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Paisaje de catástrofe, Álvaro Bisama

Paisaje de catástrofe

Álvaro Bisama 1

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Dónde queda Latinoamérica? Imposible de saber: Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967) ha estado por acá los últimos veinte años tratando de dilucidar esa pregunta. Paradójicas, sus novelas se internan en los meandros de aquella respuesta y debaten desde la ficción acerca del espacio mutante que el fin de milenio terminó esbozando como un imaginario americano posible. Del McOndo a Evo Morales, de Berkeley a Cochabamba, de Palacio Quemado a Cornell, de la lengua aymara arrasada a Bufy, la cazavampiros, en la obra de Paz Soldán el acento siempre estuvo puesto en lo destemplado o asombroso de esos desajustes.

Una idea: lo que está en juego dentro de su obra es cómo narrar una identidad que se deshilacha, cómo capturar –en la fugacidad del extraño tempo de lo literario– algo parecido a una verdad a la que aferrarse.

Puede ser. Sus ficciones (la Bolivia que siguió a la caída de Banzer y precedió a la de Evo; los colleges yanquis, las carreteras perdidas del continente, el canon como una ciudad secreta) están habitadas por una peculiar raza de personajes desesperanzados, casi siempre entrañables: puzzleros, profesores universitarios, diseñadores, escribidores de todo tipo, criptógrafos; todos obsesos en transar con los lenguajes inestables de sus disciplinas para quedar casi siempre abandonados y suicidados, con el corazón roto en la mano, desencajados de los ecos atroces de su propio reflejo, cada vez más desfigurado.

En ese sentido, resulta relevante que una novela como Sueños digitales (2000) narre la tensión entre las imágenes de poder y la memoria usando la tecnología del photoshop como metáfora de lo evanescente de cualquier monumento; y en La materia del deseo (2001) juegue a rastrear en los ecos de las discotecas y los singles pop el sigilo de la supervivencia de las consignas de las revoluciones pasadas. Lo mismo pasa con Palacio Quemado (2006), que es una narración detallada y apenas maquillada de la caída del gobierno de Sánchez de Lozada, vista a través de los ojos de un redactor de discursos de la presidencia; y en Los vivos y los muertos (2009), cuyo tema es una epidemia de asesinatos en una escuela

1 Escritor, crítico literario y profesor chileno.

secundaria norteamericana y que toma esa desazón hasta llevarla al borde de un exterminio, poniendo énfasis en la descripción de un lugar donde la única y precaria salvación era, cómo no, una fe más que tambaleante en los poderes redentores de la escritura.

Aquello llega al paroxismo en Iris (2014). Habría que preguntarse por esa prosa construida a partir de las mutaciones de un idioma salpicado de un léxico imposible, que posee una densidad particular. El saldo es una experiencia compleja, un relato sometido a las contracciones de esta lengua ficticia, un español futuro que se acomoda para narrar lo imposible. Así, en Iris conviven las drogas alucinógenas con un milenarismo brutal, donde la descripción de un paisaje extraterrestre se propone como un lugar de desolación y de espanto, pero también de visiones místicas, una ciencia ficción original, hecha de una poesía seca y ambigua, siempre feroz.

Iris confirma que aquel es un juego lleno de dobles fondos. Confirma que en la huida hacia otros paisajes (Norte, Los vivos y los muertos), Paz Soldán habla de Bolivia –o de los alcances de una literatura nacional– pero en realidad se refería a otra cosa, más tangencial e íntima pero también por eso más urgente: los bor-

Lo que está en juego dentro de su obra es cómo narrar una identidad que se deshilacha, cómo capturar –en la fugacidad del extraño tempo de lo literario– algo parecido a una verdad a la que aferrarse.

des desde donde se deshilacha el territorio impreciso y violento de América Latina, aquel paraíso barroco donde la única cultura posible era popular y cacofónica, esquizofrénica y fulminante. En ese contexto, ¿cuáles son las diferencias entre el pop y el canon, entre la televisión y la memoria oral, entre el software pirata y las bibliotecas llenas de archivos coloniales, entre la Cochabamba real y Río Fugitivo, la ciudad de sus primeros libros? La respuesta es ambigua, queda exhibida en la piel y los huesos de sus historias, a la intemperie, como la instantánea de un cuerpo recién fallecido que se apronta –por magia, electricidad o simplemente fe literaria– a resucitar.

Lo anterior nos obligaría a pensar en Amores imperfectos. Amores imperfectos fue publicado por primera vez en 1998 y quizás está antes de todo lo mencionado, prefigurándolo. Los cuentos lucen como un catálogo acelerado de los temas preferidos de Paz Soldán. Todo eso, que es el centro de sus novelas, aparece acá esbozado en estos relatos que funcionan como un lugar desde donde una voz ensaya los alcances de sus ecos.

