Julián Rodríguez V.
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ADVERTENC ADVERTENCIA
Siempre me ha seducido la idea de intentar una presentación sencilla de cosas que parecen complicadas. En más de una ocasión, me he estremecido al leer libros livianos, suaves, con un estilo fácil y pensamientos profundos. Y me pregunto: ¿por qué la vida no puede ser candorosamente humana? ¿Por qué nuestra existencia tiene que ser enredada? De este modo se me ocurrió intentarlo una vez. ¿Por qué no probar con la filosofía? Y dentro de la filosofía, con lo que se asoma como más arduo: el ejercicio de la filosofía. Lo que quiero hacer es tomar la actividad misma del filosofar y hacer un camino juntos; no es propiamente una "introducción a", sino un "caminar con". Para entender el camino hay que recorrerlo previamente. No es fácil cuando estamos involucrados en lo que queremos conocer. El camino lo hacemos al andar y la vida la aprendemos mientras vivimos. He procurado evitar toda ostentación, como el Hércules de la feria, de los bíceps del tecnicismo. He intentado poner en práctica la afirmación de Ortega y Gasset: "La claridad es la cortesía del filósofo"1. Hacer filosofía es como perforar la realidad, a veces la realidad es dura como el cemento, otras mórbida como la esponja. Cuando el taladro perfora, entra en forma espiral. Cuando subimos o bajamos una alta torre por una escalera caracol, alcanzamos niveles distintos de altura o profundidad. Así nos acontece al introducirnos en la filosofía, porque no es más que entrar en la propia vida como realidad radical. Hacer filosofía es como deshojar la alcachofa, poco a poco hasta llegar a la pulpa, lo más sabroso. Entonces, una noche, en la que más intensamente sentí el atractivo, cuando el cielo queda oscuro y en él titilan las estrellas como trocitos de hojalata brillante, y cuando en la ciudad el silencio se hace callado, me puse a escribir. Fue un comienzo inacabado, el primer paso para seguir perforando en otros atardeceres. Estas páginas forman una unidad. Los diferentes puntos son peldaños que se comprenden desde lo visto anteriormente y desde lo que queda por verse. Se comprende el punto de partida desde el final; y a éste se llega partiendo desde el principio y siguiendo los pasos 1. ORTEGA Y GASSET J., ¿Qué es filosofía?, Arquero, Madrid 1969, 19.
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dados. Es importante comenzar bien, seguir hasta el final y volver a retomar el punto de partida. El todo da sentido a cada una de las partes y éstas constituyen la globalidad. ¡Animo en este caminar juntos! En esta segunda edición, quizás he complicado la sencillez inicial; el ejercicio realizado con grupos de estudiantes me ha motivado a introducir textos y el pensamiento de algunos filósofos. Esto facilita la entrada en el pensamiento filosófico. Quien no tenga un interés específico por la filosofía puede saltar esas ejemplificaciones. Signo de que el librito se mantiene en vida es esta reimpresión.
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PRÓLOGO
UNA INTRODUCCIÓN A LA INTRODUCCIÓN O PRÓLOGO QUE NO DEBE LEERSE Cada uno de nosotros -sin distinción ni privilegios- posee un gran capital, es un capitalista. Todos disponemos de diversas chequeras en el banco de nuestra persona: la chequera de la conciencia, de la vivencia, de la inteligencia y del razonamiento. Pero puede ocurrimos que al no saber comprar ni pagar los pequeños gastos de la vida, del transporte, de la chuchería del momento, estemos en bancarrota, en la incapacidad de ser eficaces en el quehacer y pensar de la vida ordinaria. Poseemos riquezas, pero vivimos pobremente a falta de una instrumentación o metodología conveniente. Nos sucede como al mendigo que ha hecho un cuadro completo de 5 y 6 con millones de suerte, pero que, no habiéndolos podido cobrar, duerme sobre un banco en la plaza pública, arropado en periódicos. Sabemos -aunque a veces somos inconscientes de nuestro saber- que tenemos riquezas, pero no siempre sabemos cómo usarlas, hacerlas producir. Hoy más que nunca, la importancia del método es decisiva en todos los sectores de la vida humana, pero sobre todo en filosofía.
