Tómense en serio lo que voy a decirles: quiero ser mejor persona. Lo digo de verdad, tan de verdad que me suena a fábula, tan de verdad que me atemoriza pensarlo, decirlo, escribirlo y luego leerlo sin osar corregirlo. No sé muy bien cómo se hace para ser mejor persona –queridas lectoras, queridos lectores: bienvenidas vuestras recomendaciones–, pero sé que uno va mejorando si, sin motivos aparentes más que el de convertirse en un ser humano mejor, ayuda, por ejemplo, a un desconocido en la calle. O si le sonríe en la calle a un desconocido. O, si se pasea con dos regias baguettes por la calle muy campante, vende una, con ese dinero compra un lirio y se lo regala a una vieja bonita que haya sido –eso se adivina por los todavía bellos trazos de su cara, por el refinamiento de sus modales a la hora de mirar la hora– una bonita joven. Por algo se empieza, ¿no? A comprar lirios, entonces.