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DIRECTOR Hugo Izarra (standdart@standdart.com)

SUBDIRECTOR Rodrigo Marchal (standdart@standdart.com)

DIRECTOR DE ARTE Diego Durán (arte@standdart.com)

DIRECTORA DE PUBLICIDAD Esther Hierro (publicidad@standdart.com)

PRODUCCIÓN Y CONTRATACIÓN José Luis Vilar (vilar@v-sr.com • Tlf 622 25 00 25) Roberto Rodríguez (Tlf 658 188 255)

ADMINISTRACIÓN Luisa Sánchez (standdart@standdart.com)

COLABORADORES:

Albert Fonollosa, Alicia L. Alonso, Andrea Stefanoni, Camilo de Ory, Harvey Bernstein, José Antonio Pamies, Luis Felipe Comendador, Luis González Vayá, Luis Mey, Luis Montero, Malcolm McCormack, Mark Sinclair, Martina Garea, Miguel Noguera, Miguel Sanfeliu, Murray McKinley, Pepe Ribas, Rubén Martín G., Sal Duluoz, Silvia Nanclares, Ximena Bares.

FOTOGRAFÍA:

Alejandra Parejo, Álvaro Sanz, Chugo D’Onofrio, Cornel Lucas, Daniel Mordzinski, David Cauquil, Diego Durán, Gustaff Choos, Joan Carles Patrón, Joaquín Aldeguer, Jordi Esteva, José Luis Abalo, Kevin Mears, Luis Felipe Comendador, Malcolm McCormack, Mick Rock, Miguel Brieva, Miguel Núñez, Nathalie Rock, Renaud Perrin, Sherif AL-saady, Sr. García, Yelena K. Sayko.

TRADUCCIÓN: Alicia L. Alonso INTERNET: Magicsoul (www.magicsoul.es) EDITA E IMPRIME: SR Servicios Relacionados (www.serviciosrelacionados.com)

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Depósito Legal: VG 369-2011 ISSN: 2174-0984

LA PRIMERA EN LA FRENTE [06] ultraviolencia [07] MALDI DINAMO [11] agustí villaronga [12] luis sepúlveda [18] a federico fellini [42] mick rock [50] fernando vallejo pollock [74] arthur cravan [82] metaguía: el cairo [88 [102] a bocajarro [112] carta de ajuste [114]


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Versión en PDF

¿Q u ie re s m á s? A lg u n o s d e n u e st ro s re p o rt a je s e st á n e n l a z a d o s d i r e ct a m e n t e co n la s p á g in a s d e su s p ro t a g o n ist a s. Si q u ie re s sa b e r m á s so b re e llo s, h a z clic so b re e l sím b o lo .

E l a l m u e r z o d e B o w i e y R o n s o n . 19 7 3 / M i ck R o ck ©

Ta m b i é n p u e d e s v i si t a r la s p á g in a s p e r so n a le s d e n u e st r o s co l a b o r a d o r e s clica n d o so b r e e l ico n o ( +) q u e a p a r e ce d e t r á s d e su s n o m b r e s.

SPECIAL THANKS Ainhoa Valdés • Cristina N. Pereira • David Hierro • Diana García • Diego Durán • Elisabet Carol • Esther Redondo • Inga Pellisa • Javi González • Joan Costell • Jordi Esteva • Jorge Armesto • Juan Antonio Del Toro • LFC • Miguel Martínez • Montero Glez • Nathalie Rock • Pati Rock • Pepe Ribas • Sayonara Luna

ALDITA SRTA. MING [09] IDEALES DE LFC [10] LA

8] argentina gonzo [26] josetxo lamy [34]

insider

ejo [59] yelena k. sayko [66] donald ray

todos los fuegos, el fuego

[88] josé luis abalo [96] micah p hinson

ILUSTRACUENTOS inferno Después del fuego no toda la culpa...


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La primera en la frente Otra columna de CAMILO DE ORY

Dios

D

ios me ve cuando cumplo con mis cotidianas abluciones en el baño y cuando hago el amor allá donde ello me sea posible, cuando miento por ladino interés o blanca caridad y cuando saco pecho para decir a voz en grito toscas verdades sonrojantes: Dios es el Gran Hermano de la Biblia y con su poco discreta actitud atenta de manera reiterada contra mi inviolable derecho a la intimidad, que creo que está recogido en algún críptico versículo de la misma Biblia o en un recóndito subapartado de la también sacrosanta Constitución. Dios pega el ojo que todo lo ve a la cerradura de mi dormitorio como una chacha fisgona con plumero y cofia de reglamento y no se pierde un solo detalle de lo que pasa al mismo tiempo en el coqueto piso de la vecina porque, en fin, ya sabemos que es ubicuo. Dios está en todas partes, pero está como el que no está y en un alarde de mística capacidad para la Contemplación se limita a ver, oír y callar. Es verdad que eso es hacer tres cosas a la vez, pero no debemos olvidar que nuestro héroe cuenta para estos acrobáticos menesteres con la inestimable y mágica ventaja de ser uno y trino. Dios es un mirón más que un padre vigilante y sigue con el hombre una estricta política de no intervención: estoy firmemente convencido de que si fuera testigo de un atraco a mano armada en plena calle se cruzaría de acera como un vulgar inspector con casco azul de las Naciones Unidas. Dios no se mete donde le llaman, se lava las manos como su archienemigo Poncio Pilatos,

se inhibe como un miembro especialmente timorato o perezoso del Tribunal Supremo, se esconde en su neutral concha de caracol en cuanto las noticias anuncian que hay el más mínimo riesgo de lluvia, no vaya a ser que le falle el paraguas y le encoja la impoluta toga de los domingos. Si Dios nos hizo a su imagen y semejanza no puede ser trigo limpio. No hay más que vernos para darse cuenta. Dios se parece tanto a Gandhi y a la Madre Teresa como a Nixon y a Franco, lo cual me lleva a pensar que debería contratar a alguien con cierta experiencia en castings para que le ayude a elegir sus referentes. En general, haría bien en dejarse de personalismos absurdos e improductivos y empezar a delegar responsabilidades. Los griegos tenían varios dioses y les fue de cine: de hecho, si han pasado a la Historia ha sido precisamente por cuidar los pequeños detalles de orden político y organizativo como ése. A Dios se le amontona el trabajo con el hombre, una especie de hijo extramatrimonial a quien los entendidos consideran su peor error caligráfico y del que no creo que se sienta demasiado orgulloso. Dios se precipitó al concedernos libre albedrío y ahora su infalibilidad le impide rectificar. Con cada una de las idioteces que hacemos su competencia queda en entredicho, pero Él es Él por su propia y caprichosa Gracia y no convoca elecciones cada cuatro años. Hace mal, porque sabiendo lo supersticiosa que es la gente y el respeto que tiene por lo sobrenatural y por los barbados personajes bíblicos estoy seguro de que ganaría con mayoría absoluta y sin quitarse la gorra. • Ilu st ra ció n : Jo a q u ín A ld e g u e r


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U

nos modernillos invitan a un tipejo temeroso y apocado a tomar café a casa. Por lo visto, el hombre suele lavarse poco y mal. Es un pobre señor muy limitado. No me preguntéis por qué lo han invitado, quizá le debían un favor o algo. El asunto es que el tipejo pierde mucha caspa, no para de caérsele. Aunque no se toque el pelo y permanezca petrificado en su silla, la caspa se desprende de su cabeza por overbooking, sencillamente no hay sitio para más. La caspa se le suicida. El tipejo no suele notarlo, pero esta vez hay un mantel de hule negro. Los modernillos han apostado fuerte por el negro y los tejidos sintéticos para decorar el hogar. El tipejo descubre de pronto su caspa claramente recortada sobre el fondo negro de hule. Jamás la había visto tan diseccionada, tan denunciada. Además nota que los modernillos se han dado cuenta. Finalmente no puede soportarlo más y toma la decisión de abandonar la casa sin dar explicaciones. Se levanta de la silla con los ojos llorosos y barre su caspa del hule con una mano dejándola caer en la otra. Sale por la puerta llorando muy fuerte. Los modernillos lo llaman extrañados, pero tampoco se matan mucho, son muy de dejar las cosas fluir. Una vez en la calle, tira la caspa en un contenedor de basura, no en el suelo ni en una papelera. El peso simbólico de la caspa le obliga a tratarla como basura mayor.


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Maldita

Srta. Ming

Mundos

redondos

Cuando nos hayamos ido, quebrados ante la determinación de lo inevitable y giremos por esa esquina por la que no será la primera vez que giremos, pero que aún y así nos parezca la primera, la única, la peor, la más dolorosa, entonces nos daremos cuenta de que aquellos pensamientos insoportables que se hacían soportables por el mero hecho de saberlos lejanos y ser un simple ejercicio de masoquismo conjunto entre ruegos y risas, tenían que materializarse. Debían materializarse.

Cuando nos hayamos ido, entonces nos daremos cuenta de que, al igual que uno siempre acaba marchándose de la casa de un amigo a la que es invitado, al igual que los libros que comenzamos a leer con predisposición curiosa y vamos devorando a medida que acarician las misteriosas teclas de nuestro interior y en cierta forma sufrimos cuando leemos “FIN”, Tú y Yo giraremos por esa esquina y será entonces cuando tengamos la certeza de que las calles siempre tienen esquinas, y que de poco sirve querer imaginar mundos redondos.


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Luis Felipe Comendador

1967

La Edad del Hielo (al peso)

quella edad en la que comprábamos el hielo al peso acabó enseñándonos a vestirnos por los pies, como los hombres –en 1967 vivía con mi abuela Antonia y su constante consejo era que un hombre siempre debe vestirse por los pies–. No éramos conscientes de lo que se estaba fraguando –ni por edad, ni por sistema; que andaban las hordas tardofranquistas con su empecinada propaganda de unidad de destino en lo universal y su mundo monocromo de foto fija–, pero achicharraron a tiros al Che, expiró Violeta Parra, dijo adiós Hopper, dio su último uppercut Primo Carnera, John Coltrane se quedó sin aire, Magritte consumó su mirada surrealista, Woody Guthrie pilló su último tren en marcha y el magnífico Oliverio Girondo acabó de escribir versos… Todos ellos, ya idos, se estaban confabulando para marcar a fuego mi futuro y el de muchos tipos como yo, que entonces andábamos enfrascados en el patín de madera con cuatro cojinetes, en la taba de hueso, en el trompo con cuerda y moneda de dos reales, en los indios

A

Me hice un mundo virtual absolutamente distinto del que llegó de la virtualidad tecnológica

de goma y en llamar ‘crías de fascista’ a los chavales que se apuntaban a los campamentos premilitares de la OJE. Mi abuela, que me lo enseñó todo, me decía siempre que el recuerdo es como la respiración, y que si no se tenía un recuerdo preciso del tiempo pasado, había que inventarlo para poder vivir con buenas raíces y hacer el futuro particular con los mejores mimbres. Y pasó el tiempo, un tiempo que me llevó desde un colegio salesiano amuñonado de misas y bendiciones (y también palos) a la libertad de un instituto de enseñanza media en el que descubrí de pronto “Cien años de soledad” (curiosamente en una edición del 5 de junio de 1967)… y se me hizo la luz de pronto para entender en toda su dimensión el valor del ‘recuerdo inventado’ que me enseñó mi abuela, y mi universo comenzó a poblarse de la vida de otros para hacerse la mía, especialmente de la vida de todos esos tipos únicos que desaparecieron en el 67 y que fui conociendo poco a poco hasta llenarme de ellos… y con ellos me hice un mundo virtual que es absolutamente distinto y distante del que llegó de la vir-


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la

el delorean de tralfamadore

D inamo De

Hace 100 años… Nacía en una

harvey

granja de Kentucky el prolífico Bill Monroe, padre del bluegrass. No sólo fue el creador del estilo, también lo fue de su nombre y, durante buena parte del siglo XX, dio forma a su canon. A los 85 lo dejó huérfano.

b ernstein

Hace 50 años…

LEIGH BOWERY (1961-1994)

tualidad tecnológica, un mundo en el conviven el recuerdo real, el de las cosas que fueron tangibles y vividas por mí; el recuerdo usurpado, el de las cosas que fueron vividas por otros y que he tomado como mías, y el recuerdo inventado, ése que he ido creando poco a poco, alimentado por la falta del Che, por la voz de Violeta Parra, por la quieta plasticidad solitaria de Hopper, por la épica nocaut de Primo Carnera, por el sonido Coltrane, por la lluvia de hombres con sombrero Magritte, por aquel estar ‘siempre en el camino’ de Woody Guthrie y, sobre todo, por la poesía masmedular, genial, fresquísima e incomparable del gran Girondo… Y todo para ser esta vuelta a la nada que jamás ha dejado de ser promesa. Y gastar el tiempo. Ahora, ya con el círculo del recuerdo más o menos cerrado por la razón y sus gastos y gestos, me entra un hambre feroz por una cuarta dimensión de la memoria, una dimensión que tiene que ver con lo que no ha sido aún, pero será: el recuerdo aún no existente, el que se anda fraguando en estos días en los que, por lo menos aquí, el hielo ya no se compra al peso… una cuarta dimensión que quizás tenga que ver mucho con esos paraísos artificiales que fueron final y sur de quienes, de seguro, serán la impronta de algunos críos que hoy andan gastando sus diez años como yo los gasté entonces… estaba pensando en Amy. Repito: y gastar el tiempo.

“¡Decidles que me he ido a criar cerdos a Bolivia!”. Se le recordará por una frase que resume su historia: “Mi carne es mi textil favorito”. Bastante inclasificable, este icono freak del travestismo cultural —artista, promotor, actor, cantante, modelo, diseñador de modas, etc.— conoció su apogeo entre las décadas de los 80 y 90. Todo en su vida fue exceso, empezando por el sexo (antes de morir admitió que lo que más lamentaba era haber mantenido prácticas sexuales de riesgo con más de un millar de hombres) y siguiendo por las drogas, el exhibicionismo, y la vida nocturna. Víctima de su inseguridad y sus complejos, se fabricó un personaje estrafalario, exageradamente grotesco, con que se enfrentó al mundo. Algunos dirán que perdió la batalla al dejarse vencer tan temprano por la enfermedad que hasta hace bien poco condenaba a gays y drogadictos, pero, a su modo, fue un vencedor bizarro. En su lecho de muerte, su mujer, Nicola, y sus amigos le preguntaron cómo quería que diesen la noticia al mundo. Les respondió: “¡Decidles que me he ido a criar cerdos a Bolivia!”.

Esa larga enfermedad llamada cáncer acababa con la vida de la actriz Marion Davies, más famosa por haberse casado con W. R. Hearst que por sus apariciones en la gran pantalla. Tampoco su posición acomodada ayudó a su carrera.

Hace 25 años… Tras ganarse el privilegio de dormir en la cama del autocar en que viajaba, la suerte se cruzó en la vida de uno de los músicos más prometedores de la historia: Cliff Burton, hasta entonces bajista de Metallica. Ocurrió en Suecia.

El año pasado…

El cantautor, escritor y buen hombre, José Antonio Labordeta, fiel a su estilo, nos mandaba a la mierda por última vez. También Tony Curtis, cansado de tanto exceso, quiso subir al cielo a verles las bragas a los ángeles.

Desmontando a… JOHN FANTE

“El cabrón de mi viejo volvía a casa apestando a vino y gritaba apaga la luz, vete a la cama, qué coño te has creído, porque los libros eran una droga, mi adicción era alarmante y yo ya no parecía su hijo. Busca trabajo, decía, haz algo útil en la vida. Tenía razón, sin duda la tenía. Todos opinaban como él. Incluso el personal de los billares notó el cambio. Ya no podíamos hablar como antes.” La h e rm a n d a d d e la u v a (1977)


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Agustテュ Villaronga

12 ESPECTテ,ULO


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Agustí Villaronga

en los márgenes

Vida Texto: Pepe Ribas • Imágenes: Jordi Esteva

Recuerdo una tarde de 1987 en el cine Capsa de Barcelona. Iba a ver la opera prima de un joven director mallorquín, que había conocido en las arenas de las playas de Ampurias, a mediados de los setenta, interpretando el papel de andrógino junto a la actriz Janine Mestre, bajo la dirección de Luis Racionero


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Agustí Villaronga

14 CINE

“Me cuesta condenar a la gente que traiciona sus convicciones

más íntimas para sobrevivir” a visión de “Tras el cristal” me dejo sumido en un mar de sentimientos contradictorios. Era una película dura, terrorífica, en la que un niño violado en un campo de concentración nazi se convierte, de mayor, en el verdugo de su torturador en presencia de su hija, a la que domina y utiliza en un ritual de sangre y violencia. Agustí Villaronga es un hombre tímido, sensible y delicado, que necesita preservar un espacio personal para sí mismo, que en ocasiones comparte con amigos. Su mejor combustible es la intensidad con ese sentimiento especial a flor de piel que pone en cuanto hace y trata. Lo hace desde un inconformismo coherente. Su genio cinematográfico nada tiene que ver con el mundo de las convenciones al uso. Arrastra fama de raro, porque mira a los ojos sin titubeo por tímido que sea, y nunca transige. No es egocéntrico ni le va la pompa ni el oropel. Le gusta la naturaleza, la ribera de los ríos, los bosques apartados, los restaurantes populares, los viajes a lugares que no están en los mapas y los tugurios antes de que salgan en las guías turísticas. Suele concluir sus guiones en las mesas de la cocina de las casas de pueblo de los amigos que frecuenta. Y le fascina conversar hasta el alba con jóvenes que viven en los márgenes, donde todavía se cuece la autenticidad del underground. Detesta que la creatividad escape por las rendijas del oportunismo y rechaza, casi siempre, cualquier hipocresía. Villaronga es un director de culto, el director maldito por excelencia del

L

cine español, al que no le ha sido nada fácil llegar a obtener nueve Goyas por una película ni el Premio Nacional de Cinematografía 2011. Pero todo llega cuando el creador aguanta desafortunados temporales y crece narrando los sentimientos más profundos desde la bruma de la incertidumbre. “Me cuesta condenar a la gente que traiciona sus convicciones más íntimas para sobrevivir. Hoy mismo vemos, por ejemplo, cómo muchos emigrantes tienen que adaptarse a nuestra sociedad renunciando a convicciones muy profundas”. Confieso que soy, además de fiel admirador, uno de sus amigos, con quien mantengo desde hace años una conversación interminable sobre nuestra generación, sobre arte, literatura, cine, poesía y amores inconvenientes o certeros. “Nací en Palma, mis abuelos eran titiriteros e iban de feria en feria hasta que mi abuela murió de tuberculosis en 1929, en un hospital de Terrassa, cuando mi padre era un crío. Poco después, le tocó ser un niño de la guerra, esos que arrastraban al frente con quince años. Acabó haciendo de cartero en Palma. Le apasionaba el cine. Cuando yo era pequeño, jugábamos a hacer proyecciones con dibujos, cajas de cerillas y linternas. También me motivó a coleccionar cromos de actores. Cuando cumplí catorce años, decidí ser director y él no me puso pegas. Siempre que podía me escapaba del colegio y me iba a un cine de arte y ensayo que estaba cerca. Flipaba con el nuevo cine brasile-


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“Necesito

ño y con el del húngaro Miklós Jancsó. Aquel cine tan extraño me educó visualmente. Cuando acabé el colegio, escribí a Rossellini, que tenía una escuela de cinematografía en Roma. Pretendía estudiar allí, pero me respondieron que debía pasar primero por una universidad”. Algo decepcionado,

Agustí Villaronga se traslada a Barcelona y se matricula en Geografía e Historia para estudiar arte. Conocer al genial Víctor García al poco de iniciar la carrera, le supuso ser actor en la compañía de Nuria Espert y recorrer Europa y América, representando un papel en Yerma

durante tres años. “Al volver y proseguir mis estudios, actué como actor en varias películas. Traté con Pepón Corominas, un productor que apostaba por cosas nuevas sin miedo y, pese a mi poca experiencia, me propuso llevar la dirección artística de “La plaça del diamant”. Sólo me ocupé del vestuario, pero

recorrer los ambientes de rodaje tal cual los he imaginado”


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a partir de entonces me fui metiendo en los rodajes, conocí a técnicos y aprendí el oficio”. Pepón murió joven y, por desgracia, su labor no creó escuela. Con treinta años, produjo la primera película de Almodóvar y arropó el lanzamiento de Bigas Luna. Isona Passola, una productora de cine independiente catalán que gestiona un montón de ilusiones, contacta en 1995 con un Villaronga que necesita volver a mover cámara para no perder oficio. Juntos emprenden la realización de un encargo para el canal europeo Arte: “Passatger Clandestí”. Así comienza la segunda parte de una carrera fascinante que le lleva a rodar “El Mar” (1999), una de las películas mas estremecedoras del nuevo cine catalán. “El guión arrancó de la novela de Blai Bonet y lo construí junto a los mallorquines Biel Mesquida y Toni Aloy. Por las mañanas, ordenaba en soledad el material que habíamos elaborado por las tardes. En mi caso, antes nacen las imágenes que las palabras, y necesito recorrer los ambientes en los que rodaré las escenas tal cual he imaginado. Me costó encontrar a los actores, que debían hablar mallorquín y hurgar en sentimientos y sensaciones que, por edad y vivencias, aún no les habían aflorado. Los niños de la película habían presenciado fusilamientos durante la guerra civil y, cuando con menos de veinte años se reencuentran en el sanatorio de tuberculosos, viven situaciones límite”. El rodaje de “El Mar” duró ocho semanas. No fue fácil. Roger

Casamajor, uno de los actores, empezaba entonces, no resistía representar lo que le exigía el guión. Pero con tesón, paciencia, mal y buen humor, “El Mar” llegó a buen puerto y se estrenó en el Festival de Berlín ante dos mil personas. Una parte de público se puso a pitar ante la naturalidad con que el director había rodado una escena de amor homosexual entre adolescentes, en la que hay sangre y hay muerte, mientras la mayoría del público aplaudía sin poder contener la emoción. La polémica nunca abandona a este director que jamás deja indiferente. Los proyectos difíciles con mirada insobornable seducen a Agustí, quien en ocasiones rueda cortos que obtienen premios internacionales con jóvenes que aman el cine de autor. Así fue como en 2001, contactó con dos nuevos directores, Lydia Zimmerman e Isaac Racines, con quienes inició la película: “Aro Tolbukin...” “La historia o leyenda de un Húngaro, marino mercante, que acabó en una misión de Guatemala durante la guerra que asoló al país en los setenta. Este hombre roció con gasolina una enfermería y mató a diecisiete mujeres embarazadas. Fue difícil rodar a tres bandas una película que mezcla documental y ficción, y cuya autoría está diluida. En alguna fase del rodaje, llegué a declarar que sería mi última realización”. Su talento vuelve a la carga cuando Isona Pasola lo llama de nuevo en 2009 para un película con un presupuesto de cuatro millones

de euros. La adaptación de una novela de posguerra, del escritor catalán Emili Teixidor, “Pa Negre”. “Dejé las peculiaridades que se entienden por cine de autor para contar una historia. Es una película que tiene menos florituras de estilo. Quería meter al público en la historia, y busqué componentes de melodrama, algo que nunca había hecho. No considero que sea una película pesimista, es realista, aunque muy cruda. La idea de la miseria está muy presente, no sólo la material sino la moral en una situación extrema. No hay buenos ni malos, yo no juzgo a los personajes que viven en un campo bucólico con los fantasmas del pasado, de la guerra, de la derrota. La mirada del niño al madurar y descubrir ciertos secretos y que los mayores hacen lo contrario de lo que dicen, transforma la historia en algo oscuro y siniestro. Nada es como el niño creía, sus valores se tambalean y huye con los vencedores de la contienda para sobrevivir”. “Pa negre” es sin duda una de las obras maestras del nuevo cine español y quizá gané un Oscar, al menos ya está en la preselección. Sea lo que sea, Agustí Villaronga, uno de los directores más coherentes, sigue empeñado en adaptar al cine un reto de locura, “La mort de primavera”, de la genial escritora, Merçe Rodorera. Mientras, prepara una serie televisiva sobre tres mujeres de órdago: Carmen Polo, Evita Perón y la comunista condenada a muerte, Juana Doña. •

que sería mi última realización” está muy presente, no sólo la material sino la moral “

“En alguna fase del rodaje de Aro Tolbukin llegué a declarar “En “Pa Negre” la idea de la miseria


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LUIS SEPÚLVEDA La Résistance de la palabra Texto: José Antonio Pamies • Imágenes: Daniel Mordzinski No sólo es uno de los escritores latinoamericanos más leídos en Europa, también un hombre comprometido con su tiempo que vivió en su piel las injusticias de la dictadura de Pinochet. Sepúlveda es voz valiente, denuncia ecológica, compromiso social, resistencia viajera, literatura sin billete de vuelta


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Luis Sepúlveda

20 LITERATURA

“Toda mi vida he sido un resistente. Soy un resistente y sé que narrar es resistir”

N

ovelista, cineasta, cronista, viajero impenitente, exiliado irremediable, filántropo comprometido con su tiempo y sus lectores. Su obra ha obtenido múltiples reconocimientos y ha sido traducida a numerosos idiomas. La vena social que late en cada una de sus historias no se deja abrazar por la tentativa fácil del panfleto literario. Su visión cosmopolita se palpa en cada palabra de este autor que en los ochenta luchó contra la caza de ballenas a bordo de un buque de Greenpeace. Siempre has demostrado una gran preocupación por cuestiones medioambientales. Mi sensación es que tu afán no es tanto de adoctrinamiento en educación ambiental como de sentido crítico y denuncia de estos temas. ¿Qué puede aportar la literatura en este terreno? ¿Crees que la conciencia es el primer paso para la acción? Es verdad que tengo una preocupación medioambiental y esto viene de lejos, viene de mi formación en Chile, pues, y esto es algo que poca gente sabe en Europa, uno de los objetivos de la izquierda chilena hablaba del derecho a una relación armónica con el medio natural. Y esta preocupación es parte de mi inventario ideológico que me permite ver la vida, el mundo, y explicármelos de una manera que siento muy objetiva y coherente. Al escribir, describo el mundo en el que vivo, incluso al escribir ficciones, y como no me gusta lo que veo, manifiesto mi desacuerdo. No sé hasta donde puede aportar la literatura en este terreno, pero soy ciudadano antes que escritor, y como ciudadano he participado en acciones en las que me han dicho “qué bueno que seas escritor y conocido ahora que nos rodea la policía”. Sí, la conciencia suele preceder a la acción, pero esta no es una regla fija.

