Otto Steve Bolle
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Enseñanzas sobre el Zen
ÍNDICE Prefacio...................................................7 Primera Parte: Zen sin drama Capítulo primero: El planeta de agua......... 10 Capítulo segundo: El flujo de la bienaventuranza................................. 33 Capítulo tercero: Presente absoluto........... 58 Capítulo cuarto: La boa del pensamiento... 79 Capítulo quinto: El amor que ama hasta lo que yo no amo de ti......................... 97 Segunda Parte: Visión panorámica del Zen Breve historia del Zen........................... 124 Zen y Zazen........................................ 131 Cronología del Zazen............................ 134 La práctica Zazen................................. 138 Glosario Zazen..................................... 143 Glosario Zen........................................ 147 Glosario general................................... 167
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PREFACIO “La muerte me susurró al oído: —Vive, pues estoy en camino”. (Oliver Wendell Holmes)
Es éste un libro zen compatible con nuestro tercer milenio. La práctica de la filosofía zen propicia prescindir de todo aquello de lo que debamos prescindir (palabras incluidas). En este sentido, hemos optado por la brevedad, aun cuando el tema no auspicie precisamente la concisión. Procuramos, entonces, otra premisa zen: la fluidez. Reiteramos, sí, nociones esenciales que requieren ser recordadas. —¿Qué es el zen? –me inquieren con frecuencia. Elija usted entre alguna de las siguientes contestaciones o, en actitud zen, adóptelas todas: —El zen diluye las paradojas humanas. —El zen es nitidez, ausencia de espejismos.
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—El zen propugna la preposición “con”; el zen es uno “con” todo y “con” todos. —El zen se inscribe, dimensionalmente, en lo “multi”, lo “pluri”, lo “omni”. —El zen resulta hiper-vinculante; en lenguaje cibernético, diríamos que es un “hiperlink” prodigioso. Yo soy quien pregunto ahora al lector: —Entonces, ¿nos inter-conectamos?
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PRIMERA PARTE: ZEN SIN DRAMA
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Capítulo primero:
EL PLANETA DE AGUA
Propongo, en este libro, la hermosa metáfora de la existencia humana en términos hidrográficos: torrentes, ríos, cascadas, olas, tsunamis, orillas y profundidades. Fluidez de agua dulce y de agua salada, agua aquietada o en movimiento vertiginoso. Energía vital que no cesa y siempre encuentra su propio espacio y su tiempo, su momento oportuno, su devenir. Es en este sentido que las personas confluimos en el torrente vital de la existencia. Ya que en nuestro flujo, en nuestro devenir, el agua que somos, en nuestro tránsito cronológico y geográfico, genera vórtices energéticos, secuenciales y consecuenciales. Por un lado, todos y cada uno de nosotros estamos interconectados inexorablemente (aún ignorándolo o soslayándolo); por otra parte, habitamos lo que se ha denominado justificadamente “el planeta de agua”, a pesar de lo conozcamos, paradójicamente, como “la Tierra”.
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Aunque la proclividad natural de los seres humanos sea procurar negar por todos los medios esta concepción a la que se le tilda equivocadamente de “simplista” o reduccionista, pues a los individuos nos seduce pensar que somos mucho más que la naturaleza y que, inclusive, existimos de manera autónoma, en una especie de “supra-vida”. Tales son veleidades y cantos de sirena, intelectualizaciones yermas que pretenden diluir nuestras responsabilidades ecológicas con el planeta que habitamos y masacramos, intoxicándolo física y energéticamente. Intentamos, con todas nuestras fuerzas, creer que este pequeño torrente existencial que somos no conforma parte del flujo total, del río, de la cascada, del tsunami, del mar, del océano. Deseamos convencernos a nosotros mismos que, en nuestra calidad de seres humanos, pues somos trascendentes, permanentes y estables. Así, ejerciendo a capa y espada esta pre-noción de mismidad, este pensamiento de auto-exaltación de la humanidad, derrochamos la casi totalidad de nuestra energía vital en tratar de “inmutabilizar” nuestra pretendida individualidad, esbozando linderos artificiales (y cuando digo linderos, pues me refiero a límites, fronteras, líneas imaginarias).
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Consecuencia natural de todo ello es que vamos acumulando una onerosa sobrecarga de equipaje que entra dentro de nuestro flujo vital, pero que nos obstaculiza proseguir fluyendo. Así, múltiples cosas bloquean nuestro torrente y el proceso se desordena, ocasionando desequilibrios múltiples y sucesivos que degeneran en caos. Nuestra existencia humana precisa fluir con armonía y de manera natural, con el objetivo de poder preservar nuestra salud física e intelectual. Nuestra “agua” vital debe mantenerse cristalina y fluyendo en riachuelos prolijos y sustentables. Se trata, sí, de la ecología aplicada a la filosofía. Lo más idóneo es que nuestro propio devenir existencial fluya con absoluta naturalidad, configurando, por sí misma, movimiento. La energía vital procura transformarse con celeridad. Y en la medida en que nosotros mismos logremos percibir nuestra existencia de esta forma, sin aferrarnos a nada, la corriente se limitará a fluir en pro de nosotros. Así, cada vez que algún obstáculo o desecho entre en contacto con nuestro torrente, si la corriente permanece constante y lo suficientemente vertiginosa, pues el obstáculo o residuo proseguirá su propia ruta, alejándose de nuestro flujo de vida.
