Premaqueta 1

Page 1

1


2


Esta es mi historia

Álvaro Valenzuela Pineda

Esta es mi historia y también es la historia de don Jorge que la vive a menos de un metro delante mío, de Julián que está junto a mí, y de Luis que está un poco más a atrás. Yo no los conozco, quizá nunca los vuelva ver, pero están ahí. Es la historia de mi hermano Simón, que lo ve desde un bar en el estado de Utah, EE.UU. y que abandonó el país un par de días antes de esta noche mágica, en ese periodo que me pareció un siglo entre la final en Quito y la vuelta en Santiago. Es la historia de mi hermana Francisca, que duerme en Suecia con mi madre pero que en unas horas más me llamará para saber cómo terminó todo. Es la de mi hijo Lucas, que lleva unos 7 meses de gestación y que se pierde este momento. Pero no importa, me tendrá a mí para contarlo cuantas veces sea necesario. Es la historia de mi padre que no sé dónde anda en este momento. Es la historia de mi bisabuelo Augusto que se fue una década antes de tiempo, y que en principio de los 70 estuvo en este mismo estadio viendo la semifinal con Peñarol. Es la historia del gran amigo de mi padre, Carlos, quien me llevó al Nacional por primera vez. Es la historia de mi tío Alejandro que seguro lo ve en su casa, pero que antes no dejaba de saltar en Los de Abajo, la vida nos vuelve más serenos, pero no menos fieles. 3


Esta es la historia de las 45.000 almas que gozamos la dicha de decir presente en una noche primaveral del 2011. Esta es la historia de cada uno de los afectos que tuvimos, de cada uno de los recuerdos que evocamos, de cada una de las personas que vinieron antes de nosotros. Esta es la historia de millones que lo ven por televisión y de millones que no llegaron a verlo. Es la historia de los que observan desde otras veredas, pero que, en algunos casos, tendrán la hidalguía de felicitar y de reconocer el triunfo rival. Esta es mi historia, y de cómo me pongo de pie, de cómo quedo absorto y petrificado en un minuto de la vida, de cómo queda un instante grabado a fuego en mi memoria, de cómo soy capaz de sorprenderme como solo un par de veces más lo hice en mis treinta años de vida, así, quemado por el asombro y su falta de gestos y su falta de palabras. En ese espacio de tiempo en donde no fui capaz de emitir sonido alguno o realizar movimiento cualquiera. Es que el asombro termina cuando vuelven las palabras, como alguna vez contó Eduardo Sacheri. Es la historia de un joven renquino que recibe un pase en tres cuartos de cancha rival, enfila hacia el arco norte de un estadio que nunca ha visto a un equipo de los suyos ganar un torneo internacional, esta es la historia de un ídolo que con sus últimos cartuchos pica por la derecha del hábil puntero formado en Cobreloa. Le grita, le implora que le entregue el esférico y pueda acrecentar su leyenda con otro tanto de 4


aquellos, pero la nueva estrella del fútbol chileno va decidido a cerrar una noche de imposibles. Yo lo miro con expectación y atento sigo su carrera, lo acompaño cuando deja al primer ecuatoriano en el camino, quedan cerca de 20 metros y el segundo de blanco ya es parte de su pretérito, queda el último defensa y el arquero, la entrada al área marca un precipicio que apunta al todo o nada. Estoy seguro de que Vargas se la va a pasar a Diego, eso cerraría de la mejor manera esta historia. ¡Bah! No es que esté seguro, estoy demasiado seguro e incluso en ese momento soy capaz de apostar mi vida a que con la derecha y a “tres dedos” se la entregará en bandeja al mendocino, que desesperado le sigue exigiendo el balón. Ya no puedo más de la expectación, en cualquier segundo ocurre lo que vaticino y el grito de gol no me lo quitará nadie, un grito de gol que tendrá ese gusto de ver las cosas antes que pasen. Pero Eduardo tiene otra idea, deja atrás a su tercer marcador y ante la salida del arquero Domínguez la ha colado al segundo poste y se produce el silencio… Cuando vuelvo en mí, noto que estoy de pie, callado, absorto en mis pensamientos a pesar del estallido de 45.000 personas, mirando un título que jamás pensé disfrutar tanto. Me doy cuenta que sigo en silencio y con los puños apretados, con un nudo en la garganta e intentando retener los máximos detalles en mi mente, para toda la vida, para contar mil veces este momento, para volver a contármelo cuando mi mente divague y confunda al rival, el año, los goles e incluso el torneo. Miro a mi alrededor y los veo a todos de pie, a 5


Luis, a Jorge, a don Augusto, a Lucas, a Simón, a Francisca, a Carlos, a Francisco, a José Marcelo, a Leonel, a Manuel y a tantos otros; algunos se abrazan, otros sonríen, otros lloran… pero todos disfrutan. Esta es mi historia, pero es la historia de todos. Esta es mi historia, pero no me pertenece ni un poco más que al resto. Esta es mi historia, este es mi recuerdo.

6


Destino, magia y azar Rodrigo Pérez Maldonado

No sabría decir si en el mundo del fútbol existen los destinos o las casualidades. Hay quienes piensan que el penal de Roberto Baggio en la final del Mundial de 1994 y el de Messi en Copa América 2016 fueron objetos del azar. Que los astros se alinearon para que estas estrellas del fútbol acabaran inmortalizadas por errar en un momento decisivo de la historia deportiva. O que simplemente se “cagaron”, que se les doblaron las piernas cuando debían reventar el balón en la red, que tenían la pata chueca, o que se acalambraron en el instante preciso de ejecutar. Sea cual sea la razón, lo cierto es que más allá de que exista o no el azar, en el fútbol hay un elemento que resulta ineludible: la magia. No hay algo tangible que dé explicación a muchas de las cosas que ocurren en este deporte. Aspectos que escapan de la lógica, que lo vuelven asombroso y a la vez impredecible, como una atajada milagrosa en el último minuto, una jugada colectiva que parece salida de un cuento de hadas, una victoria con ocho jugadores en cancha, o un gol anotado por quien nunca en su vida le había pegado al arco… como Pepe Rojas el 2011… contra Flamengo… y nada menos que ante su gente. 7


Y cuando me refiero a cosas inexplicables e inesperadas, no solo hablo de lo estrictamente relacionado al campo de juego, sino también afuera, como la contratación de Jorge Sampaoli. ¿Alguien cree que los dirigentes de nuestro equipo lo trajeron teniendo el objetivo real de conseguir un campeonato sudamericano y tres torneos nacionales consecutivos? Absolutamente nadie. No hay nada más férreo a la hora de describir aquello que llamarlo una “experiencia mágica”. Un detalle mínimo y a la vez absoluto que marcó el inicio de una historia épica que determinaría la felicidad y goce de millones de personas. Una decisión enigmática que lo cambió todo en nuestro club y que lo llevó a conseguir su primera copa internacional, aquella que por tanto tiempo nos había sido esquiva y que llegó de improviso sin que la llamáramos: la Copa Sudamericana. La campaña para conseguirla fue una bola de nieve. Ningún hincha partió con una convicción mayor que avanzar un par de fases, considerando que un año antes el equipo ni siquiera había logrado vencer al primer rival del torneo, el débil Oriente Petrolero de Bolivia. Sin embargo, durante el 2011, lentamente los objetivos se fueron cumpliendo, con hazañas deportivas que obligaron al pueblo azul a creer que se podía alcanzar ese sueño sudamericano y teñirlo de azul. La magia se había instalado en el emblema del chuncho y no se iría sin antes de brillar y dejar huella en nuestros corazones. 8


Vencer en un comienzo a los equipos uruguayos Fénix y Nacional no pasó de la conversación de pasillo, del dato de oficina o de la nota de media página de los diarios. Fue recién con Flamengo, en octavos de final, que estos jugadores rompieron el molde y pasaron a formar parte de la anécdota colectiva no solo a nivel país, sino también sudamericano. El continente hablaba de los chilenos que en la tierra del Cristo Redentor y el Pan de Azúcar habían inmortalizado una goleada 4-0 ante el equipo más popular del mundo, con Ronaldinho Gaúcho a la cabeza, jugando un fútbol colectivo, ofensivo, aguerrido y perfectamente coordinado. Una oncena de futbolistas que habían dejado la camiseta que alguna vez vistieron estrellas de la talla de Zico, Romario y Bebeto, por el suelo. La hazaña del 4-0 en Río de Janeiro y la posterior victoria 1-0 de local fueron un llamado de atención para todos. Fue decirle al mundo que este club podía conseguir algo importante, y que estaba ahí para pelearlo todo. Pero, eso sí, siempre paso a paso. El siguiente escollo iba a ser Arsenal de Sarandí, un cuadro que a priori se veía abordable, pero que cargaba con el mote de experimentado, intenso y, ante todo, con oficio en torneos internacionales. Un club caracterizado por un juego ordenado, que dejaba pocos espacios y muy agresivo en la marca. En resumen, el rival que menos le acomodaba al juego de Sampaoli. Por lo mismo, el mensaje era claro: no había que confiarse. 9


Tanto en Buenos Aires como en Santiago, los azules debieron recurrir no sólo al fútbol, sino también a la garra, a la concentración, a la entrega y al carácter, para dar un nuevo paso en el torneo e instalarse como serios candidatos al título. Ya estábamos instalados en semifinales, y el próximo rival iba a ser Vasco Da Gama de Brasil. Un equipo de peso pesado y de gran jerarquía, que ese año disputaba palmo a palmo con Fluminense el título de su país. La “U” se preparaba para dar cara a una odisea que podría colocarla entre los grandes del continente, pero debía sacar un buen resultado en la ida, en un estadio São Januário repleto en que los brasileños acostumbraban pisotear futbolísticamente a sus adversarios. Y de hecho los pronósticos no estuvieron tan lejos de cumplirse. Los azules fueron superados por el equipo del histórico Juninho Pernambucano en gran parte del cotejo, cayendo por 1-0 desde el minuto 32. Sin embargo, en la fase final surgió una jugada mágica que lo cambió todo, una bofetada a la lógica del partido donde los locales superaban claramente. En los últimos diez minutos, un tiro libre de Marcelo Díaz fue interceptado por Osvaldo González, y este pudo anotar el empate. Uno con sabor a triunfo, por lo duro y cuesta arriba que había sido el enfrentamiento. Pese al importante resultado obtenido en la ida, recuerdo que una tensa calma se instaló en la fanaticada. La historia no era tan simple. Se podía sacar un buen resultado afuera, pero en casa había que estar 10


a la altura, y el equipo contaba con un antecedente negativo que hacía que el nerviosismo fuese ineludible. Un año antes, varios de estos jugadores habían llegado a semifinales de Copa Libertadores, siendo eliminados por Chivas de Guadalajara en condición de local. En esa ocasión, los dirigidos por el uruguayo Gerardo Pelusso habían logrado un empate de visita y al momento de definir en casa fallaron de forma increíble con errores tácticos y técnicos que no habían tenido durante toda la Copa. Una bofetada tremenda a las expectativas del pueblo azul, y uno de los partidos más tristes de mi vida. Por eso, los 90 minutos contra Vasco da Gama iban a ser una constante lucha por evadir aquel fatídico destino. Pero para ello se necesitaba jerarquía, concentración y, ante todo, frialdad. La frialdad que solo un goleador podía tener, aquel que pocos meses antes se había destapado con un hat-trick en la final contra Universidad Católica: Gustavo Canales. Cuando la ansiedad comenzaba a afectar al equipo y a la fanaticada, pues transcurrida la primera media hora el gol aún no llegaba, Canales superó al arquero Fernando Prass, poniendo la cuota de calma que la “U” tanto necesitaba. El balón que en su porfía y vanidad no había querido alcanzar la red, por fin había cedido a la mística del Romántico Viajero.

11


Ese gol lo cambió todo. A partir de ahí, los jugadores se vieron más tranquilos y seguros, incluso marcando por segunda ocasión (Eduardo Vargas en el minuto 72), consiguiendo así disputar la primera final internacional del club. Estos futbolistas ya habían hecho historia, pero faltaba el último paso… el más importante. Creo firmemente que la final de ida de la Copa contra Liga de Quito ha sido el partido más importante de la historia de la “U”, quizás únicamente comparable con el jugado ante Cobresal en diciembre de 1994 (que sentenció el fin de la maldición de 25 años sin campeonatos). Si lograban superar las dificultades de la altura de Quito y el dominio que su rival había mostrado los años previos, de seguro iban a ganar el torneo. Era muy difícil sacar un buen resultado allá, con un conjunto ecuatoriano copero que históricamente tenía en la altura una aliada letal. Y, tal como se esperaba, el cotejo no fue fácil. Pese a que Sampaoli apostó por mantener la estructura táctica de los encuentros previos –aunque tomando algunos recaudos, como la marca personal de Albert Acevedo a Ezequiel González (el creador de Liga)–, el equipo se vio en varios momentos superado y muy cerca de recibir goles, sobre todo del argentino Hernán Barcos, una verdadera máquina en el área.

12


Pero finalmente la “U” terminó venciendo 1-0 con gol de Vargas, tras una habilitación magistral del “Carepato” Díaz al minuto 43. Seguramente de los goles que más he gritado. La final de vuelta fue historia aparte, y ni siquiera da para un mayor análisis. El Romántico Viajero simplemente arrasó con los ecuatorianos en un estadio Nacional repleto, los goleó 3-0, y los pisoteó futbolísticamente como si se tratara de un equipo profesional contra uno de barrio. Entonces llegó el pitazo final y se desató la celebración. La gloria era nuestra. Por fin. Después de tantos años en que los sueños, como bocanadas de humo, se habían deshecho cuando queríamos tocarlos con las manos, aquella noche millones de almas y corazones se sincronizaron en un festejo suspendido en la eternidad. Las lágrimas que décadas atrás habían surgido del dolor y la frustración, esta vez brotaban de goce y felicidad por presenciar aquel instante hermoso y trascendental. Han pasado ya cinco años de eso, y el hincha de Universidad de Chile ha tenido que enfrentar situaciones muy dispares, desde acrecentar aún más su palmarés, hasta rozar el descenso de categoría. Por lo mismo, aquella campaña se recuerda con nostalgia, pues ese equipo maravilloso fue táctica y técnicamente la perfección llevada a la práctica en un campo de juego. La plenitud absoluta que muchos tuvimos la suerte de ser testigos. 13


No sabría decir si la “U” volverá alguna vez a jugar tan mágicamente en una cancha, a ser considerada uno de los mejores equipos en el mundo, o a conseguir un nuevo título internacional de esa forma tan imponente, pero puedo decir que –aunque haya sido una sola vez en la vida– fui testigo del momento en que la historia y el fútbol estuvieron de nuestro lado. Y eso, amigo mío, lo vale todo.

14


El año de los imposibles Sebastián Ripeti

Hacer posible lo imposible. ¿Parece complejo? No lo es y en Chile lo sabemos bien. Y lo sabemos no por las hazañas de los grandes próceres de la Patria ni por nuestra distinguida clase política. Lo sabemos por nuestra gente, la que para la olla con el sueldo mínimo, la que se levanta antes del sol y llegan a sus hogares, paradójicamente, después de que el sol ya ha ido a descansar. Lo sabemos y lo vemos en el rostro diario del llamado “chileno común y corriente”, como le gusta llamarnos a la élite. El rostro que vemos no es tan solo cansancio físico sino uno profundamente espiritual, puesto que dejamos de creer. Y no es que mis palabras vayan a citar a algún extracto de la Biblia, sino que ya no creemos en nosotros mismos. Y no es que tenga un sentimiento ni una vocación amarga-crítica, sino que, al contrario, creo en mi gente y en que juntos podemos llegar más allá del horizonte, donde remonta la verdad. La verdad que está en nosotros y cada cierto tiempo la demostramos y la vemos, porque creemos en ella. Es así que mis palabras se encaminan al 2011 que fue la expresión de la creencia en los imposibles. Lo demostraron las y los estudiantes de Chile. Nuestro pueblo veía en ellos esperanza y rigor. Nos hicieron creer que como sociedad había15


mos perdido el rigor, y no, está vigente y tan solo le cuesta despertar. Lo demostraron también los once leones que en la inolvidable noche del 14 de diciembre no hicieron caso a la historia y salieron victoriosos del estadio Nacional. En esa noche se demostró el rigor del cual estamos hechos y demostramos que somos capaces. Y en los siguientes párrafos me quiero detener en ello y comenzaré por citar a un gran escritor argentino, Eduardo Sacheri, para comprender el carácter de mis escritos, quien dice: “Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida. Pero de algo estoy seguro: no saben nada de fútbol”. Quien piensa que este deporte dura 90 minutos se equivoca, señoras y señores; dura toda una vida y es una expresión más de lo que somos como país. Es parte de nuestra sociedad y está arraigado en ella. Hasta en la sociedad más anarquista el fútbol seguirá existiendo. La hazaña heroica del equipo mágico a la cual me voy a referir fue la expresión de una nueva mentalidad que la sociedad chilena buscaba y que con la unión de diversos factores hizo posible que estos jóvenes de las periferias de la capital, lograsen ser el espejo del país y conseguir que en el recinto que alguna vez fue centro de tortura, tocásemos el cielo como nunca antes en nuestra historia.

16


Y no es que busque vanagloriar las copas, no. Hay que dejar en claro que un romántico viajero es quien se enamora de los colores, de la mística y la historia de la institución, y no de las copas. Son tan solo el resultado de un largo y difícil camino que es importante transitar y recordar. Cinco días después de una de las jornadas más violentas que se ha visto desde la vuelta a la democracia, en ese 4 de agosto donde la represión –la misma que golpea al hincha en la galería– barrió con estudiantes a lo largo de todo el país, el León comenzó su larga travesía en Uruguay, donde allí sí que saben hacer posible lo imposible. Dejando en el camino al humilde Fénix y posteriormente a un poderoso del continente, Nacional de Montevideo. Le enseñamos a bailar samba a los brasileños en Río de Janeiro, con Ronaldinho en cancha viendo cómo un joven oriundo de Renca se mandaba unos bailes jamás vistos en la tierra de los pentacampeones del mundo. En Argentina, la misma historia. Los relatores no podían creer lo que este equipo mágico comandado por uno de los suyos estaba realizando. Nuevamente en Brasil, uno de los nuestros que lleva tatuado al Chuncho en su piel, asegura el invicto. En la vuelta, el León sacó pasajes a la final. Hasta ese entonces era una campaña histórica para la Universidad de Chile, que por primera vez en su historia pasaba a la final de un torneo internacional y comenzábamos a hacer posible lo imposible.

17


Qué difícil ahora hablar de dicha final. En el partido de ida, jugado en la altura de Quito, el equipo de los imposibles corrió más que los locales, quienes estaban acostumbrados a jugar a casi 3.000 metros de altura. Nuevamente Eduardo Vargas, la gran estrella del plantel, dejó rivales en el camino para la victoria azul, manteniendo el invicto y dejándonos en un muy buen pie para el partido de vuelta por jugarse en nuestra casa. A pesar de los buenos resultados, el nerviosismo se apoderó de los hinchas azules en la semana previa a la final. La prensa nos recordaba la “mufa del estadio Nacional”, en donde ningún club ni tampoco la Selección, hasta ese entonces, había ganado alguna copa internacional. Pero este plantel ya sabía de imposibles y lo demostró ese inolvidable 12 de junio del mismo año, dando vuelta un marcador que para todos parecía imposible de remontar y que con la fidelidad de sus hinchas, la sabiduría del técnico, el aguante de los jugadores y con la historia del club haciéndose presente, dimos vuelta el resultado y nos quedamos con la copa. Sin embargo, el escenario ahora era distinto. Éramos los grandes favoritos. El continente se ponía de pie para aplaudir el fútbol demostrado por el equipo y se esperaba con ansias dicha final. Ya antes del pitazo final había una cuota importante de nervios por parte de todos los hinchas, pero siempre con la fe y depositando la confianza en el equipo mágico. 18


Y no nos equivocamos. Ya al poco andar del partido, Eduardo Vargas nos entregaba tranquilidad y abría el marcador. El ambiente en el estadio se llenaba de confianza y todo era fiesta. Luego de la anotación de Lorenzetti el partido ya parecía sellado. La hinchada exigía al ídolo en la cancha y demostró no equivocarse. Inmediatamente después de la entrada de Rivarola al pasto ñuñoíno, Vargas toma el balón y a una velocidad imparable anota, llegando hasta Renca para abrazarse con su familia para festejar esta victoria histórica del cuadro azul. Este equipo mágico, totalmente rupturista con la historia negra del país, llevó alegría y felicidad hasta el coliseo de Ñuñoa que hasta esa fecha solo había sido testigo de fracasos y amargura en este tipo de instancias. El León salió de su jaula tras 84 años privados de estar en lo más alto del continente. A los rivales no les quedó más que aplaudir y mirar cómo el Chuncho llegaba a la cima bebiendo de la copa que todos querían beber. Para muchos, para quienes por diversos motivos dejaron de creer, el triunfo obtenido por la “U” significó una cuota de confianza. La alegría los invadió y el viaje rutinario que describíamos al comienzo, si bien fue el mismo, fue con una convicción en los valores que nos entregó el Equipo Mágico: más que por haber sido los mejores campeones de América en toda la historia de las competiciones de la Conmebol, por el carácter y actitud del plantel frente a las adversidades. 19


La hazaña lograda por la Universidad de Chile en un año conflictivo para el país sirvió para demostrar que el esfuerzo colectivo y la sabiduría es la que conlleva a buenos resultados. Pero más importante aún, nos demostró que se debe creer en los sueños porque finalmente ellos son los que nos hacen avanzar. Es el único camino para hacer posible lo imposible. La visión del amateurismo que nos enseñó el profe Sampaoli, el esfuerzo y calidad humana de quienes vistieron la camiseta, la fidelidad incondicional de quienes recorrieron el país y el continente siguiendo al eterno amor, la nueva mentalidad que se comenzaba a tener como sociedad de superar esas trabas que nos impusieron alguna vez y la búsqueda insaciable de hacer posible lo imposible, fueron expresión de lo que nos dejó el tan añorado 2011.