Puede pasarnos algo parecido como al niñito que ha recibido un juguete. Al principio parece disfrutar jugando con él: si es un carro, haciéndolo rodar; si es una ametralladora automática, disparándola locamente, como ha visto que hacen los adultos. Pero luego, pasada la novedad, goza mucho más cuando hurga y analiza el funcionamiento: lo explora y desarma las piezas. Y así, mientras lo va descomponiendo en su curiosidad insaciable, encuentra un gozo indefinible. Luego viene la tarea, ya un poco menos divertida, de recomponerlo. Si fracasa, puede que recurra al papá o busque ayuda o se desentienda del juguete por falta de interés. Un juguete bien compuesto le durará muy poco al niño, si es que por sus medios no descubre cómo está hecho. Cuando conoce su manejo, su hechura y su funcionamiento lo cuida y lo disfruta. Esta es nuestra tarea: jugar a desarmar nuestra persona, descubrir un método que nos permita ser eficaces en nuestra vida. Si, por ejemplo, queremos ir a la ciudad de Los Teques, la meta puede ser común, pero el camino distinto. Podemos hacerlo: a pie, en bicicleta, en carro, en helicóptero. El camino condicionará nuestra visión de la realidad. Sobre todo, cuando constatamos que el método forma parte de la realidad, no será la misma visión de Los Teques si la hemos 5
recorrido a pie o en carro o la hemos sobrevolado en avioneta. No estamos discutiendo que una visión sea mejor que la otra, sino señalando la diversidad de comprensión de esa pequeña ciudad encantadora de Los Teques. René Descartes vislumbró claramente la importancia del método en la filosofía. Su obra más significativa se llama: Discurso del método. Nuestra Introducción metodológica a la Filosofía podría ser titulada, en parte, "Discurso del método", aunque ciertamente no lo haremos como Descartes. Este filósofo francés, que sienta las bases de los vicios y virtudes, pautas y enredos de la filosofía moderna, se expresa así: "La diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino solamente de que conducimos nuestros pensamientos por diversas vías y no consideramos las mismas cosas. Pues no basta tener la mente bien dispuesta, sino que lo principal es aplicarla bien"2. Es fácil encontrar experiencias en nuestra vida o en la de los otros, cuando dos personas quieren entenderse y están hablando lenguajes diferentes, nunca se van a encontrar, como los raíles del metro. En con secuencia, discurriendo por caminos diferentes, hablan de cosas distintas, no consideran las mismas cosas. El método no sólo les aleja de la meta, sino que le saca fuera de la misma realidad, les lleva por derroteros y cosas extrañas para ellos. No habrá, pues, buen entendimiento. Difícilmente podrán pescarse pájaros con una caña ni peces con una escopeta, como no puede iluminarse una habitación con un martillo ni fijar un clavo con un rayo de luz. En palabras sencillas, una buena disciplina metodológica permite entendernos. ¿Cómo lograr esa metodología filosófica? ¿Cómo entenderla desde el camino que se va haciendo? He ahí nuestro principal objetivo. A medida que nos vayamos ejercitando comprenderemos los pasos dados y, en consecuencia, seguiremos avanzando más inteligentemente. Al buscar una metodología para nuestra reflexión filosófica, no queremos que se nos dé algo ya hecho, ya logrado. En el hecho del filosofar, como en el hecho mismo del vivir, nadie puede sustituir a nadie. No existe eso de "la papa pelada". El camino o lo vamos haciendo conscientemente, o no hay camino. Cada quien en su propia carreta. No es posible embaularse en la carreta de otro. Aquí se cumple muy bien el dicho: "No regales un pez al pobre, enséñale a pescar". Nuestro intento es de aprender a pescar, aprender a pensar por nuestra propia cuenta, haciendo el ejercicio.
