EL RIDÍCULO COMO ESTRATEGIA: performatividad, poder y neoliberalismo
Sol Correa Universidad Nacional de las Artes Buenos Aires, 2016
Foto: Marcos López, La ciudad de la alegría (1993). Fuente: Museo Nacional de Bellas Artes, http://mnba.gob.ar/coleccion/obra/11897
INTRODUCCIÓN Todo poder político acaba obteniendo la subordinación por medio de la teatralidad. (Balandier, 1994:23) El capitalismo es lo que queda en pie cuando las creencias colapsan en el nivel de la elaboración ritual o simbólica dejando como resto solamente al consumidor-espectador que camina a tientas entre reliquias y ruinas. (Fisher, 2016:26) El candidato a presidente se movió de punta a punta con unos movimientos únicos, casi inexplicables. Bien estilo PRO. El baile de Macri tiene un aire al de los Teletubbies. En un rol secundario vale la pena destacar la excitación de la diputada Laura Alonso, que asoma como una buena compañera para el swing. (www.tn.com.ar) 1
Nadie podría dudar que, en los gobiernos democráticos, la dimensión performativa del poder se manifiesta expresa y claramente en los políticos neoliberales 2. [Vale aclarar que, en este primer enunciado, cuando nos referimos a “dimensión performativa” estamos asumiendo el concepto desde una perspectiva antropológica (Schechner) pero también estética (Fischer-Lichte). En líneas generales, performance en tanto conducta restaurada y también como acontecimiento, ya que el análisis de la representación del poder permite relacionar ambas valencias del concepto, que se retomarán más adelante]. Pero Balandier (1994) es radical al respecto: todo sistema de poder se estructura para producir ilusiones (efectos) a través de un juego entre lo imaginario y la ideología. El gobierno de lo real no es más que la administración de la dimensión simbólica. De allí que el poder es comparable a una maquinaria teatral. Sin embargo, aclara que el potencial dramático del poder es más débil en las democracias representativas, dado que no está justificado por ninguna de las fuentes de legitimidad propias de esta teatralidad: la religión (la jerarquía como sagrada), un pasado colectivo (a
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Nota a propósito del festejo por el triunfo del PRO en las elecciones PASO, 27 de abril del 2015. Disponible en: http://tn.com.ar/politica/lo-que-estabamos-esperando-el-inexplicable-baile-de-macri_586038
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No es intención de este trabajo discutir la complejidad que envuelve el tratamiento de los términos en el ámbito político, pero compartimos la definición de neoliberalismo de Jorge Alemán que bien cabe a este trabajo, disponible en http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-215793-2013-03-14.html: El neoliberalismo no es sólo una ideología que defienda la retirada del Estado, su desmantelamiento a favor del mercado, o un dejar hacer a la “mano invisible” del capitalismo financiero. (…) El neoliberalismo, a diferencia del liberalismo clásico o el neoconservadurismo, es una construcción positiva, que se apropia no sólo del orden del Estado, sino que es un permanente productor de reglas institucionales, jurídicas y normativas, que dan forma a un nuevo tipo de “racionalidad” dominante. (…) El fin último del neoliberalismo es la producción de un sujeto nuevo, un sujeto íntegramente homogeneizado a una lógica empresarial, competitiva, comunicacional, excedida todo el tiempo por su performance. Sin la distancia simbólica que permita la elaboración política de su lugar en los dispositivos que amaestran su cuerpo y su subjetividad.
través de tradiciones o costumbres), o la irrupción de la figura de un héroe (el mito del revolucionario, por ejemplo). Es a falta de estos modos de legitimación que la dramatización encuentra su lugar en el acto electoral: “se crea la impresión de que puede jugarse siempre una nueva partida” (20). Es tarea del político, en este sentido, la capacidad de persuasión y de fabricar las ilusiones de la identificación entre el representante y el representado. Estamos invitados a participar del espectáculo en la medida en que afirmamos nuestro yugo a través del voto. Balandier dirá y no irónicamente: “Cada sociedad establece a su manera las verdades que tolera” (73). Queda claro, entonces, que, en este trabajo, el poder no será concebido como poder de facto (en relación a su práctica propiamente dicha) sino justamente como poder simbólico, acercándonos más a una perspectiva sociológica. Dado el contexto que nos convoca, nos interesa introducir conductas de dos presidentes argentinos afines con las políticas neoliberales de gobierno, Carlos Menem y Mauricio Macri, en tanto, en ellas, el cuerpo se erige como portador de los significados simbólicos que la ideología necesita para comunicar su poder. Asimismo, entendidas como conductas restauradas en términos de Schechner (2011) 3, ciertas acciones de estos políticos serán consideradas performances, dada su condición “simbólica y reflexiva, en tanto no (son) conducta(s) vacía(s), está(n) llena(s) de significados que se transmiten polisémicamente”. (36). Por último, la performatividad del cuerpo como espacio de codificación del poder en estos políticos neoliberales estará dada por la manifestación del ridículo en tanto estrategia de sostenimiento y naturalización de la ideología capitalista. En una sociedad donde la comunicación mediática es el núcleo dominante de todas las esferas, lo risible y burlesco lejos de generar desconfianza e incertidumbre, constituye un instrumento eficaz para la producción de subjetividad tanto de los gobernantes como de los gobernados, en su tarea de desacralización de los valores tradicionales.