Hablando con Julio Cortázar. Paris

El viaje como necesidad ineludible, como aventura periodística, como compromiso social, como pretexto vital y literario. Me admira tu experiencia de trotamundos. ¿Qué significan los viajes para un autor que ha pasado la mayor parte de su vida recorriendo diferentes territorios? Supongo que me he movido siempre guiado por una curiosidad sana. No idealizo nada, pues, si de verdad has viajado, sabes que la realidad está siempre llena de matices que a veces gustan y otras no, pero el viaje, el hecho de viajar siempre ha significado la posibilidad de enriquecerme con las experiencias de los que son diferentes a mí, de ese “otro” tan poco entendido en su rol fundamental: yo soy el otro para el otro y nuestras diferencias nos confirman como poseedores de la riqueza de la diferencia. ¿De cuál conservas mejor recuerdo? De muchos viajes, pero recuerdo particularmente uno a Tokushima, en la región de Shikoku, Japón. Ahí tuve el enorme privilegio de visitar una escuela de calí-

grafos, y vi a varios niños y jóvenes aprendices ejercitando su arte en superficies de arena y con delgadas cañas de bambú a manera de cáncamos. Los vi concentrados, serios, silenciosos mientras meditaban y sentían lo que a continuación escribirían. Cada aprendiz debía reproducir un haiku de algún apreciado poeta, idea y forma debían corresponderse armónicamente. En ese viaje y en ese lugar aprendí mucho sobre el hecho mismo de la escritura. ¿Eliminarías algún viaje de tu memoria? Sí, o parte de él. Con un amigo norteamericano hicimos el viaje de costa a costa en los Estados Unidos. Compramos un coche de quinta mano en Chicago, un Chevrolet Impala descapotable grande como un barco, pagamos 800 dólares por él y un mes más tarde lo vendimos en San Francisco por la misma cantidad. Todo iba bien por la ruta 66 hasta que cruzamos un poblado de paletos cerca de Amarillo y tuvimos la mala idea de detenernos a repostar en la única gasoli-


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En 1988 me diagnosticaron una enfermedad terrible. Me dieron entre 3 meses y un año de vida. Estuve medio año inmovilizado en la Endo Klinik de Hamburgo, pero gané a la Parca. Ahí escribí "Nombre de torero".

“Al escribir, describo el mundo en que vivo, y como

no me gusta, manifiesto mi desacuerdo”

nera que había entre las caravanas y otras construcciones precarias habitadas por paletos, patriotas y palurdos, las tres “p” que definen al norteamericano silvestre que jamás ha salido de donde nació, a no ser cuando lo mandan a alguna guerra. Bebíamos un asqueroso café mientras nos revisaban el aceite del coche, cuando apareció el sheriff del lugar, sin que mediaran palabras nos detuvo durante tres días por vagancia, y un juez que apestaba a alcohol de garrafa nos dejó en libertad tras pagar una multa y conminarnos a abandonar Amarillo y a no regresar jamás. En la otra cara de la moneda está el gran Ryszard Kapuscinski, a quien conociste durante uno de tus viajes. ¿Qué recuerdo conservas de este gran maestro? A Kapuscinski lo conocí en Mozambique, en Moputo. Más tarde lo vi en Alemania, y muchas veces en Italia, ya que ambos éramos parte del jurado del premio literario Grinzane Cavour, en Turín. Conservo la imagen de un hombre sabio, generoso

como sólo puede serlo un maestro de su talla, un hombre que fue testigo de lo peor del siglo XX, y que de lo peor fue capaz de sacar con toda delicadeza los delicados mosaicos de lo mejor de la humanidad Actualmente resides en Gijón, ¿cómo fue tu adaptación a esta ciudad? ¿Hay algún motivo especial por el que acabaras estableciéndote aquí? Hubo motivos sentimentales que creía sólidos hasta que saltaron por los aires el 22 de mayo de 2011. Esta Asturias y este Gijón que votan de manera casi histérica por la peor de las derechas, que sigue con devoción un lema inexplicable: “más Asturias, mejor España” y que ha preferido la existencia de un cacique a la opción democrática, nada tiene que ver con la Asturias y el Gijón que amé en casa de mis abuelos, ni la Asturias y el Gijón al que llegué hace catorce años. Aquí conociste, entre otros, al mayor coleccionista de traducciones de “El viejo que leía


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22 LITERATURA

Mi vieja Continental, fabricada en Karl Marx Stadt, ciudad que hoy se llama Chiemnitz (foto de Basso Cannarsa)

novelas de amor”… Así es, mi amigo Antonio Masip es un lector apasionado, un infatigable conversador de los mejores, un gran eurodiputado, y un socialista de los de verdad. Tu estilo literario es claro, sencillo, inteligible, sin afanes retorcidos y oscurantistas. En una sociedad en que la manipulación de la palabra por parte del poder está al orden del día, donde el lenguaje especializado hace que el ciudadano de a pie apenas se entere verdaderamente de lo que sucede a su alrededor, ¿es ésta una manera más honesta de escribir para todos? ¿Se trata de una opción de estilo? Una vez Hemingway dijo: “Se pueden escribir estupendas novelas con palabras de cien dólares, pero lo meritorio es escribir esas mismas novelas con palabras de veinte centavos”. Yo creo en eso. Tal vez, como sucede con el poder político, económico e incluso mediático, este uso especializado del lenguaje pueda estar afectando a la Literatura. ¿No corremos el riesgo de acabar con historias para una mayoría y reducir también la literatura contemporánea a algo minoritario, a un producto de mercado concreto para un público determinado? Hoy todo está en peligro porque todo está en venta, pero yo soy un convencido del poder y de la fascinación que tienen esas palabras que, bien elegidas, bien ordenadas y en la cantidad justa, cuentan una buena historia. La biblioteca más austral del mundo está en Caleta TorTel, donde el río Baker desemboca muy cerca del Golfo de Penas, en el Estrecho de Magallanes. La biblioteca se llama Francisco Coloane, mide unos 20 metros cuadrados, como todo en la región es de madera y dentro se soportan bien los 25 grados bajo cero del invierno. Esa biblioteca más un bibliotecario la financiábamos desde el Salón del

“Soy el otro para el otro y nuestras

diferencias nos hacen dueños de la riqueza de la diferencia”

“Todo está en peligro porque todo está en venta, pero creo en el poder de una buena historia”


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Con mi kumpel, el escritor alemán Jürgen Albers, autor, entre otros libros, de “Fátima”, una novela prohibida en 4 países de Europa.

Libro Iberoamericano de Gijón, hasta que sus usuarios permitieron que siguiera funcionando sin apoyo solidario desde Gijón. El bibliotecario mandaba semestralmente los índices de lectura, y durante los años 2003 a 2006, del fondo de casi mil libros de literatura universal, el más leído fue “La Montaña Mágica” de Thomas Mann. Valga indicar que la mayoría de los usuarios de esa biblioteca son pescadores y leñadores, artesanas y apicultoras. Hace poco estuviste en Grecia y te referiste al movimiento de los indignados. Es curioso que la cuna de la cultura europea sea uno de los epicentros de esta crisis global que nos está golpeando ¿Qué opinas de este movimiento? ¿Crees que tendrá algún tipo de repercusión a medio plazo? Estuve en la plaza Sintagma a petición de muchos indignados que son mis lectores pues toda mi obra está traducida al griego y, modestia aparte, soy bastante que-

rido y popular en Grecia. Hay una gran diferencia entre los indignados de Grecia y los del movimiento 15-M. Los griegos son esencialmente políticos, saben que su movimiento, o es político o no es, no temen a la palabra política ni caen en la soberana gilipollez de declarar que “todos” los políticos son unos corruptos. La crisis es global porque el fracaso del sistema capitalista es global. El sistema funcionó solamente cuando la sociedad fue capaz de fijar ciertas reglas que eran aplicadas por un instrumento llamado Estado, que siempre estuvo al servicio de los que hacían todo lo posible por evitar que se aplicaran esas reglas reguladoras. Esto que afirmo es Sintagma Ideology pura y dura. Creo que el espíritu del joven Alexandros Grigouropoulus, asesinado en las primeras protestas de 2008 prendió en la sociedad griega que pasa de la indignación a la formulación de un abc urgente para la acción. No ocurre lo mismo con el 15-M, donde, al

parecer, lo único que importa es que sea representativo de esa marca España que nos hace ser los primeros en fútbol y baloncesto, tenis y fórmula uno, y que hasta el pinchazo de la burbuja inmobiliaria nos hacía jugar en la Champions League de la economía, declarar que España tenía el sistema financiero y la banca más sólidos del mundo y que, por derecho, teníamos que estar en el G-8. En el 15-M ciertamente que hay ideas interesantes, pero poca o ninguna claridad o deseo de entender que estamos frente a un problema político que requiere de enormes transformaciones políticas. Tal vez podrían aprender algo de los estudiantes chilenos, que no temen a la palabra política. Precisamente, en una de tus últimas novelas, “La sombra de lo que fuimos” haces un guiño a la memoria rescatando a aquellos revolucionarios chilenos situados en un tiempo actual y con algunos años de más. ¿Qué queda en ti de


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24 LITERATURA

“Hay una gran diferencia entre los indignados de Grecia y los del movimiento del 15-M”

aquel joven estudiante? En un sentido amplio, ¿escribir no es quizá también una forma de seguir en la lucha? “La sombra de lo que fuimos” es un homenaje a mis compañeros de generación que un día, a la pregunta “¿te la juegas?” respondieron, respondimos, con un sí rotundo. Y como dice uno de los personajes de la novela, para que haya sombra tiene que haber luz, y nosotros somos la sombra de una luz muy intensa, inextinguible pese a la derrota. Toda mi vida he sido un resistente, supongo que estar de acuerdo con el gobierno debe ser la hostia, pero yo no he conocido esa dulce sensación más que por mil días, los del gobierno de Allende y aún así era un acuerdo crítico. Soy un resistente y sé que narrar es resistir. A pesar de ser un escritor internacionalmente reconocido, parece que en Chile tu obra no ha sido tan bien recibida como aquí, ¿a qué crees que se debe esto? Depende de quién y de quienes. Tengo muchos lectores y lectoras en Chile, ningún otro escritor, ni siquiera mi amiga Isabel Allende tiene encuentros tan masivos y combativos, tan sinceros y llenos de cariño militante, como los que yo tengo con mis lectores y lectoras de Chile. Hace cinco años me invitaron a dar una conferencia en la Biblioteca Nacional de Santiago: Me asignaron la mayor de las salas, con una capacidad de 600 personas. Dije que era pequeña y los encargados sonrieron agregando que nadie había llenado jamás esa sala. El día de la conferencia, tres horas antes ya la sala estaba llena, y hubo que poner dos megapantallas para las otras 2000 personas que estaban en la calle. Me ha ignorado la derecha, los periódicos de la derecha, las radios de la derecha, las televisiones de la derecha. Han mentido

Con Bernardo Atxaga y Antonio Sarabia, debatiendo acerca de las virtudes impostadas de la zanahoria.

“Chile es un país de modelo berlusconiano.

Todo aquel que parece incontrolable es ignorado”

sobre mí todo lo que han querido, escritorcillos de derechas con ansias de ser embajadores o agregados culturales, cagatintas de derechas que dan clases de literatura, generalmente sobre sus propios engendros, en universidades privadas, esos sí que me han ignorado, pero mi gente, los míos, los que me saludan con un “querido compañero Sepúlveda”, esos me leen, me siguen, me quieren, y yo a ellos. Nadie es profeta en su tierra. Son numerosos los autores chilenos reconocidos en el exterior y avalados por la fidelidad de sus lectores, sin embargo pasan de puntillas para la crítica literaria de su país de origen ¿Hay algún tipo de respuesta que pueda desvelar este gran misterio? Chile es un país de modelo berlusconiano. No es de extrañar que todo aquel o aquella que les parece incontrolable sea ignorado, o que intenten ignorarlo. En


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La policía siempre vigila. Chile,1992. Abajo, en Berlín, Check Point Charlie, el día que cayó el muro.

estado en que la conocimos. El título es muy fiel; son las “Últimas Noticias del Sur”. ¿Desde cuándo conoces a Mordzinski? Hay una relación especialísima entre los dos. ¿Supone “Últimas noticias del Sur” el broche de oro a una amistad de años? Mordzinski y yo estamos unidos por una amistad muy larga. Hemos viajado por todo el mundo haciendo reportajes para revistas de compañías aéreas o de viajes, para periódicos de diferentes países y siempre nos hemos entendido casi sin palabras. Así como los enanos tienen ese sexto sentido que les permite reconocerse a primera vista, nosotros tenemos uno que nos permite saber que tendré la foto que deseo, y Daniel sabe que mi texto no manchará su foto ni invitará a que algún tarado de redacción intente quitarla del reportaje. Algún día publicaremos un libro-maldad, y es una galería de fotos, con textos alusivos, de unos 50 o más gilipollas que han intentado mutilar el trabajo de un escritor y un fotógrafo. Eso del broche de oro está pendiente, y será un libro que haremos sobre los mapuches, que son también mi pueblo.

Chile hubo un sólo crítico literario: Yerko Moretic, y era comunista. Lo demás es adulación o ataque. En febrero publicas en España “Últimas noticias del Sur”, algo que nació como libro de viaje y fue progresivamente tomando su propia forma, ¿podrías hablarnos un poco de este trabajo? Es un libro extraño, porque nació con la intención de ser un libro-registro de la experiencia de dos amigos; un fotógrafo,

Daniel Mordzinski, y un escritor, yo. En 1996 hicimos un viaje largo a la Patagonia, regresamos con muchas fotos y apuntes, pero faltaba algo. ¿Qué? Eso no se puede explicar. Años más tarde hicimos un segundo viaje, regresamos y todavía faltaba algo. Finalmente, luego de un tercer viaje, eso que faltaba se hizo nítido: el libro no quería ser contado como la historia de un viaje; quería ser la novela de los últimos días de una región que, de tanto cambiar, ya no existe en el

Aparte de esta próxima publicación, ¿tienes algún nuevo proyecto de novela entre manos? Estoy en la fase de corrección de una novela titulada “Kosako”, basada en una historia real y que sucede entre 1919 y 2009. ¿Qué hace un escritor cuando no escribe? Las opciones son muchas: en mi caso, visitar a mis hijos y nietos, recibir en casa a mis hijos y nietos, visitar a mis amigos, recibir en casa a mis amigos, escuchar tangos, tratar de cantar tangos, perfeccionar el arte culinario, comer, beber, fumar buen tabaco cubano, vivir. •


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Coima

austral Texto: Sal Duluoz • Imágenes: Chugo D’Onofrio Hace muchos años mi padre me acusó de ser un chulo de la carretera. Nunca entendí del todo qué quería decir con aquello, pero desde entonces he procurado vivir fiel a la máxima. Ahora me dedico a recorrer de arriba abajo la geografía del cono sur, aunque sin mucho sentido, hay que decirlo


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28 AVENTURA

Y

aquí, estoy viajando a través de la Ruta 40 por la provincia de Mendoza, entre viñedos, en la camioneta de un viejo familiar mío residente en la provincia, familiar al que llamaremos Tincho. Había aterrizado en el aeropuerto del Plumerillo unas horas antes. Ante el plan previsto de ir a visitar algunos campos, al salir de mi hotel en Buenos Aires me había pertrechado de lo que pensaba debía ser el equipo básico para pasear por el páramo que se extiende entre Mendoza y San Juan –el Valle del Tullum–, así que llegué vestido con botas y calcetos blancos, un pichi vaquero (también llamado mono, overall u overol), camiseta blanca de Fruit of the Loom que ayudaba a destacar un bronceado tan discutible como la virginidad de la Preysler y, como remate, una boina de pana gris (de ésas que lucen bien en las tiendas pero que, una vez situadas sobre el jerolo propio pierden mucho). Reconozco que en la cola de inmigración del aeródromo (aquí se hace cola para casi todo) mi estilismo fue motivo de comentario (no tanto de admiración), y no hay que dejar de admitir que parecía que me hubieran sacado del casting de “Las uvas de la ira” pero es que, joder, como buen urbanita, cuando me hablan de visitar el campo, no puedo dejar de meterme en el papel. Ya en la terminal me había atizado un par de copitas de un malbec local al que, a pesar de estar caliente como una colegiala japonesa en un relato de Sánchez–Dragó, no le había hecho ascos; de manera que salí al encuentro de Tincho ya con algo de nervio en el cuerpo. Noté que mi pariente aguantaba la carcajada ante mi atuendo pero no me di por aludido: es lo que tiene ser un adelantado a su tiempo.

Transitábamos, como he dicho, la Ruta 40 (no es mucho decir, ya que tiene unos cinco mil kilómetros de norte a sur) y estábamos llegando a un pequeño pueblo del que no diré su nombre real, por vergüenza, no sé si torera, pero vergüenza, en el que había un control policial. Hagamos un pequeño inciso aquí: en la Argentina rural los medios policiales no son escasos, es que son un alarde de minimalismo, y por lo tanto la única manera de controlar (el cumplimiento de la compleja burocracia) son puestos fijos a lo largo de las rutas provinciales, en los que los milicos colocan una barrera de conos y exhiben uniformes, libretas “vangaalistas” y un afán por recolectar licencias de conducir absolutamente encomiable.

Hete aquí que Tincho conducía su camioneta por la ruta, comentando la actualidad política del país (porque cuando uno lleva mucho tiempo viviendo en la Argentina se convierte en un analista político y futbolístico, aunque sólo sea por simple ósmosis). –Cristina va a volver a ganar las elecciones, eso seguro –decía Tincho. –¿Y Macri? –pregunto. Sólo conozco a Macri porque él, o tal vez su padre, era el presidente de Boca Juniors, pero me da un toque de conocimiento local. –Macri tiene potencial, pero está poco hecho. Le falta tiempo. Y tiene un defecto: todo lo ve como un negocio; y la política no son negocios. –O sea, que siguen los Kirschner. –Bueno, a Cristina con la muerte de su marido le ha tocado la lotería. Ahora


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se ve a sí misma como Evita Perón y es más que probable que gane, salvo una alianza de la oposición en segunda vuelta. –Caray –le digo–, vaya análisis fino. Impresionante, y más teniendo en cuenta que en España apenas te salías del café con gotitas de orujo. –Si quieres conocer politólogos de verdad agarrá un taxi en Buenos Aires. Esos porteños sí que te darán una buena explicación… –Mira mi vestimenta y continúa–: Bueno, probablemente a ti te darían una paliza pero, si no lo hicieran, disfrutarías de un debate político extremadamente ilustrativo. –En Buenos Aires cambié de aeropuerto y cogí un “remis”. –Naaa, eso no vale –me dice–. El “remis” es demasiado burgués, sólo el

Nada más llegar, noté que Tincho aguantaba la carcajada ante mi atuendo pero no me di por aludido En la Argentina rural los medios policiales no son escasos, es que son un alarde de minimalismo

taxista local te dará una descripción atinada de la realidad política local la cual, por otra parte, resulta absolutamente incomprensible para los extranjeros. Y creo que fue entonces, llegando al puesto de control de la policía, cuando exclama: –¡Mierda, joder, puta, la concha de Cristina! –¿Qué pasa? –le pregunto. –El control de la policía. –¿Y qué? –Que no llevaba las luces encendidas. Y es obligatorio. En un primer momento me cuesta entenderlo, porque nos hemos cruzado con un parque móvil más propio de la familia de Pascual Duarte que del siglo XXI: sin luces, sin frenos y sin vergüenza, por lo que el gesto cansino del policía


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ordenándonos detenernos me llama la atención. Tincho he encendido las luces de cruce (o bajas, como dicen aquí), pero ya es demasiado tarde. –Buenas tardes –dice el milico, con expresión hosca–. ¿Cómo le va? –Bien, gracias –contesta Tincho. –¿Puede enseñarme la tarjeta verde y la licencia? –Claro. –Y le entrega la documentación requerida. Cuando se aleja el policía se gira y me dice–: Es por la camioneta, estúpido. –¿La camioneta? –pregunto. –Es demasiado buena, estúpido. Ya me estoy cansado de que me llame estúpido, y no le permito a nadie que me insulte, sea mi pariente o el jodido Carlos Gardel, así que me calo la gorra. Sin embargo, miro a mi alrededor y veo que nuestro auto es demasiado nuevo, demasiado caro, para dejar pasar una infracción tan ofensiva como no llevar las luces encendidas durante el día en una carretera con mucho de Mad Max y poco de señalización. El milico vuelve: –¿Sabe por qué le he parado? –dice. –Por las luces, imagino –responde Tincho–. Pero las llevo siempre encendidas; es que me he detenido a poner nafta y bueno, ya sabe, se me ha olvidado, pero fue… aquí al lado… unos pocos kilómetros. –Es que… –Aquí el policía agita la cabeza, incómodo ante la disyuntiva entre el cumplimiento de su deber y la comprensión de la falibilidad humana–. Le tengo que multar. –Hombre… –comienza a decir Tincho. –Y no sólo eso –continúa el policía, triste y dolido ante la situación–, le tengo que retirar la licencia de conducir. –¡No, eso no! –exclama mi pariente–. No puedo trabajar sin manejar.

