El hospital de cristo pdf

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Este libro fue impreso por primera vez de manera sencilla en 1980. El Padre Jorge solía leer partes de él en las reuniones con los miembros de su Sociedad en el 1950, pero no logró publicarlo durante su vida; quizás quería agregar otros temas antes de imprimirlo. Primera Edición en castellano: 2015 © Sociedad de la Doctrina Cristiana

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Presentación Aunque este libro fue escrito alrededor del 1950, el Hospital de Cristo nunca fue publicado durante la vida del Padre Jorge Preca. Él mismo leía partes de este libro durante las reuniones con los miembros de la Sociedad de la Doctrina Cristiana, pero durante sus últimos años, nunca volvió a mencionarlo. Los socios que estaban enterados de este libro escrito por el Fundador de su Sociedad hablaban mucho sobre él con los miembros más jóvenes, de manera especial por el título original y por su contenido. Luego, cuando fue impreso de manera muy sencilla, agradó mucho a los lectores porque su contenido es verdaderamente interesante y los temas son tratados de manera agradable y original. Ahora, que el Hospital de Cristo es publicado de nuevo, debería caer muy bien con todos y encontrar más lectores que se deleitan con su estilo original. De esta manera, será muy provechoso para sus almas y también por todos los beneficios materiales que se pueden adquirir por medio de él.

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El Hospital de Cristo fue escrito para que el cristiano, como dice el mismo Padre Jorge en la introducción del libro, pueda, con su imaginación, entrar en el hospital de Cristo donde encuentra un médico que le da la cura adecuada a la enfermedad de su alma, y así alcanzar la sanación y la paz. El Padre Jorge explica que el Doctor Celestial, es decir Jesucristo, no se encuentra en este hospital porque se fue de viaje a un lugar lejano y se demorará para regresar. Sin embargo, para remplazarlo dejó varios médicos que él mismo preparó y capacitó. Por lo tanto, ellos son capaces de sanar al enfermo sin que los pacientes tengan motivos para dudar. Los enfermos deben abrir sus corazones con estos médicos y considerarlos como amigos. En este hospital, la atención es gratis. Estos médicos, aunque el Padre Jorge no elabora sobre este tema, son indudablemente los directores espirituales o los confesores durante el Sacramento de la Confesión. El hospital, en este caso, es la misma Iglesia de Jesús, que fue encomendada con la sanación espiritual y la salud de todos aquellos que creen y acuden a ella. Las enfermedades mencionadas son los vicios que pueden esclavizar a un ser humano, las pasiones, las cabezas de los

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pecados mortales u otras heridas espirituales que entristecen y debilitan al ser humano. La persona que necesita la sanación espiritual debe buscar este hospital de Cristo para ser sanada. Es interesante que entre las enfermedades, también encontramos el desánimo y la obsesión con la perfección, que no siempre son considerados como enfermedades espirituales. Cuando el enfermo entra en este hospital, debe esperar en un lugar donde puede reflexionar por un largo tiempo sobre los novísimos, con la ayuda de cuatro cuadros grandes. Luego, el médico lo llama y le pregunta cuál es la enfermedad de su alma. Cuando el enfermo le cuenta lo que padece, el médico lo conduce hacia una sala preparada para aquella enfermedad. En esa sala, el médico le coloca la inyección necesaria para la sanación deseada. La inyección está compuesta por una breve exhortación que resalta la fealdad de su vicio o enfermedad, y le indica lo que debe hacer para sanarse. Después, le otorga una caja de inyecciones para utilizar a lo largo de un mes, y también una oración espiritual para que reflexione. Después, el médico llama al portero para acompañar al paciente a la puerta de salida.

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En el Hospital de Cristo, el Padre Jorge menciona veintidós enfermedades o heridas que debilitan la salud del individuo. De los temas mencionados, como el chisme, la ambición, la avaricia, la envidia, la tibieza, los escrúpulos, las peleas y la curiosidad, podemos llegar a la conclusión que son enfermedades comunes y esparcidos. Se nota que el Padre Jorge conocía muy bien las debilidades de la naturaleza humana. De hecho, él escribe que la misma naturaleza no sabe decir “Ya basta” y siempre busca a sí misma en sus satisfacciones aunque termina perjudicando la vida de la gracia. Jorge Preca, quien habla con los labios de un médico, nos brinda muchos consejos valiosos para la sanación espiritual; e incluso, a veces, agrega un consejo natural lleno de sentido común. Él siempre habla de manera clara y práctica. Sabemos que los consejos dados en este libro son los mismos consejos que el Padre Jorge daba a aquellos que se le acercaban buscando tranquilidad de corazón, o durante el sacramento de la confesión, a lo cual el padre Jorge dedicaba mucho de su tiempo. En estas inyecciones (enseñanzas para el alma) el Padre Jorge utiliza la enseñanza de la Iglesia Católica, cita los libros de los santos, y, sobre todo, men-

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ciona ejemplos y enseñanzas que encontramos en la Biblia, de manera especial en los cuatro evangelios. Siguiendo en las huellas de Cristo, el Padre Jorge nos advierte que para conseguir la paz verdadera, el ser humano necesita utilizar los medios sugeridos. Las últimas palabras del médico al paciente siempre son: “El Señor Dios esté siempre contigo.” Termina con estas palabras porque sabe que la gracia de Dios es indispensable para la sanación verdadera. Deseamos que este libro, escrito con un estilo sencillo y agradable, anime a muchas personas a ingresar a este hospital de Cristo para ser sanados, purificados y renovados bajo la atención especial de los médicos dirigidos por el Gran Médico Jesucristo. Gorg Borg

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Introducción Este hospital fue edificado para los que padecen enfermedades espirituales. Aquí, lograrán sanarse bajo el cuidado del médico celestial, si verdaderamente desean dejar atrás la vida miserable del vicio e ingresar a la vida dichosa de la virtud. El hospital se parece mucho a un hospital que recibe pacientes con enfermedades físicas. En un hospital normal, para la sanación, un paciente necesita medicinas que muchas veces tienen un sabor amargo que no agrada nada a la naturaleza humana: debe aguantar el frio y el calor; debe ayunar y evitar las comidas y bebidas que le agradan; debe quedarse echado en la cama; debe experimentar el dolor causado por los instrumentos de los médicos; debe estar dispuesto a hacer lo que no le gusta. El cristiano tiene que actuar de la misma manera en el Hospital de Cristo, si quiere sanarse: debe mortificarse en todo lo que le gusta; debe soportar con paciencia todo lo que no le agrada, y todo esto con perseverancia porque sino no podrá lograr lo que más desea, es decir la paz perfecta de su corazón.