20


Romántico pasajero

Mauricio Donoso

Nunca es fácil. Llegar desde Concepción a Santiago, buscando más allá del horizonte. La convicción y la esperanza son cosas de las cuales uno entiende, desde pequeño, como cuando vio a su equipo en la B o jugando la Promoción. No fue fácil. En ese helado abril, decidí venirme a la capital. Dejar atrás una ciudad que aún sufría con el terremoto, dejar a la familia, dejar a los amigos… Pero, de alguna u otra forma, tener más cerca a mi equipo es algo que muchos de los que nos criamos en provincia soñamos. Menos difícil. Junio fue un bálsamo. Como el 7-1 a O’Higgins, que hizo querer quedarme más tiempo. En el estadio, en Santiago, por fin me sentía cómodo. ¿Difícil? No, pero sí contradictorio. Así me sentí cuando, casi como un juego del destino, a inicios de agosto fue Concepción el que vino a desafiarnos. Pasado versus presente. Y yo debía estar ahí para saber qué era lo que me identificaba. Sí, no había dudas: era mi presente. Y Sudamérica era el límite. Nunca fue fácil. Eso lo sé desde que era un niño. Nunca quise que fuera fácil. A cada paso que daba, más cerca estábamos de hacer historia. 21


Mejor que no sea fácil. “Más se disfruta, así somos”, siempre me dice mi viejo. Y tiene razón. Recién con la copa me di cuenta de algo: todo se construye paso a paso. Aún no es fácil. A veces pienso en el pasado. En años dorados, en desilusiones, en problemas, en caídas, en victorias. En los camaradas. En lo romántico. En lo viajero. No quiero que jamás sea fácil. Hoy no lo es. No lo fue ayer. Pero de algo, desde hace un lustro, sí estoy seguro: el futuro, ahora sí, ya nos pertenece. Y es un destino azul.

22


El Viaje Sudamericana

Nicolás Piña Luna

La Copa Sudamericana para la “U”, y especialmente para el hincha azul, fue una especie de viaje. No me refiero solo a un viaje físico, de moverse de un punto a otro, sino que también a algo con una mística más espiritual, una odisea hacia lo desconocido, o a lo que alguna vez estuvimos a punto de alcanzar, pero que desafortunadamente se nos escapó. Representa además un recorrido hacia nuestro interior. ¿Se han preguntado por qué somos hinchas de la “U”, qué nos hace distintos al resto, por qué no somos exitistas como en otros clubes o por qué está en nuestra esencia el avanzar contra toda adversidad? Yo creo que se debe a la historia que compartimos todos, no solo a las vivencias que varían persona a persona, sino a la identidad que formamos como institución, como agentes que comparten tanto una serie de valores como un rol social, los que median nuestra conducta –dependiendo obviamente del nivel de compromiso que se tenga con estos. Tiene que ver también con la historia de más fracasos que éxitos, de aguantar las burlas, de que muchas veces alentamos en menor número y de cuando los resultados en la cancha no nos favorecían. Eso sí, en cada una de esas ocasiones asistimos acompañados de una enseñanza que el hincha de la Chile lleva en la frente: siempre ir más allá del horizonte. Esa es nuestra identidad. 23


Sin embargo, y como ya dije anteriormente, el Viaje Sudamericana significó mucho para nuestra vida cotidiana, representó un nuevo concepto que remeció nuestra identidad colectiva, algo que nos mostró que somos capaces de hacer grandes cosas –enseñanza que también nos dejó el Ballet, pero que los más jóvenes al parecer habíamos olvidado–. Nos puso en las cabezas de todos los futboleros de Chile, América y el mundo. Y digo “nos” no por casualidad, sino porque el adherir a esta institución es eso, es ser parte de ella, vibrar con los triunfos y llorar con las derrotas, de ir al estadio y empujar la pelota con la voz. Esta travesía mística, entonces, cumplió la función de un viaje: nos llevó a distintos lugares, conocimos nuevos países, nuevas culturas, aprendimos, procesamos y evolucionamos. Ya no somos los mismos, ya que la camada de hinchas que adhirió al club anteriormente vino de otro tipo de “viaje”, el de los ‘90, uno mucho más sufrido, y que le dio a la gente una felicidad igual de válida, pero distinta, la que incluso algunos aseguran que tuvo un mejor sabor. Evolucionamos, reitero, porque ya no estábamos en la sombra de ser el equipo que no ganó nada internacional, y se nos comenzó a mirar cada vez más arriba. Tanto así que en algún momento la contra intentó calificarnos como el equipo de moda, cuando dicha palabra habla de cantidad, de porcentajes, de la variable que más se repite, y no así de

24


calidad, no del cambio o el potencial que tiene cada uno de nosotros a la hora de pararse en un estadio, ante el televisor, la radio o frente a otro. El hincha azul tiene eso de ser romántico, que va mucho más allá de un amor mundano o banal, y es precisamente por eso que está en nuestro himno. No por casualidad tampoco la “U”’ tiene eso de sufrir, de no siempre ser el mejor o el más popular, pero de, sin embargo, siempre salir adelante. El Viaje Sudamericana, creo, vino a darnos un regalo a los que hemos sufrido con la “U”, a darnos una de las alegrías más lindas de nuestra existencia. ¿Cuántos no dejamos todo tirado? ¡Si hasta la PSU1 dejamos de lado por ir al estadio! Dejamos botada a la familia, a los amigos y a las responsabilidades, pero hasta el día de hoy decimos con la frente en alto: “A mí no me lo contaron”. Y es que el logro no fue menor. Se trata de la hazaña deportiva más grande de la institución, del primer triunfo en Uruguay y Argentina en competiciones internacionales, de la mayor goleada en Brasil por parte un equipo chileno, de 544 minutos sin recibir goles, de nuestro primer 1 Prueba de Selección Universitaria, examen que deben rendir todos los estudiantes que aspiren a entrar a la universidad en Chile.

25


campeonato continental, del campeón invicto de la Copa Sudamericana, de quedarnos con el récord de goles marcados por un mismo delantero, de obtener la estrella más grande (pero quizá no la más linda) de nuestra “U”. Más aún, se trata de la virtud más grande que tenemos como gente: la humildad. Pese a todos estos gigantescos logros, la mayor enseñanza que nos dejó este viaje fue la modestia, el asumirla tanto con respeto como con veneración, el no adherir al eslogan “una estrella cambió mi vida” instaurado por la empresa. Por el contrario, valoramos el abrazo fraterno de nuestra familia y amigos, el llanto y la felicidad de la hinchada, el celebrar diciendo: “Brindemos, camaradas”.

26


Linaje

José Miguel Morales Núñez P r i m e r

t i e m p o

Mi abuelo falleció en octubre del año 2010 y transcurrió más de un año antes de que volviera a visitar su casa. Demasiados recuerdos con los que lidiar no resultan ser cosa sencilla, más aún cuando llevas varios años teniendo la sensación que había palabras que debiste haber dicho pero nunca supiste muy bien cuáles eran. Si realmente las había o simplemente querías que las hubiese habido. En fin. Era principios de diciembre del año 2011 cuando regresé. La casa lucía un poco más vieja, evidenciaba algunas heridas pero seguía razonablemente en pie, considerando que había arrostrado sin inmutarse dos terremotos, el del año 85 y el del 2010. En el hall de entrada seguía existiendo aquel misterioso símbolo de varias puntas que parecía ser un artilugio protector contra malos espíritus; el piso de madera aún crujía al caminar, separando el primer piso del subterráneo de la casa, con aspecto de túnel de mina de carbón e incontables pasillos que se perdían en la oscuridad. El interior parecía más frío que antes y una leve capa de polvo decoraba algunos de los muebles. En las paredes del pasillo que da hacia las habitaciones seguían colgados los retratos de mis abuelos, 27


como esas deidades protectoras en que los romanos convertían a sus ancestros fallecidos. Parece lógico que así sea: ¿en quién puedes confiar sino en aquellos que fueron tus familiares, con quienes compartiste tantos años importantes de tu vida? La alternativa es depositar tu fe en un par de estatuas, a quienes debes devoción solo porque te tocó estudiar en determinados colegios. Así pienso ahora y debe ser porque, a medida que envejeces, comienzas a parecerte a tus antepasados. Mi abuelo solía decir: “Si Dios realmente existiera, la Católica no saldría siempre segunda”. Y cada nuevo campeonato nacional de fútbol, año tras año, parecía darle la razón. Distinto es el caso del Papa: como sabemos empíricamente que este existe, resulta lógico que San Lorenzo de Almagro, el insigne Cuervo, haya conquistado la Copa Libertadores de América solo después de que Bergoglio se instalara a la cabecera de la Iglesia Católica. Abrir la puerta de la antigua habitación de mi abuelo –la primera del ala poniente de la casa– fue como descender de una máquina del tiempo: un instante congelado, muebles que había olvidado que existían, los mismos objetos que miraba con curiosidad y admiración cuando era niño. Allí estaba la radio de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, con dos correas para colgarla de los hombros como si fuese una mochila; el gorro que lo acompañó la mayor parte de su vida, pendiendo de una percha; varias revistas Estadio; cajas antiguas; fotografías 28


de distintas épocas y un baúl viejo de madera. Este raído mueble me hipnotizó. Quise abrirlo, bucear en su interior, pese a saber que solo me encontraría con papeles y documentos añosos. Los fui extrayendo lentamente, uno tras otro, con cierta decepción, hasta casi vaciar su contenido. Entonces, precisamente al fondo del baúl, en posición vertical sobre un extremo, encontré unos objetos que había olvidado con el paso de los años: ¡dos carnet de socio de la Universidad de Chile, uno con mi nombre y foto de los años ochenta y otro con los de mi abuelo! Lo curioso del asunto es que, originalmente, mi abuelo no era hincha de la “U” sino de Cobreloa… E n t r e t i e m p o Mi abuelo materno se llamaba Aníbal. Nació en Chillán en el año 1910 y, a principios de los sesenta, su vida de insigne viajero lo trajo a la capital, donde se estableció y formó una familia. Atrás quedaron sus años de Carabinero, de escolta del Presidente Juan Antonio Ríos, de administrador de un cine en el centro de alguna ciudad y de ejecutivo de un canal de televisión. Su casa estaba ubicada en la Avenida Einstein, en la comuna de Recoleta; siempre fue fanático del fútbol y solía asistir al estadio Santa Laura cada vez que tenía oportunidad: partido único, reuniones dobles, daba lo mismo, como también los equipos que 29


jugaran. Además, si el partido del momento no era bueno, siempre existía la alternativa de subir hasta la escalinata del recinto y, apoyado en la cornisa, ver el encuentro que a la misma hora se desarrollaba en el hoy desaparecido estadio Independencia, donde jugaba de local la Universidad Católica. Realismo mágico, dirían algunos. Sería interesante conocer estadísticas de cuánto perdieron los cruzados con el cambio de casa. Con el tiempo, a medida que fui creciendo y me iba interesando –fanatizando– por el fútbol, fue inevitable que me convirtiera en el habitual compañero de mi abuelo en cada una de las jornadas del Santa Laura. Tanto así que, a mediados de los ochenta, ambos nos hicimos socios de la Unión Española, atendiendo a fundamentos puramente pragmáticos: por razones que hasta el día de hoy me resultan inexplicables, al ser socios del equipo hispano nos resultaba más caro comprar entradas para los partidos en que este oficiaba de local, pero mucho más barato asistir a encuentros de los otros equipos, que era lo que realmente nos interesaba. Ciento cincuenta pesos la entrada para mi abuelo, cincuenta pesos la mía. Poco a poco me fui haciendo hincha de la “U” y, poco a poco, fui convirtiendo a mi abuelo a la religión laica y al culto de sus azuladas deidades. Supongo que era lógico que así ocurriera, considerando que yo fui su primer nieto y él solo había tenido hijas. Además, mi padre era –y es– hincha de Colo-Colo. Para fines de los ochenta, después de martillar por años el evangelio azul en los oídos de mi abuelo, mi labor había rendido frutos: la conversión había resul30


tado exitosa, el culto era absolutamente compartido, y mi abuelo era un bullanguero más que sufría y disfrutaba cada partido, en el estadio o pegado a los relatos de la Radio Minería –alarma de gol mediante–, incluido el descenso a los infiernos del año 1988, la resurrección de comienzos de los noventa y el bicampeonato del 94 y 95, que disfrutamos con incredulidad y asombro. De hecho, uno de los recuerdos que conservo más vivamente es haberlo visto finalmente vestido con la gloriosa camiseta de esos años, que tenía el logo de una compañía eléctrica en el frente y la “once” del Matador Marcelo Salas en la espalda. Como consecuencia de todos los recuerdos que me asaltaron en ese día de comienzos de diciembre de 2011, guardé ambos carnet en el bolsillo de mi chaqueta y me los llevé a casa, cuando ya anochecía en Santiago. S e g u n d o

t i e m p o

El 14 de diciembre de 2011 éramos tres personas quienes, con aire contenido, observábamos en la pantalla de televisión los primeros minutos de la final de la Copa Sudamericana entre Universidad de Chile y Liga Deportiva Universitaria de Quito: mi sobrino de ocho años, mi padre y yo. Había sido una campaña gloriosa durante la cual la “U” se paró de igual a igual frente a los mejores equipos del continente, ganando en 31


todas las canchas y manteniendo un invicto merecido y alabado. Existía una sensación de confianza y de optimismo en el ambiente previo pero, tratándose de la “U”, interiormente guardábamos cierto recelo, herencia de lo vivido en tantos años anteriores: el pan hecho cenizas en la boca del horno (recuérdese la Liguilla para Copa Libertadores del año 1992, por ejemplo). Además, el partido lo comentaban Niembro y Mariano Closs, y no los cabalísticos –y a estas alturas cuasi hinchas azules-– Juan José Buscalia y Gustavo Cimma, de la cadena Fox (cuando ambos transmitieron el triunfo de la “U” ante el Flamengo de Ronaldinho Gaúcho, en Río de Janeiro, no cesaron de alabar al “Barcelona de Sudamérica”, de comentar lo justo y merecido del triunfo, pese al pésimo arbitraje, y de felicitar, al borde del paroxismo, la actitud de Sampaoli quien, aún cuando se ganaba por cuatro a cero, urgía a sus dirigidos para que apuraran la acciones y fueran en busca de otro gol). Por todo eso fue que la pincelada de Eduardo Vargas, recién iniciada la final, exorcizó tantos demonios, y la gritamos con el alma. Era la confirmación de la profecía, la senda del campeón, la ansiada Penélope al final de la madeja. Los posteriores goles de Lorenzetti y Vargas nos encontraron emocionados y contenidos, y no pude evitar pensar cuánto me hubiese gustado que mi abuelo compartiera con nosotros este hito inolvidable. De golpe, se me vinieron a la mente los recuerdos de aquél día de principios de mes cuando visité su casa, por lo que corrí a buscar un retrato suyo para incorporarlo, de alguna manera, a la celebración. Y, guiño curioso del 32


destino, cuando decidimos tomarnos una fotografía para inmortalizar el instante, mi padre me pidió la camiseta azul de Marcelo Salas, se la colocó sin titubear y se retrató con ella puesta. Hasta mi sobrino quedó perplejo. Aclaro, desde ya, que mi padre nunca fue converso y sigue perteneciendo a la Gran Herejía Alba pero ese día, por unos momentos, por unos mágicos y enigmáticos momentos, compartió la alegría de una victoria merecida y fue tan azul como cualquiera de nosotros. Nadie podría dudarlo hoy al contemplar la fotografía de los tres –o de los cuatro–, orgullosos de ver al equipo de Sampaoli ir más allá del horizonte. T i e m p o

a g r e g a d o

La fotografía la guardé en el mismo baúl donde permaneció, por tantos años, el carnet de socio de la Universidad de Chile de mi abuelo, que también regresé. Mi intención era que algún día fuera descubierta, de la misma forma como yo lo hice a finales del año 2011. Un mensaje en una botella, un foul al paso del tiempo: cuatro generaciones inmortalizadas en dos pequeños documentos, escondidos dentro de la habitación de una casa añosa. Linaje Azul.

33


34


Más allá de la muerte Nacho Márquez

Nataniel Rodríguez era fanático de la Universidad de Chile, y sin embargo no quería que ganara la Copa Sudamericana. Quizás si la final se hubiese jugado en otro estadio él hubiera adoptado una actitud diferente, pero se jugaba en el Nacional, y Nataniel creía tener motivos suficientes para pensar de esa manera. 11 de septiembre de 1973. Los militares se alzan de forma tan violenta y tajante, que todo se calló. Dentro de ese fatídico correr de los días, el estadio Nacional se convirtió en un símbolo del abuso, del poder exacerbado y de la capacidad aniquiladora de un gobierno tan ilegal como contundente. Centro de detención, de tortura y de exterminio, allí cayeron miles de personas cuyo único crimen (en varios casos) había sido apoyar el gobierno legítimo y democrático de Salvador Allende. Fueron detenidos muchos hombres cuyos sueños de libertad los habían impulsado a manifestar su apoyo a la vía chilena al socialismo. Sueños que ese fatídico 11 quedaron aplastados bajo la bota implacable de la dictadura. Música, arte, cultura, historia e identidad agonizaban junto a aquellos hombres que desconocían incluso la existencia de un futuro más allá de esas torres de iluminación y esos palcos abatidos de dolor.