2. DESCARTES R., Discurso del método, Orbis, Barcelona 1983, 43.
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En otros tiempos se decía que el filósofo era aquella persona que estaba siempre buscando el último porqué del porqué de todos los porqués. El ejemplo típico era el niño en esa edad de la curiosidad inocencial que continuamente pregunta: "¿Papá y esto por qué es así?". Hoy en día, quizás la pregunta por el cómo son las cosas es tan trascendental como la pregunta por el porqué. En la pregunta por el cómo son las cosas estamos incluyendo la pregunta al porqué son de esa manera. En efecto, ¿cómo yo puedo hacerles entender esta introducción? Quizás en la medida en que vayamos caminando juntos. Si logramos llegar al final, ustedes no me preguntarán porqué hemos hecho el camino; es decir, ustedes mismos por sí solos tendrán la respuesta al porqué hemos recorrido esos pasos. ¡Hagamos, pues, la prueba! Una primera cosa de la que nos distanciamos de Descartes es la siguiente. Él dice: "Mi propósito no es enseñar aquí el método que cada cual debe seguir para conducir bien su corazón, sino solamente mostrar de qué manera he tratado yo de conducir el mío". ¡Es modesto el filósofo Descartes! Extraña modestia la de quien, luego, se va a levantar con la pretensión de ser el único método para escapar a los errores. Nosotros vamos a ser un poco más petulantes. Lo que queremos es que cada quien "aprenda a conducir bien su corazón", por utilizar la expresión cartesiana. En el camino que vamos a recorrer juntos, queremos hacer emerger de nosotros un método que nos permita entendernos. No queremos dar consejos, ni fijar principios, ni establecer preceptos; queremos aprender, mientras nos ejercitamos en el filosofar. Queremos elaborar una metodología que nos facilite el filosofar y explotar al máximo nuestro capital.
Preguntas de retroalimentación 1. ¿Qué piensas de este prólogo? ¿Debería leerse, sí o no? ¿Por qué? 2. ¿En qué medida crees que el método tenga importancia en la reflexión filosófica? 3. En tu experiencia de vida, ¿encuentras situaciones en las que el uso de un método diferente puede cambiar las cosas? 4. ¿La metodología usada en una clase, en un encuentro de personas, en un grupo es importante? ¿Por qué?
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VICEVERSA 1. VIVIR ES FILOSOFAR, Y VICEVERSA
QUINO- Mafalda
Preguntas para la reflexión Comenzamos con algo sencillo y, a la vez, complicado. Dos preguntas elementales: 1. ¿Qué entiendes por filosofía? 2. ¿Cuál es el modelo, el estereotipo, que tienes de filósofo? La reflexión puede ser personal o en pequeños grupos. Lo importante es intercambiar nuestras impresiones. Quizás en el pasado hemos estudiado algo de filosofía; tal vez nos llegan por primera vez estos términos: filosofía y filósofo. Vamos a intentar explicitar lo que de alguna manera -consciente o inconscientemente- está en nosotros.
Puesta en común Comentario Hemos hecho una puesta en común, si antes nos hemos encontrado en grupos. Después de haber dialogado -es decir, escuchado y aportado- compartimos lo que cada quien ha ido conociendo, aprendiendo, asimilando. Lo importante en el trabajo grupal, no era sacar una definición de filosofía y de filósofo. Las definiciones, en este momento, no sirven. La intención era que cada uno formulara ante y para los otros ese lado oculto o visible de la experiencia que liga a los términos filosofía y filósofo. Ha sido un ejercicio para hacer emerger lo que estaba en cada uno. ¿Se ha logrado? ¿Nos hemos realmente expresado? ¿La formulación de nuestra experiencia sobre este tema nos ha dejado satisfechos?