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Ahora, seas quien seas, imagina que estás enfermo y que te enteraste de este hospital y tomaste la decisión de ir para curarte. El portero abre la puerta y te pregunta qué necesitas. Si preguntas quién es el médico responsable de este hospital, te contestará que está de viaje en una tierra lejana y que se demorará regresar. El portero te contará que aunque este médico celestial no se encuentra en el hospital para sanarte, sin embargo hay varios otros médicos capacitados en su escuela, a quien él mismo enseñó, de tal manera que ellos pueden curarte como si estuviera presente él mismo. Ellos son fieles a la enseñanza que él les dejó antes de viajar, y no debes temer nada. Luego, te hace pasar a la sala, tomas asiento y esperas que se te acerque alguno de ellos. En la sala hay cuatro cuadros colgados en la pared; el primero es un cuadro de la muerte, el segundo retrata el juicio, el tercero muestra el paraíso y el cuarto representa el infierno. Los colores son tan vivos y nítidos que te quedas impresionado por su seriedad, y así te animas a buscar tu sanación. De hecho, el Espíritu Santo nos enseña que quien reflexiona sobre los novísimos, nunca comete el pecado. El portero te dice que el médico se demorará para que tú puedas mirar y reflexionar sobre el fin de la vida de cada ser humano, y com-

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prender bien que cada ser humano, desde su cabeza hasta sus pies, es vanidad de vanidades y que todo pasa; solamente la eternidad dura para siempre y nadie la puede detener. Puedes estar seguro que cuando llega un médico con túnica blanca, su misma mirada mostrará que es un amigo que quiere el verdadero bien para ti, y te animas a contarle todo lo que tienes en tu corazón. Él te preguntará y tú le contestarás sinceramente. Después de preguntarte, te llevará a otra sala según la enfermedad que tienes. Debes saber que no tienes que pagar nada, porque cuando el médico celestial regrese de su viaje, estos médicos recibirán una gran recompensa por cada enfermo que logran sanar. De hecho, antes de viajar, él les dijo: “Ustedes recibieron gratis este poder; no cobren tampoco por emplearlo” (Mt 10, 8).

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Índice 1. La Sala de la Lujuria 2. La Sala de la Ira 3. La Sala de la Envidia 4. La Sala del Odio 5. La Sala de la Avaricia 6. La Sala de la Soberbia 7. La Sala del Hurto 8. La Sala de la Mentira 9. La Sala de la Vanagloria 10. La Sala de la Blasfemia 11. La Sala del Chisme 12. La Sala de la Ambición 13. La Sala de la Gula 14. La Sala de la Venganza 15. La Sala del Desánimo 16. La Sala de la Tibieza 17. La Sala de los Escrúpulos 18. La Sala de las Peleas 19. La Sala de las personas que son demasiado perfeccionistas. 20. La Sala de la Curiosidad 21. La Sala de la Pereza 22. La Sala de la Incredulidad

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Sala 1 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la lujuria. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la lujuria (la inyección se refiere a una breve reflexión sobre el vicio o la virtud). Debes saber que la lujuria daña al alma y al cuerpo también. Daña al alma porque es un pecado mortal, es decir si la muerte te sorprende, la cárcel infernal será tu hogar para siempre. Es un pensamiento terrible y horroroso que debe aterrorizar a cada persona sensata. También perjudica al cuerpo, porque el cuerpo nunca se conforma y siempre quiere más. Nuestra naturaleza no sabe decir “Ya basta” en todo lo que le agrada, y así te esclaviza. Debes saber que si no controlas tus ojos continuamente, indudablemente, la lujuria se apoderará de ti con sus cadenas.

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Reflexiona: la sabiduría de Salomón, la santidad de David y la fuerza de Sansón, no los liberó de sus cadenas porque no supieron controlar sus ojos. Los ojos están relacionados con el corazón. De hecho, un refrán nos enseña: “Lejos de los ojos, lejos del corazón.” Para fortalecer la determinación de controlar tus ojos, debes tener en ti el temor de Dios. Nadie tiene temor de Dios si no tiene una fe firme y una persuasión sobre la justicia de Dios. Quien tiene fe, teme, quien teme, vigila, y quien vigila no se echa a perder en los peligros. La naturaleza no es capaz de negarse por sí misma. Es solamente con la ayuda de Dios que puede hacerlo, y Dios no la niega a ninguna persona que le pide con espíritu y verdad, y no solamente con sus labios. Esta es la inyección que te apliqué para sanarte de tu enfermedad que es muy peligrosa por sus consecuencias; debilita tu fe, endurece tu corazón, oscurece tu mente y te llena con toda clase de mal. Los castos son pocos porque pocos mortifican sus ojos. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase que el ángel de la guarda dio a Santa Gema

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Galgani: “Solamente los ojos que se mortifican verán la belleza del paraíso.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 2 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la ira. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la ira. Debes saber que cada momento trae motivos para enojarnos por culpa de las contrariedades que siempre se presentan en nuestra vida. Nuestra naturaleza fácilmente se anima a enojarse ante todo lo que nos desagrada. Si no sabemos controlarla, puede causar un inmenso daño al alma y al cuerpo. La ira daña al alma. Movida por esta pasión, una persona nunca es misericordiosa, y una persona que no es misericordiosa, tampoco encontrará misericordia ante Dios. Cuando no somos misericordiosos y no perdonamos, el hogar que nos espera es el infierno. La ira también daña al cuerpo. Una persona enojada está en peligro de alguna

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La ira daĂąa profundamente al alma; una persona enojada no es misericordiosa; y una persona que no es misericordiosa no experimenta la misericordia de Dios.

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apoplejía, desgracia.

algún

ataque

o

alguna

Para controlar la ira, debemos comprender bien que en el mundo, nada pasa por casualidad. Es Dios quien dirige todo según su santa voluntad. Quien se resiste a la voluntad de Dios, no puede disfrutar de la paz. Hace falta reflexionar sobre las consecuencias de la ira, para que la mente nos ayude a tranquilizarnos. La paciencia es importante para todos. Quien no es paciente sufre las consecuencias en este mundo y también después de la muerte. Debes saber que la paciencia es la característica de una persona sabia. No toda ira es mala. Hay una ira que es buena, cuando una persona tiene la intención de hacer el bien, como un padre que reprocha a su hijo para corregirlo. Sin embargo, se debe evitar la ira cuando una persona tiene la intención de hacer el mal. Debes detener la ira desde un principio suplicándole a Dios la ayuda de su gracia para poder controlarla. Seguramente, Dios te la concederá si tú tienes la intención de obedecer su mandamiento del amor, porque él sabe bien que utilizando solo nuestra fuerza, no podemos controlar nuestras pasiones.