35


En su mente se amontonaban recuerdos dulces y tristes. Él mismo había ido con su padre a ver al Ballet Azul hacía solo algunos años. Con 12 años Nataniel Rodríguez ya era capaz de distinguir algunas nociones básicas del fútbol, en gran medida apoyadas por enseñanzas de su padre, y, por lo tanto, disfrutaba de ese equipo azul que salía campeón jugando tan lindo. Él mismo había visto cómo le ganaban a los brasileños del Santos, con el mismísimo Pelé en la cancha. Se había maravillado también al ver esos espectáculos que se daban cuando jugaban contra la Católica, y en su mente de niño se preguntaba si los jugadores defendían sus colores porque habían estudiado en sus respectivas universidades. Fiestas de fútbol en las que el estadio se llenaba de gargantas estridentes y personas agolpadas en las rejas perimetrales deseando poder entrar a disfrutar de tardes familiares de fútbol y magia. Y ahora, todo era distinto. Adentro las graderías se habían llenado de desconcierto, de historias con lugares comunes, de preguntas sin respuestas, de gargantas que si bien necesitaban desahogar su pena, no se permitían gritar ese dolor ahí afuera, y lo lloraban adentro, en las noches que pasaban en esos fríos camarines en los que intentaban, sin mucho éxito, conciliar el sueño. Esos camarines que habían albergado los nervios y la adrenalina de esos integrantes del glorioso Ballet Azul cada vez que se preparaban para salir a barrer rivales con ese juego mágico. Nataniel Rodríguez había sido testigo de esos días gloriosos 36


de antaño, de azul y cielo, pero ese sombrío día, todo cambió. Su padre salió a trabajar como todos los días, pero como nunca antes. Su esposa le dijo que no asistiera al trabajo, que todo estaba muy raro, que no se sabía que podía pasar; y él que no, que si falto me pueden despedir, que si pasa algo nos van a mandar temprano a las casas y otras excusas un poco menos convincentes. Dos días después, Nataniel Rodríguez y su madre se enteraron de que su padre y esposo llegó a su trabajo, pero no tuvo razón en lo que iba a ocurrir. Lo tuvieron retenido a él y a algunos compañeros más. A todos los había visto en reuniones del sindicato. Después de un rato largo de silencio y amenazas de los militares que custodiaban a estos “peligrosos conspiradores”, les ordenaron salir de la fábrica con las manos a la nuca, en fila india y subirse al camión que les esperaba afuera en completo silencio. Quien tuviera la idea de proferir palabra alguna o de intentar algún movimiento extraño, iba a “terminar en el infierno de un balazo, como todos los otros upelientos”. El acoplado del camión era cerrado, por lo tanto ninguno de los trabajadores podía ver hacia dónde se dirigían. Estuvieron dando vueltas alrededor de tres horas, hasta que se detuvieron y los militares abrieron la puerta del acoplado. Descendieron los trabajadores y bajo las mismas órdenes caminaron en dirección a la fila que se formó frente a los accesos a las galerías del estadio Nacional. Ahí se les hizo un control de identidad y se les escoltó hacia la escotilla que le correspondía a cada uno. Obviamente, los “peligrosos conspira37


dores” no podían estar juntos, así es que todos esos compañeros de reuniones sindicales no volvieron a toparse en el estadio. Nataniel Rodríguez y su madre hicieron fila muchas veces para poder entrar a ver a su padre y esposo, pero nunca lo lograron. Los militares les decían que nunca estuvo ahí, que quizás estaba en otro centro de detención, que buscaran en el estadio Chile. Por supuesto que fueron a buscarlo ahí y las respuestas que recibieron fueron idénticas a las del coloso de Ñuñoa. El 14 de diciembre un llamado telefónico a la casa de Nataniel Rodríguez los despertó del letargo y la ilusión. Era un compañero de escotilla y camarín que de alguna forma había conseguido el número de teléfono. Fue preciso y severo, sin eufemismos. La penúltima vez que lo había visto, lo habían llamado a interrogatorio. La última vez que lo vio, lo llevaban envuelto en una frazada, descubierta sólo su cabeza, inerte y sangrando por sus oídos y boca. Dijo además que no compartía mucho sus experiencias con sus compañeros, pero que tres temas le hacían volver mágicamente las palabras y el brillo a los ojos: su esposa, su hijo y la Universidad de Chile, la “Chile”, como diría este compañero de prisión. Desde entonces, Nataniel Rodríguez cultivó un odio contra todo lo que estuviera relacionado con ese maldito lugar. En realidad, casi todo. Había algo a lo que no podía dejar de amar. La Universidad de Chile. Es que ese equipo de fútbol se había convertido en un lazo invisible e in38


destructible que lo ataba a su padre. Cada vez que pensaba en “la Chile”, aparecía en su mente el recuerdo de su padre tomado de su mano, comentando sonriente los pormenores de algún partido. Como esta dualidad dolorosa le comía el alma y el pensamiento, optó por no ir nunca más a ese estadio. Si la “U” jugaba en otro recinto, ahí iría a verla, pero al Nacional no volvería a ir jamás. Pasaron muchos partidos inolvidables que él no vio en vivo. La liguilla del 80 ganada al archirrival en el último suspiro; el descenso, que lo mantuvo una hora llorando pegado a la televisión; el penal que Borghi ni con una rabona pudo meter en el arco defendido por Sergio Bernabé; el bicampeonato del 95; el del 2000; y más recientemente, la vuelta olímpica del Apertura 2011, cuando su amada U. de Chile dio vuelta un resultado que parecía imposible. Pero ahora, ahora él no quería que pasara. Porque la historia debía seguir como había sido hasta entonces. Los blancos, Cobreloa dos veces, la Católica, los blancos de nuevo, en ese partido donde Pachuca les dio vuelta el 1-0. La misma U el 96 y el 2010. Eran argumentos suficientes para esgrimir al momento de afirmar que ningún equipo nacional podía ganar un torneo internacional en ese estadio, porque estaba maldito, porque estaba manchado con sangre, porque cuando la hinchada se iba, sonaban los gritos de horror y tortura que escondían esas capas de pintura. Un torneo nacional, un campeonato, vaya y pase. Pero una copa internacional, sea cual fuera, era algo totalmente distinto. Porque 39


ese estadio había sido el lugar donde muchos compatriotas perdieron la vida, jugando el partido más desigual de la historia. Al principio de ese torneo, él no se inmutó demasiado. Ganarle así a Deportes Concepción para clasificar a la Sudamericana no revestía mayor inquietud. Un par de rondas, nos toca con un argentino o un brasilero y listo, estamos fuera y todo vuelve a caminar y la maldición no se rompe. Pero cuando vio el partido contra Flamengo, en Brasil, su corazón dio un vuelco para indicarle que algo grande estaba por pasar. Nataniel Rodriguez veía cómo la U. de Chile pasaba por encima de Ronaldinho y compañía, quienes parecían meros espectadores de la obra maestra que tenía como protagonistas a Vargas, Rojas, Marco y Osvaldo, Matías, Rivarola, Herrera, Mena, Díaz, Aránguiz, Lorenzetti, Castro y por supuesto a Sampaoli. Cuando terminó el partido y él se fue a acostar, supo que Flamengo ya era historia incluso antes de venir a jugar la revancha. Luego Arsenal y la misma historia. Ahora cada vez que empezaba un partido de la “U” por la Sudamericana, él sentía una piedra que le subía desde el estómago a la boca y le bajaba de vuelta. Algo muy grande estaba por pasar. El partido con Vasco en Santa Laura no lo vio, porque pensó que quizás así la “U” perdía y no llegaba a la final. Pero en el fondo de su corazón, él quería que la “U” ganara y que todo se decidiera en la final.

40


Liga Deportiva Universitaria de Quito. Tremendo rival, invicto en torneos internacionales jugando de local, con un plantel potente, más encima jugando en la altura. Nataniel Rodríguez vio el primer partido solo. En el living de su casa y esperando nada. Su respiración se detuvo cuando Eduardo Vargas sorteó al arquero y demoró en empujar la pelota a la gloria. Mientras el comentarista vociferaba lo obvio, Nataniel Rodríguez se sentó en el sillón del living de su casa, mirando el televisor pero viendo nada. Cuando terminó ese partido en Quito, él se fue a la cocina, calentó agua, se preparó un té y pensó, durante mucho rato, que la historia se había confabulado para poner todo a prueba. Los recuerdos, la historia, el maleficio, la magia, la Chile. Esos días que siguieron antes de la final de vuelta se le hicieron eternos. Finalmente la noche del partido, encendió el televisor, sintonizó el canal que transmitiría la final y se sentó en el sillón del living de su casa. Cuando vio que Eduardo Vargas remataba para marcar el primer gol, no lo gritó, no se levantó, no dijo palabra alguna. Solo se puso de pie cuando terminó el primer tiempo. Fue al refrigerador, lo abrió y cerró maquinalmente, fue al baño, volvió al refrigerador, salió a dar una vuelta a la manzana, volvió a su casa, entró de nuevo al baño, volvió a abrir y cerrar el refrigerador y se sentó de nuevo en su sillón. Cuando Gustavo Lorenzetti marcó el segundo, apretó el puño y lo agitó, como si fuera un gol de descuento, esos que se marcan de visita 41


y que a veces sirven para acortar la diferencia de gol para la revancha. Fue ahí cuando el corazón le empezó a latir más rápido de lo normal. Se estaba dando cuenta de que ahí terminaba todo, o mejor dicho ahí cerraba todo. Ahí se rompía el maleficio, porque la “U” iba a dar la vuelta olímpica de un torneo internacional en ese maldito estadio. Ahí comenzaba la magia, porque la U. de Chile era capaz de acabar con todo el dolor y la muerte que habían sembrado los militares antes. Cuando Vargas repitió y selló el 3-0, Nataniel Rodríguez se puso a llorar, pero no como ese 14 de diciembre de 1973, con rabia, dolor y odio. Este era un llanto nuevo, un llanto de alivio. Un llanto un poco ridículo, porque no entendía a esa altura cómo era posible desear y esperar que ese equipo no fuera campeón en ese lugar, si ese equipo era más fuerte que todo el odio, toda la destrucción, todo el llanto y la humillación. Se secó las lágrimas y se encontró al árbitro levantando los brazos para indicar el final, el campeonato, la algarabía desatada. Fue en ese momento cuando Nataniel Rodríguez se encontró a sí mismo llorando y alzando los brazos y la mirada al cielo, para traspasar la muerte y encontrar y abrazar a su padre, que cayó en ese lugar terrible, desde donde ahora la U. de Chile, “la Chile”, lo estaba haciendo gritar y llorar de alegría.

42


Manda goles desde el cielo

Pablo Olea Yuri / Diego Olea Yuri Alonso Macuer Vargas / Enrique León Burgos Jorge González Ferrari El 29 de abril del 2011 nos tocó despedir al Tata. El abuelo del Pablo y del Diego, pero que siempre fue el abuelo de todos. Ese día jugábamos el clásico, a la misma hora en que partíamos a decirle adiós al Maestro. A él no le gustaba que sus nietos fueran a estos partidos, porque era peligroso, porque no era como antes, porque el fútbol se alejaba cada vez más de la concepción que él tenía como formador de futbolistas. El Pablo dio el discurso de despedida, donde citó a Don Elías, al inmortal Leonel y al inolvidable Matador. Al finalizar, con la garganta apretada, con lágrimas en los ojos, le pidió: “Manda goles desde el cielo”. A esa altura ya perdíamos 0-1, pero la consigna se comenzó a hacer realidad. Lo dimos vuelta, Rivarola siguió perpetuando su paternidad con la contra. En ese minuto supimos que la frase “manda goles desde el cielo” nos acompañaría para siempre. Vino la final con Católica, donde llegó el primer campeonato de una etapa dorada, que no sabemos si volveremos a vivir.

43


Teniendo en nuestra espalda un increíble Torneo de Apertura, llegó el momento de comenzar a jugar la Copa Sudamericana. Como todos, comenzamos este campeonato con la ilusión que siempre hemos tenido, ganar un título internacional. Esa ilusión, ese sueño, se alimentaba al comienzo de cada partido. Donde cada uno de nosotros, la mayoría de las veces juntos, besábamos la “U” roja en nuestro pecho, el Chuncho al otro lado y mirábamos al cielo. No era necesario decirlo fuerte, cada uno de forma personal, le recordaba al Tata lo que había pedido su nieto, esa consigna que hicimos propia como grupo de amigos, como hinchas de la “U”… “Manda goles desde el cielo”. La campaña cada día nos ilusionaba más. Comenzamos con partidos apretados, partidos coperos, pero de igual forma superamos a Fénix y a Nacional de Uruguay. La ilusión se comenzaba a concretar. Pero se venía el siempre difícil Flamengo, uno de los equipos más grandes de Sudamérica. Se nos venían los fantasmas de campeonatos anteriores, pero sabíamos que teníamos a alguien ayudándonos desde arriba. Como también sabíamos que esta “U” estaba para grandes cosas. En un partido increíble, memorable e inolvidable les metimos cuatro. ¡Cuatro a cero al Flamengo! ¡En Brasil! Estábamos iluminados, estábamos bendecidos por goles que nos llegaban desde el cielo. La vuelta fue uno a cero a favor nuestro. Nos terminábamos de dar cuenta que estábamos para grandes cosas. Vino Arsenal, el equipo de Grondona, 44


pensábamos que en cualquier momento nos robaban el sueño. Pero éramos enormemente superiores, tan superiores que ni la mano negra del presidente de la AFA nos asustaba. Los superamos con claridad. Y llegamos a semis, la instancia más alta a la que habíamos llegado hasta ese momento en un torneo internacional. Vasco da Gama era el rival, el histórico y siempre difícil equipo brasilero. No pudieron con nosotros. En Brasil, Rocky se elevó y quedó suspendido en el aire mientras de cabeza desviaba la pelota para darnos un valioso empate. La vuelta sería de infarto. Fue en Santa Laura. Antes de empezar sentíamos que se venía abajo el estadio. Los arcos vibraban con cada canto y cada salto. Canales y Vargas fueron los encargados de encajarla. La “U” hacia historia. Por primera vez llegábamos a una final internacional. Una final, una final de un campeonato internacional y que para nosotros estuvo marcada por algo muy especial. El día que jugamos en Ecuador, como para todos los partidos de visita, nos juntamos a verlo en el departamento del Pablo. Sabíamos que en el Nacional había miles de personas acampando para conseguir una entrada mientras veían el partido en alguna pantalla gigante que alguien instaló. Una vez terminado el partido, que ganamos con golazo de Vargas, con el Loncho fuimos a compartir unas cervezas con la gente que estaba celebrando el triunfo, pero que además hacía un enorme sacrificio para estar dentro del estadio para la final de vuelta. Esos días de espera fueron llenos 45


de ansiedad y nerviosismo. Para el día del partido el Pablo, de forma muy artesanal, escribió con masking tape en su bandera de la “U” la frase que marcó nuestra historia en esa copa, la que nos aferraba a nuestro sueño de ser campeones “Tata: manda goles desde el cielo”. Primero no lo dejaban entrar con la bandera, discutió, peleó y lo logró. Colgó la bandera frente a su asiento, y nuestro rezo se hizo público. En algunos medios lo mencionaron como la emotiva bandera de un hincha que rogaba por salir campeón. Y así fue. El Tata no nos falló. Estuvo en cada uno de los tres goles que convertimos esa noche. Conquistamos Sudamérica, estábamos en la cima. Campeones invictos. Repito, CAMPEONES INVICTOS. Ver jugar a la “U”, más allá del gran sentimiento que siempre ha generado en nosotros, era un placer. El mundo se rindió a nuestros pies. Para nosotros (Pablo, Diego, Loncho, Caco y Negro) la obtención de la Sudamericana no significó amar más a nuestro club, porque nosotros no amamos estos colores y esta camiseta por los campeonatos ganados o por las copas levantadas. Pero si significó una alegría inmensa e irrepetible. Y junto con esto, ver plasmadas muchas enseñanzas del Tata, que tal como lo definió el Pablo cuando lo despedimos, fue, es y será un entrenador de la vida, un formador de ilusiones y un instructor de la pasión.

46


Master, Maestro, Tata… gracias por tantas enseñanzas y risas, gracias por todos los goles mandados desde el cielo, gracias por la Sudamericana y el tricampeonato, gracias por tantas alegrías. Tenemos una deuda contigo, lo sabemos. Y prometemos saldarla… porque a pesar de eso, llenos de ilusión y con una convicción irrefutable te seguimos pidiendo en cada partido… “MANDA GOLES DESDE EL CIELO”.

47


48


Pequeño pedazo de papel Emmanuel Núñez

Estaba en un pub de barrio Brasil de Santiago, que ahora se llama Springfield, con mi camiseta azul, solo en una mesa. Había llegado casi directo de la pega, haciendo una pequeña escala en el departamento que compartíamos con mi polola y mi hija de un año. El local estaba lleno de hinchas, y no solo de la “U”. Era el 30 de noviembre de 2011 y se jugaba la semifinal de vuelta contra el Vasco da Gama de Juninho Pernambucano en el Santa Laura, veníamos de empatar en Brasil con un gol donde Osvaldo González parecía que flotaba. Yo estaba muy picado por no poder ir al estadio pero todo cambió a los treinta minutos, cuando Canales rompe el cero a cero y en mi mente me decía: “No sé cómo, pero en la final voy a estar en el estadio”. Pedí otro schop de cerveza, más cabritas saladas, me hacía sonar los huesos de los dedos, el cuello, la columna… Ya no sabía qué hacer. El ambiente en el pub estaba tenso, no se movía nadie, ni siquiera al baño. Hasta que Vargas cerca de los ochenta minutos hace el dos a cero. Recién ahí me relajé y aparecieron las primeras risas en el local y lo clásico: cantar el himno más hermoso del planeta. Terminó el partido, salí del local con un nudo en la garganta, más contento que la chucha y lo único que quería saber era cuándo y cómo 49


se podían comprar las entradas para la final. Hasta que el día llegó, las entradas iban a estar a la venta y las condiciones ya estaban claras. El día anterior al comienzo de la venta, cerca de las diez de la noche, vi en Facebook que algunos iban a dormir afuera de los locales donde se vendían entradas, así que hablé con mi polola (de ese momento), claramente no entendió y no creía que las entradas se agotarían enseguida. Obviamente hice caso a medias y me levanté a las 04:00 a.m. y me fui al local de Feriaticket que estaba en Santiago Centro. ¡La sorpresa que me llevé, mamita querida! Había una fila que daba vuelta a la cuadra. Sorprendido, y sin pensarlo, comencé a caminar hasta el principio de la fila, con la esperanza de encontrarme con alguien conocido y así no correr el riesgo de quedarme sin entrada. Para suerte mía, mis amigos estaban jugando una pichanga en la calle con otros hinchas, casi al comienzo de la fila. Menos mal que ahí estaban estos cabros; hasta el día de hoy se los agradezco sinceramente. Amaneció, y mientras estábamos en los primeros puestos de la fila, veíamos cómo seguía llegando más y más gente. A medida que la mañana avanzaba, los pacos “pusieron orden” a su manera: echaban los caballos encima, dejando un mínimo de espacio para la fila; pasaban y hablaban weás acerca de la “U”, que Colo-Colo era el único campeón de América, que no teníamos por dónde ganar, que la “mufa” del Nacional; cualquier tema servía para provocar, siempre al lado de sus perros, 50


apretándonos con las vallas papales, incitando a cualquier reacción. A pesar de todo eso hubo solo un par de altercados. Lo crítico fue cuando abrieron la puerta del local. Ahí quedó la cagada: los pacos empujando hacia fuera; los hinchas empujando hacia dentro; y antes de que terminaran de levantar las cortinas de seguridad, ya estaba adentro, frente a la caja. Me aseguré el chancho con dos entradas, y salí con mis amigos, emocionados cada uno con sus entradas. Nunca voy a olvidar que gracias a ese pequeño sacrificio, a ese pequeño pedazo de papel, pude tener uno de los mejores momentos de mi vida: ver a mi amada Universidad de Chile campeón de Sudamérica.

51


52


La contramufa

Roberto Rabi González Mufa: (1. Méx) Punto de entrada de la línea eléctrica o telefónica a la casa o instalación. La mufa es un tubo metálico de forma curveada cuyo extremo apunta hacia abajo para impedir que al llover, el agua de lluvia entre a la instalación. (2. Arg. Chi. Uru.) Mal augurio, mala suerte.

Diccionario de la Real Academia de la Lengua. El estadio Nacional, desde el 2008 estadio “Julio Martínez Prádanos”, es nuestro principal edificio deportivo, no es feo, no es enorme como el Camp Nou o el Bernabéu y si estuviera en Europa, la UEFA lo clasificaría como un estadio categoría 2, con suerte 3; aunque se dice que alguna vez cobijó a ochenta mil personas. No, no es un estadio penca, menos para uno que le tiene un cariño especial. Pero estaba maldito. Es uno de los recintos en donde más finales internacionales se han disputado, mundiales, copas regionales, torneos locales, definiciones varias por montones. También la final de la Copa Davis, a unos pasos, en la irregularidad de la arcilla del Court Central, tan agreste en 1976 53


como hoy. En dicho coliseo se vivieron momentos de dolor tras el golpe de Estado de 1973, situación que algunos consideraban la causa del maleficio: ninguna selección ni equipo chileno había logrado título alguno en la principal cancha del país. Pero la yeta se remontaba a tiempos más remotos aún: en el Campeonato Panamericano de 1952 y en el Sudamericano de 1955, la roja no logró títulos que parecían ganados. Luego la selección del guatón Santibáñez en 1979. Colo-Colo, Unión Española y Cobreloa ¡dos veces! vivieron el suplicio de ver sus esperanzas esfumarse al disputar la final de la Copa Libertadores en el principal escenario del fútbol patrio. También Universidad Católica, que pese a lograr el triunfo en el último partido frente a Sao Paulo, en 1992, arrastraba una inédita goleada en el primer encuentro (le embocaron cinco goles) por lo que poco recordaron la mentada maldición a la hora de conformarse con el segundo lugar. Distinta fue la sensación en la final de la Copa Sudamericana el 2006, cuando Colo-Colo con un equipo de estrellas frente a un contendiente de pocos pergaminos, habiendo conseguido un empate en calidad de visita, perdió el partido de vuelta y la copa en el anfiteatro ñuñoíno. En los días previos, recordando aquellos fantasmas, muchas voces advirtieron que era una tontera jugar en el Nacional; pero los muchachos de Claudio Borghi exudaban confianza. Seguridad y certeza que de nada sirvió, Pachuca terminó celebrando mientras la maldición prevalecía con su sobrenatural poder.

