suplEmEnto: noviEmbrE 2022 MEMORIA DE LAS MUJERES PAMPINAS
EstE suplEmEnto Es financiado por El fondo dE fomEnto dE mEdios dE comunicación social 2022 dEl ministErio sEcrEtaría GEnEral dE GobiErno y El consEjo rEGional, corE tarapacá.
EstE suplEmEnto Es Editado por la rEvista tarapacá insitu, publicación mEnsual, dE caráctEr indEpEndiEntE, dEstinada a dEstacar la ciEncia, la innovación, la cultura y El patrimonio dE la rEGión dE tarapacá. cErtificado dE rEGistro y dEpósito lEGal númEro 031/2022 En la bibliotEca nacional dE santiaGo dE chilE. inscripción propiEdad intElEctual n°a-298497. todos los dErEchos rEsErvados. www.tarapacainsitu.cl
Como hojas de una flor que se desgaja, los episodios que nos cuentan las mujeres pampinas entrevistadas en este suplemento, permiten formarnos una idea bastante exacta de lo que era vivir en la pampa en los años setenta.
La Oficina Salitrera Victoria fue el lugar donde desarrollaron la primera parte de sus vidas: su niñez y adolescencia, que las marcaron profundamente. Era una vida muy distinta a la que vivimos ahora, cuentan a coro.
Y comienzan a surgir los recuerdos a borbotones. Las familias, los amigos, el entorno callejero, los edificios y los oficios que hacían de ese lugar apartado en el desierto, un hogar amplio y generoso. Tiempos en que las penurias y desventuras de la vida más precaria en la pampa, eran más bien un recuerdo de otras épocas.
La mayoría recuerda no sólo el aspecto material de habitar el desierto, sino las relaciones entre los seres humanos que buscaban un mejor futuro: los vecinos, los amigos, la familia. Interrelaciones que se mezclaban en una simbiosis difícil de concebir en estos días.
Las mujeres, además, hablan con perspectiva de género, dando cuenta de un mundo donde reinaba el patriarcado, incluso con el beneplácito de ellas mismas. Un mundo que, eso sí, comenzaba a cambiar con las primeras estudiantes universitarias, que retornarían para hacer sentir su fuerza y su independencia.
La memoria de estas mujeres pampinas también sufre con el destino de ese lugar que las albergó por muchos años. Una Oficina Salitrera que fue desmantelada y que desapareció en medio del lamento de quienes vivían allí y de quienes, después de muchos años, se niegan a retornar a un espacio vacío. Mujeres que prefieren hurgar en la memoria algunos de sus días más felices.
AtentAmente, el equipo de tArApAcá insitu
dirEctor: rEinaldo bErríos GonzálEz. pEriodista: mariEla muñoz. asEsoría: maría francisca basaurE. fotoGrafías: franco miranda. foto portada: intErvEnción dE fotoGrafía dEl archivo dE robErto montandon paillard producción: ErnEsto muñoz, rodriGo salGado.
artE, disEño y diaGramación: camila bErríos cárcamo.
aGradEcimiEntos: ana tolorza, dina copaiva, luisa santibáñEz, ana báEz, nancy villaGrán, maría vEra, zoyla santibáñEz, lorEta donoso y maría milla.
El orGullo dE habEr nacido En una oficina salitrEra Es alGo quE rEcorrE a todos quiEnEs tiEnEn o han tEnido alGún vínculo con EsE mundo. aunquE no siEmprE fuE así. hubo un tiEmpo En quE, incluso, Era pEyorativo habEr habitado El dEsiErto. tiEmpos quE cambiaron, En quE la nostalGia y El rEcuErdo Es El tEsoro más prEciado.
El primer recuerdo que salta a la mente de Ana Tolorza Donoso, es el “espectáculo” que vivía día a día, porque su casa quedaba frente a uno de los baños públicos de la Oficina Victoria. “La mayoría de los obreros no tenía baño en sus casas y tenía que acudir a los baños públicos, así que todos sabían cuando tenías una emergencia: ibas a una u otra cosa. Al principio no era muy higiénico, porque el sis tema era con dos patas en el suelo y tenían que
hincarse, pero luego fue evolucionando hasta llegar a un pozo séptico, porque obviamente no había alcantarillado”.
