de un fenómeno paranormal o algo parecido, total, la alteridad está por todas partes. Pero de ahí a preferir una noche de farra en el Cabo Rojeño —con todo y los riesgos emocionales que eso implica—a una salida a Rolling con un toque de relax y farra light, eso ya es cuestión de gustos y hasta de supervivencia. Porque aquellos que dicen que en el Cabo todo es más fresco hablan desde su experiencia de clientes asiduos. Y para que no parezca que hablo sin conocimiento de causa, traigo a colación un episodio que vivieron un par de amigos en una noche de exploración de tan dilecto antro porteño. Ella llevaba ropa fresca, como la que se usa en Guayaquil, falda, camiseta “de tiritas” y zapatos Converse que amagaban estar gastados. Él si tenía pinta de niño fresa, pero nada que no se arregle con quitarse la chaqueta blanca de última moda. Según me contó mi amiga, en una de nuestras charlas en el Rolling, ella y su acompañante se sintieron observados toda la noche, fueron el blanco de bromas que más sonaban a amenaza y tuvieron que marcharse como quien huye en pro de mantener su integridad. “Nada más cool que el Cabo… sí seguro”, me dijo con una mueca como telón de fondo. Pero seamos francos, si voy con mis amigas en plan de sábado al Cabo Rojeño, no creo que me la pase tan relajada. Tendría que ir disfrazada de alternativa y con actitud de
tirada a bacansísima para pasar el filtro y no ser vista como mosca en sopa. Tendría que pedirles a mis amigos que ni se les ocurra ir en facha de hippie chic o que se disfracen de revolucionarios o de peloteros de índor. Y es que para ellos, los clientes del Cabo, yo y mi grupo somos la alteridad. Y ojo que no hablo de clases ni mucho menos. Es una cuestión de opciones y como en estos terrenos aún no somos tan revolucionarios/restrictivos, yo —que aún puedo elegir— elijo Rolling, un sitio que no tendrá a Lavoe cantándole a la calle, pero que sí tiene ambiente, un ambiente para quienes gustan divertirse sin tanto alarde de ‘alternatividad’. Seamos francos: para hacer la revolución y cambiar el mundo no hace falta ser fan del Cabo y llegar más ahí que a la casa de uno. De vez en cuando, hay que sacar la cabeza por la ventana, comerse una alitas de pollo y sentarse en un asiento cómodo. Por eso existen lugares como Rolling, para pasarla bien, para distender la nostalgia de viejas luchas y disfrutar un poco. En fin, para darse un gusto, porque para eso es que están sitios como estos… y, bueno, como el Cabo también. Pero el punto es que yo prefiero Rolling con todo y su exigencia de tarjetas de crédito en mano. Ya llegará el día en el que quiera explorar otros territorios salseros y duros y me dé por irme a tomar una cerveza en el Cabo. Mientras tanto, disfruto de un sitio que, aunque no es el paraíso, me hace olvidarme del ‘bullanguerío’ de la calle para entrar en una zona de confort a mi gusto y medida. Acá, la idea es no sentirse como gallina en baile de cucarachas. Así es que por si le asaltan las dudas, antes de armar planes, párese frente al espejo y échese un vistazo, husmee en su inconsciente y vaya donde se sienta más cómodo. Y que la derecha no se entere de lo que hace la izquierda.
disfruto de un sitio que, aunque no es el paraíso, me hace olvidarme del 'bullanguerío'.
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