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¡Pareja!
Hace años escribí un ensayo con un título inusual: “Yo, pareja” Al principio consideré que podría ser exagerado, incluso erróneo desde el punto de vista semántico, y comencé a investigar sobre este interesante tema. Las razones son obvias El vocablo “pareja” sugiere dos personas relacionadas entre sí por amistad y afecto. Antes, la idea de pareja se asociaba con el matrimonio, como sociedad conyugal registrada en un contrato solemne. Hoy, la pareja es la convivencia mutua -por compromiso, se dice en la Costa, o sociedad de hecho en la Sierra-, heterosexual u homosexual.
Todos sabemos que el “yo” ha sido utilizado para representar la identidad de una persona, que se consolida a través del descubrimiento del “tú”, que no es una copia del primero sino su complemento.
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Nace así la alteridad o “alter ego” como necesidad vital. Y así, en la maduración del “yo” y el “tú” se forma la pareja, que no es sino la constitución de una entidad nueva: el “nosotros” Esta construcción, cuya explicación científica la hallamos en la antropología, la sociología y la psicología está articulada por la cultura.
Pero existe una preocupación latente: el avance de la desinstitucionalización de la familia, y el deterioro de la pareja como núcleo de la sociabilidad humana, que genera un guion caldo de cultivo de una sociedad fragmentada y violenta. Son altos los índices de maltrato intrafamiliar, la soledad de muchas personas y el desamparo que provoca esta crisis que, a todas luces, es sistémica. La institución de la pareja humana -bajo diversas modalidades y tendencias- debe abrir las puertas no solo para el reconocimiento social y jurídico, sino para los reencuentros familiares y reconciliaciones posibles, en un marco de tolerancia, que den pie a mejores días para la familia.