Dominical 14 de enero 2018

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D. ANTES DE CONVERTIRSE EN PRESIDENTE DE MÉXICO, VICENTE FOX ENFRENTABA ALGUNAS SITUACIONES ADVERSAS QUE AFECTABAN SU PATRIMONIO PERSONAL. PRESENTAMOS UN FRAGMENTO DEL LIBRO FOX: NEGOCIOS A LA SOMBRA DEL PODER QUE RELATA CÓMO, UNA VEZ INSTALADO EN LOS PINOS, LLEVÓ A CABO ACCIONES QUE LE AYUDARON A RESARCIR DICHAS SITUACIONES

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ADENTRO HOMENAJE A UN PALABRISTA, DON ANDRÉS HENESTROSA, A DIEZ AÑOS DE SU MUERTE Pág. 4

¿MARKOS O CARLOS?, ¿COLOMBIANO O MEXICANO?, ¿GUERRILLERO O PERIODISTA? . Pág.6


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RAÚL OLMOS

Vicente Fox acababa de cumplir un año de haber dejado la Presidencia de la República cuando agentes de la Procuraduría General de la República ( PGR ) empezaron a hurgar en las cuentas bancarias y en los documentos de propiedad de él y de su parentela más cercana ás de medio millón de dólares en un solo día. Esa cantidad es la que recibió la esposa del presidente de México el viernes 14 de julio de 2006, en dos traspasos realizados a la cuenta 00177617256 de Banorte. El malogrado sexenio del cambio estaba en su último tramo, y Vicente Fox enfrentaba un alud de acusaciones de corrupción que involucraban a su pareja, Marta Sahagún. Apenas dos semanas antes se habían efectuado los comicios en los que el candidato panista Felipe Calderón Hinojosa había sido electo el sucesor de Fox, con un margen mínimo frente a Andrés Manuel López Obrador. Mientras el país estaba envuelto en un debate sobre la legalidad de la elección, Sahagún recibió un par de transferencias en una cuenta bancaria que compartía con su hijo Fernando Bribiesca Sahagún, y que juntas sumaron 6,063,000 pesos. Al tipo de cambio de aquellos días (10.90 pesos), los traspasos equivalían a 556,000 dólares. Una pequeña fortuna que nunca fue reportada en la declaración patrimonial de la autonombrada pareja presidencial. Las sospechas de corrupción se acentuaron cuando brotó el origen de ese dinero: correspondía a utilidades que el Grupo Estrella Blanca le reportaba cada mes al hijo menor de Sahagún, y que éste compartía con su mamá en una cuenta mancomunada. Aquellas transferencias en realidad eran apenas una pequeña porción de las millonarias ganancias que obtuvo en el sexenio. La cuenta de Banorte en la que Marta y Fernando Bribiesca eran cotitulares recibió depósitos por 12,315,000 pesos tan sólo entre 2005 y 2006, la mayor parte provenientes de la empresa transportista que había sido favorecida con multimillonarios contratos gubernamentales. Que el hijastro de un mandatario esté metido en negocios no tiene nada de ilegal, pero sí representa un conflicto de intereses que esas operaciones comerciales las haga con un proveedor del gobierno, y mucho más que la esposa del presidente reciba transferencias por utilidades de esos enjuagues entre particulares. Durante el sexenio foxista abundaron las transferencias misteriosas, de origen desconocido, a cinco cuentas bancarias de Marta Sahagún. La señora recibía por distintas vías el doble de dinero que el sueldo de su marido. Por cada peso que Fox ganó como presidente, Marta cobró al menos otros dos pesos por conceptos tan variados como donativos, herencias, rentas, préstamos, utilidades y transferencias. Ese dinero jamás fue declarado ante los auditores cuando se metieron a revisar con lupa los bienes de Vicente Fox y de su esposa. Al compulsar las declaraciones patrimoniales con información aportada por la Comisión Nacional Bancaria y de Valores ( CNBV ), los investigadores descubrieron inconsistencias por 27,881,694 pesos con 97 centavos, www.el soldemexico.com.mx