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Richard Schechner define conducta restaurada como secuencias de conductas en ejecución, característica principal de la performance. Según la etimología de la palabra, “performance” significa conducta realizada dos veces, lo que quiere decir que son independientes de los sujetos que las realizan. El yo puede actuar en otro o como otro; el yo social o transindividual es un rol o conjunto de roles. (Schechner, 2011:36). Ejemplo de ello puede considerarse el hecho de jugar al golf con el presidente de Estados Unidos en la Patagonia argentina, acontecimiento llevado a cabo tanto por Menem como por Macri respondiendo claramente a un determinado significado a codificar.
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Para festejar los triunfos del PRO, Mauricio Macri lleva a cabo un baile que se ha convertido, sobre todo para los medios, en un “clásico”. Videos en YouTube que enseñan los nuevos pasos que el nuevo presidente realizó en la Casa Rosada tras ser elegido, encuestas en diarios digitales para saber cuál será el nuevo tema que bailará Macri, notas periodísticas sobre la evolución “paso a paso” de su bailecito por el logro de Larreta en el búnker del PRO, son algunos (mínimos) ejemplos del espectáculo celebratorio de asunción del poder que el empresario lleva a cabo. Representando a la sociedad que le ha otorgado su cargo, se constituye como un singular performer que opera en la manipulación de símbolos a través del ridículo. Como afirma Balandier, la conformidad es una de las estrategias coercitivas más poderosas. El miedo al ridículo, en tanto el juicio de los otros se convierte en ley y a la víctima en espectáculo, mantiene firme el consenso sobre el orden establecido. (1994: 4547).
1. Izq. Mauricio Macri bailando en el balcón de la Casa Rosada, tras recibir los atributos presidenciales, diciembre de 2015. Fuente: www.lacapital.com.ar / 2. Der. El chamamé de Macri en el encuentro con los ruralistas. Fuente: infobae.com
Evidentemente no funciona de este modo para los que detentan el poder, quienes no reciben el castigo directo del ridículo sino que, por el contrario, constituye una estrategia para denotar su dominio sobre el sistema socio-político. El poderoso hace del ridículo una herramienta en la medida en que demuestra su impunidad: él sí puede hacer cualquier cosa en tono de chiste, incluso arrasar con las tradiciones de sus predecesores en el cargo, como por ejemplo -en el caso referido aquí- el solemne saludo desde el balcón de la Casa Rosada.
El bufón real, figura clave en la sociedad cortesana, resulta un interesante paralelo al respecto y nos permitirá establecer nuestra hipótesis de trabajo. “Con el bufón de corte aparece el coprotagonista directo del poder. (…) él es el doble ridículo del rey que manifiesta su poderío por el aparato y su poder por las regalía. (…) Frente al poder de su majestad, él simboliza el poder de lo grotesco, y precisamente por ello abole la posibilidad de concebir una alternativa aceptable” (Balandier, 1994: 58-60). A su cargo está el sostenimiento del poder a través, justamente, de su desacra-lización. Él no desestabiliza el orden al romper las reglas y las convenciones, sino, por el contrario, lo vigoriza, lo carga de energías renovadas para que todo vuelva a su lugar y se disuelvan momentáneamente las tensiones sociales. Entonces, el bufón es el que pone en funcionamiento el doble juego entre la aceptación y el cambio del sistema. Del mismo modo, bajo la exhortación -formulada en un nosotros inclusivo- “Cambiemos” 4, al bufón bailarín Macri no le corresponde el ejercicio del poder propiamente dicho en lo referido a su competencia profesional, sino, tiene a su cargo la misión de mantener y velar por el correcto funcionamiento del poder de su majestad. Ahora bien, si Macri y, por extensión, los políticos neoliberales son los bufones, dobles ridículos, ¿quién es el rey?, ¿cuál es el poder que realmente dirige la normalización de la que como sociedad somos parte? Nos aventuramos a pensar que la dimensión performativa del poder en los políticos neoliberales en relación con la construcción del ridículo como estrategia bufonesca, constituye un punto de fuga para desnaturalizar el sistema capitalista que nos gobierna, nuestro rey más ingente e invisibilizado hasta la abstracción. Podemos comparar a nuestra majestad con lo que Mark Fisher denomina
realismo
capitalista: “atmósfera general que condiciona no sólo la producción de cultura sino también la regulación del trabajo y la educación, y que actúa como una barrera invisible que impide el pensamiento y la acción genuinos.” (2016:41). El capitalismo, explica, es una ideología que se ha naturalizado (de allí reside su éxito) porque ha sido concebida desde el neoliberalismo como un hecho y no como un valor. Esto es, percibimos la ideología justamente como no ideológica sino como una estructura dada empíricamente (en la realidad) a través del sistema político-económico. En la
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Así también como la frase del ex Presidente Carlos Menem: “Síganme que nos los voy a defraudar”, abarca esta doble dimensión de participación y cambio.