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¿Qué está en juego en este ejercicio? Primeramente, hemos supuesto que detrás, en el pasado, teníamos años de vida: 17,20, 25... Espontáneamente, ante las dos preguntas iniciales, hemos repasado nuestra vida, hemos recordado, para traer al presente la resonancia que en nosotros tenían esos términos de filosofía y filósofo. Es decir, mediante la introspección-memoria, recordamos. Recordar fue para nosotros oír, leer, sentir las voces de nuestra conciencia. Casi automáticamente mientras recordamos, pasamos a hablar, a narrar, a formular en palabras y gestos (bastaría observar la cara y las manos de cada uno). Las voces del recuerdo se hacían signos, palabras, frases. ¿Qué pasaba en este momento? Algo muy difícil de explicar, pero continuamente en ejercicio: nuestro pensar estaba a millón, creábamos cosas inexistentes. Es decir, nuestra vivencia del recuerdo la objetivábamos en palabras: lo que sentíamos, vivíamos y oíamos lo pintábamos en gestos y palabras. Maquinal o conscientemente reactualizábamos algo que antes habíamos experimentado, digerido, rumiado, procesado. ¿Terminó ahí nuestro trabajo? No. Al formular en gestos y palabras el recuerdo de la vivencia, afloraba algo más: comunicábamos. Hablábamos para transmitir una propia realidad a los que nos escuchaban. Comunicábamos experiencias, transmitíamos mensajes, sugeríamos juicios, etc... Y en ese salir de nosotros para ir hacia los otros se creaba un espacio interrelacional. Por ahora nos detenemos aquí. En resumen, al compartir nuestras impresiones sobre la filosofía y el filósofo, se desencadenó en nosotros un proceso intrincado y vital: recordamos, escuchamos, procesamos, comunicamos. Y esto sin darnos cuenta. Siempre lo hacemos. Nuestra vida de personas no se detiene. Desconectarnos de nosotros es morir. En el fondo, lo que hemos hecho es vivir. Algo todavía curioso: en todo ese proceso, que ha sido un momento de nuestra vida, hemos estado implicados. Ninguno de nosotros ha estado ausente; ninguno puede ponerse en nuestro lugar. Desde el momento que otro recuerda, piensa y comunica por mí, dejo de ser yo mismo. O sea, que en el hecho de vivir, nadie puede sustituir a nadie. Cada uno es el protagonista insustituible en esta historia de vivir. Hasta ahora hemos ido vislumbrando que, desde nuestra experiencia, la filosofía es vida. Vivir es filosofar; en toda vida hay ya una filosofía. El niño, el pobre, el anciano, el obrero, el empresario, el cura, el médico, toda persona humana, por el simple hecho de vivir, hace filosofía. La filosofía, por tanto, no es contemplación pura, lejana a la realidad, sino reflexión crítica que se entromete en el movimiento de la vida. El filósofo no escapa de la vida, sino que escudriña la vida
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misma. El estereotipo de un hombre perdido en las nubes no es la imagen correcta del auténtico filósofo. Filósofo no es un Pilatos que se lava las manos ante los conflictos. Tampoco es una persona ingenua que se deja alucinar por las apariencias, por las luces del escenario. El filósofo se mete en el torbellino de la vida para desvelar la cara oculta de lo que sucede, para hacer emerger la verdad de la vida. El filósofo se mete dentro de la olla y hace saltar la tapa desde dentro, picotea el cascarón de las apariencias para que nazca el pollito de la vida. Siempre que se generen signos de vida, habrá filosofía. Cuando las personas -cualesquiera que éstas sean- matan a otras personas, destruyen la vida, muere la filosofía. Los signos de muerte, los hechos destructores de la vida revelan una concepción de la realidad que ya no es filosofía. Quien destruye, mata, manipula y explota tiene una visión de la vida. A esta visión, a esta mentalidad aniquiladora de la vida -aunque también ella sea "filosofía"- preferimos llamarlas ideología. Más adelante nos detendremos sobre este término. Recogemos ahora estas reflexiones en un cuento. Se llama así:
La puerta de la felicidad “A la puerta de la felicidad llega un hombre, en la plenitud de la vida. Su paso es firme y decidido. Una fuerza invisible parece atraerlo hacia allí. Golpea la puerta, fuerte y esperanzado. Sale el guardián, quien, mirándolo fijo y como extrañado, le pregunta: - ¿Qué desea? - ¿No es ésta la puerta de la felicidad?, pregunta el buen hombre. - Sí, ésta es la puerta; pero ésta no es tu hora. Nuestro hombre se queda un poco perplejo, desconcertado y sin capacidad de reacción. Tras unos segundos de vacilación, se sienta en el suelo y queda como pensativo, ensimismado. Así pasa un largo rato... Después empieza a mirar a su alrededor curiosamente: la puerta, las ventanas, el edificio..., como si buscara una manera de entrar y de burlar al guardián. Ninguna solución parece convencerle. Nervioso, lucha entre el deseo, la duda, la indecisión, hasta que por fin se decide a llamar nuevamente. - Me dijo usted que ésta era, efectivamente, la puerta de la felicidad, pero que no era mi hora. ¿Cuál es, pues, mi hora?, ¿qué tengo que hacer? - Mi papel es sólo éste; no puedo decirle más.