Fotos: Cuartoscuro y Reuters

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equivalentes a dos y medio millones de dólares al promedio cambiario de aquellos días. El 90 por ciento de ese dinero había sido depositado o transferido a favor de Marta en sucursales de Banorte, Inbursa, BBVA Bancomer y Banamex, y el otro 10 por ciento en dos cuentas a nombre de Vicente. Tanto dinero sin declarar despertó sospechas. El origen oscuro de esos recursos derivó, al paso de los días, en una investigación por presuntos ilícitos cometidos por Vicente Fox durante su mandato. La Fiscalía especializada para investigar delitos cometidos por políticos y funcionarios mantiene abierta, desde hace una década, la pesquisa para aclarar el enriquecimiento de Fox. La amenaza latente de ir a la cárcel él, su esposa, o ambos, llevó a Vicente a negociar con el gobierno de Enrique Peña Nieto, quien ha mantenido vigente la averiguación previa durante todo el sexenio. Es una carta de negociación o chantaje, según convenga. Vicente Fox acababa de cumplir un año de haber dejado la Presidencia de la República cuando agentes de la Procuraduría General de la República ( PGR ) empezaron a hurgar en las cuentas bancarias y en los documentos de propiedad de él y de su parentela más cercana. Iban en busca de pruebas o evidencias de enriquecimiento ilícito, producto —sospechaban— del cobro de sobornos o el pago de favores. El 12 de diciembre de 2007 el titular de la Unidad Especializada en Investigación de Delitos Cometidos por Servidores Públicos envió un oficio a la Secretaría de la Función Pública (SFP), encabezada en aquellos días por Salvador Vega Casillas, paisano michoacano del entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa, para pedir que le dieran copias de todos los documentos que integraban las declaraciones patrimoniales de Fox. Pero ya para entonces el contralor tenía un paquete de información más suculento. Su antecesor, Germán Martínez Cázares —quien dejó el gabinete para dirigir el Partido Acción Nacional ( PAN )—, había iniciado una pesquisa sobre los bienes del ex presidente y descubrió información que era una bomba: había decenas de millones de pesos que no habían sido declarados. Una fortuna que había acaparado la familia presidencial de forma oscura. Eran de tal magnitud las irregularidades encontradas que el expediente de la investigación cada día se fue haciendo más abultado, hasta sumar 3,668 fojas en cinco tomos. Parte de esa información se integró a la averiguación previa que inició la PGR por los presuntos ilícitos cometidos por Fox. Dos meses después de este primer acercamiento, el Ministerio Público envió otra petición a la SFP para obtener más información del citado expediente. La colaboración con el órgano de fiscalización del Poder Ejecutivo se estrechó al paso de los días hasta integrar una sola investigación del caso. Al frente de la pesquisa estaba Óscar Javier Chino Vite, un joven abogado penalista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México ( UNAM ), de militancia priísta, que había iniciado su

“Estoy decepcionado con esto, y también un poco sorprendido, para esto, y también un poco sorprendido, para ser honesto ser honesto”

labor como funcionario público en 1999, en el último tramo del sexenio de Ernesto Zedillo, y que —paradójicamente— logró consolidar su carrera durante el gobierno foxista; inició investigando el tráfico de drogas y en 2006 se incorporó a la unidad encargada de rastrear y denunciar las tropelías de los políticos. Y —vaya paradoja— uno de sus primeros encargos sería seguir las huellas de quien había sido su jefe: el ex presidente Fox. En septiembre de 2010 Vicente Fox vivía días agitados, de emociones encontradas. El afamado cantante Elton John había aceptado ofrecer un concierto en su rancho, y aquel suceso prometía lanzar a la fama internacional el llamado Centro Fox, donde el ex presidente había edificado un museo en su honor. La presencia del músico inglés garantizaba, además, la llegada de más ingresos vía donativos a las dos fundaciones que presidían él y su esposa Marta Sahagún. Vicente estaba feliz, pero con los nervios de