creencia de que no hay una alternativa posible, participamos del sistema mientras sepamos que es malo pero no lo suficiente para que sea reemplazado. Así, las políticas neoliberales entierran la noción de valor (ético) en pos de la valía (comercialización), “una ontología de negocios en la que simplemente es obvio que todo en la sociedad debe administrarse como una empresa” (Fisher, 2016:42). El bufón del realismo capitalista, ingresa en esta atmósfera para que la naturali-zación no se quiebre. Su cuerpo está al servicio de la ridiculización que desactiva la violencia, y, en última instancia, la crisis y la catástrofe. Pero también, como el bufón real, podemos concederle un intersticio por donde mirar para activar el razonamiento crítico que permita ver a la ideología como lo que es. En su figura reside lo grotesco y risible, pero también la manifestación de una parte de la verdad que sólo le pertenece a los magistrados. Asimismo, lo que se revela como increíble, el cuerpo del bufón actual lo muta en natural, y es en la abolición de toda naturalidad, donde se da apertura a una posibilidad. Es decir, si el bufón neoliberal naturaliza lo imposible, como por ejemplo la ridiculización de ellos mismos (los gobernantes), lo hace en beneficio de una naturalización a nivel macro: la del sistema capitalista como único modo de vida. Ahora bien, el camino de la naturalización del bufón es singular, lo hace a través de la exposición de la falla. Es en este punto, donde se podría intervenir para visibilizar el sistema y hacerlo salir de la rueda en la que gira cómodamente.
2. Cuando Balandier (1994) se pregunta quién desempeña el papel del bufón en el Estado Moderno, llega a la conclusión de que ha sido reemplazado por varios agentes en el juego político, entre ellos, la caricatura y la sátira política, y en un lugar más periférico los intelectuales y artistas, pero siempre está pensando en términos de Estado para continuar con el paralelismo del reino, incluso postula, en este sentido, que el lugar ha quedado vacante. Si pensamos en términos de realismo capitalista, es decir, de sistema global y no de Estado particular, creemos que uno de los actores más importantes que hace “bailar a los bufones” es, sin duda, el poder de los medios de masas. Derrida (1998) nos alumbra al respecto:
Cualquiera que sea su competencia personal, el político profesional conforme al antiguo modelo, tiende hoy a resultar estructuralmente incompetente. El mismo poder mediático acusa, produce y amplifica a la vez esta incompetencia del político tradicional: por una parte, le sustrae el poder legítimo que recibía el antiguo espacio político (partido, parlamento), pero, por otra parte, le obliga a convertirse en una simple silueta, si no es una marioneta en el teatro de la retórica televisiva. (93-94)
La “silueta” que postula Derrida para el político representante del liberalismo está relacionada con el concepto de espectro que él desarrolla ampliamente en esta obra citada. El espacio público se ha transformado por los aparatos tecno-tele-mediáticos (las nuevas tecnologías multimedias) y las fuerzas que representan (92). Éstos actúan como máquinas productoras de espectros, instalan nuevos modos de apropiación y producen una nueva estructura del acontecimiento (93). En este contexto, el político es un espectro que asedia, que habita un espacio pero no lo ocupa, producto de una nueva legitimidad basada en la capacidad de actuar en y a través de los medios, poniendo en crisis, nada más y nada menos, que el sistema de representatividad de los gobiernos: ya no hay un cuerpo identificable que encarne la discusión sobre la causa pública, porque, como afirma Balandier (1994), “la prolijidad sobre lo accesorio [la puesta en escena] enmascara entonces, en parte o del todo, el silencio sobre lo esencial [la causa pública]” (p. 30). A propósito de la analogía que venimos desarrollando con la figura del bufón de corte, es interesante pensar en este “espectro” capitalista como la contracara del “cuerpo” regio en las sociedades