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ORGULLOSO DE SUS ORÍGENES, EL ESCULTOR PLATICA SOBRE SU FUNDACIÓN SEBASTIAN, SU RELACIÓN CON LA POLÍTICA Y, POR SUPUESTO, SU TRABAJO QUE LO HA LLEVADO A TENER 268 ESCULTURAS MONUMENTALES ALREDEDOR DEL MUNDO PÁG 2

FOTO:

En contra del Estado paternalista ADENTRO LOS YACARÉS Y TODA LA FAUNA SELVÁTICA DE HORACIO QUIROGA EN EL TEXTO DE ARTURO MENDOZA MOCIÑO. Pág. 4

BERNARDO DE BALBUENA SIRVE DE PRETEXTO PARA QUE JOEL HERNÁNDEZ HAGA UNA ODA A LA CIUDAD DE MÉXICO. Pág. 6


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FOTOS: MAURICIO HUIZAR

SEBASTIAN

Conozco el rostro

ninguneo oficial

del MIGUEL REYES RAZO

A los 70 de edad el escultor y artista plástico originario de Chihuahua asegura que hace tiempo no se ocupa de mediocres y rencorosos y confiesa haber bajado un poco su ritmo trabajo

“Y

o vengo de la nada. Pude ser un niño de la calle. Uno de esos cholos a los que el Estado no prestó ninguna atención. La enérgica sabiduría de mi madre me imbuyó ideas de grandeza. El valor del ser. Lo intenté. Al principio me fue mal. Tiempo duro que me templó. Época azarosa que me formó”. Así hiló Sebastian fragmentos de su biografía. Rebotaba su voz en el vestíbulo del edificio sede de la Fundación Sebastian. Repentino acceso de tos y una serie de estornudos lo agitaron. Revolvieron su alborotada cabellera. Estremecieron

su poderosa humanidad. A los 70 años frío invernal lo hacía tiritar. De los bolsillos de su chaqueta de piel surgían puñados de pañuelos de papel. Debilitado prosiguió. “Observo que importa lo que de turbulenta, febril, accidentada sea la vida de un artista. Vincent van Gogh, Modigliani sirven de ejemplo. O Frida Kalho. ¿Cómo explicarse su súbito éxito? Quizá a una suerte de lotería. Fenómeno del capitalismo. Imperio del mercado. Fue Madona quien le echó el ojo. Y grupos feministas la imitaron. Su origen alemán provocó interés de coleccionistas germanos. La fama es parte de la historia.

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ABRIENDO PUERTAS “Vine al mundo con problemas cardíacos. Venas y vasos que irrigaban mal. Tenía 14 años cuando la emergencia me mandó al quirófano. Me salvé. Y en el 68 fui a dar a la cárcel. Quedé preso en el Campo Militar número 1. Volví a nacer. “Ante lo frágil de mi existencia decidí trabajar con frenesí. Realizar mi obra. Enfrentar y resolver los retos que cada artista enfrenta. Hoy hay repartidas en el mundo 268 obras. Esculturas de varios metros de altura. De varias -muchas- toneladas. Obras que forjo en mi taller. Creaciones -mis puertas- que los cobardes y envidiosos y los mediocres juzgaron idea de un mercachifle,

de un mercantilista. Esculturas como la X monumental que luce El Chamizal. “Bloque de 60 por 60 metros. La equis de Ciudad Juárez, la llaman. La apreciaron vulgar y simplona. Me deturparon hasta el cansancio. No faltó quien sugiriese desconocieran mi origen chihuahuense. Y me despojaran de los grados de Doctor Honoris Causa que diferentes universidades me otorgaron. A la ignorancia y a su afán por fregar atribuyo su actitud. La obra es hoy símbolo de Chihuahua. Los visitantes quieren fotografiarse con el monumento. Mi obra es una puerta. Frente a los Estados Unidos. Cavilo: Allá quieren construir muros. De este lado abrimos la puerta”. Sebastian. En su acta de nacimiento Enrique Carbajal. Matemático. Arquitecto. Investigador de la UNAM. Profesor. “22 años fui asistente de Matías Goeritz. Padre de las Torres de Ciudad Satélite. Di a mi madre la satisfacción de verme profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México. Nací en Ciudad Camargo. Como José David Alfaro Siqueiros. Como Lucha Villa. Ahí estamos. En esas fotos. Lucha. Linda y enriquecedora de vida. Esa -señaló hacia un elevado muro muestrario de decenas de fotografías- nos la tomaron una semana antes de someterse a la operación que la dañó”. Ahí está usted con Meade Kuribreña ubicó el reportero. “Y acá con José Reyes Baeza. Y con Ricardo Rocha. Con...”