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Esta es la inyección que te apliqué para sanarte de tu enfermedad, que seguramente te hace perder la paz de tu corazón que es el único tesoro que posee el ser humano. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “No cambies la paz de tu corazón con nada y con nadie.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 3 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la envidia. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la envidia. Sabes bien que cada persona que viene al mundo algún día morirá. La muerte entró en el mundo por culpa de la envidia, porque el envidioso Satanás introdujo la muerte en el mundo. El Espíritu Santo enseña que los envidiosos son compañeros de Satanás y que son integrantes de su partido. Por envidia, Caín mató a su hermano Abel; por envidia los judíos mataron al inocente Jesús. Observa bien las consecuencias que padecen aquellos que están enfermos con la envidia: la envidia es tan malvada que nos hace alegrar por el sufrimiento del prójimo, en vez de llorar y entristecernos; y nos hace entristecer por los éxitos del prójimo, en vez de actuar

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como nos enseña el Espíritu Santo: de alegrarnos con quien está feliz y llorar con quien está triste. Puedes observar que una persona envidiosa no tiene amor en su corazón, y quien no ama no pertenece a Dios. Dios es amor y nos otorgó los dos mandamientos del amor: amarle a él con todo nuestro corazón y amar al prójimo como a nosotros mismos, evitando lo que no queremos que nos hagan a nosotros. Por lo tanto, es obvio que quien es envidioso no tiene el Espíritu de Dios y, por consecuencia, no puede llamarse hijo de Dios. Quien es envidioso sufrirá la maldición eterna, después de una vida infeliz, sin tranquilidad y sin paz. Cuando experimentas celos hacia alguien, debes recordar que todo el bien que tiene le fue otorgado por Dios, y recuerda también que cada ser humano es tu hermano. Recuerda que cada ser humano tiene momentos de tristezas, de enfermedades y que algún día dejará esta tierra. De esta forma engendrarás amor en tu corazón hacia él. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa por sus consecuencias nefastas para aquellos que no buscan sanación. De la envidia salen el odio, el

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homicidio, la calumnia y muchos pecados más. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “La envidia es una carta de gran amistad que envía Satanás a aquellos que le pertenecen.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 4 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad del odio. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad del odio. Debes saber que quien ama, realiza el bien, y quien odia, realiza el mal. En el momento oportuno, todos cosecharán lo que siembran. Quien realiza el bien cosechará el bien con una bendición eterna, y quien realiza el mal recibirá el mal con una maldición eterna. Cristo dijo: “Si ustedes aman solo a aquellos que les aman, ¿qué recompensa tendrán?” En otras palabras, tendremos méritos si nuestro amor es universal, es decir hacia aquellos que nos aman y también hacia aquellos que nos odian. Los discípulos del mundo aman solo a aquellos que los aman; aman a aquellos que les tienen simpatía o cariño; aman a aquellos que les pueden benefi-

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ciar; aman a quienes les conviene. Sin embargo, los discípulos de Jesús aman a todos, incluso a sus peores enemigos, y aman sin esperar recompensa en esta tierra: ellos no aman con palabras, sino con hechos. Jesús consideraba este mandamiento del amor como su mandamiento. De hecho, en la Última Cena él dijo: “Mi mandamiento es este: Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes” (Jn 15, 12). Es abominable odiar a Dios; sin embargo quien ama a todo el mundo excepto a una sola persona, estaría odiando a Dios . Cada ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios. ¿Me creerías si te digo que amo a tu padre, y, a la vez, maltrato ante ti su imagen? ¡Seguro que no! Ingresan al paraíso aquellos que aman a Dios y al prójimo: por lo tanto, suplica a Dios con fervor para cambiar tu corazón por medio de su gracia. Dios no rechazará una gracia tan necesaria para ti, porque él mismo expresamente nos reveló que quiere la salvación de todo el mundo. Cuando alguien comete una mala acción contra tu persona, puedes odiar y maldecir la acción, mas no al que la realiza. Recuerda que en el pasado tú

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Quien ama realiza buenas obras; y quien odia, realiza obras malas. Cuando llega el momento, todos cosecharán lo que han sembrado.  27 


también realizaste malas acciones y pecados hacia Dios. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa por la perdición de tu alma y por las consecuencias que salen de ella, perjudicándote verdaderamente a ti mismo y a los demás. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Cristo expresamente dijo que considera que lo que hacemos con el prójimo, lo hacemos con él; y que el odio de tu corazón se convertirá en verdadero amor cuando reconoces la imagen de Dios y la persona de Cristo en cada ser humano.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 5 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la avaricia. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la avaricia. El peor delito que se realizó en el mundo fue por culpa de la avaricia cuando Judas entregó a Jesucristo a sus enemigos para ser asesinado. El Espíritu Santo enseña que no hay nada peor en el mundo que el amor al dinero. ¿Qué es peor que este delito cuando el Hijo de Dios fue crucificado para morir? San Pablo escribe que la raíz de cada mal es la avaricia. Cristo se quedó sorprendido al observar qué tan difícil es el ingreso al reino de los cielos para aquellos que son ricos. La avaricia hinca, como hincan los espinos, la cabeza de aquellos que la guardan en su corazón.

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¿De que le sirve al ser humano de ahorrar grandes cantidades de dinero? Solo para fijarse en él y gritar: “Yo estoy guardando todo este dinero para otros.” ¡Mueres y tus herederos se gozan! Se pueden realizar muchas buenas obras con el dinero, especialmente obras de caridad con los pobres. Sin embargo, la avaricia no nos deja hacer eso, porque su único interés es de multiplicar el dinero. Es cierto que quien tiene dinero, nunca se conforma con lo que tiene y siempre quiere más. El mundo considera felices y dichosos a aquellos que son ricos, mas, en realidad, son personas miserables e infelices. Nunca permitas que tu corazón se obsesione con el dinero porque terminarás mal. No debes desear ser ni rico ni pobre. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa por las consecuencias que salen de ella, como atestigua el apóstol San Pablo que declara que la raíz de cada mal es la avaricia: observa bien que él dice “la raíz” de cada mal: observa cuantas clases de mal se pueden realizar en el mundo.

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Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Dichosos los pobres en el espíritu” (Mt 5, 3). ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 6 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la soberbia. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la soberbia. Si te fijas bien en ti mismo, no encontrarás ningún motivo para ser soberbio, porque tú no eres nada y todo lo que tienes te lo ha otorgado Dios. San Pablo nos enseña que quien piensa ser importante, cuando no es nadie, se estaría engañando a sí mismo. Por lo tanto, es humilde aquella persona que está convencida que no es nada; y es soberbia aquella persona que está convencida ser importante. Una persona puede enorgullecerse por su sabiduría, hermosura, capacidad, riqueza, poder o por algún otro don natural o sobrenatural, y olvidar que no hubiera tenido nada si Dios no la hubiera creado; ni siquiera existiría.

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Recuerda que todo viene de Dios, todo viene por medio de Dios y todo es para Dios. Solo a Dios honor y gloria por los siglos de los siglos.