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Como le parece un muro infranqueable, intenta abordarlo de otra manera. Entabla conversación con él, habla de mil cosas, intenta caerle simpático, observa mucho, estudia sus reacciones y puntos flacos.... pero ¡nada! No hay solución de "enchufe". Cansado, y sin conseguir nada, se echa en el suelo a pensar, a jugar solo, a cantar y a dormir, ¡quién sabe si alguna vez, por casualidad, por despiste o aprovechando la llegada de otro...! Aquello es aburrido, insoportable, pero qué hacer, cómo irse, si aquella es la puerta de la felicidad. Pasan meses y años, sin más preocupaciones que la de organizar su soledad para que la espera sea lo más agradable posible. Todo valdrá la pena para cuando llegue la felicidad. Muy enfermo y envejecido, se ve desfallecer. Quizá su estado inspire compasión al guardián y lo deje entrar. Por eso, juntando las últimas fuerzas, se acerca y llama de nuevo, preguntando con su voz ya mortecina: - ¿Cómo es que, siendo ésta la puerta de la felicidad, no ha venido nadie, cuando en el mundo la gente se mata para conseguirla? - Es que cada uno tiene su puerta. - ¿Entonces, es seguro que ésta es la mía? - Sí, ésta era su puerta -dijo con fuerza el guardián-. Ahora la cierro definitivamente”. FRANCIA Alfonso
Para profundizar 1. ¿Qué es lo que te puede hacer realmente feliz? 2. ¿Dónde buscas la felicidad? ¿Cómo la buscas? ¿La has encontrado? 3. ¿Conoces personas que son felices? ¿En qué se les nota? ¿Cómo repercute en su vida? 4. Prepara y realiza una entrevista con alguien sobre el 5. Cuenta una anécdota, un hecho, en que se evidencia la felicidad de la persona.
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BÚSQUEDA 2. LA VIDA ES BÚSQUEDA
QUINO- Mafalda
Preguntas para la reflexión en grupos 1. 2. 3. 4.
¿Qué entendemos por vida? ¿Cómo es nuestro vivir? ¿Qué ponemos en juego cuando vivimos? ¿Se puede vivir auténticamente sin reflexionar sobre lo que hacemos?