Vivir un tiempo aquí los convierte en analistas políticos y futbolísticos, aunque sólo sea por ósmosis Nos hemos cruzado con un parque móvil más propio de la familia de Pascual Duarte que del siglo XXI –Claro, claro –dice el agente meneando la cabeza–, pero ya sabe usted: conducir sin luces es una infracción grave. Tengo que retirarle la licencia y que el juez vial de Tunuyán decida qué hacer con usted. –¡Pero es sábado! –argumenta Tincho–. Hasta el lunes no nos recibirá el juez y no podremos seguir el camino. –Claro, yo le entiendo, pero entiéndame usted a mí: es una infracción grave… Y el sargento está ahí, no puedo dejarle pasar. –Pero… ¡si somos vecinos! Sabe usted que trabajo aquí cerca: me ve pasar muchos días. –No sé, no sé… –dice el milico, sumergido en un mar de dudas. ¡Qué

gran artista es! ¡Un actor de método! –Tal vez –susurra Tincho–, como buenos vecinos, podría tener un detalle con ustedes… ¡con el puesto policial que se preocupa de mantener el orden en el pueblo! –Hombre… –admite el policía, mirando disimuladamente hacia un compañero que ha detenido a otro auto–. Siempre se aprecia colaborar con las necesidades de los agentes. –Vamos a hacer una cosa. –Tincho demuestra ser un veterano y un orgulloso miembro del clan Duluoz–. Nosotros seguimos ruta hasta nuestro campo y, a la vuelta esta tarde, les dejamos un regalo para ustedes. Sin embargo el policía mendocino demuestra que tampoco es un novato, que ya ha tratado con mucho chulo de carretera. –En realidad no puedo hacer eso –afirma, muy digno él–. No sé si van a pasar por aquí de nuevo. –¿Cómo dice? –Aquí Tincho sobreactúa, y eso es lo que le condena–. Pero ahora no podemos tener el “detalle” –dice señalando a los otros coches detenidos, a otros agentes atareados en el mantenimiento del estatus burocrático y aclara–: Hay demasiada gente. El agente da un paso adelante y otro hacia atrás, en una suerte de yenka del cohecho, y dice: –Yo ahora le paso la licencia, usted pone la propina dentro y me la devuelve. Toma ya: más tablas que Moisés. Y así lo hacemos: cien pesos cambian de manos y nosotros (con las luces prendidas) seguimos camino. A pocos metros me dice Tincho muy convencido, y no sé si viene a cuento o no: –Unas de las pocas cosas que Kirschner ha reducido es la corrupción policial.


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32 AVENTURA

Le miro y enarco una ceja: que alguien me explique este país. No sé si por el tiempo que ha pasado desde mi último vino, o por la tensión policial, pero vuelvo a experimentar sudores fríos, la carretera se prolonga hasta el infinito (aunque sólo vamos por el kilómetro 3.500 de la ruta 40) y experimento una epifanía: a mi derecha, en el arcén (o banquina) veo una imagen de la Virgen. Esto tiene que ser una señal. –¡Detente! –le grito a Tincho, que se lanza hacia la derecha, asustado. –¿Qué coño pasa? –me dice. Sin palabras. Me lanzo al suelo y me arrastro, con mi mono vaquero, con mi boina de pana, con mi síndrome de abstinencia y con todo mi yo, con más de ratón que de hombre, hasta la imagen de la Virgen… para descubrir que no es tal,

Me estoy cansando de que me llame estúpido, yo no permito que me insulte ni el jodido Carlos Gardel No sé si por el tiempo que pasó desde mi último vino o la tensión policial, han vuelto los sudores fríos

que no es más que una jaula con la figura de un señor con bigote , con montones de pañuelos rojos y botellas de agua (llenas de agua). Me vuelvo hacia Tincho, furioso. –¿Se puede saber qué mierda es ésta? –Es el Gauchito Gil. Es una especie de figura religiosa a la que se venera por las carreteras del país. –Estás de broma –susurro. –Ni por lo más sagrado. –Soy un tipo muy tolerante –le aclaro–, pero un país no puede avanzar si no se adora a una virgen en condiciones: un señor con bigote, que parece una figurita de vudú de Freddie Mercury, un Martínez Pujalte en San Fermín, no es aceptable. –Me meto en el coche y cierro de un portazo–. No es serio, joder. No es serio. •


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Nombrepersonaje

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Uno y único Texto y fotos: Luis Felipe Comendador “La mente limpia lleva a ser, ni más ni menos”... Así comenzamos la más hermosa conversación un lunes de septiembre apasionado y vital en uno de los rincones más entrañables de Candelario, la casa de Josetxo Lamy, su ‘Casa de la Sal’


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Josetxo Lamy

36 PINTURA

E

l hermoso vencido acaba de salir de una siesta larga y me recibe con sus mejores galas y esa elegancia particularísima que le apellida el cuerpo en cualquier circunstancia, pero siento cierto temor por su parte

que ya habrá tiempo para la nostalgia visual, que yo necesito conversación llena de señales de humo o de lo que sean. Y nos sentamos frente a un par de descafeinados, entre sus bonsáis y unos cigarros.

“Pintar, dibujar... me lleva al sentimiento . intimo de mi. mismo” Josetxo, de niño, con su hermana, aprendiendo a mirar a través de las cosas.

–“ya sabes que a mí nunca se me dio bien hablar”– que intenta dominar llevándome a ver su cuadro preferido. Y se le saltan las lágrimas mientras me lo muestra. Es una acuarela sobre una tamborrada de Donosti en la que aparece la bandera de Euzkadi, un caballo en el centro y unos tamborileros en primer plano... “No puedes imaginar lo que contiene este cuadro”, me dice. Luego me muestra una foto infantil en la que aparece él junto a una de sus hermanas, y le ruego que nos sentemos,

¿Cuál es tu percepción del comienzo del afán creativo en tu vida? Pintar, dibujar... me lleva al sentimiento íntimo de mí mismo, un sentimiento del que al principio no era consciente, pero que venía profundamente unido a mi necesidad de expresión, que es con lo que uno nace, con necesidad, con un hambre voraz por expresarse. Desde muy niño fui consciente de ese sentido infantil que te lleva a buscar el ‘elogio’ –en esos estadios de edad aún no se le puede llamar ‘afecto’–, y ya a los cuatro o cinco

“Uno nace con necesidad de expresión, con un hambre voraz por expresarse”


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Josetxo Lamy

38 PINTURA

“Ya a los 4 o 5 años . tenia el conocimiento bastante formado . sobre qué hacia bien y qué mal” “El caballo es mi alter ego en los cuadros que pinto, me da las respuestas precisas que busco”

años tenía el conocimiento bastante formado de lo que hacía bien y de lo que hacía mal, hasta el punto de que comencé a jugar con ello en un juego en el que hacía las cosas bien para mí y mal para los demás, jugando siempre a la contra en mi pequeño entorno, y en los años sucesivos siempre he sabido discernir entre lo correcto y lo incorrecto, y desde ese discernimiento comencé a jugar en el límite, siempre en el exacta frontera, y es apasionante, y quizás eso tenga bastan-

te que ver en mi necesidad de crear nuevos espacios y sentimientos. Y tu entorno... ¿influyó en ello tu entorno? En mi familia siempre existió un poso artístico y eso acaba penetrándote por la piel, además disfrutábamos en casa de mucho tiempo libre y había cierto ambiente cultural entre aquellas paredes. Tú sabes que el universo estético se alumbra pronto en la vida de un niño, más si el medio acompaña, y en mi casa me ani-

maron siempre a que perseverase en mi necesidad expresiva... Ahora mismo me llega el recuerdo gratísimo de que cuando mis hermanas y yo escribíamos nuestras cartas a los Reyes Magos, siempre, indefectiblemente, terminábamos con ‘y no os olvidéis lápices y cuentos para pintar’, porque pintar era un juego, quizás nuestro mejor juego. Y recuerdo que yo entonces ya destacaba entre mis hermanas pintando aquellos cuentos; bueno, no, que una de mis hermanas daba unas


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magníficas sombras a los dibujos hasta el punto de otorgarles volumen, y eso me alucinaba a la vez que me llenaba de una sana envidia que me llevó a aprender pronto a trajinar con aquellas sombras. Sí, amigo, mi entorno me ayudó, aunque debo decir que ese veneno por lo plástico –veneno o lo que sea– lo llevaba puesto desde que tengo memoria. ¿Y hubo algún punto de inflexión, algún suceso que te marcase hacia lo que luego fue pura

vocación en ti? Sí, hubo un extraordinario punto de inflexión, que no fue otro que conocer al pintor Pepe Olaso, con el que siempre he compartido una verdadera pasión por los caballos. Yo era un niño aún y, a base de insistir, convencí a mi padre para que me metiera en el club de hípica de Donosti, un club exclusivo en cualquiera de los sentidos que te imagines, y fue allí donde coincidí con Pepe. Y aquel encuentro de un niño con la visión artística de una per-

sona madura marcó verdaderamente el comienzo. Josetxo, ¿podrías definirme lo que es para ti un caballo? [Aquí Josetxo se detiene, mira al cielo, hace un silencio y comienza a derramar unas lágrimas que no puede contener] Emoción... un caballo es emoción. Ahora que he vivido muchos años, podría decirte que es fuerza, energía, poder... y muchas cosas más, pero mi sensación


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primera, la imagen del caballo que recuerdo de cuando era niño es ‘emoción’, pura emoción. Mira, recuerdo que de crío tenía mucho miedo al ruido y cuando lo había en la calle, por las noches, siempre soñaba con que dormía entre las patas de un caballo negro, y eso me calmaba. Luego aprendí que en el caballo hay valores que yo siempre he buscado, la libertad, la fidelidad, la amistad... y el caballo termina siendo mi alter ego en los cuadros que pinto, él me da las respuestas precisas que yo busco... ¿Y esas respuestas cuáles son? Fundamentalmente que soy uno y único, pero ni más ni menos que los demás; que me debo a la amistad, a los afectos y al conocimiento del otro como mejor forma de estar en el mundo. Hablemos ahora de la decoración, tu ‘profesión’ entre comillas. ¿En qué influye ser un creador de ambientes en un tipo como tú? La decoración es un humo y tiene un profundo componente psicológico, debes conocer muy bien a las personas que van a moverse en los espacios que creas, pero a la vez debes ser muy consciente de que tienes el poder de modificar la vida de esas personas, así que debes ser muy cuidadoso. Yo entiendo la decoración como una creación de espacios y eso no puede separarse del uno creativo por más que se empeñen en llamarlo profesión. ¿Entonces podemos decir que tu pintura también es decoración? ¡Nunca!, jamás he realizado pintura gastronómica. Pinto para sentir y para intentar hacer llegar mi sentimiento al que entra en mis cuadros. Mis pinturas son hacia

“Pinto para sentir y para intentar hacer llegar mi sentimiento al que entra en mis cuadros” “Soy uno y único, pero ni más ni menos que los demás; me debo a la amistad y a los afectos”


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adentro, mientras que la creación de espacios es hacia afuera, no sé si me explico.

capaz de valorar esa posibilidad, y mira que es patente].

¿Y del arte contemporáneo, qué piensas? Siento verdadera envidia de lo que se hace, pues me llena de sentimientos encontrados y riquísimos. Me dejo empapar por todo y hasta sufro por la imposibilidad de llegar a sentir en mí la pasión que acompaña a la realización de esas propuestas.

¿De ahí tus colores favoritos, el sangre de toro y el ocre? Claro, son colores profundamente chamánicos, la sangre y la tierra. El sangre de toro es riesgo, lucha... y además es duro, con poso y muy seco; y el ocre, que para mí es un blanco empolvado, aporta la suciedad justa y, sobre todo, contiene una profunda carga emotiva del tiempo.

¿Y alguna preferencia? Fundamentalmente Munch, me fascina la fuerza de su trazo y yo me busco en él. Y, sobre todo, la pintura rupestre, tiene fuerza, mucha fuerza... todos debiéramos llegar a ella de forma natural [entonces reparo en que los cuadros de Josetxo tienen una profunda raigambre en las pinturas rupestres, y me molesta un poco, lo confieso, pues en los años que llevo admirando su obra nunca había sido

En este punto cortamos la conversación y me apresto a hacerle unas fotos mientras dibujaba un caballo que me regaló para Standdart... Comienza la sesión apagado y las tomas muestran a un tipo triste y agotado, a un hombre vencido, así que decido mostrárselas en mi conocimiento de su preocupación por la imagen propia.

Las mira con detenimiento y me dice: “pero qué viejo estoy”... de modo que repetimos la sesión para buscarle un poco las vueltas al asunto. Entonces, Josetxo se levanta de su silla, da una última calada a su cigarro, se adecenta la ropa y me indica que caminemos hacia uno de los hermosos rincones de su patio. Se agarra a una vieja farola, mira a cámara y me dice: “Adelante”. Tomo las mejores imágenes del día, las de un Josetxo absolutamente rejuvenecido y espléndido, un tipo capaz de transformarse en un segundo en un ser especialísimo, casi angélico y lleno de glamour. Nos despedimos con un abrazo fuerte mientras yo me quedo con un regusto de la más bella decadencia en mis ojos y con la exacta sensación de haber pasado dos de las horas más importantes de mi vida. •


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Nombrepersonaje

42 TEMATEMA

Texto: Luis González Vayá • Imágenes: Cornel Lucas Cine: lugar cálido que huele a orín, y suena a gritos de niños. Así podría empezar otro intento abortado de biografía, tan falso como los anteriores, de ese genio, humilde narcisista, que perfeccionó el arte de exhibir el propio ombligo. Hablamos, como hablaría él aunque hablara del tiempo, de Federico Fellini


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Federico Fellini

44 Cine

or qué merece un nombre aparte el Maestro? En la época y el lugar en que le tocó vivir otros candidatos no faltaron. Pero aunque amemos el Neorrealismo de Rossellini, del que todos mamaron, aunque nos impresione la inteligencia fría de Pasolini o la visión trágica de Visconti, algo distingue a Fellini: su absoluta falta de compromiso. Puede que la miseria de la Roma de posguerra y el cine como vehículo militante no hayan envejecido tan bien como nos gustaría; el tema obsesivo de Fellini (que no es otro que él mismo) sigue fascinando, porque, esencialmente, sus fantasías son las nuestras. Esos trozos de su auténtico yo que emergen entre columnas de falsedades son también nuestros. La diferencia viene marcada ya desde el principio. Su fascinación, decía, no era con lo que sucedía en la pantalla, sino alrededor de ella. Esos cines-refugio, en una acogedora penumbra masificada, cálidos en las noches de frío, puntos de reunión de la comunidad en lugar de las cada vez más vacías iglesias. Verdad o mentira, homenajeará varias veces en su filmografía este recuerdovisión, notablemente en una de las escenas iniciales de Roma. Su cine será un cine de sensación, apabullante visualmente, barroco. Rosellini es puro clasicismo, simple, elegante; Pasolini espeso como un filósofo alemán; Visconti mórbido, romántico. Fellini es el barroco, el exceso: de color, de contraste, de amplitud. No sólo los protagonistas, sino también los secundarios tienen una

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fisionomía marcada, rostros con carácter, casi de naturaleza muerta; tenderos, obreros, pasajeros, sacerdotes y monjas salidos de un cuadro de Velázquez o Caravaggio. Los inicios fellinianos deben todavía mucho al neorrealismo, pero son algo distinto. “Los inútiles”, “La strada” o “Las noches de Cabiria” todavía siguen la temática social característica del movimiento, pero tienen un toque irónico, de humor; el toque Fellini. Son todavía historias bastante convencionales, con personajes que no son proyecciones evidentes del abrumador ego del director, que permanece todavía en segundo plano. “La dolce vita” (1960) es el momento de la ruptura. De pronto, en el cine emerge algo nuevo: una película que aparentemente no va de nada, que da tumbos imprevisibles. El lema de Fellini, que se define como un director que “no tiene nada que decir, pero sabe cómo decirlo”, empieza a cobrar sentido. La película es, en muchos aspectos, una suma de imágenes visionarias –Anita Ekberg en la Fontana de Trevi es la más recordada, pero no la única. Sólo hay un nexo de unión: el álter ego felliniano, Marcello Mastroianni, ese periodista que vive por inercia, que existe a través de los personajes a los que persigue, incapaz de seguir un camino propio, una vida independiente simbolizada por su siempre inconclusa novela. Tal vez si “La dolce vita” se llamase “Llanto y desolación en Norrbøten” y viniese firmada por Ingmar Bergman lo tomaríamos por el desgarrador grito de angustia vital que tal vez sea, y tal vez no. Esta mezcla de narcisismo, humor y arte alcanzará su apoteosis en la que probablemente sea su mejor película, “Ocho y medio”. Esta cumbre del metaci-

Algo distingue a Fellini del resto: su absoluta falta de compromiso Su tema obsesivo (él mismo) sigue fascinando porque sus fantasías son las nuestras Fellini es el barroco, el exceso: de color, de contraste, de amplitud


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Federico Fellini

46 Cine

, FELLINI S I Fellini transmuta el alma de un individuo como nunca antes se había hecho

Hay autorreferencialidad golosa en 8 y medio. Cabe en ella hasta lo que piense el espectador

ne que sigue derritiendo a posmodernos de toda edad y condición es tan inmensa, inabarcable y compleja que requiere dos, tres, cuatro visionados. Y no aburre. Puede leerse a muchos niveles: cabe disfrutar simplemente de la historia de este héroe irresoluto, atrapado y sin dirección en un balneario entre sus recuerdos, sus ansias y maravillosas mujeres, a las que fantasea con dominar y difícilmente controla, igual que finge controlar la película que está dirigiendo y que no sabe cómo continuar. Un ensayo sobre el miedo a la página en blanco; un artista abrumado ante la evidencia de que no tiene nada que contar, y aún así quiere contarlo. Puede ser algo más. Asa Nisi Masa, se dice muchas veces en la película. ANIMA. De eso va a hablar Fellini: va a transmutar el alma de un individuo en cine, como nunca antes se había hecho. La autorreferencialidad nunca fue tan golosa como en esta película. Todo cabe en ella: hasta lo que pensará el espectador, como cuando el protagonista Mastroianni/Fellini/Anselmi sitúa a todos los personajes –el productor, las actrices, el coguionista, su mujer– ante una pantalla; jueces, como nos-

otros, criticando la película dentro de la película, que es, indirectamente, “Ocho y medio”. Si “La dolce vita” es la Fontana di Trevi, “Ocho y medio” es la rumba de Saraghina y la escena final; el cine-circo; el baile absurdo en el que el director pasa de marcar el ritmo a unirse a las filas de sus personajes. Para Fellini no son distinguibles los tres ámbitos de la realidad; la crisis empieza cuando trata de distanciarlos, y acaba en el mismo momento en el que los reúne a todos a su alrededor, los reconoce como parte de sí mismo, de la confusión que es su yo –y el nuestro. Reflejos de conciencia, unidos por recuerdos, falseados. Primero da órdenes, les comanda; finalmente, se une a ellos en su danza. La escena va quedando desierta en la extravagante estructura que Anselmi ha mandado construir en el desierto sin ninguna razón aparente. Queda la banda, tocando la excelente pieza de Nino Rota; finalmente, también ella desaparece, y permanece solo en la pista, iluminado por el foco, el Anselmi niño. Vestido de blanco. El proyector se apaga, la sala queda un breve instante en la oscuridad. ¡Que comience la película! Las cátedras de semiología del mundo entero deberían levantar un agradecido monumento a Don Federico.

Apuntes para una

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S INFERNO

na

producción que nunca vio la luz

La película está protagonizada por Marcello Mastroianni y un culo gigante. Marcello tiene una visión fugaz del gran trasero en una plaza romana al anochecer, y desde entonces la obsesión no le abandona. Lo busca de camino al trabajo, bajo la silla de su secretaria, en el tranvía, en casa de su mujer (Anouk Aimée), con la que mantiene una distante y fría relación. ¿Será el rotundo culo de Anita Ekberg? ¿Las gráciles nalgas de Claudia Cardinale? ¿El inmenso pandero de Saraghina, aquella obesa prostituta a la que él y sus amigos peregrinaban de niños? La incertidumbre le sume en una melancólica contemplación del pasado, mientras van desfilando ante él todos los culos que ha conocido. En una aburrida velada de la alta sociedad a las afueras de Roma, Marcello tiene otra discusión con su mujer, que ha bebido demasiado, y sale a pasear por el jardín. En ese momento le asalta otra visión de las grandes nalgas, que le llaman desde detrás de un seto. Sin que nadie le eche en falta, abandona la casa y sale tras ellas. Perdido en una abandonada carretera nocturna, no hay rastro del trasero. Marcello se encuentra de pronto en lo que parece ser un circo: las gradas se van llenando de espectadores, entre los que reconoce a todas las mujeres que alguna vez le han atraído, o más bien sus traseros, que le observan atentamente con su único ojo en el centro del escenario. Están todas, desde la criada a la que pellizcaba hasta su mujer. Se da cuenta de que le cubre maquillaje de payaso, pero no tiene tiempo de reflexionar, porque empieza la función. Entra en escena su madre, también vestida de una manera bufonesca, y su padre, un hombre

calvo y acomplejado que se esconde detrás de un periódico. También hay dos monjas con tetas descomunales y un arzobispo que se pasea con los ojos muy abiertos sin dejar de sonreír. Marcello grita a los culos: “¡Qué queréis de mí!” e intenta salir corriendo, pero descubre que está desnudo. Está desnudo sobre una mesa y su productor, calvo, fuma un espeso cigarro entre sus dedos peludos y morcillones. –Hay que pensar en el estreno, pronto… –musita. Marcello quiere decir que no es posible, que no ha empezado a rodar todavía, que no hay película, pero su mujer, que está junto a la lámpara, le fulmina con la mirada. Tiene otra visión de su pasado lanzando pringosos macarrones a señores calvos mientras suena un excitante discurso del Duce en la radio. Vuelve en sí en la playa; su productor, panamá en mano, se acerca benevolente del brazo de dos rubias y le apremia a la sala de conferencias, añadiendo que los periodistas están absolutamente EN-TU-SIAS-MA-DOS. Marcello se opone, pero le llevan a la fuerza hasta la conferencia, donde vuelve a descubrir que está desnudo, ante la risa general. Se escabulle por debajo de la mesa, aunque alcanza a oír la pregunta de un periodista de fuerte acento francés: -¿No es verdad, querido amigo, que su divino ombligo es más fascinante que muchas regiones del Universo? Una multitud enfurecida de mujeres le persigue por las calles pavimentadas de la Roma vieja, mientras su productor sonríe y levanta una copa a su salud desde una ventana y sus padres y Mussolini le miran tristemente desde otra. Llega a un callejón sin salida y está acorralado, pero descubre a tiempo que el callejón no es tal, sino el gigantesco culo. Lo escala rápidamente, buscando la cara que lo acompaña, sorteando en el camino a sus amantes y finalmente a su mujer. Se descuelga por el hombre y llega por fin a ver la cara de la mujer. Es Anna Karina. Todo está en blanco y negro y descubre horrorizado que ya no es Marcello, sino Jean Paul Belmondo. No necesita que entre Jean Seberg en escena para saber que está en el infierno, y todo ha sido una película de Jean Luc Godard. •


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Podríamos continuar. Sus películas posteriores exploran sus mismas obsesiones. El mundo del circo (y del arte) en “Los payasos”; la mujer –las mujeres– en “La ciudad de las mujeres” o “Casanova” –puede argumentarse que es, en realidad, otra fabulación sobre sí mismo; la enésima metamorfosis en el mujeriego que nunca fue. “Amarcord”, la amalgama de recuerdos que es la más evidente, pero no la única, exploración-fabulación sobre sí mismo. Tampoco el título “Fellini Satyricon” es casual, añadiendo un plus de exceso a una historia de exceso y decadencia. Pero, de entre todas, hay una película que es imposible no destacar; tal vez no perfecta, pero incomparable. Es “Roma”; una película que

tiene como protagonista a una ciudad. Pasado, presente, futuro, lo melancólico y lo grotesco; hay recuerdos y visiones imposibles –como el desfile eclesiástico que culmina en una apoteosis de Pío XII. En “Roma”, los cotidianos embotellamientos romanos son elevados a leyenda; las calles nocturnas llenas de gente son una buena excusa para recordar la primera visita a un prostíbulo; el desvanecimiento de unos frescos romanos, ocultos durante siglos, por una casualidad, se convierte en un poderoso símbolo, no se sabe de qué. “Si en vez de tirarlos a la basura leyéramos alguna vez el envoltorio de las chocolatinas nos evitaríamos muchas ilusiones”, dice el Intelectual en “Ocho y medio”, poco antes de ser estrangulado mentalmente por Mastroiani / Fellini / Anselmi. Parece, pues, el consejo oportuno para terminar este artículo.