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Debes estar sinceramente convencido que todo viene de Dios, todo por medio de Dios y todo es para Dios. Solo a Dios honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. Dios es grande y solo los humildes lo glorifican, porque los humildes están convencidos que no merecen el honor que solo Dios merece. La persona soberbia está convencida que verdaderamente merece el honor porque se fija en su capacidad personal: por lo tanto, se enorgullece y anhela llamar la atención. Es una verdad que Dios se resiste a los soberbios y otorga su gracia a los humildes. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa por las consecuencias que trae que son la confusión y la caída en el pecado, como está escrito: “El principio de cada pecado es la soberbia.” Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Después de la gloria sigue la humillación y después de la humillación sigue la gloria, porque Dios exalta a los humildes y humilla a los orgullosos.”

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¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 7 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad del hurto. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad del hurto. Debes saber que quien desea una situación injusta peca venialmente o gravemente según el objeto o el valor del objeto, mas quien llega a cometer un acto de injusticia tiene la obligación de repararlo. ¿Quieres que te roben? Lo que no quieres que te hagan a ti, no lo hagas a los demás: esta es una ley natural. Quien roba debe devolver lo que robó si quiere el perdón de Dios. Debe devolver no solo lo que robó, sino también reparar el daño que fue causado y la ganancia que se perdió por culpa del robo. Debe devolver no solo quien robó algo de mucho valor sino también quien robó algo de poco valor.

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Una persona es culpable de robo cuando coge, a escondidas o con la fuerza, algo que no le pertenece; cuando engaña en el negocio o en la compra; cuando no realiza bien un trabajo por lo cual es pagada; cuando cobra intereses exagerados; cuando voluntariamente daña la propiedad de otras personas; cuando no quiere devolver lo que ha robado; cuando no paga su deuda; cuando encuentra algo y no se preocupa de buscar su dueño; o cuando compra y recibe objetos que han sido robados. Si el dueño ha fallecido, el culpable del robo debe devolver a los herederos del dueño, y si el dueño no se encuentra, se debe utilizar el dinero para realizar obras de caridad. Es muy difícil devolver lo que se ha robado. Sin embargo, este gesto es fundamental para evitar la perdición eterna. En el futuro, cuando tienes la tentación de hurtar, reflexiona sobre la obligación que tendrás que cumplir. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa por las consecuencias que trae, especialmente el remordimiento de la conciencia, que no deja a nadie tranquilo hasta que se haya devuelto.

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Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Antes de realizar una acción, piensa siempre en las consecuencias.” Las consecuencias te ayudarán a actuar sabiamente y evitar malas acciones. ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 8 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la mentira. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la mentira. Un dicho maltés afirma que quien miente una vez, seguirá mintiendo. Por lo tanto, fíjate en la confusión y la vergüenza cuando ya no podrás justificar tus mentiras. Quiero que comprendas bien la naturaleza del mentiroso. Cristo dijo que Satanás es un mentiroso y es el padre de la mentira. Por eso, quien miente es engendrado en este espíritu malvado de Satanás. ¿Quién no teme a una persona que engaña? La mentira es un engaño. Para las personas mundanas, la mentira es una regla que les permite aparentar lo que no son, y ocultar lo que verdaderamente son.

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Dios es verdad y manda que por ninguna razón debe ser permitida la mentira. Nosotros los seres humanos debemos vivir como hermanos y confiar los unos en los otros; debemos estar muy atentos y actuar siempre con verdad, sinceridad y sencillez. ¿Cómo puede progresar una sociedad humana si permite la mentira en algunas circunstancias? No se pueden utilizar medios moralmente incorrectos para realizar el bien, y la mentira es esencialmente mala en sí misma. Hay mentiras que buscan sacar provecho para uno mismo y hay mentiras que buscan dañar a otros. No basta el arrepentimiento para el perdón de la mentira dañina; se necesita absolutamente que la persona mentirosa repare el daño admitiendo públicamente su mentira. ¡Qué tan difícil es admitir públicamente una mentira para reparar un daño! Sin embargo, si no se tiene la valentía para hacer este paso, no se debe esperar el perdón del Señor Dios. La mentira que busca el bien propio no ocasiona daño (por ejemplo un niño miente a su mamá para evitar un castigo) y, ordinariamente, es un pecado venial; la mentira dañina puede ser grave

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o venial según el daño que ocasiona. Es un pecado grave cuando perjudica la reputación de una persona. Santo Tomás de Aquino dijo que le cuesta menos creer que un burro vuela, que creer que un cristiano pueda decir una mentira, sabiendo que Dios es testigo de cada palabra. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa no solo por la vida espiritual sino también por la vida temporal. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Cuidado con las personas mentirosas.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 9 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la vanagloria. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la vanagloria. Debes saber que la vanagloria es una de las mayores enemigas de la perfección cristiana porque envenena y mata todas las buenas obras. La vanagloria no consiste en experimentar la dulzura de los elegidos, porque la malicia y la maldad no se encuentran en lo que sentimos, sino en cuando nos damos cuenta que algo está mal e igualmente lo queremos. Es culpable de vanagloria aquella persona que está convencida que merece elogio y gloria porque piensa que sus éxitos son fruto de su capacidad; así se deleita consigo misma y se enorgullece como si Dios no fuera nada, y de esta

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manera roba el honor y la gloria que con verdad y justicia solo Dios merece. Se roba lo que pertenece solo a Dios. Dios expresamente dijo que no cede a nadie su honor, y, por lo tanto, la vanagloria será castigada con la confusión. Las causas de la vanagloria son la belleza, la inteligencia, la virtud, el poder, los dones de la naturaleza, la destreza, el milagro, la profecía y cualquier otra cualidad positiva. Si observas bien, ninguna de estas causas justifica el orgullo y la soberbia. El apóstol Pablo escribe: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te pones orgulloso, como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4,7) Cada ser humano debe declarar que todo lo que tiene viene de Dios. A veces, somos nosotros mismos quienes buscamos la vanagloria, realizando buenas obras para llamar la atención: en otras palabras la invitamos para arruinarnos; y a veces se presenta sola y descansa en los corazones de aquellos que piensan ser importantes cuando, en realidad, no son nada. En cada tentación de la vanagloria,

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debes levantar tu pensamiento a Dios y decir: “¿Qué hubiera podido hacer, o Señor, si tú me hubieras dejado solo y no me hubieras creado? Solo tú mereces cada honor y cada gloria, porque todo viene de ti, todo con tu poder, todo por medio de ti y todo para ti.” Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa porque malogra y mata todas las buenas obras que se realizan. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Nunca elogies a una persona viva, y cuando te elogien a ti, fíjate en las tonterías que has hecho durante tu vida.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 10 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la blasfemia. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la blasfemia. Hay que maldecir cada maldad porque desprecia a la divinidad. Sin embargo, despreciar a Dios es despreciar al Ser Supremo, fuente de cada bien, un ser perfectísimo e impecable en cada perfección suya. Nadie puede comprender a Dios y tampoco las cosas de Dios, mas las personas que blasfeman pretenden comprender su gobierno tan sabio. Por eso, se atreven a criticar sus decretos y a reprochar sus decisiones. De hecho, en cada contrariedad, llenos de enojo, discuten con él y lo desprecian por medio de las palabras, miradas atrevidas o alguna otra acción.