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Los seres humanos nos empecinamos, desde siempre, en negar que somos torrentes interdependientes en el flujo general del universo, considerándonos entidades que necesitamos demarcar y proteger nuestros linderos, aprisionándonos en ellos y limitándonos a ellos, cercenando nuestra energía existencial y nuestras potencialidades. Ello es producto del miedo atávico que nos paraliza y retrotrae, que nos inhabilita. La casi totalidad de una vida humana promedio se malgasta en el intento inútil de ponerle límites al torrente natural de la existencia: estamos siempre en guardia, vivimos sobresaltados y en alerta permanente, disparando nuestros mecanismos de defensa. No exagero para nada cuando afirmo tajantemente que el ser humano no existe, sino que apenas se “sobrevive” a sí mismo, con una calidad vital dramáticamente depauperada. Nuestras crecientes preocupaciones materiales reflejan nuestra lucha por preservar los límites: ¿qué ocurriría si mañana pierdo todas mis propiedades y la totalidad de mi dinero? Tal interrogante nos taladra el cerebro, robándonos el sueño y la serenidad. ¿Qué pasaría si en el futuro cercano caigo enfermo o sufro un accidente o acontece un terremoto o un incendio? El miedo al provenir mutila nuestra existencia y extingue la alegría de vivir. Entonces, nos angustiamos y nos protegemos; Enseñanzas sobre el Zen 13
es decir, nos limitamos y demarcamos linderos artificiales que represa nuestro flujo, nuestra corriente, nuestro torrente vital, nuestra hidrografía humana. Así, bloqueamos nuestra energía y nuestro devenir, bloqueándonos y saboteándonos a nosotros mismos y a nuestra añorada realización personal. He aquí que la filosofía del zen reside en no quedarnos atrapados en lo particular de nuestra propia existencia y considerarlo todo en una visión panorámica, aplicando una perspectiva general que lo aglutina todo y a todos nosotros. Y lo peor de este asunto que nos implica tan de cerca es que malgastamos la mayor parte de nuestra energía fabricando pozos de agua estancada y ahogándonos en ellos. Ello es el resultado directo de vivir angustiados y con miedo. De esta manera, nos creamos demasiados pozos estancados, que constituyen un pernicioso caldo de cultivo para la contaminación y las enfermedades físicas y mentales. No en balde el agua estancada origina conflictos y focos insalubres, hasta el punto de envenenar la existencia propia y ajena, trazando emanaciones que aumentan en proporción geométrica. La incorporación del zen en nuestra vida nos posibilita tomar conciencia del estancamiento de nuestra existencia en planos diversos. Así, 14 Enseñanzas sobre el Zen
por ejemplo, descubrimos los obstáculos y limitaciones que nos hemos impuesto merced a nuestros temores y angustias cotidianos, desde los más nimios hasta los más fundamentados. Nos encaramos también con el hastío, el desánimo, la exasperación, la apatía absoluta que funciona como anestesia, la hiperactividad crónica o la depresión autodestructiva. Todo ello es agua estancada y a punto de putrefacción que debe fluir hacia afuera, alejándose de nosotros, trastocándose en “agua pasada”, que dirían nuestras abuelas. Aunque ocurre que, a lo largo de toda nuestra vida, nos han entrenado para hacer exactamente lo contrario: para fabricar y alimentar pozos de agua estancada, de energía vital bloquea da y obstaculizada por nosotros mismos. Y allí radica, precisamente, nuestro enquistamiento en la rutina demoledora y exasperante. De este esfuerzo constante por “estancarnos” y limitarnos se deriva la casi totalidad de nuestras dificultades y nuestro distanciamiento, nuestro extrañamiento de la vida, esa “otredad” en que ha degenerado nuestra propia existencia. Y ello resulta corrosivo, enfermizo y antinatural. Adentrarnos en la filosofía zen es una forma de invertir paulatina y pausadamente ese proceso. Para la mayoría de los individuos, esta Enseñanzas sobre el Zen 15
transformación pudiese resultar ardua y compleja, particularmente al principio (pero, ¿qué comienzo no es duro?). Cuando estamos acostumbrados a la anestesia existencial de una vida estancada, ni siquiera llegamos a plantearnos la posibilidad de que surjan torrentes inéditos dentro de su propia conciencia (ni de su vida), por refrescantes o novedosos que estos sean. Nuestra resistencia a los cambios no es otra cosa que un mecanismo de defensa atávico, aún a pesar de que el cambio forme parte de una solución o de una necesidad o, incluso, de una respuesta satisfactoria que nos provea eficacia en algún aspecto de nuestra existencia. Esta es otra paradoja humana que debemos tomar en consideración para poder mantenernos alertas con el objetivo manifiesto de identificarla y atajarla oportunamente. Pareciese entonces que los seres humanos preferimos el aire contaminado a la brisa limpia y cristalina. Pareciese que preferimos el agua tóxica y pestilente estancada al agua fresca de un manantial que fluye desde lo alto de la montaña con corrientes cantarinas. Nuestro deber personal es prepararnos para poder reconocer estos mecanismos de defensa que nos “cierran” energética e intelectualmente ante el cambio y, por ende, ante la fluidez de soluciones y alternativas refrescantes que encierran la po16 Enseñanzas sobre el Zen