Intercambio de opiniones Comentario Hemos llegado a entender, inicialmente, la filosofía como vida. Pero, ¿qué entendemos por vida? ¿Qué encerramos dentro de nuestro vivir? ¿Qué ponemos en juego cuando vivimos? Estas preguntas quedan todavía por explorar. Y aún antes de entrar en ellas, nos surgen otras que son previas: ¿Por qué nos metemos dentro del ritmo de la vida? ¿A qué se debe que, por el hecho de vivir, estemos forzados a filosofar? ¿Acaso no podemos no hacer filosofía? A manera de ejemplo, lo vamos a ver en la vida y en la reflexión de un hombre, distante en el tiempo, pero muy cercano a la sensibilidad de hoy: Agustín de Tagaste. 1. Agustín de Tagaste El día 13 de noviembre del 354 nace Agustín en Tagaste, ciudad del norte de África, sometida al Imperio Romano decadente. Tagaste era una comarca montañosa y forestal; país de cazadores. Se encontraba en el cruce de diversas grandes vías romanas, a mitad camino entre el sur y las ciudades marítimas. 12
Dos manos grabaron el alma de Agustín: Mónica, su madre, con los rasgos de la fe cristiana, y el pagano Patricio, su padre, un africano romanizado. Patricio era un pagano que no sentía repugnancia invencible contra el cristianismo. Prueba de ello es que contrajo matrimonio con una cristiana cuando ya tenía más de 40 años, dos veces más que Mónica. Esta había recibido una educación algo rígida según el estilo de entonces. Sus padres eran católicos desde varias generaciones. La vida matrimonial de Patricio y Mónica no fue fácil por las frecuentes habladurías. Pero podría decirse que Patricio amaba a Mónica a fuerza de respetarla. Agustín era un niño más de los tantos que nacían y crecían en el África de entonces. No fue bautizado al nacer. Le pusieron por nombre Aurelio Agustín. Era un niño de pecho como los demás niños que sólo sabía mamar, como dice en sus confesiones. En ellas describe una escena: "No hablaba toda vía y miraba ya, pálido de cólera y envidia, a su hermano de leche como si se le robara su parte". Creció el niño. "Sólo me gustaba jugar". Y en medio de las diversiones, cayó enfermo. Creían que se iba a morir. El mismo reclamó el bautismo, pero repentinamente mejoró y se retrasó el bautismo. La edad de la escuela abrió un mundo nuevo a Agustín: Madaura, que distaba diez leguas de Tagaste. El ambiente era puramente pagano; se expresaba en las lecciones que recibía. Aborrecía el griego. Su pasión era Virgilio. El hijo de la cristiana Mónica era un auténtico pagano. Las vacaciones en Tagaste, el ocio, las juntas fáciles, le arrastran por los placeres de la edad. Uno de sus mejores amigos es Alipio, que fue amigo durante toda su vida, en errores y logros. El descubrimiento de la pubertad, en el África de entonces, fue saludado con gozo por su padre: "Cuando cierto día me vio pubescente mi padre en el baño y revestido de inquieta adolescencia, como si se gozara ya pensando en los nietos, fue contento a contárselo a mi madre"3. Agustín no pensaba más que en divertirse. Pero en este tiempo se decidió en partir para Cartago. Partió ávido de ciencia, de gloria y de voluptuosidad. Cartago le causó una profunda impresión. Cartago era una de las cinco capitales del Imperio. Era como ir a París o New York. Cartago no sólo le ofrecía placeres, sino también un extraordinario tema para la reflexión. Agustín había sido enviado para estudiar. Siendo pobre, tenía que asegurar su porvenir; a la fuerza tenía que ser buen estudiante. Pronto sobresalió entre sus compañeros, en retórica, ciencias y 3. SAN AGUSTÍN, Confesiones, BAC, Madrid 19797, II, 3.