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Los blasfemos, con sus sentimientos, le echan la culpa a Dios al ver a los buenos y justos maltratados, y a los malvados en la gloria y en los triunfos, sin comprender los juicios misteriosos y profundos de Dios. Ellos piensan que Dios se despreocupa de la creación, cuando, en realidad, todo lo que sucede en el mundo sale del Santuario de Dios, con el orden o la autorización de la Sabiduría Divina, y, por lo tanto, debemos considerar bueno lo que parece malo, porque salió del regazo de Dios, un ser esencialmente bueno. ¿Quién puede ponerse a razonar con Dios, cuando la criatura no es nada en comparación con el infinito? Los blasfemos, arrollados en su oscuridad, no pueden soportar ninguna circunstancia en su contra y dirigen hacia Dios palabras injuriosas, convencidos que es culpa suya. Debes estar firmemente convencido en tu corazón que cada contrariedad, cada mal y cada circunstancia que te agrada o desagrada, viene de la providencia de nuestro Dios bendito. Pase lo que pase, que te parezca bueno o malo, debes convencerte que indudablemente es la providencia de Dios. ¡Cuántas personas consideraron hermoso lo que, en un primer momento, les pareció feo!

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Esta es la voluntad de Dios, Padre de todos: aceptar todo de sus manos con un espíritu de humildad. Si no reaccionamos de esta forma, nuestra naturaleza malvada se mueve a enojarse y preocuparse. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa porque lleva a la perdición eterna. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Los blasfemos desprecian a Dios y su vida depende de él.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 11 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad del chisme. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad del chisme. Debes saber que no basta la fuerza de un león para controlar tu lengua. El Espíritu Santo nos dice que ningún ser humano es capaz de controlar su lengua. Los que logran hacerlo es con la ayuda y con la gracia de Dios. Cuando dices una palabra, debes saber que siempre hace bien o hace mal en aquellos que la escuchan. Cada ser humano es responsable ante Dios de todo lo que dice, todo lo que piensa y todo lo que realiza con su propia voluntad. Cristo nos enseña que por cada palabra inútil que pronuncian los seres humanos, deben rendir cuentas en el día del juicio. Una palabra inútil significa cada pensamiento, palabra o acción que

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El silencio nos ayuda a vivir una vida perfecta, mantiene la conciencia pura, y lleva el amor, la uniĂłn y la paz en las familias.

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una persona realiza por su propia voluntad y que no tiene una causa justa ni fines suficientes y, además, carece de utilidad, tanto para el alma como para el cuerpo. Por lo tanto, mantén como regla fija para ti no actuar cuando no hay necesidad; sin embargo, cuando hay necesidad, sí debes actuar. De esta forma tendrás una vida verdaderamente ordenada. El sentido común nos enseña que si las palabras fueron joyas, el silencio sería más precioso aún. El silencio ayuda al ser humano a ser perfecto, mantiene una conciencia limpia, trae amor, comprensión y paz en la familia. Por supuesto, no debes olvidar que también la recreación es necesaria. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa porque abre el camino para toda clase de maldad. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Quien controla su lengua, cuida su alma y la mantiene lejos de la tristeza y del pecado.” Así nos enseña el Espíritu Santo.

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¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 12 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la ambición. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la ambición. Debes saber que la ambición busca los honores, las estimas, la adoración, los cargos importantes en la sociedad, las dignidades y otras cosas como estas. Una persona que busca ser respetada por sus súbditos porque sabe que esto es necesario para gobernar bien y, a la vez, le da a Dios todo el honor que recibe, esta persona no es ambiciosa. Es ambiciosa aquella persona que retiene el honor que recibe sin honrar a Dios quien es el Señor de todos los dones que tenemos. Esta persona ambiciosa, en vez de hacer descansar su corazón en Dios, solo descansa en los honores que recibe.

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Nuestra naturaleza encuentra mucha satisfacción en los honores y en las estimas porque le cuesta despreciar los honores que recibe. La ambición es el vicio más peligroso entre todos los vicios, porque con mucha dulzura nos impulsa a buscar los honores y las dignidades, y oscurece nuestra mente. Es imposible que una persona se encuentre rodeada de honores y después no caiga en la ambición, que trae tantas consecuencias negativas para el alma. Por lo tanto, la persona virtuosa, firme en su humildad, considera a los honores y a las dignidades como engaños y estorbo, y, cuanto más sean grandes e importantes, tanto más las considera horribles. La alegría de la persona virtuosa se encuentra en las humillaciones y en buscar los lugares más humildes, como nos dijo Cristo: “Busca el último lugar”. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa porque nos convierte en objetos de aborrecimiento ante los ojos de Dios y nos impide recibir sus gracias. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que

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te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Debes preferir obedecer más que mandar; no debes buscar ser servido sino de servir para imitar a Cristo.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 13 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la gula. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la gula. Debes saber que nadie puede vivir una vida espiritual si no controla la gula. Esto no significa que no debes comer o beber, porque la comida y la bebida son necesarias para la vida; significa que debes comer y beber para vivir, y no solamente para deleitarte en la comida y la bebida. Cuando comemos y bebemos siempre hay una satisfacción que viene de nuestra naturaleza y que nos anima a alimentarnos. El mismo Cristo dijo a sus discípulos: “Coman todo lo que les invitan”, es decir también comida bien sazonada. En otra oportunidad dijo que no es lo que entra por la boca que ensucia al alma. Por lo tanto, no peca quien come sin preocu-

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parse demasiado por el rico sabor, quien come la cantidad necesaria, y quien come en su debido horario y momento. El ayuno tiene un inmenso valor, porque fortalece al cuerpo y al alma en la virtud. El ayuno eleva nuestros pensamientos hacia nuestro Dios bendito y aleja de nosotros toda clase de vicio. Cuando comes, hazlo despacio y mastica bien, y cuando estés lleno, no te esfuerces para seguir comiendo. Acostúmbrate a comer tres veces al día, y evita comer innecesariamente en otros horarios del día. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa por la salud espiritual y corporal. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Esta debe ser tu receta; tranquilidad, dieta y alegría.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 14 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la venganza. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la venganza. Esta enfermedad es tremenda para nuestra naturaleza porque le cuesta demasiado evitar de pagar el mal con el mal. Solamente la gracia de Dios nos puede ayudar para no pagar el mal con el mal y perdonar. Es solamente con la gracia de Dios que podemos pagar el mal con el bien, como nos enseña Jesucristo cuando dice que para ser hijos de Dios debemos pagar el mal con el bien. De hecho, Dios levanta el sol no solamente sobre aquellos que lo aman, sino también sobre aquellos que lo odian, y envía la lluvia sobre los buenos y sobre los malvados. Los malvados desean el

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mal a Dios (de su parte, porque Dios no es sujeto a ningún mal) y, sin embargo, Dios los beneficia. La naturaleza siempre busca sus derechos, y ¡ay de aquel que se ponga en su camino porque buscará vengarse de él! La venganza solo le pertenece a Dios. Para nosotros nos dio la ley del perdón si queremos ser perdonados. Cristo nos aseguró que si nosotros no perdonamos de corazón a los que nos lastiman, tampoco Dios perdonará las deudas que tenemos con él por culpa de nuestros pecados. Si Dios no nos perdona, nos espera la perdición eterna. También según la razón, pagar el mal con el mal nunca es algo lógico. Acaso, si alguien te causa una herida en tu cabeza, ¿te sanarás si tú le causas también una herida en su cabeza? ¡Te conviene mucho resistir de pagar el mal con el mal! ¡Qué gracia tan grande es tener la oportunidad de pagar el mal con el bien, porque así asegurarás la vida eterna! Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa porque te lleva a tu ruina eterna.