Rivera. Ropa que recordaba la que usaron los ferrocarrileros. Tales casacas y el suéter de cuello alto -de tortuga- le permiten lucir un indumento muy apropiado y original.

ME MULTIPLICO

PREFIERO TRABAJAR Hombre corpulento de anchas y poderosas manos. “De niño recogía el lodo de las márgenes de un río para modelar pequeñas figuras”. Individuo imaginativo. “La noche me inspira. Doy vida a ideas. Una suerte de obsesión me apresa. Pesa -sirve- experiencia, habilidad, lenguaje”. Sus dos Gabrielas, esposa e hija, organizan, coordinan. Gabriela Carbajal participó hace poco en la Bienal de Beijing. ¿Participan, se interesan los artistas plásticos en la política nacional? - sugirió el entrevistador. “Sépase que en distintas etapas de mi vida alcé, uní mi voz. Sucesores de la Escuela Mural Mexicana, Felguérez, Cuevas y otros hicimos presencia. Con Federico Silva -padre de Vicente Silva Lombardo- compartí inquietudes políticas. Quizá hoy se eche de menos la voz de los creadores plásticos. Con franqueza yo prefiero trabajar. Ya en el taller. Ya en la universidad. “Contemplo un universo político que mantiene expectantes a muchos. Artistas o pensadores que dudan de los beneficios de la política. Tal vez exista desencanto. Cierta desilusión acerca de esa actividad. “Este México es en mucho muy diferente al que yo conocí en 1964. Vine entonces a beber la Cultura de México. Percibía que el Estado mexicano prestaba poca atención -a lo mejor ninguna- a desposeídos. Fallaba la educación. No formaba; no atendía. Tal carencia derivó en niñez al garete. Niños de la calle. Seres sin destino. Origen de los pandilleros. De pequeños delincuentes

Durante un tiempo me dediqué al mundo de la moda. Tuve mucho éxito. Mi trabajo me llevó a Europa. Con Pierre Cardin compartí pasarela” adictos a las drogas “Hoy vemos un panorama similar. Niños y jóvenes dejados de pe a pa apresados en el mundo del narcotráfico. ¡No tuvieron educación! No saben ni jota de Ética. Ni Moral. Así no debe sorprender la brutalidad que desarrollan. El Estado mexicano volvió a fallar. Desde luego -matizó Sebastianque en ambos tiempos existen los que se rescataron. Supieron salvarse. Actuaron con talento y la libraron. “Trabajar al lado de Matías Goeritz equivalió a poseer la llave de México. Aprender hace disciplina. Sistematiza trabajo. Organiza la actividad. A mi hora -profesor de arquitectura en la UNAM y en la Academia de San Carlos- mi formación adquirió otro

giro. Interesante, desde luego. “Enseñar -supe, sé- obliga a aprender. Ocurre interesante intercambio de conocimientos. El profesor dedica horas en la preparación de su clase. Echa mano de materiales, lecturas. Aporta experiencia. “Y a la luz de lo que comparte, descubre -descubren profesor y alumno- nuevo saber. Estimulante fenómeno. Atrae. Insta al profesor a superar su actividad. Experiencia novedosa. Beneficia grandemente al llamado hecho educativo. Yo enseño matemáticas. Geometría es una de mis disciplinas. Lo que sé me permitió construir 3 edificios. “Como la pintora Leonora Carrington que para el maestro Ignacio López Tarso hizo los telones -la escenografía de El Rey se muere”. ¿Usted participó en la actividad teatral? “En teatro no. En ópera, sí” -respondió Sebastian. “Y más todavía. Desarrolle vestuario. Durante un tiempo me dediqué al mundo de la moda. Tuve mucho éxito. Mi trabajo me llevó a Europa. Con Pierre Cardin compartí pasarela”. Años atrás el proteico Sebastian diseña su ropa. Sacos muy amplios. Quizá como los de mezclilla que usaba el pintor Diego