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filosofía. Se vanagloriaba de haber aprendido todo cuanto podían enseñarle sus maestros. Pensaba cursar derecho: el camino corto y seguro para alcanzar riquezas y honores. Pero muere su padre; la muerte hacía incierto su porvenir. No obstante, Mónica siguió enviando su pensión a Agustín. Parece que la muerte de su padre no le causó gran pena. Contaba 18 años. Se hace más juicioso. En la escuela era un ejemplo a imitar. Aunque las ayudas de Mónica eran parcas, él se las ingeniaba para aumentar sus recursos económicos: escribía versos y daba clases particulares. Agustín fue un compañero y amigo apasionado y fiel hasta la muerte. La muerte prematura de Nébrida, su amigo del alma, le pondrá un interrogante profundo; llorará su pérdida como jamás nadie ha llorado la muerte de un amigo. La vida pagana de Agustín tuvo un sobresalto: la lectura del Hortensíus de Cicerón. El diálogo de Cicerón le dio la idea de buscar en el cristianismo. Comenzó a estudiar las Escrituras. No comprendió nada de ellas; no eran retórica, sino estilo popular y directo. Se pondrá en búsqueda permanente. Primero se arrojó en el maniqueísmo: los seres son producto de dos causas igualmente primitivas: el bien y el mal, ambas eternas. Agustín no pasó de ser un catecúmeno, un "auditor". Cuanto más adelantaba en los dogmas del maniqueísmo, tanto más sus acusas eran directas: falta de un buen fondo filosófico, cuando se presentaba como el más puro intelectualismo; la inmoralidad de sus más distinguidos miembros a pesar de las apariencias de virtud; la inferioridad de las polémicas con los católicos. Agustín se acercaba a los 20 años. Había terminado sus estudios de retórica. Repentinamente -un rasgo característico suyo- cambia sus proyectos, deja la abogacía y regresa a su municipio natal en calidad de gramático. Romaniano, su protector, lo asume como preceptor para su hijo. Mónica, ya viuda, tuvo diferentes choques con su hijo, sobre todo, al hacerse maniqueo. Lo echó de su casa. No parece que Agustín, aunque había sido un escándalo en Tagaste, se conmoviera mucho. Tenía una lujosa hospitalidad en casa de Romariano. Mónica sufre y reza. Después de la muerte del amigo y quizás también porque la mujer con la cual había convivido llega a ser madre, Agustín abandona Tagaste y va de nuevo a Cartago, con la esperanza de abrir una escuela de retórica. Permanece nueve años en disputas estériles y funestas. "Y durante este tiempo permanecías en silencio, Dios mío". Es un período inquieto y doloroso; de dificultades materiales. Leyó cuanto pudo. Crecieron las dudas sobre el maniqueísmo. En esta situación de crisis tuvo la idea de ir a Roma a probar fortuna. 14
Apenas llegó a Roma, Agustín cayó enfermo. Estuvo bien atendido y pronto se restableció; se había alojado en casa de uno de sus hermanos maniqueos. Todavía convaleciente tuvo que buscar alumnos. Este triste comienzo contribuía a que Romano le pareciera muy agradable. También porque los estudiantes de Roma abandonaban sin pagar. Se le presentó otra oportunidad: la universidad de Milán sacó a concurso una cátedra de retórica. Las buenas cualidades -entonces como hoy- no bastaban; sus amigos maniqueos intrigaron por él; lo recomiendan a Simanco, presidente del concurso, y Agustín gana. Tenía Agustín 30 años. Era un hombre asentado, funcionario de la segunda capital del Imperio. Había abandonado el maniqueísmo. Caía de vez en cuando en el escepticismo. Ambrosio era el Obispo de Milán. Era un personaje importante y célebre. Tenía el título de Cónsul y gobernaba las provincias de Emilia y Liguria, cuando el pueblo de Milán lo proclamó obispo contra su voluntad. Fue bautizado, ordenado sacerdote y consagrado obispo sucesivamente. Sólo en apariencias abandonó las funciones civiles. Agustín admiraba en Ambrosio la gloria que él ambicionaba. Fue a visitarlo y Ambrosio lo desconcertó por su cortesía, por su benevolencia y reserva: "Me recibió -dice Agustín- paternalmente y, como Obispo, se alegró bastante de mi llegada". Después de esto, Agustín asistirá a sus homilías como amante del buen lenguaje, pero continuaba desdeñando la doctrina. Poco a poco se irá dando cuenta de que era más seria de lo que pensaba. La Biblia ya no le parecía tan absurda ni contraria a la moral. Con todo persistía en sus dudas. "Estaba cansado de devorar el tiempo y de ser devorado por él". A los 32 años le ponen en