“Mis padres eran súper conocidos en Victoria; mi papá (Luis Tolorza) jugaba a la pelota, era de la selección de Victoria. Y, como era tan bueno, lo llamaron a la selección de Iquique. Imagínese, buscaron a
un jugador de la pampa para integrar un equipo que representaba a la ciudad de Iquique. Todo un honor. Casi toda la gente pertenecía a algún club. Estaba el Ferroviario, el Arauco y el Victoria. Mi familia era del Victoria; de hecho, así se conoció con mi mamá”.
“Mi mamá, además de costurera, trabajaba como boletera en el teatro de Victoria. Ella también era bien conocida; cantaba en el coro. Y el último recuerdo que tengo de cuando se estaba comenzando a desmantelar la Oficina, fue un acto, una velada que se hizo donde ella participó. Ahí vimos nuestra casa por última vez”.
“Para mí, que viví poco tiempo en Victoria, pero que tengo recuerdos de lo que conversan mis papás, es súper difícil imaginarse que vivió
gente ahí. Es como que pasaron una aplanadora. Es extraño. Hoy en día, además, me parece tan chica la casa… no sé cómo se podía vivir así. Además, vivía mucha gente en ese lugar; nosotros éramos 7 personas viviendo en ese espacio tan pequeño”.
Aunque cuesta entender que se pudiera vivir de esa manera, los victorianos siempre han sido personas muy alegres: “Ellos saben disfrutar la vida. Saben que lo bueno y lo malo pasa, así que tienen muy presente el disfrutar de sus días. Y así lo hicieron en la pampa. Gozan los momentos que están juntos. En los viajes que hacen al lugar donde nacieron, viven bailando. Bailan, bailan, bailan… todo el día, hasta que se vienen de regreso a Iquique”.
“No es cierto que en la pampa todo el mundo la pasaba mal”
Ana Tolorza siente que existe una generalización de lo que fue la vida en la pampa, donde todo el mundo la pasó mal. “Y eso no es así -cuenta-. Porque, sin duda, la vida fue sacrificada y muy difícil cuando partió la historia, los inicios, las primeras oficinas. Pero una vez en Victoria, sobre todo en los años setenta, las cosas habían cambiado bastante. Tenían una calidad de vida bastante razonable; mejor que la gente que vive en Iquique”.
Cuando niña, señala, la molestaban por ser pampina: “La Ana Tolorza es comecocho -me decían-. Yo como que renegaba de haber nacido en Victoria y con el tiempo me siento orgullosa de haber nacido allí. Tener los apellidos que tengo. Junto con mi hermano fuimos integrantes de la primera directiva de la Agrupación Sali trera Victoria. Gracias a esta organización he podido conocer más de la historia y de cómo era mi papá, que falleció muy joven”.
“AHORA ME SIENTO ORGULLOSA DE HABER NACIDO EN VICTORIA; TENER LOS APELLIDOS QUE TENGO”
a profesora de historia Luisa Santibáñez Carneyro, como tantas mujeres de esfuerzo, siente el orgullo de haber sido hija de pampinos y alcanzado una carrera profesional. “Viví en la pampa desde que nací hasta el año 1972; ese año me fui a estudiar a Antofagasta. Cuando regresé, después de mis estudios, la gente se estaba yendo. No viví el proceso del declive”.
“Tengo los mejores recuerdos de la educación que recibí en la escuela número 44 de Victoria. Nos formamos bajo la base del respeto, de la comunicación, de la solidaridad, de la empatía. La gente de la pampa era confiada, porque todos se conocían, pero eso no significa que uno entrara
a todas las casas. Los más cercanos, sí. En Victoria, a principios de los setenta, éramos más de tres mil personas”.
Luisa confiesa que, de no mediar el esfuerzo personal y de los padres, la posibilidad de continuar estudios superiores era casi nula.
“Si uno se quedaba allí se estancaba. Si no tenías los recursos, los medios para estudiar, lo más seguro era repetir la historia familiar: te ibas a casar, a tener hijos, a trabajar en la pampa. Y después mis hijos iban a repetir lo mismo. Entonces, la gente que quería progresar tenía que emigrar”.
rutina sana
“En cuanto a la adolescencia, lo mismo. Las amistades que uno tuvo, que disfrutó, se
debieron a que uno tenía un estilo de vida, una rutina sana. Sabía que después del liceo podía salir a dar una vuelta al mercado. En la noche podía ir al cine. En el verano teníamos el baby fútbol, la piscina; eran todos panoramas en los que se pasaba muy bien. Esas cosas uno las recuerda con nostalgia, pero insisto, si me hubiese quedado en la pampa, me hubiese estancado”.