No diferencia los tres ámbitos de la realidad; la crisis empieza cuando trata de separarlos Casanova, otra fabulación sobre sí mismo; lo convierte en el mujeriego que nunca fue


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Tim Curry 漏 Mick Rock


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Mick Rock

Esperar lo inesperado Texto: Mark Sinclair • Imágenes: Mick Rock Durante los últimos 40 años los mayores iconos de la música han pasado por delante de su objetivo: Bowie, Jagger, Syd Barrett, Queen, Lou Reed, Iggy Pop, Sex Pistols, Debbie Harry, Peter Gabriel… La lista es tan extensa que ocuparía más páginas que esta entrevista que nos ha concedido el fotógrafo más grande de la historia del Rock


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Mick Rock

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E

ncontró su lugar en Staten Island, Nueva York, en cuanto los 70 empezaron a oler a punk. Antes de eso ya había triunfado en su país, después de retratar a lo más granado del rock y el pop de su época, de reunir frente a su objetivo a la Santísima Trinidad del Glam: Bowie, Iggy y Reed, de engrandecer el mito de Queen, de retratar como nadie al díscolo Syd Barrett, de hacer de Debbie Harry la nueva Marilyn Monroe… Su lema resume bastante bien el modo con que se enfrenta a la vida: «Espera siempre lo inesperado». Así comenzó su carrera, de forma casi fortuita, mientras se colaba con su cámara en las salas de conciertos del Londres de finales de los sesenta. Así se tropezó, también, con su primera mina de oro: Ziggy Stardust. Desde entonces, no ha dejado de convertirse en leyenda a cada golpe de flash. ¿Es muy exagerado decir que las mujeres y otras sustancias tuvieron la culpa de que un estudiante de Literatura de Cambridge cambiase los libros por las cámaras? Sí que hay algo de verdad en eso... La primera vez que cogí una cámara de fotos había una rubia por medio… Y también una experiencia psicodélica. Desde entonces, unas cuantas generaciones han conocido la cara del rock a través de tu mirada. ¿No da un poco de vértigo, en perspectiva, haber sido uno de los principales responsables del código estético de la época más esplendorosa de la música? Es realmente interesante cuánta mayor significancia parece haber ido cobrando mi obra en los últimos tiempos. Pero no pienso demasiado en ello. El presente me absorbe por completo: mis nuevas sesiones, mi arte fotográfico… Quiero

Iggy Pop © Mick Rock

decir que, evidentemente, tengo que lidiar con todo eso por culpa de la demanda de libros, exposiciones, licencias, etcétera, pero estuve a punto de morir hará 15 años estas navidades y eso me brindó un cierto distanciamiento del pasado, cierta perspectiva. Pero, de no haber sido fotógrafo musical, ¿a qué otra cosa podría haberse dedicado un hombre apellidado Rock? ¿A la minería? Es una pregunta interesante. Estoy seguro de que habría sido inútil para el trabajo. Siempre he necesitado libertad y habrá quien diga que desenfreno. La palabra que me viene a la mente es destino. Echo la mirada atrás y está claro que esto era lo que tenía que hacer.

Estar a punto de morir me brindo un cierto distanciamiento del pasado, cierta perspectiva Habria sido inutil para cualquier otro trabajo. Siempre he necesitado libertad y desenfreno


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Mötley Crue © Mick Rock

Man Ray, Duchamp y Picasso son tus principales referentes. Parecen pocos. ¿Eres igual de exigente en el terreno de la música? Creo que mis gustos musicales son bastante eclécticos. Me gusta lo que me gusta, desde Hendrix hasta los Yeah Yeah Yeahs, Snoop Dogg o The Killers pasando por Syd Barrett, Bowie, Bob Marley, AC/DC, Van Morrison... Algunas veces actúo como DJ en fiestas y me encanta pinchar todo tipo de música, estilos muy diferentes. Pero no siento la

necesidad de fotografiar a todos aquellos cuya música amo. ¿Quiere eso decir que has aprendido a ser pragmático con el paso de los años? Siempre he fotografiado a gente de todo tipo. Si echas un vistazo a mi último libro, “Exposed”, verás que hay de todo: desde Cat Stevens hasta Lynyrd Skynyrd, pasando por Mötley Crüe, Thin Lizzy, Tori Amos, Carly Simon, Todd Rundgren, Brian Jonestown, Massacre, Kate Moss,

Georgia Jagger... Me encanta el proceso entero de tomar fotos. Cuando alguien se pone delante de mi cámara sufro una especie de enamoramiento momentáneo que dura lo que dura la sesión fotográfica. Es igual que tener un montón de pequeños líos amorosos. Aunque también es verdad que hay algunas personas a las que he tenido que volver una y otra vez, sobre todo durante los primeros años. Con esos casos aislados sí que puede decirse que soy esclavo de su imagen.


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Mick Rock

54 MÚSICA

Bowie fue y sigue siendo uno de los mayores revolucionarios culturales de mi generacion Durante las sesiones, siempre me enamoro por unos momentos de quienes posan ante mi

Queen © Mick Rock

Cuando hablas de tu legado lo haces con pasión, pero más por los protagonistas de las imágenes que por tu propia técnica. ¿Te consideras más cazador que artista? Por encima de todo me considero un celebrante. Disfruto sumergiéndome en las imágenes. Es una terapia, para mí. Me entrego completamente en el momento y, después, me siento como saciado, vaciado. Necesito hacer esto para mantener mi energía fluyendo. ¿Cómo fuiste capaz de estar ahí, en el momento y lugar exactos? ¿Intuición, suerte, contactos? Seguro que las tres cosas influyeron. Descubrí muy pronto que tenía una capacidad para manifestarme de una forma que me excitaba. No tenía nada que ver con el rollo analítico o intelectual. Busqué y me buscaron, pero, por encima de todo, de lo que tal vez esté más agradecido sea de poder estar vivo y de ser todavía capaz de seguir concediendo caprichos a mi terapia. Bowie llegó a admitir que tu forma de verle coincidía exactamente con la suya. O, al

Bono y Lady Gaga © Mick Rock

menos, con la forma en que quería verse. Asistir al Auge y caída de Ziggy Stardust, ¿cómo fue? Ya hace mucho tiempo de aquello. Éramos muy jóvenes, vivíamos sobreexcitados, empeñados en experimentarlo todo: el sexo, las drogas, la creatividad… Y, como el tiempo ha acabado demostrando, el nivel de producción de entonces fue realmente prodigioso y aún sigue resultando impactante, de un modo

especial, algo que ninguno de nosotros podría haber llegado a imaginar. Por supuesto, el destino ha dejado atrás un montón de vidas destrozadas y cadáveres. Pero aquellos que sobrevivimos logramos pasar por el ojo de la aguja, y damos gracias por ello a cualquiera que sea esa fuerza superior. ¿Quieres decir que, durante los días de Ziggy, no erais conscientes entonces de estar escri-


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David Bowie © Mick Rock

biendo una de las páginas más importantes de la Historia del Rock? De lo único de lo que era consciente era que amaba a David y todo lo que representaba. Le veía como a una especie de mago. Teníamos tan poco dinero entonces… Pero con su energía fue capaz de contagiar a todos a los que tocaba: Lou Reed, Iggy Pop, Mick Ronson, Ian Hunter de Mott The Hoople, Lindsay Kemp, yo mismo... Estaba demasiado volcado en el presente como

para haber sido capaz de tener ninguna perspectiva. Además, éramos tan jóvenes... No había referencias, nada con qué compararse. Quiero decir, ¿de qué otra cosa podríamos haber sido realmente conscientes entonces, además de que todo era tremendamente veloz y emocionante? En un momento en que la figura de Bowie producía tanto embeleso y admiración en unos como repugnancia y desconcierto en otros, tu

estrategia visual dio un resultado excepcional. ¿Quiere decir que el rock entra más por los ojos que por los oídos? En su caso no hizo falta, porque su música era terriblemente original y conmovedora; él era las raíces de todo lo que hacía. En ese marco mágico se desarrolló el concepto visual. David fue, y sigue siendo, uno de los mayores revolucionarios culturales de mi generación. Entendió por pura intuición el poder de la


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Mick Rock

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fusión de sonido e imagen como nadie lo había hecho antes en el mundo del rock. Cualquiera que lo encontrase repugnante era imbécil, y ese tipo de gente nunca se acercó a mi esfera de influencia. Sabía bien lo que amaba y nunca presté atención a los negacionistas. En el otro lado de la moneda está Jobriath: un artista de parecidas características al Bowie de entonces al que una nefasta campaña de imagen hundió en la miseria. ¿Crees que su destino habría variado si le hubieses tocado con tu varita?

La verdad es que no. Carecía de la originalidad, fortaleza mental y la imaginación de David. David se inventó a sí mismo. Jobriath no era auténtico, le inventaron otros. Se suponía que iba a ser la réplica americana a Ziggy, pero no era algo que saliese de su corazón, de su propia cabeza. ¿Qué si le habría fotografiado si se hubiese presentado la ocasión? Por supuesto. Me sentiría intrigado y probablemente habría conseguido sacarle alguna foto interesante. Pero lo único que podría haber hecho por él habría sido darle una capa de barniz. No podría

Todavia puedo ver a Freddie en camison y pantuflas en su apartamento de Holland Park Cuando echo la mirada atras me doy cuenta de que esto que hago es lo que tenia que hacer

FREDDIE MERCURY, PROYECTO DE LEYENDA ¿Cómo recuerdas a Freddie? Nos conocimos después de que Queen publicase su primer disco. Querían tirar un poco de la imagen glam que se estilaba en aquella época. Les había encantado mi trabajo con David, pero también con Lou e Iggy. Freddie y yo conectamos al instante. Cuando llegó la hora de la producción visual, saltaba a la vista que él era la fuerza dominante del grupo, y sentí una empatía súbita con él. Era tremendamente dulce, entusiasta y andrógino y supo captar mi sensibilidad tan pronto como yo hice con la suya. Recuerdo haber ido un montón de veces a tomar té al pequeño apartamento que compartía con su novia, Mary Austin, en Holland Park. Puedo verle en camisón y pantuflas. Le encantaba cotillear sobre nuestros conocidos y poner música (era un gran admirador de Joni Mitchell, sobre todo de © Mick Rock

su álbum “Court and Spark”) mientras Mary nos preparaba té con pastas. Era todo muy casero e inofensivo. Ésa es mi época favorita, antes de que el éxito nos abrumase y la locura y las drogas se nos fuesen de las manos. ¿A partir de qué momento se separan vuestros caminos? No diría tanto que se separaron como que fueron distanciándose gradualmente… Yo empecé a obsesionarme con cosas nuevas, en especial con el inminente movimiento punk y el frenesí que se respiraba en Nueva York durante aquellos días. Para mí, Nueva York era mucho más peligrosa y sexy que Londres. ¡Sobre todo para un inglesito como yo, con mis estrambóticas credenciales! Así que comencé a pasar cada vez temporadas más largas en Nueva York y fui encontrando nuevos y más locos ‘amigos’. Aún así, veía a Freddie de vez en cuando. Tengo algunas polaroids privadas que le tomé en Nueva York, pero, aunque hablamos de ello, nunca volvimos a hacer otra sesión. Encontramos otras formas más auto-indulgentes de pasar el tiempo. Después de eso me mudé para siempre a Nueva York en 1983, perdimos el contacto y no volví a verle. No estuve con él durante los últimos años de su vida, algo de lo que me lamento enormemente. Era una joya: un talento increíble, pero, y tal vez lo más importante de todo, un alma dulce y generosa. Todos echamos de menos a este gigante de la música. Uno de los más grandes de todos los tiempos, sin duda.


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haberle inventado un talento que, en realidad, no tenía. Fue un falso Ziggy. Yo ya había conocido al auténtico. Comentabas una vez que, en aquella época, llegabas a parecerte a las estrellas a las que retratabas hasta en la forma de hablar. Una mímesis que, en 1975, resultaba casi total, por ejemplo, con Freddie Mercury. Creo que la percepción que tenía de mí mismo en aquella época no estaba demasiado forjada. Y es posible que, en cierto modo, aquello me ayudase a

Debbie Harry © Mick Rock

HISTORIA VIVA DEL ROCK Mick Rock ha puesto cara a muchos de los mejores discos de Lou Reed (Transformer, Coney Island Baby, Growing Up In Public, Rock ‘n’ Roll Heart), Queen (Queen II y Sheer Heart Attack), The Ramones (End Of The Century), Iggy Pop (Raw Power), David Bowie (Space Oddity), Syd Barrett (The Madcap Laughs), Joan Jett (I Love Rock ‘n’ Roll), Rory Gallagher, o, más recientemente, Third Eye Blind (Out of the Vain). Además, es el responsable de vídeos tan memorables como “John, I’m Only Dancing”, “Jean Genie”, “Space Oddity” y “Life On Mars” de David Bowie, y fotógrafo jefe en tres clásicos del género musical: “The Rocky Horror Picture Show” y sus hermanas pequeñas, “Hedwig and the Angry Inch” y “Shortbus”.

abrirme a ciertas materias y a identificarme con ellas desaforadamente. Nadie me dijo nunca que me pareciese a David o a Iggy, pero a menudo me decían que me parecía a Syd Barrett, o a Lou Reed, o a Tim Curry en Rocky Horror, o a Freddie, por ejemplo. En realidad, mis facciones son muy distintas de cualquiera de las suyas, pero cuando observo ciertas fotos entiendo lo que quieren decirme. Es difícil de explicar, pero sí que algo de cierto hay en eso. •


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ilustracuentos Luis Montero y Sr. García

inferno

Alejandra Parejo

despues del fuego Miguel Núñez

no toda la culpa fue del asteroide Silvia Nanclares y Miguel Brieva

todos los fuegos

© Miguel Núñez

el fuego


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Ilustacuentos

Insider

Tour de Force

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Inferno

, , 40 grados. sensacIon termIca de 44 grados

Alejandra Parejo

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e Alejandra Parejo

Insider

Todos los fuegos el fuego

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scucha de nuevo la historia. La puede ver, sin necesidad de verla: todo su cuerpo en la mitad de la cama de media plaza, como si estuviera hundido en el colchón, casi pegado a las sábanas. El sudor en gotas se desliza lentamente por la frente, no sin antes ensopar el cuero cabelludo. Sigue su largo, inclemente y acuoso camino: hombros, brazos, torso, piernas. Nada escapa a la acción soporífera y debilitante. La ropa está también adherida a ese cuerpo, como un tatuaje. La humedad y la brisa caliente y espesa de la mañana entran sin permiso en la habitación. Latigazos de calor revuelven el ánimo. Maldito infierno ajeno. Ya es suficiente con el propio. Los párpados se despegan lentamente de su prisión de sudor. La vista se fija en el techo blanco, primero en la lámpara, después en un punto cualquiera. El cuerpo gira hacia la derecha y el brazo izquierdo cae, con una delicadeza impropia para el momento, sobre ese lado de la cama, ahora vacío. El verano pasado los sudores de ambos se entremezclaban sin importar los 40 grados del exterior y aunque el infierno era un algo palpable, era irrelevante. La respiración se acompasa con el calor. Es lenta y pesada. Como un zarpazo, las imágenes de la noche anterior se van sucediendo nuevamente. El ceño se frunce y presagia una tormenta del espíritu. El sueño era el episodio de una novelita barata: él se casaba, la noticia salía en los periódicos, en el noticiero de las 8:00pm, todos la comentaban y se esparcía por toda la ciudad ardiendo. Cierra los ojos. Las lágrimas empiezan a asomarse de forma tímida. Se van uniendo con el sudor hasta no saber dónde empiezan y dónde terminan. Esto no estaba en sus planes. Ese abandono. Quería más veranos a su lado, sin importar la humedad, el calor, los mosquitos y sin embargo, no fue. Nada fue posible entre ambos después de aquel verano indolente. Esta historia que las une flota en el aire entre ambas. Se resiste a evaporarse como las gotas de sudor. Permanece. Cae sobre la ciudad como cenizas lastimeras de un incendio. Ella la escucha, con aparente calma. Tendrá que decirle, en algún momento incierto, que él sí duerme a su lado en este verano, que sí se van a casar, que la noticia sí saldrá en los periódicos, que sí tendrá muchos veranos a su lado. Respira hondo. Suda.


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maldito infierno ajeno ya es suficiente con el propio

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Todos los fuegos el fuego

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Alejandra Parejo

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esta historia cae sobre la ciudad

como cenizas lastimeras de un incendio


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Miguel Núñez

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Todos los fuegos el fuego

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Silvia Nanclares • Ilustración: Miguel Brieva

Lo sorprendente es que una vez que nos hacemos con un lenguaje ya no nos importa distinguir lo existente de lo que habla sobre lo existente. Rafael Spregelburd en Fractal

Silvia Nanclares

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No toda la culpa 14

V

emos a dos niñas que siguen fumando en el patio interior. Se esconden detrás de un ficus empapado mientras apuran un cigarro de liar. La luz tubular de la pantalla táctil ilumina sus caras pegadas y atentas a algo pequeño y cifrado que titila al otro lado del teléfono. En el otro mundo. –Parece ser que el problema es que no se le levanta– dice la tía jugueteando con el corcho de la última botella de champán. No se acostumbra a decir cava. –Me figuro– asiente la madre. Toquetea, como si quisiera leer en braille, el bordado del mantel de las ocasiones especiales. En vez de callarse de golpe, a unos metros, en el sofá, la hija mayor, achinando los oídos entre el humo del salón, trata de entresacar sin dar crédito el fragmento anteriormente reproducido de la conversación entre la madre y la tía. A su lado. Los hombres: padre, hermanos, tíos, primos, y ella, única chica, hablan de banalidades en dos dimensiones frente al plasma que rompe el silencio con más silencio visual. Todos charlan mirando sin ver el despliegue programático propio de las fechas. Las niñas entran trastabillando por la puerta que conecta el patio con la cocina. Sus zapatillas también están ahora empapadas. Los señores hablan de los protocolos logísticos de las grandes empresas nórdicas multinacionales tipo IKEA y H&M. Se sienten importantes. Grandes conversadores. Al estilo victoriano. Mientras, ellas, las señoras, en un desenfocado segundo plano siguen comentando la importancia de la erección en una pareja donde la diferencia de edad se ha convertido recientemente en un escollo. Hablan, hacen pasar cosas. Ellas son sucesos.

En la sala de atrás, los de las generaciones posteriores comparten las pantallas. No comprenden bien un salón que no pivote en torno a un teclado. Las niñas, ya descalzadas, chatean en el laptop como descosidas. Los primos menores están arrasando con lo que se pone por delante en el M.A.G. de la PS3. Para sus abuelas, madres y tías la palabra más cercana al emplazamiento lingüístico de pantalla es lámpara o crema solar. Pantalla Total. Ellas todavía viven en el mundo de las cosas que se pueden tocar. Alguien, solo, en el dormitorio del fondo, se ha atrevido a abrir una revista, esperando a que lleguen los demás familiares que no han podido cenar con ellos. ¿Estará entre los próximos invitados el impotente interpelado por las señoras? Sólo ellas tendrán la certeza. Porque para las señoras los familiares y las personas, en general, son transparentes. Claras. La Fundación Chocolate Espeso. Ese podría ser el lema axiológico de la hermandad de las Señoras. Una suerte de bandera adquirida, según la cual, pueden increpar sin despeinarse cosas como: –Mira, Ferrán, esta espuma, comida, lo que se dice comida, no es. O asumir sin discusión la prerrogativa histórica del falo como motor de la intimidad heterosexual. O llamar sinvergüenza al casero ante el que sus hijos bajan la cabeza. O irse de una peluquería sin pagar por considerar que ese corte abstruso no es un trabajo bien hecho sino una absoluta tomadura. Eso son cosas que sólo hacen las madres. Que sólo hacen las señoras. Son actitudes fascinantes. Son actitudes que conforman una actitud. Y terminan por coger todo el foco. Van ganando


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fue del asteroide protagonismo en el plano desde la más absoluta periferia. Lo han cogido. Aquí las tenemos. Son lo más lejano a un cyborg. Lo más parecido a un velocirraptor a punto de extinguirse a causa de un asteroide digital. Un momento. ¿Qué estás pensando? Un momento. Silvia Nanclares está pensando que no sabe cómo continuar. Que sueña con ir a ver al Oráculo y que sea una Señora. Quiere regocijarse en el aroma a galletas, tirar el jarrón, que sus papilas gustativas sean examinadas y que ellas le digan lo que tiene que hacer. La esfinge era una Señora que echaba pestes por la boca. Así se lo mostró a Edipo. Así se lo hizo saber a Neo. Quiere que le sigan pasando la mano por el lomo. Esa es la función mundial de las Señoras. Nosotros somos los perros. Fuimos los cachorros. Nos vieron nacer. Se ríen de nuestra torpeza. Nos condescienden y nos reprueban. Las necesitamos. Cuando la edad provecta nos alcance, las añoraremos. Porque entonces seremos los nuevos velocirraptores a punto de extinguirse. Y eso dolerá. La hija mayor también sueña con ir a ver al Oráculo y encontrase con una señora, pero de momento sale con una de sus primas pequeñas al patio a fumar. La otra no deja de chatear y de desetiquetarse en las felicitaciones que infestan su muro. –Que se lo acabo de oír a tu madre. –¿Pero aún follan? .–Claro que follan, los padres. Por lo menos hacen marranadas.

–Pero, tú crees que a tu padre todavía... ¿Se le levanta? –Yo que sé. No quiero pensar en eso, imbécil. –¿Quién será él? –El tío Edu, no. Yo lo escuché metiendo en Canarias. –Ahhhh…Cállate. –Pero si has empezado tú. ¿Cómo follan las Señoras? ¿Follan las Señoras? Las Señoras no escriben. No tienen identidades artificiales. No por eso son mejores. Pero si se convierten en objetos de las afueras. Se convierten en lo poco que sucede cerca de nosotros fuera de Internet. Cuando todos, incluso las señoras, tengamos identidades artificiales quizá todo esto deje de ser divertido. Un momento. ¿Qué estás pensando? Silvia Nanclares está pensando que no está escribiendo un relato. Silvia Nanclares se autocomenta que aunque el intergénero enmarcaba la propuesta, creyó entender que era necesario escribir una historia, una ficción. ¿Ensayo–Ficción? ¡Anda ya! Ellas se reirían: ¿puede opinar los objetos objeto de la antología? ¿Acaso eso es mejor que enchufar la PS3, poner el M.A.G. y arrasar con todo lo que se ponga por delante? Pero para hacer honor a la propuesta, este texto deberá escribirse con múltiples interrupciones, comentarios, conversaciones coyunturales, ingenio a espuertas, frases cortas, cortantes, comentarios sobreentendidos, iconos sonrientes y enlaces a tubos o artículos. Pero esto es inviable. El texto aquí se desarrolla

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Silvia Nanclares

Aprovecha el cortafuego del silencio para indagar en las particularidades de la novedad de la sobrina

en una sola cara, no tiene hipervínculos (qué palabra tan pre–obsoleta), no tiene cables, ni etiquetas, ni se inscribe en ninguna nube sustentadora. O todo lo contrario. Tiene todos los enlaces posibles, todas las intertextualidades (No me Gusta), todas las amistades desconocidas inimaginables. Se inscribe especialmente en una página sin banners (palabra con fecha de caducidad), se autocomenta, se autovalora, se autoexhibe. Así ha sido siempre. ¿Desea eliminar la publicación? Aceptar. Este texto tenía un comienzo. Ya no lo tiene. Y un segundo post de 266 caracteres (con espacios): un diálogo entresacado y reproducido. Más bien recreado. Aún sobrevive: –Parece ser que el problema es que no se le levanta– dice la madre jugueteando con el corcho de la última botella de champán. No se acostumbra a decir cava. –Me figuro– asiente la tía. Toquetea, como si quisiera leer en braille, el bordado del mantel de las ocasiones especiales. Los sentimos, no se ha podido eliminar la minihistoria. Te aguantas. Concéntrate en seguir. De momento no hay Me Gusta. Sigue a ciegas, como antes. Confía en que llegarán los comentarios, antes o después. ¿No es eso lo que la gente espera de cualquier publicación? Tienes que apechugar, como haría ella, sujetándose ceremoniosamente las tetas con los brazos cruzados con la gabardina puesta sólo sobre los hombros. Tu noticia ya está colgada y no es removible. Este papel no es como la pantalla. Sigue, continúala. ¿Pero cómo? Aunque también podéis cerrar el libro. ¿Ignorar todo? Sí. Ir al inicio. Elegid otro relato. Clicar a golpe de página, con indolencia y voracidad. ¿Ignorar todo? Sí. Es lo bueno de las antologías. Las niñas han ignorado a la mayor. Se han lanzado directamente a hurgar el botiquín. Buscan las

pastillas azules que inculpen al tío Manolo. La mayor vuelve al salón, desclasada entre lo analógico y lo digital, pasa el dedo con la cabeza inclinada por la colección blanca de clásicos castellanos. Coge un libro de la madre, “Entre Visillos”. Un libro de Señoras. Seguro que las primas pequeñas no saben lo qué es un visillo. Literatura de Señoras. Las mujeres sonríen a la chica, le tocan la cara cuando se sienta entre ellas dos mientras lee la contraportada. Es de una colección de kiosco de los noventa. A las madres les encanta tocar su antigua piel en tu piel. –¿Lo leíste, mami? –Sí, pero no me acuerdo de mucho. –Ésta iba a la misma peluquería que yo. Una de ahí de Doctor Esquerdo. Era muy simpática. –¿Y qué se hacía en la peluquería? ¿Le colocaban la boina? –Pues a mi me caía bien la señora. –¿Pero está bien o no, mamá? ¿Me va a gustar? –Está muy bien. Llévatelo si quieres. Quédatelo. –Pues si que te gustó. Silencio. –¿Y tú qué tal estás? La tía aprovecha el cortafuego del silencio para indagar en las particularidades de la novedad de la sobrina. La sobrina quisiera tener unos cuantos status preparados para despejar las preguntas–tipo navideñas. Ir colgando actualizaciones que los demás se aplicaran en descifrar e interpretar. De este modo, los estados anímicos y la dosificación de la información se autorregularían. –¿Estás con alguien? Y plantaría un vídeo, un enlace a un artículo, las fotos que se hacen cuando el tío viene a casa. Y cuando no viene. Y sin etiquetas. –¿Qué tal en tu trabajo? –Sigues viviendo en… ¿Cómo se llamaba tu calle? –¿Has vuelto a ver a F.? –A ver si un día te vienes a casa a comer o algo… Vivir al otro lado, separarse por completo.


