Extracto de la introducción del libro “Los parias de la Tierra” de Bernardo Kliksberg
Como todas las grandes injusticias en la historia del género humano, se ha intentado legitimar el aumento de las desigualdades en el mundo y en América latina mediante paradigmas para los cuales son “inevitables para el progreso” o “sólo una etapa transitoria mientras se produzca el derrame” y “atacarlas generaría el caos”. No importa que una y otra vez la realidad haya desmentido dichos paradigmas. Un prominente líder político conservador norteamericano criticó las continuas denuncias del Papa Francisco sobre “la economía sin rostro humano”, “el desequilibrio que proviene de ideologías que defienden la autonomía de los mercados y la especulación financiera” y sus impactos sociales, alegando que como era argentino “no había conocido un capitalismo real”. En realidad sucede lo opuesto: los argentinos experimentamos el libre mercado a ultranza, y por eso reclamamos en todo el continente, por diversas vías, economías que dieran respuestas colectivas y redujeran efectivamente la pobreza y las desigualdades. Se pusieron en marcha, y si bien falta mucho, las cifras cambiaron. En nuestro país millones de personas salieron de la pobreza y se amplió la clase media. No llovió inclusión, sino que hubo reformas sociales profundas apoyadas por la mayoría de la ciudadanía, que significaron ingresar en otro paradigma. Para la ortodoxia es inadmisible que haya crecido el gasto público en la última década, no obstante ello significó acercarse a lo que representa en los países más ricos y que la mayor parte del crecimiento fue en inversión social, central para reducir la desigualdad. El paradigma que propugna políticas de recorte profundo del gasto público enfatiza cuánto va a significar ello en ahorro de recursos y reducción de déficit, que tranquilizará a los acreedores, pero no es nada transparente respecto de los costos que ello representa para la vida diaria de la gente. Es posible salir del “túnel de la desigualdad y la pobreza”. Pero para avanzar hacia la libertad real, en donde libres de pobreza y en equidad y democracia los seres humanos puedan desarrollar sus capacidades a plenitud, es imprescindible librar la lucha por el conocimiento de la realidad. Ese conocimiento fue casi condenado a la “clandestinidad” por el paradigma ortodoxo. Es necesario recuperarlo.