“Cuando uno compara la vida que vivimos hoy, a la que vivimos en la pampa, surgen muchas añoranzas; hay años luz de diferencia. Las diferencias más grandes tienen que ver con los males que afectan a nuestra sociedad: la drogadicción, la delincuencia, la falta de respeto. A nosotros nos
entregaron valores. En esos años, la educación era tan importante y tan prioritaria en la vida familiar que, muchas veces, bastaba la mirada de tus padres para saber si lo que estabas haciendo estaba mal”.
Eran otros tiempos, otras rutinas, otro mundo, reconoce Luisa. “La vida era mucho más sana. A las diez de la noche la gente tenía las puertas de sus casas cerradas; nadie salía, no teníamos tele, no teníamos nada. Y si salíamos era a la vuelta de la esquina. Allí nos entreteníamos escu chando radio o mejor, contando historias, junto a las amistades. Juntarse en la esquina a jugar al luche, al cordel, a la escondida, esas cosas. En el verano el horario era hasta un poco más tarde”.
Creo que las historias que se cuentan están un poco idealizadas, agrega Luisa. “Por ejemplo, lo que era la vida del trabajador; yo recuerdo que el hombre entraba a trabajar, salía al mediodía, pasaba por un bar donde vendían cerveza, compraba una cerveza, luego llegaba a la casa y volvía a trabajar.
Y después, en la tarde, esos lugares
se llenaban, porque la gente eso es lo que hacía: trabajar y tomar. Por supuesto que, dependiendo de la época y de la oficina, la vida no siempre fue igual. Yo le comento lo que viví en la Oficina Victoria en los años sesenta; mi papá nos contaba lo que vivió en Humberstone, en las décadas anteriores, y era diferente”.
“La vida que se cuenta está un poco idealizada”
“LA VIDA DE HOY NO TIENE NADA QUE VER CON LO QUE VIVIMOS EN LA PAMPA: HAY AÑOS LUZ DE DIFERENCIA”
Es difícil no tener una avalancha de emociones al recordar la vida que no pudo ser. Y eso les pasa a muchas personas que vivieron en la Oficina Salitrera Victoria, quienes violentamente fueron expulsados del lugar que consideraban su hogar. Es el caso de Ana Patricia Báez, quien recibió la visita de militares en la puerta de su casa, que le avisaron que tenía cinco días para abandonar el lugar.
“Teníamos una vida tranquila; yo nací ahí, estudié en el liceo, me casé y tuve a mis tres hijas. Y cuando mi última hija tenía solo ocho meses, tuve que dejar mi casa e irme a vivir con mi hermana”, dice. Un traslado que la
obligó a separase de sus vecinos, amigos y hasta de sus comadres, y en cierta forma también de su esposo, quien decidió quedarse a trabajar como comerciante en la carretera Panamericana para no perder el ingreso con el que mantenía a su familia.
“Nosotros como
pampinos somos aclanados y siempre teníamos la amistad, el compañerismo, eso de ayudar a los otros. Una forma de vida que acá en Iquique no es tan cercana”, dice. Su memoria busca en sus recuerdos de juventud y retrata la cultura pampina, “quienes estaban listos para ir
en ayuda de quien lo necesitara, para lo que también teníamos en la radio de la Salitrera un espacio para pedir ayuda en ciertas situaciones”.
Aunque mucho se ha hablado de la pobreza que se vivía en las Salitreras, la señora Ana señala que “eso no se notaba, porque todos estudiaban en el mismo colegio, iban a los mismos lugares. Y en navidad recibían muchas veces los mismos regalos, que eran los que se vendían
en la salitrera. Me acuerdo que en una ocasión todas las niñas recibimos el mismo perfume y la misma bata, porque eso se vendía ahí, nos reímos mucho con mis amigas al ver que estábamos todas iguales” recordó, entre las anécdotas de juventud.
Y aunque no están tan cercanos como en esos años, en Iquique se generaron varias agrupaciones que buscan mantener la conexión entre los pampinos que quieren seguir cultivando la amistad. “Yo me reúno con mis compañeras del liceo, también pertenezco a la Agrupación Salitrera Victoria, y con las voluntarias del Hogar de Ancianos… la verdad es que son varias organizaciones de pampinos; cada vez somos más” nos comenta, sobre las agrupaciones que durante los aniversarios suelen llenar más de cuatro buses, sin contar con aquellos que van en forma particular y acompañan al grupo.