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Muy orgulloso muestra las organizadas dependencias de la Fundación Sebastian. Galería que hoy exhibe obras de Sergio Gutman. Espacio para 53 cuadros de gran formato. La Soledad, se llama el espacio. Bodegas atestadas de obras. Sala anatómica. Verdades del material. Obediencia de la piedra. Recinto. Cincel lo enriqueció, Parece desgajado. Hecho de ladrillos. Regulares. Impresionante. “Cada artista debe abrirse paso por sí mismo” -reflexiona Sebastian. “Vencer los obstáculos que se le presentarán. ¿Capillas? Siempre han existido. Siempre existirán. Yo estoy contra un Estado paternalista. No concibo que el Estado mantenga a los artistas. Digo que su responsabilidad es crear condiciones que favorezcan la obra creativa. Atmósfera propicia a la creación. “El gobierno me ha dado trabajo. Sin mimarme. Más bien todo lo contrario. Conozco el rostro del ninguneo oficial. El afán de negarme. Pésimo gesto. Para funcionarios de Conaculta no existí. ¡Hasta que mi éxito los obligaba a conceder -a regañadientes- mi dimensión de creador. ¡Los hermanos Tovar y de Teresa, Rafael y Guillermo se dieron a maltratarme. ¡Bah! Allá ellos. ¿Existe un buen ambiente para el arte en México? “Desde siempre. A lo largo de nuestra historia se ve. Lo prehispánico asombra. Los diversos periodos históricos lo prueban. Mestizaje que enriquece. Vamos a Oaxaca y en cualquier esquina hallamos un gran artista. Y así en el país entero. “Muy joven -apenas supe que podría morir en cualquier momento- decidí trabajar a toda velocidad. Sobresaltaba pensar en que piraría en un dos por tres. No me desanimé. Si la creación tiene mucho que ver con el ánimo del artista , el mío era inmejorable. A trabajar se ha dicho. Casi sin dormir. “A los 70 ya la bajé. La dificultad para la obra es siempre La materia lucha Y la enfrento. Hace tiempo no me ocupo de los mediocres y rencorosos. Acusan, critican. Pero si acaso les va bien, callan. Se escurren. Se deslizan sigilosos. Dan pena. “Me multiplico. Soy mi promotor. Viajo por el mundo entero. Para la Fundación Sebastian que fomenta el intercambio con artistas plásticos de infinidad de países. Jóvenes y maduros que realizan estancias muy formativas. “Venecia y Lima, Perú, me esperan. Preparo exposiciones. Y la realización de mis obras”. Sobresaltado produjo Sebastian. “Ya me voy. Mi hijo Matías -compositor de música culta- dará hoy un concierto. Mi otra hija, Violeta eligió al cine para expresarse. Estuvo en Londres para perfeccionar la técnica de la escritura de un guión. “Avísame cuando se publique la entrevista. ¿Juega?” ¡Juega!


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Relámpagos de fuga

Yacarés en zarpa de guerra ARTURO MENDOZA MOCIÑO*

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uentos de la selva de Horacio Quiroga fue el libro con el que nací como lector. Si bien en mi casa abundaban los libros y las revistas, los diarios y las historietas de todo tipo, no recuerdo ningún otro título de aquella época que haya desatado tanto enfebrecimiento como aquella obra “infantil” del mítico escritor uruguayo. La edición que aún conservo, garabateada con mi torpe caligrafía de siete años, ya no tiene pastas, pero tiene todos esos pasajes que me avistaron otros mundos más allá de mi hogar y la raquítica televisión de los años 70: la vanidad de los flamingos que usaron como medias las pieles de serpientes para provocar el enojo de otras sierpes que los picotearon tanto hasta quedar rosados; la perezosa abeja que, por dormirse en sus laureles y libar la miel de la flojera, murió de hambre y frío en un cruel invierno; aquellos coatíes que fueron criados como humanos por una bondadosa pareja; pero, brilla con más fuerza, lo que Quiroga llamó con sabiduría poética La guerra de los yacarés. De entrada, ¿qué es un yacaré? Mi candidez me hacía pensar que un yacaré era una especie de antigua arma, un animal parecido a un dinosaurio, un raro grito de guerra. En cuanto pude busqué qué era esa cosa-creatura-palabra en un diccionario argentino que primero educó y formó a mi padre y que a mí me fascinaba porque ahí estaban todas las