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Alejarse. Apantallarse definitivamente. Dejar de ser táctil. –A ver, ¿quién quiere? –Que lo dejo ahí dónde estaba, mami. –Pero que te lo lleves si quieres… –No, es que no me lo voy a leer. Sí, échame un poco. Ya. –Yo últimamente estoy también que no leo nada…Tú, con leche, ¿no, Sole? El murmullo de la inercia conversacional se instala de nuevo entre la tía y la madre. Agarran una madeja y comienzan a devanar todos los cabos. El arte de los enlaces verbales y semánticos interminables. Todo menos el silencio. La sobrina–hija se aleja, mentalmente. Se apantalla. Se abstrae. Está fabulando actualizaciones de estado óptimas para expresar todo los nodos y el tedio de la sobremesa. Se va al cuarto del fondo, al ordenador de mesa. Tienes 50 solicitudes de amistad 43 invitaciones de eventos 2 sugerencias de amigos Otras 267 solicitudes Tienes a las niñas en el baño con una acción a medias. A los niños jugando, suficientemente ocupados en su fugaz vida como personajes de relleno. El extra misterioso de la revista del cuarto del fondo, que no sabes ni quién es. Los invitados por venir. Y los tíos y sobrinos victorianos que han pasado a los ejes interminables de la Segunda República y el Canal Liga. Sólo tienes tres preguntas abiertas. ¿Encontrarán las niñas el Viagra? ¿Vendrá el tío impotente a tomar una copa después de la cena o ya se encuentra entre los invitados? ¿Qué relación tiene la sobrina protagonista con ambas cosas? Ya puedes comenzar con el segundo acto. Porque ésta, sépanlo, es una narración clásica que se rige por las leyes de la trama.

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Silvia Nanclares

Recordatorio: tienes una solicitud de trama por parte de tus personajes. La estructura imparable y en cascada te pudo

Llaman abajo. Invitados. Las niñas se encierran en el baño. Posible hallazgo. La sobrina mayor, nerviosa, salta de la silla giratoria al oír el telefonillo. En silencio. Desde la habitación, marcianamente iluminada por la luz del monitor, mira por la ventana. Se mete un buen trozo de turrón de chocolate Lacasa que se ha traído en el platillo del café. La pista de tenis del patio de vecinos interior reverbera al frío. La niebla asciende entre la luz de cancha, tan postpoética. Se chupa los dedos. Se los seca en los visillos. Quiere entrar en el baño. Aporrea. Las niñas, dentro, se mueren de risa. Podrían haberse estado besando todo este tiempo. A Silvia Nanclares le intriga la actividad de sus personajes. –Abrid, que vienen éstos. Las niñas creen haber encontrado algo pero es falso. Un falso amigo. Se escucha la maraca de un bote de pastillas a medias. Y más risas. –¡Que abráis ya! Cierto afán enciclopédico del patrimonio inmaterial. Lo que hasta ahora sólo era catalogado en las conversaciones se convierte hoy en grupos con títulos que llenan la nube de etiquetas convirtiéndola en una frívola y ligera acta notarial. Un espacio precioso para el ingenio anónimo. Invisible. Las necesitamos a ellas como dispensadores preciosos de realidad. Para ser inmortales, invisibles y especiales. Sólo para recortarnos y hacernos figuras contra su paisaje las necesitamos. Antes, durante la cena: –¿Te has fijado que ahora las parejas jóvenes ponen a las criaturas nombres de abuelos? Mauro, Simón, Manuela, Juana, Carmen… La hija ha comenzado a pensar instantáneamente en la posibilidad de crear un grupo con esto. Niños modernos con nombres de viejo, Criaturas SXXI con nombres decimonónicos… –Rodrigo, Guzmán, Alonso. –No, esos son ya más estilo hijo de Aznar. Estos que yo te digo son más así, estilo Jazmín.

–Gafapastas se llaman, mamá. –Culturetas. –Imbéciles. ¿Y vosotros? Madridista. –Modernita. ¿Por qué los hermanos tienen alojado en el cerebro reptil de infancia la capacidad de hacer pupa a Jazmín? Que es muy sensible, la niña. Ella se convierte de golpe en miembro de Personajes que piensan: –Antes, todo esto era mi familia. –Señores con bigote que parecen salidos de Cuéntame. –Teleco virgen. –Lady Mechas. –Midlife crisis con sudaderas de capucha como talismán ontológico. –Tecnócratas jubilados que abrazan el bricolaje. –Separados que se calzan Adidas para rejuvenecer. –Tristes Tigres que Triscan en un Polígono Industrial . Jazmín repasa mentalmente los grupos en los que enclasar a sus congéneres. Se protege. En su mundo ellos serían carne de cañón. En su fragmento de tela de araña ellos serían gente punible. Sólo seguimos salvando de la quema a las dos señoras del fondo. La madre le ha preguntado mientras preparaban los langostinos si ella es una Señora. Lo ha escuchado en Cadena Ser. Ha escuchado a Señora Barceló hablar de Señoras que. Ha escuchado a Señora Barceló leer preguntas de Redactora Moderna. Y quiere saber si es una Señora. Jazmín agarra uno de los ojos de langostino negros como pepitas de sandía y lo aplasta mientras responde: –Hombre, mamá, tienes 61 años. Algo de señora tendrás. –Sí, ¿pero de esas? Yo no hago esas cosas. Todo eso son cosas de abuelas. –Pero si eres abuela. –Ya me entiendes. Abuelas–abuelas. Viejas. –Tienes obsesión porque te devuelva los táper ¿no? Pues hay un grupo.


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¿Ofreces un huevo frito por si nos quedamos con hambre? También. ¿Te pones la chaqueta sobre los hombros como tendencia universal? Pues, lo siento, pero eres una señora. No has pasado el test. Y, además, veneras las bolsas de plástico como icono del progreso postindustrial. Eo. Recordatorio: tienes una solicitud de trama por parte de tus personajes. La estructura imparable y en cascada te pudo, ¿eh? Ja. Esta sucesión de desplegables que no van a ninguna parte. Se apropió del presente en contra de la progresión. Sin arco. Sólo con puntos, puntos, puntos. ¿No te importa la historia? ¿No vas desvelar quién de los invitados mata a otro familiar en la cocina? Concluye algo. Por ejemplo: Sospecho que ha sido la señorita Jazmín en la biblioteca con el candelabro. Inventa. Nadie prohibió el uso de macguffins ni de deus ex machina, ¿no? Pues, vamos, agárrate a uno. Replica a la cascada con otra cascada ascendente en forma de ráfaga. Sucede. Va. El tío separado con Adidas en los pies entra al baño del que Jazmín ha echado a sus primas. Ella está tan excitada de golpe que ya no sabe si ella es ella misma. Por eso puede tratar de follar con el tío. Cuando salen del estado hiperreal, los árboles de familia respectivos se sacuden los cuervos y dejan toda la imposibilidad al descubierto. No es la primera vez que lo intentan. El vuelve al salón, despeinado y beatífico. Ella al rato, también, pero congestionada. El jersey amarillo se le ha pegado a la piel. Grandes cercos en los sobacos horrorizarán en el acto a la madre. Las primas en el patio, hablan por el móvil sosteniendo el breve bote blanco, el alijo–maraca. –Que sí, que pone Pfizer. –Que sí son. Deletreaselo. –P–f–i–z–e–r. Jazmín sale mareada al patio y arrebata, después de un empujón, el frasco de pastillas a la prima mediana. –Imbécil. –Pero está histérica esta chica o qué le pasa.

No lo sabía. No quería que fuesen ellas quienes se lo descubrieran. No quería enterarse hoy. Aunque en el fondo da igual. Las señoras seguirán sentadas hasta la llegada del asteroide. La cancha seguirá iluminada. Los padres seguirán follando. Cierto. Citrato de Sildenafil. Discuta con el médico su estado de salud general para asegurarse de que está lo suficientemente saludable para la actividad sexual. Si experimenta dolor de pecho, náusea o cualquier otra molestia durante el sexo, busque inmediatamente ayuda médica. Mientras finge demorarse en sacar su abrigo del armario de la entrada, Jazmín suelta un puñado de los M&M’s azules en el bolsillo del tío, no sin antes meterse un buen tiro de ese olor conocido. Guarda rápido el bote ya casi vacío en su bolsillo derecho y se abrocha. –¿Vas a salir, hija? –¿No lo ves, mamá? –¿A estas horas? –Te acompaño. El tío separado ha estado esta vez acertado en el timing. Las suelas de sus Adidas crujen contra el parqué. –Dicen que desde El Retiro se va a ver muy bien la llegada del asteroide. Según el calendario azteca, esta noche debería acabarse el mundo. Según Jazmín, el último elemento catastrófico ya se ha consumado. Según los paleontólogos, el estrés climático de larga duración producido por ello, al que evidentemente el choque del meteorito contribuyó a fin de cuentas, explica la crisis de la biosfera y la extinción masiva de especies en el Cretáceo terciario. A ti y a 23 personas más os gusta esto. Para su madre y su tía, sin embargo, todo eso de la profecía es una absoluta chorrada. Su piel endurecida soportará muchos más años de fluctuaciones masivas de información e incomprensibles y nuevos modos de relacionarse. Mientras, hay que ir haciendo café para los recién llegados.

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Texto: Andrea Stefanoni • Imágenes: Daniel Mordzinski, Luciana Gutiérrez Hace tres años, en la presentación de su libro "La puta de Babilonia", Fernando Vallejo acudió a la Universidad Autónoma de México acompañado de 14 perros. Y, ante algunas protestas por los ladridos molestos de los canes, respondió: "Déjenlos que ladren, que aquí estuvo Vicente Fox rebuznando seis años y nadie lo calló"


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inguno de los presentes se atrevió a contradecirle. Más tarde aclararía que no había ido allí a presentar su libro sino a defender una causa, la de los animales, por los que muestra, de lejos, más aprecio que por los humanos: los perros de la calle fueron los destinatarios de los 100.000 dólares del premio Rómulo Gallegos que obtuvo por su novela "El desbarrancadero". Y esa cruzada casi obsesiva tiene en su punto de mira a la Iglesia, frente a la que no ahorra improperios. Provocador y polémico, Fernando Vallejo nació en Medellín en 1942 y vive en México desde 1971. «Cuando reeligieron a Álvaro Uribe, descubrí que Colombia es un país imbécil», declaró al renunciar a la nacionalidad colombiana para adoptar a México como su nueva patria. Y agregó que el mandatario colombiano –embarcado en un escándalo por sus vínculos con grupos paramilitares– «es un histérico, gritón y llorón, que no puede ni con su alma». Vallejo acudió a Buenos Aires para presentar su novela, y, sin duda, para defender su causa con su tradicional estilo, ácido y perturbador. Esta entrevista, realizada en un elegante hotel frente al cementerio de la Recoleta, no es la excepción. Con todo, Vallejo arroja sus misiles siempre con un tono amable, casi tierno.

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¿Qué cuentas pendientes se quiso cobrar con «La puta de Babilonia»? Escribí un libro para decir que iba a cobrar unas cuentas pendientes y nunca dije cuáles. Son de dos tipos: una es personal, que me dañasen la infancia hasta donde pudieron con la amenaza del infierno y de la condenación eterna. Esas son cuentas personales, peque-

ñas, que ya olvidé. La cuenta grande conmigo es el desprecio que ha tenido la Iglesia, el cristianismo entero, por los animales. Ésa es mi causa, que voy a defender mientras viva. La Iglesia es la culpable de este desprecio por los animales de todo Occidente, la considero mi enemiga. Cristo nunca vio a los ani-

innecesaria. Fue educado por los jesuitas, una de las sectas más viles de la Iglesia Católica junto a los dominicos, que fueron los más asesinos, los que dirigieron la Inquisición, esa institución monstruosa, torturadora, perseguidora y asesina, al servicio del Papa, siempre, como unos arrodillados del autócrata de

males como sus prójimos, porque a Cristo –que para empezar no existió, el Cristo de los Evangelios, el de la Iglesia– no le dio su almita pequeñita para ver que los animales eran nuestros prójimos. Entonces llegué a la conclusión de que mi causa en defensa de los animales tenía que ir ligada a la denuncia de esta empresa criminal que es el cristianismo, y, en concreto, la Iglesia Católica que es una de las grandes plagas que tenemos que padecer en América Latina.

Roma. Es una de las sectas más viles, ahora reemplazada por el Opus Dei, la secta de Escrivá de Balaguer, aún más vil: cazadores de herencias, estafadores de viudas, cartujos, los cartujos del Opus Dei.

¿Entonces tenía razón Voltaire cuando dijo que la Iglesia Católica no ha hecho más que daño a la humanidad? Sí, Voltaire era un magnífico escritor y un magnífico prosista, un hombre lúcido, pero que curiosamente no era ateo. Sostenía que el universo lo había creado una entidad superior que llamamos Dios. Es decir, no había dado el paso siguiente a prescindir de esa identidad inútil,

¿Qué opina de la postura del Papa acerca de «la vuelta al continente de ideologías que parecían superadas» y su defensa de la evangelización en Latinoamérica? Es una burda mentira que le quieren hacer tragar a todo un continente. Los conquistadores españoles y portugueses vinieron aquí a imponer la religión de Cristo por la sangre y por la espada y a arrasar con todas las civilizaciones de los indígenas. Y ahora, este travestido tiene el descaro de venir a decirnos que estaban esperando a Cristo, ¡qué iban a estar esperando a Cristo! Con el mismo descaro estuvo hablando la Iglesia durante siglos de la esclavitud volunta-


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ria, pero ¿quién se puede declarar esclavo de otro voluntariamente? El Papa es un hombre absolutamente desvergonzado que puede mentir a la diabla como si lo que tuviera enfrente fuera un rebaño imbécil, como ese rebaño imbécil que siempre ha pastoreado y cree que seguirá pastoreando. Pero la Iglesia Católica está perdiendo fuerza... Está perdiendo fuerza frente a las sectas protestantes que son iguales que ellos, unos limosneros hipócritas, entonces estamos saliendo de Guatemala para caer en Guatepeor. No tiene ningún sentido que dejemos una institución monstruosa como la Iglesia Católica para caer en otras instituciones monstruosas como las sectas protestantes. Limosneros todos ellos, parásitos de la sociedad que hay que proscribir. ¿Por qué escribe, además de para molestar a los hipócritas? Bueno, escribo para molestar a los hipócritas, ésa ha sido la razón mía hasta este último libro. Éste es distinto, lo escribí porque la defensa de mi causa animal está ligada a la denuncia del cristianismo en concreto y, más en general, de las religiones semíticas, del judaísmo y el mahometismo. Como no las pude separar, tuve que enfrentar la pelea contra la Iglesia Católica y denunciar su pasado criminal. La católica, en especial, porque es una de las tres variedades del cristianismo que nos tocó por mala suerte a nosotros en América Latina. Ha reconocido que, hoy por hoy, «no lee una novela ni loco», y que la mayoría de los escritores, como Mario Vargas Llosa, no saben escribir. ¿Por qué cree que lo deberían leer a


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usted? Lo de Vargas Llosa lo podríamos aclarar así: si vamos al asunto técnico del escritor, comparado con los grandes prosistas de la historia, como Manuel Mújica Laínez, Vargas Llosa es un prosista menor, un novelista de tercera persona, que es el camino más trillado de la literatura, el que se recorrió todo el siglo XIX y que no tiene, a mi modo de ver, ningún sentido. Un novelista en tercera persona omnisciente y, para colmo, le ha dado últimamente por novelar personajes de la vida real, como el dictador Trujillo en «La fiesta del chivo». Yo he escrito dos biografías de poetas colombianos. La biografía es un género menor de la literatura, pero la biografía novelada es un género miserable, insignificante. Trujillo es un gran personaje para escribir su biografía, es un monstruo. Pero su biografía estricta, no su biografía novelada. La biografía nunca será un gran género. Y la novela yo la entiendo en primera persona, nunca en tercera. Pero a mí no tienen la obligación de leerme, y tampoco le recomiendo a nadie mis libros. Ha manifestado en más de una ocasión que «no vinimos a este mundo a quedarnos, vinimos a pasar como el viento y a morir», ¿no es justamente eso lo interesante, que en algún momento se acabe? Sí, evidentemente, lo interesante es que se acabe, pero vivir es muy difícil y morirse también. Ninguna de las dos cosas es fácil. La vida es una desgracia y la muerte es otra. Una desgracia cura la otra, pero así es. Y del suicidio, ¿qué piensa?, si la vida es una desgracia... Ocurre que existen muchas formas de suicidio. Uno se puede suicidar pegándose un tiro, tomándose un veneno o


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vamos a volver todos, ¿para qué este paso inútil por la vida que es doloroso, terrible y degradante?. Hace un tiempo declaró a los medios que se retiraba de la literatura, pero parece estar lejos de ese momento. Sí, dije que no iba a escribir más, pero después de eso escribí un libro que tenía pendiente que es «Mi hermano el alcalde», una novela como las mías, que no se sabe si son verdad o son invento, y después este ensayo sobre la Iglesia, mejor dicho contra la Iglesia. En reali-

cortándose las venas, o insultando a Mahoma y Alá... Una de las grandes razones que tiene la gente que pertenece al catolicismo es pensar que está cumpliendo con el plan creador de Dios. Así todo tiene sentido dentro de ese planteamiento: si vivimos para cumplir ese plan de Dios podemos tener hijos para que vivan para lo mismo. Pero Dios no existe, ¿dónde está?, ¿qué es eso que llaman Dios? Es una palabra muy vaga, un conjunto de vaguedades pantanosas. ¿Cómo puede ser bondadoso quien nos impone el dolor de la vida, la enfermedad, la muerte, pudiéndonos dar la felicidad? Como explicación del universo es una palabra que no explica

nada puesto que no lo entendemos. Y como tesis moral, es inmoral, porque no es bueno quien impone la muerte, la enfermedad, el que impone que unos animales se coman a otros, el que impone la guerra de la naturaleza, el que nos llena de inundaciones, de maremotos, de hambrunas, de terremotos, de la granujería de los políticos. No tiene ningún sentido, entonces la humanidad se hace ilusiones de que aferrándose a la palabra de Dios le da sentido a lo que no lo tiene, y cree que por eso ya tiene el derecho a disponer de la vida de los demás. Nadie tiene derecho a imponerle la existencia a los otros, el que está en la paz de la nada, déjenlo ahí, que total allá

dad, acá sobre y contra valen lo mismo, porque un libro sobre la Iglesia forzosamente tiene que ser contra la Iglesia, salvo que se esté haciendo propaganda mentirosa en su favor que no le llega ya a nadie. Pero, por fortuna, ya estoy en edad de retirarme, y ahora que le declaré la guerra no sólo a la Iglesia sino también a los musulmanes, que son la horda asesina de Mahoma, pues me sacarán rapidito del planeta. Cada vez aprovecha para pegarle a la Iglesia… Sí, porque mi causa en defensa de los animales me llevó a desenmascarar a esta institución monstruosa que preten-


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la luz del sol; su vida es un infierno. Son las terribles fábricas de carne en las que hemos caído, en las que caerá la Argentina y todo el mundo, pero ¿qué podemos esperar de un país educado por la Iglesia Católica, con una venda moral que no se le cae de los ojos? Toma mucho tiempo quitarse esta venda. La inmensa mayoría de la gente no se la quita nunca, con ella nace y con ella muere. A veces se la ponen desde que nacen, desde que los bautizan. Yo me la quité después de buena parte de mi vida, no puedo pretender que los demás se la quiten de un momento a otro. Para mí, criar una vaca para acuchillarla en un matadero es un crimen monstruoso, como un homicidio, no hago diferencia. de ser la defensora de la moral de nuestras sociedades en América Latina, pero si hay algo que no tienen es moral, con un pasado manchado de sangre, una institución de parásitos que están viviendo de limosnas y que va a seguir viviendo de esto, para que este homofóbico de Roma –y a lo mejor homosexual, todo indica que es homosexual, estamos teniendo una racha de Papas homosexuales que nunca se había dado en la Iglesia, antes eran todos mujeriegos– esté viajando en jet privados ¿Por qué? ¿Por qué viaja en jet privado? Si la inmensa mayoría de la humanidad no puede ni tomar un camión o viaja a pie, ¡que camine! Si va a recorrer el mundo que lo recorra caminando. Que el cardenal Bergoglio acepte debatir sobre estos temas conmigo en público, lo he invitado

en todos los medios a que se presente, si acepta, lo haremos en un seminario con un público favorable a él. ¿Es consciente de que está defendiendo la causa animal en el país de la carne? Evidentemente criar a una vaca para comérsela es una monstruosidad, porque la vaca es un mamífero que está muy cerca de nosotros, es un animal que tiene un sistema nervioso muy complejo, que siente terror cuando la van a acuchillar. El crimen contra las vacas en Argentina es menos grave que en Europa y que en Estados Unidos porque aquí por lo menos están libres en el terreno inmenso que tiene este país para criarlas. En Europa las tienen enjauladas, como a los pollos, que nacen, viven y mueren en unas jaulas miserables sin ver

¿Qué le respondió a la gente que lo criticó por haber donado los 100.000 dólares del premio Rómulo Gallegos a los perros de la calle y no a los pobres? Que yo con mi plata hago lo que quiero. ¿Para los niños pobres? Para eso está el Papa Benedicto, para proteger a los pobres. Cuántos millones y millones de niños nacieron que se podrían haber evitado, ¿cuántos nacieron con SIDA en África, donde tanto predicaron en contra de los preservativos? Yo les dejo a ellos todos los niños abandonados. Donar para los pobres es una alcahuetería. El ser humano tiene la inteligencia para saber que no se tiene que reproducir y, si no tiene dinero, con mayor razón. Si está desempleado y no tiene dinero, ¿para qué va a traer niños a este mun-