“Yo siempre le cuento a mis hijas como era la vida en la salitrera, y ellas me acompañan cuando vamos; ojalá podamos conseguir que se declare sitio patrimonial para que permanezca y nuestros descendientes sigan
conociendo este lugar y su cultura”, dice, aunque todavía no se consigue por falta de organización y coordinación. Y así dar a conocer que, además, muchas de las costumbres salitreras fueron heredadas a los
Iquiqueños, como los carros que recorren las calles en la navidad, algunos conjuntos musicales, boxeadores y otros destacados ciudadanos, que muchos no saben que salieron de las oficinas salitreras.
“Nos gustaría que se declarara sitio patrimonial”
“COMO PAMPINOS SIEMPRE FUIMOS ACLANADOS, DONDE PRIMABA LA AMISTAD, EL COMPAÑERISMO”
nancy Villagrán
Pino nació en la salitrera Alianza y vivió entre Victoria, Alianza e Iquique. Su vida está íntimamente ligada a su trabajo, en el Hospital de Victoria: “El año 1965 entré al Hospital; partí de lo más básico, limpiando el piso, haciendo aseo, porque esa era la opción que tenía la hija de un padre enfermo; se lo daba la empresa. Y me quedé allí trabajando como chatera, porque así nos llamaban a las que hacíamos el aseo. Entré como chatera, pero salí como jefa administrativa del Hospital. Gracias a Dios la etapa de chatera fue una etapa breve, porque aprendí muy rápido y recorrí todas las unidades del Hospital en
distintos rubros”.
El año 1970, recuerda, su trabajo sufrió un cambio brusco, con ocasión de la llegada al Hospital de un médico peruano. “El médico quedó horrorizado de que todos trabajáramos sin título profesional y sin nadie que nos enseñara, más que la vida. Todas las situaciones que enfrentábamos las resolvíamos de acuerdo a las instrucciones de los médicos: haga esto, esto y lo otro. Y nada más. Pero este médico cambió el sistema. Contrataron a un equipo especial, desde Santiago, el que nos hizo el curso de asistente de salud. Y recién ahí tuvimos título, que después fue reconocido
por el ministerio de salud: desde ahí fuimos técnicos paramédicos”.
HACER DE TODO
A partir de ese hito, agrega, “trabajé en todas las unidades del Hospital, donde teníamos que hacer todas las cosas; no como ahora que se compran. Teníamos que hacer las tabletas, de aspirina, de vitaminas… había que tabletear. Había que embotellar los jarabes, todo. Llegamos a ser 37 personas en total, las que hacían de todo. Eran sólo tres médicos: un
pediatra, un cirujano y un internista. Había un pabellón, una sala de partos y se hacían todas las operaciones… los partos, las cesáreas, las vesículas, todo”.
“A la gente del Hospital, dos veces al año se le regalaba la tela blanca para hacerse los uniformes, los zapatos, el té, el café, los botones, el hilo, todo. Uno ahí no gastaba nada, la Soquimich lo entregaba. Lo mismo que hacía con la gente, que entregaba los vales de carne, los vales para la pulpería… y los sueldos también,
pagados por Soquimich”.
La señora Nancy, al igual que la señora Luisa, no han querido volver a ver las ruinas de la Oficina Victoria. “Tengo a mi padre y mi madre enterrados en Victoria, pero no voy a verlos. Prefiero quedarme con la imagen de lo que yo conocí, de lo que viví; no con el mugrerío que es ahora. Porque cuando fui después que lo echaron abajo, fue como que me clavaran un puñal. Entonces no, nunca más. No he vuelto a Victoria”.
“EN EL HOSPITAL DE LA OFICINA VICTORIA ATENDÍAMOS A TODA LA GENTE DE LA PAMPA”aunquE muchas vEcEs las historias dE quiEnEs viviEron En la pampa Están tEñidas dE Episodios tristEs y dolorosos, En El caso dE los habitantEs dE la oficina victoria, Eso no Es así. El avancE dE los dErEchos socialEs y la cErcanía con los tiEmpos modErnos, marca una difErEncia notablE.
muchas son las historias y recuerdos de las familias que pasaron por la Oficina Salitrera Victoria desde que se instaló en la pampa hasta su cierre definitivo. Es el caso de María Isabel Vera, quien nació en esta oficina salitrera, junto a sus tres hermanos, y que hasta hoy recuerda vívidos momentos que pasó durante el periodo que
le tocó vivir en la pampa.