mano los diálogos de Platón. Platón le llevará a San Pablo. Esto no bastaba. Instintivamente fue a buscar a un viejo sacerdote llamado Simpliciano, que había convertido y dirigido en su juventud a Ambrosio. El toque final lo hará la gracia. Empieza la vida oculta. Escribe los Soliloquios. Buscaba a Dios y gemía: "Haz, Padre, que te busque". Envía a la municipalidad de Milán la dimisión como profesor de retórica. Recibió el bautismo, sin ruido, el 25 de abril, en la Pascua del 387, junto con su hijo Adeodato y su amigo Alipio. De común acuerdo con Mónica, decidió embarcarse para África. Agustín quería sepultarse en el recogimiento, estudiar las Escrituras y dedicarse a la contemplación de Dios. Tenía entonces 35 años. Pero antes Mónica cae enferma y al noveno día de su enfermedad expiró a la edad de 55 años. Una vez en Tagaste, Agustín instaló en su casa una especie de monasterio. Escribe tratados didácticos: la preocupación es de mostrar a los paganos que se puede ser cristiano sin ser un bárbaro o un iletrado. Concluye El maestro. 15
Muere Adeodato. Algunos años más tarde, Agustín escribía: "Señor, te lo has querido llevar pronto de esta tierra, pero pienso en él con ánimo tranquilo. Mi recuerdo no se mezcla con el temor, cuando pienso en el niño, en el adolescente que fue o en el hombre que hubiera podido ser". En Hipona era obispo un tal Valerio, de origen griego que sabía mal el latín e ignoraba el púnico: esto era un grave obstáculo para sus funciones. Además era de edad avanzada. Durante la estancia de Agustín en Hipona, Valerio pronunció un sermón en la basílica en el que se quejaba de la falta de sacerdotes. Mientras que el obispo predicaba, algunas personas señalaron con el dedo a Agustín. Unos energúmenos lo agarraron rápidamente y lo arrastraron al pie del púlpito episcopal, gritando: - ¡Agustín, sacerdote; Agustín, sacerdote! Agustín hubiera arriesgado su vida oponiendo resistencia y el obispo habría provocado una revuelta de negarle el sacerdocio. Entró en sus funciones lo más pronto posible. Predicaba, instruía a los catecúmenos y luchaba contra los disidentes. Los donatistas eran sus más directos provocadores. Valerio decidió compartir con Agustín el episcopado. Algunos de los obispos de los contornos se habían reunido en Hipona para consagrar otro obispo. Valerio declaró públicamente que había decidido asociar a Agustín. De ahora en adelante, Agustín va a ser pastor y director de su gente. Sostiene a los mendigos; funda hospicios para los enfermos, administra los bienes de la Iglesia y es, sobre todo, pastor. Durante 35 años predica casi todos los días en la Basílica de la Paz. Y en respuesta a necesidades y situaciones concretas son todas sus numerosas obras. Durante 13 ó 14 años, a través de preocupaciones y ocupaciones, Agustín trabajó en la Ciudad de Dios. En el momento que terminaba la obra cumplía 62 años. El día 5 de septiembre del 430 Agustín estaba muy postrado. Rezaban por él las iglesias de Hipona. El mismo repetía sin cesar: "Mi alma tiene sed del Dios vivo, ¿cuándo entraré ante su presencia?". Agustín entraba en la vida y en la gloria. Había terminado su búsqueda4. Traemos aquí dos textos de las Confesiones. Vamos a leerlos queriendo aferrar la rica experiencia de vida que subyace en ellos.
4. Cf. BERTRAND L., San Agustín, Patmos, Madrid 1961
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ÍNDICE ÍNDICE
Advertencia..............................................................
3
Una introducción a la introducción o prólogo que no debe leerse..................................
5
1.-Vivir es filosofar, y viceversa...............................
8
2.-La vida es búsqueda............................................
12
3.-Importancia del punto de partida........................
25
4.-La vida es problemática.......................................
36
5.-También mi existencia es problemática...............
47
6.-El amor de la filosofía..........................................
52
7.-Los otros iluminan mi existencia.........................
59
8.-La relación finito-infinito.....................................
63
9.-¿Dónde nos ubicamos?........................................
72
10.-Hacer filosofía desde la dependencia.................
78
11.-Volver a empezar...............................................
86
12.-¿Para qué sirve la filosofía?...............................
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