punta, pues el recital requería una logística de relojero: de máxima precisión. El escenario se pretendía instalar entre sembradíos de brócoli y lo que había sido un establo, a 13 kilómetros al sur de la ciudad de León. Los 10,000 visitantes que esperaba recibir sólo tendrían acceso por una estrecha calle que atraviesa la comunidad de San Cristóbal. Tantos vehículos causarían un caos. Pese a los riesgos, las autoridades de Protección Civil se hicieron de la vista gorda y dieron su anuencia para el concierto que organizaba el ex presidente, programado para el 15 de octubre de 2010. En esas estaba Vicente Fox, atareado con los preparativos, cuando recibió en su casa una visita inesperada: a la 1:30 p.m. del viernes 24 de septiembre tocó a la puerta de su casa una abogada que desde meses antes investigaba los millonarios depósitos que él y Marta Sahagún habían recibido en nueve cuentas de cuatro bancos entre 2001 y 2006, así como los bienes inmuebles no declarados. Xóchitl Jahel Espíritu Muñoz, quien se desempeñaba como directora de Evolución Patrimonial en el gobierno de Felipe Calderón, le entregó a Vicente un citatorio en el que le daba un plazo de 30 días para demostrar “la legal procedencia de sus bienes” y aclarar las inconsistencias en sus declaraciones patrimoniales y fiscales. Para verificar que quien lo había atendido era el ex presidente, la funcionaria le pidió una identificación y él, confundido, mostró su pasaporte y firmó de recibido el citatorio. Aquel requerimiento no era un asunto menor. De inmediato, Fox llamó a sus abogados y les pidió que hicieran un análisis de las implicaciones de ese exhorto. Conforme revisaban el expediente que había entregado la investigadora, las cejas se arqueaban y se fruncían en una mezcla de

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sorpresa y enojo. Al final, las caras largas y las voces graves demostraron la seriedad de la acusación: la SFP había descubierto 27 millones de pesos de origen desconocido en las cuentas bancarias de Fox y su esposa. Los asesores legales de la otrora pareja presidencial reconocieron que si no se comprobaba el origen lícito de ese dinero, lo que procedía era presentar una denuncia penal. La sola posibilidad de ir a la cárcel o ser sometido a juicio despertó la furia de Vicente, quien achacó la investigación a una venganza de Felipe Calderón, al que había echado de su gabinete en 2004, cuando el michoacano expresó su intención de ser el candidato panista a la presidencia. Sus diferencias se acentuaron y se volvieron odio. Aquel día de septiembre Fox dio un viraje radical y juró vengarse.

Fragmento del libro Fox: negocios a la sombra del poder, del periodista Raúl Olmos, que reproducimos con permiso de la editorial Grijalbo.


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A DIEZ AÑOS DE SU MUERTE

POR DON ANDRÉS HENESTROSA JOEL HERNÁNDEZ SANTIAGO

UN PALABRISTA. UN HOMBRE QUE VIVIÓ 101 AÑOS DE HISTORIA MEXICANA, QUE MÁS QUE HISTORIADOR, FUE PARTE DE ÉSTA

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l diez de enero se cumplieron diez años de que murió don Andrés Henestrosa. El hombre que dispersó la danza y que vivió hasta 101 años, como sin deberla ni temerla: “Niña cuando yo muera, no llores sobre mi tumba, toca sones alegras mamá, cántame La Sandunga. Toca el Bejuco de Oro, la flor de todos los sones, canta La Martiniana ¡ay mamá! que alegra los corazones…” A don Andrés Morales Henestrosa le vino la luz en Ixhuatán, Oaxaca, en 1906. Todavía gobernaba el país don Porfirio Díaz; aquel fue el año de la muerte de Alfredo Chavero, el dramaturgo, historiador y abogado que acompañó a Benito Juárez en su peregrinar por el norte del país; ese año también nació otro escritor de fuste, el venezolano Arturo Uslar Pietri y fue asimismo el año de la huelga de los mineros de la Oversight de Cananea, Sonora. Ese año llegó a Oaxaca don Andrés Henestrosa, como prefería llamarse. Creció hablando huave y zapoteco (“Yo hablo huave y zapoteco. El huave lo aprendí del pecho derecho de mi madre, del otro pecho aprendí el zapoteco…”) en las tierras calientes de Ixhuatán, en la zona del istmo de www.el soldemexico.com.mx