“Mis papás fueron nacidos y criados en la pampa. Mi papá quedó huérfano a los 10 años y gracias a su esfuerzo jubiló como supervisor, porque allá la gente progresaba según sus méritos”, nos comenta, a la vez que recuerda lo agradable que era vivir en la oficina salitrera Victoria: “Mi papá entró
Nadie pasaba hambre y no había indigentes
Sobre el tema de la pobreza en las salitreras, señala: “Muchos se quejaban por los sueldos, la pobreza, pero si usted ve fotos, para el 21 mayo, para el 18 de septiembre y para la navidad, todos con pinta nueva, todos, y si usted ve fotos de Victorianos, todos están en la piscina con su traje de baño, y todos bien pinteados, nadie se moría de
hambre y no había indigentes”.
Sin embargo, no todo era color de rosas, pues la oficina Salitrera Victoria era un pueblo chico y como dicen, a veces el infierno era grande. “No todo era una maravilla, el chismorreo era grande, muy buenos para poner apodos, a veces esos apodos eran ofensivos”, se queja.
a trabajar en la empresa como obrero, luego fue empleado y terminó como supervisor, para él fue un golpe muy grande que se cerrara la oficina” dice.
Profesora de profesión, luego del cierre de Victoria se vino a vivir a Iquique con su hija, a la casa de sus padres, lo que hizo revivir a los recientes abuelos
jubilados, quienes no se acostumbraban al ritmo de Iquique. “A ellos los veía muy mal, pero cuando me separé, me traje a un bebé de 21 días para acá. Ahí mis papás revivieron; yo me fui a trabajar y ellos se quedaron con mi bebé, y vamos surgiendo”, recuerda, al rememorar esos días en que se vino a vivir a Iquique definitivamente.
Era, en definitiva, una vida muy tranquila “donde lo único que tenías que saber era el número de folio del papá, quien se encargaba de los gastos familiares”. Recuerda con nostalgia otros beneficios que tenían los trabajadores, como fue el caso de su hermano, quien tenía una enfermedad del corazón y era tratado en hospitales de Santiago, con el patrocinio de la empresa.
La única experiencia negativa, que marco la vida de María Isabel, fue cuando encontraron ahogado en la piscina al amigo de su hermano, un accidente que ocurrió entre los niños que jugaban en el área de la piscina al escondite y que lastimosamente fue una desgracia que todos tuvieron que lamentar.
No obstante, el
recuerdo y las buenas obras son hoy lo que caracteriza a los Victorianos que trabajan para que no se pierdan estas historias y para que en algún momento puedan conseguir que sus descendientes, los denominados Hijos del Salitre, tengan un espacio cómodo a donde ir cuando llegan las fechas conmemorativas en octubre.
“Cuando mi mamá llevaba a mi hermano, había tiendas en Victoria y mi mamá tenía que comprarse desde el abrigo, porque acá no usábamos esas cosas, y yo le digo, había muchas garantías. Y para ir a las fiestas, pedíamos una ponchera para compartir y nos turnábamos para dar el número de folio del papá, que era al que después le hacían el descuento. Mi papá nunca se molestó por esos descuentos que le hacíamos con mis hermanos”, recuerda la señora María Isabel, rememorando las muchas actividades que se desarrollaban para los jóvenes, donde siempre iba acompañada de sus hermanos.
“MI PAPÁ ENTRÓ A TRABAJAR COMO OBRERO, LUEGO FUE EMPLEADO Y TERMINÓ COMO SUPERVISOR”EL FOLIO
cuando la tElEvisión todavía no ocupaba El mayor tiEmpo dE ocio dE los pampinos, había innumErablEs actividadEs quE los EntrEtEnían, dEsdE las Entusiastas jornadas dEportivas, hasta las pElículas En blanco y nEGro quE sE Exhibían En El cinE.
a señora Zoyla Santibáñez Carneyroestuvo 24 años de su vida en la Oficina Victoria. “Salí de cuarto medio y aunque me fue bien en la Prueba de Aptitud Académica, no me fui a estudiar, porque en esa fecha estaba embarazada de mi primer hijo. Así que, junto con mi marido, optamos por cambiar de planes y esperar a nuestro hijo en Victoria. La verdad es que él no me dejó que me fuera a estudiar porque, después de pasar todo lo que pasó para casarse conmigo, no valía la pena echar todo por la borda”.