54


Salíamos con mis amigos del Santa Laura después de ganarle a Vasco da Gama en la semifinal de la Sudamericana 2011, caminando por calle Guanaco en medio de la multitud enfervorizada, entonces el Tato (su nombre real es Torcuato, creo que ni siquiera todos los del grupo lo saben, no importa mucho pero es otro condimento mágico de la historia) nos recordó lo de la mufa, con el pesimismo calmo y cadencioso que lo caracteriza. Para ser un hombre de 30 años, es demasiado avejentado para todo. “Yo no me ilusionaría, porque el ‘campo de concentración’ está maldito”, dijo con la vista pegada al piso. Rosas y yo nos quedamos mirando sin entender cómo podía existir un ser humano tan derrotista. El momento era crucial e inédito. Sentíamos que toda nuestra vida había sido prepararnos para esto ¡El león podía ganar la Sudamericana! ¡El león tenía que ganar la Sudamericana! No había lugar para el pesimismo del Tato. Paciencia tampoco. Días después, mientras conversaba con Rosas en la pega, consideré que tenía pocos recuerdos del Tato cediendo al pesimismo. Cada vez que profetizaba una derrota, perdíamos. Nos sentamos a sacar la vuelta en torno a unos vasos de café que terminaron helándose, recordando momentos de decepción siguiendo al bulla y concluimos que siempre el Tato las anticipaba. El gol de último minuto con que nos ganó el indio en la liguilla del ’92, cuando éramos unos cabros chicos; el gol con que nos empató River en el Nacional el ’96, el penal que Bravo le atajó 55


a Candelo. Si había un auténtico yeta, ese era él. Hicimos el ejercicio de recordar los momentos en que más habíamos sufrido por la “U” y siempre había una, y en general varias, declaraciones previas de desesperanza del Tato. La que más recordamos, sin duda, fue la del primer clásico universitario del ‘94. La Cato con nueve por la expulsión del Beto y Parraguez y el Tato… ¡Dale con que el empate era bueno! ¡Dale con que “algo me dice que no vamos a ganar”! ¡Dale con que “hoy no es nuestro día”! Entonces el Charly Vásquez mete el gol de la Católica y la Betty le pega lo que se llama patada en la raja. ¡Un golpe monstruoso! ¡Inolvidable! En el momento nada nos podría haber causado gracia, pero después nos apretábamos la guata riéndonos. Lo más curioso es que nunca habíamos considerado esa constante, nunca equiparamos al Tato con la Palmenia Pizarro o con el mono “Paquito”, de Wilde1. Nunca pensamos que, tal vez, hubiese sido razonable evitar la mala suerte que exudaba. O en último caso, evitarlo a él. Estábamos en eso cuando el Tato pasó a saludarnos; él trabaja como externo para una empresa de alimentos, vive paseándose por el

1 Wilde es Ángel Torres, el ventrílocuo argentino que en los años 70 se hizo famoso con su muñeco “Paquito”. De la noche a la mañana, aseguraba, lo habría perdido todo por la superstición de Mario Kreutzberger, “Don Francisco”, quien también lo tildó de “yeta” en un espectáculo con Mandolino, razón por la cual se le cerraron las puertas del mundo del espectáculo. 56


centro y cada vez que quiere hablar de fútbol viene a la oficina. Calculen que llegó con un artículo que apareció en una revista del sábado o del domingo, en que se referían a la maldición del Nacional. Una revista vieja, absolutamente deteriorada. Fue impactante, justo cuando hablábamos sobre su estigma, el tipo llega con el pasquín arrugadísimo y sin introducción nos lo muestra: “Hola, ¿habían visto esto?”. En vez de traer suplementos deportivos, el Triunfo diario, El Gráfico, o el diario del Metro por último, el hombre llegó con una revista del 2006 para insistir con su pesimismo. No lo tomamos mucho en cuenta, cada uno volvió a trabajar después de dos o tres palabras. No necesitamos más excusa que decir la verdad: habíamos conversado toda la mañana y teníamos que trabajar. El día que jugamos con Liga, en Ecuador, nos juntamos a ver el partido en la casa de la Betty y Jorge (su hermano), ganamos con el gol de Varguitas, cuando terminaba el primer tiempo. Acevedo recuperó una pelota en territorio azul, se la pasó al “Príncipe” Charles; Aránguiz con uno de sus toques sutiles se la entregó a “Carepato” y Díaz, en una de esas noches en que todo le resultaba, le echó a correr el balón al Edu, que le ganó las espaldas a los pailones de la defensa ecuatoriana. En ese momento ya estábamos todos de pie botando los tragos y preparando el grito, que largamos antes de que la pelota entrara al arco, cuando Vargas se sacó al arquero y corría solo frente al pórtico 57


desguarnecido. Qué momento. Todos sentimos que con eso la suerte estaba echada. No había forma de que los ecuatorianos dieran vuelta el partido considerando la manera como jugaba la “U”. Y que el próximo partido se jugaría en Santiago, con nuestra gente, nuestros cantos, en el estadio Nacional… Ups. El partido terminó y después de los abrazos de rigor, cuando aún estaba relativamente sobrio, pero preparándome un combinado en la cocina, le pregunté a la Betty, sin que nadie pudiese escucharnos, qué opinión tenía ella del Tato. “¿Fuera de ser yeta? –interrogó de vuelta–, nada, un tipo piola. Fomeque, pero buena gente. Creo que de lo que más nos acordamos de él es de la patá en el culo, ¿o me equivoco?”. Las mujeres descubren la esencia de las personas mucho antes que los hombres, de eso no hay duda. Después de eso, conversábamos en el living sobre nuestros sueños, ilusiones, sobre el campeonato que ganamos después de veinticinco años el 94. De ese viaje en que algunos arrancados (los menores de 14 y 15 años) hicimos con el Tío Jaime a El Salvador, del pasto de la cancha en que conseguimos la hazaña, que algunos arrancamos para conservarlo como reliquia. Entonces, como a las dos de la mañana, el Tato rompió su silencio para insistir con la tontera: “No se ilusionen cabros, lo tenemos todo para ganar, pero acuérdense que el estadio está maldito”. No dormí nada esa noche. 58


Dos días antes del partido de vuelta, soñé con una multitud triste pateando la perra alrededor del Pilucho, en imágenes en blanco y negro pude ver al Tato que reclamaba: “Se los dije y no me escucharon!” y luego gritó varias veces mientras lloraba desconsolado: “¡Por qué chucha jugamos en está cagá de estadio!”. Desperté con un dolor de cabeza demoledor, no tomé desayuno, apenas me animé a ducharme y llegando a la oficina no soporté más y hablé seriamente con Rosas: -Viejo, tenemos que hacer algo –le dije–. El Tato es mufa, y esta vez no podemos perder. No podemos, así de simple. -¿Qué propones? –me preguntó mi amigo con su cara de pícaro que lo caracteriza–. ¿Amarrarlo para que no vaya al estadio o algo así? -Tal vez, no sería mala idea –dije, muy convencido–. -Estás loco –me reprochó meneando la cabeza, para comenzar a caminar en dirección a su escritorio, pero de pronto se detuvo, se dio vuelta y continuó–. Lo que tenemos que hacer es sacarle la tonterita de la maldición de la cabeza. - Mira tú… -dije, quizás con qué cara de estúpido, pensando que era la mejor idea que había escuchado en años–. -¡Simple!, tú que cachai de diseño gráfico, ármate un pantallazo de una web, explicando la maldición, con unas declaraciones de unas brujas que receten un remedio efectivo, la imprimimos se la mostramos 59


al Tato y lo convencemos de que esta vez no hay nada de que temer. - ¿Algo así como placebo dices tú? - Llámalo como quieras, sin el Tato repartiendo energías negativas pa’l mundo, nada podrá mearnos el asado. - A menos que el estadio esté efectivamente maldito… -¿Vas a empezar voh ahora? -No, compadre. ¡Vamos que se puede! La “U” nos necesita y solo nosotros lo sabemos, a trabajar. Dicho y hecho. Inventé a un médico brujo africano al que le puse “Mutombo” que recetaba una pequeña ceremonia, ratificada luego en otro cuadro por la bruja “Perpetua” (usé una foto de mi ex suegra, no voy a negar que nos reímos mucho de eso). Ambos afirmaban que había que botar una foto del rival por el wáter del baño del estadio embrujado antes del partido, repitiendo: “Contramufa, contramufa”. Nada muy original, pero las otras ideas que discutimos con mi compadre Rosas eran aún peores. Lo que sí, la impresión quedó impecable, realmente parecía el pantallazo de una revista en formato web real. Lo que nos complicó fue que el Tatito quiso revisar el artículo en el computador y la dirección no lo llevó a ninguna parte. Frente al mensaje “error name not resolved”, el Tato se rascaba la cabeza titubeando, mientras nosotros tratábamos de llevar la cosa a otro nivel, consiguiendo con entusiasmo 60


muchas fotos del plantel ecuatoriano, de su estadio la “Casa Blanca” y de varios cracks de Liga Deportiva Universitaria en acción. Mostrando, por cierto, convicción militante y ciego entusiasmo. Infantilismo, dirá usted, una burda superstición tal vez. Ok, pero reto a cualquiera a enfrentar el momento en que asoma el desafío crucial de su vida con una sensación tan terrible como la que nos torturaba y quedarse de brazos cruzados. Por lo demás, a mucha honra, somos esencialmente un grupo de barristas fanáticos; apasionados hinchas de la “U”, no de cualquier equipito. No me hablen de seriedad o madurez. Sí, ninguno de nosotros es casado, ninguno de nosotros dura mucho en las pegas. Todos vivimos aún en la casa de nuestros respectivos papás. Pero a la “U” la tomamos en serio, es nuestra religión. La mañana del miércoles 14 de diciembre de 2011 ninguno de nosotros fue a trabajar. Salvo el Tato. Nos juntamos a las 10 en la casa de la Betty con todo el material. Le teníamos que explicar el cuento a Jorge. La Betty y Karina (la polola de Rosas) ya estaban al tanto. A Jorge le pareció una soberana estupidez, pero nos ayudó con el juego. La Betty metió las fotos, siete fotos, ninguna de más de diez centímetros, en una bolsa del Líder dentro de su banano. A las cinco de la tarde entramos al estadio y en el primer control, la paca que la revisó pensó que la bolsita tenía marihuana o algo así. Papeles dentro de una bolsa plástica siempre tendrán un aspecto sospechoso. Estuvieron a punto 61


de detenerla, pero luego de que los perros anti drogas dejaran las fotos un poco baboseadas, la recogimos y entramos. El estadio comenzó a llenarse temprano, el panorama era sobrecogedor, el fulgor del azul y el rojo de las banderas de esa tarde lo iluminaba todo, sublimado además por los cantos de siempre, la pasión de siempre. Y mucho nerviosismo. Media hora antes de que empezara el juego, partimos al baño y apretados en un cubículo los cuatro, Rosas, Jorge, el Tato y yo procedimos a realizar el ceremonial. Rosas tiró la bolsa completa al wáter, y todos nos miramos solemnemente unos instantes. El ambiente, en medio de un indescriptible olor a meado, era tenso, pero mágico. Jorge preguntó si no sería mejor quemar las fotos antes, pero lo detuve y dije con resolución “démosle así no más”. “Se va a tapar el wáter”, dijo el Tato. “¡A quién le importa!” lo reprochó Rosas. Recuerdo el momento y pienso en el futuro, cuando se lo cuente a mis nietos, la verdad nos debemos haber visto infinitamente huevones. Para hacer la cosa más creíble le dije a Rosas que si la bolsa no se iba por el wáter tal vez no espantábamos la maldición. Pero Rosas estaba ansioso, “¡ya comencemos!” ordenó y comenzó a decir in crescendo “con-tra-mu-fa, con-tra-mu-fa”, tal cual, marcando las sílabas, cada vez más fuerte, invitándonos a acompañarlo. Así los cuatro repetimos el falso conjuro liberador hasta que Rosas tiró la cadena. Y la bolsa, maravillosamente coludida con nuestra puesta en escena, giró un par de veces en medio de la corriente de la descarga de agua, para luego perderse en el destino incierto del alcantarillado. 62


Entonces, en medio de los aplausos de los chicos grité: “¡Atención, Los de Abajo! ¡Ce hache iii!”. Terminado el ceremonial, todos decíamos cosas como: “¡Qué alivio, weón!” o “Ahora sí lo ganamos” y mirábamos al Tato, esperando alguna palabra tranquilizadora de vuelta. Nada. Pero por lo menos no insistió más con la estupidez de la maldición. De hecho cantó, gritó, celebró los goles, con energía. Con la confianza que nunca se le había visto antes. No tengo que recordarles cómo fue el partido. Que la noche fue una velada perfecta. Que la “U” saltó a la cancha con Johnny Herrera; Osvaldo “Rocky” González, Marcos González, y “Pepe” Rojas atrás; el “Mati” Rodríguez, Charles Aránguiz, Eugenio “Chueco” Mena y Marcelo Díaz en mediocampo; y, El “Tobi” Castro, Eduardo Vargas y Gustavo Canales en delantera. Que la “U” abrió la cuenta a los tres minutos, ¡solo tres minutos de tensión! El gol lo convirtió el Edu con un potente disparo tras recibir un rebote dentro del área de los ecuatorianos y con eso se descomprimió todo. Disfrutamos de ese partido relajados, transformando el apoyo en celebración anticipada. Quedaba poco cuando Lorenzetti aumentó el marcador y ya casi en la hora, cuando había entrado Rivarola y todos queríamos que hiciera el gol de antología, el broche de oro de toda una vida, llegó el tercer gol, pero fue nuevamente de Varguitas. No recuerdo si ya le decían “Turbomán” o no, pero fue la figura de la final, el goleador de la Copa también. 63


Aunque en rigor Charles Aránguiz obtuvo el premio oficial mejor jugador del partido y José Rojas, nuestro “Pepembahuer”, representó al equipo como gran capitán, levantando minutos después el anhelado trofeo, en medio de la explosión de serpentinas y cotillón que aparece en todas esas fotos que adornan tantos muros y fondos de pantalla de nuestra gente. La “U” ganó la Copa Sudamericana 2011 con un 88.8% de rendimiento, el mejor de todos los tiempos. Y nosotros sentíamos que de algún modo parte del mérito era nuestro. Por las otras fotos, las que habían exorcizado el demonio que el Tato llevaba dentro y anda a saber tú si también lo habían hecho con el maleficio del Nacional. En ciertos escenarios trascendentes la magia y la realidad se confunden en una sola vivencia. Al rato, mientras caminábamos por Campos de Deportes, el Tato se me acercó y puso algo en el bolsillo de mi casaca mientras me susurraba al oído: “Bótalas cuando puedas, me di cuenta que nos equivocamos de bolsa cuando el partido ya había empezado”. Sentí entonces un frío extraño que me descendía por la espalda. Días después confirmé que la bolsa que tiramos por el excusado únicamente tenía un par de boletas de la misma compra en que llegó a manos de la Betty la otra, esa en que aún guardo las fotos de los chicos de Liga y su estadio. –¡Esto es lo más lindo que me ha pasado en la vida weón! –gritaba una y otra vez Rosas–. 64


–¡Y gracias a nosotros!– insistió Jorgito, cerrándome el ojo. En ese momento el Tato me dijo, en su clásico estilo discreto, casi elegante, mostrando pese a ello una felicidad infinita en la mirada: –“El bulla es lo más grande y punto, lo de las mufas y contramufas es para gente sin aguante”.

65


66


Con optimismo y fe

Fernando Clement Paredes Era enero de 2011. En una conversación casual con mi tío Mario, que también es de la “U”, le dije: “Este año vamos a ganar la Sudamericana”. Ojo, enero de 2011, cuando Sampaoli ni siquiera dirigía su primer partido y mucho menos teníamos asegurada la participación en la Copa. Pasaron los meses. La “U” jugaba la final de ida del Apertura. Este partido lo vi en mi casa, justo ese día era el cumpleaños de mi papá, por lo que mi casa estaba llena de invitados. Al terminar el partido estaba furioso, la “U” mereció ganar, mientras que la UC llegó dos veces en todo el partido y listo. Algunos de los invitados me decían que era muy difícil que la “U” diera vuelta el marcador; otros, “no te calientes la cabeza con estupideces”. A pesar del 0-2 en contra, nunca se me pasó por la cabeza que íbamos a perder el título. Estaba seguro de que el domingo la “U” salía campeón sí o sí y así fue, con mucha garra y corazón (lo que es la “U”) se logró dar vuelta la historia y taparles la boca a todos los que decían que la UC tenían asegurado el bicampeonato. Pasaron los meses desde aquella inolvidable tarde del 12 de junio y la “U” jugaba su primera final internacional de la historia, contra un com67


plicado equipo como Liga de Quito, club que en años anteriores había ganado tanto la Copa Libertadores, como la Sudamericana y la Recopa. Se debía ir a jugar a un recinto complicado como el estadio Casa Blanca. Para la final de vuelta, mi tío Mario, al que en enero de ese año le dije: “Este año vamos a ganar la Sudamericana”, me invitó a Valdivia, donde vive con mis otros tíos, para ver el partido juntos y salir a celebrar. Viajamos desde Frutillar. Llegamos a Valdivia cerca de las 18:00 hrs. El living de la casa quedó lleno de globos azules y rojos que inflamos con mi tío Mario y mi tía Violeta, que nos ayudó un poco. El ambiente era de tranquilidad, sabíamos que esa tarde/noche la “U” iba a hacer historia. Yo me había confundido con el horario de la final, pensaba que era a las 21:30 en vez de a las 21:15. Nos percatamos del error al ver que en las noticias estaban haciendo un despacho en vivo desde el Nacional mostrando los fuegos artificiales que estaban lanzando Los de Abajo. Al percatarnos del error, subí corriendo las escaleras para encender el computador a buscar el partido online. Mientras enciendo el computador, mi papá llama diciendo que la “U” ya iba ganando con gol de Vargas. Faltaba muy poco para tocar la gloria. Atrás quedaba esa dolorosa semifinal con Chivas; atrás quedaba esa semifinal con River, que yo no la viví, pero que para los camaradas que la vivieron debe haber sido una de las derrotas más dolorosas junto con el descenso. 68


El primer tiempo no lo vimos mucho, ya que como la transmisión online la estaban viendo muchas personas la señal se pegaba a ratos, por lo que mi tío Mario fue a buscar su radio para escuchar el partido. Para el segundo tiempo no hubo ningún problema con la señal. Terminó el partido, con mi tío nos abrazamos, mi mamá también nos fue a abrazar y gritamos fuerte “DALE CAMPEÓN”. Esperamos la ceremonia y la entrega de la copa. Tomamos nuestras banderas y salimos en caravana rumbo al centro de Valdivia. La plaza estaba llena de camaradas celebrando, con banderas, lienzos, bombos y bengalas, a las afueras de los pubs y restaurantes del centro también. Muchos autos con sus banderas flameando. Durante el trayecto fuimos tirando los globos azules y rojos que inflamos antes del partido. Esa fue, simplemente, una tarde/noche inolvidable.

69


70


Con el quitasol más allá del horizonte. Michel Artal Ponce

Imposible no recordar ese 14 de diciembre de 2011, porque los que somos hinchas de la “U”, de esos de estadio, de esos que acompañamos en las buenas y en las malas, de esos que esperamos 25 años para poder dar una vuelta en primera, de esos que rompimos la voz por años en el tablón de distintos estadios de Chile, de esos que estuvimos en segunda junto al equipo, de esos que viajamos en bus, tren y auto a alentar a la gloriosa, de esos que no olvidamos cuando un grupo pequeño llamado Los de Abajo, de esos que no olvidamos a Acoplados Walter, al Cianuro, al Pérez, a Cataldo, al Kramer, al Choclo, al Vito, al Peyuco y cuantos más, de esos que a pesar de todo y más, debíamos estar en el estadio para acompañar a la “U” ese 14 de diciembre. Recuerdo que la mala idea de no ser abonado me llevó, unos días antes de aquella final de vuelta, a estar en una fila interminable desde las 9 AM por Pedro de Valdivia hasta llegar a Guillermo Mann. Por la “U” había que hacerlo. Horas y horas sin moverse. El sol pesaba en todos los que estábamos esperando una entrada. Recuerdo haber llamado a mi padre, al que agradeceré toda la vida por compartir sus colores, por hacerme hincha azul, y al rato, sacrificadamente, llegó con un quitasol a la fila, que por horas no avanzó. Mi amigo y los que estaban junto a mi agradecieron aquella sombra. 71


A eso de las 15:00 hrs., la interminable fila de hinchas comenzó a avanzar lentamente. Recuerdo que al llegar a Grecia las vallas papales ordenaron bastante la cosa. Al estar en las boleterías principales nos entregaban un número, y con ello ya era seguro tendríamos acceso a una galucha, la cual las conseguimos en las boleterías que dan a Maratón. Luego de ocho horas, entrada en mano, ya que no te vendían más de una, salíamos agotados, insolados, pero felices de que podríamos estar, acompañar y, lo más importante. alentar al amor de nUestras vidas. Miércoles 14 de diciembre. Faltaban horas para el comienzo del partido, pero ya estábamos en la cancha, como siempre alentando, esperando la gloria: un campeonato internacional. Salida del equipo. La hinchada que nunca falla, himno emocionante, que hasta el día de hoy revivimos cuando vemos vídeos y el relator dice: “Escuchar que 45 mil personas canten el himno de un país es normal, pero que la misma cantidad lo haga de tu equipo, no tiene comparación”. Y que rápido se nos vino el grito de Gol, con Varguitas a los 3 minutos y, ya terminando aquella noche, el Duende y otra vez Turboman. Pitazo final. La “U” Campeón de la Sudamericana, esa que ningún equipo chileno la consiguió. Campeón invicto, con triunfos inolvidables en Brasil, Argentina, con diez victorias en doce partidos. Insuperable. 72


Vuelta olímpica y qué ganas de estar con los muchachos en la pista de recortán, rompiendo la voz agradeciendo la felicidad entregada. Estábamos sobre las butacas y más allá de ellas queriendo tocar el cielo, queriendo estar más allá del horizonte. Celebraciones y más celebraciones. Ese 14 de diciembre jamás lo olvidaremos. Así como tampoco olvidamos que somos hinchas de la “U”, esos que pocos los entienden, esos que estamos a pesar de todo, esos que orgullosamente decimos: “¡Qué lindo! ¡Pero qué lindo es ser de la ‘U’!”