palabras con las que tropezaba en los libros impresos en Buenos Aires y Santiago de Chile que abrigaron mis años de infancia. A lauchita, atorrante, linyera, basilisco, se sumó pronto yacaré, como se les llama a ciertos cocodrilos al sur del continente, pero esta palabra brilló por encima de todas por el cuento donde Quiroga los convierte en héroes. El autor de El almohadón de plumas cuenta que un buen día a los yacarés de un río los despierta el ruido de algo que no habían visto jamás. Ante ellos, delante de sus hocicos y asustados ojos, se desplaza un enorme tronco de metal que arroja humo al pasar. El ruido es lo que más los irrita porque éste asusta todos los peces que ellos comen. El hambre y el desconcierto los obliga a ponerle freno a aquel tronco de metal, pero las blancas creaturas que van encima de éste una y otra vez rompen las diques de madera que, con mucho esfuerzo, arman cada tanto los reptiles para frenar la avanzada del progreso humano que apenas conocen. El más viejo de los yacarés y un listo pez, un suribí, esa otra palabra mágica de mi infancia, van en busca de una barra de metal que, asegura el suribí, hunde esos troncos llamados barcos en un santiamén. De la misma manera que los yacarés se han organizado para construir troncos van por

ILUSTRACIÓN: ALEJANDRO OYERVIDES

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aquella arma para usarla con la causa de sus desvelos. La lanza de metal resulta un torpedo que hunde el barco y los yacarés destazarán con felicidad a aquellos seres blancos que apenas prueban y que tienen un apelativo desconocido antes por ellos: hombre. El final feliz de La guerra de los yacarés es sobradamente cruel como varios de los cuentos de Quiroga, aunque esa crueldad es la que lo volverá famoso y célebre hasta nuestros días junto con una prosa sencilla, directa y vertiginosa que se convirtió en modélica para generaciones de escritores ríoplatenses. A punto de cumplir cien años de su publicación, en 2018, Cuentos de la selva es, junto con Cuentos de amor de locura y de muerte (1917), uno de los best sellers más idolatrados en la historia de la literatura hispanoamericana, una fama que habría encantado a Horacio Silvestre Quiroga Forteza, ese hombre que perdió a su mujer Ana María Cire en la selva del Alto Paraná, que volvió barbado de París, aquel uruguayo porfiado que el 19 de febrero de 1937 decidió quitarse la vida con cianuro antes de que el cáncer de próstata le arrancara la vida porque ande por ande esa creatura llamada hombre siempre hay un momento en que se debe desenterrar el tomahawk y ponerse en pie o en zarpa de guerra ante los embates del destino. *Editor y periodista cultural independiente yambacaribe@gmail.com

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De entrada, ¿qué es un yacaré? Mi candidez me hacía pensar que un yacaré era una especie de antigua arma, un animal parecido a un dinosaurio, un raro grito de guerra

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‘Es un sol, con penacho y sarape veteado’

CIUDAD SIN LÍMITES

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JOEL HERNÁNDEZ SANTIAGO

ILUSTRACIÓN: LUIS CALDERÓN

“De la famosa México el asiento. Origen, y grandeza de edificios. Caballos, calles, trato, cumplimiento. Letras, virtudes, variedad de oficios. Regalos, ocasiones de contento. Primavera inmortal, y sus indicios. Gobierno ilustre, religión y estado. Todo en este discurso está cifrado.” Bernardo de Balbuena

a Ciudad de México es bochornosa, agobiante, intransigente, peligrosa y malhumorada; es maloliente y curiosa; es la calle oscura y tenebrosa, es el navío cargado de…; es el periférico inaudito en horas pico, es los segundos pisos insospechados, es el Metro calamidad intransigente; es el transporte que no transporta, es la mirada fuerte y agresiva, es el “¿qué me ves?” como también es la sonrisa del “buenos días” con la escoba en la mano, es el atolito caliente, es la guajolota nuestra de cada día, es su gobierno mentiroso y evasivo. Y es el refugio de nuestros pesares y nuestras alegrías. Es nuestra casa. La casa de todos. La de quienes quieran asentarse aquí. El santuario. El sol que mira de frente “y no de hito en hito, como en otras partes”. Es la convivencia de diez, quince, veinte millones de seres humanos que nacen, crecen, se reproducen y siguen ahí aunque ya no estén, como la Llorona, de la etapa Colonial, que aún grita “¡Ay mis hijos!, ¿qué será de mis hijos?”