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Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “El perdón es la única y la mejor venganza que nos hace semejantes a Dios, porque solo Dios puede ser compasivo y misericordioso.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 15 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad del desánimo. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad del desánimo. Es una delicia para Dios cuando los seres humanos confían y esperan en él; y es un gran pecado cuando los seres humanos dejan de confiar en la misericordia de Dios. ¿Qué es imposible para Dios? Si no ves ningún remedio por la situación en la cual te encuentras, debes saber que lo que es imposible para ti, es posible para Dios; acude a él con verdad y seguramente no encontrarás confusión sino verdadera consolación. Satanás trabaja mucho para engendrar en el ser humano una idea negativa de Dios y trata de convencernos que Dios es un tirano por la severidad de su justicia. Cita textos de la Biblia donde

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Dios castiga cruelmente a aquellos que infringen la ley más pequeña. Satanás busca engendrar el miedo en el corazón del ser humano para que este se desanime y no acuda a Dios para recibir el perdón. El desánimo significa que una persona no tiene la esperanza de alcanzar la salvación de su alma o alguna gracia o ayuda necesaria. El desánimo es muy peligroso porque malogra cada esfuerzo nuestro, nos llena de tristeza, hace que descuidemos la oración y la búsqueda de otros medios, y nos anima a dedicarnos a toda clase de vicio. Es un pecado desanimarnos por las dificultades que encontramos, o cuando pensamos que nuestros pecados son demasiado grandes o numerosos para ser perdonados, o cuando observamos que nuestras pasiones son demasiado fuertes para vencerlas, porque esta actitud muestra que no estamos convencidos sobre la bondad y el poder de Dios. Satanás quiere inculcar en nuestro corazón la idea de que Dios tiene una tremenda cólera contra nosotros, mas Cristo nos dijo que Dios es un Padre verdadero. ¿Podemos darnos por vencidos cuando Dios dio a su hijo para salvarnos? ¿Podemos darnos por vencidos cuando Cristo mereció la gracia de Dios? ¿Podemos darnos por vencidos cuando

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pensamos que Dios cuida incluso a sus criaturas más pequeñas? ¿Podemos darnos por vencidos cuando leemos en la Biblia que Dios está dispuesto a perdonar? ¿Podemos darnos por vencidos cuando reflexionamos sobre la Parábola del Hijo Pródigo? Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa para cada bien espiritual y temporal. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Para realizar una buena obra, siempre necesitamos la ayuda de la gracia de Dios, quien nunca la niega a aquellos que se la pidan, porque él quiere que todos se salven.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 16 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la tibieza. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la tibieza. Debes saber que la tibieza consiste en cometer el pecado venial sin pensarlo dos veces. Es la falta de celo y es muy peligrosa para la salvación del alma; es una disposición para cometer el pecado venial porque el pecado venial no desviste al alma de la gracia de Dios. El alma puede encontrarse en tres estados: 1. Estado frio (en pecado grave); 2. Estado caliente (en la gracia de Dios); 3. Estado tibio (dispuesta a cometer pecados veniales). El Apocalipsis dice: “Yo sé todo lo que haces. Sé que no eres frío ni caliente.

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¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero como eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apoc 3, 15-16). El Espíritu Santo enseña que quien desprecia los pecados veniales y descuida las pequeñas faltas, poco a poco termina cometiendo faltas graves. Por lo tanto, el pecado venial nos lleva al pecado grave. La misma naturaleza, con su experiencia, nos enseña que nadie llega a ser malvado de una vez. Cristo nos enseña que quien no es fiel en lo poco, tampoco es fiel en lo mucho. Los grados de la perfección son tres: 1. Una voluntad firme y dispuesta a entregar la vida para no cometer el pecado grave. 2. Una voluntad firme y dispuesta a entregar la vida para no cometer el pecado venial. 3. Una voluntad firme y decidida de imitar a Cristo. Quien no tiene una voluntad firme y dispuesta a entregar su vida para evitar el pecado venial, estará en grave peligro de la perdición eterna, porque Cristo nos dice: “Quien no es fiel en lo poco, tampoco es fiel en lo mucho” (Lc 16, 10). Te explico la fealdad del pecado venial. Si supieras con seguridad que

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puedes convertir el mundo entero hacia Dios por medio de un solo pecado venial, de esta forma no estarías glorificando a Dios: más bien estás obligado a dejar todo este bien para evitar el pecado venial, porque la deshonra que le causas a Dios no se borra con todo el bien que pudiera salir. Por lo tanto, comprende bien la naturaleza del pecado venial. El pecado venial es contra la voluntad de Dios, por lo tanto no debemos cometerlo por ninguna razón. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa porque te lleva a la perdición eterna. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Nunca debes pensar que Dios te perdona fácilmente; más bien debes temer siempre de ofenderlo.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 17 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de los escrúpulos. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de los escrúpulos. Debes saber que no podemos confundir los escrúpulos con la exactitud. La exactitud merece aprecio mientras que los escrúpulos deben ser despreciados. Eres escrupuloso si consideras grave un pecado venial, o consideras pecado lo que no es pecado. La conciencia de la persona escrupulosa vive una tortura continua porque todo lo considera pecado, y el pecado es la negación de la conciencia. Algunos teólogos enseñan que no siempre peca quien niega una conciencia escrupulosa, porque estaría negando no a la conciencia sino a las tonterías de su mente.