73


74


Travesía al éxtasis

Daniel Albornoz Vásquez “Quelque chose d’important risque d’arriver au Chili. C’est fort probable que je doive y aller dans deux semaines”2. Eso le dije al encargado del proyecto de investigación en el que estaba trabajan do desde hacía escasos dos meses. Recién llegado a París, recién llegado a la Astrofísica, tenía ya que justificar una ausencia, un viaje a Chile. Así que decidí jugar la carta de la verdad y de la urgencia legítima que tenía para mí. Salvo que elegí no contar cuál era la razón. Si algo había descubierto de Patrick era que los asuntos personales eran incómodos, y que cualquier cosa que se alejara del trabajo no era tema de conversación. Tal vez qué se imaginó. No obstante, mis facciones legítimamente angustiadas y ansiosas surtieron efecto. “D’accord, vas-y. On paiera la moitié du billet”3. Le agradecí, sobriamente, le aseguré que aprovecharía los días para trabajar en Santiago, en las oficinas de los Observatorios Europeos Australes, con los colaboradores del proyecto, que los conocería y aprendería los detalles esenciales de la observación de quasares

2 “Algo importante puede pasar en Chile. Es muy probable que tenga que ir en dos semanas más”. 3 “Está bien, anda. Pagaremos la mitad del pasaje”. 75


lejanos con los telescopios del cerro Paranal. Faltaba solo una confirmación. Esa noche se jugaba esa confirmación: semifinal de vuelta de la Sudamericana 2011, en Santiago, en Santa Laura, ante Vasco da Gama de Río de Janeiro. Me fui de Chile a estudiar a Francia en julio del 2003, con una mochila y una maleta. De estar lejos de todo, sin duda alguna lo más difícil fue no poder ver a la “U”. No soy alguien que mire hacia atrás, no soy alguien que se lamente ni eche de menos. Me dolió dejar una mujer, pero seguí adelante. Ya no viviría con mis padres, pero tenía la oportunidad de crecer en la independencia. Lo que parecía, sin embargo, imposible de superar era no poder ir al estadio, porque cada partido es único, cada encuentro es la realización en tiempo presente de algo que va más allá de un resultado o un juego. No se puede compensar con un telefonazo ni una visita anual. Seguí a la “U” como pude. Al comienzo, no tenía ni computador ni Internet, y por desfase horario, los cibercafés siempre estaban cerrados a la hora de los partidos. Me enteraba de los pormenores al llegar a la universidad los lunes en la mañana, leyendo prensa e ingresando a foros. El día nacional del baile fue tal vez uno de los pocos partidos que pude vibrar en cierto modo, en febrero 2004, porque mi hermano y mi padre, desde el estadio, me llamaron con el 1-0 recién marcado y la galería aun festejando. Desde la cama escuchaba el celular completamente satu76


rado de la explosión que causó el gol de Rivarola. Solo al día siguiente me enteré que había sido un 4-0, un marcador que nunca había gozado contra los de blanco. Empecé a pagar el precio de la distancia, me dije. Y así hubo muchas noches largas de sufrir por mi amor a distancia. Cuántas veces, cuando la noche y el alcohol me llevaban al plano de las emociones y de los sentimientos, deambulé por las calles de Grenoble cantando “Oí del Ballet cuando era pendejo y desde aquellos tiempos que lo voy sintiendo… Más que una pasión, SON SENTIMIENTOS QUE LOS LLEVO DENTRO, sueño ser campeón”. Garganta apretada, ojos llorosos, otro trago, otro canto. Tuve suerte, pude estar, en vacaciones, para acompañar al León a Valparaíso y Calama en el camino al título del patito feo. Cuando nadie creía, yo solo pensaba que tenía que darme con una piedra en el pecho de no haber sido eliminados antes, de seguir en carrera cuando pisé suelo chileno, de poder volver al estadio. En Calama gritamos campeón con mi viejo, el que me mostró este amor, con el que vibré mi primer triunfo consciente, por allá por el 91 cuando la “U” salvó del descenso con un 4-0 sobre Puerto Montt por la promoción. Ese amor, que ese mismo año 91, en su blanco invierno, casi me deja sin colegio porque a una inspectora se le ocurrió llamar a los niños a que entren a la sala con un “que entren los campeones de América”, y yo me quedé afuera, y la increpé, con mis tiernos siete años recién cumplidos. Yo no era campeón de nada, era de la “U”. 77


Tuve suerte, con el correr del tiempo, pude ahorrar y comprar un computador de escritorio, e hice lo necesario para tener la plata cada fin de mes y contratar un plan de Internet. Pude empezar a seguir los partidos por radios online, y, con los años, poco a poco, a verlos. Tuve suerte, y agradezco en el alma, haber podido estar en esa final perdida contra el indio el 2006. Y agradezco, porque para mí el objetivo es estar. Uno no le desea mal a quien ama, pero para bien o para mal, uno quiere estar con quien ama en los momentos importantes, y pude estar. Lo agradezco, pude acompañar a mi “U” en ese difícil tránsito. Y con ese espíritu sufrí sobre manera cuando la “U” bajó una estrella en mi ausencia. Por primera vez en mi vida, el 2009, me perdía un partido en que la camiseta azul recibía la copa del torneo y daba la vuelta olímpica. Algún castigo tenía que caerme por haber elegido esta condición, y, extrañamente, ser campeón fue mi condena. Aunque sin duda lo más doloroso fue no poder estar más presente en el proceso de quiebra y de concesión. En los escasos días que estuve en Santiago pude participar de la organización del Caupolicanazo, fui a protestar frente a los tribunales de justicia con otros camaradas, asistí a toda reunión de la que supe, recolecté firmas afuera del estadio, y hasta estuve parado en el pilucho con un megáfono convocando a la resistencia. Pero estos esfuerzos no dejaron de ser aislados, en el par de semanas al año que me pillaban en Chile. 78


Y mientras la historia institucional pasaba por su periodo más oscuro, llegó el 2010. Esa campaña de Copa Libertadores con partidos de antología puso a prueba las aortas de los bullangueros, y me propuso el primer gran desafío a la distancia. A esa altura ya se había plasmado una convicción en mi corazón: si la “U” jugaba una final continental, yo debía estar. Como fuese, donde fuese, cuando fuese, debía estar, al menos en ese segundo partido, en el decisivo. Esa noche, contra Chivas, cuando todo parecía apuntar hacia una final histórica, el dolor fue grande, la frustración no menor, revivir lo del ’96, pero esta vez de local. Tan cerca y tan lejos a la vez. Volviendo al 2011, cuando llegó la semifinal, rogué que en la otra llave fuera Liga de Quito quien pasara y no Vélez Sarfield, porque de otra forma el viaje no era a Santiago, sino al José Amalfitani de Buenos Aires, donde se hubiera disputado la segunda final. En todo aquello pensé durante la campaña Sudamericana. A medida que la “U” se hacía fuerte en el continente, iba rememorando esta historia de melancolía, de disfrutar dos partidos al año y sufrir todos los otros. El gol de Rocky en la recta final del segundo tiempo de la ida contra Vasco, aparte de volverme mono en medio de la noche parisina, me hizo empezar a sopesar de verdad la posibilidad del viaje. Por suerte, la cercanía con Navidad, el hecho de que podía efectivamente trabajar desde Santiago y cumplir algunos objetivos de investigación con los 79


días que me quedarían antes del receso de las fiestas, aumentaban las chances de realizar la travesía. Así, después de haber hablado con Patrick, le escribí a mi padre y a mi hermano un correo electrónico: “Bueno, les cuento, es bien simple. Si esta noche ganamos, llego a Stgo. el 14 en la mañana directo al estadio”. Pude sentir la emoción al escribir esas líneas, la emoción de mi viejo al leerlas, la emoción que siento al re-encontrarme hoy con esas letras. Esa noche, a las tantas de la madrugada parisina, me instalé a ver el partido vía Internet. El empate a un gol de la ida ponía a la “U” en posición de fuerza. De hecho, esa noche, el empate a cero nos clasificaba directamente. Eso sí, la “U” de Sampaoli no sabía –nunca supo– salir a esperar al rival, así que se venía un partido de infarto, donde la apuesta, como siempre, era buscar el gol. Cuando Canales tomó el rebote por el lado derecho del área y la clavó arriba del arco norte de la catedral, vi mi futuro con claridad. Voy a Santiago. El gol de Canales pisoteó mi escepticismo, y el dos a cero de Vargas me hizo abrir inmediatamente los buscadores de vuelos y comprar el pasaje. El viaje desencadenó todo un esfuerzo por lograr estar en el Nacional ese 14 de diciembre. Lo más complejo fue conseguir entrada. Desde el otro lado del Atlántico no era tarea sencilla, pero tenía a mis mejores aliados: mi familia. 80


Primero, decidimos descartar ir a por una entrada de galería, pues sería demasiado tumulto, de seguro, lo que fue confirmado por la vigilia de miles en la Galería Sur. Una masa humana pasaba la noche en el coloso de Ñuñoa, y, gracias a la “U”, esta vez no era contra su voluntad. A pesar del precio, apostamos por ir a Andes. Así, el día de la venta de entradas, no solo fueron mi viejo y mi hermano, quienes entendieron la importancia de estar simplemente porque a ellos también se lo indicaban sus corazones, además de mi madre, que los acompañaba desde que me fui, también fue mi hermana, quien nunca se interesó ni en la “U” ni en el fútbol, y su novia. Ambas se hicieron parte de la epopeya. Entre todos se relevaron y consiguieron las cuatro entradas, para mis viejos, mi hermano y yo. Ese no fue el único esfuerzo que hice. Tuve la ocurrencia de contactar a un archi-enemigo, que para mi sorpresa me tendió una mano. Gracias al esfuerzo de los míos, no la necesité. No quisiera deberle favores. 13 de diciembre, sentado en mi asiento, aún en el aeropuerto Charles de Gaulle, estaba nervioso. Si el vuelo se atrasa, pierdo la conexión. Y si pierdo la conexión, tal vez me demore cinco horas… diez horas en encontrar otro vuelo. Si eso pasa no llego al Nacional. Estaba nervioso. Estando todas las condiciones dadas, solo faltaba llegar. A pesar de mi ansiedad y extrema paranoia, los vuelos salieron y llegaron sin atraso alguno, y cuando bajé del avión, el 14 en la mañana, camiseta puesta, 81


la sonrisa no me la quitaba nadie. Del otro lado de policía internacional me esperaba mi viejo, nos fuimos a casa a desayunar. Debo admitir que me impresionó el ambiente que se vivía. Incluso aquellas personas que nunca se habían interesado por el fútbol estaban pendientes del partido, y lo vivían como propio. Daba la impresión de que todos eran de la “U”, al menos ese día. Eso no me gustó, muy por el contrario, me pareció digno de otros colores, subirse al carro cuando la victoria está a la vuelta de la esquina. Aunque… yo estaba llegando al carro con la victoria a la vuelta de la esquina también. No duraban mucho mis cavilaciones, estar en el estadio era, en realidad, lo único que conocía mi voluntad. El tránsito de ese día fue onírico, el ingreso al Nacional, instalarse, y empezar a vivir la espera del encuentro, cantar, cantar con la hinchada, cantar el himno, la canción más hermosa del mundo, con la emoción a flor de piel, la salida del equipo a la cancha, la explosión de azul y rojo, la rasgadura de garganta, la piel de gallina, comienza el partido, vamos la “U”. Antes de que pudiéramos siquiera empezar a sospechar de una final complicada, a los tres minutos, Vargas, zurdazo abajo. Explosión. En ese momento perdí la voz. Salté y grité totalmente extasiado, sacado de todo control. Qué equipo, qué fuerza, qué convicción. Muchachos, se demoraron solo tres minutos, en una final, en darnos el grito de gol, 82


darnos el abrazo con mi viejo, con mi vieja, con mi hermano, con toda la bullangueridad. El gol de Lorenzetti, ese dos a cero, me transportó a mi éxtasis más grande de la vida, vivido a los 10 años en el estadio El Cobre de El Salvador, donde el final de aquél partido me dejó en una perplejidad completa, mi cuerpo congelado y mi mente volando por libertades insospechadas. Ese segundo, ese segundo gol, ese segundo de mi vida, fue una cristalización de lo que todos los azules intuimos, sentimos en lo más profundo: la “U” es grande, y esta vez, “grande” tomaba amplitudes continentales. Somos campeones de Sudamérica. Las palabras comenzaban a resonar en mi mente, a vibrar, y mi cerebro vibraba a la misma frecuencia que las palabras, y las palabras cobraban sentido. Lágrimas en los ojos. Por fin, mientras al lado todos ya llevaban varios segundos de grito, de abrazo, de cantar el “Eh oé oé oé… ¡¡La U!!”, recién después de ese trance extático pude sumar mi voz. Somos campeones continentales. El tercer gol llegó como un regalo, una apertura de botella, un inicio de festejo ante la consagración. El pitazo final, el descanso del rival vencido, la extracción de la pelota de un carnaval completamente desatado. Luego de la ceremonia, la ciudad estaba volcada a las calles, en los balcones, en las avenidas, cuerpos salían de las ventanas de los autos con banderas, todos gritaban, todos cantaban. Anduve por Plaza Italia, 83


con mi viejo, con mi vieja, pero terminamos en casa, felices, extasiados aún, con una champaña y brindando, entre camaradas del lazo más profundo que pueda haber, que es haber seguido a la “U” por decenas de años, por campañas, por altos y bajos, por tierra y cielo, en el desierto y bajo la lluvia, una vida de románticos viajeros. Brindando con mi camarada, el que me entregó la “U”, al que le debo la “U”, mi querido viejo. Redimido de mi alejamiento, feliz por saberme parte de la grandeza de la “U” en cuerpo y alma, me dediqué aquellos nueve días en Chile a trabajar, y a algo más. Por esos días nació algo que ya va, también, para los cinco años. ¿Un clavo saca otro clavo? Un amor lleva a otro amor. Pero eso, es harina de otro costal, camaradas.

84


Don Lucho y su Chuncho Ana María Celis

Aquel miércoles 14 de diciembre don Lucho se levantó de madrugada como todos los días de su vida, para trabajar en el campo. Pero ese miércoles era distinto, se sentía inquieto, su corazón latía con más fuerza, ese era un día importante, tenía la misma ansiedad de cuando lo visitaban sus hijos… pero eso no ocurriría, los chiquillos ya no iban, no les gustaba el campo. Los hijos habían crecido, se habían ido, llamaban una vez a la semana y mandaban regalos de vez en cuando. Uno de esos regalos era su bien más preciado, un televisor grande que ese día no le podía fallar. Su corazón seguía latiendo fuerte, tanto que por momentos olvidaba su soledad porque, aunque a su lado estaba su mujer, él se sentía solo y viejo. Tomó su azadón y partió al huerto junto a su fiel perro Boca a regar, mientras el sol le quemaba la espalda. Pensaba, no podía parar de pensar, que esa noche el Chuncho jugaría una final, que podía ganar la copa, el Chuncho, su Chuncho, el “Bulla” como le decían sus hijos, esos hijos que no lo iban a ver. ¿El Bulla? No, para él era su Chuncho, su Universidad de Chile. ¿Qué sería de sus hijos? ¿Dónde verían el partido? No ganaba nada pensando en eso, vio como Boca jugaba en la acequia y prefirió refrescarse a seguir pensando en ellos. 85


Cerca del mediodía volvió a la casa, Clarita estaba esperando para almorzar bajo el parrón. Don Lucho puso su silla de mimbre cerca de la puerta para poder ver las noticias y comprobar que el televisor funcionaba bien. Pasó la tarde y no pudo dormir su clásica siesta, estaba inquieto, ni siquiera quiso ir a conversar con su vecino Alberto acerca de la cosecha de frutillas. La final no le permitía estar tranquilo. Durante toda la tarde, Clarita había preguntado qué le pasaba. Su respuesta había sido silencio… Hasta que por cansancio le dijo que el Chuncho, su Chuncho, jugaría una final esa noche y la vería por televisión. Su mujer lo miró, notó su angustia y solo respondió que le haría una manda a la Virgen para que su viejo fuera feliz. Junto a un gran jarro de mote con huesillos, don Lucho esperó la hora del partido. La emoción se apoderó de su cuerpo cuando, a los tres minutos, Edu Vargas tomó el balón e hizo el primer gol después del pase de Matías Rodríguez. Don Lucho se acomodó en su sillón, estaba solo con su perro. Pasó el segundo tiempo, la “U” de pronto hizo otro gol, Lorenzetti logró vencer al arquero. Sus ojos brillaban, estaba soñando, el relator decía que la “U” era campeón, era el 2 a 0 pero él quería otro gol… Llegó el minuto 42 y Vargas nuevamente llenó su garganta con un grito de gol. El televisor mostraba fuegos artificiales y papel picado, gente celebrando y abrazos por doquier. La “U” tenía una estrella, esa estrella que lo acompañaría ahora que los hijos ya no estaban. 86


Don Lucho llevó sus manos viejas y agrietadas a su pecho porque pensó que se le podía arrancar el corazón. Su alegría y su emoción llenaban su humilde casa porque su Chuncho, como siempre lo había llamado, era el campeón de América.´

87


88


Herencia familiar Isaac Maldonado

-PARA VIEJO- Maldito viejo, nunca paró su micro. Nada personal tío, pero pare la micro.Eran las 6 de la mañana, el día había empezado a las 5 a.m., despertando en un cerro de Valparaíso y bajando al plan para tomar micro a Quilpué y comprar una entrada para ver al León en su primera final internacional. Nos subimos a la micro a Quilpué todos apretados, colgados del fierro, con una pata afuera y la otra adentro rezándole a Leonel para que las vueltas las diera a menos de 90 km/h. A las 7:00 a.m. llegamos adonde se vendían las entradas y de repente: -MIERDA… HERMANO. ¿QUÉ PASÓ?-NOS LEVANTAMOS MUY TARDE –vomita mi compañero. La razón era obvia: había una cola de al menos 250 personas esperando la apertura de las puertas a las 9:30 a.m. Como te cuento la historia de don Andrés, el viejo tenía 53 años y venía a comprar su entrada como todos, pero se rajó con 50 panes con jamón y queso para los que hacíamos la cola con él y todos cagaos de hambre por llegar temprano. El viejo era el Braulio Musso del momento, nadie se merecía la entrada más que él. Aunque, compadre, la historia 89


del Manuel era mejor: no había avisado en su casa, ni en su pega, solo salió temprano y dejó a su mujer durmiendo –lo mejor va a ser llegar con el regalo de navidad para la Vivianita– su hija. La niña quería una bicicleta y el Manuel le regalaría una azul. ¿Cachai la diferencia? Él era el antihéroe, el Chico Hoffens de Quilpué. Son las 9:30. El local abre sus puertas y un flaco con una polerita naranja reparte numeritos muerto de susto. Nunca había visto tanta gente, ni en sus partidas online. ¿Me crees si te digo que me tocó el 304? ¡TRECIENTOS CUATRO! Pero daba lo mismo, con don Manuel, el Andrés y mi compadre todo era más piola… A las 10:30 la fila no había avanzado ni un puesto. Don Manuel abre su arsenal y saca su arma más mortífera para obtener información: un pan con jamón y queso. Se abalanza ante la puerta del local y entra. Cuando salió, su cara no era la misma. Llega al lado de nosotros y todos le preguntamos qué pasaba: se cayó el sistema. Cuento corto. Alcanzaron a vender cinco entradas. Ni Manuel con sus pancitos, ni el Andrés que ya tenía la bicicleta azul con rueditas para su hija: nadie tenía entrada… Quinientas personas para veinticinco entradas. Mi compañero me mira y en sus ojos se veía la fe: “HAY QUE LLEGAR TEMPRANO, DORMIR ACÁ Y COMPRAR LA ENTRADA”. Cuento corto y más fome aún. Las entradas solo las vendieron en Santiago. ¿Resumen? Prácticamente imposible para el bullanguero de región. 90


