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Brilla por su ausencia
Brilla por su
AUSENCIA
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Rafael Aranda, de RCR Arquitectes, recibe a AD en la bodega que acaba de inaugurar en Perelada, un espacio ecoeficiente, silencioso y atemporal que se mimetiza con el paisaje.
por ARANTXA NEYRA
fotos YAGO CASTROMIL
Rafael Aranda en el interior de la bodega, de la D. O Empordà. En la otra página, exterior de la bodega, la primera en Europa en obtener la certificación LEED Gold, máxima calificación en edificación sostenible, cuyos pilares son el empleo de geotermia, el consumo energético y de agua eficiente, el aislamiento térmico, la elección de materiales y el predominio de la iluminación natural.
garnacha tinta. Notas volcánicas. Presencia del terroir. Complejidad. Sorbo a sorbo, el enólogo va presentando el nuevo vino de la bodega Perelada, el RCR. Con los mismos trazos podría dibujarse también el retrato robot de quien lo ha inspirado: ese hombre de mirada honesta, siempre vestido de negro riguroso, que es un tercio –y una de las "R"– del estudio RCR Arquitectes (Premio Pritzker 2017): Rafael Aranda. Que el vino lleve su nombre no es una mera anécdota. Es el reconocimiento a su implicación personal en esta bodega recién inaugurada en el Ampurdán (Gerona), que firma el estudio, y, sobre todo, una metáfora de un proyecto "transdiciplinar" en el que arquitectura y enología han trabajado en equipo, como repite incansablemente el propio Rafael. Para celebrarlo y cerrar el círculo, Delfí Sanahuja, enólogo jefe, prometió hacer un vino inolvidable; Rafael, diseñar su etiqueta. El primero eligió las uvas de una de las parcelas de la finca de pizarra negra y le dotó de la mayor intensidad en honor al arquitecto. El segundo hizo lo de siempre, pensar cómo se había hecho ya y darle completamente la vuelta. En lugar de ponerles pegatinas, envolvió las botellas en un papel de seda arrugado ("despeinado por la tramuntana") con los esbozos de la cubierta y anotaciones de su puño y letra."Desde el inicio hemos trabajado todos juntos, que es muy bonito decirlo pero que se hace muy poco –explica Rafael–. Este es un proyecto que hay que entenderlo como algo global. Es un todo, y esa es la gran diferencia". La historia viene
de largo. Hace casi veinte años, los Suqué Mateu, la familia propietaria de la bodega que en 2023 cumplirá un siglo, se puso en contacto con RCR buscando un nuevo espacio que permitiera hacer vinos cada vez de más calidad y que uniera arquitectura, sostenibilidad y una experiencia innovadora para el visitante. Desde entonces, concienzudo y riguroso, Rafael ha visitado más de 150 bodegas por todo el mundo. "La gran mayoría son edificios, y nosotros creemos que una bodega está bien que no sea así", asegura. No cabe duda de que esta no lo es. No hay cuatro fachadas y una cubierta, sino que el espacio se adapta al terreno y se funde con él, revelando así la verdad de la tierra. Como sus vinos. Es esa "arquitectura de ausencia" que acompaña al estudio en todos sus proyectos, y en la que la sostenibilidad no es un añadido, sino su propia esencia, como explica Aranda: "La buena arquitectura tiene que ser sostenible. No es una cuestión de meterle cosas, sino de que esté concebida acorde al entorno, al lugar y al programa". El punto de partida tenía sus limitaciones: unos edificios en desuso, muy degradados (la granja proyectada por Adolf Florensa en los años cuarenta), y un gran desnivel natural. “Como conjunto arquitectónico, la granja no tenía valor, pero en su relación con el paisaje sí, porque era esta 'U' que abraza y encuadra un entorno cercano y otro más lejano. Cuando ves esto es que el puzzle empieza a ordenarse, empiezas a ver la relación del lugar con el programa", recuerda Aranda. "Una vez aquí valoramos todo, y fue cuando surgió la idea de aprovechar el desnivel y de entender este lugar, no como un edificio,
Uno de los rincones más especiales de la bodega, donde, por momentos, uno tiene la sensación de encontrarse en un templo del Antiguo Egipto. En la otra página, Rafael Aranda posando, y el Templo, el espacio reservado para los vinos más especiales, con depósitos de fermentación de hormigón.
Abajo, los edificios antiguos de la granja, rehabilitados y recuperados por RCR. Abajo, la cubierta del edificio, semienterrado aprovechando el desnivel, lo único que se percibe del edificio. En la otra página, un antiguo estanque, muy deteriorado, se ha convertido en un pequeño jardín de plantas aromáticas.
sino como un paisaje". Este fue el inicio: adosarse a un gran talud de diez metros de tierra y aprovechar esta diferencia de cota para trabajar por gravedad sin necesidad de bombear el líquido, y con la propia cimentación del edificio sacar pozos de geotermia. Si el exterior de este volumen semienterrado está casi mimetizado por el entorno, el interior es un espacio que concilia sus funciones de trabajo diario con las enoturísticas para mostrar el proceso con la mayor honestidad. "Hasta las personas que gestionan este lugar, los enólogos, la sala de catas... están aquí dentro, lo que conceptualmente es importante", explica Rafael, redundando una vez más en la idea de concepto global. En las salas (que no son "un contenedor que se llenó después", sino que se diseñaron a partir de los depósitos) se omitieron los pilares. Dos ejes estructuran los espacios y los elementos de circulación de servicio e instalaciones, que se iluminan con la luz natural que reciben de los lucernarios. "Los materiales son los mínimos–dice Aranda–, los que respondan a su función, y si con uno se puede hacer todo, estructura, acabado, ya está". Cada detalle está estudiado para buscar la máxima eficiencia. Pero no solo eso, las texturas y la iluminación buscan transmitir sensaciones para "poder llevarte a otros mundos". Es una bodega, sí, pero podría ser otras muchas otras cosas. Al menos así lo cree Rafael: "Me imagino aquí cualquier evento. Los espacios cogen vida cuando se les añade la función, no están predeterminados. Esto sí que es sostenible". RCRARQUITECTES.ES