Tehuantepec, en donde dicen que mandan las mujeres. “Por eso nunca hay que discutir con ellas, porque salen ganando”, reía. Fue parte de una familia en la que su madre, Martina, Tina Man, la del Retrato de mi madre, tuvo que hacerse cargo de los seis hijos de Andrés Morales, a quien apenas le dio la vida para mirarlos un poco. Un día de 1922 Martina Man acompañó a su hijo todavía niño; caminaron en medio del calor y el tierrerío del camino de Ixhuatán hasta Juchitán para que Andresito emprendiera el viaje a la capital del país. Ella, al despedirlo, lloraba en silencio, poniendo las manos en los ojos y la frente, como hacen las mujeres de allá cuando el dolor es mucho. Ixhuatán es un lugar caluroso, para gente de temple. Hay una especie de bochornosa vegetación: flamboyanes, laureles, flores amarillas de acahual y multitud de colores que saltan al paso, como las liebres de Toledo. El cielo es chaparro, muy azul y con muchas nubes que casi se tocan, la vaporación del agua del mar cercano y de los arroyos. Ahí el tiempo pasa en calma, como si no quisiera irse, y de pronto se tiene la sensación de que las figuras humanas que caminan por calles silenciosas al mediodía,

avanzan entre brumas, como si flotaran, como si no tocaran el piso y como si no existieran. Y existen y viven y trabajan y se reproducen y algún día, quizá, a los 101 años, mueren. Andrés Henestrosa dejó Ixhuatán a los 16 años. Llegó a la Ciudad de México el 28 de noviembre de 1922. Hablaba “idioma”, que decimos en Oaxaca para referirnos a las lenguas indígenas. El “castilla” lo aprendió en el entonces DF y no fue difícil, apenas y para hacerlo reflexionar en el cambio de piel que estaba viviendo, porque aprender un idioma que no es el de uno, es penetrar en otras vidas y en otras culturas, en otras construcciones mentales y en otras aspiraciones. Cada idioma tiene su propia vida y sus sueños. Así, don Andrés tuvo diferentes vidas y diferentes sueños. Se acercó a José Vasconcelos Calderón, paisano oaxaqueño que era secretario de Educación con Álvaro Obregón. Consiguió una beca para estudiar en la Escuela Nacional de Maestros. Don Andrés vivió a intensidad la capital y se aproximó a los espacios de la creación y la cultura. Conoció al grupo de intelectuales que rodeaban a Vasconcelos, tanto en su gestión gubernamental como aquellos que le acompañaron en su intento por ser el Presidente de un país en donde la mayoría de la gente –decían- "había perdido la posibilidad de la lectura y la escritura sin perder el sentido esencial de la vida: era la raza cósmica". Vivió con Vasconcelos la campaña del 29; se hizo amigo de Antonieta Rivas


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“Yo vengo como todos los hombres, de muy lejos, de muy abajo; pertenezco a la despeinada, descalza y hambrienta multitud mexicana, y he peleado, desde que me acuerdo, por ser mañana distinto al de hoy y pasado al de antier; ser distinto cada día ha sido mi lucha, pero siempre con un horizonte y sin dejar de ser aquel, que descalzo anduvo en su niñez”. Fragmento de Retrato de mi madre