Tuvimos que mascar la rabia y meternos a un local para ver el partido. Cada vez que los ecuatorianos tomaban la pelota era una puta taquicardia. Cuando pasaban la mitad de la cancha era un puto infarto. Pa’ qué te cuento como quedé cuando Hernán Barcos se perdió un cabezazo en el área. Casi me cago ahí mismo. El mesero del local servía los shop de medio como muerto de la cabeza. Ni idea si se los pagaban o no. Quizás debe haber sido del chuncho el hombre porque nos quería curar raja a todos, aunque con la presión ni idea de grados alcohólicos ni nada, solo pensaba en GOOOOOOOL, GOOOOOOL WEÓN GOOOOOOOL. Varguitas se la metió de zurda a un costado y abajo a ese gigante Domínguez. Nos salía todo, compadre. Si le pegaba el Pancho Castro entraba al ángulo. El estadio se volvió loco, la gente miraba al cielo preguntando si realmente estaba pasando todo esto. Después vino el gol de Lorenzetti que lo celebró con el alma del extranjero que llega a jugar a la “U” y se queda por siempre. La presión en la guata era mayor. Uno sabe que el que se relaja pierde y nos había pasado muchas veces. Eduardo Vargas era todo confianza. Tomó la pelota y se los pasó a todos. Le salió el arquero y se la punteó como los que saben. Le podía haber pegado con el tobillo y entraba igual. Golazo de Varguitas que hace el gesto con las manos de que se terminó el partido. Aránguiz lo abraza, Sampaoli enloquece. Mientras tanto, en el local el mesero se 91


puso a cantar el himno ¡ERA MÁS CHUNCHO QUE TODOS NOSOTROS JUNTOS! Se sacó la camisita blanca y la corbatita negra y salió un tatuaje del chuncho al pecho. Nos abrazó uno a uno a todos. El final del partido ni lo vi, solo me acuerdo de haber abrazado a tanto compadre y comadre desconocidos, gente que jamás voy a ver de nuevo… PERO ERAN MIS HERMANOS, MIS HERMANAS DEL BULLA. ¡Venga un shop pa’ acá mi hermano! ¡Venga un cigarrito, hermana! ¡Venga un abrazo, camarada! Y todos cantando el himno… Oye, ¿terminó el partido? TERMINÓ, SOMOS CAMPEONES, HERMANO, TE LO DIGO Y AÚN NO ME LO CREO, ¡SOMOS CAMPEONES INTERNACIONALES INVICTOS! Mi compadre se puso a llorar y me dejó pegotia’o todo el hombro; al otro lado el mesero lloraba apoyado en la barra como cabro chico. Era el momento de todos, el país gritaba DALE CAMPEÓN. Las bocinas sonaban, las alarmas se prendían, el estadio era una caldera de felicidad. Miraba para todos lados y todos lloraban como cabros chicos, de pena, de alegría, de ganas de llorar, de botar pa´ afuera puras cosas malas que le pasan a uno, porque para aceptar la victoria y la felicidad hay que pasar por las penas, mascarlas y después botarlas todas de una. Y yo me hacía el loco. No quería ponerme a llorar. Había aguantado muy bien la emoción del medio del pecho y, entre tanta risa y abrazos, había zigzagueado bien las lágrimas. Entre tanto ruido me sonó el te92


léfono y, quién más, mi viejo, el chuncho mayor. Me tomé la mitad del shop de alguien equis –y que le dio lo mismo, para que no te pongas moralista compadre– y contesté. -Aló, papá, ¡salimos campeones! -Hijo, espérame, tengo que decirte algo. -¡Papá! Locura total, ¡campeones invictos! -Escúchame, tengo que decirte algo. Y cuando tu papá te dice que tienes que escuchar, uno escucha y hace callar a todo el mundo. -Hijo ¿Te acuerdas cuando te vestía de la “U” y todos te molestaban porque jugábamos mal? ¿Porque otros salían campeones? ¿Y tú erai chiquitito y me deciái que no le encontrabas sentido? Demás, teníai 5 años y le encontrabas sentido a pocas cosas. Déjame decirte, hijo, que ahora me siento feliz de haberte encontrado un sentido… El resto no me acuerdo. El maldito viejo me hizo llorar como el cabro chico de 5 años que no le encontraba sentido a esa camiseta azul. Solo recuerdo que me dijo: -Puta, el weón… después te termino de contar. Y la verdad… no aguanté más. Lloré, lloré para aceptar la victoria y habiendo botado todo lo malo. 93


Lloré de pasión, de emoción, de infancia, de canchas de tierra, de salir al centro con la polera de la “U”, de campeón invicto, de ganar por goleada. Lloré de canillas rotas, de hacer una pared con la cuneta y salir jugando. Lloré de una familia entera de la “U”, de la única herencia familiar. Lloré del legado padre e hijo y espero que del mismo para el hijo que vendrá. Abracé al mesero y lloramos juntos. Luego lo reconocí, un camarada de un piño de Playa Ancha, recordé mis años en la UPLA y viendo partidos del chuncho con extraños que se transformaron en los amigos del sábado o domingo en la tarde. ¿Crees que alguien pagó la cuenta? Alguien alzó la voz y entre todos pagamos una cuenta ficticia, la cuenta de todos, nadie vio solo por la suya sino por la de todos. Le pasamos la plata al que atendía en la barra, que al parecer era de otro equipo y miraba todo con una cara de poto increíble. ¿El mesero? Se fue con nosotros a festejar al Parque Italia, con la gente, con los fuegos artificiales, con los papelitos cayendo desde el cielo, con bengalas, extintores y lo demás. Una pequeña parte de los que no pudimos ir al Nacional alentó desde Valparaíso aún terminado el partido. Cuento corto: esa noche se armó un grupo nuevo. El mesero ya no es más el mesero sino el Pablo, con mi compadre que agarró polola (también bullanguera) y yo, todos tomando cerveza en alguna plaza, aún con la cara llena de felicidad y que duraría por un par de días más. Vimos muchos partidos más juntos, fuimos al estadio y cantamos otro título incluso. 94


Nunca miré la hora y patudamente se me ocurrió llamar a mi viejo sin saber si estuviera despierto o durmiendo. Esta vez la conversación fue cortita y al pie, el mensaje claro y las palabras simples. Mi papá, llorando, me dijo: -Puta que es grande la “U” hijo por la chucha. Y me cortó.

95


96


Wish you were here1

Sebastián Díaz Pinto

Dedicado al “Loco Bielsa” de Conchalí. Dondequiera que estés, tu diamante seguirá brillando. Quisiera partir contándote un poco de mí. El dos mil once fue un año que marcó quizá un antes y después en mi historia. Hasta entonces, eran tiempos en que no la venía pasando tan bien. Me encontraba saliendo de un ostracismo casi auto-impuesto por los devenires de la vida y de mis propios fantasmas. Pero no nos desviemos, eso es tema aparte. Te cuento también que no quería ni sentía simpatía por muchas cosas, pero ese año, digamos, de alguna manera, fue un tiempo de mucha experimentación, de sensorialidad y también de imbricación con todo lo que me estaba pasando, y pasaría. Dicen que algo que toda persona en su vida debe tener es un escape. Un algo en lo que pueda canalizar sus sentimientos y olvidarse un poco lo dura que se vuelve la vida conforme pasa el tiempo. Acá

1

Pista 4 del disco “Wish you were here” de Pink Floyd, lanzado en septiembre de 1975. 97


creo que coincidimos, porque está claro que para ti y para mí el fútbol fue, es y será nuestro escape. Somos hinchas de la “U” a muerte y me atrevo a decir que más allá de ella lo seguiremos siendo; quizá sea esa la única certeza. Después me enteré de que seguíamos coincidiendo en las ritualidades. Ir a la cancha cada fin de semana, ser un estudioso del fútbol —amante de la táctica, los datos históricos y la estadística— y llevar siempre la “U” bien puesta es algo en lo que no transamos. Bueno, pasó el verano y comienzo la universidad. Nueva carrera, nuevas y nuevos compañeros. El panorama pintaba bien. Los días se pasaban entre libros, pilsen y el cóctel de drogas típicas con el que la universidad te da la bienvenida. Nada del otro mundo tampoco. Desde aquel ambiente, y con los primeros llamados a paro, el aire se comenzó a tornar combativo. Cada semana se volvía más denso con las bombas lacrimógenas y el gas del zorrillo que lanzaba la policía para dispersar a la masa estudiantil. Era el preámbulo de algo grande que se estaba gestando. Sería el momento del despertar de un gran movimiento social y estudiantil exigiendo una educación gratuita y de calidad. Así también, en el transcurso de aquellos días, una de las primeras personas con la que hice amistad fue Alicia. De entrada, te diré que entre ella y yo no había mucho en común, pero al poco de compartir descubrí que existía un sentimiento que nos hermanaría para toda la vida. Ella vio mis pulseras azules y solo eso bastó, nos supimos hinchas de la “U” y desde ahí que somos amigos. Quién lo diría. 98


Con el pasar del tiempo, Alicia se transformó en una camarada. Por ello, hablar de fútbol y de la “U” era algo recurrente en nuestras conversaciones. Tanto así, que te contaré cómo me enteré de tu existencia. Una noche de viernes coincidimos en un carrete. Yo con Alicia fuimos de los últimos en quedar en pie. Nos quedamos charlando para esperar el amanecer y que abriera el Metro para regresar a nuestras casas. Recuerdo que el diálogo de aquella vez se fue en rememorar lo sucedido durante la noche y si quedaríamos para ir juntos al estadio alguna vez. Fue ahí en donde Alicia me preguntó: –Alberto, ¿cómo te hiciste hincha de la “U”? –Fue por mi madrina –le respondí–. Me metió los colores desde que tengo cabeza. Mis viejos no son tan futboleros, así que fue ella la que nos hizo azules a mí y a mi hermano. Mi abuelo y padrino son de Magallanes (el papá de Colo-Colo, como él decía siempre). Ahora, de grande –entre risas– me doy cuenta que para ella lo importante es que no fuéramos del equipo de blanco. De cualquiera, pero menos del indio. Hoy le agradezco por hablarme y hacerme hincha de la “U”. –Acto seguido, le pregunto lo mismo a Alicia. -Y tú, Alicia, ¿cómo te hiciste hincha? –Yo soy hincha de la “U” por mi viejo, el “Loco Bielsa” como le dicen en el barrio. Él me enseñó que la Chile es lo más grande, y que después 99


está Pink Floyd y “El Diego” –me dijo Alicia con tono evocador–. Recuerdo que lo que sabía de la “U” era por lo que él me contaba. Cuando niña no era mucho de llevarme a la cancha. Decía que el estadio se podía volver peligroso por momentos y no quería exponerme siendo yo tan chica. Lástima que ahora que estoy más grande no pueda ir con él. Está muy enfermo. –¡Uf, qué mala! Espero se ponga bien tu viejo –fue lo que atiné a decir en ese instante–. Sería bacán ir con él al estadio. Imagino que debe vivir los partidos peor que yo, por algo lo apodan Loco Bielsa. Fue así cómo supe de tu existencia, Loco Bielsa. Después, vimos que la hora pasó volando y tomando vino. Eran las 7:11 de la mañana. Ya era momento de partir. Caminamos con Alicia al Metro, nos despedimos y cada uno tomó rumbo a sus respectivas casas. Desde esa conversación de nuestros orígenes como hinchas azules fue que comenzamos con Alicia a ir juntos a la cancha. Por ese entonces íbamos a ver a la “U” al Estadio Nacional o al Santa Laura. También se volvió costumbre para mí el preguntarle seguido a Alicia por la salud del Loco Bielsa, su papá. Desde que supe de su amor y gusto por aquella mágica triada —La “U”, Pink Floyd y Diego Armando Maradona— sentía que debía conocerlo y que podríamos llegar a ser buenos amigos, por qué no. 100


Ya era mitad de año. El equipo mágico venía de ser campeón del Torneo de Apertura remontando y ganando una final a la UC que quedará para siempre en la memoria de toda la gente de la “U”. Luego de levantar esa Copa, se veía a jugadores y cuerpo técnico con la idea de seguir en la misma senda; además, en el segundo semestre, disputaría la Copa Sudamericana. Era la chance perfecta de buscar revancha a nivel internacional luego de la dolorosa eliminación en semifinales de Copa Libertadores 2010 frente a las Chivas de Guadalajara, que por tercera vez en la historia nos privó de meternos en una final continental (tal como en 1970 y 1996). Ni te imaginas cómo sufrí con esa derrota. Me quedé en el estadio, cabeza gacha, varios minutos después de terminado el partido, y creo que no emití palabra alguna en una hora. Ya a sabiendas de jugar la Sudamericana, vino el debut, que no fue nada fácil. Fuimos a jugar el pase al cuadro principal enfrentando una serie ida y vuelta contra el cuadro penquista de Deportes Concepción. Fue un partido muy trabado, de dientes apretados. Remontando un dos a cero en contra, con goles de Gabriel Vargas y Francisco Castro, logramos rescatar un empate en el Municipal Ester Roa. Partido clave aquel. Luego, la vuelta en el Nacional fue más tranquila. Gustavo Canales y Diego Rivarola fueron los autores del 2-0 final. La primera tarea ya estaba cumplida. La “U” se metía de lleno en otro torneo internacional. –¿Hola? Alicia, ¿cómo va? Oye, ¿qué pasa con ir a la cancha? La “U” 101


entró a jugar la Sudamericana y eso quiere decir que tenemos fútbol a mitad de semana ¿Te animas? Dale que vamos –le dije a Alicia por teléfono–. –Obvio que sí, vamos –me respondió–. –Tu viejo, ¿cómo está? ¿Se animará a ir con nosotros? Todavía ni lo conozco y ya siento que es mi amigo. Sorry por insistir tanto –le dije, como pidiendo disculpas–. –Tranquilo, está bien. El problema es que mi viejo no podrá ir, sigue todavía enfermo. Está complicado –dijo Alicia, con la voz algo quebrada–. –¡Aguante Loco Bielsa, que salís de esta! –respondí a manera de arenga–. –Es lo que esperamos todos –me dijo Alicia, aun con la voz quebrada–. La “U” disputaría su primer partido de la Copa Sudamericana vs Fénix de Uruguay. Fue victoria por la mínima en un frío 9 de agosto en el estadio Nacional, con solitario gol de Eduardo Vargas. Fuimos a la cancha con Alicia. El Loco Bielsa esta vez lo tuvo que seguir por la televisión. En paralelo, el equipo seguía cosechando triunfos en el campeonato nacional. El despliegue que mostraban los jugadores en la cancha daba 102


para pensar que podíamos conseguir un nuevo bicampeonato y, por qué no, ilusionarnos con ser protagonistas en el plano internacional. Mis ganas de poder compartir contigo seguían intactas, pero habría que saber esperar. Alicia siempre me comentaba de como seguías, manteniendo la esperanza en que ibas a mejorar y podríamos ir juntos al estadio. El siguiente partido de la Copa nos cruzó con un grande de América, Nacional de Uruguay. Jugamos un 13 de septiembre en Ñuñoa. Ganamos nuevamente por la mínima, con gol de Eduardo Vargas, otra vez. El resultado aquel no nos aseguraba nada de cara a la vuelta en el Parque Central de Montevideo, había que ir a buscar la clasificación de visitante, y contra los uruguayos, que son bravos. Llegó el día del partido. Lo tuve que mirar por la televisión como casi todos y, ya sabés Loco Bielsa, fueron quizá los 47 minutos más tranquilos de aquella Copa. El equipo lastimó dos veces y antes del minuto quince el partido ya estaba cerrado. Hago hincapié en esos 47 minutos, porque fue ahí donde el partido se interrumpió y fue suspendido por incidentes. Los hinchas de Nacional lanzaron proyectiles y el lineman cayó a tierra con uno de ellos. No pudo seguir más. Los reclamos de los uruguayos por seguir jugando el partido, a la FIFA. La “U” ya pensaba en los octavos de final. Así las cosas, la “U” seguía en carrera. Tal como un equipo chileno que fue subcampeón de esta misma Copa el año 2006, enfrentándose 103


a rivales de gran cartel como el Coronel Bolognesi de Perú y el Liga Deportiva Alajuelense de Costa Rica. En cambio, para nosotros cada partido era una nueva chance de seguir peleándole a la historia. En octavos nos cruzamos con el equipo que más socios tiene en el mundo y uno de los más grandes de Brasil. Disputaríamos el paso a la ronda de los ocho mejores vs Flamengo. Iríamos primero a Río de Janeiro para luego definirlo en Santiago. Flamengo contaba entre sus filas con Ronaldinho Gaúcho, para mí, uno de los mejores jugadores que vi con la pelota en los pies. Rompía con todos los moldes y era capaz de destrozar cualquier táctica y marcaje rival. Pero para nuestra suerte, ya venía de vuelta, no tenía la explosión de antes, pero aún conservaba muy bien la lectura del juego. El equipo debía de estar muy atento a sus movimientos y marcarlo muy bien. Desde nuestro lado, quizá no teníamos un superclase, pero contábamos con un grupo con hambre de triunfo. La idea y el equipo, ante todo. Imagino que ese 19 de octubre lo viviste a mil, a pesar que la salud no te acompañaba. Fue una paliza táctica desde principio a fin. La “U” se dio un paseo por ese estadio con nombre de mafioso2. Imagino cómo disfrutaste viendo la manera en que el equipo ocupaba las bandas para 2

Estadio Olímpico João Havelange. 104


atacar, cómo presionaba en tres cuartos la salida del rival y cómo la idea de Jorge Luis Sampaoli –declarado admirador de Marcelo Bielsa– era interpretada a cabalidad por sus jugadores. Estoy seguro que a los brasileños les costará olvidar los nombres de José Rojas, Eduardo Vargas (dos veces) y de Gustavo Lorenzetti. Era la primera vez que un equipo chileno ganaba por cuatro goles de diferencia en Brasil. Un 4-0 que entraba a los libros de historia, y por la puerta grande. El partido de vuelta fue un trámite. Como ya se hacía costumbre, fuimos a la cancha con Alicia a ver a la “U” ganar por la mínima con gol de Marcelo Díaz, uno de los repatriados por Sampaoli al tomar la banca azul. Lo trajo de vuelta de su préstamo en Deportes La Serena y le entregó toda su confianza. Con él en cancha, más Charles Aránguiz, el mediocampo azul se transformaba en sector clave del equipo, teníamos una salida clara siempre. Loco Bielsa, ¿te diste cuenta? Hasta ahora, desde que la “U” se metió en el cuadro principal de la Copa: seis partidos jugados, cinco alegrías, un empate, diez goles, cero en contra. Con esos números, estaba permitido ilusionarnos. Pero, como dicen por ahí, vamos paso a paso. Ya entre los ocho mejores, el próximo rival sería Arsenal de Sarandí, equipo que hace de local en un estadio conocido como el Viaducto y,

105


al igual que en la llave anterior, lleva el nombre de otro mafioso3. Lamentablemente, aquí la cosa se complica un poco. Alicia me escribe un mensaje por Facebook en donde me comenta que tu estado de salud empeoró y tuvieron que llevarte al Hospital debido a una crisis. En ese momento entendí que la mano no venía bien, los pronósticos médicos no eran muy alentadores. Dijeron que debías quedarte hospitalizado hasta que pudieras estabilizarte. Con eso, la posibilidad de compartir contigo y la de ir al estadio se posponían hasta nuevo aviso. Llegó el tercer día de noviembre y con ello el día del esperado partido. Desde aquel episodio y por razones obvias, Alicia había dejado de ir con regularidad a la universidad –que recién volvía a clases después de casi seis meses de toma– y, por lo tanto, mi contacto con ella era más que nada a través de Internet. Por ese medio, ella me mantenía al tanto de cómo seguías. Me dijo que no podríamos ver el partido juntos esta vez y, en el caso del partido de vuelta, todo dependería si ya tenías el alta o no. Recuerdo que un amigo me ofreció viajar a Buenos Aires a ver a la “U”. Decliné la invitación porque no alcanzaba a juntar la plata, así que me quedé en Santiago y lo seguí por la televisión. Vi el partido en mi pieza, solo y en silencio, tal como te gustaba hacerlo a ti. Alicia me contó que para ti ver los partidos por la tele no era como estar en