Es el sueño que tuvimos de una vida mejor los que venimos de todos los horizontes. Es el trabajo diario. La carrera. El darlo todo por casi nada. Es las tardes en solitario y las mañanas que cantaba el Rey David. Es la Ciudad más hermosa del mundo porque es la nuestra y porque es la única que de veras nos pertenece a todos los mexicanos al grito de guerra. Por sus calles ha pasado toda la historia del país. Por las calles que construyeron sus padres fundadores mexicas en 1325 para ser el ombligo de la luna pasaron también los conquistadores españoles que vinieron a fundirse, como el metal que perseguían, para hacer una raza nueva y cósmica que dijera Vasconcelos. Y aquí se sorprendieron Cortés y Bernal Díaz del Castillo a la vista de una ciudad maravillosa: “… Aquello parecía un cuento extraído de algún libro de caballería: grandes templos y edificios, muchos de ellos dentro del agua, palacios, oro, flores, multitudes saludándolos, todo un sueño jamás

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imaginado” y “Parecía a las casas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís.” Por aquí transitaron virreyes y virreinas, clérigos y monjas, españoles, criollos, mestizos; desde aquí se habló de Independencia en La Profesa, y por aquí anduvieron Los Guadalupe, la secta de apoyo independentista que arriesgaba todo por el ideal de gobierno propio; lo mismo se erigieron dos imperios, lo mismo conservadores y liberales; lo mismo libertades acotadas como libertades conseguidas. La Ciudad de México irradió leyes y derechos para todo el país, el que nos fue quedando. Y por aquí anduvieron los hombres de la Revolución y quienes querían mantener el antiguo régimen. Desde el Palacio Nacional se gritó la expropiación petrolera en 1938 y esta Ciudad fue testigo de la maldad inaudita de gobiernos indignos y represores en 1958, 1968, 1971 y más días aciagos. De todo aquí. En esta Ciudad de México que no pasa desapercibida para el mundo, ni para la historia. A ella, como personaje y como musa, los grandes del pensamiento y el arte han dedicado páginas, obras, reproches, pensamientos y al final de cuentas el hechizo de una ciudad que como la tía buena todo lo ve, todo lo sabe y todo lo perdona. De ella escribieron los conquistadores en sus crónicas de conquista; luego escribieron clérigos y burócratas virreinales. Pero solo algunos ejemplos podrán describir lo que ha sido esta Ciudad de México para quienes la han visto con ojos azorados y cariñosos, como es que ha sido.

LA GRANDEZA MEXICANA Bernardo de Balbuena escribió uno de los grandes poemas épicos cuyo estilo barroco, tiene orígenes en el Renacimiento italiano. Es un poema escrito para una dama, a la que el tal Bernardo, con todo y lo clérigo que sería, miraba con buenos ojos y a quien describió como “Dulce regalo de mi pensamiento” –ejem-. Ella se llamaba Isabel de Tobar y Guzmán. Por 1602 había quedado viuda y su único hijo ingresaría a la Compañía de Jesús, por tanto decidió que se trasladaría de San Miguel de Culiacán a la Ciudad de México. Balbuena haría un viaje antes y por esto le encargó que le hiciera “un perfectísimo retrato” de esta capital. La estancia de Balbuena aquí duró dos años, así que al término de este periodo envió al “Dulce regalo…” otro regalo, ni más ni menos que una de las obras fundamentales de la literatura mexicana (a pesar de que Balbuena había nacido en España en 1562, pero pasó parte importante de su vida en la capital de la Nueva España). Es una apología de lo que vio durante su estancia aquí. Es un retrato si se quiere excesivo pero emocionado por la grandeza de esta México. Es un libro-epístola con casi dos mil versos en los que describe al detalle los aires transparentes que envolvían a esta ciudad-capital. En marzo de 1803 llegó a Nueva España Alexander von Humboldt, el científico y viajero prusiano que a sus 33 años ya había recorrido medio mundo –incluida Sudamérica- y quien escrituró su emoción al encontrarse con la Joya de la Corona: “Viajero: has llegado a la región más transparente del aire”. Esto era el Anáhuac; la capital de la Nueva España; la Ciudad de México. En su “Ensayo político sobre el reino de la Nueva España” agrega: “…la grande reverberación de los rayos solares producida por la enorme masa de cordilleras y la alta planicie que es, en extensión y en altura, la mayor del mundo.” Y precisamente la frase es utilizada luego por don Alfonso Reyes como epígrafe a su libro Visión de Anáhuac en el que despliega una visión universal de la geografía y la poesía de las culturas originales del altiplano. No es una visión sentimental, que si orgullosa del origen, pero sobre todo mira hacia el futuro de lo que era y sería el eje central de México. Luego, en 1957, en un debate sobre el origen de la frase, Reyes extiende su visión de Anáhuac y precisaría: “…Pudiéramos, sin hipérbole, escribir a la entrada de nuestra alta

