San José

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ยกun padre, gran papรก! 1


para honrar y alabar al Señor San José

Dibujos de Fulvia Briasco JOSEFINOS DE SAN LEONARDO MURIALDO Santiago de Chile - Junio 2007 Artes Gráficas MT Ltda. 7731708

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Introducción El relato de la vida de San José refleja la vida de todo papá. Un papá que recibe con alegría la noticia del nacimiento de su bebé, que lo ama, se preocupa, trabaja para él, y le ayuda a crecer con ternura infinita. El Evangelio nos detalla su fe, su obediencia, su confianza en Dios que le ha llamado a una misión tan importante que le convierten para todos nosotros en un modelo perfecto. Así como él, hay que saber acoger la voluntad de Dios. Así como él, hay que vivir nuestra vida, con amor, con obediencia, humildad y felicidad. Siempre atento al querer de Dios, José es un modelo de amor, en la capacidad de entrega sin reservas: amor y fe inquebrantable en el Dios de sus padres. Amor a su esposa María. Amor grande para el hijo de María, que él lo acoge como hijo suyo. Toda la vida escondida de Jesús fue confiada a la protección de José. En estas páginas queremos descubrir, releer o imaginar los diversos instantes de su vida de padre junto a Jesús. De él queremos aprender a amar a Jesucristo como el centro de nuestra vida. Mt 1,20-21 «El Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José descendiente de David, no temas llevar a tu casa a María, tu esposa, porque la creatura que espera es obra del Espíritu Santo. Y dará a luz un hijo, al que le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados’». 3


Jesús nace en Belén Lc 2,6-7 «Cuando estaban en Belén le llegó el día en que debía tener su hijo. Y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre».

José se preocupa por atender a María y piensa en el niño que va a nacer. Lo espera con tanta ansia y alegría como cualquier otro padre experimenta en su corazón la inminente llegada de un hijo que va a nacer. Son meses de dulce palpitación y cuando por fin nace la creatura, él es el primero que lo levanta en sus brazos y lo envuelve con los pañales que María y él tenían preparados con amorosa atención. Y lo coloca en el pesebre, pobre cuna que pudo arreglar con apuro en ese establo, único refugio que José encontró, luego de haber tocado inútilmente tantas puertas.

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El censo Lc 2,1-4 «En esos días el Emperador dictó una ley que ordenaba hacer un censo en todo el imperio. Este primer censo se hizo cuando Quirino era Gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse a sus respectivas ciudades. También José como era descendiente de David, salió de la ciudad de Nazaret de Galilea y subió a Judea, a la ciudad de David, llamada Belén».

Jesús nace en Belén y no en Nazaret, donde José y María vivían, porque tuvieron que viajar hacia allá con ocasión del censo ordenado por el Emperador César Augusto. La ley ordenaba que había que inscribir el nombre propio en los Registros y en el lugar de origen del jefe de familia. El lugar de origen de José era Belén. Así también el niño fue inscrito en el censo de todo el Imperio con el nombre de Jesús. Precisamente como todo papá que al nacer un hijo lo hace inscribir en los registros de las respectivas oficinas de la ciudad. Y seguramente con la misma satisfacción que experimenta un papá con la llegada de una nueva creatura. «José recibió en su casa a su esposa... y puso a su hijo el nombre de Jesús» Mt 1,24-25 7


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José y María presentan a Jesús en el templo Lc 2,22-24 «Así mismo, cuando llegó el día en que, de acuerdo a la Ley de Moisés, debían cumplir el rito de la purificación de la madre, llevaron al niño a Jerusalén. Allí lo consagraron al Señor, tal como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. Además ofrecieron el sacrificio que ordena la Ley: una pareja de tórtolas o dos pichones».

En el hijo primogénito está representado el pueblo de la Alianza, que ha sido rescatado de la esclavitud de Egipto para pertenecer a Dios. El deber de rescatar al hijo le incumbe al padre. A esta prescripción responde José, como cualquier papá que se preocupa por cumplir las leyes de su pueblo. Lleva, pues, al niño Jesús al templo, junto con María. José sabe que cada niño primogénito, igual que Jesús, viene confiado a un papá y a una mamá, pero antes pertenece a Dios, fuente de toda vida y Padre tierno de todo hombre: con estos sentimientos José presenta al Sacerdote a su pequeño Jesús. 9


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José huye a Egipto con Jesús y María Mt 2,13 «Después que partieron los Magos, el Ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para matarlo’».

¡Quién sabe con qué angustia José despierta a María! Abrigan como pueden al Niño, de prisa empacan en unas alforjas un poco de comida para el viaje y se ponen en camino. Nuevamente José obedece con prontitud a su Dios: “Levántate y toma al niño y a su madre, y huye“ Es el niño que le confió el mismo Dios y a quién ama tiernamente como un verdadero padre.

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José tiene en brazos al pequeño Jesús Os 11,4 «Con gestos de ternura, con lazos de amor, los atraía; fui para ellos como quien levanta un niño hasta sus mejillas o se inclinaba hasta él para darle de comer».

A los niños pequeños les gusta que les regaloneen y que los carguen en brazos. ¡Cuántas veces José estrecha entre sus brazos al pequeño Jesús! Le susurra dulces palabras, o le entona canciones de cuna para que se duerma. Su corazón de papá se desborda de gozo acariciando las delicadas mejillas del niño, que se abandona al sueño acurrucado y seguro en sus fuertes brazos. ¡Cuántos proyectos, pensamientos, esperanzas! ¡Cuántas cosas buenas va pensando José para Jesús! Hay que ofrecer lo mejor a su pequeño para que crezca sereno.

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José educa a Jesús Lc 2,40 «Y el niño crecía, se desarrollaba y estaba lleno de sabiduría. Y la gracia de Dios estaba en él».

Poco a poco según van creciendo, los niños quieren saberlo todo. ¡Cuántas preguntas! ¡Cuántos por qué! También Jesús, como cualquier niño, pregunta continuamente a su papá. José con paciencia responde a sus miles por qué, sintiendo en su corazón la satisfacción que un padre experimenta al ayudar a su propio hijo a tener una respuesta a sus curiosidades naturales y a descubrir poco a poco el mundo que lo rodea.

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José y María encuentran a Jesús en el templo Lc 2,46 «Después de tres días lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas». Tarde o temprano a todos los padres les sucede que se extravíe un hijo; o que el niño desaparezca de la vista aunque sólo sea por algunos minutos. Entonces son sustos y sobresaltos: ¿Dónde está? ¿Qué pasó? ¿Y ahora qué hacemos? Imaginémonos el terror, la preocupación, la angustia de María y de José. Toman la decisión de regresar a Jerusalén para buscarlo. ¡Cuánto camino con el corazón en tensión! Cuando de improviso allí está en el Templo entre los doctores de la Ley. También ellos, como tantos padres, desahogan la angustia pasada con un buen reproche: ¿Por qué nos has hecho esto? ¡Quién sabe como quedaron sorprendidos, cuando Jesús les respondió con un dulce reclamo a su natural instinto de posesión para con él. «¿Por qué me buscaban? ¿No saben que debo ocuparme en los asuntos de mi Padre?» Felices, lo abrazan fuertemente, después de tantas horas de penosa búsqueda. Miedo y cansancio desaparecen rápidamente en el corazón de José, pues ahora agarra de la mano a su hijo Jesús y juntos caminan rumbo a Nazaret. 17


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