3

Estadio Julio Humberto Grondona. 106


el estadio. Detestabas el griterío y las puteadas que la gente vociferaba por la televisión diciendo algo como “el estadio es para cantar, la tele es para analizar”. Ganamos 2-1. Goles de Vargas y Canales que nos daban la tranquilidad de definirlo de local. Seguíamos en carrera y con la ilusión intacta. Primer fin de semana de noviembre. En la previa venía recién retomando el ritmo académico desde la vuelta de las movilizaciones y tenía intención de ir a la cancha el domingo a ver a la “U”. Jugábamos vs Huachipato por la fecha 15. El equipo venía de meter el mejor arranque de la historia por torneos nacionales, nueve partidos ganados en la misma cantidad de partidos jugados. Luego vino una seguidilla de empates y entremedio un triunfo sobre Unión La Calera. La fecha 14 había sido la del Superclásico, con nueve jugadores les sacamos un empate de visita. El referí dio doce de descuento y lo empatamos con un autogol en el último suspiro. No lo podían creer. Dos días después del partido con Arsenal de Sarandí y con la mente puesta en el partido del domingo por el torneo local, llegó lo inesperado, una de esas noticias que por más que no te toque directamente, de igual manera la sientes como tuya, porque afecta a la gente que hace parte de tu vida. Alicia escribió un mensaje para sus amigos más cercanos diciendo que ya no estabas más en este mundo. Entendí que ya habías partido, Loco Bielsa de Conchalí. En ese momento me inundó 107


un profundo pesar. Me quedé sin poder decir nada por un rato. En eso me pilla mi vieja, le conté. Nos abrazamos y le dije lo mucho que la quería. Esa misma tarde fui con un amigo en común a la casa de Alicia. Te cuento Loco Bielsa, que había mucha gente despidiéndote en la sede del club de barrio de toda tu vida. Estaban todos, la familia, los amigos, tus exdirigidos y la hinchada. Ahí pude darme cuenta de lo mucho que te querían en el barrio y que ya pasabas al sitial de las leyendas. Muchas cosas pensé en esos momentos y me quedé con una idea que no salió más de mi pensamiento. Fue ahí que supe que la “U” estaba para campeón. Se lo dije a Alicia cuando nos abrazamos largamente: “Querida, tu viejo nos va a dar una alegría, la ‘U’ va a salir campeón de la Sudamericana, estoy seguro”. Quizá no era el mejor momento para decir una cosa de esas, pero el sentimiento me superó. Desde que te fuiste, ya habían pasado doce días y la “U” jugaría la llave de vuelta de los cuartos de final. Ya no podríamos ir más a la cancha, pero sé que lo estarás siguiendo desde donde te encuentres como un hincha más. Yo estaba extrañamente tranquilo. Si ganábamos estaríamos igualando nuestro techo en torneos internacionales, llegaríamos a semifinales y jugaríamos con otro rival bravo, el Vasco da Gama. Solo eso pasaba por mi cabeza. El partido se abrió rápido. Vargas anotó el primero a los diez con polémica. El lineman dudó un segundo para luego validar el gol. Como bien me enseñó el barrio y 108


mi Tata, siempre antes de gritar un gol hay que fijarse que el lineman corra hacia mitad de cancha. La mayoría del estadio lo gritó dos veces. Yo no quité la vista de él y no lo grité hasta que lo vi correr, mientras los jugadores y la banca rival lo cagaban a puteadas. Después de ese gol, el global quedaba 3-1 para nosotros y la remontada era imposible para el equipo de Grondona. Ganamos 3-0 (5-1 global) y nos metíamos en una semifinal por segundo año consecutivo y por quinta vez en la historia de los torneos internacionales para la “U”. “/Vamos, vamos Leones/ que de la mano / del Loco Bielsa/ todo’ la vuelta vamo’ a dar” me cantaba para mí a veces… Ya en semifinales, iríamos de nuevo a Brasil, pero con la tranquilidad de definir la llave en Santiago. Estadísticamente, siempre es bueno definir la llave de local. Si conseguíamos un buen resultado de visita, los números estarían más de nuestro lado que de los brasileros. Acá me permito confesarte, querido Loco Bielsa, que para mí esta era la llave clave del torneo ¿Por qué? Porque me puse a revisar datos y estadísticas en donde descubrí que no solemos cagarnos en las finales. Nuestro rendimiento en instancias definitorias es bueno y los subcampeonatos que tenemos son muchos menos en comparación con los demás equipos. De igual manera, mis nervios eran terribles ese 23 de noviembre, llevaba una semana pensando en el partido. Comenzó a rodar la caprichosa con los relatos del “Bambino” Pons, aquel relator que se hizo 109


fama por cantar los goles de la Premier League de Inglaterra, aunque para ese entonces ya no cantaba, y ni idea del por qué ya no lo hacía (circulan distintas versiones en Internet). Los brasileros salieron con todo a buscar el primer gol. Sampaoli estaba sacado porque no entendía por qué el estadio de Vasco –el São Januario– tenía las bancas a un costado de los arcos. Con esa disposición no podía controlar al lineman y se hacía difícil dar instrucciones. El reloj marcaba los 32 minutos y vino el gol de ellos. Baldazo de agua fría. Me decía para mí mismo que no era un mal resultado, había que aguantarlo, que de local lo dábamos vuelta. Por fuera me veía tranquilo, pero por dentro la tensión era máxima. La “U” salió mejor en el segundo tiempo, le tomó la mano a los centrales de Vasco, que, por su estatura, eran bastantes troncos. El equipo comenzó a tocar y a aproximarse con cierto peligro al arco rival. Se veían cansados los brasileros. Quedaban doce minutos y nos cobran una falta en tres cuartos. Le dije a mi hermano: “¡Aquí sale el gol!”. Se demoró en cobrarse la falta por un error del cuarto árbitro en un cambio para la “U”. Por un momento tuvimos doce jugadores en cancha, decían que salía Francisco Castro, pero finalmente fue Charles Aránguiz quien le dio su lugar a Guillermo Marino. Cobró el tiro libre Marcelo Díaz al centro del área chica y aparece Osvaldo González para peinarla y ¡GOLAZO! De una jugada preparada salió el empate que nos seguía haciendo creer que estábamos para algo grande. Luego, aguantar hasta el pitazo final 110


que significó traernos un valiosísimo punto de Brasil. Ahora empezaba la cuenta regresiva para la vuelta. La vuelta sería en Santa Laura y no alcancé entrada. Alicia sí. Me alegré por ella. Putié y odié todo por días, me quedaba fuera del partido más importante de la “U” hasta entonces. Si pasábamos a la final, prometí que no me quedaría fuera por nada del mundo, pero por nada. Hasta que llegó el 30 de noviembre a las 20:50. Santa Laura era una caldera. Se bajó la bandera de los camaradas de Concepción, aquella que dice “U. de Chile - Una vida es poco para amarte”. Cuánta verdad hay en esa leyenda. Me acordé de ti, Loco Bielsa, merecías más que nadie estar en este partido. La “U” entraba clasificada, las tablas en el marcador nos daban el paso a la final. Pero eso era en el papel. En la cancha, el equipo, fiel a su idea, saldría a ganar el partido; jugar al empate nunca fue una opción. Lo viví muy nervioso, quizá como nunca antes viví un partido. Las situaciones de gol se sucedían en ambos arcos, pero la “U” se generaba las más claras. Transcurría media hora de partido, la “U” puso mucha gente en área rival, soltó a los carrileros, Eugenio Mena sacó un centro que rechazó la defensa rival, la pelota fue a la derecha, le quedó a Osvaldo González que la metió de nuevo al área contraria, se produjeron una serie de rebotes y malos despejes, uno de ellos le queda a Charles Aránguiz. “¡Ahí hueón!”, gritó mi hermano. Sacudió con borde externo 111


y la tapó el arquero dando rebote… Acto seguido, apareció Canales y la empujó dentro de la red y ¡GOOOOOOOL! Lo grité como un desaforado mientras mi hermano no se movió de su lugar y me dijo, “tranquilo, queda partido”. Mucha razón tenía. Quedaban al menos sesenta minutos más los respectivos descuentos. Si no se sufre, no se es de la “U”. Si no lo sientes, no lo entiendes. De alguna manera, ese gol nos permitió manejar el partido, jugando con la necesidad de Vasco y aprovechando los espacios para hacer daño. Minuto 72 y la “U” sale de contra con Vargas por el carril del wing derecho, abre al centro con Matías Rodríguez, quien quiso apurar con un pase bombeado, pero la pelota rebota en un jugador de Vasco… Recupera Mena, se junta con Francisco Castro y este se la devuelve a Eugenio que avanza por izquierda, saca el centro –“¡Por abajo!”, le grité– y aparece por el centro del área nuestro goleador en estado de gracia, Eduardo Vargas, quien la empuja para poner el segundo de la noche. Fue el 2-0 y estábamos entrando por primera vez a jugar una final internacional ¡Qué partido, Loco Bielsa! Ahora solo quedaban 180 minutos para cumplir lo que le dije a Alicia. Nuestro rival lo supimos un día antes, y nuevamente la estadística estuvo de nuestro lado. Jugaron Vélez Sarsfield vs Liga Deportiva Universitaria de Quito. Si pasaba Vélez, lo definíamos en Buenos Aires; en cambio, si pasaba Liga, sería en Santiago donde se definiría al cam112


peón. Y bueno, la llave la ganó Liga y desde ese mismo instante se desató la locura por las entradas. Las finales se jugarían el 7 de diciembre en Quito y sería siete días después en el Estadio Nacional. Ya te digo, Loco Bielsa, el partido de la final de ida fue un deleite desde la táctica. Te hubieras sorprendido. Sampaoli entendió que no podía ir al mano a mano en la altura de Quito. Cambió ese dogma Bielsista de defender con uno más que la delantera rival, bajó a los wings para empezar a construir desde más atrás y dejó solo una referencia de área. Además, hizo un cambio clave. Incluyó a Albert Acevedo delante de la primera línea de cuatro: el dibujo en Quito fue un 4-1-4-1. La apuesta dio resultado. La “U” salió a ganar el partido en un colmado estadio Casa Blanca y logró desnivelar en el quizá mejor momento para hacer un gol en un partido de estas características, casi al término del primer tiempo. El autor fue nuevamente nuestro goleador, Eduardo Vargas. Liga sintió el golpe, adelantó sus líneas y salió a buscar un gol con todo durante el segundo tiempo. Pero Sampaoli leyó bien el partido, pudimos aguantar el resultado y lo ganamos por la mínima. El anhelo de ser campeones e invictos estaba más cerca que nunca. Acá, Loco Bielsa, la cosa se pone brava. Había que ir a buscar una entrada, y estaba difícil. Recuerdo que cuando se anunciaron los puntos de venta, la gente fue a pasar la noche en las afueras para poder conseguir una entrada. Por mi parte, antes de las 7 de la mañana ya 113


estaba en el estadio Nacional haciendo una enorme fila que comenzaba en las boleterías de Grecia, avanzaba al oriente y doblada al sur por Pedro de Valdivia y llegaba casi hasta Guillermo Mann. Una locura. Los rumores y llamadas por teléfono esparcieron rápido la noticia de que las galerías se habían agotado. Había quedado con Alicia de comprarle su entrada si llega antes a la fila. Tenía un poco más de 40 lucas en el bolsillo que alcanzaban para comprar cuatro galerías o bien una andes. Y pasó. Alicia llegó un poco más tarde y quedó más atrás en la fila. Los rumores ahora ya parecían ser confirmaciones. Me quedé sin elección. Tendría que comprar una entrada en andes y Alicia seguiría haciendo la fila desde la incertidumbre. Se pudrió todo, pero como te comenté antes, yo no me quedaba fuera por nada del mundo. Conforme avanzaba en la fila me resignaba a ir por primera vez solo al estadio a la que sería la primera final internacional en la historia de la “U”. Ya está, me dije. De pronto, suena mi teléfono… –¿Aló? –Hijo, ¿cómo estás? ¿Sigues haciendo fila en el estadio? –Sí, sigo acá, dicen que se acabaron las galerías, tendré que comprar en andes. –¿Cuánto te falta para llegar a la boletería? –A la rápida, estimo que hay unas 500 personas antes que yo, tengo para unas tres horas más… 114


–Te cuento, hace poco me llamó pela’o Nelson, me dice que le venden dos galerías a 30 lucas cada una y pregunta si las queremos, serían para ti y tu hermano. Me quedé sorprendido y pensando por unos segundos, que para mí fueron horas… –¿Aló? Dime ahora, Alberto ¡Hay que moverse rápido! –Pero estoy haciendo la fila, y si las entradas son falsas, porque existen los revendedores por la chucha… –¿Sí o no? –Bueno, dile que sí. Asumí que lo que estaba haciendo era arriesgado. Pero le creí a mi vieja. Además, el pela’o Nelson es de la “U” y esperaba que no se lo hubieran cagado. Él iría con su hijo, que fue compañero de colegio de mi hermano. Me despedí de los camaradas con los que conversé casi toda la mañana, les conté la noticia y salté la valla papal. Nos deseamos suerte. Caminé buscando a Alicia hasta que la encontré. –Me consiguieron dos galerías a 30 lucas para mí y mi hermano, disculpa por no poder comprarte la entrada. –Está bien, erís de perro hueón –me respondió. Volví a casa, y estaban las entradas. Me cercioré de que fueran origi115


nales y lo eran. Tal como te dije, Loco Bielsa, estaría en el partido más importante de la “U” en el último tiempo. Lo único de lo que no me convencía, es que tu hija Alicia, mi amiga, hasta el momento se estaba quedando fuera de la final. Eso me hacía sentir mal. Le pregunté si había tenido suerte, me respondió así: “No. Hasta llegaron los pacos a dispersar a la gente. Quedó la pura zorra”. Desde ahí, no atinaba a hablarle a Alicia, ni por teléfono, ni por Facebook. Quería dejar pasar un par de días. Pasó ese par de días y veo que tengo un mensaje de Alicia. En él, me comentaba que las personas que se quedaron sin entrada y que tenían tarjera azul –Alicia la tenía– hicieron un reclamo conjunto, a razón de que por tener aquella tarjeta se les aseguraba una entrada con descuento para todos los partidos. Hicieron valer ese derecho y la concesionaria tuvo que responder para evitarse líos con el SERNAC. Tendrían que ir a buscar su entrada el viernes 9 a la 33° Comisaría de Ñuñoa. Ahora sí, estaba todo en orden, me disculpé con Alicia y estaríamos juntos en el partido decisivo. Loco Bielsa, de ese miércoles 14 de diciembre de 2011 no me olvido más. Fui a la universidad en la mañana, pero antes de almuerzo ya me quería ir al estadio. Almorcé algo rápido y entré a una clase que tenía a las 14:30. Tendría que esperar hasta las 17:00 para salir. Entré y ya estaba pensando en tomar mis cosas e irme, aguanté hasta el primer bloque de la clase y me fui. Alicia ya no iba a clases, pero me dijo que 116


estaría en los pastos de la universidad haciendo la hora y que le avisara cuando estuviera liberado. Nos encontramos y fuimos a un edificio en desuso dentro de la universidad que se mantenía ocupado por estudiantes aun después de las movilizaciones. Ahí, en una sala de ese lugar, se encontraban a su suerte muchos papeles, documentos y tesis antiguas. Se nos ocurrió con Alicia tomar prestadas un par de tesis y llevarlas al estadio para hacerlas papel picado. Antes de las 17:00 ya estábamos haciendo la fila para entrar al estadio. Quedaban un poco más de cuatro horas para el comienzo del partido y ya ingresaban miles de personas. La larga espera la pasamos picando papel, conversando y cantando. Así se nos hizo más llevadera. Faltaban todavía dos horas y el estadio estaba casi hasta las banderas. Esa noche Ñuñoa era una caldera. Minutos antes de la salida del equipo, el himno lo cantó todo el estadio. Fue un momento increíble. Empezaba a sentirse el “Sale León”, se prendían las bengalas, comenzaba a lanzarse la pirotecnia, la “U” salía a la cancha. Loco Bielsa, yo no me lo podía creer, estaba por ver a mi equipo jugar su primera final, miles de momentos pasaron por mi cabeza. ¿Se acabaría la mufa del Nacional como un estadio maldito? ¿Podríamos ir contra nuestra historia y al fin sacarnos esa espina de ganar un torneo internacional? Encontraría las respuestas de toda una vida en los próximos noventa minutos. 117


Comenzó el partido. La “U” se plantó con la presión de siempre, generando aproximaciones desde el primer minuto. Los hinchas de la “U” estamos acostumbrados a ganar sufriendo, en partidos de mucho roce, con goles agónicos y finales épicos. Para los más viejos, vienen a mi mente la definición de 1981, con ese agónico gol de Arturo Salah; para los más chicos, el partido en El Salvador y el penal de Patricio Mardones, donde tuvo lugar el gol más esperado en 25 años. Si no es sufriendo, no sirve. Pareciera que la “U” no sabe ganar finales de otra manera. Pero Sampaoli y sus jugadores quisieron algo distinto. Fueron a contrapelo de nuestra historia y ganaron el partido pasándole por encima al rival, demostrando que lo importante no es tan solo ganar, sino el cómo ganar. Fue el triunfo de la defensa de una idea. Ver a la “U” jugar era un espectáculo, con un despliegue táctico envidiable y con jugadores en gran nivel. Como buen entrenador que fuiste Loco Bielsa, eso es lo mejor que un equipo te puede entregar. La final de la Copa Sudamericana se decidió en tres minutos. Eduardo Vargas la clavó de zurda para superar al arquero de Liga y el grito de gol se escuchó en todo el mundo. Vi cómo a Alicia le caían las lágrimas de alegría cuando se abrazó con su hermano diciendo: “¡Es para ti viejo!”. Yo la abracé también y eufórico le grité: “¡Te dije, te dije, vamos a ser campeones, el Loco Bielsa no nos falló!”. En mi caso, no me sentí tranquilo hasta el gol de Lorenzetti, que llegó en el minuto 79. Cuando esa pelota cruzó 118


la línea de gol mi estómago se liberó de la tensión, respiré aliviado, la primera vuelta continental era cosa de tiempo. El tercer gol, otra vez de Varguitas, fue para la estadística, doce goles en doce partidos. Goleador y mejor jugador de la Copa. La “U” ganaba la Copa Sudamericana y siendo ¡campeones invictos! Agradezco a la “U” por la inmensa alegría que fue estar ahí ese 14 de diciembre. Por la gente que me ha permitido conocer. Por los amigos que me ha dado. A mi madrina por hablarme y hacerme un azul de corazón. A mi hermano por compartir la misma pasión. A mis padres por entenderla. Agradezco también a la vida por cruzarme con Alicia, porque, si no fuera por ella, nunca hubiera sabido de ti y no estaría escribiendo lo que escribo. Te dedico estas palabras, Loco Bielsa, porque, a pesar de no haber tenido la suerte de conocerte, te siento como un camarada más, como uno que hubiera disfrutado más que nadie haber seguido la campaña de esta “U” y verla campeón, como el hincha más azul de todos los hinchas. Hoy y siempre “Wish you were here”.

119


120


La noche de la reconciliación Gustavo Villafranca Cobelli

Aquella madrugada del 14 de diciembre de 2011 Gonzalo apenas durmió. Desde su debut en el estadio –derrota de la “U” 0x2 contra Colo-Colo, hacía más de 30 años– que sentía una pesada mochila de penas y derrotas como hincha de Universidad de Chile. El trauma había nacido unas horas después de la Teletón de 1981 –aquella donde la AFP Provida donaría un avión ambulancia– en el momento que Severino Vasconcelos liquidó rápidamente a los azules con dos goles que terminaron con cualquier posibilidad de alcanzar a los punteros y terminar con la sequía sin títulos de 12 años. Aquella victoria alba sería la guinda de la torta de un momento aparentemente magnífico en el país, simbolizado en la foto del jugador brasileño en la revista Deporte Total y el titular “Colo-Colo, también aportó su cuota de felicidad”, bajo una efervescencia por un año espectacular, con un dólar a 39 pesos, privatización del sistema de pensiones y la selección clasificada al Mundial de España sin sufrir ningún gol en contra. Gonzalo no había tenido opción de elegir en su vida, pues ser hincha de Universidad de Chile y profesional de la Casa de Bello era una tradición de su familia que ya tenía tres generaciones, así como la democracia, el respeto a los derechos humanos y la libertad de expresión, dentro 121


de su hogar. En ese contexto, a pesar de la derrota contra los albos, había vuelto esa tarde orgulloso a su casa, con la flameante bandera azul de siete estrellas y el recuerdo de la imagen majestuosa de la barra de la “U” que había llevado a las 80 mil personas presentes en el estadio a cantar “Y va a caer, y va a caer… y va a caer, y va a caer”. ¿Qué es lo que cantan, Papá? –preguntaría–, “¿Qué te importa, hijo? ¡Salta!, ¡Salta!”. Aquel cántico comenzaría a ser premonitorio, porque todo se vendría abajo tras la recesión de 1982, que dispararía el dólar lanzando la economía al suelo, además del ya oxidado estadio mecano de la “U” en Iquique y a una serie de símbolos azules desechados como Hugo Carballo, “Torito” Aránguiz y “Lulo” Socías, entre otros. Sin embargo, el régimen de Pinochet se mantendría firme y continuaría interviniendo las diferentes instituciones del estado, lo que generaría una crisis total en la familia de Gonzalo para el día que Luis Santibáñez firmó su contrato con Universidad de Chile en las oficinas de La Moneda: -No vamos nunca más al estadio mientras estén estos sinvergüenzas -exclamaría su padre–. Puedo aceptar que nos hayan engañado con lo del estadio, haber perdido los terrenos del Parque Araucano y todos estos años sin títulos, pero ser el equipo de Pinochet… -Papá –respondió Gonzalo– pero si el viejo es presidente honorario de los Indios, como vamos a ser su equipo..