Ilustración Abraham Solís

Mercado, quien pagó la edición de su primer libro motivado por don Alfonso Caso: Los hombres que dispersó la danza. En esta obra Henestrosa recuperaba historias y leyendas que escuchó de los mayores durante su infancia. Pero, sobre todo, don Andrés rinde homenaje a la viejísima costumbre oaxaqueña de contar historias de lo que fue, historias de costumbres y leyendas con las que se construyeron una raza y una forma de vida. Su libro es una forma de nostalgia por esas tardes en las que, para aliviar el agobio del calor oaxaqueño, se sale a los grandes patios y, protegidos a la sombra de los laureles, se platican historias de aparecidos, ahora desaparecidos.

Don Andrés pone estas historias en el papel y las divulga. Tiene apenas 23 años y ya se vislumbra a un escritor de intensidades. Por supuesto, no inventa el indigenismo. No le atosiga con sus propias ideas; simple y sencillamente recoge su savia, porque, bien visto, él no es indígena: es un hombre en el que se resume el criollismo que nutre a Ixhuatán: cultura blanca, la negra, la filipina y un poco el reducto de aquellos europeos de la intervención que se internaron en los calores istmeños. Pero en él predomina el orgullo de una de estas razas: la indígena, aunque se pregunta y le pregunta a su madre: “¿Por qué soy blanco?”. Precisamente de esta

pregunta nace el Retrato de mi madre (1940) me dijo alguna vez. Fue, sobre todo, un palabrista. Un hombre que construyó su propia historia y que vivió 101 años de historia mexicana. De ahí que, más que historiador, él mismo fue parte de la historia mexicana. Don Andrés escribió mucho. Varios libros, aunque en general su obra está dispersa en muchos periódicos del país. En textos breves para libros o en prólogos de índole diversa. Hace falta una minuciosa recopilación y selección para ubicar tiempo y razones. Y, bueno, hace diez años que ya no está don Andrés. Al final me dejó hablando solo.

Lo recuerdo en nuestras pláticas interminables en cafés, en su despacho de la calle de Motolinía o por las calles del centro de la Ciudad de México. Nos reíamos de todo y por todo, o hasta dramatizábamos un poco, como cuando al encontrarlo en alguna ocasión por la avenida 5 de Mayo y preguntarle por su salud, me platicó sus dolencias físicas: –Pero se le ve bien del semblante, don Andrés. – ¡Es que no estoy enfermo del semblante, chingaos! O como cuando le visité en su casa, poco antes de su muerte que ocurrió el 10 de enero de 2008. Ya enfermo me hizo sentar a su lado en la cama que le daba refugio. Me preguntó de nuestra tierra, de cómo están las cosas por allá… se acordó del cielo azul turquesa que nos cubre en Oaxaca y del viento suave que nos hace infinitos… Y repetimos el son, que es de todos, allá: “No me llores no, no me llores no, porque si lloras yo peno, en cambio si tú me cantas, yo siempre vivo… yo nunca muero…”

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Yo era Markos, forma

parte de la antologĂ­a, Sin Maletas, historias de refugiados desde el exilio que publicĂł editorial Icono en Colombia en diciembre de 2017


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MARGARITA SOLANO/ #Periodismo de paz

A finales de los 80, cerca de 4 millones de colombianos se exiliaron por la violencia. México refugió a cientos 3:25 hrs. Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México. Compró una chamarra café para llegar a la cita. En la playa, donde vive exiliado desde hace treinta años, taparse es una grosería, podría morir cocinado, pero a estas alturas, la muerte le ha susurrado tantas veces al oído, que morir acalorado, le resulta un poema. El equipo de televisión lo espera en la sala A, justo debajo del pizarrón eléctrico de arribos nacionales como habían quedado. Se ha justificado ante las autoridades del Aeropuerto la llegada de cuatro personas de televisión con cámara, tripié y micrófonos, avisando el arribo de un “escritor colombiano”. Apuntan su nombre real, así completo, nombre y apellido. En México, Carlos Alberto Méndez Contreras, escritor, poeta, periodista, corrector de estilo, maestro de literatura y periodismo. En Colombia, Markos, así a secas, estudiante de la Universidad Nacional de Bogotá, exmilitante de la otrora guerrilla colombiana conocida como El M19, encarcelado un año y ocho meses por subversión. No es la primera vez que viajas de Cancún a la capital. Sí la única ocasión desde el exilio, en la que confiesas esta historia que llevas protegiendo, escondiendo durante treinta años. —¿Quién es… quién es? —pregunta la multitud. En el fondo de tu clandestinidad hay una sola respuesta. Yo era Markos.

