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Tiempos de crisis para despertar
Por Omar Muñoz*
Era viernes y acababa de salir de la universidad. En ese tiempo estaba dirigiendo mi segunda producción dentro de la maestría en dirección de escena que estoy estudiando en Canadá. Como siempre me pasa, me involucré en demasiadas actividades ese semestre y la carga de trabajo era muy fuerte. Iba en el camión camino a casa, intentando estructurar en mi mente los pasos a seguir para sacar adelante todos los proyectos en los que estaba trabajando, cuando recibí un correo electrónico de parte de la universidad: el gobierno había decidido que a partir del lunes la provincia entraba en periodo de confinamiento indefinido y todas las actividades de la universidad pasarían a modalidad en línea. El Covid-19 había finalmente llegado a la ciudad y todo aquello en lo que estaba trabajando se desmoronó de un momento a otro.
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Viéndolo en retrospectiva, para mí el 2020 representó un punto de quiebre; un antes y un después, que irónicamente y pese a la pandemia (o más bien, debido a ella), me hizo retomar caminos que había abandonado. De alguna manera, la pandemia me empujó fuera de mi zona de confort y activó partes de mí que llevaban muchos años dormidas. Recuerdo, por ejemplo, que de pequeño disfrutaba de observar y construir cosas. Armaba torres y mecanismos de varios tipos, casas de tela y maquetas, pero también construía teatros y dirigía espectáculos con mi hermana en el papel principal. Años más tarde, después de la preparatoria y ya habiendo descubierto el teatro y la música, recuerdo haber tenido el ímpetu y la necesidad de crear. Hacía todo lo posible por juntarme con mis amigos e iniciar proyectos, sin embargo, en algún punto, me perdí. Me envolvieron las enfermizas dinámicas del mundo laboral y caí en esa cruel competencia que perméa en muchas disciplinas y que no trae nada bueno; mi ser creativo agonizaba. En el fondo yo sabía que algo no estaba bien y quizá por eso decidí dejarlo todo y estudiar un programa puramente creativo en el extranjero, sin embargo, los viejos hábitos aprendidos no son fáciles de romper y durante los primeros meses de la maestría, si bien puse a trabajar activamente mi creatividad, no fue sino hasta que recibí la noticia del confinamiento indefinido que comprendí que me encontraba ante a una oportunidad de crecimiento excepcional. Decidí que, aún cuando no pudiera dirigir una producción en vivo, haría todo lo posible por seguir creando. Tomé la determinación de asumir riesgos. Me registré en un curso avanzado de escritura creativa dentro de mi programa de maestría y decidí que mis próximos proyectos a dirigir romperían con todo lo que había hecho en el pasado. Fue así como asumí el reto de escribir dos obras de teatro, dirigir una obra respetando todas las restricciones por Covid-19 y crear un espectáculo desde cero en un proceso de creación colectiva totalmente desconocido para mí. De alguna manera, la pandemia revivió en mí ese ímpetu creativo que me movía en la juventud.
Hoy, después de diez meses de clases en línea y de varios procesos creativos a distancia con mis objetivos en mente, tuve la oportunidad de volver a ensayar presencialmente una obra de teatro. Cuando salí del salón de ensayos no podía dejar de sonreír. Estaba feliz no solamente por haber regresado a hacer teatro, sino también por poder apreciar la manera en que los momentos de crisis, son también momentos de grandes oportunidades. Deseo de todo corazón que 2021 sea un año para empezar a cosechar todo aquello que hemos sembrado durante este difícil periodo de transición; que pongamos en práctica todo lo aprendido y que asumamos con gozo y generosidad los retos que estimulen nuestra creatividad y que despierten en nosotros, todo aquello que erróneamente hemos creído perdido.