122


-Ese no es el punto –respondió su padre, alzando la voz–. La “U” era un club deportivo de todas las disciplinas, que representaba los valores más profundos de este país y siempre fue dirigida por gente honorable. -¡Me dan lo mismo tus valores, viejo!, -exclamó el hijo–. ¡Tú viste el Ballet y te aburriste de ser Campeón! ¡Yo nunca he visto a la “U” ni siquiera jugar un puto partido de Copa Libertadores… ¡Un puto partido! -Pero con Santibáñez, hijo… -¡Pero Santibáñez, qué! Si sacó campeón a San Felipe y no sé cuantas veces a la Unión… -¡Ya!, se acabó. Tema cerrado para mí, haz tú lo que quieras, Gonzalo. Por mi parte no quiero saber más de este equipo de la Corfuch, así que no me vuelvas ni a proponer ir al estadio. En silencio, la radio sería el único vínculo de Gonzalo con su equipo, pues en su familia, su padre y tíos habían dejado de hablar de la “U”, como quien cree que puede borrar al amor de su vida por el solo hecho de no hablar de él. Así pasaron los años de dictadura, en silencio y sin derramar ninguna lágrima ante las sucesivas derrotas, que eran los triunfos de Colo-Colo, Cobreloa y Universidad Católica, hasta que se llegaría a finales de 1988, año marcado por un histórico plebiscito, que relegó el fútbol a segundo plano. Sin embargo, todo cambiaría con la llegada del verano, específicamente el 15 de enero. Gonzalo se encon123


traba en una playa del Quisco y mientras compraba un helado escuchó la clásica voz del relator de fútbol: “Amables oyentes, algo histórico ha pasado esta tarde. Impensadamente O´Higgins y Unión Española están venciendo por holgados marcadores en Las Higueras y San Carlos, respectivamente, con lo cual la “U” está bajando a segunda división por apenas un gol de diferencia.” Lo que había escuchado Gonzalo, no tenía lógica en su cabeza. Fue a un teléfono público y llamó a Santiago, pidió hablar con su papá: -Viejo, ¿es verdad lo qué pasó? –preguntó Gonzalo–. -Sí, hijo. Nos robaron, increíble. -¿Y qué haremos, viejo? -Volveremos, hijo, volveremos al estadio. Volveremos a ser grandes. Y más grandes que el Ballet. Te lo doy firmado –concluyó–. Gonzalo y su viejo comenzarían a seguir a la “U” en todos sus partidos, principalmente en los duelos jugados en Santa Laura. Por entonces el reducto hispano era todo un mundo por descubrir, partiendo por esa mezcla increíble de olores, provocada por la orina de miles de personas –que hacían sus necesidad en cualquier parte–, el olor a carne mechada, además del dulce perfume de maní confitado que fluía de distintos sectores. Esa temporada se ubicarían en la tribuna que está al frente del sector oficial y, luego de esperar un largo rato el típico sorteo 124


de la pelota, el ya adolescente Gonzalo partía a la barra oficial, ubicada en el sector sur, donde había mucha batucada y retumbaba la lata de la galería cada vez que venía un córner. Y en el segundo tiempo iba al lado norte para sumarse a la naciente barra Los de Abajo, compuesta en su mayoría por jóvenes metaleros. Tanto se apasionaría con el cántico de los muchachos, que tomaría para siempre la decisión de ver los partidos del León junto a los barristas en Galeria –donde conocería a su gran amigo, Cesario– mientras su viejo iba a Andes solo. 1989 sería la temporada del retorno, aunque en ningún caso algo digno de orgullo, pues Colo-Colo volvería a ser campeón y a inaugurar su estadio Monumental. Para la Teletón de ese año, Gonzalo iría con su viejo por primera vez a Pedrero, pero sufriría un humillante 1x5, donde los locales jugaron reforzados con Iván Zamorano y Hugo Rubio. Al año siguiente vendría una sufrida temporada y 1991 sería incluso peor: Colo-Colo Campeón de América y Universidad de Chile jugando la permanencia con Soinca, Puerto Montt y Everton. Fue tanto el alivio de la salvación, que luego de evitar una nueva caída a los potreros, salió con Cesario a celebrar a Plaza Italia. La llegada del nefrólogo René Orozco y del recordado delantero de la “U” de fines de los setenta y parte de los 80, Arturo Salah, generaría un nuevo ímpetu en las huestes azules. Santa Laura comenzaba a quedar chico y definitivamente Universidad de Chile instalaría su localía en el 125


estadio Nacional. Gonzalo se haría Socio de Galería mientras su padre de Andes y para el Superclásico del mes de junio, el joven tendría su única alegría con el penal atajado por Vargas a Borghi y el doblete de Cofré. En todo caso, cerraría el año otra vez con el rostro taciturno, pues el archirival volvía a amargarle la vida, con un gol de Hugo Rubio en los descuentos mientras el sector sur estaba iluminado por antorchas. Y la historia se volvería a repetir al año siguiente, pues esta vez Unión Española se imponía en la Liguilla y nuevamente dejaba a Universidad de Chile fuera de Copa Libertadores. Aquella noche, Gonzalo llegaría tan enfadado a su casa, que sacó unas cajas y empezó a guardar casi todo lo que tenía del equipo, entre ello, posters, camisetas y álbumes. Su padre, desvelado por el ruido, fue a su pieza a verlo: -¡Gonzalo!, ¿Qué chucha está pasando aquí? -¿Cómo qué chucha? –respondió–. ¡Estoy aburrido de está cagada de equipo! ¡Y todo por tu culpa!, gritó… -¿Mi culpa?.. -¡Sí!, ¡Tu culpa! Tú me hiciste hincha de esta cagada de equipo, tú me compraste la bandera de la “U” cuando fuimos al estadio por primera vez. ¡Yo podría haber sido de Cobreloa o de cualquier otro equipo! -¡Hazte de Cobreloa, entonces!, ¡O mejor del Colo-Colo! –vociferó furioso el Papá–. Sí, conviértete al indio. ¡Ese equipo te vendría bien, 126


sale campeón casi todos los años y cuando no, rompen sus carnet de socios y banderas! -¡Ya, me aburriste! Me iré de esta casa apenas pueda, hay puros perdedores aquí. ¡Eres un loser, viejo! ¡Un loser! A pesar de aquella irreconciliable última pelea con su Papá, que los había terminado por distanciar, Gonzalo seguiría acompañando a la “U” junto a su amigo Cesario. Los Bicampeonatos y sucesivas vueltas olímpicas los había disfrutado con intensidad, aunque con amargura por no haberlo vivido con su progenitor y las continuas canciones de la Garra Blanca, que seguían haciendo referencia a los 25 años sin títulos, Tricampeonato y Campeones de América. “Ya no importa ser campeón en Chile”, se repetía. Las pesadillas con que Gonzalo despertó ese 14 de diciembre 2011 le habían provocado un fuerte dolor de cabeza que se agudizó luego de hablar por teléfono con Cesario. Recordaron cuando al “Gringo” Nef se le cayó la pelota en el minuto 120 ante Peñarol en el primer gran intento de conquistar América en 1970 y de la paliza que recibieron de la policía en 1996 cuando a Valencia no le cobraron un penal más grande que el mismo Monumental de River. Sin embargo, entre los recuerdos habían omitido lo sucedido hace menos de un año, cuando a los azules les bastaba una igualdad en blanco de local contra Chivas de Guadalajara. Antes de cortar, Cesario le preguntó: 127


-¿Va a ir tu viejo? -No tengo idea –respondió Gonzalo–. -¿Hace cuánto que no lo ves? -Para Fiestas Patrias, hace unos meses. Pero casi ni conversamos. -¿Y vas a seguir con tu tonto orgullo? –preguntó Cesario– Después de todo, él tenía razón, siempre tuvo razón. ¿O estás arrepentido de ser hincha de la “U” después de haber gritado los goles del Matador o ahora que vamos a jugar, por fin, una Final de América? -Ya, me tengo que vestir –apuró Gonzalo–. Nos vemos a las 5 en el Mono en Pelota. Gonzalo se fue temprano del trabajo directamente al estadio. Se bajó en la estación de metro Ñuble y caminó hacia el estadio Nacional, llevando atada a su cuello una parchada y roñosa bandera azul donde apenas se distinguían los rostros de Quintano, Ashwell, Mondaca y Hoffens, que le había comprado su padre hace justo 30 años. Antes de llegar a Grecia con Campos de Deportes, recibió una llamada de un número no registrado: -¿Gonzalo? -Eh… ¿Papá? -Sí… 128


-Ah.. hola, ¿cómo estái? -Honestamente –dijo– estoy todo cagado, hijo. -Yo también, yo también –dijo Gonzalo, esbozando una pequeña risa–. La vieja me ha contado que haz ido a toda la Sudamericana… -Sí. Parece que estaba en una base de datos de azul-azul, así que me llamó una vendedora, trajo un anuario de regalo y me aboné otra vez. Estaré en Andes centro, justo en frente de la mitad de la cancha.. -Que bueno, viejo. Yo voy con Cesario a la barra. -Hijo, te quiero decir que es una pena no verlo hoy contigo… -Viejo, tengo que cortar –apuró Gonzalo–. Me toca el control de Carabineros.. A las 21 horas y 17 minutos comenzó la final de la Copa Sudamericana 2011 entre Universidad de Chile y Liga de Quito en Ñuñoa. El nerviosismo de Gonzalo se acentuó aún más cuando se dio cuenta que a la “U” le habían cambiado el tradicional arco sur donde le gustaba atacar el segundo tiempo. Sin embargo, el augurio no sería tal, pues a los 3` Eduardo Vargas ya había recogido un rebote en área ecuatoriana provocando el primer estallido de la multitud. Tras la apertura de la cuenta el partido se volvería complejo, pues a pesar del dominio local, el resultado seguía siendo mínimo. En ese 129


contexto, en cualquier momento un pelotazo de Néicer Reasco podría ser capitalizado por el goleador Hernán Barcos o surgir una jugada del argentino Exequiel González. Y en caso de una hipotética igualdad, de seguro el DT Edgardo Bauzá daría la orden de tirar ollazos al área. Pasaban los minutos y Gonzalo estaba al borde de una crisis de pánico. El partido estaba en pleno segundo tiempo y parecía que a la “U” se le habían cerrado todos los caminos al gol. “Gol perdido en arco contrario, es gol recibido en arco propio”, le repetía a Cesario cada vez que un ataque terminaba en las manos del arquero Alfonso Domínguez o en la pista de atletismo del sector norte. Casi simultáneamente, en la banca azul, los dos hombres más bajos se movían y conversaban intensamente. El partido se interrumpió y el entrenador Sampaoli ordenó el ingreso del número 22 por Francisco Castro. “Una que le quede al Duende’, una, por favor, ¡Dios!”, rogó al cielo Gonzalo. Y la suplica hizo oídos al minuto 79 con una contra que inició Eugenio Mena, cruzando el círculo central para rápidamente tocar la pelota a Gustavo Canales, quien aguantó la fiera marca de Norberto Araujo. “El Mágico” hizo la pausa y abrió a la derecha para Eduardo Vargas, quien hizo la pared con el 19 de la “U” para quedar cara a cara con el arquero, aunque con poco ángulo. El disparo del goleador de la Copa fue tapado a medias y cayó suavemente cerca del punto penal, donde justo apareció Gustavo Lorenzetti que venía acompañando la jugada. Mien130


tras el rosarino se acercaba a la pelota, la expectativa e incertidumbre del país parecían congelar las pulsaciones, hasta que llegó el instante del suave toque del argentino que se fue al fondo de la red. Gonzalo tenía la costumbre de fijarse si el línea corría a la mitad de la cancha para validar el gol antes de gritarlo, aunque esta vez no pudo, porque decenas de brazos y cuerpos sudados se le vinieron encima. Cuando se repuso, desde las entrañas de Ñuñoa el cántico de “eee oee oe oe oe oe ¡la ‘U’!” retumbaba, mientras la gente seguía abrazándose y celebrando. No obstante, Gonzalo no cantaba, ni festejaba. Había soñado tantas veces en silencio lo que estaba pasando ese 14 de diciembre de 2011 que al momento de vivirlo se daría cuenta que algo le faltaba: -¡Nos juntamos a la salida en el Mono en Pelota!, le dijo rápidamente Gonzalo a Cesario. -Huevón, ¿dónde vai?”, preguntó Cesario, alarmado. -¡En el Mono en Pelota!, ¡En el Mono en Pelota –gritó Gonzalo–. Desde el sector de la puerta 13 Cesario observó como su amigo intentaba hacerse un lugar entremedio de la gente, dirigiéndose hacia el sector de la diagonal sur. Con mucho esfuerzo, Gonzalo trepó la reja, aunque al bajar se enganchó su bandera, pero unos bullangueros que lo vieron complicado, ayudaron a desengancharla y él siguió avanzando; a empujones y pidiendo permiso, seguía haciéndose espacio entre la 131


multitud. A su paso, la gente saludaba, palmoteaba su espalda y decía “Dale Campeón, dale, pasa”. “Permiso, permiso” repetía y seguía su loca travesía. Así, llegó a la reja que separaba la galería sur de la tribuna andes lateral mientras Eduardo Vargas anotaba el tercero, pero a Gonzalo no le importó perdérselo y se dijo a sí mismo: “vamos que se puede, vamos que se puede, ya hiciste lo más difícil, haber pasado la primera reja”, así que se sintió con confianza para saltar la segunda. En esos momentos, el partido estaba por terminar, pero los ojos de Gonzalo estaban clavados en el centro de la tribuna Andes, hasta que lo vio: “¡¡Viejo, viejo!!!”, gritó. “¡¡Hijo!!”, vociferó su papá. Comenzaron a correr el uno hacia el otro hasta encontrarse y fundirse en el abrazo más hermoso que puede existir en una familia de azules justo en el instante que el árbitro daba su último silbato. El padre y su hijo lloraron y gritaron: “¡Somos campeones, somos campeones de América!”. Se volvieron a abrazar y otra vez exclamaron “Somos campeones, somos campeones de América”. Y ahí estaban los dos reconciliados, llorando de emoción y alivio por tantos y tantos años de separación y sufrimiento, viendo como el capitán José “Pepe” Rojas recibía la Copa de manos de las máximas autoridades del fútbol sudamericano, para comenzar a vivir una clamorosa vuelta olímpica mientras por los alto parlantes empezaba a penetrar con su música en cada uno de los presentes la canción que le da sentido a la vida de millones: 132


-Ser un romántico viajero y el sendero continuar. Ir más allá del horizonte, do remonta la verdad, el desnudo de mujer, contemplar la realidad. Brindemos, camaradas por la Universidad, en ánforas azules, de cálida emoción, brindemos por la vida, fecunda de ideal, sonriendo con el alma, prendida en el amor. Ser un romántico bohemio, cuyo sueño es el querer, ver las amadas ya olvidadas y dejadas al pasar, y en desnudo de mujer, contemplar la realidad. Brindemos por la vida, fecunda de ideal sonriendo con el alma, prendida en el amor. La, lará, lará, lará, lará. La, lará, lará, lará, lalará. C-H-I, C-H-I, C-H-I, ¡C-H-I!

133


134


El 2011 fue un año extraño Sebastián Aravena

El 2011 fue un año extraño. Un año bisagra, se podría decir. Hace cinco años la “U” ganó la Sudamericana, convirtiéndose en su mayor logro, sí… pero también estuvo el movimiento estudiantil. Aquel gigante de conciencia social que congregó a más de 100.000 estudiantes que marchaban casi semanalmente en busca de una mejor educación, creando una lucha que llegó al punto de no poder ser ignorada, y la “U” también se sumó. Recuerdo haber compartido con amigos barristas en marchas del 2011, y jamás olvidaré un partido de Copa Chile donde fue poca gente (unos seis mil), cuando en el entretiempo se gritó el ya histórico: “Y va a caer, y va a caer…”. La “U” es, y será, un sentimiento que traspasa opiniones políticas, posturas religiosas y clases sociales. Es así, aunque me gusta pensar que la “U” siempre estará marcada por ser un Club rebelde. Un Club en el que los hinchas son fieles representantes de los valores que hacen ser a nuestro Club lo que finalmente es. Y, ¿no es eso lo que finalmente nos hace seguir a la “U” todas las campañas, sean buenas, regulares o malas? La campaña del 2011 la seguí. Fui al estadio todos los partidos de local, y bueno, me siento honrado de decir que pude ver a la maquinita de Sampaoli funcionar tan de cerca. Amo a la “U”, no solo cuando gana. 135


Pero fue realmente fantástico ver a los jugadores de la “U” roja en el pecho tocando y presionando como si se tratara del Barcelona. Muchos me dijeron, hace cinco años, que nunca volvería a vivir algo así, que la “U” no acostumbra ganar, menos así. “Eres un afortunado, disfruta esto”. Y los entiendo, tienen razón, absolutamente… De hecho, eso solo hace más valioso este logro. Un Club que ha sufrido tanto, y que no es ganador por excelencia como la “U”, ganó un torneo invicto con solo dos empates y sin recibir goles de local. Ganamos apabullando al rival, ganamos siendo los mejores, rompiendo récords históricos. La historia de la “U” merecía un triunfo así, porque la seguridad de Herrera, la sobriedad de Marcos González, la firmeza de Albert, el ida y vuelta de “Chueco” Mena, la calidad de Charles, la simpleza y elegancia de Marcelo Díaz, los goles de Gustavo Canales, pero por sobre todo, el olfato, el ímpetu y la maestría de Eduardo Jesús Vargas Rojas, que no solo representaron de manera internacional a los millones de hinchas azules desparramados por este angosto país, sino que representó también una historia sufrida. Una historia de desamores. Una historia que contienen veinticinco años sin ser campeones y un descenso incluido. Una historia de esfuerzo y dedicación. Una historia de un Club mágico, con la mística intacta desde su creación. Esos once Leones que mojaban la camiseta, también eran Severino Vasconcellos anotando goles como loco en Segunda División; también eran “Superman” Vargas 136


llorando por no poder seguir defendiendo la camiseta que tanto ama; también eran nada más y nada menos que el “Matador” Salas quebrando récords y dejando bocas abiertas con goles decisivos; también eran todos los que componían el ahora extinto Imperio Azul y, ciertamente, son todos y cada uno de los hincha que lloramos, saltamos, gritamos y viajamos solo por el León. A los jugadores y al cuerpo técnico no me queda nada sino agradecimientos, por ver a la camiseta que amo en lo más alto de América.

137


138


Un sueño

Macarena Pinto Celis Esa sensación de que no debes cerrar los ojos porque al abrirlos el sueño se acabará. No cierres los ojos, porque al despertar no serán campeones de América, porque al abrirlos nuevamente la maldición del Nacional se habrá cumplido y Liga de Quito estará dando la vuelta. Llegar hasta esta noche no fue fácil. Después de varios difíciles partidos nos topamos con la primera piedra: Flamengo en Brasil. Te tocó verlo en un bar de la Plaza de Maipú, rodeada de hinchas cruzados y colocolinos que querían ver cómo al equipo azul lo destruía la aplanadora brasileña. Todos te miraron sorprendidos. Una mujer celebraba con un fuerte “Gol conchadesumadre” cada uno de los aciertos del equipo azul. Y la vuelta fue verlo donde siempre, en esa gloriosa galería de la puerta 14, que ya es como tu casa. Luego vino Arsenal. Ahí ya tuviste que confesar tu pasión al vetusto director del colegio, donde trabajabas; no quisiste mentir y le contaste la verdad: “Me tengo que ir temprano, juega la U”. Desde su sillón que buscaba inspirar respeto, te miró, con algo de pena desde su alma colocolina, te dijo: “Profesora, mejor no se entusiasme tanto, usted sabe que los equipos chilenos nunca logran pasar de fase… excepto ColoColo 91”. Simplemente sonreíste, sabías que esta vez no sería así, pero 139


le dijiste que sí a todo lo que te dijo, hasta que dio su autorización. La profecía del Director no se cumplió. La U avanzó y le tocaría con un gigante: Vasco da Gama. Vasco siempre ha sido un equipo que inspira respeto. El Gigante de Colina. En Brasil el partido fue con los dientes apretados, los minutos no pasaban y pensaste que el sueño se acababa. Pero ese gol de Osvaldo González te devolvió el alma al cuerpo. Aún podíamos clasificar en Santiago. Ese partido de vuelta lo viste por televisión. La verdad es que pensaste que pasaría lo de siempre: el Gigante pasaría por encima. Pero al minuto 30, Canales abrió el camino y en la mitad del segundo tiempo, tras un pase de Mena, Vargas hace el gol que todos esperábamos. Por fin estábamos en una final. Esa noche pensaste qué significa ser hincha de la U. Pensaste en todas las veces que terminaste con la garganta apretada por ese gol que no salía, por las miles de burlas que recibiste por ser mujer e ir al estadio y alentar como si fueras un hombre. No es fácil ser hincha cuando la prensa se encarga de demonizar a los que van cada semana al estadio, asumiendo que porque se ponen una camiseta son delincuentes; no es fácil aguantar las bromas donde te tratan de “madre” o te recuerdan que la “U” aún no tiene estadio. Aquella madrugada decidiste ir al estadio para la final. Ir a Quito, a la Casa Blanca. Volviste a esa oficina de Director y le explicaste que debías 140


ir, que debías estar ahí. Te miro con lástima, esa lástima del que ha ganado algo y te ve ilusionada con un imposible, pero te dejó ir. Partiste en ese avión, que iba cargado de miedos y volvió cargado de ilusiones. La “U” estaba ahí, en ese espacio donde un empate en casa bastaba. Nunca podrás olvidar lo vivido en ese estadio, ser hincha en el extranjero es ser una minoría que no es bien recibida, pero a la vez sentirte parte de un pequeño grupo de desconocidos que tenían en común lo más importante, una camiseta azul con una “U” en el pecho. Hasta que el día de hoy llegó. Hoy, el estadio estaba lleno. Lleno de almas que, al igual que la tuya, desean tocar el cielo por primera vez. Y a los tres minutos pensaste que el corazón se te salía. Un pase de Matías y gol de Vargas. Fue la explosión de alegría que estabas esperando. Ya no importaban las burlas, no importaba nada. La “U” es campeón de América. Ahora, en calma, recuerdas como un sueño todo lo que pasó: los fuegos artificiales, los papeles picados y la imagen de tantos hinchas que recorrían las calles con la misma felicidad que tú. Mantén esa alegría en tu mente, no olvides ningún detalle porque será parte la historia: la “U” es campeón de la copa Sudamericana y tú estuviste ahí. Puedes cerrar los ojos, esto no es un sueño. El León ruge por todo el continente.

141


142


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.