Esa fue mi decisión, agrega: “Criar guagua, desde los 19 años. Así que mis recuerdos en la Oficina Victoria
son como dueña de casa: cuidando hijos y después mis sobrinos. La niñez y la adolescencia fue una etapa muy bonita, sin duda. Toda la etapa del liceo es fundamental; son muy lindos recuerdos, de amigos, de fiestas, de aniversarios, de campeo natos. Se pasó bien. Yo la pasé muy bien”.
Con el paso de los años, esas amistades conti núan, siempre con el eje de los recuerdos de esas vivencias. “Yo soy amiguera. Solidaria. Me gusta armar grupos y juntarnos. Todavía tengo amigos de esos años, del liceo. Nos mantenemos como grupo de amigos y nos reunimos en torno de esos recuerdos y, por supuesto de nuestras vidas de adultos. Además, mi esposo es
igual que yo: también le encanta mantener esas amistades, de esos años. Es fiestero, bueno para bailar, para compartir”.
En esos años también
había vida comunitaria, aunque muy distinta. “Había un grupo impor tante de personas que participaban del culto católico. Se hacían las catequesis para cumplir
con los sacramentos: el bautizo, la comunión, la confirmación y el matrimonio. Los curas vivían ahí en la pampa. Me acuerdo que el que me casó a mí se llamaba José Masé. Él iba a hacer las catequesis a la casa”.
“Después de que nos vinimos de Victoria a Iquique, creo que recién retorné a los diez años. Sentí mucha pena de ver todo desarmado; pero sí cuando nos vinimos, ya estaban desmantelando todo. Había cuadras de casas en el suelo. Alcanzamos a ver ese proceso, que fue muy doloroso, por cierto”.
La vida tenía una serie de características muy distintas, señala: “Íbamos al cine sin pagar, íbamos a la pulpería y con un vale sacábamos el pan; no pagábamos luz, no pagábamos agua… claro, todo eso después lo descontaban. Pero no había que meterse la mano al bolsillo inmediatamente como se hace en la ciudad. Los últimos
años fue cuando nosotros alcanzamos a ver la televisión, porque cuando estábamos niños no había tele; calculo que yo tendría unos 15 años cuando llegó la tele”.
“El cine era muy especial, porque las películas las daban con rollos. Llegaba la micro de Iquique y ahí venían los rollos de las películas. A veces se quedaba
enredado algún rollo en Iquique y la película quedaba sin el final, jajajajajj. Claro que ese tiempo para nosotros era el teatro, no se hablaba de cine. Vamos al teatro. La última película que vi yo con mi hijo que estaba chiquito fue “La aventura del Poseidón”. Llegaban muchas películas de western italiano en esos tiempos”.
“A veces olvidaban algún rollo y la película quedaba sin el final”
“MIS RECUERDOS EN VICTORIA SON COMO DUEÑA DE CASA: CUIDANDO HIJOS Y DESPUÉS A MIS SOBRINOS”
una verdad indiscutible es que de las Salitreras salieron muchos artistas que marcaron una época importante en la música de nuestra región. Y la Salitrera Victoria está entre las más prolíferas en este sentido, pues en ella nacieron diversos grupos folclóricos y de música tradicional, algunos que sobreviven hasta nuestros tiempos.
Pero quienes realmente marcaron el rumbo de la música durante la época de la Salitrera Victoria fue su coro polifónico que, compuesto por más de 20 personas, interpretaban canciones a cuatro voces con excelente performance. Así nos lo cuenta Loreta Donoso, quien integró el coro de la Oficina Salitrera Victoria desde los 15 años, gracias a los conocimientos de
“Conocimos todo Chile con el coro de la Salitrera”
“Viajamos hasta Puerto Montt, cantando el himno de la Salitrera Victoria, y bailando Cachimbo; conocimos todo Chile viajando con el Coro” comenta la señora Loreta, quien también recordó que viajaron a Argentina
y Perú compartiendo las músicas que preparaban con mucho cariño. Una experiencia con el coro que continuó hasta después de ser madre de sus dos hijos, Ana y Luis, quienes la acompañaban a
música que poseía de su padre.