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do? Los animales se reproducen porque no pueden disociar, lo hacen mecánicamente. ¿Por qué estos reprimidos sexuales hipócritas les quieren imponer su represión a los demás? Si la vida ya es bien miserable de por sí. No hay que seguir engrosando el rebaño carnívoro. La pobreza suele ir acompañada de falta de educación... La pobreza va acompañada de falta de educación pero también los ricos se reproducen igual. Mi prédica va contra ambos, pobres y ricos. Lo mismo da traer a un niño rico o a un pobre a un planeta superpoblado, atestado de gente, traerlo para que se coman los animales, no puede ser, es una inmoralidad. A los pobres habría que educarlos en la responsabilidad. En ciudad de México se peleó contra viento y marea por la ley de interrupción del embarazo antes de los tres meses, es una gran bofetada que se le dio a la Iglesia, que por supuesto se opuso. Hablando de muertos y violencia, ¿el conflicto se resuelve con el diálogo o con la fuerza? La única solución que tiene Colombia es que desaparezcan los 44 millones de colombianos. La violencia no tiene solución. Hay problemas insolubles. El problema de Israel con los palestinos es un problema insoluble, el de la sobrepoblación de la Tierra también lo es. Estamos llenos de problemas insolubles que venimos arrastrando. Una buena parte de la población está desempleada y se siguen reproduciendo como animales, destruyendo la naturaleza, atropellando a los animales. En Europa, en Estados Unidos, en el primer mundo, en el segundo, en el tercero… Es un problema planetario, ya no hay lugar, no hay posible solución. •


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Nombrepersonaje

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Yelena K. Sayko

State of Ache


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DONALD RAY POLLOCK

LA CARA AMABLE DE LO INSOPORTABLE Texto: Rubén Martín Giráldez • Imágenes: Kevin Mears / David Cauquil Lo escabroso y lo chocante, aprendemos con Pollock, tienen que ver con una cierta idea de lo dinámico y lo divertido: es una de las formas de hacer avanzar los relatos. Ahí está el gran logro de su Knockemstiff: puede leerse en esa clave sin que la perversidad provenga del narrador y ningún cuento está puesto al servicio de ideas


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L

o habitual y lo que podrá encontrarse sin apenas esfuerzo electrónico es una cierta clase de entrevista que se acerca al autor de “Knockemstiff” por el camino correcto, recorriendo la senda indicada por él con su manera de hacer, o con su manera de decir en prosa. La ironía está suspendida por completo en lo que digo, lo prometo, pero, ¿por qué no intentamos llegar por medio de una excursión a través del camino equivocado? Usemos un poco de pas savoir faire, si eso existe. Pocas personas serán más adecuadas para hacer este intento de entrevista sobre hielo que Don Pollock, un escritor que descubre que lo es casi a los cincuenta años de edad. El camino limpiado a medias por el autor y los lectores que nos han precedido ya no es suficiente. Hablemos con más claridad. ¿Qué opina de la juventud como tema literario, como materia inevitable para el escritor que escribe sobre humanos? Flannery O'Connor decía que cualquiera que hubiese vivido lo suficiente como para alcanzar la adolescencia (creo que era algo así) tendría material de sobra para escribir durante el resto de su vida. Y, aunque

“Prestaba mucha más atención a las cosas y me sentía más vivo de joven que ahora” “Supe pronto que a muchos no les iba a gustar el tipo de cosas sobre las que escribo”

no estoy seguro de que esto aplique en todos los casos, sí que soy consciente de haber prestado mucha más atención a las cosas y de haberme sentido más vivo cuando era joven que ahora, y eso, por supuesto, tiene que ver con una especie de hastío y desencanto que se apodera de nosotros a medida que nos hacemos viejos. No creo que se deba únicamente a la enorme cantidad de material que se puede extraer de esos primeros años, sino al hecho de que muchos escritores están siempre mirando atrás, hacia ese momento concreto de sus vidas, suspirando, lamentándose por que haya acabado, y, de esta forma, consiguen que esa época acabe convirtiéndose en algo acerca de lo que sienten que deben escribir. Su trabajo en el matadero y en la fábrica de papel (conduciendo el camión de las cenizas) ¿ha marcado en algún aspecto su manera de trabajar la literatura? Me pasé unos treinta y tres años (treinta y dos de ellos en la fábrica de papel) desempeñando trabajos de operario. Así que, si eso no me hubiese influenciado —en cuanto a material para historias, lenguaje, tendencias de clase, arrepentimientos, etc.— no sería escritor. Para un escritor todo acaba siendo una influencia, aunque supongo que es normal no darse cuenta en el momento: la gente con la que te encuentras en el Wal-Mart, la carretera de dos carriles por la que tienes que conducir para evitar la monotonía de la interestatal, el gato callejero al que alimentas en el porche trasero, etcétera. Como dicen muchos,


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antes de que el joven escritor se gradúe o escriba su primera novela debería, por ejemplo, pasar, como mínimo, un año o dos vendiendo zapatos o trabajando en un local de comidas rápidas. Ensúciate las manos primero y tal vez te salves de escribir esas chorradas ombliguistas. ¿Cómo sería un libro de relatos con personajes que han logrado salir de Knockemstiff? Fuera de ese radio de acción, ¿sería posible una narración luminosa o caería en el cinismo? Hasta donde yo sé, las curas geográficas no funcionan con la mayoría de las personas. Puedes llevarte a un borracho de Ross County a la puta China que lo más probable es que siga teniendo un problema con el alcohol. Todas estas personas sueñan con huir de la hondonada porque piensan que sus vidas serían mejores si viviesen en cualquier otra parte. Les ocurre lo que a esos que creen que solo se puede ser feliz con una casa más grande o con el último teléfono móvil. No se dan cuenta de que el 90% de esa felicidad que persiguen solo puede proceder de su interior y que la mayoría de sus insatisfacciones se las crean ellos mismos. Sé que suena a mierda barata, como un sermón colgado en la pared de la abuela, pero he llegado a la conclusión de que es verdad, al menos en mi caso. Así que, aunque una narración luminosa siempre es posible, dudo que dependa de si huyen o no de aquel lugar. Parece claro que la situación desencadenaría en usted el humorismo, pero ¿qué cara del


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humor? ¿La cara amable de lo insoportable? La verdad es que no tengo ni idea. No suelo calcular nada, salvo en contadísimas ocasiones, de modo que no puedo dar una respuesta honesta a la mayoría de preguntas del estilo “qué pasaría sí”. Dicho esto, espero seguir usando el humor en mi trabajo en la medida de lo posible, aunque no sea un humor ligero, ñoño o lo que sea. Da la sensación de que para reírse, en Knockemstiff, uno debe ser nativo del lugar o saber ponerse en ese papel. Su fuerza no está en lo chocante, creo, sino en algo que parece surgido en negociaciones difíciles de confesar entre el autor y sus personajes. En primer lugar, no encuentro que el libro sea tan chocante. Si lees cualquier periódico, podrás encontrar cosas bastante más chocantes en el día a día del mundo real. Un maníaco asesina a 33 jóvenes en Noruega, sólo para intentar imponer sus tendencias políticas.

Probablemente alguien asesine un niño en América cada día. Cuando la gente está viendo este tipo de cosas en las noticias a diario, no entiendo cómo un escritor puede resultar chocante con su ficción, aunque presumo que será la demostración del poder de la Literatura. En mi opinión, la fuerza del libro, si es que la tiene, radica en mis esfuerzos por retratar a estas personas con honestidad y sin una gota de sentimentalismo. Con la traducción de su libro y teniendo en cuenta que no lo leeremos en el idioma en que sucede, ¿cree que el extrañamiento es doble o, al contrario, la violencia del impacto es menor que la que pueda sentir un norteamericano viendo retratados así a hombres y mujeres cercanos? Bueno, para empezar, creo que lo correcto es decir que el libro es extraño, más que chocante. El libro está plagado de gente estrafalaria y situaciones

“La fuerza del libro, si la tiene, está en retratar a esta gente con honestidad y sin sensiblerías” “Ensúciate las manos primero y tal vez te salves de escribir esas chorradas ombliguistas”


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estrambóticas. En cuanto a que en España la reacción sea distinta a la de aquí, no sé hasta qué punto puede importar. Por poner un ejemplo, a muchos norteamericanos les resultó chocante la novela “Las Benévolas”, de Jonathan Littell, sobre un oficial de las S.S. ¿No fue parecida la reacción en Europa? De todos modos, no estoy en condiciones de valorar la fuerza de la traducción porque (y odio tener que admitir esto) mi español no es tan fluido como para poder leerlo. Si le prohibiesen usar el humor, ¿dejarían de ser sus argumentos negros, obscenos o violentos? Dudo que eso supusiese la menor diferencia. Siempre he visto el mundo como un lugar triste y atormentado, ha sido así durante la mayor parte del tiempo, y todo el humor que seas capaz de encontrar en esta vida te ayudará a superarlo. La novela que acabo de publicar este verano, “The Devil All The Time”, tiene muy poco humor, pero sigue siendo un libro oscuro y descarnado. ¿Cree que habrá lectores a quienes su crudeza habrá destruido varias ocasiones de empatía a lo largo del libro? No sé si escribe con la conciencia de estar restringiendo la respuesta de su público a medida que toma una u otra decisión sobre la trama. Al cabo del día, yo creo que el escritor ha de caer en la cuenta de que no puede gustar a todos por igual. La crudeza de la que hablas está ahí porque la vida es, a menudo, muy jodida, y no soy de esa clase de personas a las que intere-

sa escribir cuentos de hadas e historietas con final feliz. No me malinterpretes, creo que hay un lugar para esas historias, pero no seré yo quien escriba sobre ellas. Quiero decir que hay gente que llega a casa tan jodida y cansada de sus vidas que sólo buscan hacerse un ovillo leyendo algo agradable y facilón. Como todas esas películas felices que se hicieron durante la Gran Depresión: aunque la mayor parte de ellas fue pura bazofia, ayudaron a mucha gente a recuperar su buen humor, sirvieron como bálsamo para las miserias que arrastró consigo una economía putrefacta. Esa trama parece precisamente impulsada en desnivel por las elecciones de la prosa. No creo que haya un plan lleno de exactitudes en el origen del libro. Los personajes están vivos para poder estar generosamente jodidos. Soy el primero en reconocer que el libro es un pelín tendencioso, y que en él no se reflejan los aspectos más dulces y amables de Knockemstiff. La mayoría de la gente, de todas formas, está un poco jodida, aunque no se dé cuenta o se niegue a admitirlo. Leí hace poco en las noticias de internet que un gran porcentaje (una cifra importante que no consigo recordar ahora, puede que el 50%) de los europeos son enfermos mentales. Si esto es así, imagino que aplicará para toda la civilización occidental y probablemente también para la de Oriente


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Próximo. Aún así, soy consciente de que tal vez me detenga demasiado en lo problemático y eso nos lleva a esas irregularidades de las que hablas. ¿Y no se siente responsable de desolar así a niños y mayores? ¿No hay posibilidad de confortar de alguna manera a la Chica de las Barritas de Pescado o a Vernon escribiéndoles unos párrafos de vida menos... bajo cero, menos extremos? Bueno, desde luego, en la ficción siempre existe esa posibilidad. Podría haber hecho que les tocase la lotería, o haberlos convertido en estrellas del porno, o retirarlos a un monasterio. Como sea, preferí ser honesto antes que dar de comer al lector un montón de merengue. No creo que la mayoría de vidas acaben tan felizmente. Si no me crees, vete a cualquier residencia o centro asistido y mira a tu alrededor, a todas esas personas que han tenido la “fortuna” de haber vivido lo bastante como para que las llevasen allí. Por otra parte, si lo piensas, existen millones de casos de personas reales en el mundo bastante peores que el de la Chica de las Barritas de Pescado. Encuentro en los 18 cuentos del libro gente que es decididamente «carne de extra» como personajes y que, sin embargo, está claro que viven en spin-off en los fuera de plano de la narración. ¿Está buscado? ¿Tienen historia y vida autónoma algunos de estos secundarios? ¿Volveremos a leer sobre ellos? Hank, el chico del almacén, hace un par de apariciones en el nuevo libro. Habrá muchas oportunidades para que algunos personajes de mis libros vuelvan a

“No soy de esos a los que les interesa escribir cuentos de hadas e historietas con final feliz” “Aunque no se dé cuenta o se niegue a admitirlo, la mayoría de la gente está bastante jodida”


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aparecer, porque lo más seguro es que fije Ohio como escenario de ficción. Me gusta intentar conectar así los libros, en lugar de volver a colocarlos a todos en la misma escena. En España algunas reseñas alaban el libro, pero puntualizan que “Knockemstiff” es una suerte de convención literaria, que debemos entenderlo como una exageración buscada, un espacio irreal. ¿No le parece, de alguna manera, ofensivo este empeño en ver en las cosas únicamente lo que se quiere ver? Desde luego que me intereso en saber si a la gente le gusta o no el libro, pero no hasta el punto de encontrar ofensivas las opiniones desfavorables. Me di cuenta muy pronto de que a muchas personas no les iba a gustar el tipo de cosas sobre las que escribo, y eso está bien. También hay un montón de libros por ahí que no me gustan. Si un escritor intenta contentar a todo el mundo, probablemente conseguirá no gustarle a nadie. Limítate a intentar escribir la historia que quieres contar. Es mejor que el escritor no se preocupe demasiado por esas cosas. ¿Se siente cómodo con definiciones como novela negra rural o gótica? Desde luego. A veces, la gente necesita clichés para empezar una conversación y esas etiquetas son tan buenas como cualquier otra. Además, creo que algo como novela negra - rústica - gótica describe estupendamente el trabajo que he hecho hasta ahora. De todos modos, a los lectores a los que desmotivan descripciones como negra rural o gótica probablemente tampoco les gustaría mi trabajo.

¿Qué prepara después de la novela publicada en Doubleday? Estoy trabajando en otra novela, pero aún estoy con el primer borrador. Sólo puedo decir que la acción tiene lugar en 1918 en Ohio, aunque creo que debería mantener mi boca cerrada. ¿Ha considerado la idea de escribir una autobiografía en algún momento? Mi vida no ha sido tan interesante, así que no, la verdad es que no, aunque soy consciente de que continuamente se están publicando memorias de personas que no han hecho absolutamente nada que merezca ser contado. Por ejemplo, la hija de Sarah Palin ha escrito una, y su ex-novio está haciendo lo mismo. Esto ocurre porque estamos obsesionados por la gente famosa, pero sigo sin encontrar respuesta cada vez que intento entender cómo alguien puede perder su tiempo leyendo semejantes estupideces. Por otra parte, hay que tener en consideración el factor sinceridad: si no vas a ser honesto, algo realmente duro cuando tienes que hablar a los demás sobre tu vida, entonces, ¿para qué molestarse? La mayoría de los que escriben sus memorias –George W. Bush y Dick Cheney son ejemplos recientes– tienen sus egos tan hinchados o sus agendas son tan secretas que es imposible que hablen sobre ellos mismos con sinceridad. En lugar de desnudar sus almas, sólo intentan justificar sus cagadas, jugando al juego de repartir culpas, prolongando sus mentiras en un último intento por limpiar su imagen.


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ARTHUR CRAVAN

Un dandy contra la vida Texto: Miguel Sanfeliu โ ข Ilustraciones: Renaud Perrin Le dieron demasiadas hostias boxeando. Jack Johnson casi lo mata. Lo dejรณ K.O. tan rรกpidamente que muchos espectadores quisieron que les devolvieran el dinero de la entrada


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Arthur Cravan

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al vez no fuera un auténtico boxeador. Tenía cuerpo de boxeador, desde luego, medía dos metros y pesaba más de cien kilos, pero también quería ser poeta, ¿no es eso un poco contradictorio? Hay cierta poesía en el boxeo... La poesía de la sangre y el dolor, tal vez. Trabajó como boxeador en un circo, retando al público. Eso no parece muy poético. Lo cierto es que trabajó en muchas cosas. Era un tipo extraño. Sí, bastante extraño. Uno de esos tipos que han ejercido múltiples trabajos, que se han reinventado a sí mismos. De hecho, se ha reinventado tanto que ahora no hay forma de estar seguros de cómo era el auténtico Arthur Cravan. Ni siquiera parece cierto que fuera pariente de Oscar Wilde. ¡Sobrino nada menos! Su nombre real era Fabian Avenarius Lloyd. Su padre era hermano de Constance Mary Lloyd, esposa de Wilde, así que parece que este dato sí es cierto. Por cierto, Constance Wilde también escribió un libro de cuentos para niños titulado “Érase una vez”. Quizá su interés por la literatura era una cuestión genética. Algo más debía tener en la genética. La poetisa Mina Loy, le llamaba “Coloso”. Y cuentan que, mientras estuvo en Berlín, se le podía ver paseando por la calle con cuatro prostitutas sobre sus hombros. ¿No es eso un poco exagerado?

Todo es exagerado en la vida de Arthur Cravan. Y a él le gustaba que así fuera. Aprendió a luchar también con las palabras, a mostrarse irónico, cruel, al estilo de Oscar Wilde, podría decirse. En el texto en el que narra su visita a André Gidé se puede leer lo siguiente: “Unas vidrieras, que me parecieron de pacotilla, dejaban caer la luz sobre un escritorio donde se abrían unos pliegos recientemente manchados de tinta”. ¿Se puede ser más cabrón?

Jack Johnson, en 1909.

Todo es exagerado en la vida de Arthur Cravan. Y a él le gustaba que así fuera En Berlín se le podía ver paseando por la calle con cuatro prostitutas sobre sus hombros


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Se vengó de Gidé por no haber defendido a Wilde en el juicio contra su homosexualidad Jamás había visto a Oscar Wilde, nunca tuvo contacto con él y, sin embargo, lo admiraba y lo defendía con pasión. De hecho, ese texto contra Gide fue una especie de venganza, ya que Gidé no salió en defensa de Wilde en el juicio contra su homosexualidad y, además, se atrevió a decir que Wilde no era un gran escritor. Arthur Cravan adoraba la figura del escritor; de Wilde en particular, pero del escritor en general. De hecho, su mayor obra es él mismo, su pose de intelectual, de dandi, su impostura y su arrogancia, su excentricidad y su cruel ironía, su malditismo y su ociosidad. Su obra son los cinco números de la revista “Maintenant”, que él mismo escribió íntegramente, utilizando distintos pseudónimos según el artículo o el poema. William Cooper, Edouard Archinard, Robert Miradique, Marie Lowitska… ¿Todos son Cravan? Todos sin excepción. Y aún va más allá. A Edouard Archinard se refiere como uno de sus amigos en el texto “La exposición de los independientes”. Uno de sus textos más demoledores e insultantes. Guillaume Apollinaire le mandó incluso a sus padrinos para retarlo en duelo. Él incluyó unas aclaraciones en su revista. Las presentaba como rectificaciones pero eran dardos venenosos. Escribió: “Monsieur Guillaume Apollinaire no es en modo judío, sino católico romano”. Y también: “Cuando digo, al hablar de Marie Laurencin: «A ésta le vendría bien que le levantaran las faldas y le metieran una gran... en alguna parte...»,


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quiero que en lo esencial se lea literalmente: «A ésta le vendría bien que le levantaran las faldas y le metieran una gran astronomía en el teatro de Verietés»”. Y también: “Al haber tratado (...) a madame Suzanne Valadon de vieja zorra, quiero advertir al público que, contrariamente a mi afirmación, madame Suzanne Valadon es la virtud misma”. Se zafa y golpea. Juego de piernas. Da vueltas en el ring. Escribía el sólo todos los textos de su revista y luego la transportaba en un carro de frutero y la vendía personalmente. Había quien la esperaba con ansiedad. Cravan estaba anticipando los movimientos surrealistas. Su poema “Notas” está considerado como uno de los antecedentes más claros de esos movimientos. Incluso se autoproclama como el inventor del prosopoema: un texto en prosa que va transformándose en poesía a través de la musicalidad de sus frases. Pero destaca su labor de polemista, de eso no hay duda. Cuando estalla la guerra decide que es un buen momento para marcharse, ¿no es cierto? Adiós, París. Consigue el dinero del pasaje gracias, precisamente, al combate con Jack Johnson. Abandona Europa y abandona a su mujer Renée. Y resulta que viaja en el mismo barco que León Trotski, con quien conversa. Ya es casualidad. Trotski lo recuerda en sus memorias. En Nueva York duerme en Central Park. Y frecuenta los círculos literarios en los que se encuentra Duchamp y Man

Su obra son los 5 números de la revista “Maintenant”, que él mismo escribió íntegramente Abandonó Europa y a su mujer Renée. Y coincidió en el mismo barco que León Trotski


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Invitado a dar una conferencia en Nueva York se presentó borracho y empezó a desnudarse

Ray entre otros. Y entonces es cuando le invitan a dar una conferencia y se presenta borracho y empieza a hacer un striptease. Mientras se desnuda emite un

sonido como de sirena. 19 de Abril de 1917. Seguramente les quería enseñar sus nalgas de paisajes sentimentales. Y lo metieron unos días en la cárcel por

escándalo público. La prensa dijo, con mucha guasa, que el artista había decidido terminar su intervención en Sing Sing. Menudo personaje. En Nueva York conoció a su gran amor. Mina Loy, la artista inglesa. Pintora y poeta. Quedó prendado y la persiguió sin tregua hasta que ella no tuvo más remedio que rendirse, le dio el coñazo sin compasión. Un tipo excéntrico, carente de escala de valores, entregado a la ociosidad, empeñado en huir del tedio, sin vergüenza ni decoro, que aparecía cuando menos lo esperaba, siempre dispuesto a dar la nota y hacerla reír. Vive con furia. En su mente bullen ideas que se relacionan y cortocircuitan. Sus ojos ven el mundo de un modo muy particular, diferente a como lo ven todos los demás ojos del mundo. Y Cravan se lleva a Mina a México. Dispuestos a labrarse allí un porvenir y a amarse para siempre. Representaciones teatrales y clases de boxeo no son suficientes para sobrevivir y deciden volver a marcharse. A Buenos Aires en esta ocasión. Primero iría Mina y luego la seguiría Arthur, en un velero. Y aquí es cuando el hombre se convierte en leyenda. Arthur Cravan desapareció en el mar. Nunca llegó a su destino. Y surgieron las más disparatadas hipótesis. Y se especuló con la posibilidad de que no hubiera muerto. Hubo quien afirmó que había sido visto en París muchos años después de su desaparición. Siempre hay locos dispuestos a dar la nota. •


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Texto: Alicia L. Alonso • Imágenes: Sherif AL-Saady Llegamos a El Cairo una cálida noche otoñal. Éramos dos personas corrientes, con sendos empleos mediocres, con una vida articulada y planificada sin apenas misterio, como un crucigrama a medio rellenar. Por eso elegimos Egipto. Creíamos escapar de la realidad, y en El Cairo nos dimos de bruces contra ella


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El Cairo

90 METAGUÍA

V

iajábamos huyendo de los grupos organizados y las masificaciones turísticas, con un sólo contacto apuntado en la libreta: Asim, el hombre que nos recogería para llevarnos al hotel. Tras la larga cola del visado y las maletas, esquivando marabuntas de turistas y agentes con sus pancartas de hoteles Resort con nombres de pirámides y faraones, le vimos. Alto y delgado, con un tupido bigote, sobria galabeya blanca y la mirada perdida en un lugar mucho más allá de aquel gentío. Su cartel: “Windsor Hotel”. Nadie le rodeaba expectante ni le preguntaba nada. Asim, a sus más de sesenta, trabajaba en el Windsor como chofer, recepcionista, ascensorista y chico para todo. Se comunicaba con sutiles niveles de sonrisa que variaban entre triste y cordial, y con una economía de frases en inglés, español o francés sorprendentemente correctas. Atardecía mientras recorrimos carreteras y autopistas bordeadas por edificios de viviendas semiconstruidas, fábricas, polígonos y pequeñas urbanizaciones. El tráfico crecía en congestión a medida que nos acercábamos a la ciudad, que se abría como una marea de cemento y polvo y se iba extendiendo en altura y densidad a la vez que nos adentrábamos en sus abarrotadas calles. Apenas veinte kilómetros recorri-

dos en dos horas que casi se volatilizaron, a paso de caracol, las ventanas abiertas dejando entrar con la leve brisa el espectáculo de la vida cairota: los pequeños comercios y cafés abarrotados, la gente moviéndose entre el tráfico casi parado, los carros, los burros impávidos al lado de la calzada respirando el humo negro de los coches, un batallón de luces, ruido, polvo, olores y música. A medio camino, un enorme disco anaranjado empezó a descender en el horizonte, tiñendo de rojo los miles de edificios y cúpulas, y de violeta el cielo abierto. “Esto es África”, dijo Asim al volante, “y ese es Ra en su carro de fuego, entrando en el país de los muertos”. El viaje al fondo del mito. Era ya de noche