llanura central: Caminante: has llegado a la región más propicia para vagar libre del espíritu. Caminante: has llegado a la región más transparente del aire”. ¡Qué tal… chingón don Alfonso ¿no? Y, bueno. Precisamente esta misma frase da el nombre a la primera novela de Carlos Fuentes primeramente publicada en 1958 por el Fondo de Cultura Económica: La región más transparente. Y es que según el autor, ya otros –sobre todo Juan Rulfo—habían escrito sobre el México postrevolucionario, sobre el campo mexicano y sus intimidades corrosivas. Por tanto decidió hacer una obra urbana, una obra sobre la ciudad de México. Su percepción y su vocación por ella. Una obra sobre la Ciudad de México a mediados y finales de los cincuenta. Describe a una ciudad que lo mismo abraza como destruye. Una novela coral en la que desfilan los aristócratas, la clase media oscilante, toreros, periodistas, filósofos, obreros, prostitutas y todos juntos. Sus calles. Sus angustias. El temor siempre presente en el mexicano, los odios y las verdades: todo ahí cifrado en el libro de Fuentes que es, a fin de cuentas un retrato amoroso de la capital de México en el que se da tiempo para la conmiseración y el reclamo cuando al final del libro concluye: “Piensa que lo tuvieron todo; es como si mañana tú… Si no se salvan los mexicanos, no se salva nadie – por cada mexicano que murió en vano, sacrificado, hay un mexicano responsable… Dime Juan ¿para qué venimos a dar aquí?” (…) “Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire”. Concluye Fuentes. Muchas diatribas. Muchos elogios. Esto es la Ciudad de México, nunca desapercibida, siempre total y presente, a la misma que vinieron viajeros extranjeros y la describieron de pe a pa. Ya DH Lawrence en su Serpiente emplumada y su aberración por el gusto de los mexicanos de entonces por las corridas de toros o sus Mañanas de México; o Jack Kerouac y su terrible poema-jazz Mexico city blues de 1955, o Malcom Lowry, o Katherine Ann Porter, o Graham Greene. Otros mexicanos han hecho de la Ciudad de México su personaje y su musa: en el cine por ejemplo la gran Distinto Amanecer clásica del cine mexicano dirigida por Julio Bracho en 1943 en la que el personaje principal de la obra es la Ciudad de México: sus claroscuros, sus agresiones y su envolvente protección. Como también en la música. Tantas veces cantada, como cuando Chava Flores, el cronista musical de esta ciudad describió las vecindades, las calles, los modos de hablar, las emociones y las alegrías casi a la par de otro clásico urbano: La familia Burrón o en las obras pictóricas de Diego Rivera como su Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. O como cuando Eduardo Salamonovitz, con Guadalupe Trigo, la describen como “…es chinampa en un lago escondido” y “reguilete que engaña la vista al girar…” Hoy poco se le canta, como antes. Poco se escuchan sus murmullos y sus consejas. Como el Ixtepec de Los recuerdos del porvenir de Elena Garro, en el que es el pueblo el que cuenta su historia. Es la Ciudad de México la que quiere hablar con nosotros. Así falta que nos demos tiempo, los que aquí nos tocó vivir, para escucharla; para recordar su grandeza mexicana; su visión de Anáhuac; su “¡Ay mis hijos!, ¿qué será de mis hijos?”. Porque por encima de los reproches esta casa es nuestra casa y es la casa de puertas abiertas para el que quiera descansar en ella, y porque es nuestro refugio y nuestro santuario y porque aquí están enterrados nuestros sueños y nuestros pesares y la sombra de nuestros padres y la sombra de nuestros hijos, porque es la ciudad que nos dio cobijo a los peregrinos y la que es y será “la cuna de un niño dormido…”.

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jhsantiago@prodigy.net.mx

Por sus calles ha pasado toda la historia del país. Por las calles que construyeron sus padres fundadores mexicas en 1325 para ser el ombligo de la luna

Muchas diatribas. Muchos elogios. Esto es la Ciudad de México, nunca desapercibida, siempre total y presente, a la misma que vinieron viajeros extranjeros y la describieron de pe a pa...


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