ESCONDER EL PASADO —Markos era yo y escribía Markos con `k´, era un militante del M19, un joven rebelde colombiano, un revolucionario convencido

SUR AMÉRICA

Nariño Río Mira

Putumayo Caquetá

Sur de Colombia

Venezuela

COLOMBIA

Ecuador

Gráfico: Josué Isassi

desde muy chico, un joven lleno de ideales, que creía en que la humanidad tenía salvación. Tus ojos se han llenado de lágrimas Carlos y has olvidado un detalle. ¿Quieres llorar? Tu pose intelectual ha quedado sepultada. Ahora pareces más una víctima, un hombre consternado por el recuerdo de un proyecto perdido, porque lo reconociste Carlos, los rebeldes como tu, lucharon y perdieron. —Realmente es la primera vez que cuento esta historia. Mientras yo estoy aquí sentado, muchos compañeros murieron y no pudieron contar la suya. A menos de dos metros de ti está un muchacho de quince años, la edad que tenías cuando ya leías a Marx y cantabas trova cubana. Comparte tus ojos miel y el lacio de tu cabello negro. Es como si el Markos que dejaste en Bogotá estuviera aquí presente, acompañándote a tus espaldas y quien habla es Carlos convertido en escritor. www.el soldemexico.com.mx

Me habías contado ya, que el muchacho iba en la prepa en el Distrito Federal, que había algunos problemas con su mamá y que guardabas cierto enojo porque un día de pleito, la mujer quemó todos los recuerdos de Markos y solo alcanzaste a recuperar un dibujo de entre las llamas. Hechos cenizas quedaron fotografías, una autobiografía, cartas de tus compañeros de lucha en prisión, dibujos, el periódico donde escribías, revistas de la época y entonces decidiste desterrar ese amor de tus entrañas, lo justificas diciendo que el día en que la mamá de tus hijos le prendió fuego a tu pasado, ella también se quemó por siempre. Omar ha venido a escuchar tu entrevista para un canal de televisión de la ciudad que te vio nacer, Bogotá, creyendo que viene a oír el testimonio de un periodista, escritor de poemas, de un literato, de su papá. Pero insisto Carlos, olvidaste un detalle… Tu hijo no conocía la historia de Markos ¿Cómo pudiste esconderle tu pasado tanto tiempo?

“El Ejército nos concentró en una finca, fuimos trasladados en helicópteros, vendados y esposados con las manos atrás. Íbamos de cinco en cinco, nos amenazaban con tirarnos desde las alturas” MARKOS EXGUERRILLERO COLOMBIANO


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Fotos: Elizabeth Andriópulos

Cuando dijiste a la cámara “Markos era yo cuando era guerrillero”, el muchacho alzó la vista con asombro para tratar de encontrarse con tus ojos. Unos ojos ahogados en lágrimas.