Amores imperfectos está construido de manera más que astuta. Si su primera parte diseña un muestrario de la efectividad de las ficciones breves como una mecánica aceitada y hasta asesina sobre un catálogo de perversiones tristes, la segunda parte se despoja de ese interés formal –que sigue estando ahí en sordina: son las vigas que apuntalan, en la sombra, lo que se cuenta– para referirse a temas y lugares donde el límite que separa lo biográfico del gusto literario es más bien escaso. Ahí, asistimos paulatinamente a los fragmentos de la vida y muerte de un grupo de amigos de Piedras Blancas, todos perdidos entre traiciones, discotecas, moteles y aburrimiento. En esas narraciones, nos internamos en relatos que son polaroids de una intimidad acechada por la sospecha y el engaño, además de la contemplación del fin de la juventud. En estos relatos, todo es casi siempre triste y tardío como si los personajes y narradores no pudieran sostenerse ante las imágenes que han creado de sí mismos y su tedio. Finalmente, los dos últimos cuentos de Amores imperfectos cambian el giro. Mientras que “La escena del crimen” traza un relato policial en Santa Cruz (la muerte de una prostituta

Foto Archivo Edmundo Paz Solán

se convierte en una excusa para describir los anillos de poder de la ciudad), en “Dochera” un autor de puzzles de mediana edad busca una mujer en una ciudad enviándole mensajes secretos a través de crucigramas y, de paso, define el orden secreto del mundo. En “Dochera”, que a estas alturas es un pequeño clásico, el juego criptográfico se vuelve una especie de reflejo sofisticado sobre la soledad y el vacío de las palabras: los crucigramas de Laredo, su protagonista, son los muros donde se clausura a sí mismo fugándose en un abismo de papel, en un mundo privado donde la delicada pluma de un ave sostenía un universo y los héroes que habían luchado en las batallas de la independencia del siglo pasado fueron rebautizados, así como la orografía y la hidrografía de los cinco continentes, y los nombres de presidentes, ajedrecistas, actores, cantantes, insectos, pinturas, intelectuales, filósofos, mamíferos, planetas y constelaciones.

De este modo, “Dochera” permite leer Amores imperfectos en clave. Como Laredo, que se encuentra a sí mismo en el despeñadero de los mensajes cifrados, el volumen quizás exhibe el camino que lleva paulatinamente a Paz Soldán a encontrarse con sí mismo, con la modulación de su propia voz. En cierto sentido, los cuentos del libro pueden leerse como un solo relato, una biografía privada que detalla cómo Paz Soldán lee lo literario como oficio, probando formatos hasta manejarlos a la perfección (la perversidad de los primeros cuentos de la primera parte es inversamente proporcional a su extensión), mientras lentamente abandona los moldes clásicos y traza una confesión oblicua (siempre hay alguien

De izquierda a derecha: Sergio Missana, Alberto Fuguet, Iván Jacsik, Edmundo Paz Soldán, Álvaro Bisama, Alejandro Zambra.

volviendo de usa a América Latina en el segundo tercio del volumen) y de cómo se zafa de ella para volverse aún más excéntrico o extraño de lo que es.

Todo está acá. Un mapa que se desplegará en los años y obras venideras: la muerte del deseo y la desazón de la carne, el regreso a la tierra natal, la sobrevivencia en la memoria de las imágenes y del deseo, el karma del fin de la adolescencia, los códigos de la tradición del policial como una erótica de la tristeza, los juegos criptográficos, las políticas del enigma y la distancia entre los idiomas como reflejo del abismo que separa los cuerpos. Así, si en su obra más reciente Paz Soldán ha indagado una y otra vez con lo anterior para describir los límites simbólicos que definen la cultura pop o letrada, Amores imperfectos es la primera expedición a ese lugar, a las fronteras de aquel país inquietante de sus ficciones.

En ese contexto, leer a Paz Soldán puede funcionar como la crónica casi inmediata y desconsolada de ese país confuso. En ese contexto, sus novelas son una indagación sobre los mecanismos de funcionamiento del género, pero también una forma de trabajar su sistema de referencias en tanto un orden moral; algo que permite abordar la intimidad de un ciudadanía cuyas fuerzas de gravedad y mapas están en perpetua reescritura. Así, habitan ese difuso borde americano donde es posible trabajar la percepción crítica del tiempo y del espacio, las dudas sobre lo real y lo virtual, la fragilidad y el peso de las imágenes y la memoria. Ahí, todo es confuso y borroso y debe, por fuerza, hacerse literatura. G

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