“ La hostilidad de la vida aqui es algo natural”, fueron las primeras palabras que escuché


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El hotel era un compendio de muebles viejos, maderas ruidosas y alfombras descoloridas

cuando paramos frente a la amplia puerta de rejas verdes en el alto edificio colonial del Windsor. Dentro, en la semioscuridad de las lámparas a media luz, nos recibió Samir, el conserje, con una leve inclinación de cabeza y un té caliente. Y el tiempo se paró. Asim nos subió al tercer piso en un ascensor que había visto varios siglos. Nos dejó en nuestra habitación y se marchó con un “good night” apenas audible. La estancia era, como el resto del viejo hotel, un compendio de muebles viejos, maderas ruidosas y alfombras descoloridas, pero limpio y acogedor. Los colchones se hundían y la televisión no funcionaba, y daba lo mismo porque no queríamos estar en ningún otro sitio. Nos

refrescamos un poco, nos cambiamos y nos echamos a la calle. El Windsor se encuentra en una de las zonas más concurridas de la ciudad, cerca de la céntrica y ancha calle Farid, una verbena de luces, escaparates multicolor, tiendas abiertas de par en par aunque la hora se acercaba a la medianoche: pastelerías, jugueterías, tiendas de ropa donde las galabeyas y abayas (las túnicas femeninas) se mezclaban con insinuantes trajes de danza del vientre, túnicas, velos y burkas. Caminamos durante un buen rato, cruzándonos con familias enteras que paseaban entre el gentío, perfumerías desde donde nos hacían insistentes señas para entrar, callejones y aledaños llenos de fruterías y pequeñas trastiendas convertidas en cafés, coches, coches y más coches, un tráfico feroz que se entretejía entre los viandantes. Cruzar la calle era un acto de fe en los demás conductores, y avanzar se hacía a menudo realmente difícil. Al final del camino, agotados y sorprendidos, nos encontramos en la plaza Tahir. Era el final de octubre y era la calma antes de la tormenta, tan sólo tres meses antes de que estallase la bomba de relojería que palpitaba en el corazón de los egipcios, sometidos a un régimen dictatorial y tirano. Jóvenes en parejas y grupos se concentraban en la plaza del Edificio estatal Mogamma, un gran coloso de granito de diseño soviético. En todo el camino que habíamos hecho, la plaza era el único lugar donde uno podía descansar y sentarse. El Cairo es una ciudad tremendamente hostil para el viandante: las aceras, excepto en el centro, son muy estrechas o no existen. A menudo no hay pavimento. Y a menudo hay que robarle un poco de espacio al caótico tráfico de coches, burros, carros, camellos, motos y bicicletas. Pero ya el tráfico


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había disminuido y se podía respirar, a ratos, un amago de aire limpio. En Tahir la gente se relajaba. Había incluso familias cenando, ya de madrugada, con niños pequeños correteando entre sus piernas. Nosotros nos sentamos en un hueco de banco observando sobre el cielo despejado el arco de Tot, el dios de la luna, que en su vuelo dibujaba haces blancos sobre la recia estatua del héroe islámico Omar Makram. Para realmente conocer el alma de una ciudad, hay que pasearla de madrugada. Fue bastante después cuando emprendimos el viaje de vuelta, mientras los tenderos volcaban cubos de agua sobre las aceras y las mujeres vestidas de negro envolvían a sus bebés en breves mantas de lana para tomar el camino a casa, quién sabe dónde. Esta monstruosa ciudad abarca casi quinientos kilómetros cuadrados, con cerca de siete millones de personas repartidas entre ellos, algunas incluso ocupando los cementerios. Todas aquellas personas en retirada, todos aquellos niños –dormidos, acurrucados en el regazo de sus padres, con mejillas sucias arrastrados de las manos– tenían que emprender un viaje de vuelta muy largo, para volver a empezar de nuevo de madrugada. Era una realidad para nosotros cruel, pero que ahí –en el centro del mito, en el lugar eterno– era natural. “La hostilidad de la vida aquí es algo natural”. Esas fueron las primeras palabras que escuché –de mañana, desayunando. Nuestro vecino de mesa, Lawrence, era un viejo neozelandés cojo que había rechazado una plácida jubilación en pos de la aventura. Nos preguntó por qué estábamos ahí, y no supimos qué decirle. Dense cuenta que aún he contado la verdad de nuestro viaje: nuestro viaje no tenía rumbo. Era la búsqueda en sí lo que nos mantenía en movimien-

El Cairo es hostil con el peatón: las aceras, salvo en el centro, son muy estrechas o no existen “A Egipto se viene a sufrir un poco”, dijo Lawrence,“ y a quemarse al sol”

to, pero no sabíamos qué habíamos venido a buscar. “Lo sabréis cuando lo hayáis encontrado”, nos dijo. Su único equipaje, nos contó, era una pequeña mochila que llevaba consigo a todos lados, y su sombrero de ala ancha. Nos reímos con él. Le llamamos Indiana Jones. Nos hicimos pasar por simples turistas, para aliviarlo todo un poco. Pero en su conversación algo pesaba, algo muy profundo, tanto que provocaba inquietud y no poco malestar. “He vivido mucho y sólo tengo esto que me queda: una pierna y mi escasa pensión”. Al decir esto, se subió la pernera de su pantalón caqui para dejar ver una prótesis de plástico. “La vida es el mayor tesoro que tenemos. Lo único realmente valioso que queda al final del camino, al fin y al cabo, es esto: haber estado vivo. La muerte lo anula todo, absolutamente. Hasta volver a empezar, de cero.” Volver a empezar, como Ra en cada amanecer. Y volver a morir cada noche en el estallido rojo de cada amanecer. Lawrence nos acompañó a Giza en un taxi. La mañana se desperezaba en el polvo de la calzada bajo miles de pies, en los minaretes asomándose a la carretera, los jardines tras las verjas, los viejos que ya de mañana se sentaban, al igual que por la noche, a la puerta de los cafés con sus cachimbas y sus dominós. Dejando atrás la ciudad, la altura de los edificios comenzaba a reducirse, había menos coches y más burros, más carros y menos motos. Después más carreteras, infestadas de vehículos, llenas de griterío, hasta que empezaron a marcarse sobre el horizonte las colosales pirámides. El taxista nos ofreció un tour barato, con trayectos entre una y otra pirámide, pero lo rechazamos. “A Egipto se viene a sufrir un poco”, dijo Lawrence, “y a quemarse al sol.” Todo un día paseamos bajo ese sol implacable. Buscando, buscan-


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do. Los turistas y vendedores, guías espontáneos, camelleros y demás oportunistas no dejaban mucho espacio libre, pero por momentos, si uno cerraba los ojos, podía sentir el calor del sol en las pupilas y oler el polvo del desierto, y entonces se podía volar hasta lo más profundo del tiempo. O así queríamos imaginarlo, caminando entre las pirámides y sopesando los milenios. Hicimos cola durante horas para entrar en la majestuosa Keops, avanzando agazapados y en fila india por un interminable y minúsculo túnel empinado hasta llegar a la sofocante Cámara del Rey. Y ahí, a pesar de que lo único que quedaba era un sarcófago vacío, algo impalpable nos hacía estremecer. Si la vida no es más que el camino hacia la muerte, aquí estaba el lugar donde se cerraban los caminos. Lawrence, que lo visitaba por tercera vez, decía que era la falta de oxígeno lo que provocaba esa sensación de vértigo, y aún así le brillaban los ojos. Mi compañero respiraba en silencio mientras se dejaba caer. Y yo, agachada en una esquina, sentía el peso de todo aliviarse con la brevedad de la nada. Otros que hayan estado ahí sabrán expresarlo de otra manera, pero en el fondo siempre querrán decir lo mismo: en Keops hay un eco sordo que te dice al oído que la nada lo es todo, y que la propia vida es un leve fragmento del tiempo. No sé cuánto tiempo pasamos en el valle de las Pirámides. Al atardecer, frente a la explanada de la Gran Esfinge, nos sentamos con Lawrence a ver de nuevo la puesta del sol. Nada puede compararse a esos atardeceres africanos, que veríamos una y otra vez durante nuestro viaje, siempre con el mismo recogimiento. “Nada”, me susurraba mi compañero, “puede evitar el continuo devenir del ciclo de la vida”. La muerte es sólo el principio.


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Lawrence nos dejó al día siguiente, camino a Alejandría. Le despedimos mientras se acomodaba a duras penas en el interior de un taxi con la ayuda de su muleta. Nosotros, aún aturdidos y doblegados por la enormidad de lo vivido, almorzamos en una terraza cercana y volvimos a hacer el mismo camino de la primera noche, caminando entre bocinazos y gritos hasta el Museo Egipcio. Los tesoros que nos esperaban nos llenaron de emoción. Se puede decir que no éramos turistas aunque sí fuéramos extranjeros. Sólo se es extranjero en la propia piel cuando uno aún desconoce quién es, pero nuestro mundo –con su historia– nos pertenece a todos. Los misterios del antiguo Egipto están grabados en nuestro ADN porque son ecos de la humanidad que nos ha precedido. Lo mismo se puede decir de cada uno de los ciudadanos de esta ciudad de esplendor en ruinas. Un esplendor que aún así es rentabilizado hasta el máximo. En cada esquina, en cada momento, alguien intentará venderte algo, enseñarte algo, presionarte de cualquier forma para que compres su tiempo o sus baratijas. Incluso dentro del mismo museo, los aspirantes a guías se agolpaban buscando gente “suelta”, con su envejecida acreditación colgando del cuello y su retahíla de datos memorizados. Huimos de ellos jugando al despiste, escondiéndonos tras los vasos canopos, las momias ennegrecidas de reyes y princesas, las joyas de Tutankamón, los sarcófagos dorados del rey niño, las colosales estatuas de Ramsés. Y así los siguientes días mientras buscábamos nuestra sombra bajo el sol, siempre ardiente, de la ciudad. Asim, con su mirada cansada, nos indicaba por las mañanas el camino a tomar. Nosotros asentíamos nerviosos, como niños


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en un juego escolar, y él asentía con una media sonrisa, dejando ver la marca de su frente. Los hombres fervientemente practicantes del mundo árabe portan con orgullo una marca oscura en la frente, que indica que han golpeado el suelo con la cabeza, rezando, innumerables veces. Es una marca arrugada y amoratada, que en los más ancianos se va pareciendo a una verruga. Asim tenía una como esa y también la tenían Samir, el conserje, y los viejos carniceros del mercado del barrio medieval, en las callejuelas sin pavimento donde se mezclaban las jaulas de gallinas con las cabras y vacas esperando su ejecución. Las mujeres, casi siempre cubiertas, miraban con descaro cuando uno giraba la cabeza hacia otro sitio, pero ocultaban su rostro al ser descubiertas. Y los niños, de ojos enormes y brillantes, te seguían buscando algo dinero o una baratija. Durante días nos siguieron por los mercados, por las calles estrechas que subían a los minaretes, en la Ciudadela de Saladino, en la entrada a las fastuosas mezquitas de Muzattan y en las tiendas de Khan el Khalili bajo las falsas imitaciones del Libro de los Muertos. Cuando no eran los niños de ojos expectantes eran los grupos de colegiales, las familias, la vida cotidiana pasándonos de largo entre las maravillas, y nosotros buscándonos, buscando, perdidos, en la sucesión continua de atardeceres esplendorosos y lentos amaneceres con la primera llamada al rezo desde los cientos de minaretes que pueblan la ciudad. Nos encontramos brevemente, nos volvimos a perder. Pasamos noches paseando a lo largo del Nilo, tomando el té en el Shepherd’s, donde más de cien años atrás Aleister Crowley escribiera el escalofriante “Liber Al”, un tratado

de magia supuestamente dictado por una deidad egipcia llamada Aiwass. Por las mañanas, escapando de los cazadores de turistas, buscábamos rincones nuevos, y siempre nos sorprendíamos. Resucitamos un poquito para morir, cada día, en la humilde experiencia que es la visión de la grandeza. Volvimos a Giza, de noche, bajo el manto de Orión y la mirada febril de las hienas del desierto. Caminamos, avergonzados de nuestra propia intromisión, por la Ciudad de los Muertos y volvimos a verlos, a los niños, a las mujeres esquivas, a los hombres cansados con la marca de su fervor en la frente, poblando los mausoleos y las tumbas que habían convertido en sus hogares. Nos marchamos una mañana temprano, rumbo a otras ciudades donde descubrimos y aprendimos mucho más sobre el infinito ciclo de la vida y la muerte. Pero el Cairo fue el comienzo de todo. Aún seguimos ahí. Yo, aún, aún sigo ahí. Dicen que un viaje es un paréntesis de la realidad, donde el viajero hace un alto en el verdadero camino de su vida para escapar temporalmente de todo lo que le ata a su existencia. En realidad, es al revés: la fabricación de lo cotidiano es tan irreal como los sueños, y es cuando se viaja fuera del tiempo y el contexto de este sueño, a una tierra lejana donde el ser se desmarca de la falsa normalidad que se ha fabricado toda la vida, que uno se enfrenta con su verdadera realidad, con su “yo” desnudo y descarnado, con su destino. Uno viaja a menudo sin saber esto, y a menudo vuelve con la verdad en las manos, palpitándole y llenándole de temor. Todos los viajes son una consecuencia de un camino previamente andado, pero es el viaje lo que da sentido a la vida previamente vivida. Todo lo que hay antes y después sólo vive en la imaginación. •

Resucitamos un poco para morir en la humilde experiencia de la visión de la grandeza Uno viaja a menudo sin saber que se enfrenta con su verdadera realidad, con su destino


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José Luis Abalo

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Texto: Albert Fonollosa • Imágenes: José Luis Abalo Abalo Nómada de sí mismo, a este gallego de segunda generación lo nacieron en Caracas antes de que despertase la década de los sesenta y acabó volviendo a la tierra de sus padres un cuarto de siglo después. Desde entonces se resiste a abandonar el formato analógico, revelando desde el cuarto oscuro la película de la Galicia más auténtica


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ue nadie es profeta en su tierra es una verdad tan cuestionable como cualquier otra. Para creérsela hay que creer primero en profecías y profetas, y hay que tener una noción muy limitada de lo que es la tierra de uno. José Luis Abalo lo tiene más claro. No hay tiempo para monsergas. El tiempo se gana haciéndolo. Haciendo cosas que valgan la pena, que son, casi siempre, las que mejor soportan su paso implacable. A eso se dedica desde hace más de 25 años este hijo de emigrantes vilagarcianos en Venezuela y discípulo de José Alirio en el Instituto de Diseño de Caracas: a detener el tiempo con su objetivo. En su caso, no deja de resultar paradójico que se llame así al conjunto de lentes, del mismo modo en que se puede describir su arte. Porque pronto se detecta que la objetividad es su premisa. Algo que, por cierto, le costó algún disgusto durante su etapa como fotógrafo de medios, de vuelta en España. Su mirada de autor es serena, estática y pura. Sin perder un ápice de retranca (algo que va en los genes de todo gallego, sea de la generación que sea) Abalo busca captar el momento, el alma de las personas, más

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que el movimiento o la acción. Es, por decirlo de alguna forma, un pintor renacentista con una cámara analógica entre las manos. Pasado, presente y un vago futuro se entremezclan en sus imágenes, que han conocido mundo: Sudamérica y Europa ya han acogido varias exposiciones, colectivas e individuales, en ciudades tan importantes como Buenos Aires,

Colonia, Madrid, Caracas o Barcelona, además de todas las capitales gallegas, donde su arte es tan familiar como Galicia misma. Se asomó con crudeza a la catástrofe del Prestige retratando a varios de los voluntarios que participaron en las tareas de limpieza de las costas gallegas después de que el monocasco petrolero vertiese su fuel en lo que será recordado


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como uno de los mayores desastres ecológicos de la década, un trabajo sincero y descarnado que, tal vez por eso, le reportó tantos elogios como críticas. Otros trabajos, como “Cangas-Vigo, Vigo-Cangas”, sobre el transporte de pasajeros en la Ría de Vigo, también fueron publicados por la editorial A Nosa Terra. Desde entonces, trabaja fundamentalmente en proyectos de autor. •

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Galicia

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Micah P. Hinson

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El hijo

pródigo de América Texto: Martina Garea • Imágenes: Gustaff Choos / Álvaro Sanz Desde el corazón de la América Profunda, este muchacho de aspecto desaliñado se ha erigido como una de las revelaciones del folk de los últimos años. Se atrevió con la música y jugó bien sus cartas. Por atreverse, se atreve incluso con la literatura. El hombre de Tennessee es, además, todo un orador


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Micah P. Hinson

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os atiende desde su casa en El Paisono, un pueblecito de Marfa, en el estado de Texas, tras regresar de la gira que le ha llevado por España versionando a los Pixies con los zaragozanos Tachenko. Dice que se siente afortunado, que ha llegado donde está movido por su pasión por la música. Lo cierto es que, a sus 30 años, Micah P. Hinson ya tiene a sus espaldas seis discos de estudio, un libro publicado y un interesante pasado. ¿Cómo logró un chaval recién salido de la cárcel, metido en las drogas hasta el cuello y sin un maldito centavo abrirse paso y alcanzar el éxito en el negocio de la música? Con una bendición del Cielo en la Tierra. No, en serio, no tengo ni idea de cómo ni porqué me han salido así las cosas. He tomado decisiones importantes por el camino, ni mejores ni peores que las de otros, que me han traído a un lugar interesante. Todos los caminos llevan a alguna parte. Doy gracias por lo que tengo, por esta capacidad de hacer magia. Pero, volviendo a tu pregunta, suena como si todo me fuese bien ahora. La nada acecha constantemente. Así que sí, vengo de ciertos lugares y ahora estoy aquí, con un montón de canciones que me llegaron cuando más las necesitaba, pero la vida es implacable. Es cruel. Rebosa dolor y miseria. He pagado un alto precio por esta vida que me fue concedida, pero no pagaré el peaje, sea cual sea. Estoy aquí, para siempre, con mi pie detrás de la puerta para que nadie pueda sacarme de este edificio. Junto a tu carrera profesional se ha ido creando sobre ti una leyenda de decadencia romántica y malditismo. ¿Reniegas de ella o te parece un reflejo fiel de ti mismo? No tengo poder para renegar de ella ni

tiempo para pensar en ella. Una discográfica de Londres me sacó del desierto y me puso ante un micrófono. Toqué mis canciones. Lo siguiente que recuerdo son periódicos aireando lo drogadicto y muerto de hambre que era. Nunca pedí que mi historia se contase, pero supongo que la gente quería saberla. El problema es que la historia de verdad se tergiversó. Se añadieron cosas, se quitaron otras. Creció y se transformó y, bueno, el resto es historia, nunca mejor dicho. No

diré lo que pienso de verdad de todo eso. Es un misterio. Hasta para mí lo es, a veces. La expresividad de tu música transgrede los límites de lo puramente sonoro y evoca imágenes poderosas. Además de la música, ¿se ha visto tu trabajo influido por referentes de otras ramas artísticas? Toda creación me interesa, aunque no me inspire. Crear es algo extraño y poderoso. Un día no hay nada y al otro sí.


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“He pagado un alto precio por esta vida, pero no pienso pagar ningún peaje, sea cual sea” “Parece que todo me fuese bien, pero la vida es implacable. Es cruel. Rebosa dolor y miseria”


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Micah P. Hinson

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Hasta hablar de la idea más simple supone una ardua tarea. Ninguna de las formas de creación capta toda mi atención. Los estímulos, eso sí, proceden del mismo punto. A todos nos llega este susurro que puede transformarse en algo. Si sabemos escucharlo, nos dirá algo. No es ningún regalo. Tiene un precio. Si se paga, habrá algo que valga la pena, algo que nos lleve a nuevas cimas. Luchamos por encontrar algo más grande que nosotros mismos. Eso es la creación: nuestro aplauso hacia todo lo que la vida nos enseña. Aunque has evolucionado desde tu primer álbum, mantienes unas líneas comunes en tus trabajos: instrumentalización abundante, grabación de varias pistas vocales para conseguir efecto coral... ¿Consideras que son esos los trazos que definen tu música? Dudo que existan trazos concretos que emplee cada día, en cada canción o en cada disco. Con ciertas tácticas oigo ciertas cosas: como a dos de mis voces enfrentándose. Hay algo extraño en ese sonido, así que seguiré haciéndolo, porque no suena como nada que haya oído antes. No es mejor ni peor, tan sólo diferente y mío. Así como de la música, siempre he estado enamorado del sonido. El de un chelo, por ejemplo, es una de las cosas más puras que existen. Una trompeta puede llevarte a otras dimensiones. Una batería puede darte un vuelco al estómago. Un piano desafinado te hace saborear la nostalgia como una droga… Adoro todas esas cosas. Si las adoro, las incluiré. Deben sonar bien cuando salen al aire. Sonido y Ruido son mis dos hermanas. Parece que estás harto de que te pregunten si tu obra es autobiográfica. ¿Por qué crees que la gente tiende a obstinarse en buscar la rea-

lidad debajo de cada obra, en lugar de restar importancia al grado de realidad y ficción y simplemente abstraerse? Vete a saber. Cuando yo escucho música o leo una novela siento verdadero interés por la persona que las creó pero dudo que, si tuviese ocasión de sentarme frente a ella, le hiciese una sola pregunta acerca de las cosas que crea. Su creación es lo que yo elijo que sea, no lo que el creador quiso que fuera. Si tuviese una definición exacta sobre ella, ya no valdría la pena enseñársela al mundo. La religión tiene bastante presencia en tu música. No es algo frecuente, pero también ha afectado a otros cantautores, como el sufismo a Battiato, el budismo a Cohen, o el Islam a Cat

“Escribí canciones como “Patience” pensando que nadie más que mi familia llegaría a oírlas”


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ducción, pero no, no cambié gran cosa. Pude quitar trocitos de aquí y de allá, pero sólo para ayudar a los traductores. No siento la necesidad de volver atrás y obsesionarme de nuevo con cosas que escribí en el pasado. Sobre todo cuando se trata de algo escrito hace tanto tiempo. Estaba en un estado de ánimo en el que no estoy ahora, así que, ¿cómo podría volver atrás y mejorar nada? No sería capaz, así que ni lo intento.

