humor
más vale
que
lagartero Por Eduardo Varas Es un asunto de matemáticas básicas. ¿Qué es lo que quie-
ro? ¿Cuánto tengo en el bolsillo? ¿A quiénes invitaré? Y sobre todo: ¿qué edad tengo? La última es la pregunta más importante, porque uno realmente no quisiera parecerse a sus padres, tíos y abuelos antes de tiempo. Digo, para eso está el bigote. Pero, ¿llevar lagarteros a tu fiesta? No, no y mil veces no. Hay cosas que no se pueden hacer, y el tema de los lagarteros no pasa por la vergüenza, o por asumir que la música que tocan los lagarteros sea música de borrachos y de albañiles y que en el fondo seas realmente un clasista de peso. Aceptar un lagartero en tu casa, en tu fiesta, en tu reunión, es convertirte en abanderado de una causa romántica, por la cual le doy prioridad al sentimiento alrededor del humano por encima de una idea concreta: ¿en qué me representa esa forma de escuchar o vivir la música? Y claro, entramos en el tema generacional y en la idea de que a lo mejor “no todo tiempo pasado fue mejor”. Entonces, a pelearnos como sociólogos. Mientras el DJ, el discjockey, es una construcción que nace del carácter festivo de la música que bailamos, tiene su centro de operaciones en discotecas y, por ende, es un claro sinónimo de la idea de pasarla bien, sonreír y brincar; el lagartero se encierra en el dolor y en los acordes menores que eran parte de una dinámica en la que su público los escuchaba y se identificaba con eso que contaban en las canciones. El lagartero es el juglar de las tristezas y hoy es evidencia de una época en que las fiestas solo eran espacios de identificación con ese dolor. No tiene por qué seguir siendo así. Quizás las fiestas de hoy en día son momentos de catarsis, de liberación. La música que entonan los lagarteros no carga un beat que pueda elevar tu espíritu. Un lagartero no puede cantar El africano, de Wilfrido Vargas.
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Además, lagarteros que toquen cosas felices, o cantan el Cumpleaños feliz, o se llaman Rumba Tres o Gipsy Kings. No se trata de mandar al demonio el pasado, ni de decir que los abuelos eran aburridos y que son ridículos todos esos intentos por rescatar los pasillos y los boleros y los valses y los otros géneros ligados a los lagarteros. Se trata de dar su espacio a cada cosa. Porque si pones el disco de boleros de Luis Miguel en una fiesta, la matas. Punto. Por eso, una mesa pequeña, un par de equipos, con una laptop incluida, dos parlantes colocados a la distancia adecuada y la lista de canciones que ya están en el disco duro que el DJ carga y listo. Nada más. Pagas un poco más que lo que le pagarías a los lagarteros, pero tendrás instrumentos afinados, voces que no se quiebran y las horas que quieras de música ininterrumpida. Y baile en el jardín de tu casa. Los DJ se vuelven estrellas y te mueven a que seas parte de una atmósfera que se crea cuando todos están en la pista. El lagartero te exige que recuerdes esas sensaciones miserables de tu vida. El DJ es quien ayuda a evadirte. El lagartero es tu psicoanalista. Y en una fiesta es mejor la evasión. Claro, ya fuera de toda reunión, debes estar mal de la cabeza para escuchar un DJ. La evasión no puede ser medida para todo. Quizás ahí, en esos espacios silenciosos, es que cierras las cortinas de tu habitación y presionas play en la música de tus abuelos y descubres el valor que tiene todo a su tiempo. Al final no es un tema de “echar en cara” tu displicencia acerca de un género o la poca tolerancia que tienes para enfrentarte a una experiencia particular de la música. Es un tema de saber qué quieres, cuándo y por qué. Eso sí, ten en cuenta una ventaja: al menos los lagarteros no son mariachis.
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