cortesanas. El Estado y el cuerpo del rey se concebían como una única entidad, y el poder se inscribía exclusivamente en ese cuerpo material visible (Melzer y Norberg, 1998). El espacio, asimismo, era garante de la legitimidad de ese poder, cuánto más proximidad al cuerpo del rey un cortesano podía lograr, mayor era su parte de privilegios y posiciones en la corte. Reforzando esta idea, toda ceremonia real, como la etiqueta, “se convertía en un fetiche de prestigio (…) lo que otorgaba a estos actos su significación grande, seria y grave era (…) la relativa posición de poder, el rango y la dignidad que ponían de manifiesto” (Elías, 1993: 116). Si bien al rey se le atribuye un doble cuerpo, el material y el sagrado (Melzer y Norberg, 1998), este último está lejos de la identificación con el espectro; sino por el contrario, podría pensarse como la afirmación del cuerpo material, la continuidad del poder incluso sin la presencia física del rey, dejando al descubierto la potencia del “cuerpo de
magistrados” en la topografía del palacio y la corte. Impensable para los fantasmas de Derrida, que son los productos de una dimensión espacio-temporal virtual sustentada por la velocidad del poder mediático. En la década del noventa el ex Presidente Carlos Menem gozaba de la misma popularidad que Mauricio Macri en relación a su capacidad performática. En 1991, en el conocido programa televisivo de almuerzos con invitados, Menem inaugura el baile con la odalisca ante los ojos aprobatorios de la señora Mirtha Legrand, gran exponente de la derecha argentina y conductora desde décadas de ese programa. Este episodio se convirtió en ritual, dado que cada vez que el presidente (en ese entonces) hacía alguna aparición pública, se imponía el baile árabe con una odalisca.
3. Izq. Menem con la odalisca Fairuz transmisión en vivo por TV, 1991. Fuente: youtube.com / 4. Der. Menem con odalisca en fiesta. Fuente: s/r.
Entre el ridículo y la comicidad, el baile del político instalaba, a través del cuerpo (incluso en el uso típico de las patillas), sus orígenes árabes como una marca de identidad, pero al mismo demarcaba con esta imagen las posibilidades de ejercer el poder: ya no conforme al dominio de los saberes referentes a la materia política ni a la capacidad de influenciar a los ciudadanos por medio del discurso y el relato sobre la sociedad a la que representaba; sino respondiendo exclusivamente a las necesidades mediáticas de reemplazar la imagen por el pensamiento y el discurso por el acontecimiento. Como asegura Balandier (1994), se “conquista votos por medio de la práctica de la ridiculización. El espectáculo de la imaginería se lleva a cabo por inversión y en una ambigüedad que no excluye la eficacia” (174). Nos resta una última reflexión a modo de conclusión; tanto el bufón como el espectro nos permiten pensar el ridículo como una estrategia que no sólo pone en marcha el engranaje del poder, sino que lo devela como una fisura y un mecanismo fallido. Así, en palabras de
Balandier: “Los políticos se descubren a sí mismos, a un mismo tiempo, como manipuladores y manipulados” (1994: 156).
Bibliografía Balandier, G. (1994). El poder en escenas: De la representación del poder al poder de la representación. Barcelona: Paidós. Derrida, J. (1998). Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional. Madrid: Trotta. Elías, N. (1993) La sociedad cortesana. México: FCE. Fisher, M. (2016). Realismo capitalista: ¿No hay alternativa? Buenos Aires: Caja Negra. Melzer, S. y Norberg, K. (1998). “Introducción”. En From the Royal to the Republican Body. Incorporating the Political in Seventeenth- and Eighteenth-Century France. Traducción: Susana Tambutti y Abigail Pérsico. Editado por Sara E. Melzer y Kathryn Norberg. University of California Press. Berkeley, Los Angeles, Oxford. Morey, M. (2015). Foucault y Derrida. Pensamiento francés contemporáneo. Buenos Aires: EMSE-EDAPP, pp. 83-119. Schechner, R. (2011). “Restauración de la conducta”. En: Taylor, D. y Fuentes, M. Estudios avanzados de performance. México: FCE.