Ya con Carlos al frente, la nueva lucha fue estudiar Filosofía y Letras en la UNAM, hacerse responsable de tres hijos, pagar una renta, una hipoteca, ahorrar para la vejez. Carlos aprendió a comer picante y a utilizar sus dotes de baile para ligar. México desplazó a Colombia y aunque se empeña en decir que es su segunda casa, ya es la primera. Han pasado tres décadas de exilio. Subiste un par de kilos, tienes 46 años, cambiaste los jeans por pantalones de vestir y usas lentes. Pero ese acento tan cachaco, tan rolo, tan bogotano, tan colombiano, sigue ahí anclado en tu garganta. ¿Sabías que Juan Manuel Santos, el presidente de Colombia, está preparando el terreno para que millones de colombianos regresen al país?, ¿que las FARC están aceptando dejar las armas y renunciar a reclutar niños?, ¿sabías del proceso de paz?, pregunta una periodista ochentera. —La paz sin justicia social no es posible, la paz con pobreza no es posible, la paz con paramilitarismo no es posible. La Paz es un sueño colombiano que se vuelve pesadilla cada vez que la proclaman. La última vez que escuchaste el monosílabo, también fue la última que viste con vida a tus compañeros de lucha.

EL YUNQUE Y EL MARTILLO Era un jueves de 1981. El bloque rural del M19 llevaba un año consolidándose en las montañas del sur de Colombia, cerca de la frontera con Ecuador, con la ayuda del gobierno cubano y su experiencia en táctica armamentista. La idea era crear una guerrilla cercana a la gente pero alejada de las grandes urbes. El brazo político del movimiento subversivo fue llamado a la clandestinidad, a ser el brazo armado que defendiera sus fines. Markos ya estaba lleno de selva sin imaginar que estaba por perder el único camino cierto para un guerrillero: la libertad. Semanas atrás, un compañero había decidido hacer proselitismo político de puerta en puerta; llegaba a las casas de los campesinos para contarles la lucha que desde las montañas se gestaba “por una Colombia justa”. Pero el ejército los detectó. Alistó una cuadrilla de más de mil hombres dispuestos a todo con tal de detenerlos. La travesía por la zona fue larguísima. Desde el río Mira, fronterizo con Ecuador, los combatientes entraron al Putumayo y subieron hasta el Caquetá. Desplazar 700 hombres en cayucos, con la amenaza de voltearse en el primer mal forcejeo, resultó el primer reto militar del grupo insurgente. Los poblados aledaños tenían reservas. Algunos les cerraron las puertas. Otros optaron por ayudar, ofrecieron víveres. Un puñado dio aviso a las autoridades. Ahí la selva es impredecibles ruda, difícil, dominante. La lluvia se deja caer al salir el sol, con temperaturas que superan los 28 grados, con el abrazo de la noche. Como volcán en erupción, la falda de la montaña se llena de miles de hombres del ejército de Colombia, enemigo a la vista. Fusiles G-3, alemanes, lanzagranadas, bayonetas, armas cortas 9 milímetros, municiones, camuflados, sombreros, fornituras, botas gringas de cuero, así recibió la guerrilla maoísta al rival cerca del Caquetá. La moral estaba en alto pero no era suficiente para estos hombres pertrechados. La debilidad del M estaba en su interior, en sus filas. Guerrilleros formados en las ciudades que desconocían la inmensidad de la selva. Los fusiles escupieron fuego, ruido, plomo y muerte. Algunos repelieron la agresión, otros cayeron de inmediato al pasto que en segundos se tiñó de rojo. El flanco fuerte del ejército utiliza una longeva táctica militar puesta en marcha desde los tiempos de las tropas napoleónicas para combatir al enemigo: el yunque y el martillo. Aprovechando el número inferior de guerrilleros, los militares los fueron cercando del lado ecuatoriano. El primero en caer fue un líder campesino cuando una bala le alcanzó la ingle. Era de los pocos que conocía el terreno por donde transitaba Markos

PREGUNTA OBLIGADA

haciendo frente al combate. El plan de llegar a fortalecer las filas de la guerrilla en el Caquetá se desmoronó al instante. Los pocos que quedaron decidieron entregarse, más de cuatrocientos hombres habían caído en la selva. Antes de levantar las manos, escondieron algunas armas, documentos, cosas comprometedoras. —El ejército nos concentró en una finca, fuimos trasladados en helicópteros, vendados y esposados con las manos atrás. Íbamos de cinco en cinco, nos amenazaban con tirarnos desde las alturas. Luego comenzaron los interrogatorios, la tortura sicológica, la presión. Markos llora. Fue condenado a prisión por un consejo de guerra.