Stevens. ¿Qué coño pasa, es una mezcla explosiva? La religión en que fui educado difiere un poco de la mayoría de religiones cristianas que conozco. Lo que persigue es encontrar un final. Si vemos a Dios a través de una luz determinada, la vida es sólo una estación de paso. Así que es difícil ser un fanático con semejantes creencias. No persigo nada. Me he encontrado en mi fe espiritual, aunque sigo careciendo de espíritu. A propósito de Cohen, os han comparado alguna vez; te han llamado “el nuevo LC”. Fuese una mera estrategia comercial o la visión personal de algún crítico, que parte del público pueda verte así, ¿te molesta o te lo tomas

como un cumplido? Difícil no tomarlo así, aunque no veo las similitudes. Bueno, también soy hombre, toco la guitarra, compongo canciones, canciones con letra… Pero, a parte de eso, él canta sobre las cosas que canta, su vida y sus pensamientos y todo eso, y yo hablo de lo mío. Es imposible que sea el “nuevo nada”. Somos lo que somos. Nos inspiramos de formas diferentes, extraemos conclusiones distintas. El año pasado se publicó tu novela “No voy a salir de aquí”, escrita ocho años atrás. ¿No sentiste la necesidad, como muchos escritores, de corregir algunos aspectos estilísticos desde tu perspectiva actual? Hicimos una revisión del libro para la tra-

Citas como autores predilectos a Bukowski, Fante, Kerouac o Hemingway. En tu libro se perciben algunas influencias, sin pulir, de alguno de ellos. ¿Cómo te han marcado? Difícil encontrar más degeneración que en una borrachera de Bukowski. Debe tenerse cuidado con él, sobre todo con sus obras de la época intermedia, su visión sobre las mujeres, el alcohol... Empiezas a leer sus poemas y relatos, y, de pronto, ves la excusa perfecta para beber y holgazanear, para convertir la vida en arte. Recuerdo los días en que era problemático, en que decía cosas hirientes o calentaba el ánimo a alguien sólo para que, al final de la noche, pudiese sentarme a escribir en mi Royal algo de la vida real. Distorsionados por mi visión empapada en vino salían poema tras poema, historia tras historia. Es un negocio peligroso. Si uno acaba de salir de una relación debería mantenerse alejado de su obra. A Buk hay que leerlo con la mente clara. ¿Y ahora qué? ¿Piensas dedicarte a la literatura, además de a la música? Seguiré cualquier camino que salga a mi paso. Volcaré mis palabras sobre el papel, usaré otras para cantar y llenaré páginas y aire de lo que sea todo el tiempo que pueda. No estoy en este “negocio” para hacerme rico, ni para tener una


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casa bonita, ni buenos coches, ni nada de esa mierda. Estoy aquí porque un día a alguien le gustó lo que hacía, vino a mis conciertos, compró mis discos, escuchó mis canciones o se hizo con mi libro y leyó mis torpes palabras. Pero, aunque no hubiera nadie escuchando o leyendo, seguiría creando mientras fuese capaz. Escribí canciones como “Patience” sin pensar que nadie más que yo, o mi familia, pudiésemos llegar a oírlas. Escribí mis libros sin decírselo a nadie. Era algo que debía hacer. Mientras tenga oídos con que escuchar y ojos con que leer, y aún sin ellos, seguiré haciendo esto. Wilde decía que las obras de arte no eran morales o inmorales, sino buenas o malas. ¿Es cierto que se negaron a publicarte en tu país por tus convicciones políticas? Sinceramente, creo que sí, que mi novela no se leyó por mis creencias políticas, pero puedo equivocarme. Me equivoco un montón de veces. Pero, si esto es verdad, que una obra de arte deje de leerse usando como argumento ideas ajenas al arte es absurdo. Porque, ¿quién nos asegura que nuestro músico favorito no es un asesino de masas disfrazado? ¿O que el escritor más reconocido no es un satánico que quema animales en la hoguera

por las noches? Nunca lo sabremos. Lo único que sabemos de los demás es lo que nos muestran. Me preocupa más lo que no sé de ellos. Aún así, no hay que creer que todo lo que se dice de una persona sea cierto. Leemos entrevistas y asumimos que son verdad. Creemos que, por estar impresas, son honestas y sinceras. Si está escrito es verdad, ¿no? Pues no, mi libro no. Todo debe tomarse con reservas. ¿Quién conoce La Verdad? Yo no, desde luego. Da la impresión de que a muchos les encanta oscurecer y tergiversar las cosas a su antojo. Otra de tus aficiones son los cómics. Por lo general el cómic americano desprende un patriotismo exagerado que muchos no saben entender de forma entrañable o humorística, y por ello lo demonizan. ¿Cuál es tu visión de esto? Una vez, en España, coincidí con uno que llevaba una camiseta del Capitán América. Le comenté que tenía el número 39, de mediados de los años 30, y me dijo que iba a matarme. Nos reímos y después empezó a soltar información sobre el Capitán, un montón de cosas de las que no tenía ni idea, así que, si alguien los ha demonizado, no era él. Volviendo a tu pregunta, muchos de los

“La creación del otro es lo que yo elijo que sea, no lo que el creador pretendía que fuese” “No siento la necesidad de volver atrás y obsesionarme con cosas que escribí en el pasado”


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primeros superhéroes se crearon entre la 1ª y la 2ª Guerra Mundial. Los dibujantes de personajes como el Capitán América o la Antorcha Humana intentaban luchar contra las fuerzas que estaban asolando al mundo. América no hizo nada entonces, pero sí ellos: empezaron a combatir la guerra antes de que empezase, así que imagino que es de ahí de donde viene este patriotismo del que hablas. No hay mucho en los cómics de ahora y es algo que echo en falta. Deberíamos sentirnos orgullosos de nuestra tierra, sea cuál sea. Si uno no lo está, es un traidor. No espero que todo el mundo esté de acuerdo con las cosas que hace su país, pero deberíamos enaltecer nuestra tierra, la propia tierra: su hierba, su polvo, sus árboles y montañas, sus colinas, su arena. Todas estas cosas deberían conservarse y respetarse. Creo que el patriotismo es algo bueno, no una palabra podrida. Dices creer firmemente en el Sueño Americano. ¿Fue siempre así? Creo en casi todos los sueños. El americano existe, igual que el español y que todos. ¿O acaso no queremos estar bien? Un techo bajo el que dormir, comida, bebida y tabaco que fumar. El sueño es

simple. No se trata de tener cinco casas y seis coches. Ni miles de dólares en una cuenta bancaria en Suiza. Es un sueño sereno y alcanzable para todos los que se obstinan. En algún momento, el Sueño Americano se convirtió en obtener riquezas o poder. La aparición del lavavajillas rosa o del Chevy rojo chillón del 57 tuvieron parte de culpa. Nos obsesiona la novedad: nuevos teléfonos, coches, camisetas, canciones, todo nuevo. Queremos que nos entretengan en dosis constantes. Si invirtiésemos tanto dinero y esfuerzo en la creación como en toda esa electrónica, viviríamos rodeados de brillantez. En lugar de eso, nos sentamos en nuestros sofás y esperamos a que empiece el siguiente programa. La estética de tus álbumes, en especial la fotografía, está siempre muy cuidada. ¿Tomas parte en ello? ¿Puede ser el germen de algún proyecto audiovisual futuro? Hago las fotos. También escribo a máquina las letras de la funda, una diferente en cada disco. Para que funcione en conjunto, como un todo indivisible: la música con las fotos y viceversa. Es algo que

debe hacerse con sensibilidad, para que encaje perfectamente. Acabas de volver de tu gira por España con Tachenko, reinterpretando el “Trompe le Monde” de los Pixies. ¿Por qué Tachenko, y por qué los Pixies? “Trompe Le Monde”, junto con “Where Ya Been?” de Dinosaur Jr., fue el primer disco que me sorprendió de principio a fin. Tendría 11 años y veía los discos como formas de lanzar al mundo singles merdosos. Entonces conocí a los Pixies. Me recuerdo sentado frente a los altavoces, pensando: ¿Cómo puede estar pasando esto? ¿Quiénes son? ¿Cómo lo hacen? Nunca volví a ser el mismo. Así que, tan pronto me pidieron formar parte del proyecto, fue mi primera respuesta. Tardé 30 segundos en decidirme. En cuanto a la gira, el primer intento empezó mal. No pasamos del primer concierto en Zaragoza. Pero un mes después del accidente volvimos, aunque yo con un solo brazo y sin poder tocar la guitarra. No importó, Tachenko son músi-


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cos excepcionales, así que me sentí comodísimo dejándolo todo en sus manos. Intenté cantar lo mejor que pude, pero, como la voz de Mr. Black y la mía son tan jodidamente distintas, me empecé a quedar afónico cuando llegamos a Barcelona. Por suerte, la novia de mi guitarrista es médico, así que llamó a un amigo suyo y me ayudaron a recuperar mi voz. Al final me puse bien. Espero que todos los que fueron a los conciertos se lo pasasen tan bien como nosotros. Me divertí mucho con ellos. Tu sonido de estudio es muy melódico, pero en directo es mucho más agresivo. ¿Eres de los

que piensan que en directo las canciones tienen que tomar un carácter diferente al de la grabación de estudio? Dejo que las canciones hagan lo que les dé la gana, en estudio y en directo. Son como bestias. Hago lo que ellas quieren. Si resulto más agresivo en directo supongo que se debe a que esas bestias deciden asomarse más. Dudo que haya tocado una canción dos veces de la misma forma. La música es movimiento. No puede estancarse y existir al mismo tiempo. ¿Qué futuro les ves a la americana, el folk o el country-blues? No veo a nadie ahora haciendo cosas

como las que hacían Patsy Cline, Hank Williams o Robert Johnson. Hemos convertido la música en simple revisionismo. Hacemos cosas que se han hecho ya millones de veces y les cambiamos la letra o intentamos variar la melodía. Bueno, corrijo, hay unos pocos por ahí que crean canciones de verdad. Pero en América, en el terreno del country, no. Ahora está plagado de modernos, o como queramos llamar a todos esos rockeros Indie. El Indie murió en América el día que Arcade Fire ganó el Grammy por el Mejor Disco del Año. Aceptaron el trofeo, se abrió el telón tras ellos y corrieron al escenario para


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tocar una de sus canciones. Hay que ser muy idiota para no darse cuenta de que todo estaba preparado. La gente quiero dinero para gastar. De eso va esto de la música: unos pocos están arriba, son dueños de todo, se van de vacaciones y compran casas, mientras los que crean la música a duras penas sobreviven con unos centavos en el bolsillo. Dudo que Arcade Fire tengan problemas económicos, porque veo que han comprado una iglesia en Canadá donde grabarán su segundo álbum. Después de mi primer disco, yo no habría podido comprar una iglesia. Tenía lo justo para sobrevivir y encarar la siguiente batalla. No quiero señalar a estos tíos, pero son un ejemplo.

“No estoy en esto para hacerme rico, estoy porque un día a alguien le gustó lo que hacía”

Se te ve feliz con tu mujer, Ashley Bryn. Dicen que la creación se complica conforme alcanzamos cierto grado de satisfacción en la vida. ¿Cómo es en tu caso, teniendo además tus canciones un tono general tan amargo? Cuando iba a casarme me preguntaban: ¿Cambiará tu obra? ¿Qué sentido da la felicidad a alguien que, como tú, se dedica a escribir? No encontré respuesta entonces y lo que tengo ahora son los discos que grabé desde que me casé. Supongo que “The Red Empire Orchestra” tenía una chispa diferente porque acababa de hacerlo, pero sólo se nota en un par de canciones. En el caso de “The Pioneer Saboteurs”, no hay mucho optimismo. De hecho, puede que sea mi álbum más desolador. Hay muerte, mentira, dolor, tristeza, pena y angustia en cada canción. Aún así, espero que, como en todo lo que hago, haya en él una pequeña luz al final del túnel. Me gusta que la gente sienta intensamente. La vida puede ser muy superficial. Este mundo moderno nos ha aislado. Si puedo unir a toda esa gente por un rato,

habré hecho bien mi trabajo. Y sí, tienes razón, Ashley y yo somos felices y estamos unidos. Y sí, hago énfasis en nuestra unión para que todo el mundo sepa que soy un hombre felizmente casado y tengo una mujer con un corazón de oro y un alma de plata. Resulta difícil no imaginarte misántropo. Aún así, demuestras ser lo contrario cuando dices que el fin de tu obra es hacer más feliz a la gente. ¿A qué ese altruismo? Creo en la Humanidad. Podremos perdernos, pero también encontrarnos. Tengo fe en todo y para todo. De no ser así, ¿qué clase de vida viviría? ¿Cómo me comportaría con los demás? La vida ya es suficientemente dura sin todos esos bastardos y cabrones rondando. Tenemos que ayudarnos. Comportarnos como hermanos, sin permitir que un dios o cualquier creencia sea motivo para diferenciarnos. Sé que todo esto suena muy hippy, pero hablo en serio. Somos la Humanidad. Y, mientras existamos, somos todo el patrimonio de este mundo. Si no respetamos esto, si no nos respetamos, seremos reemplazados. Algo o alguien vendrá y lo hará mejor que nosotros. Nuestro tiempo aquí es corto y no sabemos qué viene después, ni antes, así que deberíamos esforzarnos para ser todo lo que podamos ser, por nosotros mismos y por los demás. No digo que todos tengamos que estar de acuerdo o que vayamos cogidos de la mano, ni cantemos todos a coro, pero las diferencias nos hacen especiales y hermosos. Siendo nosotros mismos podremos enseñar a otros lo que hemos visto y aprendido. No harán falta pistolas, ni cerrojos en las puertas. Seremos libres. No hay nada más glorioso y asombroso que la libertad, la auténtica libertad. •


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Texto e Imagen: Malcolm McCormack

ABOCAJARRO

Murray J. McKinley IV // As Ghailands (Pontevedra) // 17 de Junio de 1978 // Hijo de Joe McKinley y Mary McAbbi // Embajador de las Ghailands // Se le acusa de procrastinar de gratis, debujar chirimbolos, no usar ropa interior, ser Batman y morir en redes sociales para luego resucitar más rápido que Jesucristo, etc. // Vive en As Ghailands desde 2009 // http://ghailanders.blogspot.com

CON KILT Y A LO LOCO Hola Murray. Un baño percioso, muy coqueto y arreglado para alguien que no usa calzoncillos. Los ghailanders, ante todo, te somos limpios, aseados y cuando soltamos un aire huele como las praderías de alta montaña... ¿A mierda de oveja? Correto. “Ghailanders” suena a pandilla de invertidos sesuales gaylords de la noche, priscillas de hórreo o algo así. “Priscilla de Hórreo” me gusta. Es una metáfora preciosa de la libertá versus el inmovilismo. Ojalá se me hubiese ocurrido a mí. Reivindicamos el uso de la gheada, lo que viene siendo hablar como nos salga del Eyjafjallajökulla. Porque dices ser extranjero pero podrías ser da Serra de Outes... Nuestra gran nación limita al sur con Galicia, es el paso natural hacia vuestro país ergo falamos galego. E por suposto, Outes é unha gran nación tamén... Hablando de hablar, siempre hablas en plural. ¿Cuántos sois en tu clan? Somos legión y muchos aún no saben que lo son. Nuestra divisa es “Estamos escocidos ergo somos de Escocia”, el escocimiento es universal y no usar ropa interior alivia un montón. Además, en caso de apretón no hay barreras: libertá asoluta. El estreñimiento es muy malo. Correto. Es el gran mal de Occidente. Cagar a gusto y con un índice adecuado

de blandura es un derecho humano fundamental. Mira Cacoliña Wallace: está feliz y contenta. El suyo fue un parto sin complicaciones. ¿Crees entonces que los problemas de nuestra sociedad se reducen a que anda mal de vientre? Enefeto. Tiene una oclusión intestinal severa. Como no da obrado anda arritada y cuando ve a alguien que evacua con soltura pues le entran celos. Luego viene lo de dar porrazos a la gente en las calles. Pero, digo yo, vuestro “anarquismo de toilettes”, aparte de apocalíptico y coprofílico, ¿ofrece soluciones? “Soluciones” al revés se lee “seno y culos”. Ésa es una. Otra, por ejemplo, sería que el subdelegado de turno se meta vía anal las porras esas y revuelva. Mano de santo. Evacuará mejor y como dijo El Cordobés, “todo sale, de verdad, de deporte”. Ah... Y yo lo llamaría analquismo. Bien listillo, entonces... ¿Cómo solucionarías la crisis mundial esta? Muy fácil: con lo de las porras en el ano, y, además, fletaría un vuelo lleno de neoliberales y lo estrellaría contra Moody’s. Es llegar septiembre y entrarme ganas. ¿Has pensado en hacer carrera política? Yo te votaría. E incluso iría a despedir ese avión agitando mi pañuelo con ansias. Ni de coña. Ya hice una carrera una vez. Estudié cosas, me evaluaron y luego me dieron un certificado que no me cabe en

ningún cajón. Mejor haberme dedicado a escanear prepucios o algo así... Bueno, ahora precisamente se está reformando la educación. Poniendo en su sitio a los docentes, esa panda de vagos. Los chavales saldrán mejor formados. ¡Jajaja! En las Ghailands lo tenemos claro: RECORTES EN EDUCACIÓN NO CACA. Los docentes y su trabajo son mi única esperanza en el futuro y lo que me separa de poner cepos en los baños del Congreso de los Diputados. Es algo fácil y muy habitual hoy en día el cagarse en la madre de los políticos. Hiedes a demagogia y escupo sobre tu tumba. ¡Bah! Que pongan robós al frente de las instituciones: a un robó se la suda usar el carísimo Audi de su antecesor o gastarse una pasta en un Citroën nuevo. Y al final irían al trabajo volando, con sus retropropulsores. ¿En todas las instituciones? ¿También en la Zarzuela? ¡Oh! ¡Qué imagen más bella! Ya oigo la vocecilla del NODO: “Su Majestá el robó RM-JC2 recibe en el Robopalacio Real a Su Santidad el Papa, que no puede evitar un calambrazo al estrechar la mano al Robomonarca”. Primero te metes con nuestros atareados políticos y luego con Su Campechana Majestad y con el Papa, ¿no temes que te encasillen como un rojo separatista? “Caga el Rey, caga el Papa / y, sin cagar, nadie se escapa” Deberíamos pensar en ellos en tales tesituras de señores norma-


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“Fletaría un vuelo lleno de neoliberales y lo estrellaría contra Moody's. Es llegar septiembre y entrarme ganas” No era una “palabra” era una “cabra”. ¿Cómo? ¿Tirabais una CABRA de un campanario? ¡Pedazo de bestias! Ya puestos, tirad arzobispos desde las torres de la Catedral de Santiago. Con la música de Benny Hill tiene que ser mejor que ver los fuegos del Apóstol. Háblame de vosotros los ghailanders, cómo sois, qué os apasiona. Somos extremadamente atrativos, dinámicos y resueltos. Siempre encontrarás un ghailander mirando melancólicamente al sol del atardecer, dejándose llevar por el arrullo de las olas, rememorando las batallas libradas por su libertá...

les. Siempre y cuando no sean robós, claro. Asumo que en las Ghailands no tenéis ni de lo uno ni de lo otro. Muy al contrario. En cada clan hay un Rey y un Papa. Pero se pasan el día en la taberna y cuando están sobrios no les hacemos mucho caso. Es un trabajo duro pero alguien tiene que hacerlo y por eso les queremos. Pero, entonces, estás a favor de ambas dos instituciones... En vuestro país esas instituciones se

toman en serio. En las Ghailands son tareas altamente especializadas llevadas a cabo por bufones profesionales titulados. ¿Uno que hereda un cargo público de su padre y el otro que representa al Pato Donald digooo... a Dios en la tierra? Amos, anda... Y como Embajador Ghailander ¿qué te llama más la atención de nuestra tierra? Me gustaba mucho aquello de tirar una palabra de un campanario. Supongo que el viento se llevaría el papelito escrito volando... volando. Muy poético, muy zen...

Tus asurdas ideas me están convenciendo. ¿Hace falta ser furbolista para aspirar a vuestra nacionalidá? ¿Cómo la consigo? Muy fácil. Simplemente quítate los calzoncillos y quémalos aquí mismo, en la bañera. Nuestro país es hospitalario por naturaleza y además crece físicamente con cada nuevo habitante, ergo cabemos todos. Toma este bonito kilt, creo que es de tu talla: una M de McKinley. Muchas garcias. Vaya... Siento cómo me se suelta el vientre. Esto… ¿Podría usar tu retreter? Ni lo dudes. Siempre es un placer ver y oír como alguien deja atrás las praderías del estreñimiento para ascender a las cumbres de las Ghailands... ¡Aumphf! ¡Oh! ¡Ya está! Felicidades. Has tenido una cacoliña perciosa. Cógela en brazos. Bienvenido a casa.


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Feriado nacional. O parecido. Argentina contra Italia. Nadie daba dos pesos. Nadie daba dos pesos el mundial pasado, tampoco: lo dice el viejo, el más viejo de los Marino. El otro apoya o critica de a ratos. Después están los hijos de catorce y dieciséis, la nena de diecinueve, la esposa. Están todos metidos en el cuarto de principal. La abuela, en cambio, sola: rezando en la cocina. La música del mundial hace llorar a todos. La primera vez que escucharon la canción, los Marino se cagaron de risa. Burlaron a la chica que cantaba y al hombre que cantaba con ella. Son peor que los Roxette, decía la más grande, copada con el rock nacional. El pibe que sale con ella le dijo hoy mismo: “Esperá que vean el partido. Si pierde, muzzarella; si gana, gritalo si querés”. Ella, Silvia, se toca la panza y anda paranoica. –¡María! ¡María! ¿Quién tocó el cenicero? –grita el hombre de la casa, Ricardo, con su paquete de puchos lleno y otro en el bolsillo del pantalón. Está en calzoncillos. Se levanta y le da un golpe al costado de la tele. Chista con la lengua y le da uno más fuerte y calculado. Sigue pésima la imagen. –Papá, ¿qué pasa? –todos en la casa le llaman papá a Ricardo, incluida su esposa. –Mirá cómo se ve, la puta madre –Ricardo maneja un taxi. En la parada tienen un televisor blanco y negro que es cábala. Tiene miedo. Aquella tele no falla. Y siempre que vio el partido por ahí, Argentina ganó. Cuando el mundial pasado el Burru clavó el tercero contra el palo izquierdo del arquero con frialdad de cirujano, cortaron la vía del tren con dos Peugeot 404 y fueron presos. Ahora está en su casa y la tele nueva –apenas ocho años– tiene más lluvia que la tele de Poltergeist. Los pibes, callados, aprietan un rosario. Un rato cada uno. Se lo pasan. Se ríen de los nervios que tienen. Se enoja el uno con el otro cuando uno se queda el rosario un rato más del que habían quedado que le correspondía. Juegan contra el local. Los once, allá lejos, y ellos, acá, en su casa. El estadio tiene cien mil bocas o más dispuestas a cenarse a Maradona, a Giusti, al vasco Olarticoechea o, también, dejar a Goycochea sin manos, como Clemente. El menor de todos, Diego –agosto del ochenta y seis–, con menos de cuatro años, se queda pegado a la pierna del abuelo que, sin importarle lo que pase en la tele, va a escuchar todo en la radio. –¿No lo vas a ver, abu? –pregunta Silvia, que lo mira y piensa: va a ser bisabuelo. Se pregunta cómo lo tomará, pero sabe que cualquier sorpresa no va a ser bienvenida en esa casa. Todas las sorpresas no son bienvenidas.

–¿Y? –reclama Ricardo, de repente. María le ceba un mate. –¿Qué? –¿Vas a subir o qué? –¿A dónde? –se ríe ella. No hay donde subir. La casa tiene un solo piso. –¡A corregir la antena! ¡Mirá cómo se ve! –¿Yo? –Yo no voy a ir –dicen los hermanos a coro. Ellos saben que si se mueven, si respiran demás, si adelantan la pierna derecha más que la izquierda, Maradona puede tropezarse en el túnel hacia la cancha y romperse la rodilla y quedar afuera, y quedar afuera, él, Maradona, y todo el resto. –Ricardo, me voy a romper la espalda. –¡Andá una vez, che! –Después no digas… María sale de la habitación, se aleja del cigarrillo de su marido, de la radio del abuelo, del vía crucis de los hermanos. Silvia la ve salir. La siente alejarse hasta el jardín. La imagina subiendo la escalera de madera hasta el techo para corregir la antena, a pesar del viento, del frío, del suceso que otros disfrutan mientras ella está ahí. Ahí y en ningún otro lado. Ni paseando por Londres, ni trabajando para el consultorio que había soñado tener el año en que estudió odontología. Ni tomando café con amigas. ¿Por qué su madre no tenía amigas? La tele vuelve a verse bien. El abuelo, igual, informa que los equipos están saliendo a la cancha. Los hermanos se ríen y su hijo, frente a la tele, le recuerda que está mirando. Yo también, dice el abuelo, de espaldas a la tele y sin despegar la radio de su oreja. Cuando la pelota empieza a correr, la tele vuelve a verse como un papiro perdido. –¿Y ahora? ¡La puta madre! –grita Ricardo. Pocos segundos después, se escucha un portazo y ven desde esa habitación que afuera está María. Mariel está afuera pero no está más: se va. Se va furiosa y se aleja. –Dejala. Que vuelva después del partido. Que no rompa las pelotas –dice Ricardo. Los hombres siguen mirando. A nadie le importa. Silvia, por inercia, se levanta y sale al patio, sube la escalera para corregir la antena y siente el viento, el frío, la falta del consultorio de su madre, la falta de ese viaje, la falta de esas amigas. Y mira para los costados y entiende qué llevó a su madre a salir corriendo de


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Ilustración: Diego Durán

un portazo: otras dos esposas están en los techos, cada cual con la antena de la tele en la mano, sosteniéndolas con firmeza para que no se sacudan, para que los hombres de las casas vean su partido. En ese momento, con la antena en la mano, temblando más que la antena libre ante el viento, decidió no tenerlo.



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