“Mi papá trabajaba en la maestranza y era muy bueno para la música: tocaba la guitarra y el violín. Y armó la Orquesta Donoso”, nos comenta la señora Loreta, recordando aquellos años en que la música era la fuente de su mayor inspiración. Hoy, a sus 86 años, recuerda que, gracias
a la excelente calidad del coro, creado por los padres Oblatos y dirigido por la Profesora Silvia Chirri, interpretaban diversas canciones con letras originales, las que fueron escritas por Enrique Luza Cáceres, incluyendo el inmortal Himno a la Salitrera Victoria. En reconocimiento a la calidad de este coro es que eran invitados a todos los festivales de coros que se organizaban en Chile.
“El coro era muy bonito, cantábamos a cuatro voces, y los mismos miembros del coro
formaban otros grupos, que cantaban valses peruanos y boleros, que eran la música que nos gustaba en esos tiempos. También formaron conjuntos folclóricos y durante los viajes siempre bailábamos Cachimbo”, recuerda, al reconocer además que muchas personas, en las presentaciones, quedaban gratamente sorprendidos sobre el baile del Cachimbo y la excelente calidad de las presentaciones, teniendo en cuenta que ellos venían de un pueblo en la pampa del norte de Chile.
los ensayos y a las presentaciones.
“Yo me fui de Victoria seis años antes de que cerrara, pero luego del cierre continuamos reuniéndonos con los miembros del coro. Eran muy
entretenidos nuestros encuentros” recuerda, orgullosa de que en su familia todavía se disfruta la música y pertenecer a grupos que la promueven y la difunden. “Hasta Don Francisco nos invitó a una presentación para
la Teletón” recuerda, con nostalgia, de esos días en que los escenarios eran parte de su rutina y ser reconocida por su excelente voz era normal en su vida cotidiana.
UNO DE LOS ORGULLOS DE LA SALITRERA VICTORIA: EL CORO POLIFÓNICO QUE VIAJÓ POR CHILE
una madre muy aprensiva y una vida en un ambiente bucólico, es como podría resumir, Dina Copaiva Álvarez, su vida en la Oficina Salitrera Victoria: “Yo nací en el hospital de la Oficina y viví allí, casi sin salir de su entorno, hasta los diez años, cuando tuve la oportunidad de viajar a Santiago, una verdadera aventura maravillosa que me brindó la vida”.
“Costó mucho, mucho, mucho que me dieran permiso para ese viaje; fue un amigo de la familia, Héctor Basualto (Q.E.P.D), que le pidió que me dejara viajar, porque iba a ser importante para mí; una oportunidad para conocer y salir de Victoria. A mi mamá le costó mucho darme
libertades. Siempre me decía: donde mis ojos te vean. Debe haber sido porque era la única niña: muy aprensiva”.
“Y siempre fue igual, porque cuando llegamos a Iquique no cambió para nada. Para ir al parque, por ejemplo, iba mi mamá con una comitiva de amistades, haciéndome compañía. Sola no. No podía ir. Pero cuando cumplí diecisiete años y en la etapa del pololeo me aburrí; no le hice más caso y comencé a salir sola”.
Aunque en la Oficina Victoria todos se conocían, “mi mamá no me dejaba salir a ningún lado, a lo más, a la calle junto al vecindario. Ella salía a la puerta y se sentaba para vigilarme
(a cuidarme, en realidad). Ahí podía jugar con los niños del barrio o del pasaje. Jugábamos a la escondida, a las naciones, a pillarse, al queche, al luche, al pardilomo... Pero cuando ella se entraba, yo tenía que seguirla, no me
podía quedar sola en la calle”.
Dina nos cuenta que sus padres eran iquiqueños y se fueron buscando un mejor futuro a Victoria: “Mi papá (Pascual Copaiva) jugaba a la pelota y era muy bueno,
El furor de la llegada de la televisión, con la marca Antú
Aunque no había grandes adelantos (la televisión llegaría bien entrados los años setenta), la vida de los niños se enfocaba en el deporte: “Vivíamos en la piscina o en la multicancha, jugando básquetbol. También surgían ciertas modas, como cuando a todos les dio por hacer chalas
de neumáticos. Con cualquier cosa uno se entretenía, hasta que llegó la televisión. Eso fue un furor, con los famosos televisores Antú”.
“Para entretenerse también había mucha actividad que venía de Santiago: los shows de artistas, los circos e incluso una vez vino un
lo que se diría ahora un verdadero crack del fútbol. Por eso un club se lo llevó para engrosar sus filas y, además, le ofrecieron trabajo allá. Le decían el Huaso Copaiva”.