MEXILIO México siempre ha sido especial para Colombia, para Markos. Creció al igual que muchos con la música ranchera en las venas, viendo cine mexicano. Pero para un revolucionario, México era más que novelas, tequila y mariachis. La relación con la Cuba rebelde, ser el escondite de León Trotski, la morada temporal del Che, el surgimiento de algunas guerrillas en Guerrero y la hospitalidad de otros compatriotas que zarparon en el exilio, lo hicieron inclinar la balanza por el país de los manitos. Era septiembre de 1985 cuando pisaste por primera vez el Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México. Recuerdas esa sensación de sentirte

minúsculo, provinciano ante la inmensidad de una de las ciudades más grandes del mundo. No había fincas a la vista, ni caballos, ni sombreros. Sí un país con un régimen priista gobernando por setenta años, represor con los jóvenes, de mano dura contra cualquier oposición. Viste un Distrito Federal que se caía a pedazos por el terremoto más grande de su historia. Y de nuevo la suerte echada, el destino haciendo de las suyas, la tragicomedia en vivo y a todo color: Markos pasó por avenida Revolución, atravesó la avenida de los Insurgentes y fue a parar en avenida de la Paz, su primera casa en el Distrito Federal, cercana a la del Nobel Gabriel García Márquez. Los primeros años los siguió encausando la lucha armada. Esa que venía persiguiendo desde Colombia y que ahora le hacía pensar en Latinoamérica. Participó en esfuerzos solidarios con la Nicaragua sandinista, la revolución salvadoreña, los exiliados chilenos, argentinos, uruguayos. Y hasta aquí todo era lucha, utopía, botas, clandestinidad, mientras en tu tierra natal en vísperas del 91, se pactó el desarme del M19, tus amigos creyeron en los diálogos, dejaron las armas. Meses después fueron asesinados a quemarropa, unos cuantos sobrevivieron y hoy tienen una curul en el Congreso de Bogotá o viven en el destierro del exilio. Para ese tiempo ya habías adoptado tu nueva identidad. Markos se fue, mutó, maduró, cambió, también lo escondiste.

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Durante treinta años de exilio, Markos se quedó ahí, guardado en su pecho como una mariposa errante que encontró buen nido. Ahora estás aquí. Has volado desde Cancún a la ciudad que frecuentas de vez en cuando para reencontrarte con tus hijos. Con tu chamarra nueva para salir a cuadro, tus libros, las fotografías de ese Markos que sobrevivió al yunque y al martillo. Jamás abandonaste la idea de regresar a Colombia, esa por la que peleaste a muerte en la clandestinidad de las montañas. La maleta con la que llegaste, permaneció intacta por un par de años, esperando la oportunidad de subirte a un vuelo con retorno. Estuviste tentado a quedarte para siempre en los 90 cuando pisaste suelo colombiano después de seis años en el exilio. Querías instalarte en un apartamento pequeño en el centro de Bogotá, incluso consideraste competir por la alcaldía de la capital después de ver algunos simpatizantes del M hacerlo. Pero no, no se pudo, no se puede. Tampoco pudiste regresar a tu terruño ese sábado de 2009. Veías por el golpe de Estado al presidente Manuel Zelaya en Honduras cuando sonó el teléfono. Tu hermano del otro lado del auricular confirmó la muerte de mamá. Murió de vieja Markos, murió esperando tu regreso. La pregunta obligada. A treinta años de distancia, una esposa, cuatro hijos, una carrera como literato, el mar danzando en los oídos. —¿Regresaría Markos a Colombia?— —Quizás me suceda lo que el poeta Tuerto López se pregunta en unos versos: ¿Y qué hago yo con este fusil entre las piernas?


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