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Otros teólogos enseñan que siempre peca quien niega una conciencia escrupulosa porque San Pablo escribe: “Lo que no sale de la fe es pecado”. Otros teólogos enseñan que si la persona sabe que es escrupulosa, entonces no tiene la obligación de escuchar su conciencia porque está desorientada por las tonterías de la mente; si una persona no sabe que es escrupulosa, entonces tiene que obedecer siempre a su conciencia. Dicen que los escrupulosos normalmente son soberbios, porque no obedecen a sus confesores, y, por lo tanto, nunca pueden sanarse de esta enfermedad si no tienen una firme voluntad de obedecer. Deben comprender que cuando obedecen a sus confesores, siempre estarían actuando de manera correcta. La persona escrupulosa debe saber que para ser culpable de un pecado hace falta que se dé cuenta que es pecado y tener la voluntad de cometerlo; si duda sobre si tiene o no la voluntad de cometerlo, entonces se debe tranquilizar. No debemos confundir lo que sentimos con lo que queremos porque lo que sentimos o lo que se nos ocurre no tiene ningún valor si no hay la voluntad. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad

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que es muy peligrosa porque perjudica la paz de tu corazón y pone en peligro la salvación eterna por culpa de la soberbia. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “El Espíritu Santo nos enseña que la persona obediente canta siempre victoria, ante Dios y también ante los seres humanos.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 18 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de las peleas. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de las peleas. Debes saber que hay tres tipos de peleas: 1. Peleas con las manos, los pies o con armas. 2. Peleas con la lengua, con injurias, con palabras soeces e insultos que lastiman al corazón por los defectos de la naturaleza o defectos morales. 3. Peleas con el silencio: no hablar ni saludar y guardando odio en el corazón. Cada tipo de pelea es señal de un corazón malvado, y cuando un corazón es malvado no puede tener alegría, tranquilidad y paz, sino miedo, preocupación e inquietudes.

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Solamente las personas que tienen un buen corazón pertenecen a Dios, porque Dios es bueno; las personas que tienen un corazón malvado pertenecen a Satanás, porque Satanás, desde el principio, era malvado y asesino. Si una persona se da cuenta que pertenece a Satanás, ¿cómo puede no hacer un esfuerzo para cambiar su corazón? Quien se pelea está maltratando a Dios, porque el ser humano es imagen de Dios. Es imposible que una persona ame a alguien y maltrate su foto o imagen. Dios es muy estricto sobre nuestro comportamiento con el prójimo. Es tan estricto que, como nos enseña Cristo, el mismo Dios se comporta con nosotros de la misma forma como nosotros nos comportamos con el prójimo. “Pues Dios los juzgará a ustedes de la misma manera que ustedes juzguen a otros; y con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les dará a ustedes”; misericordia por misericordia, justicia por justicia y venganza por venganza. Según la naturaleza, hace falta que el corazón se endurezca con el odio para hablar palabras de desprecio, y más aún para pelear con los puños. Las peleas no son cosa de Dios porque Dios es amor. Quien se pelea no

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ama ni a Dios ni a Cristo, quien nos enseña que cada bien y cada mal que realizamos con el prójimo lo considera hecho a él; a la vez, quien se pelea no ama ni siquiera a sí mismo porque se estaría encaminando hacia la perdición eterna. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa para el cuerpo y para el alma. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Hasta donde dependa de ustedes, hagan cuanto puedan por vivir en paz con todos” (Rm 12, 18). ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 19 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Mi enfermedad es que soy demasiado perfeccionista. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de tu enfermedad. Te voy a dar una comparación. Cuando alguna parte de tu cuerpo te pica, y tú te rascas, cuanto más te rascas, tanto más te provoca rascar. Igual pasa cuando una persona es demasiado perfeccionista. Si se pone a examinar algo, va a querer examinar más, y cuanto más la examina, tanto más se confunde y se equivoca. Si examinas algo una vez, ya basta; si examinas dos veces, ya basta. Una persona que es demasiado perfeccionista, nunca se conforma, aunque ya ha examinado lo suficiente. Haz lo posible para apartarte de las personas que son demasiado perfeccionis-

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Cuando estás haciendo algo no debes pensar en otra cosa, sino no haces bien la primera y tampoco la segunda tarea. Debes concentrarte en lo que estás haciendo.  73 


tas y aléjate de ellas, porque con el tiempo te contagiarán. Para quedarte tranquilo, acostúmbrate hacer todo con orden. Los maestros dicen: “Mantenga el orden y el orden te mantendrá”. Mantén como una regla para ti de concentrarte en lo que estás haciendo, sin distraerte con otras cosas, porque sino no lograrás hacer bien ni la primera y tampoco la segunda; más bien concéntrate y presta atención a lo que estás haciendo. Si el pensamiento te siga atormentando, confíalo a la providencia de Dios, y sigue con lo que estás haciendo. No te preocupes; si es un asunto serio tu conciencia te indicará de dejar lo que estás haciendo. Cuando una persona es demasiado perfeccionista la razón se debe al cansancio o debilidad de la cabeza. Si sigue con esta actitud, puede convertirse en una persona que no es capaz de hacer nada, ni siquiera de conversar con la gente, porque después empieza a pensar sobre lo que dijo o no dijo. Por lo tanto, debes juzgar cada acción bien, y no debes volver a examinarla sino habrá confusión en tu mente y

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te llenarás de preocupación. Esta enfermedad es tan fea que confunde tu mente y tus sentidos: eso es tan cierto que empiezas a ver cada objeto doble. Hay que desaprobar esta enfermedad porque te hace salir del camino ordenado de la tranquilidad. No debes ser demasiado perfeccionista ni siquiera en la seriedad de la confesión y tampoco en otros asuntos serios. Si confesaste un pecado, no vuelvas a confesarlo para quedarte tranquilo. Y si tienes dudas si lo confesaste o no, quédate tranquilo porque no tienes la obligación de confesarlo. Esta enfermedad te hace dudar de todo, y, en vez de vivir en paz como quiere Dios, experimentarás la confusión de la conciencia. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa porque te lleva a la desesperación. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “La

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instigación y la demasiada perfección son hermanas de la locura.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 20 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la curiosidad. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la curiosidad. Es curiosidad cuando una persona mira y escucha para comprender sin que haya causa o necesidad. La curiosidad domina los cinco sentidos, especialmente la vista y el oído. La curiosidad es una característica de los necios, que son innumerables, porque los necios no piensan y tampoco reflexionan sobre las consecuencias de la satisfacción de la curiosidad; las personas sabias, quienes piensan y reflexionan sobre las consecuencias positivas y negativas que pueden salir de sus acciones, se niegan a sí mismos cuando tienen la tentación de ser curiosos.