Uno de los grandes paseos era ir al mercado: “Se compraba verduras, juguetes, telas, helados, de todo; era como un bazar donde se vendía de todo un poco. No había grandes variedades, pero no nos podíamos quejar”. En esos años, recuerda la señora Dina, ya no se usaban fichas. “Se compraba con billetes o se dejaba anotado a nombre del papá, y después le descontaban del salario, a fines de mes”.
hipnotizador. Sacaba a las personas y, según se veía, efectivamente las hipnotizaba; la verdad es que yo me reía de lo que hacían, pero no me consta que haya sido cierto. Yo nunca me hipnoticé, porque me daba miedo también. Así que, de lejitos nomás”.
“SE COMPRABA CON BILLETES O SE DEJABA ANOTADO A NOMBRE DEL PAPÁ; LE DESCONTABAN A FIN DE MES”.
aveces pensamos que todo tiempo pasado fue mejor y, el caso de la señora María Asunción Milla, no es la excepción, quien vivió hasta el año 79 en la Oficina Salitrera Victoria y que mantiene los mejores recuerdos de su vida en la pampa. Nacida en Victoria, junto con otros cinco hermanos, su padre trabajaba en el área eléctrica de la oficina y desarrolló sus actividades al ritmo de la comunidad salitrera, quienes -al parecer-, no se aburrían para nada.
Según nos cuenta, las actividades deportivas, los shows de música venidos desde la zona central y muchas otras actividades, eran el motivo de encuentro con los amigos y amigas, que estaban listos a compartir estas experiencias a concho,
en un ambiente de camaradería que, según sus palabras, eran seguros, sin maldad y saludables.
“Han cambiado mucho las cosas, pero en esos tiempos la pasábamos bien y nos respetábamos mucho”, comenta, quién recuerda -además- que en su juventud desfiló como modelo a sus 15 años en la piscina de la Salitrera, cuando llegaban los equipos deportivos a participar de las competencias que se realizaban durante el año.
Competencias deportivas donde participaban equipos que venían de Iquique y de otras ciudades a la salitrera, teniendo en cuenta que en esa época se impulsaban las actividades deportivas principalmente,
como entretención y promoción para motivar a los jóvenes a tener una vida saludable a través del deporte.
“Para nosotros fue una tristeza muy grande que se cerrara la Salitrera, más cuando nos habían dicho que los hombres se irían a trabajar afuera y las mujeres quedaríamos viviendo ahí. Y eso no fue verdad, nos tuvimos que ir todos y muchos no teníamos dónde llegar” comenta, recordando el cierre abrupto de la Salitrera y como muchos tuvieron que buscar un nuevo rumbo de la noche a la mañana.
Por suerte, y con la ayuda de los familiares en Iquique, pudieron continuar sus actividades y seguir trabajando, lo que la señora Milla asegura
fue gracias a la fuerza y empuje como mujer salitrera, abnegada, trabajadora y solidaria.
“Fui muchos años funcionaria municipal trabajando como monitora de aeróbica, haciendo clases a las juntas de vecinos, y con la ayuda de mi hijo hemos salido adelante”,
señala. Sin embargo, aunque hizo su vida en Iquique, disfruta mucho los encuentros que se realizan para conmemorar el día de las salitreras y otros, en donde la comunidad de la pampa se reúne para bailar al más puro estilo pampino.
“Me gustaría que tuviéramos un espacio más cómodo para reunirnos, porque solo colocamos toldos, que muchas veces se vuelan con el viento.
Me da mucha pena que nuestra salitrera no se haya conservado como, por ejemplo, Pedro de Valdivia. Por eso, ojalá podamos ponernos de acuerdo para construir
una sede bien bonita”, dice, al comentar que existen varios grupos conformados por pampinos, sus hijos y nietos, y que todos tienen esta inquietud que esperan se materialice pronto, para dejar un legado de la pampa no solo material, si no cultural e histórico.
“EN ESOS TIEMPOS LA PASÁBAMOS MUY BIEN Y NOS RESPETÁBAMOS MUCHO”
“Es una pena que nuestra salitrera no se haya conservado”
“Mi papá trabajaba en la maestranza y era muy bueno para la música: tocaba la guitarra y el violín. Y armó la Orquesta Donoso”, nos comenta la señora Loreta.