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¡Oh qué tan común es la curiosidad! Podemos decir que la curiosidad es, ordinariamente, un pecado venial. Sin embargo, puede ser un pecado grave para quien intuye un peligro grave. En la Biblia tenemos el relato de la esposa de Lot. Dios les había dicho de no mirar atrás al salir de Sodoma y ella, cuando escuchó el ruido del fuego y del azufre, se volteó y se convirtió en una estatua de sal. ¿Hubiera imaginado, la esposa de Lot, que esa curiosidad la hubiera convertido en estatua de sal? Mardoqueo se quedó escuchando a Bagatan y a Tares quienes estaban conversando, porque sospechaba que estaban conspirando contra la vida del Rey Asuero. Se quedó escuchando por tener esta sospecha porque eran sus enemigos, y confirmó que su sospecha era cierta. Por lo tanto, le comunicó a la Reina Ester y ella informó al rey. La muerte del rey fue evitada y los dos hombres condenados a muerte. En esta oportunidad, Mardoqueo no actuó con curiosidad porque tenía una causa justa. Ahora escucha sobre la curiosidad del Rey David. Él estaba en la azotea de su palacio cuando vio a Betsabé y, lleno de curiosidad, preguntó quién era esa mujer. Mandó llamarle y de un siervo fiel

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del Señor, a quien el mismo Dios había elogiado, cometió grandes pecados, hasta que el profeta Natán le mostró su insensatez. Tenía razón Santo Tomás de Aquino cuando aconsejó, como norma de perfección, a dos jóvenes que le habían preguntando lo que deben hacer para ser perfectos: “No sean ni curiosos ni chismosos”. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa porque perjudica la paz de tu corazón. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Cuida tus ojos y cuida tu lengua y así, no tendrás ningún problema.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 21 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la pereza. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la pereza. No debes confundir la pereza con el descanso; el descanso es necesario para la salud y para el trabajo, mientras que la pereza hace daño a la vida espiritual y a la vida temporal. Dios enseñó a Adán para alejarse de la pereza cuando le dijo que ganará su alimento con el sudor de su frente. El Espíritu Santo enseña que la pereza trae mucha malas consecuencias y nos enseña también que los ociosos son las personas más necias porque vivirán en la miseria y en la necesidad. El ser humano debe estar ocupado en este mundo, porque nadie nace por sí mismo. Cada persona tiene tres deberes

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para cumplir y para estar ocupada. De esta forma se aleja de la pereza y vive una vida virtuosa. Es un deber fundamental para cada ser humano aprender como debe comportarse con Dios, con el prójimo y consigo mismo. La enseñanza es la mejor ocupación para cada ser humano. Algunos aprenden una carrera técnica y otros aspiran tener una profesión. También las personas adineradas deben preocuparse para aprender alguna carrera técnica o alguna profesión, aunque, en realidad, no la necesitan para vivir: deben hacerlo primero por las incertidumbres de las riquezas que pueden acabar dejándoles en la pobreza, y, en segundo lugar, para no vivir en la pereza. Una persona trabajadora disfruta de su salud, como atestigua la misma naturaleza que dice: “El trabajo es la salmuera del cuerpo.” Una persona trabajadora encuentra siempre comida y bebida sin molestar a nadie. Una persona trabajadora tiene tranquilidad en su corazón porque no necesita, como los malvados, recurrir al robo y a los engaños. Una persona trabajadora aborrece el pecado por la ocupación de sus debe-

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res; una persona trabajadora vence todas las situaciones difíciles y todas las dificultades que cruzan su camino y con su diligencia persevera hasta el final en el buen camino. Cuando no tienes nada que hacer y no estás descansando, debes mantenerte ocupado leyendo, escribiendo, dibujando, viendo cosas buenas o realizando algún trabajito. Lo importante es mantenerte ocupado, especialmente con el pensamiento de la muerte que debe dar impulso a tu corazón. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa porque puede llevar a una muerte trágica. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “La suerte de una persona depende de qué tan trabajadora u ociosa es.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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Sala 22 El médico: Cuéntame, ¿qué enfermedad aflige tu alma? El enfermo: Es la enfermedad de la incredulidad. El médico: Acompáñame a la sala preparada para esta enfermedad.

El médico: Presta atención a la inyección que te voy a aplicar para la sanación de la enfermedad de la incredulidad. Esta es una enfermedad de muerte segura porque Cristo ya determinó que quien no cree será condenado y experimentará la perdición. Debes utilizar todos los medios para sanarte. Debes saber que la fe está relacionada con la historia y esta tiene mucho valor ante los seres humanos por los acontecimientos que nadie puede negar. La fe es la persuasión del corazón sobre las verdades invisibles, una persuasión engendrada por motivos de credibilidad. Los motivos de credibilidad son causas por las cuales la razón del ser humano debe admitir la verdad sobre la cual dan testimonio.

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Nosotros no podemos ver a Dios, pero por los motivos de credibilidad, es decir por medio de las obras de sus manos, debemos estar convencidos de su existencia. Basta fijarte en tus manos, que ni tú ni ninguna otra criatura pudo crear, para que tu corazón declare que eres obra de Dios. Nosotros no podemos ver el infierno, pero por los motivos de credibilidad debemos declarar que el infierno existe porque nadie es capaz de dar un premio a alguien que mató a una persona para robarle. Si no existiera el infierno, el que mató terminaría premiado por su delito si no hay testigos en su contra. Tú has escuchado que Jesucristo vino al mundo y asombró a todos con el poder de sus milagros, especialmente su resurrección de la muerte, de tal manera que nuestros antepasados creyeron en él. Él fundó la religión cristiana. Los motivos de credibilidad muestran que su religión es una obra divina. De hecho, este galileo, verdadero Dios también, para difundir su fe en todo el mundo escogió doce hombres incapaces, y los envió a predicar enseñanzas que la naturaleza solo puede creer sin comprender. El mundo los acogió cuando vio el sello de la Divinidad: los milagros y las profecías.

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Cristo fundó su Iglesia en la tierra y perdurará hasta el fin del mundo por la salvación de las almas. Todos pueden ver esta Iglesia. ¿Quién puede dudar que esta Iglesia es santa e infalible, cuando la historia da testimonio sobre los santos que vivieron y murieron en ella, sellados por los milagros que realizaron durante y después de su vida? Entre otros mencionamos a San Vicente Ferrer y a San Antonio de Padua. También tenemos motivos de credibilidad sobre la presencia real de Cristo en el Sacramento del Altar, verdadero Dios y verdadero hombre. De hecho, la historia cuenta que en la ciudad de Turín, una hostia consagrada brillando como el sol se elevó en el aire, y, entre la oración del pueblo, bajó despacio en la píxide que tenía el obispo para acogerla. Por lo tanto, las señales no dejan ninguna duda. Esta es la inyección que te he aplicado para sanarte de esta enfermedad que es muy peligrosa porque causa la muerte eterna. Ahora te otorgaré una caja de inyecciones de la misma calidad para que te apliques durante un mes, una cada día, y te otorgaré también una frase: “Sin fe,

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nadie puede tener la verdadera virtud y tampoco se puede alcanzar la salvación. Más bien, después de la muerte corporal, uno entra en la segunda muerte eterna.” ¡Qué el Señor Dios te acompañe siempre! Así dice el médico. Después llama al portero para que acompañe al enfermo a la puerta.

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1. La Carta de la Mansedumbre 2. Las Mansiones 3. El Año del Señor 4. El Gran Libro 5. El Sagrario del Espíritu de Cristo 6. El Eco de los Amigos 7. Las Reglas de los Santos 8. El Libro de las Señales 9. Medios para practicar las Virtudes 10. San José 11. El Discipulado 12. El Directorio Espiritual 13. María Santísima, la mujer bendita.

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